lunes, 20 de junio de 2011

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Abril de 1950

PROBLEMAS SINDICALES

Por su programa y su política, nuestro Partido es una Organización Comunista. Si, como dice Marx, el sindicato es la “Escuela de la Lucha de Clases”, nuestra actuación en ellos se determina por la concepción teórica general que nos es propia. Así, el trabajo general del militante se realiza como un aspecto de su actividad comunista. Sólo en la medida en que el trabajo en los sindicatos se aborde partiendo de esta premisa fundamental, impediremos la formación de tendencias pequeño-burguesas-sindicalistas en el seno del Partido y corregiremos las desviaciones que en este sentido acusan numerosos camaradas.

Sin una concepción clara del trabajo general del Partido, la actuación revolucionaria del militante se esteriliza e impide al Partido salir de su estrecho molde actual. Transformarnos realmente en la vanguardia de los explotados significa actuar correcta y oportunamente en todos los aspectos que crea la decadente sociedad burguesa y la lucha de clases.

Hasta el presente nuestra debilidad no nos ha permitido desarrollar una verdadera acción de Partido; durante largo tiempo los sindicatos estuvieron prácticamente cerrados para nosotros. Era en cierto modo inevitable que esta realidad agudizara las tendencias enfocar el trabajo sindical como una tarea independiente del conjunto del trabajo partidario. En más de un caso, la creación de células de empresas degeneró en la creación de fracciones sindicales sin contenido partidario y comunista.

Estos hechos nos obligan a recordar nuevamente el papel de los sindicatos en este época, como también los principios generales de nuestro trabajo.

CARÁCTER DE LOS SINDICATOS

La clase obrera se agrupa preferentemente en sindicatos; es decir, en organizaciones que los unen en sus sitios de trabajo o por oficio, con el fin de defender sus intereses inmediatos. Esta agrupación es una reacción parcial de los trabajadores a las manifestaciones más primarias de la explotación capitalista. Ni histórica ni políticamente el sindicato ha sido la expresión de la lucha contra el capitalismo como sistema; sólo defiende a los trabajadores parcialmente, principalmente desde el ángulo económico de la ofensiva patronal.

El sindicato no se propone sustituir un régimen por otro; no aborda el problema general de la explotación capitalista, sus raíces económicas y sociales, ni busca los medios de la transformación revolucionaria de la sociedad. Históricamente considerado el sindicato tiene un marcado carácter conservador. Con justicia Lenin podía decir que la clase obrera entregada a sí misma no pasaría nunca del trade-unionismo, lo que, al fin de cuentas, significa que sin partido revolucionario no es posible la destrucción del sistema capitalista.

Del carácter general de la explotación burguesa surge la tendencia de los sindicatos a relacionarse unos a otros, constituyendo grandes centrales sindicales que enfocan la defensa del conjunto de la clase. Sin la acción del Partido Revolucionario difícilmente estas centrales sindicales pierden su carácter pasivo.


El auge de los sindicatos se produjo junto al crecimiento del capitalismo: en la época ascendente del capital financiero, de la ampliación de los mercados; cuando las crisis del sistema eran superadas por su propio crecimiento y no afectaban a su estabilidad con fuerza igual a la de la presente etapa del capitalismo en descomposición. El siglo XIX fue la época de oro de la democracia burguesa; la socialdemocracia y los sindicatos se desarrollaron grandiosamente, y sus luchas obtuvieron resultados muchas veces satisfactorios, ya que el capitalismo podía satisfacer las demandas obreras. La Segunda Internacional creó entre las grandes masas la ilusión de que el capitalismo y su democracia permitían un desarrollo ilimitado de la clase obrera y sus organizaciones.

Este proceso, ya tan lejano, no estuvo libre de luchas y arduos combates; lejos de eso, ni en la época del auge del capitalismo la clase obrera ha conseguido ventajas de sus explotadores que no estuvieran  previamente ganadas por su propia fuerza. Sólo en los períodos álgidos de la lucha de clases, los sindicatos han sobrepasado sus propias posibilidades revolucionarias, para retornar luego al punto de partida o conducir a crueles derrotas.

El programa y la política de los sindicatos han nacido así, inmediatamente de las condiciones del capitalismo, como pugna constante entre la clase obrera y los patrones. El período de oro de los sindicatos pertenece al pasado; el capitalismo no sólo ha cesado de crecer sino que conduce a la sociedad a su aniquilamiento. La social democracia y el stalinismo han traicionado sistemáticamente al proletariado de los propios sindicatos. Todo el pasado de la clase obrera, y de sus sindicatos en particular, ha demostrado la incapacidad no sólo de las viejas direcciones proletarias, sino que ha enterrado definitivamente cualquier intento de creer que los sindicatos puedan abatir al Estado burgués; una revolución triunfante y una derrotada así lo han confirmado. El destino de la humanidad se reduce al problema de la dirección proletaria.


EL PROBLEMA DEL PARTIDO Y LA ACTUACION EN LOS SINDICATOS

Trotsky nos ha enseñado que vivimos la época de los virajes bruscos; la segunda postguerra probó que provocará aún más trastornos agudísimos entre las relaciones en las clases. Transformaciones constantes y profundas en la conciencia de los trabajadores y en la actitud política son de prever; por lo mismo, movimientos bruscos que transformen las luchas sindicales en conflictos políticos de gran envergadura. La crisis del sistema determina este carácter del proceso, no estableciéndose una transición marcada entre sus etapas de evolución. Las modificaciones de la conciencia política pueden expresarse súbitamente; una correcta estrategia sindical debe tomar en cuenta esta modalidad que crea especiales condiciones para la conducta de la confianza de las masas y su dirección.

Los sindicatos no son organismos de dirección política, necesitan esta dirección; hasta el presente han estado dirigidos por el reformismo que los lleva a la derrota; ellos necesitan una nueva dirección y ésta debe ser dada por nuestro propio Partido.

¿Cómo conseguiremos esto?  Llevando la política del Partido a los sindicatos. Nuestros elementos deben ganar la confianza de los sindicatos como militantes del Partido, ligando su pensamiento y acción a la disciplina y fuerza del Partido. La única manera de unirse efectivamente a la suerte de la clase obrera, de prever y dirigir sus luchas, de construir la vanguardia al calor de los trabajadores, estriban en que nuestros militantes expresen la vos del Partido, la única que puede entender, explicar, los cambios de situación, y hacer que ella llegue a la conciencia de los sindicatos.

Los militantes deben llevar a los sindicatos la política del Partido y actuar como propagandistas de su programa. Ante la desvirtuación constante de este enunciado correcto, forzoso es preguntarnos qué  significa realmente esto. A nuestro juicio, la mayor parte de los errores del Partido y de sus militantes parten y tiene su origen en una falsa interpretación de esta norma.

Siempre y en todas condiciones debemos llevar las ideas, la política y el problema partidario a los sindicatos y a todos los organismos de masas; no hacerlo sería una abierta traición. El rutinarismo del partido se niega a comprender que la política del Partido no es exclusivamente su programa general, su declaración de principios y, en la mayoría de los casos, su repetición mecánica.

El Partido tiene, o debe tener, un punto de vista, un enfoque, una solución para cada situación y que corresponda a las condiciones reales. Este punto de vista –la política del Partido-  responde a una apreciación de la situación real o concreta, a la realidad misma de las clases y de la lucha de clases, a la correlación de fuerzas, a su dinámica interna.. toma en cuenta el estado de la clase, su mentalidad desarrollo y madurez de su conciencia política; aprecia los partidos que la orientan, sus métodos y fines; estudia el mayor o menor grado de libertad, etc.; al mismo tiempo, las condiciones que imperan en los sindicatos; democracia sindical, exceso de burocratismo, existencia o no de tendencias, de grupos amorfos, como así mismo la fuerza de nuestro propio Partido. Sobre el estudio de todos estos factores, el Partido formula su política general y particular; interviene en todas las manifestaciones de los sindicatos y defiende su determinado criterio. Solamente este criterio es la política del Partido; llevarlo adelante es defender la política del Partido y actuar realmente como Trotskistas. Defender no sólo el programa general, la política general, sino los criterio tácticos y circunstanciales, las ideas periódicas y diarias del Partido, eso es lo que identifica a un militante y no simplemente sus enunciados programáticos. Los camaradas que se contentan con explicaciones sobre la Revolución Permanente o el Programa de Transición en general llevan en los hecho una política contraria a la organización.

Nuestra política, abierta o encubiertamente, depende de las circunstancia y condiciones concretas; tan criminal o estúpido sería declararse trotskista en período de reacción y cuando los sindicatos están privados de la democracia interna, como no defender nuestra calidad militante en condiciones contrarias. Lo importante es que el Partido sepa orientarse por las condiciones reales y sepa ver cuando es prudente, posible y necesario hacer lo uno o lo otro; la fin de cuentas, esto responde al diagnóstico general de la situación política y sale del problema sindical exclusivamente.

Si en un momento dado pone a la orden del día la lucha por consignas democráticas, o por la unidad sindical, ser un militante es luchar por este criterio. Dentro de las condiciones generales, puede haber casos excepcionales que exijan un comportamiento diferente; resolver la conducta a seguir es problema que debe ser resuelto por la dirección sindical, estudiando las condiciones particulares del caso. Es necesario repetirlo, el que no defiende el criterio estratégico y los criterios tácticos, particulares del Partido, actúa sin conexión con la política del Partido, por muy bien que recite su programa; aquellos elementos que forjan la política del Partido, que no asisten a sus reuniones celulares, a sus manifestaciones, están fuera del Partido aunque ningún estatuto los haya expulsado.

EL PROGRAMA DE TRANSICION Y LA ACTUACION SINDICAL

Uno de los vicios más marcados y nefastos de Partido es la aplicación mecánica del programa de transición y, al mismo tiempo, la incomprensión de los cambios políticos que exigen, al producirse, una conducta diferente; la inercia los lleva a comportarse siempre de una manera  uniforme, esto se traduce en su inoperancia en el seno de los sindicatos y las masas y expresa su desconexión real con los trabajadores. Nada más sintomático que la forma de aplicación de nuestro programa de transición.

El programa de transición es el programa general del Partido a escala mundial; por su mismo carácter, él señala lo típico y general y ofrece soluciones para ello. Tal como su contexto lo establece, él une el antiguo programa mínimo al máximo y establece reivindicaciones transitorias como un puente. Este proceder no es arbitrario, se basa en la teoría de la Revolución Permanente y, lo que es más importante, en el carácter de la época actual en la cual la crisis social obliga a las masas a plantearse reivindicaciones cada vez más amplias, que son superadas por la lucha. Son transitorias justamente por esto.

El programa determina los males actuales de estructura, generales a todo el mundo capitalista: desempleo, inflación, carestía de la vida, etc.; pero, más que nada,  lo que nos enseña e programa no son tanto las fórmulas mismas, sino que señala que nuestras reivindicaciones deben saber unirse al nuevo paso necesario, inevitable, que la lucha de clases exija; es, en cierto modo, un método y no un dogma.

Nuestros camaradas no comprenden esto; en su trabajo en los sindicatos se proponen encajar estas reivindicaciones arbitrariamente y rehúsan, en los hachos, a descubrir lo que los trabajadores quieren y no saben dar las consignas transitorias que surgen de la realidad misma. Más que buscar las consignas que surgen de la realidad, o sea. De los problemas reales que se plantean a los obreros en los sindicatos y dar para ellos las consignas transitorias que respondan a esta realidad, el Partido se empeña en imponer las consignas muertas de un programa y que no se condicen con la realidad. ¿Se trata de renunciar al programa de transición? Nadie propone tal cosa. Se trata de hacer a cada paso, de acuerdo a las condiciones, el verdadero programa de transición. Esto es tanto más importante en los momentos actuales en que la lucha de los trabajadores se encuentra en un nivel tan bajo que es forzoso luchar por reivindicaciones más bien del estricto programa mínimo. Estas consignas de carácter democrático debemos tansicionarlas con la perspectiva socialista, pero no imponer fórmulas que nos cierren el camino. Comprender con claridad esta tarea es asegurar nuestra entrada en los sindicatos y en la confianza de los trabajadores.

LOS SINDICATOS EN LA EPOCA PRESENTE Y NUESTRA LUCHA POR EL PARTIDO

Analizando la tendencia de los sindicatos en la época presente a estatizarse, dice Trotsky que su única garantía de independencia está en la dirección de la Cuarta Internacional. Este diagnóstico debe ser tenido en cuenta (nos referimos a la tendencia de estatización) para una correcta apreciación de los mismos. Sin embargo él no nos exime de examinar las características propias de un período concreto político en la vida de los mismos. Y esto vale no sólo para los sindicatos. Es importante para el Partido distinguir las fases en las cuales se actualiza y desarrolla.

Todo el período anterior estuvo en contra nuestra y navegamos contra la corriente. En esas condiciones nuestras principales tareas fueron la defensa de los principios, del programa de la revolución, esperando un cambio en la orientación general. De esta defensa surgía nuestra principal tarea: formación de los cuadros del Partido. No haber crecido en estas circunstancias era inevitable. Es decir, el crecimiento era un fenómeno excepcional y no una norma. Por lo mismo, la formación de cuadros surgía de la realidad. Al no proceder en ese sentido nosotros no hemos sabido sacar ventajas del período negativo. En su sentido más general, nuestra orientación no fue justamente crear estos cuadros partidarios. Esta falla general nuestra ha tenido su más plena expresión y confirmación en la acción sindical desarrollada en estos años, en la orientación seguida. Resumiendo en una frase, la orientación general adoleció de una desviación sindicalista que, secundariamente, ha generado una verdadera tendencia sindicalista de numerosos camaradas. De una parte, esta tendencia ha sido la acentuación del error más general, y, de otra, un correctivo inconciente que las bases militantes sindicales hacían al propio Partido. Debemos analizar uno y otro aspecto de esta falla, contribuyendo así a una superación conciente.

Hemos sostenido que la orientación general del Partido fue sindicalista como resultado de un falso enfoque de las situación política general y de nuestras propias tareas. La clase obrera ha evolucionado lentamente y esta evolución ha estado presidida por el reformismo. La acción del proletariado ha carecido de nervio e impulso y los sindicatos han permanecido bajo la tutela de socialista y stalinistas. Lógicamente, la resolución de los problemas políticos ha quedado entregada en las manos de estos partidos. La lucha sindical ha sido preferentemente una lucha económica, limitada al problema del salario, como respuesta y contrapartida a la carestía de la vida y al alza incesante de los precios. En la mayoría de los casos, esta lucha muy lejana a los procedimientos de la lucha de clases, se ha reajustado a los procedimientos legales.

Si la acción de los sindicatos ha estado bajo la influencia omnímoda de los partidos obreros, éstos, a su vez, han actuado mediatizados por los partidos burgueses. No es otro, la fin de cuentas,  el resultado de la colaboración de clases. La pugna entre las clases, su choque político fue paralizado o deformado, no produciéndose serios choques.

Esta realidad ha determinado una evidente ventaja burguesa, la que ha logrado rebajar el movimiento proletario ideológica y orgánicamente y ha sacado mayores ventajas impidiendo la tendencia inevitable al alza de salarios, resultado del proceso inflacionista; finalmente, pudo infligir a los trabajadores una seria derrota.

En muchos casos, las huelgas económicas elevaron la combatividad obrera. En más de una, esta combatividad subió en dos o tres grados transitoriamente; terminada la lucha local, de interés circunscrito a los obreros de una industria, éstos volvían a la media normal del movimiento, descendiendo esta combatividad. La curva de la fiebre, que en períodos dados subía relativamente, bajaba al término del conflicto sin que la media general subiera relativamente.

Sin una aguda crisis social, económica y política, esta media sólo podía subir por la intervención conciente de los partidos obreros, y éstos estaban colaborando con la burguesía.

En las huelgas parciales la combatividad de los trabajadores crecía y sus elementos más concientes se mostraban dispuestos a aceptar ideas más radicales. Este entusiasmo decaía tan pronto la lucha local se liquidaba; perdiendo de vista la situación general, la comprensión de las masas, sus verdaderas posibilidades, separándose de hecho de ellas, el esfuerzo del Partido se desplaza desesperadamente al apoyo, no tanto de estas huelgas sino de su transitoria combatividad con la esperanza que ellas efectuaran una especie de entonamiento súbito de la lucha de clases.

Confundíamos una política necesaria con una política posible. Intentábamos aquí, por este medio, provocar un ascenso a un nuevo estadio de la lucha, exacerbando al máximo esta combatividad episódica destinada a un retorno, punto menos que inevitable dada la evolución general; el predominio que el reformismo tiene en la propia conciencia de las masas, se levanta como un escollo objetivo.

En estas condiciones, por los fines de la clase en su conjunto, empeñados a pesar de nuestra extrema debilidad en un vuelco total de la situación o de los sindicatos, dejábamos de mano el crear fracciones, ganar elementos concientes, militantes, que vinieran por comprensión y adhesión a nuestro programa.

Producido el estado normal, los elementos ganados al calor de esta efervescencia, exagerada por nosotros mismos, reconocían muy pronto su incomprensión del Partido, de su programa, veían la debilidad del mismo, la desproporción entre loa acción de un momento –que gastaba el Partido- y sus posibilidades de acción posterior. Su espíritu crítico negativo se acentuaba particularmente en los casos de derrota del movimiento general, lo que, por otra parte, fue la norma. En fin, no supimos comprender que la defensa de los fines de la clase, en esta etapa, comenzaba por nuestros propios fines; por nuestro sólido, aunque a veces lento, crecimiento en forma orgánica. No sólo no crecíamos, sino que educábamos mal a nuestros propios militantes.

LA REPERCUSION DEL ERROR EN EL SENO DEL PARTIDO

La mayoría de nuestros mejores elementos sindicales acusan una tendencia a actuar en el seno de los sindicatos, no de acuerdo a la política del Partido, sino supeditando ésta a los intereses estrechos de los sindicatos. Esta actitud los convierte en algunas oportunidades en dirigentes sindicales, sin que esto signifique ningún fortalecimiento partidario ni la extensión del campo de influencia de las ideas revolucionarias.

El desenvolvimiento que ha tenido la lucha de clases en al país puede explicar en parte este fenómeno en abnegados y muchas veces capaces militantes, la insistencia y fuerza de este fenómeno que llega a constituir una tendencia inconciente. Las causas generales, que por cierto actúan,  deberían ser amortiguadas por la conciencia del Partido; sin embargo, no ocurre así.

La explicación debe ser buscada en la errónea orientación del Partido que hemos señalado. Esta tendencia es la forma inconciente, instintiva, dictada por la propia realidad, por intermedio de la cual los camaradas se oponen a esta orientación falsa. Estos camaradas están en contacto directo con los sindicatos y conocen ele estado de espíritu de los obreros y, por lo mismo, Empíricamente corrigen a su modo, revisan una falsa orientación. En cierto sentido, este sindicalismo es mucho más correcto que la línea general. De hecho, ellos desvirtúan la orientación que les dicta el Partido y la reacomodan a su conocimiento de loa realidad.

Esta resistencia y crítica sorda de nuestros militantes debe ser oída y elevada al plano de la comprensión política, para la educación del Partido y para la correcta actuación dentro de los sindicatos, que termine definitivamente con esta disociación permanente entre el enunciado de una política y su realización por los militantes sindicales que, hasta el presente, han marchado separadamente y sin comprender sus causas.

La conducta partidaria nos está demostrando que no es posible sustituir las etapas reales en la evolución de las masas. Por nuestros deseos. En este camino el Partido seguirá como al presente, rompiéndose la cabeza y separando cada vez más la dirección y la base del Partido.

Es urgente someter nuestra propia experiencia a la prueba de ácido de la crítica marxista. Las masas no tienen otra posibilidad de aprender que su propia experiencia de su lucha cotidiana, de su existencia misma de clase explotada. Nuestros militantes son sensibles a esta realidad. El Partido tiene la obligación de ayudarlos en su búsqueda de una más correcta política e impedir, por su propia conducta, la desviación de estos camaradas, que no sólo se alejan en la práctica del programa del Partido, sino que impiden al propio Partido hacerse carne y conciencia entre los trabajadores más avanzados.


Abril de 1950

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