jueves, 11 de agosto de 2011

Archivos: 1948 Agosto, homenaje.


EL HOMBRE DE OCTUBRE

   Reproducción del discurso pronunciado en concentración pública por F. Silva. El 20 de agosto de 1948 en homenaje a León Trotsky.


Camaradas del Partido
Trabajadores y amigos:
En una noche como ésta, hace ocho años, los representantes de la  IV Internacional, nos reuníamos acongojados, en un extremo de la ciudad, para expresar nuestra protesta por el asesinato de nuestro camarada y maestro León Trotsky.
Stalin, en la persona de Frank Jackson, a golpes de picota, destrozaba el cerebro y la vida de una existencia sin tregua, que durante cuarenta años de infatigable labor estuviera al frente de los oprimidos, para dirigirlos en sus luchas contra el régimen de la explotación capitalista.
A ocho años de su muerte, como en cada uno de estos trágicos 20 de agosto, nosotros, sus discípulos, nos reunimos nuevamente para expandir sus ideas, continuar su tradición de revolucionario intachable y rendir un cálido homenaje a aquel que simbolizara no sólo las fuerzas potenciales de una clase, sino que era anticipación del hombre del porvenir.
Esta concentración es el desmentido más rotundo a las afirmaciones de que entre Stalin y Trotsky existía un pleito personal. En el más austral de los países del Nuevo Mundo, un grupo de hombre que no tuvimos la suerte ni la oportunidad de conocerlo, nos movemos en su nombre y continuamos la lucha  en nombre de sus ideas.
Sin magnetismo personal, la magia de su palabra, todo aquello que es directamente transmisible entre un dirigente y la masa, no ha llegado a nosotros, nada más que por la palabra impresa. Esto mismo da a nuestra adhesión a su causa la solidez de lo inconmovible, ya que ella se apoya en la fuerza de las ideas, las más altas y las más justas. Ideas que encuentran su justeza en la expresión material de los intereses de las masas y no en vacuas y vacías abstracciones, con las cuales otras tendencias del movimiento obrero sustituyen la lucha real de los oprimidos.
En esta hora, en que cientos de revolucionarios en el mudo entero levantan su palabra de homenaje al gran desaparecido, nosotros enviamos hasta ellos nuestra palabra fraternal y les decimos que, como ellos, seguimos firmes, conciente y apasionadamente, la lucha por la construcción de la Dirección Revolucionaria, premisa necesaria de la Revolución Proletaria Mundial.
 La figura de Trotsky plantea, en esta época de incertidumbre y pesimismo, con fuerza avasalladora, los problemas del hombre mismo, del pensamiento y de la acción; del medio histórico y social, de sus leyes internas y del papel que, dentro de estas determinantes, cabe a la voluntad del hombre.
El fatalismo histórico, cubierta deleznable de la sumisión al orden dominante, a las ideas de las clases dominantes, se ha transformado en el único programa de todas las tendencias del pensamiento moderno. Bajo los más diversos disfraces, ella campea, como oriflama, de todos los ideólogos impotentes, acobardados frente a una realidad que los oprime y que se niegan o renuncian a transformar. Viejas verdades, enterradas por la historia o por el pensamiento, son presentadas nuevamente a los oprimidos, como panaceas de salvación. Espiritualismo sin espíritu, programas sin realidad ni perspectivas se han convertido en los descubrimientos más recientes, para adormecer la conciencia vigilante de las masas, que luchan y trabajan por su emancipación.
Frente a todas estas malignas emanaciones, nosotros reivindicamos, apoyados por la experiencia teórica e histórica, el programa del marxismo revolucionario, el programa de Trotsky que no es, en último análisis, sino el marxismo de la época de la decadencia del capitalismo y de la degeneración del primer estado obrero y que, por eso mismo, se levanta como la única bandera posible del presente histórico.
La vida de Trotsky es la más profunda y dinámica novela de la historia moderna. El pensamiento y la acción, la aventura infinita, el combate a cara descubierta, el triunfo, la derrota, la opresión de las fuerzas materiales sobre el  hombre, todo ello, en sus más altas cualidades, se encuentra en esta vida admirable. Si las fuerzas de la reacción le convirtieron el mundo en un “planeta sin visado”, él ha reivindicado el mundo entero para su desarrollo. Y ha triunfado plenamente. Sus discípulos, y con ellos sus ideas, habitan los cuatro puntos cardinales y caminan lenta y seguramente a encontrarse en la victoria final.
No es nuestra intención dejarnos tentar y arrastrarlos a ustedes al conocimiento o relación de las peripecias sin cuento de esta vida admirable. Al fin de cuentas, ellas sólo son comprensibles, empalmadas, como tensa voluntad revolucionaria, en el clima social y político de la era presente, dentro de la contradicción fundamental de nuestra época, que se resume en la antinomia: proletariado o burguesía, capitalismo o socialismo.

TROTSKY Y LA REALIDAD RUSA

Todos los grandes creadores y, entre ellos, los auténticos revolucionarios, han sido siempre los grandes continuadores de la tradición histórica, aunque muchas veces, para continuarla, debieran primero destruirla. Todos, sin excepción, han encontrado su fuerza más profunda en las necesidades reales de la sociedad, en sus fuerzas potenciales, en sus clases llamadas por el desarrollo de la humanidad a levantarla a un nuevo estadio.
Así, como ellos, Trotsky es sólo comprensible como el producto -el más selecto- de esta expresión de la necesidad histórica. Quede a otro la admiración beata de su vida, desprendida del vínculo  carnal de sus ideas. La fuerza y la grandeza de Trotsky no radica en que él hubieses creado, originalmente, una nueva doctrina o una interpretación de la historia o de la sociedad.  No lo pretendió nunca. Tomo su posición de marxista, de discípulo de Marx y Engels, de Lenin su compañero más cercano. Entroncado a la realidad rusa a la cual, junto a Lenin, da una salida grandiosa, los acontecimientos lo lanzan, por su propia dinámica, a la realidad mundial, al conflicto de la lucha de clases internacional. Aquí nada es extraño, por cuanto las contradicciones, que dormitaban en el seno de la sociedad rusa y que explotaron en Octubre de 1917 debelaron bruscamente ser el dilema de la sociedad moderna entera.
Trotsky no es una figura solitaria o aislada, nacida sorpresivamente en clima ruso. Su genealogía empieza en Marx y, en suelo ruso, sigue y continua a Chernichovsky, a Plejanov y a Lenin para, cuando la muerte del último, continuar solo esta transmisión del pensamiento, que se entronca a cien años de historia del proletariado y de lucha por el socialismo.

TRAYECTORIA DE UN REVOLUCIONARIO

A los dieciocho años de edad se incorpora al movimiento social-democrático ruso.
Años antes, Plejanov había formado la Emancipación del Trabajo, partido revolucionario que levantaba en Rusia las ideas de Marx, su interpretación del mundo y de la sociedad: el materialismo dialéctico.
Los azares de su acción lo llevan pronto a Siberia, después de haberse destacado como una de las promesas del movimiento revolucionario. Se fuga de Siberia y pasa al occidente y a Londres, donde toma relación, por vez primera, con la redacción de la “Iskra”. Conoce a Lenin, que ya iniciaba su pugna con los viejos redactores y que llevaría, no mucho más lejos, a la aparición del bolchevismo como una tendencia del pensamiento marxista.
La Revolución de 1905 lo encuentra de nuevo en Rusia y salta a la Presidencia del Soviet de Petrogrado. El dirige y anima la actividad de la primera Comuna Rusa. Escribe sus manifiestos, habla en nombre de los obreros insurrectos. El ensayo general de 1905 llevaba inscrita en su frente la huella de la derrota; las fuerzas progresivas, la potencia del proletariado, no habían aún madurado suficientemente para estabilizar a los trabajadores en el poder.
A 1905 sigue la más espantosa represión política y policial. Los verdugos toman su desquite. Los revolucionarios el camino de la cárcel, de Siberia o la emigración. El coloso ruso ha triunfado, una vez más, sobre las fuerzas de la revolución pero, de hecho, se trata sólo de un respiro. Sus grietas profundas, la inestabilidad de sus instituciones es patente ante todo el mundo, que mira despavorido el derrumbe del más potente bastión de la reacción europea.
Tal como hoy, después de la derrota, viene la desbandada, la deserción en masa de los revolucionarios del día anterior. El pesimismo y la desmoralización cunden. Los ideólogos atemorizados queman sus ídolos, declaran el fracaso de los métodos y de la doctrina y buscan nuevos caminos. Los años de la reacción debían, como ocurrió, aventarlos de la escena de la historia.
En estas condiciones, sólo los marxistas sacan las consecuencias de la derrota y progresan por el camino de la historia y de la teoría. A la acción de la calle sigue la acción del gabinete, del estudio, del balance crítico, de la polémica y de la preparación del porvenir. A la crítica de las armas siguen las armas de la crítica.

PREPARANDO EL PORVENIR

Las divergencias en el seno de la social-democracia rusa se agudizan y saltan al plano de la discusión internacional. A la divergencia sigue la escisión. Capitaneado, orientado por Lenin, el bolchevismo se estructura definitivamente. Sobre la experiencia de 1905, se alinean los campos en la forma en que los encontraría el renacimiento que sigue a 1912 y que se expresa en la Revolución de 1917. Claramente delineado, el bolchevismo se deslinda de todas las corrientes pequeño-burguesas y se estructura como el Partido de la Revolución Proletaria.
El punto nodal de las divergencias se centra en el futuro carácter de la Revolución Rusa. En esta polémica teórica de tan fundamental importancia, Trotsky hace uno de sus aportes más originales y profundos a la teoría de la revolución proletaria.
Para el pensamiento socialista no cabía ninguna duda, antes de 1905, que en los países capitalistas avanzados, cuyas burguesías habían realizado la revolución burguesa, se planteaba, con toda claridad al proletariado de esos países la tarea de llevar adelante la revolución socialista e instaurar la dictadura del proletariado. Este era el destino probable, tanto para la revolución en Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Pero al lado de estos grandes países capitalistas, que habían entrado, por otra parte, a la fase del imperialismo, existían (y existen) numerosos países -en realidad la mayoría de la población de la tierra- atrasados, que no habían realizado su revolución burguesa. Que, si bien, habían entrado por la vía del desarrollo capitalista, la burguesía no había conquistado el poder y el capitalismo se desenvolvía por las calles del absolutismo y de las trabas feudales. Este era, típicamente, el caso de Rusia, donde la revolución demo-burguesa, no se había realizado. La burguesía no había conquistado el poder. A pesar de este hecho, el proletariado se había desarrollado y existía un poderoso movimiento socialista, asentado sobre los postulados del marxismo. Lógico era que, para ello, se planteara con gran agudeza el problema del futuro carácter de la revolución a realizarse. Sin duda, esto constituía la mayor interrogante y fijaba la línea de conducta del Partido. En consideración al hecho que sobre esto no existían antecedentes dados por la historia misma de Rusia, el problema se planteaba, de una parte, sobre la base de las experiencias de las revoluciones burguesas, del papel del proletariado en esas revoluciones y de los objetivos que, a esa fecha, se planteaban los grandes partidos socialistas europeos.
Por otra parte, había que considerar los problemas históricos que Rusia tenía planteados. Respecto al carácter de la revolución, no existían divergencias en el seno de la social-democracia; todas las tendencias concluían que la futura revolución sería burguesa y democrática. Sus problemas centrales. Derrocamiento del zarismo, República, Revolución Agraria, etc. Las más serias divergencias surgieron cuando, de este enunciado general, se pasaba a las fuerzas motrices de la revolución, al papel del proletariado, al carácter del futuro poder.
Se diseñaron tres tendencias. Los mencheviques sostenía: siendo esta una revolución burguesa, el poder debe corresponderle a la burguesía, quien hará la revolución apoyada por el proletariado. Producida la conquista del poder, el proletariado debe replegarse, como posición parlamentaria, hasta cuando la sociedad rusa evolucione por el camino capitalista y abra así, en el futuro, los objetivos socialistas, propios del proletariado.
A esta fórmula, Lenin y el bolchevismo oponían su propia fórmula de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos. Lenin, partiendo de la concepción burguesa de la revolución afirmaba que, como lo demostraba la experiencia histórica, ésta, la burguesía, era incapaz de llevar a término su propia revolución y que, en el mejor de los casos, lo haría de un modo estrecho y mezquino, intentando al primer día de triunfo, limitar al proletariado y sus conquistas y esforzándose en mantener en pie todo aquellos del régimen absolutista que hiciera más seguro su poder, particularmente frente al propio proletariado. Hacía presente que uno de los problemas más importantes, que enfrentaba la futura revolución rusa, era el problema agrario el cual, para su solución exigía la alianza entre obreros y campesinos y que esta alianza debía tomar la forma de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos, como única garantía de llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias, asegurando en ella un papel preponderante a los obreros y campesinos.
Para comprender cabalmente esta fórmula, debemos recordar que en Rusia predominaban los campesinos. Por otra parte, no estaba descartado que ellos jugaran un papel independiente y que formaran su propio partido de clase el que, sin seguir ni al proletariado ni a la burguesía, desarrollara una política independiente, lo que podría eventualmente, darle en su alianza con el proletariado una figuración preponderante. Por esto al decir de Trotsky, la fórmula de Lenin tomaba un carácter algebraico. Sin plantear la revolución socialista, exigía esta alianza, para llevar a su término la revolución. Exigiendo, al mismo tiempo la total independencia del partido proletario, tanto de la burguesía como de los campesinos. No se salía de los fines burgueses de la revolución, pero exigía, sí, su ensanchamiento por parte del proletariado, para acelerar el tránsito a sus fines propios.
Junto  a estos puntos de vista, Trotsky presentaba su criterio de la Revolución Permanente. Al igual que la social-democracia -él era un social-demócrata-  partía de la premisa burguesa del carácter de la revolución. Ella no podría ser llevada a su término por la burguesía y los campesinos no podrían jugar un papel independiente. La revolución sólo podría triunfar instaurando la dictadura del proletariado, el cual, en el mismo instante en que tomara el poder, se vería obligado e impulsado a tomar medidas de carácter socialista, no deteniéndose en la etapa burguesa exclusivamente. De este modo, la revolución adquiriría un carácter ininterrumpido, es decir, permanente. La etapa burguesa engendraría, inevitablemente, la etapa socialista y la única garantía que esta etapa burguesa se realizara era por medio de la conquista del poder por los proletarios, apoyados por los campesinos. Demás está decir, que él valoraba justamente la importancia del problema agrario y de los campesinos. Por tanto, se oponía a la fórmula de Lenin, con su carácter algebraico.
La Revolución de 1905 sometió a su prueba de fuego a todas estas fórmulas y les dio su contenido viviente. Como un resultado de las derrotas sufridas en la guerra ruso-japonesa, de las penurias de las masas, de la incapacidad del zarismo de solucionar los angustiosos problemas de las masas, éstas se insurreccionaron. Desde los rimero momentos, los obreros, en forma espontánea, organizaron Soviets. En ellos, los obreros jugaron el rol principal y, prácticamente, se estableció la dictadura del proletariado. La burguesía asustada retrocedió. Derrotada la revolución, la burguesía se separó aún más del pueblo y buscó la conciliación con el zarismo.
Los años de la reacción trajeron, para los bolcheviques, el trabajo clandestino; su separación con los mencheviques se hizo más marcada y se constituyeron definitivamente como partido independiente de ellos. La Revolución de 1905 permitió el claro diseñamiento de las tendencias y su constitución definitiva. La fórmula de los Soviets entró definitivamente al programa de los bolcheviques y, al igual que aquellos, la teoría de la Revolución Permanente encontraría su potente confirmación en los acontecimientos de 1917.

DE 1905 A 1917

El aplastamiento de la Revolución de 1905 lanza a Trotsky, una vez más, a la emigración. Pasa por los diversos países de Europa en  donde, sucesivamente, es expulsado. Llega a Nueva York, ligándose al movimiento socialista, escribe en “Nuevo Mundo”. Ahí lo sorprende la Revolución de Febrero de 1917. Después de conocer las bondades de la democracia inglesa -en un campo de concentración de Canadá- llega en mayo a Petrogrado, la capital revolucionaria, para iniciar de inmediato la lucha por la Tercera Revolución y por el poder de los obreros y campesinos.
Lenin, líder indiscutido del Partido Bolchevique, su teórico y dirigente máximo, llega a Petrogrado el 3 de abril de 1917 y, desde su primera palabra, impulsa a los obreros a la conquista del poder, iniciando una enérgica lucha contra los conciliadores de su propio partido -a los cuales no era ajeno Stalin- que contenían la revolución en su etapa puramente burguesa.
Trotsky se une formalmente al Partido Bolchevique; junto a Lenin da el combate contra los viejos bolcheviques que se oponen a la revolución. Ungido por segunda vez Presidente del Soviet de Petrogrado, forma el Comité Militar Revolucionario que sería el centro director de a Insurrección de Octubre.
El 7 de Noviembre de 1917 (25 de Octubre en el viejo calendario) los bolcheviques conquistan el poder en representación de todos los explotados de Rusia, abren ante los ojos asombrados de la burguesía y el regocijo de los miserables de la tierra una perspectiva sin límites. El 7 de Noviembre de 1917 se inicia la época de la Revolución Proletaria. Después del ladrido a los cielos de 1870, los obreros y los campesinos destruyen la máquina burguesa del Estado y construyen en la extensa estepa rusa el primer Estado Obrero de la historia, el Gobierno de los Obreros y Campesinos.
La dictadura del proletariado sale de su cascarón teórico, anunciado ya hace cien años y entra definitivamente en el mundo material y corpóreo, adquiere su envoltura histórica y carnal como primera etapa del mundo socialista.
Para el proletariado universal y para el ruso, en particular, se unen indisolublemente los nombres de Lenin y Trotsky como los forjadores de este amanecer. Ellos no sólo enseñan al proletariado como conquistar el poder y conservarlo sino, al decir de Rosa Luxemburgo, salvan el honor del socialismo internacional. Hoy, cuando la leyenda burocrática ha falseado los hechos y los nombres, las palabras de esta gran revolucionaria cobran un particular significado.
La conquista del poder por los bolcheviques plantea, de inmediato, la resolución de los problemas particulares de la sociedad rusa. Ellos sólo pueden ser resueltos ligados profundamente con el curso de la revolución internacional. Hay, sin embargo, uno que no admite espera: el problema de la guerra. Después de las deliberaciones de Brest-Litovsk, en que Trotsky representa el primer estado obrero, ellos, los bolcheviques deben pactar la infame Paz de Brest impuesta por las bayonetas prusianas.
La revolución alemana no llega y los bolcheviques aislados deben enfrentar los problemas interiores; en primer lugar, la contra-revolución y la guerra civil en catorce frentes, alentada por los imperialistas del mundo entero.
Rusia está empobrecida y devastada, sin ejércitos, sin alimentos; toda falta menos el heroísmo de los proletarios, con ellos es necesario forjar el arma que defienda a la naciente revolución en peligro. Para ello hace falta una voluntad de acero, capaz de transformar a los harapientos en  destacamentos de combate, sin más coraza que la pasión revolucionaria. Esta voluntad existe: se llama León Trotsky.
Organiza el Ejército Rojo. Galvaniza a las tropas y alienta a los combatientes a lo largo de toda Rusia. Junto a Lenin enseñó a conquistar el poder y ahora enseña, como estratega militar, a defenderlo. Tres años de guerra civil forjan el ejército proletario y llevan una vez más a la victoria. Pese a todas las falsificaciones el nombre de Trotsky no podrá ser desprendido de la glorias del Ejército Rojo.
A la guerra civil sucede la Nueva Política Económica y los problemas de la economía interior y, con ella, la revolución inicia una curva que no se detiene aún hoy. Las nuevas clases desposeídas inician su agrupamiento sobre una nueva base. Los  nuevos sectores capitalistas, oxigenados por la NEP, levantan su cabeza. En el seno del Partido se produce un desplazamiento que amenaza a la revolución, el burocratismo cunde. Los viejos tercios revolucionarios se habían liquidado con la guerra civil, el proletariado se encontraba agotado y la esperada revolución de occidente se retrasaba. Sobre esta levadura y esta realidad social, los nuevos bolcheviques inician su avance, los que reconocieron a Octubre después del día 25.

TERMIDOR

El retroceso de la revolución encuentra su máxima expresión en la figura de Stalin. La muerte de Lenin da a este proceso un impulso inesperado. Amenazada la revolución, Trotsky nuevamente toma su lugar en la lucha por su defensa. Forma y programa la Oposición de Izquierda y, después de una larga y agotadora lucha, ella es aplastada por el signo del Termidor. Una vez más, Trotsky toma el camino de la cárcel y el destierro. Durante estos años, enriquecería el pensamiento marxista con el análisis del primer Estado Obrero y las causas de su degeneración y dotaría al movimiento proletario internacional de un correcto diagnóstico, que le ha permitido defender a la Unión Soviética sin cesar en su lucha contra el stalinismo, que derivaría cada vez más hacia el nacional socialismo, levantado contra la concepción de la Revolución Mundial su falsa teoría del Socialismo en un Solo País.
No podemos, en esta oportunidad, sino presentar toda esta etapa, rica en experiencias, nada más que como una visión fugitiva. Hay aquí, sí, algunos aspectos que debemos hacer resaltar en toda su intensidad, ya que ellos informan toda la lucha presente y, al mismo tiempo, nos presentan a Trotsky en una nueva perspectiva, dando uno de los aportes más sustantivos en toda su larga tarea de pensador revolucionario.
Desde 1928, fecha del destierro de la URSS, hasta 1940, fecha de su muerte, el gran revolucionario campea en el plano internacional de la lucha de clases y se convierte en el orientador indiscutido del pensamiento revolucionario. La degeneración de la URSS y la subsecuente degeneración de la Internacional Comunista y la pérdida de las posiciones materiales del proletariado, elevan a primera plano, como imperiosa necesidad, salvar los principios, las ideas, el programa de la revolución, rebajado y escarnecido por la camarilla staliniana que se entroniza en el movimiento obrero. Años fecundos de pensamiento y acción.  Como aguja magnética, el pensamiento de hombre de Octubre sigue los acontecimientos, su curso, su trayectoria. Prevé y anticipa, aconseja y prepara el porvenir. Por sus escritos se deslizan todos los acontecimientos importantes de los últimos años, dejando a los revolucionarios y a todos los trabajadores enseñanzas decisivas. China, Inglaterra, Francia, España pasan por sus páginas como documentos vivos que prueban, hasta la saciedad, la traición del stalinismo a los principios del bolchevismo, a las ideas de Lenin y Marx y que arrastra al proletariado internacional a las más crueles derrotas.
Toda una cadena de trágicos errores llevan al proletariado de derrota en derrota; derrotas que sólo pueden fortalecer al imperialismo mundial. En esta carrera sin fin, Alemania, la más avanzada de las potencias capitalistas, entra a una etapa decisiva: el proletariado y la burguesía corren a enfrentarse en un combate que envuelve no sólo el destino de los obreros alemanes sino la suerte de todo el proletariado europeo y que tiene para la existencia de la propia URSS, un alcance incalculable. En esta hora decisiva, el stalinismo mundial  y el Partido Comunista Alemán capitulan sin combate ante Hitler. La dictadura parda se extiende sobre Europa. Las organizaciones son barridas, la contra-revolución burguesa se fortalece y se preparan, inevitablemente, las bases materiales de la Segunda Guerra imperialista y de la agresión a la Unión Soviética, no sin antes que Stalin, para salvarse, pactara con el mismo Hitler.

FORMACION DE LA CUARTA INTERNACIONAL

Hasta la subida de Hitler, la Oposición de Izquierda Internacional se había mantenido, a pesar de las decisiones de Stalin, como una tendencia que aspiraba a regenerar la Internacional Comunista y que, aunque de hecho lo estuviera, no se consideraba excluida de la Internacional. La capitulación alemana cambia substancialmente este panorama. Ya no es posible engañarse, la Internacional Comunista no puede regenerarse, ella debe ser destruida. Es necesario crear un nuevo Partido, una nueva Internacional, que libre al movimiento obrero de la sífilis del stalinismo.
El viejo Partido Bolchevique ha muerto asesinado por Stalin, que representa las fuerzas hostiles a la revolución proletaria; que expresa, no la degeneración interior de la doctrina revolucionaria, sino su ruptura violenta por la capas parasitarias entronizadas en el poder en la Rusia Soviética y que expanden su poderío al seno de la Internacional Comunista y del movimiento internacional todo.
Surge así la Cuarta Internacional, no fundada por el capricho de un hombre, sino como el resultado inevitable de la grandes derrotas del proletariado internacional. Derrotas debidas no a la falta de madurez de las condiciones objetivas, sino por la quiebra de la dirección, por su traición abierta, por su traslado al campo de la contra-revolución mundial.
Durante catorce años la actividad teórica de Trotsky y de la Oposición de Izquierda Internacional habían preparado el camino. No pudiendo intervenir, por su aislamiento, en la suerte de los acontecimientos, ella defendía la continuidad de las ideas, la defensa de los principios. Trotsky debía decir: el Programa hace al Partido. Si él es justo, si expresa realmente los intereses históricos de los oprimidos, encontrará el camino de la comprensión, de la simpatía y adhesión de los trabajadores.
Sobre la experiencia de las más crueles derrotas, la Oposición había forjado  su programa y podía así, al fundar la IV Internacional, continuar toda la tradición del proletariado, de sus triunfos y derrotas. Recogiendo el programa del Manifiesto, en cuyo centenario nos reunimos, la IV Internacional retoma, enriqueciendo la tradición viva del proletariado internacional. Fundada en 1938, la IV Internacional ha sabido vivir contra la corriente, crecer y fortalecerse. Mientras todas las tendencia del pensamiento obrero han naufragado sin excepción y se han convertido en sostenes del mundo burgués, el trotskysmo se expande internacionalmente. Ante la Segunda Guerra Imperialista, ella fue la única organización internacional que supo mantener en alto la bandera del internacionalismo proletario y practicarlo en la carne de sus mártires, segados por la furia del imperialismo y por la GPU stalinista.
Decía el Manifiesto Comunista que la Rusia de los zares y los Estados Unidos eran los dos contrafuertes de la reacción europea. Hoy, cuando nos amenaza una Tercera Guerra imperialista, en otro plano y en condiciones diferentes, nuevamente Rusia y Estados Unidos se presentan como los contrafuertes de la reacción. Pero, sobre la oleada revolucionaria, los trabajadores buscan su camino y ella no podrá menos que llevarlos hasta la IV Internacional. Trotsky fue asesinado en los umbrales de la Segunda Guerra imperialista, sus ideas viven, su mensaje no ha caído en tierra estéril. Este mismo años en tierras de Europa se ha celebrado el II Congreso de la IV Internacional, que ha reunido delegados de todos los continentes. Este es el mejor homenaje que podemos rendirle a nuestro gran camarada desaparecido y es también la fuente de nuestro optimismo de que un día, no lejano, los trabajadores del mundo entero marcharán tras la bandera sin mácula de la IV Internacional.



AGOSTO 1948





martes, 9 de agosto de 2011

Archivos: 2007




FUNDACIÓN
ANDREU NIN

Figuras del actual marxismo renovado
Daniel Bensaid y el fantasma del comunismo
Andrés Lund
I

En su ya clásico libro Consideraciones sobre el marxismo occidental
, Perry Anderson caracterizaba a este marxismo como filosófico (reflexionando sobre la ciencia, la cultura, la ideología, etc.), alejado de las cuestiones económicas o políticas, académico (universitario) y divorciado de la militancia. Después de exponer cómo surge y se desarrolla, señalaba que el “marxismo occidental” ya había dado todos sus frutos y que en las nuevas generaciones renacía el interés sobre la política y la economía En esa última parte contrastaba al “marxismo occidental” con otra tradición, la trotskista, impugnadora tanto del estalinismo y de las burocracias como del capitalismo en sus nuevas fases, una tradición que había producido importantes obras históricas, políticas y económicas (como las de Deutscher, Rosdolsky y Mandel, p.e.) y  que siempre intentó unir la teoría y la práctica revolucionarias. Después de estos largos y oscuros años de restauración neoliberal y resistencias aisladas, cuando resurgen movimientos anticapitalistas y el fantasma del comunismo se asoma de nuevo, encontramos en esa tradición, la trotskista, a casi todos los  sobrevivientes del marxismo; aunque es un marxismo crítico y autocrítico, no dogmático, renovador y polémico, no abandona su herencia ni su proyecto revolucionario. En este marxismo que llega así al siglo XXI  destacan, entre muchos otros, Michael Lowy, Alex Callinicos y Daniel Bensaïd.

Daniel Bensaïd (Toulouse, 1946 ) es un filósofo marxista y un “militante” de toda la vida. A los catorce años formaba parte de las Juventudes del Partido Comunista de Francia; a los veinte años lo expulsan de ellas por sus posiciones antiestalinistas. A los veintidós años lo encontramos impulsando el Mayo del 68 desde la propia Universidad de Nanterre, al lado de “Dany (Cohn-Bendit) el rojo”, participando en la dirección de la Juventud Comunista Revolucionaria, prohibida con todos los grupúsculos subversivos cuando se sofocó la rebelión estudiantil de ese año extraordinario. En 1969 participa en la formación de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), que actualmente es, quizás, el grupo político de la izquierda anticapitalista más importante de Europa. Formando parte de la dirección de la LCR y de la IV Internacional desde entonces, Daniel Bensaïd ha desarrollado un marxismo militante y renovador, crítico y autocrítico, que sobrevivió al colapso del marxismo ortodoxo (estalinista y ligado al socialismo irreal) y del marxismo occidental.  

En ese mismo 1968, Daniel Bensaïd escribe y publica con Henri Weber un anecdótico, analítico y encendido libro: Mayo 68: un ensayo general
. Para los autores se trataba, desde luego, del Ensayo general de la Revolución socialista. En ese libro se presentaban a sí mismos y a sus camaradas, como “una nueva generación de militantes revolucionarios”, decepcionada tanto del capitalismo occidental como de la socialdemocracia y de los partidos estalinistas. Descreída de los valores del mundo burgués, esta generación buscaba sus modelos en las luchas revolucionarias del tercer mundo, en Vietnam y en el Che Guevara, aunque no dejaba de nutrirse del radicalismo juvenil y estudiantil que recorría Europa. Por eso su juvenil libro parodiaba ya las primeras líneas del Manifiesto Comunista: “Un fantasma vuelve a cernirse sobre el mundo capitalista: el fantasma de los grupúsculos.”

II


Daniel Cohn-Bendit, por cierto, también escribió y publicó en 1968 su propio libro: El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo
. Entre el anarquismo y la crítica al marxismo de Socialismo o Barbarie (de Castoriadis y Lefort), el autor relata la experiencia de Mayo del 68 para terminar criticando, por igual, al estalinismo y al “bolchevismo” (representado por Lenin y Trotsky). Años después, este Dany, “verde” y “anticomunista visceral”, se declaraba un “antiguo izquierdista” que ya no tenía la ambición de “cambiar el mundo”: soñaba, en todo caso, con “arreglar la sociedad, no con transformarla”, como lo declaró en una serie televisiva, que él ideó y condujo a mediados de los ochenta, cuyo título, muy emblemático, fue: La revolución y nosotros, que la quisimos tanto (también publicada en libro). Unos cuantos años después, cuando los Verdes llegaron a gobernar con los “socialistas”, Cohn-Bendit ya no recordaba con nostalgia una revolución anticapitalista que había querido tanto, sino que justificaba abiertamente a la sociedad establecida: "la inversión política no es deseable; la gente se convence con razón de que el sistema que trabaja mejor, es el capitalismo". La hora habría venido, para él, de "renunciar a la autogestión por la gestión."

Mientras Daniel Bensaïd se integraba a la dirección de la LCR y de la Cuarta Internacional, cuestionando la “contrarrevolución burocrática” y discutiendo sobre los procesos revolucionarios en Italia, Argentina, Chile y Portugal, muchos destacados militantes del 68 se volvían “nuevos filósofos”, anticomunistas y de derecha, y el estructuralismo francés, que desplazaba al marxismo en la academia, se volvía posestructuralismo para terminar como posmodernismo. La Restauración se afianzaba y cobraba venganza.

Los grandes Partidos Comunistas europeos occidentales (PCI, PCF y PCE) intentaron desmarcarse del “socialismo realmente inexistente” con el eurocomunismo, perdiendo su identidad y huyendo hacia una socialdemocracia que, también, se encontraba en fuga de sí misma, abandonando toda referencia al marxismo y al anticapitalismo, llegando a asumir las contrarreformas neoliberales. El PCI, dividido, vota por abandonar su tradición anticapitalista; el PCF se colapsa electoralmente y se subordina a un PS que pasa muy rápidamente al liberalismo hasta asumir el neoliberalismo; el PCE es desplazado por un PSOE cada vez más conservador que abre el camino para que la derecha franquista regrese al poder por la vía electoral. En medio de esa fuga se colapsa “el socialismo irreal”. Cae la URSS del colectivismo o del capitalismo burocrático, desaparece por fin el supuesto “bloque socialista”.

Lo que podría verse como la derrota definitiva del estalinismo y la apertura de posibilidades emancipadoras se tomó como la derrota de toda alternativa revolucionaria al capitalismo. Después de todo, hubo revoluciones políticas y sociales, pero de regreso al capitalismo. Si Castoriadis, desde la izquierda, hablaba del eclipse momentáneo del proyecto revolucionario  y de una “época del conformismo generalizado”, la derecha (liberal y conservadora) afirmaba, como lo hace hasta nuestros días, la derrota definitiva del comunismo, proclamando el Fin de las Ideologías, el Fin de las Utopías, y, desde luego, el Fin de la Historia. El mundo parecía entrar en la época del Pensamiento Único (neoliberal) -tal vez por ello, las socialdemocracias en fuga inventaron la “Tercera Vía” sólo para justificar su adhesión a las políticas neoliberales y a las guerras imperialistas.

III


A contracorriente y contratiempo, un marxismo disidente y militante sobrevive y emerge de las ruinas del estalinismo y del neoliberalismo. Este marxismo militante de Daniel Bensaïd, que por años enfrentó tanto al estalinismo como al capitalismo, se distinguió claramente del “marxismo ortodoxo” (que se volvió ideología de las burocracias) y del “marxismo occidental” porque siempre ha intentando no sólo interpretar el mundo sino transformarlo, y por ello mismo ha sido un marxismo centrado, principalmente, en temas políticos, económicos y coyunturales, sin dejar de ser filosófico, crítico y autocrítico, polémico y renovador.

Es por eso que, al mismo tiempo que ha discutido la estrategia revolucionaria al interior de la izquierda radical, se atreve a elaborar los trazos de una democracia futura. Ha seguido las metamorfosis del imperialismo y los cambios económicos del capitalismo actual, sin dejar de cuestionar las contrarreformas neoliberales y su impacto laboral, la mercantilización del mundo y la privatización de lo público, emprendiendo la defensa del bien social y del servicio público, discutiendo estas cuestiones, sobre todo, con la “izquierda plural”, que ya no sólo no cuestiona al capitalismo sino que defiende al neoliberalismo. Lo mismo debate con esa “izquierda” derechizada su justificación a las intervenciones militares del imperialismo en el nuevo reparto del mundo como “guerras éticas” -recordándonos que la derecha no tiene izquierda-, que critica al gobierno de Lula. Mientras escribe sobre Walter Benjamin o hace una renovadora relectura de un “Marx intempestivo”, discute con los ecologistas, las feministas y los autonomistas llevando en esos debates la crítica anticapitalista y la perspectiva comunista.

En ese trayecto de polémicas y verdaderos combates ideológicos, Daniel Bensaïd ha renovado al propio marxismo, no sólo al cuestionar sus dogmas y liberarlo de las lecturas deterministas y teleológicas que, como una filosofía de la Historia universal, lo volvían un pensamiento caduco, sino también al enriquecerlo con la “discordancia de los tiempos”, el tiempo mesiánico de Walter Benjamin o el tiempo social ritmado por los ciclos y crisis del Capital; al ampliarlo con las temáticas ecológicas y feministas, democráticas y con los debates políticos del momento, renovando su carga subversiva que cuestiona al Capital, entendido como un poder anónimo, enajenado y enajenante, que impulsa la mercantilización, la privatización y la fetichización del mundo, levantando contra él “un nuevo espíritu comunista”.

En una primera etapa, antes de 1989, el marxismo revolucionario de Bensaïd se conecta con una tradición trotskista, abiertamente antiestalinista y que discute cuestiones políticas inmediatas; escribe, entre otras cosa, sobre Mayo del 68, sobre la URSS (Revolución socialista y contrarrevolución burocrática), sobre Estrategias y partidos; colabora en un libro sobre la revolución en Portugal, etc. Sin embargo, su marxismo no dejó de ser impactado por el estructuralismo francés: aunque polemiza con Althusser (y participa en un libro contra sus teorías), lo retoma cuando empieza a desmontar la Historia universal adjudicada a Marx y la sustituye por un proceso sin sujeto ni fines. No ignora al posestructuralismo y amplía la cuestión del Poder con Foucault en La Revolución y el poder, valora la crítica deconstruccionista de Derrida y los desarrollos de Deleuze, a los cuales apela en su regreso a Marx.

IV


Casi a los cincuenta años de edad, con una sólida formación filosófica y una vida entera militando en las filas del marxismo más radical, Daniel Bensaïd empieza a escribir y a publicar, a partir de 1995, sus obras más importantes: aparece así su Marx intempestivo
, en la que hace una de las más significativas interpretaciones de Marx y del marxismo. A diferencia del marxismo occidental, que terminó renegando de la obra de Marx por encontrar en ella una Filosofía de la Historia racionalista, determinista, economicista, dialéctica y teleológica, Bensaïd recupera a un Marx crítico de la Razón histórica y sociológica, que va más allá de la positividad científica de su época.

Sartre le reprochó a Marx (sin haberlo estudiado) y al marxismo el disolver la subjetividad en las estructuras sociales y manejar una Dialéctica apriorista y simplificadora por determinista y economicista; después de intentar fundamentar al marxismo fenomenológicamente (que es la pretensión de su inacabada Crítica de la Razón Dialéctica
), en el reflujo del ‘68 declara: “hace falta otro pensamiento que tenga en cuenta al marxismo para superarlo, para negarlo y retomarlo, envolverlo en sí mismo. Es la condición para llegar a un verdadero socialismo” (Situaciones IX). Althusser, por lo contrario, priorizó las estructuras y el proceso sin sujeto ni fines, pero encontró al marxismo infectado de historicismo y humanismo. Llega a decir que las fórmulas de Marx en El Capital sobre la “interpretación contable de la explotación” o las ecuaciones de Gramsci sobre la política en sus Cuadernos de la cárcel, resultaban patéticas e insuficientes para una verdadera teoría política. En su debate al interior del PCF (Lo que debe cambiar en el Partido Comunista, 1978) Althusser llega a cuestionar la mitología escatológica de la filosofía de la historia marxista y los restos idealistas que incluso se encuentran en El Capital; denunciaba asimismo la oscuridad del marxismo sobre el Estado, los partidos y la política. Por su parte, el filósofo italiano Lucio Colletti empezó demostrando que el llamado “materialismo dialéctico” no era otra cosa que la “dialéctica de la materia” hegeliana: metafísica idealista (El marxismo y Hegel, 1969); defendiendo el carácter científico de El Capital y del Materialismo Histórico, Colletti apelaba a Kant y distinguía la “contradicción dialéctica” (metafísica) de las “oposiciones reales”. Paralelamente, con un inigualable rigor filológico, localizó la alienación en la base teórica de El Capital: en su primera sección, en la relación entre trabajo abstracto y valor (“Bernstein y el marxismo de la Segunda Internacional” de 1968, en Ideología y Sociedad); la unión entre la teoría del valor y la alienación era el fundamento del principio crítico del marxismo. Sin embargo, esta construcción se vino abajo cuando Colletti descubrió que la dialéctica metafísica estaba indisolublemente ligada a la teoría de la alienación (“Marxismo y dialéctica”, 1974, en La cuestión de Stalin), contaminando la base de El Capital y de toda la construcción marxista. Deja, entonces, al marxismo por el liberalismo para terminar apoyando a la ultraderecha neoliberal italiana. Mientras tanto, la Escuela de Frankfurt, en manos de Habermas, dejaba de ser Teoría Crítica cuando éste cambió el insuficiente “paradigma de la producción” (dejando de lado el proyecto de reconstruir al materialismo histórico) por el “paradigma de la comunicación”, para volverse Teoría de la Acción Comunicativa, sin Dialéctica Negativa, social-liberal y reconciliada con el capitalismo. La Escuela de Budapest (los herederos filosóficos de Lukács) pierden la radicalidad de “la revolución de la vida cotidiana” cuando reducen el pensamiento de Marx a una filosofía de la historia, determinista, holista y teleológica, abandonando las necesidades radicales por la condición posmoderna.

V


El Marx intempestivo de Bensaïd parte de que no hay un Marx original u homogéneo y de que en su obra es posible encontrar una crítica de la Razón histórica -que cuestiona una filosofía de la Historia universal, a la que deconstruye y desacraliza, quitándole su necesidad y su teleología-, una crítica de la Razón sociológica determinsta o reduccionista, así como una crítica de la positividad científica en tanto que apela a una “ciencia alemana” totalizadora, insiste en el devenir y en los contratiempos, formulando leyes tendenciales.  En Marx no hay, entonces, una filosofía de la historia sino “una teoría crítica de la lucha social y de la transformación del mundo.” (p.22)

Para probar tal lectura, divide el libro en tres grandes partes. En la primera, “Marx crítico de la razón histórica”, la más interesante, rechaza la reducción del pensamiento de Marx a una Filosofía de la Historia universal, con un Sujeto que persigue sus Fines. Apoyándose en textos de La Ideología alemana, los Grundrisse y El Capital, en los que cuestiona una Historia sagrada y fetichista, recupera “una nueva escritura de la historia” que detecta historias conflictivas, en las que interactúan diversas esferas sociales con su “desarrollo desigual y combinado”, cruzadas por necesidades y tendencias, el azar y las elecciones libres, abriendo o cerrando posibilidades, con saltos y regresiones. Lejos de asumir un Tiempo lineal, único y fatal, Marx y el marxismo revolucionario se ubican en los tiempos fracturados del presente, en la “discordancia de los tiempos”, en los tiempos intempestivos, explosivos, inesperados, no fatales ni deterministas, sin fin asegurado. “Marx deconstruye la noción de Historia universal. Cada presente ofrece una pluralidad de desarrollos posibles.” (p.67) En esa historia abierta se hace posible la elección estratégica y la lucha, de modo que “la política prevalece sobre la historia” (W. Benjamin). Cuando Marx dice que se abre una época de revolución social, no hace una predicción científica sino una anticipación histórica y política condicional; si Lenin habla de “la era de las guerras y las revoluciones” y Trotsky de “la era de la revolución permanente”, no hacen predicciones científicas sino apuestas políticas, apoyados en hechos y posibilidades, en tendencias históricas pero también en la estrategia, la decisión y la lucha. No se trata, entonces, de fatalidades sino de posibilidades, de predicciones (que solo pueden ser apocalípticas) sino de profecías condicionales. El marxismo no se queda en el mesianismo de la espera -de la esperanza-, ya que implica la profecía condicional que actúa en el presente para atraer el futuro. Por eso, Bensaïd reivindica a un “Marx, pensador de lo posible” (y se remite al libro de Michel Vadee), el que dentro de la necesidad social admite los posibles contingentes y el ser en potencia, el que formula “leyes tendenciales”, el que ve en las crisis la apertura de posibilidades revolucionarias. Hay en Marx, en consecuencia, “una nueva apreciación del tiempo” en donde el presente no es un eslabón de una cadena necesaria, sino un “momento de selección de posibles”, pero un presente con su propia temporalidad social, las de los ciclos y crisis del Capital. Más allá del Tiempo sagrado de la Salvación (y de toda filosofía de la historia), más allá del Tiempo abstracto de la Física (y de todo determinismo y mecanicismo), Marx aprecia el Tiempo profano del Capital como una temporalidad social e histórica que produce sus condiciones presentes, las reproduce cíclicamente, mientras genera sus crisis y las condiciones para un porvenir posible. Ese presente que es “efecto de las rotaciones endiabladas del Capital”, también es el de la política, el del pensar y actuar estratégicamente para, en las circunstancias dadas, intervenir en la historia, hacer historia. "La política es el modo de ese hacer. El sentido práctico de lo posible y el conjuro de la utopía arrastrada en la fuga de un futuro indeterminado.” (p.120)  Por eso, con esperanza y temor, con deseo y cálculo, la política revolucionaria hace su “apuesta aventurada” -para dar sentido y no enloquecer, para no abandonarse a la morbidez de la crisis, para dejar de soñar y vivir en una pesadilla. Para Bensaïd, Marx interrumpe la pesadilla y nos despierta en el mundo del Capital, un mundo dominado por una fuerza social enajenada y enajenante que sólo busca “valorizar el valor” –mercantilizar y privatizar todo para producir más ganancias-,  que tiene en su base (y sus “medida miserable”) en la reducción del trabajo concreto al trabajo abstracto, explotado y enajenado, que produce valor (libro I de El Capital
), encarnado en Mercancías, Dinero, Medios de producción que circulan y rotan (libro II de El Capital), que se reproduce de manera ampliada en un tiempo conflictivo (libro III de El Capital): con pugnas salariales en la esfera productiva y con la feroz competencia en la esfera de la circulación, da el salto mortal que convierte a la mercancía cargada de valor y plusvalor en ganancia monetaria, con la disputa entre los propios Capitales por el reparto de la riqueza que ellos privatizan.

Ese es nuestro Tiempo, muy distinto al de Heidegger, sacralizado y ontologizado; Marx nos devuelve al tiempo secularizado, profano y vulgar, de nuestro mundo social, el de los ritmos, ciclos y crisis del Capital. En esa Temporalidad es mejor abandonar la espera heideggeriana de la muerte o la Esperanza del horizonte utópico de Bloch y, con Benjamin, ubicarse en un presente jaloneado entre el pasado y el futuro, preñado de posibilidades, que recuerda a las víctimas del pasado y espera activamente, políticamente, su redención en un futuro mesiánico que recupere el sentido de sus luchas. Benjamin y Marx le dan prioridad a la política sobre la historia porque ambos profetizan la ruptura del tiempo lineal, el acontecimiento necesariamente intempestivo e inactual de la Revolución. Con Marx, con Benjamin,  la historia es politizada y “se vuelve inteligible para quien quiera actuar para cambiar el mundo.” (p.146)

En la segunda parte, “Marx crítico de la razón sociológica”, aclara que Marx no hace ni lógica ni sociología de las clases sociales: no las define ni las clasifica, las determina de manera compleja en la totalidad concreta. Examina a las clases no como “cosas” sino como relaciones conflictivas determinadas desde diversas perspectivas: sometidas al ritmo del Capital, en el seno de la producción y la explotación, pero también en la esfera de la circulación y de la reproducción en su conjunto; determinadas y autodeterminadas, asimismo, en el plano político: en sus luchas, en sus organizaciones, en sus representaciones políticas. Registra, por supuesto, los cambios notables en el mundo del trabajo: la erosión del proletariado industrial, la desconcentración de las industrias, la flexibilización laboral, las tendencias individualizadoras entre los trabajadores, la privatización del consumo y del tiempo libre, la disminución de las tasas de sindicalización, el retroceso en el sentimiento de pertenencia de clase, pero sabe que “el problema no es de orden sociológico” sino un asunto político.

La última parte, “Marx crítico de la positividad científica”, Bensaïd voltea las críticas al trabajo científico de Marx para defender que hace “ciencia de otro modo” (¡una ciencia alemana!), con “una nueva inmanencia” (totalizadora, contradictoria, concreta, uniendo necesidad y posibilidad, abierta a las turbulencias caóticas), terminado esta parte con una espléndida “contribución a la crítica de la ecología política.”

VI


Cabe señalar que, mientras hace esta sorprendente reconstrucción de un Marx intempestivo, Bensaïd critica la “miseria del historicismo” de Popper y polemiza con el “marxismo analítico”, hace una rigurosa deconstrucción de la Teoría de la Justicia
de Rawls (y de paso cuestiona la “comunicación racional” de Habermas), discute con André Gorz, revisa la filosofía alemana (Spinoza, Leibnitz, Hegel) y la crisis de la ciencia moderna, asimilando críticamente los principios de la ecología política.

En ese mismo año de 1995, unos meses después de la publicación de esta obra sobre Marx, sale otro libro suyo: La discordancia de los tiempos
, que conjunta ensayos sobre las crisis, las clases y la historia, en donde ilustra la “nueva apreciación del tiempo” en esos temas. Esta obra, dice el propio Bensaïd, “constituye, en cierto modo, el contrapunto y el complemento” de su obra sobre Marx.

Dos años después, en 1997, publica La Apuesta melancólica
, expresión abierta de esa melancolía que ya se encontraba en su lectura de Benjamin y de Marx. En su primera parte examina el actual "desajuste del mundo" que provoca la globalización capitalista; insiste sobre todo en la discordancia entre la temporalidad del Capital, regida por la producción depredadora para la ganancia inmediata, y los tiempos biológicos de los ecosistemas. Mientras los ritmos naturales se equilibran en siglos o milenios, la razón económica capitalista rompe todo equilibro buscando las ganancias rápidas e inmediatas. Sin embargo, la parte más notable es la última, "La revolución en sus laberintos", en la que vuelve a la profecía revolucionaria, como anticipación condicional que apuesta a un futuro posible para conjurar lo peor. Según Daniel Bensaïd, hay algo de profecía en toda gran aventura humana, amorosa, estética o revolucionaria. La profecía revolucionaria no es una predicción, sino una apuesta histórica carente de seguridad en la victoria, que busca romper los ciclos infernales del Capital. ¿Por qué es una apuesta melancólica? –Porque todos los revolucionarios -y Bensaïd menciona a Blanqui, Péguy, Benjamín, Trotsky o Guevara- encarnan la conciencia del peligro; los revolucionarios son melancólicos porque saben de la derrota o del desastre probable, porque comprenden que no verán la victoria; negando el optimismo de un futuro radiante que necesariamente llegará y un pesimismo paralizante, los revolucionarios apuestan con melancolía y lucidez, luchan, se resisten a esa derrota, a ese desastre, a este mundo.

Este regreso melancólico y lúcido en el marxismo revolucionario de Bensaïd no lo saca de la arena de la disputa ideológica: mantiene de manera intransigente el cuestionamiento a los “socialistas”, tanto en su decepcionante gobierno (Lionel, ¿qué hiciste de nuestra victoria?, 1998) como en su escandaloso apoyo a las intervenciones militares. Si Chomsky escribió sobre “el nuevo humanismo militar”, Bensaïd escribió los Cuentos y leyendas de la guerra ética
, publicada en 1999. Con todo, empieza a percibir El retorno de la cuestión social, como se titula el libro que escribe con Christophe Aguiton, que sale a la luz en 1997. En una larga entrevista publicada como libro en 1999, Bensaïd hace el Elogio de la resistencia al aire de los tiempos. Un cambio de aires anunciado en las huelgas francesas y el movimiento “altermundista” le permite entrever La sonrisa del fantasma, como titula al libro que publica en el inicio de un nuevo milenio.

VII


En esta obra, Daniel Bensaïd vuelve a presentar La sonrisa del fantasma del comunismo
, entendido éste como el movimiento real de toda lucha emancipadora y anticapitalista, retomando como motivo al propio Manifiesto Comunista (citándolo, haciendo referencia a partes de él, confrontándolo con el mundo actual y desarrollándolo). El libro es, entonces, un homenaje al Manifiesto Comunista y a su Fantasma, pero también es una exploración, “con los ojos desengañados”, de la época presente, actualizando de este modo un marxismo militante y revolucionario. Por eso, el texto posee una estructura bien definida y una lógica implacable: abre con la presentación de un supuesto “Fantasma desvanecido” en el aire de los tiempos posmodernos, detectando su regreso y con él, el de un marxismo liberado de dogmas e ideologías de burócratas, como una herencia “sin dueños ni instrucciones para el uso”; desarrolla en cuatro capítulos la Permanencia de este Fantasma del comunismo, sus Intermitencias, sus Metamorfosis y sus Apariciones últimas; cierra con “Una cierta sonrisa” del Fantasma comunista “porque la historia no se termina y la eternidad no es de este mundo”. Si se examina con más detalle la estructura y la lógica de este texto de Baensaïd, podemos descubrir tanto el nuevo estado del capitalismo como el “nuevo espíritu del comunismo” que anuncia el libro desde el propio subtítulo.

NUEVO CAPITALISMO


Aunque hace referencias a un capitalismo senil, terminal, absoluto y sin exterioridad, Daniel Bensaïd no se compromete con ninguna de esas caracterizaciones, seguramente por la carga determinista, fatalista y hasta catastrofista que tienen. Todo ello es ajeno al marxismo de “la discordancia de los tiempos” que defiende, uno que concibe los tiempos fracturados y no lineales, explosivos y no fatales, sin Fin asegurado, que en cada coyuntura se abre a lo posible (a lo contingente, a lo potencial, a lo azaroso), a la profecía que apuesta melancólicamente por un mundo mejor.

Sin embargo, no puede eludir señalar en esta nueva etapa del capitalismo el peso de las contrarreformas neoliberales, que imponen la desregulación mundial para una producción, circulación y reproducción cada vez más ampliada y mundializada del Capital, mercantilizando y privatizando todo mientras se escala su nivel de fusiones y concentraciones. Con una relación de fuerzas a su favor, el Capital vuelve a su despotismo tradicional en la producción con la flexibilización laboral y el reforzamiento de métodos tayloristas y neofordistas, quita trabas en su circulación con Tratados de Libre Comercio y amplía su reproducción al imponer programas privatizadores y abiertamente anti-sociales que desmontan al Estado benefactor y los servicios y bienes públicos (salud, educación, vivienda), adquiriendo más velocidad en sus desplazamientos globales gracias a las innovaciones tecnológicas en la informática.

El nuevo ritmo del Capital transforma la esfera productiva con un trabajo todavía más explotado y enajenado ya que ahora es flexible (dilatando funciones y horarios), precarizado e inestable, más intenso y sometido, presionado con salarios más bajos por la masa creciente de desempleo; aunque con menos obreros industriales, vivimos un mundo proletarizado bajo la barbarie del Capital.

En el terreno político emerge un Estado ligero o mínimo en lo económico, pero reforzado con un pesado Estado penal, carcelario, policiaco, que impone la tolerancia cero, criminaliza la miseria mientras permite la perversa unión de la Propiedad (privada) con el Poder (público). Con esa privatización de la vida pública, se debilita la ciudadanía mientras se degrada la “democracia” y la política se vuelve negocio, agudizándose su descrédito.

Se vive entonces una sociedad despolitizada, que fomenta el individualismo anónimo y vacío o los pánicos identitarios que intentan llenar ese vacío. Los “comunistas” ligados a la tradición estalinista se corren, con los Verdes, hacia la socialdemocracia y la Tercera Vía, pero esta corriente a su vez se corre hacia el liberalismo (pasando del social al individualista), mientras este último se vuelve neoliberalismo, plenamente fusionado con el pensamiento conservador y de derecha. Otros movimientos impugnadores del Capital, como el feminista y el ecologista, fueron perdiendo su filo crítico y subversivo. Al final de estos desplazamientos que van de la izquierda al centro para llegar a la derecha, casi todas las posiciones políticas son iguales y están subordinadas a la lógica del Capital, aunque los movimientos altermundializadores anuncian nuevos aires de rebelión, todavía no abiertamente anticapitalistas y neocomunistas.

A nivel social, lo colectivo se ha pulverizado, fomentando el individualismo estrecho y la competencia de todos contra todos (el mundo burgués que cuestionaba el joven Marx), publicitando la “diferencia” mientras se tiende a la homogenización del productivismo y del consumismo globalizado. Los medios de comunicación de masas refinan sus formas de imponer los mitos ideológicos del “nuevo espíritu del capitalismo” mientras la filosofía posmoderna promueve la alienación desencantada; en el discurso social se invisibiliza a las clases y las luchas de clases en tanto se justifica el nuevo reparto del mundo del imperialismo con el “humanismo” de las “guerras éticas” (que supuestamente defienden Derechos Humanos).

Este nuevo capitalismo plantea ya una crisis inédita: una crisis civilizatoria, con dos vertientes de urgente solución: la crisis social (la del nuevo y violento reparto imperialista del mundo, la de la crisis del trabajo asalariado y su secuela de desempleo, precariedad, la de la privatización que asfixia la vida pública, etc.) y la crisis ecológica (la de la ruptura de los equilibrios de los ecosistemas por la lógica depredadora del Capital). La conciencia de esta crisis puede dar nueva vida al fantasma del comunismo, que necesariamente debe actualizarse.

NUEVO ESPÍRITU DEL COMUNISMO


¿Qué entender, entonces, por el “nuevo espíritu del comunismo”? Desde las primeras páginas Daniel Bensaïd traza sus perfiles:

“Un progreso realmente humano, que propicie el florecimiento de cada uno y que sea respetuoso de las condiciones de la reproducción de la especie, debe ser inventado. Ante sus estragos y las desilusiones, el progreso debe pues ser reinventado según criterios acordes con las necesidades humanas y guardando respeto por su pertenencia a la naturaleza: el de la reducción masiva del tiempo de trabajo forzado, lo que permitiría volver a encontrar sentido al juego y a los placeres del cuerpo, sometidos hoy al principio mecánico del rendimiento; el de una transformación cualitativa de las relaciones entre el hombre y la mujer, lo que constituye la primera experiencia simultánea de la diferencia irreductible del otro y de la universalidad de la especie; pero significa, también, el terminar, donde quiera que se encuentren y subsistan, las relaciones de dominio y opresión, de modo que las mujeres y el extraño, el extranjero, no se vean más como amenazas; ello implica el advenimiento de una humanidad realmente solidaria, gracias a la universalización de la producción, los intercambios y de la comunicación. En fin, el de una universalización efectiva y solidaria de la humanidad, que prefigura el internacionalismo revolucionario.”

Por eso el “nuevo espíritu del comunismo” sigue luchando por abolir la lógica del Capital, de la mercantilización y la privatización de todo; está presente en los combates contra la explotación y la enajenación, en las guerras que se libran contra el dominio imperialista.

El nuevo comunismo replantea ya la necesidad y el valor del Bien común y del servicio público; pugna además por una vida desenajenada del buen vivir. Actualizado para estos tiempos, el neocomunismo desarrolla una ecología política humana, que vincula la crisis ecológica con la social (con la lógica del Capital) y un feminismo que lucha a la vez contra el patriarcalismo y el capitalismo.

El nuevo fantasma del comunismo busca encarnar en movimientos sociales y partidos políticos que generen contra-poderes democráticos pero que no evadan la búsqueda del poder político, colectivo y democrático, para transformar el mundo y cambiar la vida. Por todo eso, el “nuevo espíritu del comunismo” será, debe ser, intransigentemente anticapitalista, feminista y ecologista, democratizador e internacionalista, humanista pero profano y descreído, apostando en una historia sin juicio final, abierta a diversos posibles.

VIII


En estos últimos años Daniel Bensaïd ha desplegado este marxismo militante y renovador escribiendo sobre Marx (Karl Marx, los hieroglifos de la modernidad
, 2001), recordando al viejo topo que cava y socava al capitalismo (en sus Resistencias: ensayo de topología general, 2001), recapitulando los principios que lo guían (Los Irreductibles: teoremas de la resistencia al aire de los tiempos, 2001) y afirmando su tradición y herencia (Los Trotskismos, 2002). Tomando en cuenta los atentados del 11 de septiembre, las guerras del imperio y el movimiento altermundialista, publica en el 2003 La Nueva Internacional contra las guerras imperialistas y la privatización del mundo y Cambiar el mundo, descifrando el momento actual y polemizando con Negri y Holloway, entre otros.  Daniel Bensaïd sabe que es uno de “los últimos mohicanos” y que la herencia recibida, resguardada y enriquecida, debe ser transferida. Tal vez por eso escribe y titula su relato autobiográfico Una lenta impaciencia (2005). Con todo, no puede dejar de estar atento a todo lo que ocurre a su alrededor y publica sus Fragmentos descreídos (2005), mientras dirige la revista contratemos, interviene sobre la participación de la LCR en las próximas elecciones y en el debate sobre la estrategia revolucionaria en nuestros días (2006), demostrando que su marxismo está bien vivo.

  Edición digital de la Fundación Andreu Nin, enero 2007
 

lunes, 1 de agosto de 2011

Archivos: 1913


Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo
V. I. Lenin (Mar/1913)
 
 La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una "secta perniciosa". Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad que tiene como base la lucha de clases no puede existir una ciencia social "imparcial". De uno u otro modo, toda
la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar que la ciencia sea imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma absurda ingenuidad que esperar imparcialidad por parte de los fabricantes en lo que se refiere al problema de si deben aumentarse los salarios de los obreros disminuyendo los beneficios del capital. 
    Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de la ciencia social muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que se parezca al "sectarismo", en el sentido de que sea una doctrina fanática, petrificada, surgida al margen de la vía principal que ha seguido el desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, lo genial en Marx es, precisamente, que dio respuesta a los problemas que el pensamiento de avanzada de la humanidad había planteado ya. Su doctrina surgió como la continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo. 
    La doctrina de Marx es omnipotente porque es verdadera. Es completa y armónica, y brinda a los hombres una concepción integral del mundo, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés. 
    Nos detendremos brevemente en estas tres fuentes del marxismo, que constituyen, a la vez, sus partes integrantes. 

  I
    La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna de Europa, y en especial en Francia a fines del siglo XVIII, donde se desarrolló la batalla decisiva contra toda la escoria medieval, contra el feudalismo en las instituciones y en las ideas, el materialismo se mostró como la única filosofía consecuente, fiel a todo lo que enseñan las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la mojigata hipocresía, etc. Por eso, los enemigos de la democracia empeñaron todos sus esfuerzos para tratar de "refutar", minar, difamar el materialismo y salieron en defensa de las diversas formas del idealismo filosófico, que se reduce siempre, de una u otra forma, a la defensa o al apoyo de la religión. 
    Marx y Engels defendieron del modo más enérgico el materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces el profundo error que significaba toda desviación de esa base. En las obras de Engels Ludwig Feuerbach y Anti-D&uumlhring, que -- al igual que el Manifiesto Comunista -- son los libros de cabecera de todo obrero con conciencia de clase, es donde aparecen expuestas con mayor claridad y detalle sus opiniones. 
    Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII, sino que desarrolló la filosofía llevándola a un nivel superior. La enriqueció con los logros de la filosofía clásica alemana, en especial con el sistema de Hegel, el que, a su vez, había conducido al materialismo de Feuerbach. El principal de estos logros es la dialéctica, es decir, la doctrina del desarrollo en su forma más completa, profunda y libre de unilateralidad, la doctrina acerca de lo relativo del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en perpetuo desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales -- el radio, los electrones, la trasformación de los elementos -- son una admirable confirmación del materialismo dialéctico de Marx, quiéranlo o no las doctrinas de los filósofos burgueses, y sus "nuevos" retornos al viejo y decadente idealismo. 
    Marx profundizó y desarrolló totalmente el materialismo filosófico, e hizo extensivo el conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. Al caos y la arbitrariedad que imperan hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica, que muestra cómo, en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida social surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo. 
    Así como el conocimiento del hombre refleja la naturaleza (es decir, la materia en desarrollo), que existe independientemente de él, así el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas concepciones y doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, etc.), refleja el régimen económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, que las diversas formas políticas de los Estados europeos modernos sirven para reforzar la dominación de la burguesía sobre el proletariado. 
    La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado, que ha proporcionado a la humanidad, y sobre todo a la clase obrera, la poderosa arma del saber.

  II
    Después de haber comprendido que el régimen económico es la base sobre la cual se erige la superestructura política, Marx se entregó sobre todo al estudio atento de ese sistema económico. La obra principal de Marx, El Capital, está con sagrada al estudio del régimen económico de la sociedad moderna, es decir, la capitalista. 
    La economía política clásica anterior a Marx surgió en Inglaterra, el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo, en sus investigaciones del régimen económico, sentaron las bases de la teoría del valor por el trabajo Marx prosiguió su obra; demostró estrictamente esa teoría y la desarrolló consecuentemente; mostró que el valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción. 
    Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de una mercancía por otra), Marx descubrió relaciones entre personas. El cambio de mercancías expresa el vínculo establecido a través del mercado entre los productores aislados. El dinero, al unir indisolublemente en un todo único la vida económica íntegra de los productores aislados, significa que este vínculo se hace cada vez más estrecho. El capital significa un desarrollo ulterior de este vínculo: la fuerza de trabajo del hombre se trasforma en mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de las fábricas, de los instrumentos de trabajo. El obrero emplea una parte de la jornada de trabajo en cubrir el costo de su sustento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la clase capitalista. 
    La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx. 
    El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime al obrero, arruina a los pequeños propietarios y crea un ejército de desocupados. En la industria, el triunfo de la gran producción se advierte en seguida, pero también en la agricultura se observa ese mismo fenómeno, donde la superioridad de la gran agricultura capitalista es acrecentada, aumenta el empleo de maquinaria, y la economía campesina, atrapada por el capital monetario, languidece y se arruina bajo el peso de su técnica atrasada. En la agricultura la decadencia de la pequeña producción asume otras formas, pero es un hecho indiscutible. 
    Al azotar la pequeña producción, el capital lleva al aumento de la productividad del trabajo y a la creación de una situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. La misma producción va adquiriendo cada vez más un carácter social -- cientos de miles y millones de obreros ligados entre sí en un organismo económico sistemático --, mientras que un puñado de capitalistas se apropia del producto de este trabajo colectivo. Se intensifican la anarquía de la producción, las crisis, la carrera desesperada en busca de mercados, y se vuelve más insegura la vida de las masas de la población. 
    Al aumentar la dependencia de los obreros hacia el capital, el sistema capitalista crea la gran fuerza del trabajo conjunto. 
    Marx sigue el desarrollo del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más elevadas, hasta la gran producción. 
    Y la experiencia de todos los países capitalistas, viejos y nuevos, demuestra claramente, año tras año, a un número cada vez mayor de obreros, la veracidad de esta doctrina de Marx. 
    El capitalismo ha triunfado en el mundo entero, pero este triunfo no es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.

  III
    Cuando fue derrocado el feudalismo y surgió en el mundo la "libre" sociedad capitalista, en seguida se puso de manifiesto que esa libertad representaba un nuevo sistema de opresión y explotación del pueblo trabajador. Como reflejo de esa opresión y como protesta contra ella, aparecieron inmediatamente diversas doctrinas socialistas. Sin embargo, el socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, imaginaba un régimen superior, y se esforzaba por hacer que los ricos se convencieran de la inmoralidad de la explotación. 
    Pero el socialismo utópico no podía indicar una solución real. No podía explicar la verdadera naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, no podía descubrir las leyes del desarrollo capitalista, ni señalar qué fuerza social está en condiciones de convertirse en creadora de una nueva sociedad. 
    Entretanto, las tormentosas revoluciones que en toda Europa, y especialmente en Francia, acompañaron la caída del feudalismo, de la servidumbre, revelaban en forma cada vez más palpable que la base de todo desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases. 
    Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se logró sin una desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre o democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista. 
    El genio de Marx consiste en haber sido el primero en deducir de ello la conclusión que enseña la historia del mundo y en aplicar consecuentemente esas lecciones. La conclusión a que llegó es la doctrina de la lucha de clases. 
    Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los que abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas que pueden -- y, por su situación social, deben -- constituir la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas para la lucha. 
    Sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx explicó la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo. 
    En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el Japón y desde Suecia hasta el África del Sur, se multiplican organizaciones independientes del proletariado. Este se instruye y educa al librar su lucha de clase, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, está adquiriendo una cohesión cada vez mayor y aprendiendo a medir el alcance de sus éxitos, templa sus fuerzas y crece irresistiblemente.