jueves, 30 de junio de 2011

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EL PROLETARIADO EN LA REVOLUCION 1920 -1973
SEPTIEMBRE 1976

          I

En septiembre de 1973 la contra-revolución ha vencido. La intervención conjunta de las Fuerzas Armadas ha segado brutalmente el desarrollo de la Revolución Chilena.
Explicar y circunscribir la derrota en el limitado ciclo revolucionario de 1970-1973 contribuye muy poco a esclarecer positivamente las causas sociales y políticas que la determinaron. El triunfo de la contra-revolución ha puesto término al más largo ciclo del desarrollo del proletariado, en el marco de una sociedad atrasada que agotaba sus posibilidades de expansión demo-burguesa.
Este ciclo se extiende desde 1920 a 1973 y, en su complejidad, abarca tanto la historia de la sociedad como del propio movimiento obrero. Es decir, comprende desde los balbuceos políticos de la clase, bajo dirección burguesa, hasta su triunfo político, bajo el alero de sus partidos de clase.
Hasta el año 20 la sociedad chilena mantiene su estructura tradicional, correspondiendo al desarrollo de sus fuerzas productivas y al de las clases dirigentes. El país no conoce un desarrollo industrial. Si bien el modo de producción capitalista predomina en lo fundamental, se desenvuelve con contradicciones bien específicas: en la estructura agraria y la producción minera. La primera se asienta en la gran propiedad territorial que genera una clase dirigente relativamente homogénea, la cual sorteando y aminorando sus contradicciones ejerce el poder político. En el segundo plano, la explotación minera esencialmente monoproductora, centrada en el salitre, oxigena las arcas fiscales y regula el comercio exterior. Esta explotación se encuentra en manos del Imperialismo Inglés. Tal situación no altera, en lo fundamental, el predominio político de la clase nativa, la que -a través del control del aparato del Estado- se beneficia directamente. Entre estos polos conviven actividades menores que no alteran el cuadro: explotaciones mineras diversas en manos nacionales, comercio, artesanías e industrias que no configuran al país.
La clase terratenientes reducida en número y que obtiene sus privilegios de la gran propiedad territorial; pero es evidente que ella se beneficia esencialmente de su función política: guardiana del Estado, profitadora de los residuos impositivos al capital imperialista. La productividad agrícola es baja y fundamentalmente de consumo interno. El campesinado, si bien numeroso, vive una existencia semi-servil y, las más de las veces, en verdaderos ghetos territoriales, los latifundios. Eso facilita su manejo político y social, dando un basamento estable y amplio al terrateniente.
En la zona salitrera la realidad es diferente. Producida y tolerada la desnacionalización, el capital imperialista amplía la explotación de las riquezas salitreras, creando un monopolio exportador que, si bien lo beneficia directamente, deja un margen en provecho directo del Estado. Secundariamente, abre el campo de actividades comerciales e incluso fabriles, que diversifican internamente la vida económica. Sin embargo, el aspecto da mayor importancia es que contribuye a la formación de un proletariado minero numeroso y concentrado. Por las características de la explotación, su ubicación geográfica y sus nexos políticos, este sector es el que conserva mayor independencia frente a los poderes internos. Es el núcleo más aguerrido de la clase trabajadora del país y el que da los primeros pasos hacia una organización independiente de la clase.
En las ciudades se configura un artesanado y un proletariado desperdigado pero combativo. Si sus luchas alcanzan muchas veces niveles significativos, es indudable que en lo esencial tienen un carácter económico-social, sin alcanzar un efectivo grado de politización.

II

El desarrollo de la Primera Guerra Imperialista provoca fuerte impacto en la estructura del país. El monopolio mundial del salitre se resquebraja, por las dificultades impuestas al comercio, como así mismo por la aparición en el mercado mundial del salitre sintético. El comercio exterior se paraliza, las finanzas fiscales disminuyen y los empleados del Estado son amenazados en sus salarios. Las Oficinas Salitreras paralizan su producción, provocando una cesantía generalizada de los trabajadores mineros. Esa paralización desata migraciones de familias y pueblos enteros, generando una amplia agitación social. Las clases dirigentes se sienten amenazadas en dos planos: por la quiebra del comercio exterior y por la agitación obrera. El subdesarrollo y la dependencia quedan el desnudo. Situación tal mina la relativa integridad política y social de las clases dominantes. La frustración de la revolución demo-burguesa quede en evidencia y es esta realidad la que ilumina el horizonte de embrionarias manifestaciones de una ideología desarrollista. Tanto uno como otro factor coagulan y concentran a las capas populares y las politizan. La conciencia de clase se agudiza, aspirando a lo político. Este progreso es detenido, tanto por el deterioro coyuntural como por la alarma burguesa. El agrietamiento político burgués se acelera, provocando conductas distintas, y uno de sus sectores más clarividentes se organiza, tanto para contener, canalizando el descontento obrero, como para dar una salida a la encrucijada estructural planteada a su sociedad. Alessandri cumplirá exitosamente esta faena, salvando a las clases poseedoras al precio de quebrar su monolitismo político y, al más caro aún, de incorporar a los trabajadores a la participación política, como sector de principalísima importancia. 
Si bien esto es un salto cualitativo y los trabajadores se integran como clase a la sociedad civil, se trató sólo de un ensayo general. Ellos pasan a ser un factor objetivo de la lucha política, sin alcanzar autonomía. No obstante, este proceso tiene un profundo significado revolucionario. El proletariado nacional penetra en la zona de la revolución demo-burguesa necesariamente. De ahí a futuro las posibilidades de progreso no serán de exclusivo resorte de las capas burguesas existentes o por formarse, sino dependerán del apoyo del proletariado. He aquí su signo distintivo.
En las elecciones presidenciales de 1920 triunfa el candidato de la Alianza Liberal: Alessandri. Su característica fue el resultado de una quiebra política en el seno de los partidos que, si bien rompía el monopolio histórico de las clases gobernantes, no significaron, en su momento, una enemistad definitiva de las partes en ruptura. El futuro, sobre bases distintas volvería a unificarlas. La importancia trascendente de la postulación Alessandri es la incorporación en bloque de los trabajadores a la lucha social. Su presencia masiva es indiscutible y decisiva. Si actúan bajo dirección burguesa y. En sentido moderno, en colaboración de clases, no es menos efectivo que esa colaboración es progresiva, tanto porque prepara la independencia y la estructuración de la clase, como por su curso posterior.
Hasta esa fecha, la lucha partidista se verifica entre conservadores y liberales, denominaciones que no señalan diferencias políticas substanciales ni, menos aún, expresan estratos sociales antagónicos; expresan matices de conducta que regulan el constante deslizamiento entre sus fracciones.
La importancia de la fisura de las clases dominantes en 1920 es que viene a expresar incompletamente, en la esfera política, el drama del desarrollo socio-industrial-económico y a reparar, limitadamente, el anormal ausentismo y marginación del proletariado de la escena social. En la historiográfica nacional esa fecha señala el ascenso de las Clases Medias. Lo que es efectivo, sólo en la medida en que la presencia de los trabajadores no es aún conciente, permitiendo la primacía de una dirección pequeño-burguesa. objetivamente, se plantean los problemas de la revolución demo-burguesa: necesidad de desarrollo industrial, liberación del carácter mono-productor y de las limitaciones que impone la penetración imperialista, etc. Alessandri y su sector de apoyo no formulan un explícito programa demo-burgués. Existe una extraña incomprensión del fundamento social objetivo que los presiona por la senda demo-burguesa. esta contradicción se explica por el predominio de las relaciones capitalistas que sobrepasan la naturaleza histórica de las clases gobernantes. Sectores artesanales proliferan, al igual que una masa trabajadora asalariada urbana incentivada por la superestructura social estatal o por incipientes desarrollos capitalista, impedidos de una real acumulación. El proletariado minero se forma a la sombra del capital imperialista, que traspasa las utilidades a la metrópoli. Los impuestos costean un aparato estatal desmesurado, que consume sus ingresos en sí mismo o que los transmite, para el lujo de las clases gobernantes o la valorización de la propiedad fundiaria.
Si en el pasado existió una minería nacional, que hipotéticamente pudo permitir un desarrollo capitalista autóctono, su posibilidad se vio frustrado por sucesivas, y no siempre configuradas, derrotas político-sociales de los sectores progresistas que, al final de cuentas, debieron unificarse con aquellos que les cerraban el paso.
Difícil resultaría la comprensión del fenómeno, si no se aprecia el desarrollo de las luchas obreras del período, la peculiaridad de la organización sindical y la búsqueda de una expresión orgánico-política.
Resistencias de las clases oprimidas pueden ser detectadas desde antiguo, pero es evidente que, como manifestaciones significativas, debemos empadronarlas en le primer cuarto de siglo. No es sorprendente que la actividad obrera esté constantemente condicionada por factores de carácter internacional.
La Primera Guerra Mundial creó particulares problemas a la economía del país. Su comercio exterior funcionaba en estrecha dependencia con el capital inglés, dueño de la explotación salitrera. Esta industria es remecida, tanto por el bloqueo que provoca el conflicto bélico, como por la competencia del salitre sintético. A pesar de todo, en los primeros momentos la economía del país conoce una bonanza. El Estado recibe fuertes ingresos y sus clases dirigentes se benefician en toda aspecto. Más tarde se produce la disminución de la producción y un fuerte cercenamiento de las entradas fiscales.
La disminución de la producción se traduce en el cierre de Oficinas, con su secuela de cesantía. La pérdida del trabajo para el obrero salitrero acarrea serios trastornos sociales. Este es un trabajador que emigra con sus familias allí donde se instala la producción. El cierre obliga a desplazamientos de naturaleza contradictoria y explosiva. A lo largo del territorio salitrero, los trabajadores se organizan.
Por su peculiar situación, la actividad obrera sobrepasa una condición meramente economicista y abarca una amplia gama de “reivindicación social”: habitación, alimento, vestuario, derechos, etc. y transitoriamente aborda soluciones políticas. Al hacerlo, las organizaciones traspasan el círculo hasta el planteo de una revolución social, sin relación objetiva al desarrollo de la clase y su efectiva independencia y del nivel de la politización colectiva. Las relaciones de los sectores de vanguardia con la clase, reflejan la inmadurez de unos y otros.
La crisis económica, dado el carácter mono-productor, impacta al conjunto de la sociedad. Para las clases dirigentes, el subdesarrollo forma el sustrato de su plenitud económica y de su independencia política. Esas clases, sin ser propiamente burguesas, se habían fortalecido en el Poder Político que habían conquistado, sin serias luchas contra fuerzas internas. La evolución demo-burguesa se desliza entre ellas y las modifica lentamente. Sus embriones antagónicos, sin fuerzas suficientes para enfrentarse se ensamblan, sea  a través de derrotas parciales o por el común usufructo del aparato estatal.
La antinomia mono-producción-latifundio articula una industria menor, manufacturas y artesanías que modelan los rudimentos de un proletariado urbano: obreros de la construcción, gráficos, molineros, panificadores, etc. En algunas fases se insinúan un despegue industrial que se frustra por falta de capitalización, como consecuencia de la exportación de capitales. El subdesarrollo no es exclusivamente económico, es social. Conspira contra el crecimiento del proletariado y acentúa la debilidad no anuda las luchas, las exacerba a veces, pero sin posibilidades de grandes modificaciones revolucionarias.
La crisis económica golpea ahora en todos los planos y se manifiestan todos los factores del atraso. Si es efectivo que el proletariado es orgánicamente débil y carece de representatividad de clase, se galvaniza socialmente y crea u problema social. A su vez, las clases dirigentes pierden su cohesión y se posibilitan fricciones políticas, que involucran los problemas del atraso.
Obreros salitreros, urbanos, artesanos, estudiantes, participan en una lucha de un nuevo contenido, cuya trascendencia se les escapa. Los estudiantes universitarios avanzan a la conquista de una conciencia política y formarán vanguardia, que a su medida se incorpora a las masas, influenciado las organizaciones de los trabajadores, tales como la I.W.W. y la Federación Obrera de Chile.

III

Las mismas causas que elevan a Alessandri contribuirán a su caída. La crisis de post-guerra excita las diferencias en los partidos dirigentes. En uno de sus aspectos, la crisis se generaba por la falta de una base industrial y, si bien el comercio exterior se había reanimado, esto era un fenómeno transitorio. La crisis repercutió en un proletariado débil, armado con una semi-conciencia política que facilitó su manejo por un caudillo burgués.
Un eventual programa desarrollista requería una base de sustentación concreta y ésa estaba resquebrajada. La producción nacional ya  no tenía nexos sólidos con el mercado internacional. Las clases dirigentes no habían capitalizado. Se había enriquecido valorizando sus tierras; no tenían capacidad de inversiones más dinámicas y carecían de experiencia técnica.
El apoyo de los sectores populares en el triunfo de Alessandri no era tan incondicional. Al mismo tiempo que pugnaban por ser clase política, exigían la reanudación del trabajo productivo y su peso específico resultaba un programa reivindicativo. La reanimación dependía de una base muerta, dada la erradicación de la industria salitrera y una efectiva reabsorción de mano de obra quedaba suspensa de un desarrollismo incierto. Por el dinamismo social, el burguesismo populista se encontró aprisionado y tendió a dar una solución en el terreno jurídico abstracto, buscando satisfacer reivindicaciones sociales en un cuerpo de derechos legales. Incapaz de adelantar un programa desarrollista, se esmeraba por debilitar y contener la presión del proletariado.
En la escena mundial nuevas fuerzas se hacían presente y modificaban las relaciones económicas y políticas. El imperialismo inglés se encontraba imposibilitado de ayudar al monopolio inglés que se debilitaba en Chile. A su vez, los capitales americanos iniciaban su escalada del cobre, que vendrá a reemplazar a la rezagada producción salitrera.
Todo colocaba a Alessandri en una impotencia muy real y esos factores provocarán la intervención militar. El objetivo principal es impedir un desbordamiento obrero. Los militares derrocarán al Presidente, para reponerlo después de dar, finalmente, paso a la Dictadura.
Corresponderá ese papel al entonces Coronel Ibáñez, quien gobernará dictatorialmente el país entre 1927 y 1931. Alessandri e Ibáñez cubrirán los problemas y las angustias de la burguesía nacional entre dos grandes crisis, la de 1918-1920 y la de 1929-1931. La Dictadura suspende las libertades democráticas y reprime a los trabajadores. En esos años, la penetración del imperialismo yanqui se acentúa y logra el predominio sobre sus rivales.
Ibáñez persigue al Partido Comunista y relega a sus dirigentes, al igual que a los más destacados líderes sindicales, personeros anarquistas y socialistas. Más adelante, las medidas se extenderán a la dirección del estudiantado universitario. Si bien el PC era el único partido de la clase obrera -fundado en 1922- su influencia era reducida. El máximo exponente del proletariado había muerto en 1924 y sus seguidores no mantenían con la clase las conexiones que caracterizaron la obra de Recabarren. Las grandes masas carecían de conducción partidista e incluso los sindicatos conservaban limitada influencia. Entre Ibáñez y Alessandri el antagonismo es externo. A su medida, intentan resolver las dificultades estructurales de la sociedad chilena: el desarrollo industrial en manos de una embrionaria burguesía. Entre la necesidad del desarrollo y su verdadera posibilidad, los márgenes son estrechos, el primer instante, la Dictadura se apoyó en a burguesía terrateniente, la que es derrotada políticamente en la elección de 1920, y muy pronto deberá romper estos vínculos, para asentarse principalmente en el aparato estatal, cuyo desarrollo impulsa considerablemente.
Su gobierno es contradictorio por factores objetivos. Es un desplazamiento a la derecha, dictatorial y agresivo. Debe dar solución a los problemas que se escapan de la estricta esfera política: decantaciones sociales opuestas, embriones desarrollistas incapaces de despegar, sectores medios que modifican la estratificación social, elementos que presionan por soluciones de fondo.
Contener la crisis económica e impedir el colapso total que amenaza la estructura, plantea ineludiblemente erradicar al atraso visible en una conjunción crítica “estructura-coyuntura”. Si dar trabajo a millares de personas es una tarea urgente, lo es construir los pilares de reemplazo de una producción ruinosa y única. La explotación cuprera, que en el futuro jugará ese papel, se encuentra aún en la adolescencia y la industrialización no es más que una vaga aspiración. Las clases sociales, en su crecimiento y sus exigencias, desbordan el marco de las relaciones existentes y no encuentran repuesta. El país debía ser modernizado y las clases surgidas exigían su participación social. El proletariado numeroso y combativo caminaba al encuentro de una conciencia política, mientras presionaba por sus reivindicaciones.
La misma dictadura que encarcelaba a los dirigentes obreros se veía forzada a legalizar las relaciones entre patrones y obreros y codificar las medidas sociales, adelantadas desde 1920. Intenta sin éxito crear una Central Sindical bajo control estatal (CRAC). La Central Nacional de Sindicatos Legales se posibilita por esa legislación y sobre su base se formará posteriormente la CTCH, que jugará un importante papel en los procesos futuros. En esos años se logra una reanimación de la actividad productiva y una elevación del standard de vida de los trabajadores, de los servicios del Estado y otros medios. Se moderniza la educación, extendiéndola a capas más modestas de la población. A medida que la Dictadura se desliza al bonapartismo, destruye la imagen del orden oligárquico. Al caer la Dictadura, la oligarquía reconquistará transitoriamente el poder político, sin lograr restaurar el orden jerárquico vivo hasta 1920.
¿Cuál es la fuente que alimenta esta reordenación? Factores coyunturales posibilitan y benefician al Gobierno de Ibáñez. Superada la crisis económica de post-guerra, el salitre tiene un repunte, antes de su caída definitiva, y la represión política sirve a los propósitos del reordenamiento. Sin duda, un elemento fundamental es la penetración del imperialismo americano, que durante esos años invierte en la Gran Minería del Cobre, desplazando definitivamente al capital inglés. El endeudamiento fiscal se acentúa y el desarrollismo es postergado.
La Dictadura transcurre entre dos crisis económicas que determinan el curso del país. La crisis de 1920-24, al desarticular el aparato económico, introdujo la comezón industrialista en la perspectiva optimista de conservar la estructura del poder vigente. La tarea debió postergarse. La gran crisis de 1929, que conmueve al sistema capitalista, repercute con inusitada fuerza en Chile. El comercio exterior se paraliza y su principal producto, fuente del 70% de los ingresos, se pierde definitivamente para el mercado mundial. La crisis incide políticamente y precipita la caída de la Dictadura en julio de 1931, abriendo un período de gran inestabilidad política.

IV

La Dictadura de Ibáñez modificó la evolución política de la clase trabajadora y, sin proponérselo, cortó sus vínculos con el populismo burgués, preparando la emancipación orgánico-política de la clase. A su vez, contribuyó  rehacer la quebrantada unidad burguesa.
En una fase, la lucha contra la Dictadura unifica a todas las clases. En un frente único en la acción y en el cual la dirección burguesa no puede expresarse nítidamente. Corresponderá al estudiantado universitario desempeñar el papel de detonante y asumir transitoriamente una dirección política, que estaba muy lejos de poseer efectivamente. Los sucesos de 1931 influirán poderosamente en el desarrollo posterior de la lucha de clases. Esta unificación no constituía un compromiso político entre las clases. La oligarquía, forzada a luchar contra la Dictadura, comprendía muy bien su separación con los compañeros de ruta. Ocultando su dirección, viste el ropaje del Civilismo que servirá a su reagrupamiento y que, por corto tiempo, le permitirá el control político de una movilización masiva. Bajo esta bandera es elegido Presidente de la República J. E. Montero, quien debería consolidar la constitucionalidad interrumpida.
Rápidamente se evidenció que esa solución política estaba muy lejos de resolver los graves problemas que conmovían al país. La crisis económica se agudizaba más, recreando la intranquilidad social. Obreros y empleados realizaban huelgas y manifestaciones; el descontento cunde. Las tendencias políticas se organizan y buscan definirse, sin encontrar el camino hacia las masas.
El corto período de la Legalidad es un hervidero. A las ya normales protestas obrero-estudiantiles, se suma, develando la profundidad de la crisis social, la Insurrección de la Marinería. Esta Insurrección ilumina la bancarrota de la vieja sociedad oligárquica y anuncia la pujanza de las capas populares; quiebra la jerarquía y desafía al Gobierno. Si no tiene un programa definido se manifiesta solidaria con los trabajadores.
El 4 de junio de 1932 un golpe militar pone fin al Gobierno de la Civilidad. La apertura legalista no había satisfecho a ningún sector social y sólo contribuye a agudizar las contradicciones, que la profundización de la crisis económica dejaba al descubierto. La transitoria e informe unidad en la acción dejaba paso a los conflictos entre las clases. Presionado en todos los planos, los trabajadores demostraban su hostilidad a los sectores gobernantes. Una conciencia política tomaba forma. El Partido Comunista había salido de la clandestinidad, dividido en dos sectores dirigentes. Ninguno de ellos tenía arraigo entre los trabajadores y sus divergencias no eran comprendidas por los sectores de vanguardia. Ninguna de las direcciones en disputa estaba en condiciones de formular un programa que condensara las aspiraciones de los trabajadores. Si bien contaban con experimentados elementos sindicales, que animaban la actividad obrera, y la situación se radicalizaba, la inmadurez de la dirección y su política empírica conspiraban a su desarrollo. Sin regresar al Populismo, los trabajadores se mantenían expectantes. Toda la clase se había transformado en una gigantesca Vanguardia Social que, por su estado de maduración, rechazaba soluciones partidistas, que no se ajustaban a sus precisa necesidades. El PC (stalinista) se movilizaba en un radicalismo abstracto, sin comprender su desconexión efectiva.
La solución civilista había unificado a las clases dirigentes y en esa unificación los conservadores dominaban. Con Montero se agota la fase de Unidad Nacional. Los partidos, al reestructurarse, no habían modificado su esencia y, sin verificarse, reaparecían sus viejas divisiones partidistas. Ninguno de ellos había logrado capitalizar en el clima de la politización masiva y se aislaban, incluso de los sectores medios, que parecieron acompañarlos en la lucha contra la Dictadura.
Es en este cuadro, que debemos situar y comprender los acontecimientos del 4 de junio de 1932. Ibáñez ejerció su dictadura apoyado por el Ejército, expresión de las clases dirigentes. En su evolución bonapartista, la Dictadura y el Ejército pierden su conexión efectiva con esas clases y, cada vez más, se apoyan en la máquina del Estado, propiamente tal. En su fase final, la Dictadura y el Ejército se distancian y éste se convulsionaría a su caída. Ibáñez había roto la línea larga del predominio aristocrático. Cuando esas clases reconquistaron el Poder, su reconciliación con el Ejército era incompleta, conviviendo en el interior de éste encontradas tendencias.
La conspiración venía desde fuera hacia el Ejército. Sectores vinculados al viejo populismo se confabularán con Marmaduque Grove, ex alessandrista, coronel de la Fuerza Aérea, para derrocar a Montero.
Aunque la base de la conspiración es castrense, cuenta con la afluencia de sectores civiles desplazados. El Golpe provoca así un desplazamiento a la izquierda, que se corresponde con el clima social imperante.
Conquistado el poder, la Junta de Gobierno, bajo el control de Grove, proclama la instauración de la República Socialista. esto tiene una repercusión explosiva; las masas se movilizan en apoyo al nuevo Gobierno. La República Socialista carece de programa en correspondencia a su enunciado y, salvo algunas medidas populares, se muestra incapaz de avanzar a modificaciones profundas de la estructura orgánica; el sindicalismo es raquítico y carece de partidos  que la representen.
Una corriente eléctrica conmueve a la clase y la lanza tumultuosamente a las calles y a las manifestaciones. El estudiantado universitario reinicia su tarea agitativa y se suma a la efervescencia popular. Las minúsculas organizaciones políticas, entre las cuales sobresalen las dos organizaciones comunistas (PC oficialista y PC oposición) no tendenciadas definitivamente, intentan dirigir a los trabajadores, sin lograr control sobre las acciones, teñidas de espontaneísmo. El Partido Comunista (stalinista) lanza la consigna de formación de Soviets de trabajadores, campesino, soldados, estudiantes, etc. Ese partido los organiza apresuradamente. Desde arriba, sin participación de los trabajadores, como expresiones formales del voluntarismo partidista. Esas organizaciones no desempeñarán ningún papel y sólo aislarán a los militantes comunistas en las salas de la Universidad, donde funcionará risueñamente el Soviet, mientras las masas se consumirán en un activismo improductivo.
Por su parte, la Junta Socialista prescinde de las aspiraciones generales, sin lograr cohesionarse.
¿Qué había ocurrido realmente? La burguesía nacional había sido sorprendida por el desarrollo de los acontecimientos. Concientes del descontento popular y añorando las soluciones políticas del populismo, algunos de sus sectores estimularon el 4 de junio. El producirse el Golpe intentaron capitalizarlo, pero retrocedieron apresuradamente al constatar la rapidez y la hondura de la respuesta de los trabajadores. La confabulación para un nuevo pronunciamiento militar estaba en marcha.
La República Socialista durará 11 días y será derribada por un Golpe Militar que corta drásticamente el flujo político y que, con un brusco desplazamiento a la derecha, reimplantará la Dictadura. El Gobierno de Dávila se abatirá cien días sobre los trabajadores, empleando todos los medios represivos. No es sorprendente que el gobierno represivo lo presida Carlos Dávila, cuyas vinculaciones con el imperialismo americano eran sobradamente conocidas. Con mayor razón que los sectores burgueses nacionales, el imperialismo necesitaba el orden interno, para el desarrollo y ampliación de sus negocios, ya en plena vigencia.
Grove es detenido y relegado, conjuntamente con la mayoría de los dirigentes obreros y estudiantiles. Las medidas represivas se extienden, pero el movimiento obrero no es fundamentalmente castigado. Se repliega sin doblegarse. Es atacado por una situación económica que alcanza su punto crítico.
Una vez a salvo, la burguesía no se siente representada plenamente por Dávila y da origen a nuevos desplazamientos militares, que provocan la caída de la Dictadura. Una elección en octubre de 1932 pondrá término al período de la anarquía y reanudará el hilo de la constitucionalidad.

V

La derrota obrera permite a la burguesía reacomodar sus cuadros partidistas con mayor libertad. El antiguo caudillo A. Alessandri encabezará, sobre las cenizas del populismo, la coalición de centro derecha, que triunfante iniciará la fase de recuperación de la estabilidad perdida. La alineación de fuerzas se modifica y con ella el cuadro institucional. Hay una nueva apertura legal que tolera, tanto la reagrupación burguesa como la expresión de las fuerzas populares. La clase obrera, escudada en el prestigio de Grove, inicia su lucha por la independencia política y la ruptura conciente de la colaboración.
La efímera República Socialista trastocó los ejes políticos tradicionales. Si uno de sus efectos fue provocar la cohesión burguesa, su importancia mayor es producir la cristalización  en el campo proletario. El Jefe del 4 de julio se transforma en el catalizador del sentimiento clasista de independencia de los trabajadores. Este se concretará en la formación del Partido Socialista en el año 1933. El PS es la resultante de la fusión de diversas fracciones socializantes que, bajo el patronato de Grove, concitan un masivo apoyo popular y que incorporan a la acción partidista a miles de trabajadores, empleados y estudiantes.
Durante la tercera presidencia de Alessandri (1932-38), el proletariado se reordena sindical y políticamente. Su avance sigue las líneas de independencia de clase y se demarca claramente, al compás de un flujo político ofensivo, en el cual se verifican derrotas parciales que no alteran su progreso.
En 1936 se logra la unidad sindical con la formación de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), en cuyo seno participan todas las tendencias. Se constituye, así, una dirección única sin tuición de los partidos burgueses, ni del aparato estatal. Si la unidad es un progreso, en si misma lo es, a su vez, el hecho que la dirección sindical se corresponde con aquella que políticamente reconocen los trabajadores. Más aún, éste no es un mero progreso administrativo. La unidad se nutre de la constante lucha obrera que alcanza niveles nacionales, con huelgas generales de honda repercusión que expresan la organicidad alcanzada.
Si el Partido Socialista es el que arrastra mayoritariamente a los trabajadores, es en el Block de Izquierda donde la cohesión política alcanza su nivel superior. Este bloque encabezado por el PS incluye la Izquierda Comunista (ya integrada a la O.C.I.), al Partido Radical Socialista y a una fracción del Partido Democrático. Sólo quedará fuera el PC (stalinista). El Block viene a constituir el más importante Frente Único de la Clase y cumple un papel polarizador de la lucha política del período. Esencialmente es un frente de clase, que extiende su influencia a significativos sectores de la pequeña burguesía –retrasada en su organización- oponiéndolos a la burguesía nacional. La sociedad se polariza y al lucha de “clase contra clase” adquiere un nuevo sentido, abriendo la perspectiva del Poder Obrero.
El gobierno de Alessandri es el interregno preparatorio de decisivos combates. La relativa estabilidad lograda en el plano económico fortalece la lucha de las masas y replantea los problemas del desarrollo en un nuevo plano, con la participación de sectores antes restados a la lucha.
A pesar de su importancia, el Block de Izquierda sólo resultará una antesala del Frente Popular, cerrando el camino a la independencia de clase. Una confluencia de factores nacionales e internacionales contribuirá a ese giro. El gran viraje stalinista condiciona una política de colaboración de clases a escala internacional, que se expresará en la concepción de los Frentes Populares. Sus arquetipos serán los de Francia y España. El PC chilena había practicado una política sectaria y ultimatista, no exente de putchismo, que lo había aislado de las grandes masas del país y lo mantenían alejado del Block de Izquierda. Bajo la orientación de Moscú, el PC se orienta en la línea del Frente Popular. Inicia su acercamiento al Partido Radical y, logrando ahí una base de apoyo se proyecta hacia el Block de Izquierda. El Partido Socialista se compromete en esta orientación y al disolverse el Block, se estructura el Frente Popular, que será en adelante la dirección política del movimiento de masas.
Los sectores burgueses desarrollistas eran débiles. El Partido Radical, que representaría eventualmente esos sectores, pasaba por una etapa de extremo debilitamiento y desprestigio. Sus más prominentes elementos estaban comprometidos con el Gobierno , mas tal situación no les impedía comprender que el régimen se debilitaba visiblemente, mientras se desplazaba más y más a la derecha. La posibilidad de una relativa estabilidad social y política sólo era factible sobre la base de un desarrollo industrial, que exigía recursos materiales y apoyo social que la burguesía era incapaz de entregar. Los sectores desarrollistas se encontraban atrapados en una necesidad de fondo y su contradicción política. Indecisa, en un comienzo, la izquierda del Partido Radical se adentra en el frente populismo. La posibilidad de un descarnado caudillaje burgués sobre las masas estaba descartada. El radicalismo procede por aproximaciones sucesivas en la comprensión de que sólo puede realizar una política de alianzas con las direcciones de los partidos de la clase, en conocimiento de las contradicciones relativas entre base y dirección. La presión del PC y la debilidad de la dirección socialista permitirán que esta prospección entregue resultados positivos, haciendo realidad la formación del Frente Popular.

VI

De 1933 a 1938, los trabajadores, empleados y pequeño burgueses se movilizan políticamente. Huelgas importantes tienen lugar, lo que conjuntamente con lograr diversas conquistas jurídicas, políticas y salariales, perfeccionan la participación independiente de los explotados en las instituciones de la democracia burguesa. El Parlamento y los Municipios recibirán a los representantes del proletariado. El Partido Socialista es el más favorecido. La lucha de clases se hace presente en todos los planos y el proletariado deberá combatir a los guardias blancos, organizados en la Milicia Republicana, armada por la burguesía tradicional como los partidos propiamente fascistas, tales como el MNS, asentados en la pequeña burguesía acomodada. Estas manifestaciones reaccionarias serán aplastadas por un movimiento popular que, en estas luchas, afirma su solidaridad y cohesión.
El Frente Popular en un frente de colaboración de clases, en contraposición a los intereses del proletariado. Los obreros reconocen a la burguesía en la coalición de Gobierno y en esos sectores que derrotan en las calles. En el radicalismo disminuido y temeroso, que se infiltra en el Frente Popular, no avizoran un peligro y, menos aún una dirección. Se les escapa el sentido colaboracionista. Por su parte, el Partido Radical valoriza cuidadosamente las ventajas que obtiene, explorando las cumbres dirigentes, antes de comprometerse. En el Partido Radical, la izquierda cederá el paso a las cumbres burguesas, que asumirán los compromisos del Frente.
Una Convención del Pueblo proclamará al candidato presidencial de las fuerzas frentistas. Esta candidatura será asumida por Pedro Aguirre C., genuino representante de la derecha radical y de los sectores burgueses. Bajo el pabellón de sus propios partidos de clase, los trabajadores iniciarán la etapa de una conciente colaboración de clases. Bajo esa alianza, se triunfa el 25 de octubre de 1938.
Aguirre inaugura su Gobierno, incorporando a los dirigentes socialistas en su Ministerio. Ellos garantizarán su ligazón con el pueblo. Corresponderá a este Gobierno formular los primeros planes del desarrollo industrial. Con la intervención directa del Estado, que contrata préstamos internos y externos, se inicia la expansión y formación de una industria nacional, que contrapese la agobiadora monoproducción. En la formación y puesta en marcha del plan industrialista no se considera ninguna medida, que altere o modifique el monopolio de la tierra o que atente a la soberanía de la oligarquía. No se modifica el Estatuto que regula las inversiones imperialistas y la Gran Minería del Cobre continuará  gozando de sus privilegios, sin que siquiera se insinúe su nacionalización. Se trata de un plan industrialista que reafirma la estructura capitalista del país y mantiene sus contradicciones.
En esa etapa, el proletariado ha logrado la máxima estructuración posible, aglutinando en torno a sí a todas las capas populares ciudadanas. El proletariado industrial es reducido y se presenta desperdigado en centenares de industrias. Sus sindicatos no se unen por ramas industriales, reflejando la debilidad de su desarrollo. Sin embargo, pese a su condición minoritaria y a sus debilidades orgánicas, unifica a un conjunto social plebeyo, cuya posición económica funde sus distintos componentes en el crisol común del proletariado. Por su naturaleza, éste carece de organización, es inestable y transita entre el espontaneísmo y el seguidismo al partido. El progreso político provoca su reclutamiento creciente hacia los partidos obreros, en donde es fácil presa de las manipulaciones de las direcciones. El campesinado acusa un atraso considerable y sólo tangencialmente se incorpora a la lucha de los oprimidos. Es en este contexto popular que corresponde apreciar la conducta obrera en el gran flujo, que conduce a la victoria del Frente Popular.
El proletariado no es indiferente al desarrollo industrialista. Necesita de la ampliación del mercado de trabajo. Sólo la expansión podía absorber las masas excedentes, produciendo el doble efecto de convertirlas en sectores proletarios y mejorar sus condiciones de vida. Constreñido por su debilidad estructural, el proletariado se interesa en la industrialización. Da un apoyo condicionado a ese programa, defendiendo en esa expansión sus condiciones de vida: salario, habitación, previsión, etc. Su flujo político se reorienta, presiona y combate para asegurar, por medio de la acción, el cumplimiento de las condiciones bajo las cuales adhiere al progreso industrial. La colaboración de clases deberá marchar bajo estas presiones, las que impiden una derrota e el más amplio sentido político.

VII

Recién iniciad la expansión, la enfermedad y muerte de Aguirre Cerda replantea la relación de fuerzas en una nueva elección. El Partido Radical se ha vigorizado con una clase media reencontrada en su naturaleza política y revitalizada por el jugo del Estado. El centro de gravedad del Partido se encuentra a la derecha. El Frente Popular se ha esfumado. El Partido Socialista se debilita, sufriendo ruptura por la izquierda. El PC capitaliza políticamente al encontrarse al margen del Gobierno, beneficiándose también por la izquierda. La situación ha variado en beneficio de la burguesía nacional, sin provocar aún una modificación en la correlación de fuerzas, pero anticipando una nueva correlación. El radicalismo puede escoger, sin mayores concesiones, a J. A. Ríos, radical ultra-derechista que, si bien recibe el apoyo de sus antiguos aliados, dicta el acta oficial de defunción del Frente Popular e inicia la etapa del Gobierno Radical.
Con el nuevo gobierno, la industrialización empieza a dar sus resultados, absorbiendo mano de obra, originando nuevos empleos, ampliando el aparato estatal y rodeándolo de estructuras subsidiarias que crean un anillo en constante ampliación. Los aportes del Estado se distribuyen entre particulares y aquellas industrias que formarán el área estatal. Una burguesía industrialista, ligada al Estado, se desarrolla al igual que su desplazamiento a la derecha, aunque sin una ruptura abierta de la colaboración entre las clases. Es en este contexto que en el campo proletario se verifica un aumento del sentimiento anti-radical, en correspondencia con la izquierdización masiva que favorece al PC.
La Segunda Guerra Mundial y la entrada de los EE. UU. En ella repercuten en el proceso interno en su aspecto político, sin provocar -como en la guerra del 14- un dislocamiento económico. La burguesía se fortalece, tanto por el crecimiento del PS como por los zig-zags del PC, que del Pacto Germano-Soviético, pasará a la defensa de la democracia.
El radicalismo asume en 1946, una vez más, la Presidencia de la República. Considerando a la burguesía en todos sus estratos, ésta se encuentra visiblemente fortalecida. Tal afirmación o presupone une entendimiento o alianza de sus capas, incluso provoca una división partidista[1]. Los triunfo s del 38 al 46 pueden desglosarse: repliegue ordenado del sector terrateniente; aglutinación de los sectores desarrollistas; contención de la ofensiva proletaria y deterioro político; fraccionamiento y extremo debilitamiento del PS y el decantado crecimiento del PC, que recibe el porte de la silenciosa izquierdización. En su conjunto, mejoría del standard de vida de las masas, ganancias legales y estabilización de los mecanismos de democracia obrera. Entre la segunda y la tercera presidencia radical, tiene lugar la masacre de la Plaza Bulnes. Más allá de su carácter sangriento, este hecho tiene una importancia política considerable. Como respuesta a una manifestación obrera, el Gobierno de Duhalde la reprime violentamente, provocando varias muertes[2]. Los trabajadores declaran una Huelga General que paraliza a todo el país. Duhalde gira y llama al Gobierno al Partido Socialista, que se apresura a incorporarse, al precio e romper la Huelga y la unidad de la CTCH. La ruptura de la unidad sindical se mantendrá hasta el año 1953.
La política Duhalde-PS ayuda a la elección de Gonzáles V., quien aspirará la presidencia con el apoyo del PC. En la nueva elección el campo burgués se divide. En esta etapa la burguesía no teme al espectro obrero y sus sectores se preparan políticamente, prefigurando sus nuevos alineamientos de clase. La alianza radical-comunista enfrentará a una derecha escindida, lo que facilita el triunfo de González V., dando curso al tercer gobierno radical. Esta vez, el PC entrará en los Ministerios burgueses.

VIII

La alianza radical-comunista vence con mayoría relativa, que deja sujeta la designación de González V. a la decisión del Congreso Pleno, quien lo elige más que por consideraciones legales- en atención al desplazamiento de las fuerzas. A diferencia de 1938, el radicalismo ya no acaudilla a la mayoría. Los trabajadores se han izquierdizado, a pesar de la escisión de la CTCH. Esta radicalización  no es pareja. El PC colabora en los Ministerios y el PS está desacreditado. El entonamiento de las condiciones de vida actúa como un sedante y debilita a la alianza de los sectores medios con el proletariado.
La economía, en proceso de expansión, tiene un comercio exterior favorable, con saldo en dólares, pero el imperialismo americano –en la práctica- procede a su congelación, obligando al gobierno a utilizarlos en compras en el mercado americano. Así, si bien la industrialización continúa, se hace feudataria del imperialismo. Su ciclo no constituye un misterio: materias primas a cambio de tecnología y repuestos.
La permanencia de los comunistas en el Gobierno intranquiliza a la burguesía y no satisface al proletariado. Presionado por su Partido, por el conjunto de la burguesía y por el imperialismo americano, el Presidente González expulsa a los ministros comunistas y desata una ofensiva contra el PC. Busca en pretexto y lo encuentra en la huelga legal que los trabajadores del carbón han iniciado, en demanda de mejores salarios. Rechaza alas demandas y procede violentamente contra los huelguistas. Interviniendo las minas militarmente y acusando a los comunistas de conspiración, transforma la huelga de Lota en un conflicto internacional, que lo arrastrará a romper relaciones con los Países Socialistas.
Expulsados los comunistas de los ministerios, el Gobierno prosigue su ofensiva dictado una ley represiva, que pone a los comunistas fuera de la ley y elimina a sus militantes de los Registros Electorales. El Partido Comunista renuncia ala defensa y al combate. Abandona a los trabajadores del carbón y niega su apoyo a las huelgas obreras que, en diferentes puntos del país, solidarizan con los trabajadores de Lota. Por su parte, la dirección socialista solidariza con el Gobierno y envía a sus militantes a romper la resistencia de los trabajadores que, a pesar de su aislamiento siguen el combate.
En el último eslabón de una orgánica colaboración de clases, los trabajadores sufren una seria derrota. Si en los días desgobierno de Duhalde, el movimiento sufrió un quiebre en su estructura, el triunfo de la combinación radical-comunista pareció reabrir la marcha orgánica. No ocurrió así. la derrota se extenderá longitudinalmente en el campo de influencia comunista. Sin afectar al conjunto del proletariado. Con la misma intensidad, creará sí serias dificultades a su recomposición. La contra-reforma burguesa rompe brutalmente la colaboración orgánica entre las clases. Con el desplazamiento de González V. a la derecha, la burguesía logra su unificación política y sus partidos sustentarán al Gobierno.
La paz social es corta. Corresponderá a las clases medias catalizar el nuevo flujo que minará la contra-reforma. Los empleados fiscales, semi-fiscales y particulares se agitan por mejores salarios y se organizan para la defensa de sus niveles de vida. En el pasado, retrasados en su organización sindical, esos sectores se benefician de las luchas proletarias. Una vez sumergido ese polo conductor, proceden al reemplazo por sí mismos para cubrir las necesidades de la acción. El Gobierno se muestra impotente para contener la ofensiva de las clases medias y cede. Retrocede orgánicamente pero, visiblemente debilitado destruye la Condenación Burguesa que lo apoya y designa a un Ministerio de la “Sensibilidad Social”, que aspira a expresar la ebullición política de la pequeño-burguesía. 
Los acontecimientos de agosto de 1949 serán el puente de unión entre la derrota de Lota y la elección de 1952[3]. Empíricamente y bajo dirección pequeño-burguesa, se reinicia la unidad con el proletariado, transitoriamente eclipsada. En ruptura con los partidos tradicionales y obligadas a la iniciativa política, las clases medias intentan crear un centro político equidistante. Los líderes gremiales se declaran apolíticos y bajéese rótulo intentan dirigir la lucha. En el hecho, generan un vacío direccional, que más tarde llenará el fenómeno ibañista, recreando un nuevo molde a la colaboración de clases.
Los trabajadores han perdido sus partidos. El PC está ilegalizado. La Central Sindical dividida, al igual que las principales federaciones y sindicatos. El PS escindido (PSCH y PSP), ha generado segmentos, cuyas orientaciones se oponen. El PSCH es insuflado por los comunistas en la ilegalidad. El PSP se vuelca al populismo, apoyando la candidatura de Ibáñez. Ninguna fracción conserva influencia significativa sobre los trabajadores que, a pesar de todo, luchan y se manifiestan. Esta situación estimula el crecimiento de un populismo confuso, que vendrá a resultar en el injerto ibañista que, sin representar directamente a nadie y sin comprometerse con nadie, saldrá ganancioso.

IX

La postulación presidencial de Ibáñez arrastra a un abigarrado contingente social y triunfa en septiembre de 1952. Su éxito es una derrota para los partidos de izquierda y derecha. Caótico, sin programa, imagen de la transitoriedad, el Ibañismo expresa la indefinición que viven las clases. Más que ser un bonapartismo senil, revela las dificultades que encuentran las clases, para adaptarse a las modificaciones producidas. El Ibañismo constituirá el tiempo necesario para nuevas composiciones y reagrupamientos clasistas.
La primera iniciativa paredes campo obrero. En 1953 se rehace la unidad sindical, dando nacimiento a la Central Única de Trabajadores (CUT). Se incorporan a la Central los gremios de empleados, sellando sindicalmente la unidad manifestada en la acción reivindicativa. Si en la Unidad Sindical de 1936 (CTCH) son los partidos obreros los que dirigen la Central, esta vez no sucede lo mismo. Las tendencias tradicionales aparecen replegadas. Domina el apoliticismo de la víspera. La Presidencia de la Central quedará en mano de C. Blest, representante de los empleados fiscales y sin partido. La conducta seguida frente al Gobierno confirma esta situación. La CUT dirigirá las luchas de los trabajadores y, durante un período, será el “sindicato-partido” que refleja, en los hechos, la carencia de dirección política consecuente y el desapego de las masas por sus viejas direcciones.
Ibáñez representa un populismo anormal. Si bien no deroga las leyes represivas -salvo al final de su mandato- no contenía la represión sistemática y de facto da término a la contra-reforma. Los partidos se expresan libremente, incluido el PC, técnicamente ilegal. El industrialismo entra en su fase final. La economía nacional, favorecida en el reciente pasado por el “boom” coreano, está de regreso y la inflación alza la cabeza, amenazando al presupuesto popular. Las masas reaccionan, obligando a conceder alzas salariales que conservan los niveles de vida. La satisfacción parcial de las reivindicaciones exigidas reentona la actividad de los trabajadores, impulsando a la CUT a avanzar. El flujo sindical -que esconde su naturaleza política- se amplifica en huelgas coordinadas, que desembocarán en una Huelga General que anuncia el término del relativo “modus vivendi”. De 1955 al 57, la lucha se exacerba enana alianza proletario-pequeña burguesía. La ambigüedad política de la dirección CUT es puesta a prueba. Transará, provocando la derrota de la más importante Huelga General del período, conteniendo el curso ascendente de las luchas de los trabajadores. Encajada en ese curo ascendente, la derrota repercutirá esencialmente en la burocracia sindical y, secundariamente, en el propio movimiento.
Los trabajadores se recomponen al amparo del movimiento sindical y las tendencias políticas se reacomodan. Marginados y notablemente debilitados, los partidos obreros estructuran una alianza, dando vida al FRAP mientras, por otra parte, encuentran serias dificultades para reconciliarse con los trabajadores. La fuerte penetración iniciada por la Democracia Cristiana en los medios obreros no es extraña a los problemas que viven los partidos obreros, en su relación con los trabajadores.
En el plano estrictamente político, se realiza la unificación de las fracciones socialistas (PSCH y PSP) rehaciendo el viejo PS. Su Congreso de Reunificación mostrará una decidida inclinación hacia la independencia del movimiento obrero.
En un clima que estimula la clarificación, las fuerzas sociales se preparan para la consuetudinaria confrontación electoral. Ibáñez deroga la ley represiva que ilegalizaba al PC, lo que permite a éste salir públicamente al trabajo político. Comunistas y socialistas -unificados en el FRAP- nominarán a Salvador Allende, como su candidato presidencial en las elecciones de 1958.
La derecha burguesa se agrupará tras Jorge Alessandri y la Democracia  Cristiana, en pleno crecimiento, debutará postulando a E. Frei. Un disminuido P. Radical hará un saludo a la bandera, con su candidato Luis Bossay.
Pasada la ilusión de una eventual dirección política centrada en la CUT, los trabajadores se vuelven a la dirección frapista. La campaña electoral facilita a los partidos obreros su acercamiento a los trabajadores. Los desplazamientos y reordenamientos que han tenido lugar no dejan ninguna posibilidad a una  orientación de entendimientos con la burguesía. La colaboración entre las clases había sido rota por la voluntad de la burguesía nacional y, atendiendo al espíritu combativo de las masas, el FRAP estaba impedido de recrearla. La campaña del 58 será llevada adelante con plena independencia de clase.

X

Los partidos burgueses no consiguen un entendimiento completo. Situación que no impide que el grueso de la burguesía se aglutine alrededor de Jorge Alessandri y lo lleve a la victoria. Derogadas las leyes represivas y en un clima de pleno funcionamiento de la democracia burguesa, los partidos obreros tienen la posibilidad de desarrollar una profunda actividad de agitación y propaganda, proselitar y organizar nuevos contingentes. Las condiciones generales facilitan una actividad generosa. Trabajadores, empleados y estudiantes dinamizan una situación ya de suyo rica que, favoreciendo al FRAP, parece aislar la candidatura derechista y despierta un optimismo exagerado en las direcciones del PS y del PC. Los resultados indicarán que l línea de progreso se encuentra en la mitad de su camino. La Derecha triunfa por un estrecho margen, que se amplía si se aprecia el conjunto de la votación obtenida por los otros candidatos burgueses. La derrota en las urnas contiene, por un instante, el dinamismo político de los trabajadores, sin provocar daños en los mecanismos partidistas y sindicales, que resultan visiblemente fortalecidos.
Sin posibilidad de agredir a un frente político, intacto en lo fundamental, Alessandri debe tolerar la existencia de los partidos obreros y los sindicatos en la estructura de la democracia burguesa.
La mayoría relativa del alessandrismo se amplía con el apoyo que le brinda el Partido Radical, apoyo importante en el plano parlamentario, peor que no mejorará su base social.
En las postrimerías de su Gobierno, Ibáñez había dictado una ley de congelación de sueldos y salarios, de acuerdo a las recomendaciones de la Misión norteamericana Klein-Sack. Esta ley operará durante el Gobierno de Alessandri, lo que permitirá a este último contenerle proceso inflacionista, durante un tiempo.
Los primeros años del gobierno derechista se desenvuelven en un clima de apatía obrera, acompañada de una reorientación política de la pequeño-burguesía. En los hechos, esta reorientación es un escurrimiento constante hacia la DC, que continúa su penetración en los sectores populares.
La dirección obrera tradicional vacila, se muestra incapaz de formular un programa alternativo. D facto, se separa de las masas, los movimientos huelguísticos son desatendidos y, como ocurrirá en la huelga que desemboca en los explosivos sucesos de la población J. M. Caro (1962), la dirección sufrirá el airado rechazo de los dirigentes poblacionales.
Al finalizar el período Alessandri, recomienza la espiral inflacionista, provocando constantes modificaciones de empleados y trabajadores. Los partidos de  gobierno extienden sus compromisos a un pacto político de mayor alcance que, basado en su mayoría electoral, los conduce a la conclusión que su permanencia en el Gobierno puede perpetuarse. Sobre esa base se forma el Frente Democrático (P. Conservador, P. Radical y P. Liberal) y surge la candidatura de Julio Durán.
Las fuerzas frapistas habían levantado -ya en 1962-  la candidatura de Salvador Allende.
La DC postula a Eduardo Frei por segunda vez y realiza un trabajo de profundidad, hacia las poblaciones obreras, agitando un programa que no difiere fundamentalmente del que presenta el FRAP.
Según las cifras electorales, el Frente Democrático aparece en posición ventajosa. Una elección complementaria efectuada a comienzos de 1964 en una zona tradicionalmente propicia a las fuerzas derechistas revela lo engañoso de la situación. Por amplio margen triunfa el candidato localista provocando, con ese resultado, un verdadero terremoto político. El FRAP extrapola y augura su segura victoria en el evento de Septiembre. La Derecha se desintegra. Desorientada y sin programa, desaparece virtualmente del cuadro electoral. El freísmo se agiganta y obliga a los partidos de la Derecha a una capitulación total, sin concesiones ni compromisos. Desde el ángulo electoral, la polarización es nítida; la alternativa es Allende o Frei. Sin embargo, el sentido político y social de los desplazamientos permanece oculto. En septiembre de 1964, la DC impone a Frei, obteniendo una resonante victoria política, que convertirá a ese partido en la primera fuerza política del país.

XI

El amplísimo margen de la victoria demócrata-cristiana en septiembre de 1964 parecería traspasar los límites de una derrota electoral y constituir una derrota del movimiento obrero. ¿Era legítima esa conclusión? En esa votación se condensa el conjunto de la burguesía nacional en un enfrentamiento que, a su vez, ha reunido tras el FRAP a todas las tendencias, organizaciones y partidos de la clase obrera. Teniendo en cuenta la ampliación que el proceso democrático ha dado al marco electoral, esa votación tiene como trasfondo una agudización de la lucha de clases, en la cual amplísimos sectores muestran  su desafecto al Gobierno y a su sustentación política. Esas fuerzas políticas habían estructurado el Frente Democrático y proclamado a Julio Durán, plenas de optimismo. Sus cálculos se apoyaban el los índices electorales, que les eran ampliamente favorables. No obstante, la mencionada elección realizada en Curicó pulveriza el Frente Democrático. Una elección parcial, insignificante, desmorona el Frente burgués y lo desgaja violentamente del escenario electoral. Sus componentes deberán marchar a la zaga de la DC, sin programa y sin compromisos, votando silenciosa y molecularmente por E. Frei el 4 de septiembre de 1964.
¿Es ese clima adecuado para una recomposición burguesa, que permita derrotar un movimiento obrero en ascenso? ¿Desmoralizados e inorgánicos, esos sectores burgueses aportaban el capital necesario para lograr tal victoria? ¿Se demostraba que el proletariado no podía aún ser el caudillo de la nación?
La expansión social comenzada en 1938, con el desarrollo de sus clases, organizaciones y partidos se habían detenido y el vigoroso estirón industrialista había terminado. En 1958 la extrema derecha, en bloque, había terminado. En 1958 la extrema derecha, en bloque, había obtenido una victoria estrecha, sobre un adversario -el FRAP- que se acrecentaba, independiente y sólido. En 1964 se confirma esta línea de crecimiento, en la que su votación mejora porcentualmente.
La DC es un partidos burgués reformista en ascenso, que surge y se desarrolla e las décadas del industrialismo. Sus cumbres dirigentes son burguesas y muchas de ellas son desgarramientos de las viejas capas oligárquicas –a las que siguen ligadas- pero, fundamentalmente, expresan los brotes del desarrollismo. Esas capas no han conquistado aún su plena integración al aparato del Estado. Sus diferencias relativas las antagonizan y deberán integrarse, en la contradicción, al conjunto de las clases y de las contradicciones alcanzadas por la sociedad chilena. Han crecido cuando el populismo clásico ha desaparecido y el proletariado se ha independizado. Lo recrearán desde dentro del propio Partido dándole, en lo fundamental, una estructura policlasista, penetrando como partido en las clases medias y proletarias, en competencia con los partidos tradicionales de la clase. Es sobre la explotación de los errores tácticos y políticos de las direcciones de estos últimos, que crecerá su influencia.
En el 64 se cosecharán los frutos de la conducta política que los partidos tuvieron, desde que comenzó el desbande  del ibañismo y de las masas que transitoriamente aglutinara. Se demostrará que, si bien las fuerzas del FRAP crecen normalmente, la DC con mayor audacia, esgrimiendo un programa trasformista y tácticamente más operativa en el flujo político anti-alessandrista, penetró profundamente en amplias capas obreras, campesinas y pequeño-burguesas y las arrastró a su órbita. La DC fractura, en el hecho, las fuerzas motrices de la revolución y, al triunfar en las elecciones, las compromete y las expresa en su voluntad de transformar el régimen existente. Miradas en su conjunto, política y transitoriamente divididas, son esas fuerzas sociales revolucionarias las que efectivamente obtienen la victoria. Por su naturaleza, el triunfo DC y su contrapartida, la derrota del FRAP, no viene a constituir una derrota social del proletariado, sólo posterga políticamente la unión de las fuerzas trabajadoras.
Frei inicia su Gobierno con un apoyo considerable y basado en un partido que, por sus propias fuerzas, garantiza la mayoría requerida para hacer efectivo su programa.
Pero una y otra clase tienen perentorias exigencias, que el Gobierno no `puede impunemente hacer a un lado. Las clases sociales y la expansión, a cuya sombra maduraron, han terminado su ciclo. La colaboración de clases ha terminado, pero vive aún oculta en la condición pluricalsista de la DC y en esas bases que le han proporcionado la mayoría. Más, si es cierto que existe un sentido colaboracionista oculta en la DC, no es menos cierto que esta colaboración se inserta en un claro desplazamiento a la izquierda. En esas bases anida la conciencia de estar transitoriamente cercenadas de su verdadero tronco, vale decir de las fuerzas agrupadas tras el FRAP, aparentemente antagónico y derrotado. En un sentido simplista, la DC sería un partido de centro que oscila entre los polos de clase, pero no resulta así en una situación coyuntural plena de dinamismo creciente, que refleja las angustias estructurales de toda la sociedad.
Las fuerzas obreras organizadas están en la oposición y se prolongan en los sectores gemelos, anidados en el interior de la DC, fermentando las contradicciones. A la inversa, la derecha tradicional que votó, forzada, por el freísmo, se ha replegado, disminuida, deshecha. Se ha unificado dando paso al Partido Nacional, en un acto puramente defensivo, sin agregados sociales; que la mejora técnicamente, para exhibir mejor su aislamiento.
Históricamente considerado, el ascenso de la DC al Gobierno corona el proceso de conjunción y ensamble de todas las capas burguesas, generadas en fases diferentes. El sector de los gerentes y neo-industriales, que sólo intersticialmente  participaron del poder, ahora con la DC lo hace en plenitud. Pero este perfeccionamiento superestructural demo-burgués se logra en el clímax de la contradicción: “Desarrollo conseguido” y “Subdesarrollo resultante”. La abstracta unificación histórica no se reproduce como unificación política inerte de eso mismos sectores. Es inevitable amputar, modificar y avanzar. Dar prioridad al programa del sector que conjuga avanzando. Ese será el dilema de la DC. La industrialización no había modificado el carácter de la posesión de la tierra, su monopolio en manos de unos pocos, constriñendo sus propias posibilidades de expansión. La DC deberá plantearse y llevar adelante la liquidación del latifundio e impulsar efectivamente la Reforma Agraria. Ella está compelida a hacerlo, intentando la creación de una clase media campesina intermediaria, pero al precio de desatar las aguas contenidas de toda la masa campesina que se organiza y entra a la lucha con herramientas renovadas. En primera instancia, el campesino entra en bloque a la lucha, para decantarse lentamente y liberar al campesino pobre en busca de una efectiva alianza obrero-campesina. La Gran Minería, en manos extranjeras, eje centradle la economía del país y de cuya producción depende en gran parte la suerte de todo el andamiaje económico, es otro problema a resolver. La actitud frente al imperialismo americano es la prueba del ácido para todos los gobiernos de corte desarrollista o nacionalista de América Latina. El Gobierno no puede regir una respuesta y es precisamente ahí donde expresa su mayor debilidad. Chileniza el Cobre. El Estado pasa a ser el poseedor del 51% de las acciones. Incapaz de nacionalizar, de expropiar a los imperialistas, compra por el doble del valor-libro las riquezas que pertenecen al país, para dar a éste la sensación artificial de una soberanía nacional y ese derecho se adquiere por la vía del sometimiento a ese mismo imperialismo, a través del aumento de la deuda exterior.

XII

En el período DC se gestaron decisivos aglutinamientos políticos. La lucha de clases se profundiza y, si es rica en acontecimientos externos, lo decisivo son los espectaculares reacomodamientos clasistas, que comprometen seriamente las estructuras partidarias. Las fuerzas revolucionarias, divorciadas durante largo tiempo, aproximadas en la campaña de 1964, pero aún fracturadas, se unifican en la acción. La simetría es visible -en las clases y los partidos- en los procesos en curso entre 1964 1970. En la base, obreros, empleados y campesinos luchan juntos por sus reivindicaciones. Demócrata-cristianos y frapistas se reconocen en la acción e impulsan la revolucionarización de todas la estructuras. La crisis golpea en todas partes: profesores y estudiantes, obreros y campesinos; las Universidades, la Iglesia y la Magistratura exudan malestar y contradicciones.
El marco social, jurídico-electoral se amplía. Como siguiendo un congénito padrón, las clases poseedoras tienden a resolver las contradicciones inscritas en el modo de producción por reformas en las superestructuras, por concesiones subjetivas que, en definitiva, excitan la combatividad. En el cuadro-proceso de una agudización política y de un frente único, esa conducta provoca resquebrajamientos que afectan al partido gobernante, que se romperá por la izquierda, secretando al MAPU primero y más tarde a la Izquierda Cristiana, que verterán su caudal a las fuerzas obreras.
La derrota del FRAP en 1964 provocó en el interior de sus partidos convulsiones de hondos contenidos políticos. En el PS se diseñan, con rasgos acentuados, tendencias marxistas revolucionarias. Esos movimientos no son lineales y se desenvolverán en grados diversos de maduración política. La juventud es la más conmovida y es, precisamente de su seno, de donde se desprenderán los elementos constitutivos del MIR. Otros muchos se mantendrán aún en su interioren presión constante, influenciando los futuros desarrollos. En el PC el fenómeno es contenido, por el monolitismo de la dirección, pero es visible. Tal contención se logra por la vía de una falsa autocrítica, mientras se ensaya los acercamientos tácticos a la DC.
No cabe duda que el triunfo de la DC, confirmado y ampliado en las elecciones parlamentarias de 1965, provoca una paralización política del FRAP que repercute sobre los trabajadores. Pero éste es un efecto secundario transitorio, que no logra interrumpir las determinaciones que provienen de una estructura agrietada y que se enriquece con la participación activa de capas y sectores, anteriormente restados a la lucha de clases, tales como el campesinado, los marginales de las poblaciones e incluso estratos de la pequeña burguesía acomodada.
Las luchas, momentáneamente detenidas, se reanudan en el segundo semestre de 1966 y comienzos de 1967, como movilizaciones nacionales y huelgas generales que, junto con demostrar el desgaste gubernamental y el deterioro de la DC, acentúan la acción de las bases sindicales y políticas en activos frente únicos, sin que ese frente sea activado deliberadamente por los partidos obreros tradicionales. Como en otras oportunidades pasadas del historial de la clase, se evidencia la desarmonía entre clase y dirección.
La conducta constante de la dirección obrera es auscultar los niveles del flujo político por medio de las encuestas electorales y despreciar, en el hecho, los datos concretos de las movilizaciones y luchas de los trabajadores, del estado de ánimo y actividad de las organizaciones no partidistas, tales como los sindicatos, gremios y organismos complementarios de la clase.
Serán los resultados de las elecciones parlamentarias de 1969 las que despertarán a los estrategas del PC y el PS y los incitarán a reacomodarse a los cambios efectuados en la conciencia de las masas.
Una reflexión general resulta inevitable. Desde 1938 adelante, el movimiento obrero crece, se detiene, incluso retrocede para avanzar en ensanchada espiral, a los impulsos de recesiones y crisis económicas que encuentran salida y que no sumen al conjunto en una crisis mayor, que comprometa simultáneamente todas las estructuras y las clases en una crisis general. En una sociedad que debe desarrollarse capitalísticamente y que no encuentra escollos fundamentales en sus estructuras anteriores, es posible para los partidos obreros reformistas  desempeñar un papel de vanguardia. Sería ingenuo e históricamente falso, suponer una correspondencia o ligazón inmutable entre la clase y sus partidos. Con mayor o menor incidencia, unos y otros se han distanciado; cuando coyunturas críticas, con su dinamismo abren una brecha entre los intereses inmediatos y la finalidad histórica de la clase, las masas vuelven las espaldas a sus partidos restándoles su apoyo. Con el lenguaje de su proceder, no siempre conciente, reprenden a sus partidos. Estos movimientos de onda corta se producen en períodos de constante ampliación social y en lo cuales las contradicciones o las crisis pueden superarse, por la necesidad de combatir al enemigo tradicional. El avance demo-burgués de la sociedad ha dejado un campo al reformismo, permitiéndole su papel vanguardista, sin separaciones irreversibles con las masas, recomponiendo sus muchas veces dañado papel de dirección.
El policlasismo interno de la DC se deshace por una emigración continua de los sectores populares, que puede controlar y disciplinar desde 1958 a 1966 y que, acicateados por la radicalización y el flujo político de 1966 a 1970, van a soldar su alianza con las fuerzas tradicionales de la clase, fracturadas transitoriamente en 1964. A este proceso en la base externa se suman sus rupturas internas: MAPU e Izquierda Cristiana que marcha en la misma dirección. Esta orientación fuerza otros procesos: la cúpula burguesa capitalista de la DC se orienta hacia la derecha volcando su potencial a la candidatura de J. Alessandri, sin romper orgánicamente con el Partido. Cogida entre dos fuegos la dirección, después de dudas y vacilaciones, tácticamente, debe girar a la izquierda.
Las coaliciones en sus extremos se han fortalecido irreversiblemente y la DC se asienta en una realidad que se ha transformado, a su vez, sin regresos. Sin un sector orgánico izquierdista en su interior se ve forzada a marchara la izquierda. Sin la convicción de vencer, intenta conservar su integridad partidista e impedir la ampliación de la base social y política en pleno ascenso de la UP. La postulación de R. Tomic expresará ese giro táctico. Como se verá más tarde, tal giro favorece a J. Alessandri más que lo que hubiese logrado con un apoyo abierto.

XIII

La campaña presidencial de 1970 tensa las fuerzas, comprometiendo a todas las clases sociales en una lucha trascendente. A pesar de los esfuerzos del partido gobernante, la polarización clasista se realiza. El 4 de septiembre la UP derrota a la sólida coalición burguesa que ha logrado aglutinarse efectivamente, sin alcanzar una formal unidad partidista. En el marco electoral, la victoria de Allende es estrecha y no se corresponde a la efectiva correlación de fuerzas entra las clases.
El proletariado y sus aliados del campo pequeño-burgués se han unificado y crecido expresivamente en un bloque político, la Unidad Popular. La DC ha resistido la prueba, manteniendo su estructura de partido, diminuyendo su potencial, pero logrando el propósito de conservar parte del apoyo obrero que el 64 arrancara al FRAP. Pero la factura del movimiento obrero se ha reducido y su centro gravitacional ha pasado a la UP.
El triunfo de la UP no nos resulta sorprendente. Estaba a la base de nuestras predicciones, en la medida que hubiésemos detectado correctamente las modificaciones producidas durante el período y anticipado su más posible evolución. La derecha tradicional se agrupó alrededor de J. Alessandri. Ella misma había efectuado su reestructuración partidista, unificándose en el Partido Nacional. Esto es significativo, en la medida que expresa la comprensión que esos sectores tienen de u verdadera debilidad y que, como ya hemos expresado, es un reconstituyente técnico, que no amplía su base social. La campaña alejandrista demuestra muy pronto sus progresos, que no pueden ser explicados ni por la personalidad del candidato ni por el volumen de las fuerzas que lo promueven. Son las convulsiones de la DC las que oxigenan esa candidatura con el derrame social que se acelera. A su vez, esas convulsiones se originan ante el crecimiento visible de las fuerzas de la UP.
Esta  es la realidad fundamentalque permite l ascenso de la UP al Gobierno y condiciona los compromisos, como el Acta de Garantías Constitucionales, precio cobrado por la DC para acceder a la Presidencia de Salvador Allende. Mirado el proceso con el prisma de la lucha de clases y no simplemente con el de las cifras electorales, reflejo de artificiales y transitorias divisiones, la UP y su candidatura reunían la mayoría de la población del país y, de hecho, el proletariado acaudillaba a todas las clases interesadas en la modificación del “status social”.
Después del día 4 de septiembre de 1970 la burguesía se disloca. Es preciso justipreciar esta realidad en su significado exacto. Hasta ese momento, Alessandri agrupa a su alrededor a la derecha tradicional y a la cúpula DC, logrando una plena saturación de su potencial social-electoral. La DC conoce una invisible ruptura, compensada por el éxito que al conservar una fuerte votación popular aminora transitoriamente el crecimientote la UP dejando en las sombras, tanto la extraordinaria radicalización en curso como la polarización clasista. Con una contradictoria modificación de su situación interna, que se reestabilizará muy rápidamente, la DC siguió siendo el principal partido burgués. La UP era gananciosa, sin que en su interior se expresaran corrientes propiamente burguesas, y con su triunfo excitaba el ala izquierda DC, arrastrando a fortiori la votación de Tomic. La burguesía comprendía su inevitable erradicación del poder político, en un cuadro que evolucionaba a una radicalización mayor. Es esa realidad la que forzaba a un enfrentamiento decisivo. Ese enfrentamiento se postergó por las contradicciones propias de la base electoral del alessandrismo, dado que sectores burgueses regresaban a la DC como único polo efectivo de reagrupamiento, debilitando al proceder así al sector duro. Esta conducta desdibujará el enfrentamiento y lo fraccionará, en una frustrada tentativa contra-revolucionaria (asesinato Schneider) y el compromiso de las Garantías Constitucionales que abrirá las puertas del Gobierno a S. Allende.
Es superfluo insistir en la trascendencia de la victoria de la UP como es superfluo discurrir en su composición clasista. Diremos simplemente que no es un Frente Popular. El ascenso de la UP abre en el país una situación de “sui generis dualidad de poder”. Las masas sienten que han triunfado y su capital se amplía con el apoyo espontáneo que le otorgan aquellos que la víspera votaron activamente, agilizando los CUP (Comités de Unidad Popular), que sirvieron de base a la campaña presidencial. Su tentativa a las concesiones y compromisos con la DC. Estas expresiones no son, por sí mismas, significativas de doble poder. La UP no destruye la máquina burguesa del Estado. Pero hay un hecho incuestionable: la burguesía es desplazada políticamente y la palanca más efectiva del viejo aparato del Estado, el Ejecutivo, pasa a manos de la UP. El triunfo de la UP es una pregunta en alta voz: ¿Quién comanda la sociedad? La burguesía, reagrupada por la esperanza de la victoria electoral, no tiene un Estado mayor y se anarquiza después del 4 de septiembre;  la DC transa a la expectativa. Sólo las fuerzas de la UP se despliegan generosamente a una ampliación de la ofensiva, apuntando al corazón de la burguesía nacional. En esta fase, la dualidad no puede ser detectada por la existencia de organismos peculiares, sino por las peculiaridades de la correlación de fuerzas en su estática y en su dinámica.
La sociedad vive en una dualidad de poderes que no puede definirse. Los trabajadores y campesinos atacan directamente a los propietarios en sus bases materiales, expresando la efectiva dualidad, pero sin construir organizaciones que rubriquen es realidad. Destruyen de facto el ordenamiento capitalista, estimulados por la existencia del gobierno de la UP, que estiman los representa, descuidando la instalación de la democracia revolucionaria.
Es la ampliación y el dinamismo de estas bases -en momentos en que la burguesía no logra cohesionarse- el resorte que estimulará la teorización reformista del camino pacífico al socialismo. El congénito conciliacionismo de la dirección obrera se revitaliza sin mutarse, esmerándose en avanzar como las masas lo exigen, intenta por todos los medios evitar un rompimiento revolucionario. En esta línea al Gobierno se mueve entre la mesura y la imprudencia. Establece y estrecha lazos con los países socialistas y con Cuba, muy especialmente. Políticamente, sale de la órbita del imperialismo yanqui. En el plano interno, amplía y acelera la Reforma Agraria, liquidando el latifundio y el monopolio sobre la tierra. Desbordado por la iniciativa obrera, debe acceder a constantes nacionalizaciones y expropiaciones de la industria nacional, que amplían el Área Social y la influencia del Estado. Rematará su tarea, nacionalizando la Gran Minería del Cobre, negándose a pagar indemnizaciones a las compañías norteamericanas. Procede a alzar los salarios obreros en un 100%, al mismo tiempo que congela los precios, cautelando los intereses de las grandes masas, mejorando efectivamente sus ingresos reales. La dirección se mueve en el redondel de la democracia formal. En abril de 1971 se efectúan las elecciones municipales y la UP supera el 50% de la votación, conjugando -aún en el terreno demo-burgués- la fusión mayoritaria de las fuerzas motrices de la revolución. Cada clase social y sus direcciones políticas interpretan los hechos de acuerdo a sus intereses e intenciones. El Gobierno Allende se encajona en la vía pacífica, enuncia a la destrucción del Estado burgués y desvía a los trabajadores. Estos bifurcan su acción, profundizan su presión en el ángulo más sensible y se vuelven, con redobladas fuerzas, a la destrucción del ordenamiento capitalista: se apoderan de las fábricas y talleres, controlando su producción. Igual ocurre en las zonas agrarias, donde los campesinos se organizan y proceden por su cuenta a la liberación de la tierra. Ante el Gobierno, que consideran propio, los trabajadores atemperan su accionar y la dejan un confiado margen de libertad.
La burguesía nacional hace su balance. Los resultados de abril le son adversos, pero comprende que éste es el aspecto contable de una relación de fuerzas, que ya le era desfavorable en septiembre de 1970. Esta verificación le sirve para rehacer su moral de combate y, desde ese instante, la burguesía procede con decisión a su reorganización y ésta no se hace en la línea tradicional. La clase amenazada se muestra bastante más sensible que sus propios partidos y, si bien no renuncia a ellos, se repliega. Se refugia en sus organismos empresariales como la SNA, SOFOFA, Confederación del Comercio y la Producción y, desde ahí, conmina a toda la clase burguesa a la defensa y al contraataque. Esta vez, la lucha de clases es demasiado real y debe combatir por sí misma.
La burguesía trabaja aceleradamente por recomponerse, pero encuentra obstáculos evidentes en sus formas políticas tradicionales, que no logran encontrar un programa común. Durante un período, clase y partido parecen desconocerse y corresponderá a su “vanguardia social” llevar adelante las acciones en las manifestaciones callejeras, la campaña de prensa y el desbordamiento de los grupos mercenarios. En octubre de 1972, serán los transportistas los que pondrán en jaque al Gobierno y serán justamente las debilidades del Gobierno y de los partidos de la UP, de socialistas y comunistas, los que posibilitaran, más allá de todo cálculo, la recomposición de la burguesía nacional.
Después de meses de indecisión, marzo de 1973 entrega los resultados de una nueva encuesta y éstos son elocuentemente contradictorios. Con relación a abril de 1971 la UP pierde un 6% de su votación, que reciben los partidos burgueses y que señala la defección de sectores de la pequeña burguesía, amedrentada pro las manifestaciones de la crisis económica. Al mismo tiempo, el sector marxista de la UP, comunistas y socialistas, conservan e incluso mejoran su votación, reflejando los avances que a diario hacen las masas y los sectores de vanguardia, que han comenzado la construcción de los Cordones Industriales. El frustrado putch de junio de 1973 se inscribe claramente en esta contradicción.
Si los partidos obreros parecían fortalecerse, quedaba en claro que sectores de las clases medias giraban a la derecha. . con retraso partidista, la burguesía se fortalecía interna y externamente, manifestado agresivamente la reconquista de la iniciativa política. La burguesía tiene un raquitismo histórico, que durante décadas pudo esconder tras el populismo, la colaboración de clases y otras formas que la facilitaban el control de la sociedad. El flujo político de 1970-73 lo dejó al descubierto, con grave peligro para su dominación. Los desplazamiento sociales del último período modificaban esa condición, coyunturalmente, por las vacilaciones y conciliaciones del Gobierno, que continuaba su largo diálogo con la DC, la que se veía irresistiblemente arrastrada a la contra-revolución. Es la interacción de todos estos factores lo que compulsa al intervención de las Fuerzas Armadas, las cuales pueden sumar a su extraordinario potencial técnico ofensivo, una amplia base social, agresiva y en plena fermentación político-social. La capitulación de la dirección UP, el ocultamiento de la gravedad de la situación a las grandes masas permitió que la contra-revolución pudiera imponerse con extraordinaria rapidez y golpear profundamente a un movimiento, cuyo potencial estaba intacto.

XV

El Golpe Militar ha consumado una contra-revolución. En una situación extraordinariamente favorable -si apreciamos el período 1970/73- las fuerzas revolucionarias demostraron su incapacidad para conquistar el poder y realizar la Revolución Socialista. sin alcanzar una maduración “revolución de febrero” el proceso ha sido aplastado. Sin atenuantes posibles, la responsabilidad de la derrota cae íntegra sobre el Partido Socialista y el Partido Comunista. Disponiendo de todos los medios para dirigir la lucha de los trabajadores, capitularon sin combate ante las fuerzas reaccionarias. En los meses de junio y agosto las masas dieron inequívocas muestras de su disposición al combate. La indecisión y la deserción de sus partidos dirigentes provocaron el desconcierto y la desmoralización de los trabajadores, paralizando su ofensiva, facilitando la tarea de la contra-revolución.
La revolución estaba en desarrollo. La UP en el poder no significaba un Gobierno Socialista. ni el Estado ni la estructura burguesa de la sociedad habían sido destruidos. Las Fuerzas Armadas conjuntas se mantenían incólumes en su condición de defensores del orden burgués. Las fuerzas obreras vencieron en un proceso electoral normal de la democracia burguesa chilena. Este triunfo provocó el desplazamiento y la pérdida del poder político por parte de la burguesía nacional y su reemplazo por la Unidad Popular. Esta tenía el apoyo del proletariado, las capas pobres de la ciudad y el campo y de amplios sectores de las clases medias. La movilización de masas, que precedió al triunfo y su extraordinaria ampliación posterior, crearon una situación de doble poder. Si es efectivo que esta dualidad de poder no se perfeccionó clásicamente, no lo es menos que se desarrolla en ese sentido.
El triunfo de la UP se logra en un contexto histórico estructuralmente agotado. Los desarrollos precedentes habían cerrado las fases demo-burguesas, tanto desde el punto de vista de las clases como del de sus contenidos específicos. Ninguna etapa intermedia se oponía al desarrollo de la revolución socialista. existía sí, una situación política revolucionaria que debía madurar y progresar para hacer posible el salto revolucionario. Una abstracta dualidad de poder debía materializarse con el funcionamiento de organismos básicos de tipo soviético, que al hacerla realidad posibilitarían el salto revolucionario. El Ejército debía ser destruido, dando paso al armamento del proletariado, única garantía de triunfo de la Revolución.
Durante tres años existió una situación revolucionaria que, pasando por etapas diferenciales y teniendo su clímax en julio-agosto de 1973, hizo tambalear el orden burgués, demostrándose finalmente impotente para destruirlo.
El aplastamiento de una “revolución en desarrollo” crea una situación contra-revolucionaria cuya profundidad no puede ser medida exclusivamente por la brutalidad represiva -de suyo considerable- ni por la pulverización de la estructura política de la clase obrera. La contra-revolución ha destruido el marco histórico, la estructura demo-burguesa en la cual se forjaron y desenvolvieron las clases sociales. Esa destrucción es irreversible, precisamente porque en ese marco las clases antagónicas habían alcanzado su irreconciabilidad definitiva.
En las condiciones presentes no s suficiente formular una política defensiva, válida en retrocesos o derrotas coyunturales. De lo que se trata es de la recomposición orgánica del proletariado en condiciones extremadamente críticas. Si la superestructura política ha sido destruida, no lo ha sido menos la organización sindical. Sobre el desmoronamiento del conjunto de la organicidad de la clase -dominada por una sangrienta represión- la crisis económica se ha descargado como un flagelo complementario y agobiante. El proletariado ha sido escindido como clase y su solidaridad interna ha sido rota. Los guarismos -600.000 cesantes o l 20% de la fuerza de trabajo- no son lo suficientemente expresivos. La tarea clave en la etapa actual es la recomposición de la clase trabajadora y ella pasa por la unificación  entre aquellos en actividad y los que carecen de trabajo. Sin confundir sus reivindicaciones específicas, es necesario el camino táctico de su unificación en la lucha.
La tarea prioritaria es la construcción del Partido Revolucionario. No es ésta un conclusión que se desprenda lógicamente, en función del desenlace de la lucha de clases o que su necesidad se evidencie novedosamente hoy a la luz de la derrota. Los marxistas revolucionarios han luchado consecuentemente en todos los planos por la construcción de ese partido. Los acontecimientos han demostrado que existía un retraso histórico en esa tarea. Sin minimizar ni menos ocultar las deficiencias propias de los cuadros revolucionarios y sus direcciones, es indudable que el surgimiento del Partido Revolucionario ha encontrado dificultades objetivas y estas dificultades se incuban en las características del desarrollo del país y en la historia del movimiento obrero.
La sociedad burguesa se ha desarrollado lentamente y a su ritmo se ha estructurado el proletariado nacional. Esto ha determinado un curso reformista que, pasando por fases de colaboración de clases, condicionó tanto la independencia del proletariado como la naturaleza de los partidos que la representaban. Si bien se independizó en el curso ascendente demo-burgués que relativamente favorecía su propio desarrollo, no lo hizo plenamente. Los partidos que lo representaban pudieron desempeñar un papel de vanguardia en las fases de la ampliación capitalista, que satisfacía parte de las demandas obreras. En crisis coyunturales muy delimitadas los intereses de las se han contrapuesto con sus intereses inmediatos, determinando fricciones o separaciones temporales con sus propios partidos. Sin una crisis mayor esas fricciones se han soldado por la ampliación del marco demo-burgués, que dejaba margen al reacomodo partidista. Este desarrollo ha determinado a su vez, una anormalidad en la contextura de los partidos obreros. Representan la emancipación de la clase de la dirección burguesa. A este título se nutren y expresan a los trabajadores y por esta condición los trabajadores les entregan su confianza. En una sociedad poco estratificada, donde el proletariado industrial es reducido y donde existen capas populares indiferenciadas numerosas y se dan permanentes desgarramientos de las capas acomodadas, esos partidos son a su vez el receptáculo de esas capas que no tienen -a diferencia del proletariado- organismos propios ni otro círculo de acción que no sea el Partidos. Los obreros luchan en su industria y en su sindicato donde pueden ejercer presión. Las otras capas sólo pueden presionar desde el Partido. Su incondicionalidad social entrega en la realidad el Partido de los obreros a las capas no proletarias. Esta realidad no había constituido hasta el presente un escollo insalvable.
El PC tiene una ligazón innegable a los trabajadores pero, más que reflejar sus necesidades, él se proponía imponer sus concepciones a las masas. En la realidad obrera resultaba expresivo no de una aristocracia obrera, sin que el Partido resultaba esta aristocracia.
El PS tiene la estructura de un corte geológico, que concentra y fusiona estratos sociales diferentes con una semi-conciencia de su origen. Carece de una verdadera concepción teórica. Su orientación política es convivencia in predominio efectivo. A los impulsos de la lucha de clases una izquierda vive inquietamente en su interior pero es incapaz de madurar y avanzar.
Además el PS ye el PC son partidos reformistas. Si alguna dudo pudo plantearse, ha sido disipada ampliamente por su conducta en los momentos cruciales de 1973. Presionado interna y externamente, el PS evolucionó a un centrismo de izquierda sin lograr transformarse o generar corrientes capaces de conducir el proceso revolucionario. En un momento excepcional de la lucha se evidenció una flagrante contradicción entre las aspiraciones de las masas y el carácter de sus direcciones. La contradicción no surge n ese instante, sólo se expresa en toda su agudeza. Se superponía a la clase sin estar como partido enraizado a ella. O si se prefiere, los trabajadores no tenían intervención real en el conjunto del Partido y mucho menos en su dirección. El grueso de esos partidos lo componían sectores no proletarios, como un sector profesionalizado políticamente, que llevaba hasta la clase obrera concepciones de la pequeña burguesía radicalizada. La liberación política de los trabajadores tenía mucho de formal. Los partidos de la clase no eran partidos revolucionarios de la clase.
El triunfo de la contra-revolución en condiciones de un avance objetivo de las masas en  contra del orden burgués, ha develado a los ojos de las masas la naturaleza de los partidos que la acaudillaron. En una situación social y política que modificaba radicalmente las características del historial pasado, los programas del reformismo han quedado al descubierto. La trama en la que pudieron desenvolverse ha sido desplazada. Más allá de acontecimientos eventuales y transitorios, un curso reformista de la sociedad se ha cerrado definitivamente. Es este cambio objetivo el que valida ante las masas la necesidad de construir el Partido Revolucionario de la Revolución Socialista.
Enfrentar el problema de la creación el Partido Revolucionario es tratar desde ya de superar la anomalía histórica, dramáticamente expresada en el momento decisivo. El Partido debe ser creado por los trabajadores, por su participación activa y conciente. Debe enraizarse en el centro nervioso de la clase y ser controlado democráticamente por ese centro. ¿Pretendemos que los trabajadores forjen espontáneamente, empíricamente un Partido Revolucionario? El Programa Revolucionario no lo crea la clase en su quehacer cotidiano. Ese programa ya ha sido elaborad y debe ser llevado desde fuera. Esto no es un acto impositivo, es dialéctico. Como programa revolucionario debe ser asimilado por la clase revolucionara y esgrimido como su arma más valiosa. El Partido no puede ser una formación extraña a la clase. Es su destacamento históricamente especializado. La conciencia de clase en la clase.
La construcción del Partido la enmarcamos indisolublemente ligada a la lucha contra la Dictadura y esta lucha sólo es concebible por una movilización efectiva, amplia y profunda  de las masas trabajadoras del país. El objetivo es derrocar a la Dictadura para abrir la perspectiva de la Revolución Socialista y la conquista del poder por el proletariado. Fuerzas burguesas pueden inscribirse en la lucha contra la Dictadura, con objetivos limitados, para una apertura democrática. Rechazamos todo entendimiento, pacto o bloque político con tales fuerzas, en el entendido que no rechazamos acuerdos circunscritos, prácticos para acciones concretas.
Una movilización del conjunto de las fuerzas obreras presupone el entendimiento de las diferentes fuerzas que dividen políticamente a la clase. El Frente Único de lo partidos obreros sobre la base de un Programa Localista permitirá la movilización de las más largas capas de la población, pero la posibilidad de un tal Frente debe ser encarada concretamente. Los partidos han sido destruidos  y, como entidades orgánicas en función no existen en el interior del país. En esa realidad, el Frente Único es una aspiración que difícilmente puede concretarse o que delimita su posibilidad sectorialmente.


                                                                              SEPTIEMBRE 1976


            Montes.



[1] La división partidista en el seno de la burguesía se expresó en tres candidaturas presidenciales en las elecciones de septiembre de 1946: Gabriel González V., Fernando Alessandri y E. Cruz Coke.
[2] Duhalde, como Ministro del Interior, sucede en calidad de Vicepresidente a J. A. Ríos cuando éste viajó a EE. UU. Buscando mejoría a su enfermedad. Duhalde gobernó desde fines de 1945 hasta junio de 1946, mes en que se produjo la muerte de Ríos. Las elecciones de septiembre de 1946 dieron pro triunfador a González Videla. Duhalde le entregó el mando el 4 de noviembre de 1946. La masacre de la Plaza Bulnes se produjo en enero de 1946, durante el interinato de Duhalde.
[3] La Huelga de la “chaucha” (agosto 1949) se produjo por el rechazo al aumento de tarifas de locomoción de $1, 40 a $1, 60. El alza fue así de $0, 20 de la época, el equivalente a una “chaucha”. Este movimiento expresaba el repudio de vastos sectores de empleados, estudiantes y obreros a la política económica y represiva del Gobierno. No fue un movimiento dirigido por los partidos, sino más bien fueron los sindicatos de empleados los que arrastraron a otros sectores al combate callejero. Duró una semana y abarcó fundamentalmente Santiago y Valparaíso.