jueves, 8 de diciembre de 2011

CHILE: ENTRE DOS ETAPAS DE LA REVOLUCION CONTINENTAL



 DICIEMBRE 1972

ARSENAL

PUBLICACION DE LA COMISION DE EDUCACION POLITICA
Número 5
Chile: ENTRE DOS ETAPAS DE LA REVOLUCION COTINENTAL
Resolución Política del I Congreso del
PARTIDO SOCIALISTA REVOLUCIONARIO
Sección Chilena de la IV Internacional.

1. CHILE ENTRE DOS ETAPAS DE LA REVOLUCION CONTINENTAL

Al cumplirse dos años del triunfo de la Unidad Popular, el proceso revolucionario chileno atraviesa por una fase extremadamente crítica que compromete decisivamente su expansión y su triunfo. Sin una clara y drástica reorientación de la dirección obrera, con la finalidad manifiesta de conquistar el Poder Obrero y Campesino, su futuro se encuentra seriamente comprometido .los peligros que se ciernen sobre la revolución chilena –avanzada de la revolución latino-americana- de no ser conjurados, comprometerían tanto su expansión interna como su papel de detonante de todo el proceso revolucionario del continente. Si en nuestra época un proceso revolucionario en cualquier latitud, influencia internacionalmente, esa repercusión es decisiva en A.L., fragmentada por  el Imperialismo, impedida de alcanzar su estructura unitaria inscrita en su origen histórico y geográfico.
América Latina ha sido y sigue sendo escenario de colosales convulsiones político sociales, en las cuales su masa constitutivas luchan tanto por su liberación como por su unificación. En su combate contra el Imperialismo y sus propias burguesías domésticas, los pueblos trabajan por la forma más alta de integrarse al mundo contemporáneo. Los problemas de su atraso sólo podrán ser resueltos por la integración continental, independiente de las formas transitorias en que esa unidad se plasme. Sus luchas son jalones de un proceso unitario que debemos ayudar consciente y deliberadamente. La permanente intrusión del imperialismo y la miopía de las clases dirigentes nativas han permitido sus desarrollos autónomos, pretendidamente autosuficientes, con su estrecho nacionalismo, que, en definitiva, no han logrado enemistar a sus capas explotadas y que por encima de artificiales fronteras se hermanan en sus luchas.
La conducta de las burguesías L.A. ha logrado torcer “la legalidad” continental de los procesos revolucionarios de las masas, perturbando e interrumpiendo la natural sincronización de sus luchas y su necesario encadenamiento. Es efectivo que la simultaneidad de las luchas revolucionarias es real considerando épocas y no etapas político-sociales concretas. Esta realidad favorece al Imperialismo quien, junto a las burguesías criollas trabaja por acentuarla. Si bien Cuba ha demostrado que la elevación de la lucha de las masas en un sector puede crisparse hasta el éxito total es bien evidente que, aparte su excepcionalidad, no es esta la situación más ventajosa. Uno de los elementos más importantes para el éxito de la revolución, en cualquiera de estos países, es la existencia en los otros de vigorosas rebeliones que contribuyan a neutralizar globalmente al Imperialismo y al enemigo de clase.
Si no es prudente contar con la simultaneidad de la revolución en los diversos territorios de América Latina y mucho menos decretarla, es evidente que constituye un deber trabajar en ese sentido. La clarividencia y audacia del comandante Ché Guevara se encuentra en esa perspectiva. El estudio de los movimientos revolucionarios de las últimas décadas no entrega una coincidencia, pero sí es notoria su aproximación relativa y su progresiva interacción y no es posible dudar que su acercamiento en el tiempo político garantiza su triunfo. Alzada ayer, aplastado hoy, la revolución L.A. supera sus desfallecimientos momentáneos y emerge más sólida, más profunda. Sus ciclos recesivos se acortan y el actual período de reflujo se acerca a su término. La revolución chilena se encuentra en el cruce de dos etapas evolutivas. ¿Se inscribirá en el nuevo curso ascendente de la revolución continental, ampliando su esfera, piloteando con sus ejemplo los pueblos en revuelta? Contribuir al triunfo de la revolución chilena es trabajar dos veces por la revolución L.A.

2. GENESIS DE LA REVOLUCION

Chile es un país atrasado, fragmento de un continente atacado del mismo raquitismo. En su naturaleza todo subdesarrollo es relativo, adquiriendo su sentido cualitativo en comparación a las grandes potencias industriales. En este aspecto es común denominador de los países que configuran América Latina. Ahora bien, un estudio comparativo ubica a Chile en un plano contradictorio. Su atraso se desdobla. Por el desarrollo de sus fuerzas productivas y su productividad per cápita; por su participación en el mercado internacional y la forma de esta participación, muy pocos elementos lo diferencian de sus congéneres. Analizado en su realidad interior: desenvolvimiento y actuación de sus clases constitutivas y sus recíprocas relaciones en el marco jurídico, social y político; en la compleja envoltura de su sociabilidad, se nos presenta, paradojalmente, sensiblemente evolucionado. Su estructura democrática de antigua data es fehaciente comprobación de esa realidad.
El atraso del país se enraíza en las peculiaridades de la lucha por la Independencia Nacional. En esa empresa las modestas clases dirigentes latino-americanas no lograron superar su fragmentación provincial: presionadas por factores adversos se orientaron a la formación de Estados Nacionales autónomos, separados, ficticiamente mantenidos, conservando entre sí una solidaridad esquiva y a menudo conflictiva. En la época de la formación de los modernos Estados Nacionales no tuvieron fuerza para unificarse, plasmando los elementos fundamentales de su atraso. La actuación del Imperialismo acentuó esta debilidad y trabajó tesoneramente por su balcanización para lograr con mayor facilidad su dependencia económica y política.
Oscilando entre potencialidades antagónicas, las clases poseedoras nativas han gozado de una relativa libertad, en parte fuente de su poder y su riqueza, las que han conservado en detrimento de los intereses de las grandes masas. Para conservar  “su” libertad en la dependencia petrificaron los mini-estados nacionales como una finalidad en sí mismos, detuvieron el desarrolla capitalista, perpetuando los factores estructurales del atraso.
Las contradicciones entre las clases y sus pugnas internas, inscritas en un marco estrecho, se desenvolvieron en el enrarecido clima del compromiso, esgrimiendo modestos programas de desarrollo, frenando el enérgico enfrentamiento de las formaciones sociales originarias con aquellas otras surgidas de los nuevos modos de producción y, al mezclar el pasado con el presente, amortiguaron su conflicto.
A comienzos del siglo la estructura del país era esencialmente agrícola, sustentada en el monopolio de la tierra en manos de una exigua capa oligárquica. Si la explotación del salitre constituyó, durante varias décadas, el producto exportable del país y que onerosamente regó l sociedad de clase, esta riqueza se diluyó en los gastos generales de la oligarquía, en el perfeccionamiento de su máquina estatal, en el lustre de su poderío señorial. Impidió así la capitalización capaz de provocar el despegue desarrollista. Esa conducta contravino la potencialidad económica del país que siendo minero en su base era proyectivamente industrial y que, en algunos instantes, se elevaron a la comprensión de su papel, no lograron plena fuerza y expansión. Sin renunciar a sus objetivos, pero incapaces de avanzar con autonomía, se ensamblaron a las viejas capas sociales, arrastrándose silenciosamente. Cogido por esas contradicciones, prisionero de su atraso, el carácter dependiente del país se acentuó peligrosamente.
La riqueza salitrera, asediada por los avives de un esquivo mercado internacional y por la competencia del producto sintético, cierra su ciclo provocando una crisis estructural de honda resonancia. Reflejamente excita una latencia nacionalista que en su base tiene profundas raíces económicas. Por el carácter embrollado de las formaciones precedentes no se genera nítidamente una burguesía nacionalista impulsiva y revolucionaria y los nuevos desplazamientos sociales tendrán un sentido aún más contradictorio.
Los nuevos sectores son constreñidos tanto por el poderío de la oligarquía como por los intereses difusos pero profundos, de las capas populares. Su orientación se profundiza en uno u otro sentido, según la coyuntura nacional e internacional. Sus compromisos con el pueblo empiezan a formalizarse de 1920 adelante, con la clara intención de mantener su control jerárquico. Durante toda una etapa la intromisión de las masas en la contienda política refleja esta situación que, a su vez, corresponde a la lucha de los sectores burgueses surgentes con los del pasado rural. Una burguesía débil, sin claro programa de sus fines, capitanea por más de una década a las capas populares que aún no pueden independizarse como clase y cuya estructura social solo prefigura al proletariado nacional.
La gran crisis de 1929 golpea duramente la economía nacional desatando todos los nudos internos, condicionando una crisis política que lanza a todas las clases al combate y reaviva los problemas del atraso y la dependencia. La caída vertical de la economía salitrera, como su cortejo de desocupación y miseria, devela la fragilidad de una economía basada en la monoproducción. La debilidad de las capas poseedoras queda el desnudo y esta realidad impulsa posprimeros esfuerzos del despegue industrial. A su vez los trabajadores dan curso a una ofensiva social y política que los independiza de la directa tutela de la burguesía y que acelera la formación de sus partidos y organizamos independientes de clase.
En un clima de reacomodos políticos, de constantes conflictos que se desatan en un marco económico impotente de curar sus heridas sin modificaciones de toda la estructura, un sector industrialista se vigoriza y se ve forzado a una separación más nítida de la oligarquía terrateniente. En estas circunstancias debe buscar una alianza con el proletariado en plena ebullición política y social. De 1931 a 1937 el proletariado construye sus partidos sindicatos, sus herramientas de clase y da cima a su unidad sindical. Esta realidad determina una transformación en las relaciones entre las clases e inaugura nuevas formas de colaboración, que encontrarían en el Frente Popular de esos años sus formas más acabadas.
El triunfo del Frente Popular en 1938 fue el acicate para el proceso de industrialización del país. Este desarrollo involucraba significados diversos para los sectores comprometidos. Para el proletariado, al modernizarse el proceso de explotación, se creaba al mismo tiempo en un plano superior las bases materiales de su liberación social y política. se interesa condicionadamente en ese desarrollo; defiende sus condiciones de clase y su propio desarrollo interior y, si por necesidad interna debe vivir una nueva experiencia de colaboración de clases y sufrir el papel dirigente de la burguesía, mantiene su actitud vigilante, desarrollando los controles organizativos y políticos de la clase que cercan permanentemente a la burguesía nacional.
No es posible simplificar el proceso político que vive el país, empobreciendo su rica gama de factores que, en dinámico fresco, nos entrega el pasado y el presente del conflicto entre las clases, entremezclando, separando y confundiendo intencionalidades, programas y perspectivas.
El proceso estructural gestado en décadas de desarrollo actúa vigilante en la coyuntura política presente, corrigiendo ciegamente los extravíos sucesivos de las clases, los errores de los partidos, el falso rumbo de las direcciones reformistas, pretendiendo reorientarlos en la correcta solución de los auténticos problemas planteados a las fuerzas motrices de la revolución.
Las dificultades de la revolución chilena no pueden reclamar una peculiaridad absoluta, desprendida del marco de la revolución latino-americana, de sus países componentes y de sus más pronunciadas características. Sin olvidos, debe apreciarse concretamente la evolución diferencial del país y que ilumina el conflicto entre las clases sociales, condicionan peculiares tradiciones, modos de conducta política que influencian seriamente sus conflictos coyunturales.
En Chile, el proceso de la revolución democrático burguesa se ha consubstancializado con el desarrollo de la sociedad nacional. En su más amplio sentido la revolución chilena ha comenzado hace más de cincuenta años y en su tortuoso curso, siempre ascendente, ha construido a escala una moderna sociedad burguesa. diremos por anticipado, que ella no ha salido de la retorta de la historia, clásica, pura y limpia. Lo que importa es que el nivel de subdesarrollo exhibe, en lo fundamental, los logro de una sociedad democrático burguesa. en su precariedad, esta democratización burguesa, descontenta consigo misma, es la reivindicación genérica del proletariado nacional, madurada aún antes del ascenso al poder de la Unidad Popular.
Constreñida por la tenencia de la tierra agrícola en manos de una rapaz oligarquía y por la desnacionalización de la granes minas controladas por el capital norteamericano, la burguesía nacional impulsó la industrialización del país, sin quebrar su dependencia de ambos factores. Esta industrialización, de mínima importancia en el mercado internacional, gravita con fuerza en la estructura social y económica interna. A su amparo, un proletariado numero y en constante crecimiento ha remodelado el carácter de las fuerzas motrices de la revolución , transformando la correlación de fuerzas entre las distintas clases.
La burguesía nacional, históricamente débil, se ha prohijado en la máquina estatal, usufructuando por su intermedio de las riquezas nacionales y, por esta razón, obligada a impulsar un crecimiento anormal del aparato del estado que, a su vez, la condena de una inevitable funcionarización de clase, y a depender tiránicamente de su propia criatura. Intercalada, una clase media parasitaria, exigente, restada al proceso productivo, prolifera dañinamente. La industrialización, producida por una burguesía sin potencia económica real entrega magros resultados; pequeñas industrias casi artesanales y de consumo limitado, con bajos rendimientos y de un notorio atraso técnico.
La debilidad de estos sectores industrialistas los condujo a orillar e enfrentamiento con las viejas formaciones sentadas en el latifundio optando, constantemente, por conservar la coexistencia política y social. Insuficiente este compromiso histórico para asegurar el desarrollo, presionada a diario por un movimiento popular impaciente, los sectores políticos más interesados en el desarrollo se vieron obligados, por razones de estructura y coyuntura,  contraer compromisos con el pujante movimiento obrero y comprometerlo en la etapa industrialista. Por su parte, los trabajadores avizoraban en la industrialización del país el surgimiento de las condiciones materiales que le permitirían su genuino desenvolvimiento de clase proletaria y la mejor defensa de sus propias reivindicaciones. Ampliándose constantemente, organizándose sindical y políticamente, han terminado por aprisionara la burguesía. Comprometidos en la industrialización, han defendido sus intereses de clase, determinándole fortalecimiento de una democracia ambigua, que sitien funciona como democracia burguesa, ha generado en su interior sólidas organizaciones de democracia obrera. En su línea evolutiva, la revolución demo burguesa reconoce un proceso ininterrumpido que, al consumirla, terminará por plantear desde 1964 adelante la solución de los dos grandes problemas demo burgueses aún pendientes: la nacionalización de la gran minería y la reforma agraria.
En cinco décadas el progreso ha sido constante, modificado el sentido histórico del atraso del país, generando la gran cúpula de la democracia burguesa y bajo cuyos arcos han surgido los sindicatos y e han fortalecido los partidos reformistas. El país no ha vivido agudas crisis económicas ni convulsiones sociales de magnitud mayor. Si el movimiento obrero ha conocido deflaciones, algunas de ellas peligrosas, no ha conocido en lo fundamental derrotas significativas. En lucha constante, diferenciándose de su antagonista histórico, ha distinguido entre sus inevitables colaboraciones de clase y la línea de independencia de clase que lo proyecta a su definitiva liberación.
La complejidad del desarrollo no ha sido obstáculo para delimitar característicamente las clases sociales y que, en su oposición, se orientan a expresar a cabalidad sus intereses específicos en el marco social alcanzado. En momentos diversos su antagonismo histórico ha permanecido oculto por temporales conciliaciones, reapareciendo pronto, desnudando sus profundas contradicciones. Por la lentitud de su formación, los secares explotados no han tenido siempre ni la posibilidad  de expresar su plena independencia, con todas sus consecuencias revolucionarias. Quiérase o no, entre la burguesía industrialista y el emergente proletariado, se han establecido coincidencias históricas que han hecho posible su colaboración temporal, postergando su enemistad inevitable hasta el instante de maduración social y política del proletariado nacional. En su más profundo sentido, los explotados de la ciudad y el campo no han conocido hasta la época del 70 esas crispaciones revolucionarias que, al comprometerlos íntegramente, amenacen con hacer saltar la estructura de la sociedad burguesa.
Es importante analizar la conducta viva de las clases sociales en su lucha emancipadora, apreciar sus hábitos y sus cambios que, a su vez, reflejan las transformaciones de estructura en que esa lucha se produce. Al término de la expansión burguesa del país, el proletariado abandona conductas que parecían su ser natural y da comienzo a grandes jornadas revolucionarias que preludian la conquista del poder.

3.- EL PROBLEMA DEL PODER

El triunfo de la UP determina una profunda inestabilidad política, fuerza contradictores desplazamientos, provocando modificaciones constantes en la relación de fuerzas entre las clases, no siempre visibles en el momento mismo que se producen. Esta inestabilidad se explica, no sólo por la magnitud del proceso social, que compromete a todas las clases con sus específicas contradicciones, sino por el hecho que el problema del Poder está aún pendiente de solución. La marcha irregular de la revolución oscurece ante las masas este problema fundamental.
El capitalismo no ha sido destruido y la burguesía nacional conserva los controles principales de la sociedad. La revolución es una tarea a realizarse. Esta verdad primordial no anula el hecho que el poder burgués está bloqueado, disminuido y cercado por las fuerzas revolucionarias. Sobre la base de esta comprensión debemos trabajar y contribuir al progresote la lucha revolucionaria. Uno de los aspectos más importotes en la fase presente es establecer con claridad en qué manos se encuentra el poder del Estado. Esto no es simplemente un problema jurídico, se liga a la dinámica de la lucha de clases y su justa comprensión es la única que puede ayudar al progreso revolucionario.
Sobre la base de una profunda ofensiva política de las fuerzas obreras y campesinas, que creaba una favorable correlación de fuerzas, fue posible el triunfote la UP. Esta victoria fue limitada en el marco demo-burgués en contradicción a las profundas aspiraciones del pueblo, por el carácter reformista y capitulante de la dirección obrera. Esto ha significado la conquista del Poder Ejecutivo por los partidos de la UP restando e manos de la burguesía el Legislativo y Judicial. Es evidente que la máquina burguesa del Estado no ha sido destruida, pero, no lo es menos, que esta máquina está fracturada y esta irregular situación no puede mantenerse indefinidamente. El hecho que este poder se lograra previa la concertación de un pacto con las fuerzas burguesas no altera la realidad fundamental, sino le da un carecer maligno y peligroso. El pacto de garantías no llevó a la DC a compartir este poder. Político pero ha dejado a este partidos burgués en una ventajosa situación.
Básicamente el régimen ha quedado intacto. El sentido progresivo de las diversas medidas tomadas por el Gobierno de la UP se inscriben en a extensión y término de un programa demo-burgués y no autorizan por si mismas para suponer la destrucción del sistema queda en pie sin embargo, la circunstancia bien evidente que los sectores más representativamente burgueses no ejercen el poder político. En una situación como esta ¿qué representa el Gobierno de Allende? ¿podemos homologarlo como la expresión de un simple ministerio reformista en un gobierno burgués? ¿es él un gobierno de colaboración de clase y en el cual la burguesía utiliza a los reformistas para la consecución de sus propios fines?
El proceso chileno pasa por la intrincada fase de transición que, , aún dentro de sus modificaciones n ha cerrado su ciclo. En nuestra resolución política de septiembre de 1970, analizando el significado del triunfo de Salvador Allende, sosteníamos que esa victoria nos introducía en el terreno de una “sui generis” dualidad de poderes que para avanzar debería materializarse organizativamente desde la base, por el fortalecimiento y maduración de los Comités de Unidad Popular (CUP), que sirvieron de pilares a la campaña electoral. Mas tarde en noviembre del mismo año afirmábamos: “la sui generis dualidad de poder ha adquirido un carácter aún más embrollado. Al conquistar, Allende, legalmente el poder, ha cristalizado y empañado la dualidad de poder. Su existencia se desenvuelve en una contradicción flagrante: mantención de la estructura burguesa del Estado y la Sociedad: extrañamiento político de la burguesía que se unifica en la oposición. Por otra parte, la prolongación básica (comités de defensa de la UP), ha sido decapitada y de facto no existe”.
Efectivamente, ¿existió esa dualidad de poder? ¿ha desaparecido? El problema de la dualidad de poder se entronca vivamente a todo complejo de la lucha de clases y su existencia no puede detectarse con referencia exclusiva a su materialización orgánica, comités básicos u otras formas análogas de ese mismo poder. Su existencia no es indiferente, nos indica los progresos de las clases en ascenso en la ruta de su dominio. En general, la dualidad vive escondida en la lucha de clases, emerge, se desarrolla o desaparece según la correlación de fuerzas. En las mas simples de las huelgas se insinúa y en los períodos de agudización de la lucha, se alza reconocible con tangibles estructuras. Esa dualidad se esfuma cuando la sociedad se estabiliza por largos períodos que corresponden, a su vez, a la estabilización de la clase triunfante.
Desde noviembre de 1970 los partidos burgueses han perdido el poder político y esta realidad no puede ser enturbiada ni por la presencia de mini sectores burgueses en el gobierno ni, siquiera, por el hecho que este ascenso al poder de la UP fuera posibilitado por un compromiso con la democracia cristiana. Descalificar el actual gobierno como expresión de transición al socialismo es correcto, pero esto no significa desconocer su carácter anómalo, de cuerpo extraño en la estructura Estatal, que desnaturaliza el orden burgués. Esta anormalidad no es de orden sicológico, atingente a Salvador Allende o a los representantes de los partidos reformistas o, simplemente, mera debilidad de los partidos burgueses. Simplemente este gobierno se asienta en la dualidad de poderes basamentada, a su vez, en un ascenso político social que aúna a obreros y campesinos en sus embates contra el conjunto del régimen. La burguesía lo comprende suficientemente y su propia estrategia resultaría incomprensible si se prescindiera de esta realidad. La más correcta sociología es siempre, al fin de cuentas, la que utilizan las clases en su lucha por la supervivencia. Los compromisos, avances y retrocesos que unos y otros desarrollan al presente son las fases tácticas dictadas por la irresolución del problema del poder.
Si consideramos el problema desde el ángulo exclusivo de la existencia de los organismos básicos del doble poder, la realidad nos entrega contradictorias respuestas. Efectivamente, los CUP fueron deliberadamente desmantelados desde noviembre de 1970 en adelante. Sin embargo, la limitada experiencia iniciada por las masas en este terreno se reanima en cada instante crítico y los organismos básicos, en cualquiera de sus formas, se estructuran. Las JAP (Juntas de abastecimientos y precios), políticamente neutras, concentran la inquietud de control democrático que las masas ansían y, deformadamente, sustituyen el vacío del doble poder.

4.- EVOLUCION DEL DOBLE PODER

El Gobierno de Allende no ha destruido al capitalismo y en última instancia sigue siendo un gobierno capitalista pero, es evidente,  que no es una expresión simple de tal capitalismo. Sucede un gobierno demo-burgués que se vio obligado a avanzar y al reemplazarlo ha llevado a su extremo límite las reivindicaciones demo-burguesas. A su vez, este reemplazo no es simplemente una continuidad burguesa. Los partidos burgueses, hasta ayer realizadores voluntarios o no de la reforma burguesa, han sido desplazados del poder político directo, perdiendo una de las herramientas fundamentales que caracteriza al Estado de clase; el poder Ejecutivo, poder político por excelencia. Esta realidad es producto de un largo proceso de estructuración, organización y maduración del movimiento de las clases obreras y campesinas que ha ido minando el poder social y político de la burguesía nacional y que, en un momento  dado (4 de septiembre), permaneciendo dentro del juego admitido por la burguesía y la sociedad democrática, sin recurrir a la guerra civil o a la insurrección, la derrotó en un proceso electoral. En ese instante cristalizó una dualidad de poder en la sociedad chilena planteando dramáticas interrogantes ¿cuánto tiempo duraría esta situación? ¿quién asumiría la plenitud del poder? La burguesía derrotada en un proceso electoral ¿aceptaría continuar su propia legalidad? De no hacerlo ¿cuál sería la actitud del proletariado? ¿cuál la de sus partidos?
La dualidad de poder abierta se produce cuando las clases se expresan en forma dinámica. El triunfo electoral obró contradictoriamente sobre las clases. Elevó la conciencia y espíritu combativo proletario. Los Comités de Unidad Popular, que fueron las herramientas de la campaña electoral, se aceraron y tendieron a transformarse en los organismos vivos y básicos de la dualidad de poder dándole, a la misma, una realidad superior. En ese instante, el movimiento propio de la clase se fundía al proceso electoral de una manera más efectiva; las divisiones políticas desaparecían, abriéndose paso un formidable movimiento que amenazaba arrasar con las características evolutivas y democratizantes de la víspera.
En el campo burgués la situación fue diferente. Desde un punto de vista partidista, la burguesía se había presentado dividida. Socialmente no era esta la estricta realidad (la burguesía votó de facto por Alessandri). En el fondo, si ella tenía aprehensiones, sus cálculos le vaticinaban un triunfo en el terreno electoral. Al producirse el resultado del 4 de septiembre, su primer movimiento fue de pánico y un pánico paralizante. No estaba preparada para dar una contrarrespuesta. En verdad se dividió y su mayoritario sector  partidista optó por la transacción, vale decir, estabilizó y mutilo la dualidad de poder postergando a futuro su destino. Por su parte las directivas de la UP decapitan los organismos básicos del doble poder entregando así su garantía.
Lo que llamamos una situación “sui generis” de la revolución chilena es, precisamente, la duración anormal de una situación de doble poder que, si bien oscila en uno u otro sentido, no ha desaparecido. En general esto significa que ninguna de las dos clases ha estado en condiciones de resolverla a su favor. Esta incapacidad tiene motivaciones diferentes en uno y otro campo. La dirección reformista, con una sólida base de sustentación, renunció a conquistar el poder pleno en una situación altamente favorable. Por su parte, la burguesía no estaba en condiciones materiales reales para emprender el contra-ataque. Buscó ganar tiempo, retrocedió políticamente e hizo concesiones en el plano de la superestructura segura, por otro lado de conservar sólidas posiciones. En la primera fase se trataba de la conservación estática de esas posiciones y, más adelante como se ha visto, de su intromisión en competencia limitando la esfera del ejecutivo –palanca UP del doble poder- jerarquizando al legislativo, al Judicial y las instancias administrativas que se han endurecido al rigor del endurecimiento político de la burguesía. Con esta conducta provocan un desplazamiento del poder sin que, hasta el presente, este desplazamiento tenga un carácter cualitativo.
En la cima del doble poder se encuentran los sectores políticos que componen la UP. Caben preliminarmente dos consideraciones: 

1.     El aparato burgués del Estado no ha sido destruido, ergo, la sociedad sigue siendo bur-guesa. más que en transición esta estructura burguesa del Estado se encuentra en estado de indefinición, por lo mismo, de inestabilidad.

2.    El poder político en la cima, por la composición de los partidos, expresa formas de colaboración de clases que, por muy residuales que sean, son formas de colaboración aún cuando dominen los partidos que cuentan con la confianza de las masas obreras.

El doble poder se encuentra en una situación peligrosa. La burguesía se recompone políticamente y pone en movimiento sus formas de poder. La UP se ha fortalecido por la ampliación del área de capitalismo de Estado con las estatizaciones, requisiciones, nacionalizaciones, etc. Aún más y esto tiene importancia, sin proponérselo deliberadamente, se ha prolongado básicamente, fortaleciéndose en primera instancia. Efectivamente, al incorporar al área estatal industrias de importancia, con gran número de obreros, debilitando económica y estructuralmente a la burguesía, debe dar participación a los trabajadores a través de los sindicatos existentes o comités de industrias que surgen al calor de los obreros crece, dificultando la reconquista burguesa.
Al triunfar la UP, la democracia burguesa se ha pigmentado aún más de democracia obrera. Por lo menos, hablando de la estructura social y económica. No así en la estructura jurídica general que no obedece a las modificaciones cuantitativas de la relación de fuerzas. Desde este ángulo y sólo de este, la correlación de fuerzas ha variado a favor del proletariado desde septiembre de 1970 a la fecha, septiembre de 1972.
Esta modificación, y el peligro de su acentuación con la incorporación de las 91 empresas, galvanizó a la burguesía, la unificó y la lanzó al contra-ataque que, día a día, ha ido acentuando. En esta ofensiva resulta caro que la burguesía en su conjunto no ha resuelto aún su definitiva conducta.
Una correcta caracterización del gobierno de Allende es primordial para desentrañar el período que vivimos y, a su base, fijar una política estratégica que ayude al progreso de la lucha revolucionaria. Esta caracterización debe ser concreta, encajada en el dramatismo de la dualidad de poder. Su definición sólo podremos conseguirla si aunamos la justa comprensión de las modificaciones estructurales que conoce la sociedad chilena y los momentos estructurales que genera la dualidad de poder. La UP ha puesto término a la etapa de revolución nacional popular y ésta es irreversible. Esta situación cierra toda perspectiva burguesa de reconquista del poder sobre la base de cualquier forma de reformismo y, en última instancia, la eventualidad de la reconquista, independientemente de las formas en que ella se verifique le plantea, inexorablemente la aplicación de una política reaccionaria y represiva.
La burguesía nacional vive una situación de profundo desajuste interno determinado, precisamente, por el término de la etapa nacional popular. El sector de la antigua oligarquía terrateniente ha perdido su basamento genérico que sólo puede ser reconquistado por una vuelta atrás de magnitud considerable, vale decir, la recomposición del latifundio. Esta muy improbable posibilidad sólo puede conseguirse sobre la base de un verdadero genocidio campesino, que se sume a una represión antiobrera que suprima toda forma de expresión democrática. Aún en este plano, ella debería vencer incluso la resistencia de los sectores burgueses industrialistas que, en esta etapa, son, evidentemente los más fuertes o los menos dañados por la fase concluida. Ahora bien, el sector terrateniente, drenado en su base material y destinado a futuro a desaparecer, está muy lejos social y políticamente de hacerlo, incluso, está dramáticamente compulsado a emprender un combate irremediablemente. Este sector se transforma en la vanguardia de la contrarrevolución. Pero esta vanguardia contrarrevolucionaria no arrastra todavía, en esta etapa, al conjunto de la burguesía.
La gran mayoría de la burguesía se aglutina detrás de la DC que representa los sectores industriales y mantiene el apoyo de importantes estratos de la pequeña-burguesía y de las capas medias del campesinado. Este partido ha podido hasta el presente, mantener su unidad y contrabalancear las pugnas internas de sus contrapuestos sectores. Estas pugnas se reducen tanto por diferenciaciones materiales como ideológicas, vale decir por la apreciación de la coyuntura, que no siempre coincide. Todos estos sectores están concordes con desplazar a la UP del Gobierno y, en cualquier caso, cerrar enérgicamente el camino a toda nueva modificación de la estructura social, a cualquier avance más allá de la etapa nacional popular. Difieren en los métodos y oscilan entre sumarse al enfrentamiento abierto o el uso de los mecanismos de la democracia burguesa que siguen vigentes y sobre cuya base es posible una recuperación del poder a bajo costo. En el fondo, ninguno de sus sectores concilia, pero es evidente que el sector industrialista cree que le es posible utilizar a su favor las estatizaciones realizadas e, incluso devolver algunas de estas industrias a sus antiguos propietarios, sin los riesgos que involucra la recomposición del monopolio de la tierra.
La DC no se manifiesta enemiga irreductible de los avances logrados, pero es evidente que rechaza otros nuevos ya que, simplemente no atisba en ellos progresos económicos y sociales válidos en si mismos, sino la materialización de los objetivos socialistas y la transformación del doble poder en Gobierno Obrero y Campesino.
Es esta realidad estructural y coyuntural la que configura el carácter del gobierno de la UP como expresión mixta, compuesta, que parecería representar en su efimeridad el gobierno democrático de obreros y campesinos, que en un momento Lenin reyó posible en la Revolución Rusa, pero cuyo curso impetuoso redujo a u rudimento insignificante da la gran revolución. Comprendiendo claramente que esta es una forma transitoria y precaria, que no caracteriza una etapa es, en esta fase, una fórmula que no puede ser asimilada simplemente a un gobierno que prolonga el régimen burgués y, consecuentemente , que su suerte sea indiferente para los trabajadores. La lucha colosal que se avecina se verificará, en gran medida, en torno a la existencia de este gobierno.
La situación presente, apretada de contradicciones y conflicto que estallan a cada instante, es la manifestación más viva que la forma de dualidad de poder existente no puede subsistir y deberá, inevitablemente, resolverse en uno u oro sentido y ello en un tiempo político previsible. Ni las clases ni los partidos se acomodan a las relaciones presentes. La continuidad es posible aún por el hecho que las clases, sus diversos sectores constitutivos, caminan a su ubicación definitiva. Esto es válido en especial para la pequeña burguesía que oscila contradictoriamente. Es claro que esta evolución no terminada aún, no tiene un signo manifiesto resuelto de antemano: el camino a seguir está ligado al conjunto de la situación, a la conducta de los partidos, de sus direcciones, a los problemas de la situación económica y, además y no en última instancia, al encaje de la situación chilena en la situación internacional y latinoamericana.
En el curso  los años 1969 y 1970, presenciamos un movimiento de masas que se extendía y sacudía todas las instituciones sociales mostrando su inadecuación a los procesos alcanzados. Este movimiento, a pesar de su vigor, no era convulsivo y mostraba que los campos no estaban suficientemente delineados. El proletariado, luchando con relativa independencia, se cobija bajo la dirección de la UP; el campesinado se movilizaba en bloque en demanda de la tierra, sin adscribirse claramente a direcciones políticas: la pequeña burguesía urbana en sus diversos estratos, se movilizaba mostrando su descontento, pero vacilaba ante las direcciones políticas. Las unificaba el impreciso sentimiento de repudio a las formas sociales y políticas imperantes.
El triunfo del 4 de Septiembre logrado por la UP se produce en circunstancias de una evolución incompleta de las clases, independientemente que esta correlación le fuese favorable. De septiembre a abril de 1971 el panorama se modifica, cerrando todo un ciclo evolutivo visiblemente favorable a las fuerzas de la UP. Esta modificación obra sobre la conducta de los partidos burgueses introduciendo la confusión, la desmoralización y el pánico en sus cuadros, provocando movimientos antagónicos, pero cuya tendencia fundamental es hacia la derecha y a la concentración de fuerzas. Inversamente, el Gobierno acelera la aplicación del programa consiguiendo sus mayores logros. El movimiento campesino se eleva y presiona al propio gobierno para el aceleramiento de la Reforma Agraria y durante unos meses el eje de la acción se traslada, virtualmente a las zonas agrícolas que viven intensas horas de guerra civil. El movimiento urbano conoce una pausa determinada en lo fundamental por el proceso de las estatizaciones y, en cierto sentido, al presión proletaria se bifurca, ahondándose la ofensiva contra la burguesía en el plano empresarial y contemporizando con el gobierno, en quien ve su más legítima representación.

5.- REALIZACIONES DEL GOBIERNO

En el curso de dos años, 1970-1972, finaliza el proceso de revolución burguesa, sin dirección burguesa –en lo fundamental.  ¿Cuáles han sido estas medidas y qué significan realmente? Sumariamente: se ha efectuado la expropiación del Imperialismo, nacionalizando la gran minería del cobre y el Estado ha tomado el control de las riquezas naturales, hierro, salitre, acero, carbón y cemento, ampliando su área de control. Frente al problema de la tierra ha procedido aceleradamente a la expropiación del latifundio y, en quince meses, ha expropiado 1.400 predios con una extensión de 2,5 millones de hectáreas, lo que sumado a las expropiaciones del período DC han prácticamente, liquidado el latifundio.
En el plano de la industria privada ha tomado el control de más o menos 70 empresas monopólicas que incluyen las principales industrias textiles, eléctricas, bebidas, manufacturas de cobre, etc. Su programa de estatizar nuevas industrias de importancia (91 empresas), se ha visto paralizado por la oposición burguesa.
En lo fundamental el crédito ha pasado a manos del Estado por el control obtenido a través de la estatización de 16 bancos comerciales privados, nacionales y extranjeros que le entrega el control del 80% de las exportaciones y el 45% de las importaciones.
Ha provocado una política salarial y control de precios que permitió durante 1971 una redistribución del ingreso favorable a los sectores más modestos y que, a su vez, provocó una reactivación industrial. Los salarios fueron reajustados (como promedio dentro de la economía en 1971) alrededor de un54%, regulando las utilidades al impedir el alza de los precios. Esta política provocó un aumento del consumo popular, que a nivel familiar puede estimarse en 13,5% durante el año y favoreciendo a los sectores de menos ingresos. A su vez, la desocupación bajó en diciembre de 1971 (cálculo para Santiago) a un 3,8% de un 8,3% a igual fecha del año anterior.
De acuerdo a las cifras oficiales, la política social se ha traducido en un aumento importante de los servicios educacionales: las matrículas para la enseñanza básica aumentaron en un 5,1%: enseñanza media humanista-científica 21%; educación media técnico-profesional un 37% y la enseñanza superior en un 28%. Siempre de acuerdo a las cifras oficiales, la tasa de mortalidad infantil se ha reducido, gracias al mejoramiento de la alimentación infantil a la cual no es extraño el aumento considerable del consumo de le che y las campañas sanitarias.
El grave problema de la vivienda se ha intentado mejorarlo, tanto e las ciudades como en los campos. Si bien sus resultados aún son modestos, se han dado pasos iniciales para formalizar una empresa constructora estatal.
Al estatizar numerosas empresas, el Gobierno he debido enfrentar un problema nuevo y de extraordinaria importancia que es el de la participación de los trabajadores en dichas empresas. Ante l presión de las masas pro formas efectivas de control se les ha dado un remedo de participación burocratizado, que no logra anular la aspiración al control obrero y a formas de autogestión.
El primer año de Gobierno ha traído una ampliación del mercado interior y una expansión limitada de la producción. Según ODEPLAN, la industria manufacturera que representa cerca de 1/3  del PN, aumentó su producción en más del 12%, igual ocurriría en otros sectores, determinando un crecimiento del producto nacional entre un 8 y 9% en 1971 contra un 2,7% promedio en 1967-1970.
Las realizaciones logradas por la UP atendiendo a lo esencial: nacionalizaciones; reforma agraria; ampliación área industrial estatal; estatización del crédito debemos comprenderlas en el coronamiento de las reivindicaciones demo-burguesas y su inevitable encadenamiento con las realizaciones de carácter socialista a las cuales apuntan las masas cada día con mayor fuerza. No habiendo el proletariado conquistado el poder, debemos comprender que con estas realizaciones todo lo que el proceso podía tener de revolución nacional popular, agraria, anti-imperialista, ha conseguido su finalidad. Tal situación plantea, desde la estructura misma de la sociedad, un nuevo plano de desarrollo. En las condiciones actuales ¿es posible un desarrollo tal?
Con el triunfo de la UP el capitalismo chileno está trastocado. Ciertamente no ha desaparecido, sí se ha creado un dilema que exige una solución a corto plazo. El régimen burgués ha avanzado hasta sus últimas consecuencias, gracias al eclipse de la propia burguesía nacional. La dirección que asume este papel, no burguesa, no obrera, renuncia a la destrucción integral del régimen y a forjar las bases del sistema socialista. Es este el verdadero dilema. La desaparición política de la burguesía –por temporal que esta desaparición sea-  no significa la modificación de la estructura atrasada del país, sólo crea pre-requisitos político-sociales para esa modificación. Las conquistas conseguidas por la UP crean problemas de una trascendencia que no pueden ser soslayados y que sumen a la sociedad chilena en una conflictiva que impide toda estabilización en esta fase. Deberá avanzar o dramáticamente retroceder, condenando a la pérdida de todo lo conseguido y a una cruel derrota.
Las masas se movilizan por sus malas condiciones de vida y su bajo ingreso. Si es efectivo que esta situación está determinada por los privilegios de un reducido grupo social, en su raíz, es el resultado del bajo rendimiento del trabajo, explicable por el bajo desarrollo de las fuerzas productivas, su atraso técnico y su mínima capitalización. Los aumentos de salarios y la fijación de precios acordados por la UP, sin quebrar la armazón capitalista han creado una situación crítica. Al proceder a tímidas nacionalizaciones de algunas industrias, invertebradamente y sin un plan de conjunto, no es posible quebrar el círculo vicioso del atraso. Al revés, se crean tensiones contradictorias que anula las tentativas de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y recrean conflictos mayores. Incompletas medidas económicas sin abordar el objetivo fundamental de la conquista del poder por los trabajadores conspiran, efectivamente, contra el nivel de vida del pueblo y es un artificio. El verdadero problema es conquistar este poder para salir del atraso. Reinvertir y acumular es una necesidad para el desarrollo del país, en contradicción relativa con aumentos puramente políticos del ingreso. Comprometer solidariamente al conjunto de la población en una política de vasto alcance, cuyo objetivo sea superar el atraso; sólo se conseguirá si los trabajadores so, efectivamente, los dueños y administradores de la sociedad. Una economía de guerra es una fase inevitable en el proceso revolucionario de los países atrasados, pero imposible de aplicar ahí donde no se ha resuelto el problema calve de la revolución.

6.- LA SITUACION ACTUAL

De abril de 1971 a la fecha, se ha producido desplazamientos sociales de importancia que modifican tanto la correlación de fuerzas entre las clases como la actitud de los partidos, dinamizando explosivamente las relaciones del Gobierno UP con la oposición burguesa.
No es fácil separar los elementos contradictorios que condicionan estas modificaciones. Si es posible constatar una pérdida del apoyo que el Gobierno tenía en las capas pequeño-burguesas, esa disminución se ve compensada por la profundización de la ofensiva proletaria que a nuestra vista se desarrolla. Esta realidad, en su contradicción, pone de manifiesto que es viraje de la pequeño-burguesía no pude tener un sentido irreversible y que, en lo fundamental, expresa la desconfianza que engendra en ellas la incoherente y débil política de la UP.
En el último tiempo, el Gobierno ha detenido su empuje atemorizado por la contra-respuesta burguesa y, ara satisfacerla, se empeña en contener y limitar la ofensiva de las masas; contemporiza, gira a la brecha sin comprometer aún resueltamente su orientación global, consciente de la importancia del apoyo de las masas.
A su vez, la burguesía se recompone, afirma sus posicione y se yergue amenazante. No sólo se apoya con osadía en sus vigentes mecanismos de poder sino que, utilizando con agilidad y en su beneficio las debilidades del Gobierno, disputa con éxito la influencia que éste había conseguido en los sectores medios de la población. Limitadamente el proceso revolucionario conoce una fase de deterioro que no es posible confundir con la contra-reforma y, menos aún, con una derrota de las masas trabajadoras.
Alcanzada la nacionalización de la gran minería y próximo a la liquidación del latifundio, la lucha fundamental se centraliza entre el proletariado con sus aliados en oposición absoluta a la burguesía nacional.  El premio es la conquista pena del poder. En esta etapa, el imperialismo defiende sus intereses por medio de aquellos propios de la burguesía, con sus posiciones económicas aún intactas, a través de sus mecanismos de poder incólumes y con bases sociales en recomposición. Entre una histórica debilidad social y una debilidad política median diferencias de cualitativa importancia.
Esta lucha se desenvuelve en formas políticas que al modificarse han logrado una nueva concreción. Al calor de los triunfos de abril de 1971, el Gobierno, la UP y el presidente teorizaron alrededor de la vía chilena al socialismo y sus transformaciones en el cuero de la constitucionalidad; se planteaba sí el dilema entre socialismo y capitalismo. Los progresos en el terreno d la ampliación del área estatal, parecieron, por un instante, confirmar esa hipótesis. Su vigencia ha resultado bien efímera y la burguesía no ha necesitado teorizar sobre el problema para pulverizarlo en la realidad. Ha sido suficiente poner en movimiento sus recursos de poder-parlamentario, administrativo y judicial para contener las incursiones piratas en el área de la propiedad privada.
Debilitada la teoría y la práctica del socialismo constitucional, la UP sin comprender el fondo de las modificaciones que se producían entre las clases ha lanzado a la circulación una nueva antinomia en contradicción con la primera: el dilema se planteaba entre democracia y fascismo y, en esta fórmula, la UP representaba y garantizaba la democracia. Sin comprender las fisuras en el campo adversario, las tendencias dominantes de su desarrollo que profitan de las contradicciones y debilidades de la propia UP, ilusionada con la perspectiva de mantener sus bases de apoyo con prescindencia de sus intereses reales, practicando el terror ideológico más incoherente, desarmó en el hecho a sus propias bases en la ruta de la falsa perspectiva y una errónea apreciación del adversario.
La DC se ha reconstituido en el terreno aceptado por la UP y no ha enunciado definitivamente  a su fisonomía de reformismo burgués. Con decisión se ha lanzado a la disputa de las clases medias y consigue logros importantes. Que esta reorientación reformista sea un breve episodio en su evolución –ya que en última instancia no hay posibilidad alguna  ara ninguna forma de reformismo- no invalida sus éxitos concretos. Cuando las masas obreras se elevan en su combatividad, la emigración política de los sectores pequeño-burgueses, por transitoria que sea su conducta, debilita esta misma ofensiva. La política de la DC contiene los gérmenes de fascistización de algunos sectores, que amenazaban hacerla prisionera del Partido Nacional y potencialmente, de Patria y Libertad. Comprendiendo con claridad las limitaciones de la UP se transforma en la oposición popular, aglutinando a los sectores medios comprometidos en el proceso de cambios, e introduce un elemento de confusión en los sectores marginales del movimiento obrero. Así, la DC deteriora la base de la UP y contando sus ganancias chantajea al Gobierno y exige nuevas redobladas y concesiones. Con esta operación se ha separado temporalmente del PN, ha debilitado la polarización clasista y desnudado la debilidad de los propios fascistas. En cierto sentido posterga la inminencia del enfrentamiento, para hacerlo inevitable y en condiciones agravadas más adelante, si es que ella no logra diluirlo por la descomposición de la propia UP.
Una de las preocupaciones de mayor jerarquía para el Gobierno la constituye la incorporación del área de capitalismo de Estado las llamadas 91 empresas que, por su importancia, gravitan en el proceso económico de manera decisiva. Esta medida exigía la delimitación de las áreas de la economía y en su formulación quedó al desnudo la pobreza de la vía chilena al socialismo o, más claramente, que tal vía escondía la renuncia al progreso por la vía revolucionaria. A este propósito la DC al tomar la iniciativa parlamentaria y hacerla probar, ha dejado en claro el carácter reformista del gobierno; ha planteado un conflicto de poderes cuyo fondo real, nos por cierto la división formal de poderes, sino la recuperación política de la burguesía nacional a través de fortalecimiento de la DC. Es esta la realidad que ha forzado las conversaciones y los cuasi entendimientos entre la DC y la UP. Este entendimiento detenido y frustrado al presente, por razones exclusivamente coyunturales y no de fondo, deberá reanudarse en el próximo futuro por razones mucho más profundas.
El Gobierno tiene una ambigüedad muy comprensible. Producto de una ofensiva de las masas y de una profunda necesidad de transformaciones revolucionarias constituye la personificación de una inacabada dualidad de poder atrapada entre las masas que presionan revolucionariamente y a las cuales el Gobierno ya no puede expresar a cabalidad, y las fuerzas burguesas que tienen efectivas razones ara impedir el progreso pero que aún no consideran necesario deshacerse del actual Gobierno.
Por los partidos que lo forman el Gobierno expresa parcialmente la colaboración de las clases para la mantención del régimen. En esta combinación los partidos burgueses en constante deterioro son un producto residual, que no logra colorear significativamente el compromiso entre las clases. Los partidos que expresan el poder social y económico de la burguesía está fuera de la combinación y no están interesados, al presente, en compartir responsabilidades gubernamentales. Una situación como esta plantea a la UP una contradicción insoslayable: al negarse a avanzar por la vía del socialismo, que implica l guerra abierta con la burguesía nacional dirigiendo las masas revolucionarias, no tiene otra posibilidad que un entendimiento efectivo con estas fuerzas burguesas. La actual colaboración que significa la UP es una base demasiado estrecha y mezquina que no satisface efectivamente a la burguesía, que desea y rechaza este entendimiento. Segura de sí misma la burguesía quiere, sin responsabilizarse en la conducción del país, una capitulación lineal de la UP. Esta a su vez, vacila, duda y, si bien concede, comprende muy bien que esta capitulación significa una drástica ruptura con la base obrera de sustentación que, de producirse, la convertiría en impotente prisionera de las fuerzas burguesas.

7.- LA NECESIDAD DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO

La inestabilidad, que caracteriza la situación presente, encuentra en esta circunstancia uno de sus elementos constitutivos y que no puede ser resuelto o soslayado por maniobras administrativas. Fracasado hoy el acuerdo  entre la UP y la DC él deberá reproducirse en el más próximo futuro, acuerdo que deberá necesariamente, cualquiera sea su fórmula, desplazar el centro de poder a las manos burguesas. El Gobierno se encuentra entre el fuego cruzado de dos fuerzas que necesitan en enfrentamiento y que no pueden forzarlo por debilidades propias a cada una de ellas. Estas debilidades tienen una y otra carácter distinto.
Aunque no se ha finiquitado el proceso de reajuste interno de la burguesía, como clase, ella se agrupa bajo una sólida dirección política partidista que se esmera en acrecentar su base social influenciando sectores de la pequeño-burguesía. Se encuentra en entera y al perder el gobierno, ha perdido sólo una parte del poder, obligándose a un repliegue. Con una apreciación realista de la composición de los campos, se encamina a un enfrentamiento por disolución que evite una guerra civil, que el propio Gobierno se propone hacer imposible.
Las fuerzas motrices de la revolución están intactas, numerosas, mayoritarias y atravesando por un nuevo estadio de ofensiva y dinamismo que las proyecta a la toma del poder. Esta nueva ofensiva de las masas se está transformando internamente, modificando sus hábitos históricos. Si en el pasado los combates de las masas chilenas se caracterizaban por su ritmo acompasado, evolucionista, fragmentado, en esta etapa ellas se recomponen, tanto en sus objetivos como en sus métodos; se plantean objetivos socialistas y superando el localismo, el gremialismo, saltan la jornadas que implicitan el doble poder agresivo y convulsivo. Lo que detiene aún su plena transformación es que en esta etapa ellas deben remontar el problema del partido revolucionario y abandonar sus viejas direcciones que se oponen a su espontaneismo.
Entre estas dos fuerzas y estas dos contradicciones, el Gobierno estrecha su margen de maniobra y si, hasta el presente, él se apoya en la fuerza de la mayoría, está evolucionando rápidamente a una forma de gobierno bonapartista, preludio de su reaccionalización o de su caída. Forzado por la supresión masiva, aún puede retroceder y hacer gestos amenazantes, pero es indiscutible que su giro a la derecha es inevitable. Su creencia de recomponerse mayoritariamente, por intermedio de las próximas elecciones parlamentarias, no puede ser compartida y es sólo una ganar tiempo que, en el fondo, es aprovechado por la burguesía nacional.
Dos años de gobierno de los partido socialista y comunista entregan una valiosa experiencia. Sin partido Revolucionario la Revolución Chilena no puede avanzar. Teniendo presente todos los elementos de la lucha en largos años, conjugando tanto las modificaciones de las estructuras sociales y económicas, el agotamiento de la burguesía nacional con sus distintas formas políticas y partidistas, el surgimiento vigoroso del campesinado a la palestra social que, en alianza con el proletariado urbano, desata desde fines de 1968 su poderosa ofensiva haciendo posible el estallido de la revolución chilena. Este proceso-revolución no se ha coronado por la conquista del poder para obreros y campesinos, por la destrucción de la máquina burguesa del Estado y su reemplazo por el Estado Obrero con sus peculiares órganos de poder básico. Los medios de producción no han sido nacionalizados y continúan en manos de los poseedores. Lo que caracteriza inequívocamente una revolución es el traspaso del poder de la sociedad, de una clase agotada a otras en ascenso: de la burguesía al proletariado. Este traspaso es una fractura social y una acción revolucionaria. Las Historia no conoce transmisiones pacíficas como en una posta olímpica. La Revolución Socialista con el proletariado en el poder es una tarea a realizarse y este colosal objetivo no pertenece al futuro imprevisible y lejano, sino a las tareas del día presente. Factible por todo el desarrollo social, enriquecida por los triunfos de septiembre del 70 a la fecha, galvanizada por la nueva oleada de ascenso que estremece a la burguesía nacional, la Revolución Chilena espera la voz de orden de la dirección revolucionaria para hacerse realidad.
En esta coyuntura única y generosa de la lucha de clases, la dirección reformista, anclada en su mezquina cuota de poder, renuncia a avanzar transa, retrocede y con su conducta objetiva prefigura una capitulación de incalculables proyecciones. En los momentos que los explotadores aceran su acción y preparan aceleradamente la contra-revolución, se limita a gestos defensivos, renuncia a la movilización revolucionaria, recomiendan la autodefensa pasiva que no arma al proletariado y enardece al enemigo. Las especulaciones optimistas que el proceso revolucionario, por su amplitud y profundidad podrá sobreponerse a la carencia de una resuelta dirección revolucionaria, sólo sirven a la hora presenta para dar una falsa confianza  las masas en lucha.
Si los trabajadores han concedido hasta el presente su confianza a los partidos socialista y comunista, se debe ello a una excepcionalidad que ha perdido su vigencia. Bajo los gobierno burgueses los trabajadores han marchado de conquista en conquista sin derrotas trascendentales y, en ese progreso que no amenazaba fundamentalmente el orden capitalista, esos partidos han podido desempeñar a los ojos de las masas el papel de vanguardia de los tradicionales partidos de clase. La victoria de la UP cierra un ciclo, pone término a la revolución  nacional popular, a su fase demo-burguesa y, por lo mismo, históricamente cuestiona el sedicente papel de vanguardia de los tradicionales partidos de clase. Por su naturaleza, este ciclo cerrado, no puede estabilizarse, su suerte está ligada a las formas de poder en desarrollo. El Gobiernote Allende y con él los partidos que lo sustentan, han dado pruebas inequívocas de su rechazo a la Revolución.
En su nueva ofensiva, los trabajadores esgrimen las reivindicaciones socialistas y apuntan a la destrucción del poder burgués. En esta perspectiva verídicamente de clase , el reformismo no puede ya desempeñar un papel de vanguardia. Y, hoy o mañana se enfrentará con los combatientes por el socialismo. El cuestionamiento de esos partidos por las masas en lucha es el futuro previsible y, a su vez, la condición absoluta para el progreso. Existe entre ambos una contradicción insoluble que ninguna dialéctica antojadiza puede resolver.
Consecuentemente, ¿la revolución se encuentra en u callejón sin salida? El problema es demasiado serio para respuestas equívocas o evasiones sectarias. El estado de ánimo de las masas es uno de los elementos más promisorios de la situación actual y no este un gas extremadamente volátil, sensible a las añagazas de los sectores burocráticos. En su crecimiento y maduración, el proletariado ha edificado organismos de clase en todos los planos que constituyen su superestructura educacional política, escuelas donde miles de trabajadores hacen su experiencia concreta y someten a la crítica la orientación de sus direcciones. Miles de ellos militan en los partidos tradicionales y se han compenetrado de las ideas del socialismo que han extendido hasta la clase, viviendo en ella como su vanguardia social, experimentada y resuelta. Cuadros medios y militantes fogueados, junto a las nuevas generaciones., constituyen la materia orgánica de los partidos reformistas y que rechaza, cada vez con mayor decisión la orientación de sus direcciones. Armados de un programa de revolución socialista y de la idea de la conquista del poder, conscientes de los peligros que acechan a la revolución, constituyen un capital inapreciable para el partido revolucionario. En el exterior, independientemente, existen núcleos fundamentales para el desarrollo del partido que, como en el caso del Movimiento de Izquierda Revolucionario, han logrado una expresión nacional que les otorga un relevante papel en la tarea de la construcción revolucionaria. El capital del Partido Revolucionario, producto bruto de la lucha de clases, existe diseminado en la clase, la gran tarea es unificarlo.

DICIEMBRE 1972, SANTIAGO.



CONCLUSIONES GENERALES

La lucha de clases en Chile ha entrado en una fase de decisiones fundamentales cuyo eje central es el problema del Poder:

a) presenciamos la coexistencia de un ofensiva política de las clases antagónicas. El proletariado aumenta su presión para obtener la expropiación de toda la industria nacional, al mismo tiempo que lucha con decisión por las formas de control obrerote la producción. Esta ofensiva antiburguesa es contenida y limitada deliberadamente por los aparatos dirigentes de la UP y si bien los trabajadores aprecian críticamente esta conducta, no se vuelcan aún a una lucha contra el Gobierno.

b) por su parte, la burguesía nacional arrecia su ataque al Gobierno UP, en primera instancia, con la finalidad de paralizar la ofensiva obrera y más lejos con la voluntad de aplastarlo y quebrar sus organizaciones. Al mismo tiempo trabaja por la plena reconstitución de sus mecanismos de poder deteriorados por el ascenso de la UP. No está al presente en condiciones de dar una batalla directa contra los trabajadores.

c) los acontecimientos muestran con claridad que la tendencia dominante en el movimiento obrero es la de forjar sus propios organismos básicos de poder. Si esta tendencia no cristaliza  efectivamente, se debe en lo principal a la presencia paralizante de la dirección reformista que, a pesar de sus esfuerzos, no puede evitar el constante renacimiento de tales organismos.

d) cogido por la presión de los extremos y por sus propias vacilaciones, el Gobierno se ha desplazado a la derecha, comprometiendo peligrosamente su precaria cuota de poder. Este giro es la resultante de la ofensiva burguesa, como del temor a un movimiento obrero agresivo por el cual el Gobierno teme verse sobrepasado. La inclusión de las Fuerzas Armadas en el gabinete ministerial expresó esta realidad.

e) esta solución golpea de flanco el movimiento obrero, sin involucrar en la etapa presente un derrota. La contradicción entre el empuje de los trabajadores y la política de sus direcciones y del Gobierno, auguran y quizás inauguran desplazamientos a la izquierda y una radicalización tanto en el movimiento de las masas, como desplazamientos partidistas que trabajan en el sentido de la estructuración del Partido Revolucionario.

1. CONTROL OBRERO DE LA PRODUCCION

El control obrero de la producción sale del programa a la realidad concreta y es en la actualidad una eficaz herramienta del movimiento que está aplicando parcialmente y con el objetivo manifiesto de extenderlo a toda la industria. Esta lucha debe profundizarse y adquirir formas precisas a través de los organismos básicos formados por los trabajadores en la presente etapa.
En un gran número de empresas privadas se ha formado comités de vigilancia elegidos por votación directa de los trabajadores. Estos comités deben coordinarse local, regional y nacionalmente, para asegurar el control real de las industrias y superar las debilidades e insuficiencias que se manifiestan en la actualidad.
El control obrero debe extenderse para todas las zonas industriales: Privadas, mixtas o estatales.  En el caso de estas últimas, formas de autogestión son posibles tanto por la naturaleza del área productiva, como por la mayor politización y concentración de los trabajadores.
En la lucha por el control obrero, debe llevarse una campaña constante en contra del “participacionismo” y su correlato, la deformación burocrática. Estos peligros sólo pueden ser evitados por una democratización efectiva, resolviendo todos los problemas en la base, con su real información y participación.

2. EXPROPIACION DE LA INDUSTRIA NACIONAL

Con amplitud en desarrollo los trabajadores están procediendo a la expropiación de la industria nacional. La iniciativa surge poderosa y creadora del seno del movimiento organizado de la clase y este  impulso se ve constantemente obstaculizado en su progresión por las vacilaciones de a dirección reformista. En este plano los trabajadores se adentran en el corazón de las reivindicaciones socialista y alumbran la única perspectiva posible para el proceso chileno. La expropiación sin pago de las grandes industrias nacionales debe plantearse claramente y en toda su concreción y más directamente en relación a la proyectada estatización que originalmente esgrimía el Gobierno de la UP. La insistencia en este aspecto, ayudará al proletariado tanto a comprender los retrocesos de la UP y al mejor proceder en la escalada de la expropiación burguesa. Las fábricas deben ser tomadas por los trabajadores sin esperar iniciativas legales de especie alguna.

3. EL PROBLEMA DE LA TIERRA

L a Reforma Agraria iniciada y legislada por la DC ha sido profundizada y dinamizada por la UP, sin resolver en definitiva el problema de la tierra. El latifundio se encuentra en un proceso de liquidación irreversible y el campesinado se libera social y políticamente. Es imprescindible como lo hacen en la práctica los propios campesinos, sobrepasar con audacia la actual reforma agraria dictada por la burguesía. En este aspecto el Partido debe agitar consecuentemente las conclusiones de la Tesis Agraria aprobada por nuestro Congreso.

4. LUCHA ANTI-IMPERIALISTA

Nuestro partido debe, también, reformular su programa de lucha anti-imperialista teniendo en consideración los sectores ya nacionalizados  por el Gobierno. La lucha contra el Imperialismo no ha terminado con la nacionalización del cobre y de otras materias primas. El imperialismo tiene fuertes capitales invertidos en la industria nacional. Debemos platear con precisión –en base a un estudio acerca del monto de las inversiones del capital financiero en cada industria- cuales empresas imperialistas deben ser expropiadas sin indemnización.
Una de las principales consignas anti-imperialistas del momento es el no pago de la deuda externa. Denunciar la renegociación de la deuda externa hecha pro el Gobierno de la UP, que refuerza nuestra condición de país semi-colonial y dependiente. El pueblo no debe pagar un centavo de las deudas contraídas por los gobiernos burgueses.
Otro aspecto de la lucha anti-imperialista es la denuncia y ruptura de los pactos que enajenan parte de la soberanía nacional. En ese sentido debemos luchar por la ruptura del pacto militar que mantiene Chile con los EE.UU.

5. MILICIAS POPULARES

El movimiento revolucionario de las masas chilenas acusa sumador debilidad en el plano militar. Los trabajadores no están armados y carecen de organizaciones para-militares. La carencia de una experiencia de lucha armada hace más aguda la situación debido el momento excepcional de lucha de clases que vive el país. El proletariado debe armarse y formar sus milicias populares que garanticen su triunfo. Debe buscarse la forma táctica de plantear en el seno de las masas la necesidad del armamento del proletariado. La consigna “armas para el pueblo” o “la clase obrera debe armarse” no puede quedar en el papel. Hay que concretarla a nivel de frente de masas seleccionadas, tomando todas las medidas de seguridad. El armamento del pueblo debe relacionarse claramente con el problema del poder y con la defensa de los organismo básicos que existen, o de aquellos que se creen en el futuro, incluida la eventual Asamblea des Pueblo.
La lucha contra los grupos fascistas es una motivación efectiva para la formación de milicias y debe ser impulsada tal como ocurrió con las milicias socialistas en la década del 30. Cualquiera sea la forma, la concreción de las milicias populares es la única garantía de éxito en un enfrentamiento armado posibilitado en la presente situación del país. Un enfrentamiento con masas desarmadas, que se lanzaran a la lucha en forma “espontaneísta” involucra un grave peligro de derrota para el movimiento obrero.
Conjuntamente debe realizarse una propaganda sistemática por la democratización del ejército y demás Fuerzas Armadas, cuya base debe ser ganada a la lucha por el socialismo.

6. ORGANISMOS BASICOS DE PODER

El problema del poder plantea al Partido la necesidad de impulsar y ayudar a la creación de Órganos de Poder de los Trabajadores. Debemos valorar correctamente la importancia de aquellas estructuras básicas que actualmente existen y que se desarrollan constantemente en el seno de las  masas en lucha, tales como los comités de Vigilancia, de Producción, de Autodefensa, etc. y contribuir a su transformación de genuinos centros básicos de poder, en los cuales participen activamente todos los trabajadores que combaten.
Estos comités deben extenderse desde las comunas a la provincia y al plano nacional, coordinarse y centralizarse, convirtiéndose en organismos de dirección de la lucha de las masas que aseguren la progresión a nuevos niveles constituyéndose en la herramienta organizativa y política del Gobierno Obrero y Campesino.

7. ASAMBLEA DEL PUEBLO

Si es efectivo el surgimiento constante de organismos básicos del doble poder, no lo es menos que no se cohesionan unos a otros y, lo que es más grave, carecen de las perspectivas políticas de conquistar deliberadamente el poder. La lucha por la Asamblea del Pueblo unifica y condensa a esta evidente tendencia de las masas a conquistar el poder. No se trata exclusivamente de la centralización organizativa en la ruta de la progresión del doble poder. La Asamblea del Pueblo debe ser herramienta principal del triunfo de la Revolución, coordinando y dirigiendo la unidad revolucionaria de Obreros y Campesinos.
La Asamblea no puede ser una ficción burocrática, que sólo reúna a dirigentes de partidos y grupos políticos, desprendida del pujante movimiento que se realiza en las bases. La Asamblea no puede ser decretada: será la resultante del ascenso revolucionario y desarrollo pleno del poder dual. Pero este proceso debe ser ayudado consecuentemente en cada un de sus pasos.
La AP no está fuera del contexto político, ni es desconocida por los trabajadores. Fue agitada por la UP en los actos previos a la elección presidencial. Fue aprobada en el congreso de los FTR y planteada en el congreso de la Central Obrera. En Concepción se hizo una efímera experiencia, que en su limitación, ha dejado un saldo positivo. Toda una etapa de propaganda por su creación debe ser formulada y de acuerdo al curso de la lucha alcanzar su fase agitativa.

8. FRENTE DE TRABAJADORES REVOLUCIONARIOS (FTR)

En la fase presente, sin desmedro de centrar nuestra acción en los puntos anteriormente señalados, deberemos, eslabonarlos con todo un programa de demandas transitorias que, surgid de la realidad, está siendo cuotidianamente esgrimido por los trabajadores. En esta lucha surgen organizaciones diversas, desde aquellas que engloban masivamente a los obreros y otras que abanderizan a los sectores más avanzados, nucleando a sectores críticos y revolucionarios, tales como los FTR.
Nuestra tarea es participar e integrarnos a estos organismos, sean los FTR propiamente, o formas similares, siempre que ellos no nos marginen del trabajo entre las masas, ni arriesgue un aislacionismo sectario. Deberemos impulsar las reivindicaciones que surgen en la base y saber elevarlas a niveles superiores, acelerando la toma de conciencia de los trabajadores. Los FTR pueden ser una palanca eficiente como centros de confluencia de los elementos más dinámicos de la clase y en ese sentido debemos impulsar su organización.
Estos FTR, armados de un programa de un programa revolucionario deben ser abiertos a las diferentes tendencias y funcionar de acuerdo a las normas de Frente Único Leninista.

9. PARTIDO Y DIRECCION REVOLUCIONARIA

El extraordinario proceso revolucionario que vive el país, acusa su mayor debilidad en la inexistencia de un Partido Marxista Revolucionario capaz de destruir el Capitalismo y avanzar a la Revolución Socialista. la UP no tiene este objetivo y no constituye una dirección necesaria. Ella está constituida por los partidos mayoritarios y reformistas de la clase obrera a los que se agregan formaciones residuales burguesas. Básicamente el programa de la UP es demo-burgués, superado en lo fundamental a través de largas luchas obreras.
Para avanzar en el proceso revolucionario es imprescindible levantar las banderas del poder obrero y del programa socialista. Por su composición la UP está imposibilitada de cumplir esta tarea. Aún más, es inevitable que la dirección UP entre en conflicto con la base obrera radicalizada, situación que previsiblemente provocará una crisis en su interior.
En la línea primera de las tareas, en su claridad y decisión, se ubica la construcción del Partido de Vanguardia. Los sectores revolucionarios en oposición a la UP no están en el presente en condiciones de dar esta respuesta en toda su amplitud. Nuestro Partido, significativo por su programa y sus ideas, ligado a la experiencia de la Revolución Mundial y al Internacionalismo Proletario combatiente, es una avanzada en esta ruta y debe realizar un amplio trabajo de enraizamiento y desarrollo entre las masas. Otras organizaciones, como es el caso del MIR, si bien ha alcanzado un desarrollo importante, están lejos aún de prefigurar la dirección de recambio, a lo cual conspiran sus propios métodos y concepciones.
El crecimiento orgánico de nuestra organización, la expansión de su influencia absolutamente necesaria, debe conjugarse con todos los factores positivos ya existentes en la lucha por el Partido de la Revolución. Extensos cuadros militantes y direcciones intermedias se han acerado en la fragua de la lucha de clases. Gran parte de esos cuadros están galvanizándose en el interior de los partidos obreros tradicionales y en especial en el PS. Dicho partido de carácter centrista, es imposible que evolucione integralmente en dirección a la revolución, pero parte de su base se ha radicalizado y empieza a enfrentarse con su dirección y el gobierno. Esos sectores no pueden estar ausentes de la vanguardia. Con la derechización del gobierno y el carácter bonapartista que está adquiriendo; con la revelación del oportunismo de la dirección burocrática, es posible prever fuertes desgajamientos en la base que pueden y deben contribuir al fortalecimiento del Partido de la Revolución. A pesar de su burocratismo, fenómenos similares son posibles en el interior del PC, cuya base se izquierdiza y se sensibiliza por la presión de las masas, con las cuales tiene sólidos nexos. Trabajar por la confluencia de todas las fuerzas revolucionarias que anidan en la clase; unificarlas bajo las líneas fundamentales de nuestro programa es asegurar el fortalecimiento y triunfo del Partido Marxista Revolucionario.


                                              PARTIDO SOCIALISTA REVOLUCIONARIO
                                                      Sección Chilena de la IV Internacional.



DICIEMBRE 1972


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