lunes, 20 de agosto de 2012


EL HOMBRE DE OCTUBRE·
1948


Camaradas del Partido
Trabajadores y amigos:
En una noche como ésta, hace ocho años, los representantes de la  IV Internacional, nos reuníamos acongojados, en un extremo de la ciudad, para expresar nuestra protesta por el asesinato de nuestro camarada y maestro León Trotsky.
Stalin, en la persona de Frank Jackson, a golpes de picota, destrozaba el cerebro y la vida de una existencia sin tregua, que durante cuarenta años de infatigable labor estuviera al frente de los oprimidos, para dirigirlos en sus luchas contra el régimen de la explotación capitalista.
A ocho años de su muerte, como en cada uno de estos trágicos 20 de agosto, nosotros, sus discípulos, nos reunimos nuevamente para expandir sus ideas, continuar su tradición de revolucionario intachable y rendir un cálido homenaje a aquel que simbolizara no sólo las fuerzas potenciales de una clase, sino que era anticipación del hombre del porvenir.
Esta concentración es el desmentido más rotundo a las afirmaciones de que entre Stalin y Trotsky existía un pleito personal. En el más austral de los países del Nuevo Mundo, un grupo de hombre que no tuvimos la suerte ni la oportunidad de conocerlo, nos movemos en su nombre y continuamos la lucha  en nombre de sus ideas.
Sin magnetismo personal, la magia de su palabra, todo aquello que es directamente transmisible entre un dirigente y la masa, no ha llegado a nosotros, nada más que por la palabra impresa. Esto mismo da a nuestra adhesión a su causa la solidez de lo inconmovible, ya que ella se apoya en la fuerza de las ideas, las más altas y las más justas. Ideas que encuentran su justeza en la expresión material de los intereses de las masas y no en vacuas y vacías abstracciones, con las cuales otras tendencias del movimiento obrero sustituyen la lucha real de los oprimidos.
En esta hora, en que cientos de revolucionarios en el mudo entero levantan su palabra de homenaje al gran desaparecido, nosotros enviamos hasta ellos nuestra palabra fraternal y les decimos que, como ellos, seguimos firmes, conciente y apasionadamente, la lucha por la construcción de la Dirección Revolucionaria, premisa necesaria de la Revolución Proletaria Mundial.
 La figura de Trotsky plantea, en esta época de incertidumbre y pesimismo, con fuerza avasalladora, los problemas del hombre mismo, del pensamiento y de la acción; del medio histórico y social, de sus leyes internas y del papel que, dentro de estas determinantes, cabe a la voluntad del hombre.
El fatalismo histórico, cubierta deleznable de la sumisión al orden dominante, a las ideas de las clases dominantes, se ha transformado en el único programa de todas las tendencias del pensamiento moderno. Bajo los más diversos disfraces, ella campea, como oriflama, de todos los ideólogos impotentes, acobardados frente a una realidad que los oprime y que se niegan o renuncian a transformar. Viejas verdades, enterradas por la historia o por el pensamiento, son presentadas nuevamente a los oprimidos, como panaceas de salvación. Espiritualismo sin espíritu, programas sin realidad ni perspectivas se han convertido en los descubrimientos más recientes, para adormecer la conciencia vigilante de las masas, que luchan y trabajan por su emancipación.
Frente a todas estas malignas emanaciones, nosotros reivindicamos, apoyados por la experiencia teórica e histórica, el programa del marxismo revolucionario, el programa de Trotsky que no es, en último análisis, sino el marxismo de la época de la decadencia del capitalismo y de la degeneración del primer estado obrero y que, por eso mismo, se levanta como la única bandera posible del presente histórico.
La vida de Trotsky es la más profunda y dinámica novela de la historia moderna. El pensamiento y la acción, la aventura infinita, el combate a cara descubierta, el triunfo, la derrota, la opresión de las fuerzas materiales sobre el  hombre, todo ello, en sus más altas cualidades, se encuentra en esta vida admirable. Si las fuerzas de la reacción le convirtieron el mundo en un “planeta sin visado”, él ha reivindicado el mundo entero para su desarrollo. Y ha triunfado plenamente. Sus discípulos, y con ellos sus ideas, habitan los cuatro puntos cardinales y caminan lenta y seguramente a encontrarse en la victoria final.
No es nuestra intención dejarnos tentar y arrastrarlos a ustedes al conocimiento o relación de las peripecias sin cuento de esta vida admirable. Al fin de cuentas, ellas sólo son comprensibles, empalmadas, como tensa voluntad revolucionaria, en el clima social y político de la era presente, dentro de la contradicción fundamental de nuestra época, que se resume en la antinomia: proletariado o burguesía, capitalismo o socialismo.

TROTSKY Y LA REALIDAD RUSA

Todos los grandes creadores y, entre ellos, los auténticos revolucionarios, han sido siempre los grandes continuadores de la tradición histórica, aunque muchas veces, para continuarla, debieran primero destruirla. Todos, sin excepción, han encontrado su fuerza más profunda en las necesidades reales de la sociedad, en sus fuerzas potenciales, en sus clases llamadas por el desarrollo de la humanidad a levantarla a un nuevo estadio.
Así, como ellos, Trotsky es sólo comprensible como el producto -el más selecto- de esta expresión de la necesidad histórica. Quede a otro la admiración beata de su vida, desprendida del vínculo  carnal de sus ideas. La fuerza y la grandeza de Trotsky no radica en que él hubieses creado, originalmente, una nueva doctrina o una interpretación de la historia o de la sociedad.  No lo pretendió nunca. Tomo su posición de marxista, de discípulo de Marx y Engels, de Lenin su compañero más cercano. Entroncado a la realidad rusa a la cual, junto a Lenin, da una salida grandiosa, los acontecimientos lo lanzan, por su propia dinámica, a la realidad mundial, al conflicto de la lucha de clases internacional. Aquí nada es extraño, por cuanto las contradicciones, que dormitaban en el seno de la sociedad rusa y que explotaron en Octubre de 1917 debelaron bruscamente ser el dilema de la sociedad moderna entera.
Trotsky no es una figura solitaria o aislada, nacida sorpresivamente en clima ruso. Su genealogía empieza en Marx y, en suelo ruso, sigue y continua a Chernichovsky, a Plejanov y a Lenin para, cuando la muerte del último, continuar solo esta transmisión del pensamiento, que se entronca a cien años de historia del proletariado y de lucha por el socialismo.

TRAYECTORIA DE UN REVOLUCIONARIO

A los dieciocho años de edad se incorpora al movimiento social-democrático ruso.
Años antes, Plejanov había formado la Emancipación del Trabajo, partido revolucionario que levantaba en Rusia las ideas de Marx, su interpretación del mundo y de la sociedad: el materialismo dialéctico.
Los azares de su acción lo llevan pronto a Siberia, después de haberse destacado como una de las promesas del movimiento revolucionario. Se fuga de Siberia y pasa al occidente y a Londres, donde toma relación, por vez primera, con la redacción de la “Iskra”. Conoce a Lenin, que ya iniciaba su pugna con los viejos redactores y que llevaría, no mucho más lejos, a la aparición del bolchevismo como una tendencia del pensamiento marxista.
La Revolución de 1905 lo encuentra de nuevo en Rusia y salta a la Presidencia del Soviet de Petrogrado. El dirige y anima la actividad de la primera Comuna Rusa. Escribe sus manifiestos, habla en nombre de los obreros insurrectos. El ensayo general de 1905 llevaba inscrita en su frente la huella de la derrota; las fuerzas progresivas, la potencia del proletariado, no habían aún madurado suficientemente para estabilizar a los trabajadores en el poder.
A 1905 sigue la más espantosa represión política y policial. Los verdugos toman su desquite. Los revolucionarios el camino de la cárcel, de Siberia o la emigración. El coloso ruso ha triunfado, una vez más, sobre las fuerzas de la revolución pero, de hecho, se trata sólo de un respiro. Sus grietas profundas, la inestabilidad de sus instituciones es patente ante todo el mundo, que mira despavorido el derrumbe del más potente bastión de la reacción europea.
Tal como hoy, después de la derrota, viene la desbandada, la deserción en masa de los revolucionarios del día anterior. El pesimismo y la desmoralización cunden. Los ideólogos atemorizados queman sus ídolos, declaran el fracaso de los métodos y de la doctrina y buscan nuevos caminos. Los años de la reacción debían, como ocurrió, aventarlos de la escena de la historia.
En estas condiciones, sólo los marxistas sacan las consecuencias de la derrota y progresan por el camino de la historia y de la teoría. A la acción de la calle sigue la acción del gabinete, del estudio, del balance crítico, de la polémica y de la preparación del porvenir. A la crítica de las armas siguen las armas de la crítica.

PREPARANDO EL PORVENIR

Las divergencias en el seno de la social-democracia rusa se agudizan y saltan al plano de la discusión internacional. A la divergencia sigue la escisión. Capitaneado, orientado por Lenin, el bolchevismo se estructura definitivamente. Sobre la experiencia de 1905, se alinean los campos en la forma en que los encontraría el renacimiento que sigue a 1912 y que se expresa en la Revolución de 1917. Claramente delineado, el bolchevismo se deslinda de todas las corrientes pequeño-burguesas y se estructura como el Partido de la Revolución Proletaria.
El punto nodal de las divergencias se centra en el futuro carácter de la Revolución Rusa. En esta polémica teórica de tan fundamental importancia, Trotsky hace uno de sus aportes más originales y profundos a la teoría de la revolución proletaria.
Para el pensamiento socialista no cabía ninguna duda, antes de 1905, que en los países capitalistas avanzados, cuyas burguesías habían realizado la revolución burguesa, se planteaba, con toda claridad al proletariado de esos países la tarea de llevar adelante la revolución socialista e instaurar la dictadura del proletariado. Este era el destino probable, tanto para la revolución en Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Pero al lado de estos grandes países capitalistas, que habían entrado, por otra parte, a la fase del imperialismo, existían (y existen) numerosos países -en realidad la mayoría de la población de la tierra- atrasados, que no habían realizado su revolución burguesa. Que, si bien, habían entrado por la vía del desarrollo capitalista, la burguesía no había conquistado el poder y el capitalismo se desenvolvía por las calles del absolutismo y de las trabas feudales. Este era, típicamente, el caso de Rusia, donde la revolución demo-burguesa, no se había realizado. La burguesía no había conquistado el poder. A pesar de este hecho, el proletariado se había desarrollado y existía un poderoso movimiento socialista, asentado sobre los postulados del marxismo. Lógico era que, para ello, se planteara con gran agudeza el problema del futuro carácter de la revolución a realizarse. Sin duda, esto constituía la mayor interrogante y fijaba la línea de conducta del Partido. En consideración al hecho que sobre esto no existían antecedentes dados por la historia misma de Rusia, el problema se planteaba, de una parte, sobre la base de las experiencias de las revoluciones burguesas, del papel del proletariado en esas revoluciones y de los objetivos que, a esa fecha, se planteaban los grandes partidos socialistas europeos.
Por otra parte, había que considerar los problemas históricos que Rusia tenía planteados. Respecto al carácter de la revolución, no existían divergencias en el seno de la social-democracia; todas las tendencias concluían que la futura revolución sería burguesa y democrática. Sus problemas centrales. Derrocamiento del zarismo, República, Revolución Agraria, etc. Las más serias divergencias surgieron cuando, de este enunciado general, se pasaba a las fuerzas motrices de la revolución, al papel del proletariado, al carácter del futuro poder.
Se diseñaron tres tendencias. Los mencheviques sostenía: siendo esta una revolución burguesa, el poder debe corresponderle a la burguesía, quien hará la revolución apoyada por el proletariado. Producida la conquista del poder, el proletariado debe replegarse, como posición parlamentaria, hasta cuando la sociedad rusa evolucione por el camino capitalista y abra así, en el futuro, los objetivos socialistas, propios del proletariado.
A esta fórmula, Lenin y el bolchevismo oponían su propia fórmula de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos. Lenin, partiendo de la concepción burguesa de la revolución afirmaba que, como lo demostraba la experiencia histórica, ésta, la burguesía, era incapaz de llevar a término su propia revolución y que, en el mejor de los casos, lo haría de un modo estrecho y mezquino, intentando al primer día de triunfo, limitar al proletariado y sus conquistas y esforzándose en mantener en pie todo aquellos del régimen absolutista que hiciera más seguro su poder, particularmente frente al propio proletariado. Hacía presente que uno de los problemas más importantes, que enfrentaba la futura revolución rusa, era el problema agrario el cual, para su solución exigía la alianza entre obreros y campesinos y que esta alianza debía tomar la forma de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos, como única garantía de llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias, asegurando en ella un papel preponderante a los obreros y campesinos.
Para comprender cabalmente esta fórmula, debemos recordar que en Rusia predominaban los campesinos. Por otra parte, no estaba descartado que ellos jugaran un papel independiente y que formaran su propio partido de clase el que, sin seguir ni al proletariado ni a la burguesía, desarrollara una política independiente, lo que podría eventualmente, darle en su alianza con el proletariado una figuración preponderante. Por esto al decir de Trotsky, la fórmula de Lenin tomaba un carácter algebraico. Sin plantear la revolución socialista, exigía esta alianza, para llevar a su término la revolución. Exigiendo, al mismo tiempo la total independencia del partido proletario, tanto de la burguesía como de los campesinos. No se salía de los fines burgueses de la revolución, pero exigía, sí, su ensanchamiento por parte del proletariado, para acelerar el tránsito a sus fines propios.
Junto  a estos puntos de vista, Trotsky presentaba su criterio de la Revolución Permanente. Al igual que la social-democracia -él era un social-demócrata-  partía de la premisa burguesa del carácter de la revolución. Ella no podría ser llevada a su término por la burguesía y los campesinos no podrían jugar un papel independiente. La revolución sólo podría triunfar instaurando la dictadura del proletariado, el cual, en el mismo instante en que tomara el poder, se vería obligado e impulsado a tomar medidas de carácter socialista, no deteniéndose en la etapa burguesa exclusivamente. De este modo, la revolución adquiriría un carácter ininterrumpido, es decir, permanente. La etapa burguesa engendraría, inevitablemente, la etapa socialista y la única garantía que esta etapa burguesa se realizara era por medio de la conquista del poder por los proletarios, apoyados por los campesinos. Demás está decir, que él valoraba justamente la importancia del problema agrario y de los campesinos. Por tanto, se oponía a la fórmula de Lenin, con su carácter algebraico.
La Revolución de 1905 sometió a su prueba de fuego a todas estas fórmulas y les dio su contenido viviente. Como un resultado de las derrotas sufridas en la guerra ruso-japonesa, de las penurias de las masas, de la incapacidad del zarismo de solucionar los angustiosos problemas de las masas, éstas se insurreccionaron. Desde los rimero momentos, los obreros, en forma espontánea, organizaron Soviets. En ellos, los obreros jugaron el rol principal y, prácticamente, se estableció la dictadura del proletariado. La burguesía asustada retrocedió. Derrotada la revolución, la burguesía se separó aún más del pueblo y buscó la conciliación con el zarismo.
Los años de la reacción trajeron, para los bolcheviques, el trabajo clandestino; su separación con los mencheviques se hizo más marcada y se constituyeron definitivamente como partido independiente de ellos. La Revolución de 1905 permitió el claro diseñamiento de las tendencias y su constitución definitiva. La fórmula de los Soviets entró definitivamente al programa de los bolcheviques y, al igual que aquellos, la teoría de la Revolución Permanente encontraría su potente confirmación en los acontecimientos de 1917.


DE 1905 A 1917

El aplastamiento de la Revolución de 1905 lanza a Trotsky, una vez más, a la emigración. Pasa por los diversos países de Europa en  donde, sucesivamente, es expulsado. Llega a Nueva York, ligándose al movimiento socialista, escribe en “Nuevo Mundo”. Ahí lo sorprende la Revolución de Febrero de 1917. Después de conocer las bondades de la democracia inglesa -en un campo de concentración de Canadá- llega en mayo a Petrogrado, la capital revolucionaria, para iniciar de inmediato la lucha por la Tercera Revolución y por el poder de los obreros y campesinos.
Lenin, líder indiscutido del Partido Bolchevique, su teórico y dirigente máximo, llega a Petrogrado el 3 de abril de 1917 y, desde su primera palabra, impulsa a los obreros a la conquista del poder, iniciando una enérgica lucha contra los conciliadores de su propio partido -a los cuales no era ajeno Stalin- que contenían la revolución en su etapa puramente burguesa.
Trotsky se une formalmente al Partido Bolchevique; junto a Lenin da el combate contra los viejos bolcheviques que se oponen a la revolución. Ungido por segunda vez Presidente del Soviet de Petrogrado, forma el Comité Militar Revolucionario que sería el centro director de a Insurrección de Octubre.
El 7 de Noviembre de 1917 (25 de Octubre en el viejo calendario) los bolcheviques conquistan el poder en representación de todos los explotados de Rusia, abren ante los ojos asombrados de la burguesía y el regocijo de los miserables de la tierra una perspectiva sin límites. El 7 de Noviembre de 1917 se inicia la época de la Revolución Proletaria. Después del ladrido a los cielos de 1870, los obreros y los campesinos destruyen la máquina burguesa del Estado y construyen en la extensa estepa rusa el primer Estado Obrero de la historia, el Gobierno de los Obreros y Campesinos.
La dictadura del proletariado sale de su cascarón teórico, anunciado ya hace cien años y entra definitivamente en el mundo material y corpóreo, adquiere su envoltura histórica y carnal como primera etapa del mundo socialista.
Para el proletariado universal y para el ruso, en particular, se unen indisolublemente los nombres de Lenin y Trotsky como los forjadores de este amanecer. Ellos no sólo enseñan al proletariado como conquistar el poder y conservarlo sino, al decir de Rosa Luxemburgo, salvan el honor del socialismo internacional. Hoy, cuando la leyenda burocrática ha falseado los hechos y los nombres, las palabras de esta gran revolucionaria cobran un particular significado.
La conquista del poder por los bolcheviques plantea, de inmediato, la resolución de los problemas particulares de la sociedad rusa. Ellos sólo pueden ser resueltos ligados profundamente con el curso de la revolución internacional. Hay, sin embargo, uno que no admite espera: el problema de la guerra. Después de las deliberaciones de Brest-Litovsk, en que Trotsky representa el primer estado obrero, ellos, los bolcheviques deben pactar la infame Paz de Brest impuesta por las bayonetas prusianas.
La revolución alemana no llega y los bolcheviques aislados deben enfrentar los problemas interiores; en primer lugar, la contra-revolución y la guerra civil en catorce frentes, alentada por los imperialistas del mundo entero.
Rusia está empobrecida y devastada, sin ejércitos, sin alimentos; toda falta menos el heroísmo de los proletarios, con ellos es necesario forjar el arma que defienda a la naciente revolución en peligro. Para ello hace falta una voluntad de acero, capaz de transformar a los harapientos en  destacamentos de combate, sin más coraza que la pasión revolucionaria. Esta voluntad existe: se llama León Trotsky.
Organiza el Ejército Rojo. Galvaniza a las tropas y alienta a los combatientes a lo largo de toda Rusia. Junto a Lenin enseñó a conquistar el poder y ahora enseña, como estratega militar, a defenderlo. Tres años de guerra civil forjan el ejército proletario y llevan una vez más a la victoria. Pese a todas las falsificaciones el nombre de Trotsky no podrá ser desprendido de la glorias del Ejército Rojo.
A la guerra civil sucede la Nueva Política Económica y los problemas de la economía interior y, con ella, la revolución inicia una curva que no se detiene aún hoy. Las nuevas clases desposeídas inician su agrupamiento sobre una nueva base. Los  nuevos sectores capitalistas, oxigenados por la NEP, levantan su cabeza. En el seno del Partido se produce un desplazamiento que amenaza a la revolución, el burocratismo cunde. Los viejos tercios revolucionarios se habían liquidado con la guerra civil, el proletariado se encontraba agotado y la esperada revolución de occidente se retrasaba. Sobre esta levadura y esta realidad social, los nuevos bolcheviques inician su avance, los que reconocieron a Octubre después del día 25.

TERMIDOR

El retroceso de la revolución encuentra su máxima expresión en la figura de Stalin. La muerte de Lenin da a este proceso un impulso inesperado. Amenazada la revolución, Trotsky nuevamente toma su lugar en la lucha por su defensa. Forma y programa la Oposición de Izquierda y, después de una larga y agotadora lucha, ella es aplastada por el signo del Termidor. Una vez más, Trotsky toma el camino de la cárcel y el destierro. Durante estos años, enriquecería el pensamiento marxista con el análisis del primer Estado Obrero y las causas de su degeneración y dotaría al movimiento proletario internacional de un correcto diagnóstico, que lecha permitido defender a la Unión Soviética sin cesar en su lucha contra el stalinismo, que derivaría cada vez más hacia el nacional socialismo, levantado contra la concepción de la Revolución Mundial su falsa teoría del Socialismo en un Solo País.
No podemos, en esta oportunidad, sino presentar toda esta etapa, rica en experiencias, nada más que como una visión fugitiva. Hay aquí, sí, algunos aspectos que debemos hacer resaltar en toda su intensidad, ya que ellos informan toda la lucha presente y, al mismo tiempo, nos presentan a Trotsky en una nueva perspectiva, dando uno de los aportes más sustantivos en toda su larga tarea de pensador revolucionario.
Desde 1928, fecha del destierro de la URSS, hasta 1940, fecha de su muerte, el gran revolucionario campea en el plano internacional de la lucha de clases y se convierte en el orientador indiscutido del pensamiento revolucionario. La degeneración de la URSS y la subsecuente degeneración de la Internacional Comunista y la pérdida de las posiciones materiales del proletariado, elevan a primera plano, como imperiosa necesidad, salvar los principios, las ideas, el programa de la revolución, rebajado y escarnecido por la camarilla staliniana que se entroniza en el movimiento obrero. Años fecundos de pensamiento y acción.  Como aguja magnética, el pensamiento de hombre de Octubre sigue los acontecimientos, su curso, su trayectoria. Prevé y anticipa, aconseja y prepara el porvenir. Por sus escritos se deslizan todos los acontecimientos importantes de los últimos años, dejando a los revolucionarios y a todos los trabajadores enseñanzas decisivas. China, Inglaterra, Francia, España pasan por sus páginas como documentos vivos que prueban, hasta la saciedad, la traición del stalinismo a los principios del bolchevismo, a las ideas de Lenin y Marx y que arrastra al proletariado internacional a las más crueles derrotas.
Toda una cadena de trágicos errores llevan al proletariado de derrota en derrota; derrotas que sólo pueden fortalecer al imperialismo mundial. En esta carrera sin fin, Alemania, la más avanzada de las potencias capitalistas, entra a una etapa decisiva: el proletariado y la burguesía corren a enfrentarse en un combate que envuelve no sólo el destino de los obreros alemanes sino la suerte de todo el proletariado europeo y que tiene para la existencia de la propia URSS, un alcance incalculable. En esta hora decisiva, el stalinismo mundial  y el Partido Comunista Alemán capitulan sin combate ante Hitler. La dictadura parda se extiende sobre Europa. Las organizaciones son barridas, la contra-revolución burguesa se fortalece y se preparan, inevitablemente, las bases materiales de la Segunda Guerra imperialista y de la agresión a la Unión Soviética, no sin antes que Stalin, para salvarse, pactara con el mismo Hitler.

FORMACION DE LA CUARTA INTERNACIONAL

Hasta la subida de Hitler, la Oposición de Izquierda Internacional se había mantenido, a pesar de las decisiones de Stalin, como una tendencia que aspiraba a regenerar la Internacional Comunista y que, aunque de hecho lo estuviera, no se consideraba excluida de la Internacional. La capitulación alemana cambia substancialmente este panorama. Ya no es posible engañarse, la Internacional Comunista no puede regenerarse, ella debe ser destruida. Es necesario crear un nuevo Partido, una nueva Internacional, que libre al movimiento obrero de la sífilis del stalinismo.
El viejo Partido Bolchevique ha muerto asesinado por Stalin, que representa las fuerzas hostiles a la revolución proletaria; que expresa, no la degeneración interior de la doctrina revolucionaria, sino su ruptura violenta por la capas parasitarias entronizadas en el poder en la Rusia Soviética y que expanden su poderío al seno de la Internacional Comunista y del movimiento internacional todo.
Surge así la Cuarta Internacional, no fundada por el capricho de un hombre, sino como el resultado inevitable de la grandes derrotas del proletariado internacional. Derrotas debidas no a la falta de madurez de las condiciones objetivas, sino por la quiebra de la dirección, por su traición abierta, por su traslado al campo de la contra-revolución mundial.
Durante catorce años la actividad teórica de Trotsky y de la Oposición de Izquierda Internacional habían preparado el camino. No pudiendo intervenir, por su aislamiento, en la suerte de los acontecimientos, ella defendía la continuidad de las ideas, la defensa de los principios. Trotsky debía decir: el Programa hace al Partido. Si él es justo, si expresa realmente los intereses históricos de los oprimidos, encontrará el camino de la comprensión, de la simpatía y adhesión de los trabajadores.
Sobre la experiencia de las más crueles derrotas, la Oposición había forjado  su programa y podía así, al fundar la IV Internacional, continuar toda la tradición del proletariado, de sus triunfos y derrotas. Recogiendo el programa del Manifiesto, en cuyo centenario nos reunimos, la IV Internacional retoma, enriqueciendo la tradición viva del proletariado internacional. Fundada en 1938, la IV Internacional ha sabido vivir contra la corriente, crecer y fortalecerse. Mientras todas las tendencia del pensamiento obrero han naufragado sin excepción y se han convertido en sostenes del mundo burgués, el trotskysmo se expande internacionalmente. Ante la Segunda Guerra Imperialista, ella fue la única organización internacional que supo mantener en alto la bandera del internacionalismo proletario y practicarlo en la carne de sus mártires, segados por la furia del imperialismo y por la GPU stalinista.
Decía el Manifiesto Comunista que la Rusia de los zares y los Estados Unidos eran los dos contrafuertes de la reacción europea. Hoy, cuando nos amenaza una Tercera Guerra imperialista, en otro plano y en condiciones diferentes, nuevamente Rusia y Estados Unidos se presentan como los contrafuertes de la reacción. Pero, sobre la oleada revolucionaria, los trabajadores buscan su camino y ella no podrá menos que llevarlos hasta la IV Internacional. Trotsky fue asesinado en los umbrales de la Segunda Guerra imperialista, sus ideas viven, su mensaje no ha caído en tierra estéril. Este mismo años en tierras de Europa se ha celebrado el II Congreso de la IV Internacional, que ha reunido delegados de todos los continentes. Este es el mejor homenaje que podemos rendirle a nuestro gran camarada desaparecido y es también la fuente de nuestro optimismo de que un día, no lejano, los trabajadores del mundo entero marcharán tras la bandera sin mácula de la IV Internacional.



AGOSTO 1948


· Reproducció del discurso pronunciado en concentración pública por F. Silva. El 20 de agosto de 1948 en homenaje a León Trotsky.

viernes, 3 de agosto de 2012


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Escrito por León Trotsky   

Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925, ante el Congreso de Mendeleyev, por Trotsky como presidente del Consejo técnico y científico de la Industria. 

Vuestro Congreso se reúne durante los actos de celebración del segundo centenario de la fundación de la Academia de Ciencias. Las relaciones entre este Congreso y la Academia se refuerzan todavía más debido al hecho de que la ciencia química rusa no es de las que menos fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas alturas la siguiente pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las celebraciones académicas? Poseen un significado que va mucho más allá de las simples visitas a museos y teatros o la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos percibir este significado? No sólo en el hecho de que sabios extranjeros —que han tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitación— hayan podido comprobar que la revolución en vez de destruir las instituciones científicas las ha desarrollado. Esta evidencia comprobada por los científicos extranjeros tiene un sentido propio. Pero el significado de las fiestas académicas es mayor y más profundo. Lo diré de la siguiente forma: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en las leyes de la Revolución de Octubre, toma posesión triunfalmente a los ojos del mundo entero de la herencia cultural del pasado.
Puesto que de pasada me he referido a la herencia, debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo para evitar cualquier equívoco. Seríamos culpables de desacato al futuro, más querido para todos nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato hacia el pasado, que en muchos aspectos lo merece y profundo, si hablásemos tontamente de la herencia. No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el desarrollo de la cultura humana no viene determinado por la simple acumulación. Ha habido períodos de desarrollo orgánico, y también períodos de riguroso criticismo, de filtración y de selección. Sería difícil decir cuál de esos períodos ha terminado siendo más fructífero para el desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una época de filtración y selección.
La jurisprudencia romana estableció ya en la época de Justiniano la ley de la herencia inventariada. Respecto a la legislación prejustiniana, según la cual el heredero tenía derecho a aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las obligaciones y deudas, la herencia inventariada otorgó al heredero cierta posibilidad de elección. El Estado revolucionario, en nombre de una nueva clase, es de alguna forma el heredero inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme que diga con franqueza que no todos los quince mil volúmenes publicados por la Academia durante sus dos siglos de existencia figurarán en el inventario del socialismo. Hay dos aspectos, de mérito igual, a todas luces, en las contribuciones científicas del pasado que, ahora, son nuestras y nos hacen sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la adquisición del conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda de las leyes de la evolución y hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la materia a fin de dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las cuatro paredes de un laboratorio o una sala de conferencias. De ningún modo. Ha sido una función de la sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la naturaleza para satisfacer sus necesidades, al mismo tiempo que exige una afirmación de su derecho a ser lo que es, una justificación de sus instituciones particulares; antes que nada, de las instituciones de dominación de clase, del mismo modo que en el pasado pedía la justificación de la servidumbre, de los privilegios de clase, de las prerrogativas monárquicas, de la exceptuación nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la herencia de las ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selección inventarial, todo cuanto es inútil para el conocimiento de la naturaleza; y no sólo eso, sino también todo cuanto justifique la desigualdad de clases y todo tipo de falsedades históricas.
Todo nuevo orden social no se apropia de la herencia cultural del pasado en su totalidad, sino según su propia estructura. Así, la sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogió muchos elementos de la filosofía clásica, pero subordinándolos a las necesidades del régimen feudal y convirtiéndolos en escolástica, esa "criada de la teología". De manera similar, la sociedad burguesa tomó el cristianismo como parte de la herencia de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma o a la Contrarreforma. Durante la época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el desarrollo de las fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su relación con la herencia científica y cultural, mantiene en general, en un grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o de aceptación pasiva. Podemos decir a este respecto: mientras mayor es la confianza que deposita el socialismo en las ciencias dedicadas al estudio directo de la naturaleza, mayor es su desconfianza crítica cuando se aproxima a aquellas ciencias y pseudociencias que están íntimamente ligadas a la estructura de la sociedad humana, a sus instituciones económicas, a su Estado, leyes, ética, etc. Estas dos esferas no están separadas, por cierto, por una muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la herencia en aquellas ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se ocupan de la "materia" —las ciencias naturales en el sentido amplio de la palabra y la química por supuesto—, es de un peso incomparablemente mayor.
La necesidad de conocer la naturaleza viene impuesta a los hombres por la necesidad de subordinar la naturaleza a sí mismos. Cualquier desviación en este terreno de las relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma, las corrige la experimentación práctica. Sólo esto libra seriamente a las ciencias naturales, a la investigación química en particular, de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y semideliberadas, y contra las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la investigación social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la justificación de la sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las "teorías destructoras". De aquí emana el papel apologético de las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y ésta es la razón por la que sus resultados son de escaso valor.
Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo como una "criada de la teología", sólo subrepticiamente podía producir resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como quedó señalado, fue durante el régimen burgués cuando las ciencias naturales disfrutaron de la posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo como criada del capitalismo. También es verdad, en gran proporción, por lo que atañe a la psicología, que une las ciencias sociales con las ciencias naturales; y a la filosofía, que sistematiza las conclusiones generalizadas de todas las ciencias.
He dicho que la ciencia oficial ha producido poco de valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la ciencia burguesa para predecir el mañana. Hemos visto esta situación en la primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias. Lo hemos observado también en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa impotencia de la ciencia social oficial para medir en su justo valor la situación europea, sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y con la Unión Soviética; en su incapacidad para sacar conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el valor de la ciencia reside precisamente en esto: conocer a fin de prever.
La ciencia natural, y la química ocupa uno de los lugares más importantes en este terreno, constituye, indiscutiblemente, la más valiosa porción de nuestra herencia. Su Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el orgullo de la ciencia rusa.
Hay una diferencia en el grado de previsión y de precisión alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la previsión —pasiva, en algunos casos, como en la astronomía, activa como en la química y en la ingeniería química—, la ciencia es capaz de cortejarse a sí misma y justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado en absoluto por la aplicación práctica de su investigación. Mientras mayor sea su alcance, mientras más audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad en sus operaciones mentales de las necesidades prácticas diarias, tanto mejor. Pero la ciencia no es una función de los hombres de ciencia individuales; es una función social. La valorización social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la naturaleza. La ciencia es un conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la base de las "excentricidades" de la órbita de Urano, dedujo que debía existir un cuerpo celeste desconocido que "perturbaba" el movimiento de Urano; cuando, sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al astrónomo alemán Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos en tal o cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa dirección y descubrió al planeta llamado Neptuno, en ese momento la mecánica celeste de Newton celebró una gran victoria.
Esto ocurría en el otoño de 1846. En el año 1848 la revolución se esparció como un viento huracanado a través de Europa, demostrando su influencia "perturbadora" en los movimientos de los pueblos y de los Estados. En el período intermedio, entre el descubrimiento de Neptuno y la revolución de 1848, dos jóvenes eruditos, Marx y Engels, escribían El Manifiesto Comunista, en el cual no sólo predecían la inevitabilidad de acontecimientos revolucionarios en un futuro próximo, sino que analizaban por adelantado sus fuerzas componentes, la lógica de sus movimientos, hasta la victoria inevitable del proletariado y el establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en absoluto yuxtaponer este pronóstico con las profecías de la ciencia oficial de los Hohenzollern, los Románov, Luis Felipe y otros en 1848.
En 1869, Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del peso atómico, estableció su ley periódica de los elementos. Al peso atómico, como criterio más estable, Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y características, situó los elementos en un orden definido y, entonces, a través de este orden, reveló la existencia de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos elementos. Estos elementos desconocidos o unidades químicas, como las denominó en cierta ocasión Mendeleyev, de acuerdo con la lógica de esta "ley" deberían ocupar lugares específicos vacíos en ese orden. A esta altura, con el gesto autoritario de un investigador que confía en sí mismo, golpeó a una de las puertas de la naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondió: "¡Presente!". En realidad, tres voces respondieron simultáneamente, pues en los lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos elementos denominados posteriormente galio, escandio y germanio.
¡Triunfo maravilloso del pensamiento, analítico y sintético! En Principios de Química, Mendeleyev caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico creador, comparándolo con el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es necesario descender al barranco y fijar soportes en el fondo; sólo se requiere levantar una base en un lado y en seguida proyectar un arco exactamente trazado, que encontrará apoyo en el lado opuesto. Algo análogo ocurre con el pensamiento científico. Sólo puede reposar sobre la base granítica de la experimentación; pero sus generalizaciones, como el arco de un puente, pueden levantarse sobre el fondo de los hechos a fin de que luego, en otro punto calculado previamente, pueda encontrar a este último. En esta etapa del pensamiento científico, cuando una generalización se convierte en predicción y, cuando la predicción es verificada triunfalmente por la experiencia, en ese momento, el pensamiento humano disfruta invariablemente su más orgullosa y justificada satisfacción. Así ocurrió en química con el descubrimiento de nuevos elementos sobre la base de la ley periódica.
La predicción de Mendeleyev, que produjo más tarde una profunda impresión sobre Federico Engels, fue hecha en el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia de la Comuna de París en Francia. La actitud de nuestro gran químico hacia este acontecimiento puede caracterizarse por su hospitalidad general hacia la "latinidad", con sus violencias y revoluciones. Como todos los pensadores oficiales de las clases dominantes, no sólo de Rusia y de Europa, sino de todo el mundo, Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál es la fuerza directora que hay tras de la Comuna de París? No vio que la nueva clase que crecía en las entrañas de la vieja sociedad se manifestaba allí, ejerciendo en su movimiento una influencia tan "perturbadora" sobre la órbita de la vieja sociedad como la que ejercía el planeta desconocido sobre la órbita de Urano. Pero un desterrado alemán, Carlos Marx, analizó en ese entonces las causas y la mecánica interna de la Comuna de París, y los rayos de su antorcha científica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio Octubre y los iluminaron.
Desde hace ya mucho tiempo hemos considerado innecesario recurrir a una sustancia misteriosa, llamada flogisto, para explicar las reacciones químicas. En realidad, el flogisto no servía sino como generalización para ocultar la ignorancia de los alquimistas. En el terreno de la fisiología se ha superado ya la etapa en que se sentía la necesidad de recurrir a una sustancia mística especial, llamada fuerza vital y que era el flogisto de la materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de química y de física para explicar los fenómenos fisiológicos. En la esfera de los fenómenos de la conciencia no necesitamos ya por más tiempo una sustancia denominada alma, que en la filosofía reaccionaria desempeña el papel del flogisto de los fenómenos psicofísicos. Para nosotros la psicología, en última instancia, se puede reducir a la fisiología, y, esta última, a la química, mecánica y física. En la esfera de la ciencia social el alma es mucho más viable que la teoría del flogisto. Este "flogisto" aparece con diversas vestiduras, ora disfrazado de "misión histórica", ora de "carácter nacional", ora como la idea incorpórea de "progreso"; ora en forma de sedicente "pensamiento crítico", y así sucesivamente, ad infinitum. En todos estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fenómenos sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El marxismo rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la fuerza vital o la química al flogisto.
La esencia del marxismo consiste en eso, en que enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de investigación objetiva, en que analiza la historia humana como se haría en un gigantesco registro de laboratorio. El marxismo considera la ideología como un elemento integral subordinado a la estructura material de la sociedad. El marxismo examina la estructura de clase de la sociedad como una forma históricamente condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las fuerzas productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la naturaleza circundante, y éstas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa histórica por la tecnología desarrollada por el hombre, por sus instrumentos y armas, por sus capacidades y métodos de lucha respecto a la naturaleza. Precisamente esta aproximación objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión histórica.
Considérese la historia del marxismo aunque sólo sea a escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de vista de nuestras propias simpatías o antipatías políticas, sino desde el punto de vista de la definición de la ciencia de Mendeleyev: "Conocer para poder prever y actuar". El período inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la historia de una lucha por establecer un pronóstico sociohistórico correcto contra los puntos de vista oficiales, gubernamental y de oposición. En los primeros años, la ideología oficial existía como una trinidad representada por el absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo; el liberalismo soñaba de día en una asamblea de zemstvos, es decir, en una monarquía semiconstitucional, mientras que los narodniki —populistas— combinaban débiles ilusiones socializantes con ideas económicas reaccionarias. En esa época el pensamiento marxista predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del capitalismo, sino también la aparición del proletariado, que desempeñaría un papel histórico independiente, tomando la hegemonía en la lucha de las masas populares; y que la dictadura del proletariado arrastraría tras de sí al campesinado.
La diferencia que hay entre el método marxista de análisis social y las teorías contra las cuales luchó, no es menor que la diferencia que hay entre la ley periódica de Mendeleyev con todas sus modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de los alquimistas por otro.
"La causa de la reacción química reside en las propiedades físicas y mecánicas de los componentes". Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente materialista. En lugar de recurrir a alguna fuerza supramecánica o suprafísica para explicar sus fenómenos, la química reduce los procesos químicos a las propiedades mecánicas y físicas de sus componentes.
La biología y la fisiología se hallan en una relación análoga respecto de la química. La fisiología científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza vital supraquímica especial —propuesta por vitalistas y neovitalistas— para explicar los fenómenos que se desarrollan en su campo. Los procesos fisiológicos son reducibles en último análisis a procesos químicos, así como estos últimos a procesos mecánicos y físicos.
La psicología se relaciona en forma análoga con la fisiología. No por nada la fisiología ha sido llamada la química aplicada de los organismos vivos. Así como no existe ninguna fuerza fisiológica especial, también es igualmente verdadero que la psicología científica, es decir, la psicología materialista, no tiene necesidad de una fuerza mística, el alma, para explicar los fenómenos de su incumbencia, sino que halla que son reducibles en último análisis a fenómenos fisiológicos. Esta es la escuela del académico Pavlov. Éste considera lo que se denomina alma como un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas raíces residen totalmente en los reflejos fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a través del potente stratum de la química, en el subsuelo de la mecánica y de la física.
Lo mismo puede decirse de la sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es necesario recurrir a alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo. La sociedad es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza terrestre o la ameba. De esta manera, el pensamiento científico con sus métodos corta, como un diamante, a través de los fenómenos complejos de la ideología social, en el lecho de roca de la materia, sus elementos componentes, sus átomos, con sus propiedades físicas y mecánicas.
Naturalmente esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser reducido directamente a la mecánica y, menos aún, que cada fenómeno social sea directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de la mecánica. Puede decirse que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el método de aproximación continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La química tiene su manera especial de enfocar a la materia, sus propios métodos de investigación, sus propias leyes. Lo mismo que sin el conocimiento de que las reacciones químicas son reducibles, en última instancia, a las propiedades mecánicas de las partículas elementales de la materia, no hay ni puede haber una filosofía acabada que una todos los fenómenos en un solo sistema. Por otra parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos se hallan radicados en la mecánica y en la física, no proporciona en sí la clave de ninguna reacción química. La química tiene sus propias claves. Se puede elegir entre ellas sólo por la generalización y la experimentación, a través del laboratorio químico, de hipótesis y teorías químicas.
Esto es aplicable a todas las ciencias. La química es un poderoso pilar de la fisiología, con la cual está directamente relacionada a través de los canales de la química orgánica y fisiológica. Pero la química no es un sustituto de la fisiología: Cada ciencia descansa sobre las leyes de otras ciencias sólo en última instancia. Pero al mismo tiempo, la separación de las ciencias unas de otras está determinada, precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo particular de fenómenos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fenómenos elementales tales que se requiere un enfoque especial, una técnica de investigación especial, hipótesis y métodos especiales.
Esta idea parece tan incontestable por lo que se refiere a las ciencias matemáticas y a la historia natural, que insistir en ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia social ocurre algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en el terreno, por ejemplo, de la fisiología, no avanzarían un paso sin tomar en cuenta experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones hipotéticas, últimas verificaciones y otras medidas más, se aproximan a los fenómenos sociales mucho más audazmente, con la audacia de la ignorancia, como si reconocieran tácitamente que en esta esfera extremadamente compleja de los fenómenos basta sólo con tener vagas tendencias, observaciones diarias, tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios sociales comunes.
La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo a un plan o sistema dispuesto previamente, sino empíricamente, a través de un largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana por la existencia, y, luego, por conseguir un dominio cada vez mayor de la naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo de esto y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo, fraccionario, en forma, por decirlo así, de reflejos sociales condicionados que, en última instancia, son reducibles a las necesidades de la lucha del hombre contra la naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos o sobre la base de lo que se llama opinión pública, etc., equivale casi a formarse un juicio sobre la estructura anatómica y fisiológica de un lagarto en función de sus sensaciones cuando se halla calentándose al sol o cuando sale arrastrándose de una grieta húmeda. Es bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de un lagarto y su estructura orgánica. Pero este lazo es objeto de investigación por medio de métodos objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser de lo más subjetivo en los juicios sobre la estructura y las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana en términos de lo que se da en llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideología contradictoria, desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de que la ideología social se halla, después de todo, en un plano más alto que la sensación de un lagarto. Todo ello depende de la manera en que se aborde la cuestión. En mi opinión, no hay nada paradójico en afirmar que de las sensaciones de un lagarto se podría, si fuera posible enfocarlas debidamente, sacar conclusiones mucho más directas por lo que concierne a la estructura y la función de sus órganos que en lo que concierne a la estructura de la sociedad y su dinámica a partir de tales reflexiones ideológicas como, por ejemplo, los credos religiosos, que ocuparon y aún continúan ocupando un lugar tan destacado en la vida de la sociedad humana; o a partir de los códigos contradictorios e hipócritas de la moralidad oficial; o finalmente, por las concepciones filosóficas idealistas que a fin de explicar los procesos orgánicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las cualidades de impenetrabilidad y eternidad.
La reacción de Mendeleyev a los problemas de la reorganización social fue hostil y aun despreciativa. Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado de esta tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que surgiría por medio de las ciencias positivas y sobre todo de la química, que revelaría todos los secretos de la naturaleza. Es interesante yuxtaponer este punto de vista al de nuestro notable fisiólogo Pavlov, que opina que las guerras y las revoluciones son algo accidental, resultado de la ignorancia del pueblo y que piensa que sólo un profundo conocimiento de la "naturaleza humana" eliminará tanto las guerras como las revoluciones.
Puede colocarse a Darwin en la misma categoría. Este biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación de pequeñas variaciones cuantitativas produce una "cualidad" biológica enteramente nueva y, con esta prueba, explicó el origen de las especies. Sin tener conciencia de ello, aplicó de este modo el método del materialismo dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Aunque Darwin no conocía esta filosofía, aplicó brillantemente la ley hegeliana de la transformación de cantidad en calidad. Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo Darwin, para no mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente ingenuas y anticientíficas para aplicar las conclusiones de la biología a la sociedad. Interpretar los antagonismos sociales como una "variedad" de la lucha biológica por la existencia, es como buscar sólo mecánica en la fisiología de la cópula.
En cada uno de estos casos observamos un único e idéntico error fundamental: los métodos y logros de la química o de la fisiología, violando todos los métodos científicos, son transplantados al estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría aplicar sin modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos al de las moléculas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen una posición completamente diferente hacia la sociología. Muy a menudo desdeñan la estructura históricamente condicionada de la sociedad en beneficio de la estructura anatómica de las cosas, la estructura fisiológica de los reflejos, la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la vida de la sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos lados de procesos químicos, representa, en sí misma y en última instancia, una combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad está constituida por seres humanos cuyo mecanismo fisiológico se puede reducir a un sistema de reflejos. Pero la vida social no es un proceso químico ni fisiológico, sino un proceso social conformado por leyes propias, sujetas a su vez a un análisis sociológico objetivo cuyo análisis debería ser: conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la sociedad.
En sus comentarios a los Principios de Química, Mendeleyev dice: "Hay dos fines básicos o positivos en el estudio científico de los objetos: el de la predicción y el de la utilidad... El triunfo de las previsiones científicas tendría poco significado si no condujeran, en última instancia, a una utilidad directa y general: la previsión científica basada en el conocimiento dota al poderío humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las cosas por el canal deseado". Y más adelante añade con cautela: "Las ideas religiosas y filosóficas han prosperado y desarrollado durante millares de años; pero, las ideas que rigen las ciencias exactas capaces de predecir, se han producido sólo durante unos pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han transcurrido todavía dos siglos desde que la química forma parte de esas ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por deducir de ellas por lo que concierne a predicción y utilidad."
Estas palabras llenas de cautelas, "sugestivas", son notables en labios de Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra la religión y la filosofía especulativa, a las que compara con la ciencia. Según dice, las ideas religiosas han prevalecido durante miles de años y son escasos los beneficios que de ello ha sacado la humanidad; con vuestros ojos, en cambio, podéis ver la contribución de la ciencia en un breve período de tiempo y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje anterior incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres más pequeños en la página 405 de Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era un hombre cauteloso y rehuía cualquier querella con la opinión pública!
La química es una escuela de pensamiento revolucionario, y no precisamente por la existencia de una química de explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre todo, porque la química es la ciencia de la transmutación de los elementos, es enemiga de todo pensamiento conservador o absoluto que esté encerrado en categorías inmóviles.
Resulta instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presión de la opinión pública conservadora, defienda el principio de estabilidad e inmutabilidad en los grandes procesos de la transformación química. Este gran hombre de ciencia insistió, incluso con terquedad, en el tema de la inmutabilidad de los elementos químicos y en la imposibilidad de su transmutación en otros. Necesitaba encontrar bases sólidas de apoyo. Decía: "Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iván Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su propia individualidad, lo mismo ocurre con los elementos".
Mendeleyev atacó más de una vez la dialéctica, menospreciándola. Pero no entendía por dialéctica la de Hegel o Marx, sino el arte superficial de jugar con las ideas, que es mitad sofisma mitad escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales de pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es la transformación de cantidad en calidad. La química hunde sus raíces más profundas y esenciales en esta ley. Toda la ley periódica de Mendeleyev se basa en ella, al deducir diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias cuantitativas de sus pesos atómicos. Engels vio la importancia del descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de vista precisamente. En el ensayo El carácter general de la dialéctica corno ciencia, escribía:
"Mendeleyev demostró que en una serie de elementos relacionados, ordenados por sus pesos atómicos, hay algunas lagunas que indican la existencia de elementos no descubiertos hasta ahora. Describió con anterioridad las propiedades químicas generales de cada uno de estos elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus pesos, relativo y atómico, y su lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma inconsciente la ley hegeliana de la conversión de la cantidad en calidad, descubrió un hecho científico que por su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta desconocido Neptuno por Leverrier calculando su órbita".
Aunque posteriormente modificada, la lógica de la ley periódica demostró ser más poderosa que los límites conservadores en que quiso encerrarla su creador. El parentesco de los elementos y su metamorfosis mutua pueden considerarse empíricamente comprobados desde el momento en que fue posible dividir el átomo en sus componentes con la ayuda de los elementos radiactivos. ¡En la ley periódica de Mendeleyev, en la química de los elementos radiactivos, la dialéctica celebra su propia victoria deslumbrante!
Mendeleyev no poseía un sistema filosófico acabado. Quizá ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habría enfrentado, inevitablemente, con sus propias costumbres y simpatías conservadoras.
En Mendeleyev podemos ver un dualismo en aspectos básicos del conocimiento. Podría parecer que se orientaba hacia el "agnosticismo", cuando declaraba que la "esencia" de la materia permanecería siempre más allá del alcance de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro espíritu y conocimiento. Pero, casi al mismo tiempo, nos da una fórmula notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la nota citada, Mendeleyev dice: "Acumulando de forma gradual su conocimiento sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar, también en función del grado en que lo hace, predicciones más o menos precisas, comprobables por los hechos, y no se divisa un límite al conocimiento del hombre y su dominio de la materia." Resulta evidente que si en sí mismo no hay límites para el conocimiento, ni en el poder del hombre sobre la materia, tampoco hay una "esencia" imposible de conocer. El conocimiento que nos dota de la capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de la materia. La llamada "esencia" incognoscible de la materia no es entonces sino una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto de la materia. Es un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la materia desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definición que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso. Evidentemente, si llegamos a conocer el metal precioso de los fenómenos y conseguimos darle forma, podemos permanecer indiferentes respecto al "agujero" de la sustancia; y hacemos de ello un divertido presente a los filósofos y teólogos arcaicos.
Pese a sus concesiones verbales al agnosticismo —"esencia incognoscible"—, Mendeleyev es, aunque inconsciente, un dialéctico materialista en sus métodos y en sus realizaciones en el terreno de la ciencia natural, especialmente en la química. Pero su materialismo aparece ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que protegía su pensamiento científico de conflictos demasiado agudos con la ideología oficial. Lo cual no significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparazón conservador para sus métodos, él mismo estaba atado a la ideología oficial y, por eso, sentía una aprensión íntima a tocar el filo de navaja del materialismo dialéctico. No ocurre lo mismo en la esfera de las relaciones sociológicas. La urdimbre de la filosofía social de Mendeleyev era de índole conservadora, pero, de cuando en cuando, entre sus hilos, teje notables conjeturas materialistas por su esencia y revolucionarias por su tendencia. Pero, al lado de estas conjeturas, hay errores de bulto, y ¡qué errores!
Sólo señalaré dos. Mendeleyev, rechazando todos los planes o pretensiones de reorganización social por utópicos y "latinistas", imaginaba un futuro mejor sólo a través del desarrollo de la tecnología científica. Tenía una utopía propia. Según él, habría días mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del mundo pusieran en práctica la necesidad de ser fuertes y llegaran entre sí al acuerdo de eliminar las guerras, las revoluciones y los principios utópicos de anarquistas, comunistas y otros puños belicosos, incapaces de comprender la evolución progresiva que se realiza en toda la humanidad. En las Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos, podía percibirse la aurora de esta concordia universal. Esos ejemplos son los errores más graves de este gran hombre. La historia sometió la utopía social de Mendeleyev a una prueba rigurosa. De las Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes, la gran matanza imperialista de las naciones y una aguda decadencia de la economía europea; y, de la Conferencia de Marruecos, brotó la repugnante carnicería de Marruecos, que recientemente ha sido completada bajo la bandera de la defensa de la civilización europea. Mendeleyev no vio la lógica interna de los sucesos sociales, o mejor dicho, la dialéctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de prever las secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la previsión reside sobre todo el interés. Si releéis lo que escribieron los marxistas sobre la Conferencia de La Haya en aquellos días, os convenceréis fácilmente de que los marxistas previeron correctamente sus consecuencias. Por eso, en el momento más crítico de la historia demostraron tener puños belicosos. Y, de hecho, no hay por qué lamentar que la clase que se levanta en la historia, armada de una teoría correcta del conocimiento y de la previsión social, demuestre finalmente que estaba armada de un puño suficientemente belicoso para inaugurar una nueva época de desarrollo humano.
Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribió: "Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética general bajo el ‘socialismo de Estado’". ¿Eran fundados sus temores? Hoy día, los estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento científico y técnico-científico ofrece el hecho de que este pensamiento esté, por decirlo de alguna forma, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de las naciones como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos que ahora establece el Estado es sólo un síntoma material, a escala reducida, de las posibilidades ilimitadas que se derivan de ello.
No cito estos errores para estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La historia ha dictaminado su fallo sobre los principales puntos de la controversia y no hay motivo para reiniciarla. Pero permítaseme añadir que los mayores errores de este gran hombre contienen una importante lección para los estudiosos. Desde el campo de la química solamente no hay salidas directas ni inmediatas para las perspectivas sociales. Es preciso el método objetivo de la ciencia social. Este es el método del marxismo.
Si un marxista intentase convertir la teoría de Marx en una llave maestra universal e ignorar las demás esferas del conocimiento, Vladímir Ilich le habría insultado con el expresivo vocablo de komchvantsvo —comunista fanfarrón—. Lo cual, en este caso específico, significaría: el comunismo no es un sustitutivo de la química. Pero el teorema inverso también es verdadero. El intento de descartar el marxismo, en base a que la química, o las ciencias naturales en general, pueden resolver todos los problemas, no es más que una "fanfarronería química" específica, que, por lo que a la teoría se refiere, no es menos errónea y, por lo que a los hechos afecta, no es menos pretencioso que la fanfarronada comunista.
Mendeleyev no aplicó el método científico al estudio de la sociedad y su desarrollo. Como escrupuloso investigador que era, se verificaba una vez y otra a sí mismo antes de permitir que su imaginación creadora diera un salto al plano de las generalizaciones. Mendeleyev siguió siendo un empirista en los problemas político-sociales, combinando las conjeturas con una visión heredada del pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue realmente de Mendeleyev cuando se relacionó directamente con los intereses científicos industriales del gran hombre de ciencia.
El espíritu de la filosofía de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo técnico-científico. Mendeleyev orientó ese optimismo, que coincidía con la línea de desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales, contra los seguidores de Tolstói y, en general, contra todo retroceso económico. Mendeleyev confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza. De ahí su aversión al maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev. En todos sus escritos, bien los de ciencia pura, bien los de divulgación sociológica, bien los de química aplicada, lo resalta. Mendeleyev saludó con efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa, 1,5%, fuese mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la población mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos años no lo preocuparon, escribiendo: "No sólo 10.000 millones, sino una población muchas veces mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante la aplicación del trabajo, sino también por el persistente incentivo que rige el conocimiento. El temor a que falte alimento es, en mi opinión, un puro disparate, siempre que se garantice la comunión activa y pacífica de las masas populares".
Nuestro gran químico y optimista industrial habría escuchado con poca simpatía las recientes declaraciones del profesor inglés Keynes, que, durante los festejos académicos, nos dijo que deberíamos preocuparnos por limitar el aumento de la población. Dimitri Ivanovich la habría contestado con su vieja observación: "¿quieren los nuevos Malthus detener este crecimiento? En mi opinión, cuantos más haya tanto mejor."
La agudeza sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de fórmulas deliberadamente simplificadas.
Desde ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran fetiche del idealismo conservador, el denominado carácter nacional. Escribió: "En cualquier parte donde la agricultura predomine en sus formas primitivas, una nación es incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: sólo podrá trabajar de manera arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma, de frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez acompañada por extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se ha desarrollado la industria fabril a gran escala, puede verse que, además de la agricultura esporádica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las fábricas: ahí se consigue entonces una apreciación justa del trabajo, y así sucesivamente". En estas líneas es importante la consideración del carácter nacional no como elemento primordial fijo, creado de una vez por todas, sino como producto de condiciones históricas y, dicho con mayor precisión, de las formas sociales de producción. Este, aunque sea parcial sólo, es un acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Mendeleyev considera el desarrollo de la industria como el instrumento de la reeducación nacional, la elaboración de un carácter nacional nuevo, más equilibrado, más disciplinado y más autorregulado. Si comparamos el carácter de los movimientos campesinos revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicción de Mendeleyev queda iluminada con suficiente nitidez.
Nuestro industrioso optimista empleaba igual lucidez al hablar de la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscribiría sus opiniones al respecto. Mendeleyev escribió: "El pueblo ruso ha comenzado a emigrar a las ciudades en masa... En mi opinión es un disparate total luchar contra este desarrollo; el proceso se terminará sólo cuando la ciudad por una parte se extienda de tal modo que incluya más partes, jardines, etc.; es decir, cuando la finalidad de las ciudades no sea sólo hacer la vida lo más saludable que se pueda, sino cuando provea también de espacios abiertos suficientes no sólo para los juegos de los niños y el deporte, sino para toda clase de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas, etc., la población no urbana se extienda de tal forma que exija la construcción de casas de varios pisos, lo cual creará la necesidad de servicios de aguas, de alumbrado público y otras comodidades de la ciudad. En el transcurso del tiempo, todo esto conducirá a que toda área agrícola (poblada con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con las casas separadas por las huertas y los campos necesarios para la producción de alimentos y con plantas industriales para la manufactura y la modificación de estos productos".
Mendeleyev ofrece aquí un testimonio convincente en favor de las viejas tesis socialistas: la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no plantea en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma social de la economía. Cree que el capitalismo conducirá automáticamente a la nivelación de las condiciones urbanas y rurales mediante la introducción de formas de habitación más elevadas, más higiénicas y culturales. Ahí radica el error de Mendeleyev. El caso de Inglaterra, a la que Mendeleyev se refería con esa esperanza, lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se había metido en un callejón sin salida. El paro corroe su economía. Los dirigentes de la industria inglesa proponen la emigración, la eliminación de la superpoblación para salvar la sociedad. Incluso el economista más "progresista", el señor Keynes, nos decía el otro día que la salvación de la economía inglesa está en el maltusianismo... También para Inglaterra el camino para resolver las contradicciones entre la ciudad y el campo es el socialismo.
Hay otra conjetura o intuición formulada por nuestro industrioso optimista. En su último libro, Mendeleyev escribía: "Tras la época industrial vendrá probablemente una época más compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará especialmente por una extremada simplificación de los métodos para la obtención de alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta extremada simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes décadas".
Palabras notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas contra la realización de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera, estas palabras esbozan las perspectivas técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas productivas que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos de la obtención de alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría claramente la oportunidad de reducir al mínimo los elementos de coerción en la estructura social. Con la eliminación de la voracidad completamente inútil en las relaciones sociales, las formas de trabajo y de distribución tendrán un carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo no será precisa una revolución, puesto que la transición depende por completo del progreso técnico de la sociedad.
El optimismo industrial de Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los temas y problemas prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura encontramos su pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas económicos. En una de sus disertaciones, dedicada al problema de la disolución del alcohol con agua, de gran importancia económica hoy todavía, inventó una pólvora sin humo para las necesidades de la defensa nacional. Personalmente se ocupó de realizar un cuidadoso estudio del petróleo, y en dos direcciones, una puramente teórica, el origen del petróleo, y otra práctica, sobre los usos técnico-industriales. Hay que tener presente a esta altura que Mendeleyev protestó siempre contra el uso del petróleo sólo como simple combustible: "La calefacción se puede hacer con billetes de banco", exclamaba nuestro gran químico. Proteccionista convencido, participó de forma destacada en la elaboración de políticas o sistemas de aranceles y escribió su Política sensible del arancel, de la cual no pocas sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista del proteccionismo socialista.
Los problemas de las vías marítimas del norte despertaron su interés poco antes de su muerte. Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que resolvieran el problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se derivarían importantes rutas comerciales. "Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros minerales, nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo, porque allí uno al menos no se pudre". Estas palabras tienen un tono muy contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente con morir en una atmósfera de eterno frío.
Nunca se cansaba de repetir que la meta del conocimiento era la "utilidad". En otras palabras, abordaba la ciencia desde la óptica del utilitarismo. Al tiempo, como sabemos, insistía en el papel creador de la búsqueda desinteresada del conocimiento. ¿Por qué se iba a interesar alguien en particular en abrir rutas comerciales por vías indirectas para llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es un problema de investigación desinteresada capaz de excitar pasiones deportivas de investigación científica. ¿No hay aquí una contradicción entre esto y la afirmación de que el objetivo de la ciencia es la "utilidad"? En modo alguno. La ciencia cumple una función social, no individual. Desde el punto de vista histórico social es utilitaria. Lo cual no significa que cada científico aborde los problemas de investigación desde una óptica utilitaria. ¡No! La mayoría de las veces los estudiosos están impulsados por su pasión de conocer, y cuanto más significativo sea el descubrimiento de un hombre, menos puede prever con antelación, por regla general, sus aplicaciones prácticas posibles. La pasión desinteresada de un científico no está en contradicción con el significado utilitario de cada ciencia más de lo que pueda estar en contradicción el sacrificio personal de un luchador revolucionario con la finalidad utilitaria de aquellas necesidades de clase a las que sirve.
Mendeleyev podía combinar perfectamente su pasión por el conoci-miento con la preocupación constante por elevar el poder técnico de la humanidad. De ahí que las dos alas de este Congreso, los representantes de las ramas teórica y aplicada de la química, están con igual derecho bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva generación de hombres de ciencia en el espíritu de esta coordinación armónica de la investigación científica pura con las tareas industriales. La fe de Mendeleyev en las ilimitadas posibilidades del conocimiento, la predicción y el dominio de la materia, debe convertirse en el credo científico de los químicos de la patria socialista. El fisiólogo alemán Du Bois Reymond consideraba el pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en la escena de la lucha de clases y lo definía con el lema ¡Ignoramus et ignorabimus!
Es decir, ¡nunca conocemos ni conoceremos! El pensamiento científico, uniendo su suerte a la de la clase en ascenso, repite: ¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento consciente. ¡Alcanzaremos todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos todo!

jueves, 26 de julio de 2012

     FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS


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¿Qué es el marxismo?



  Escrito por León Trotsky   

¿Qué ofrecemos al lector?
Este libro expone de una manera compacta las doctrinas económicas fundamentales de Marx según las propias palabras de Marx. Después de todo nadie ha sido capaz de exponer la teoría del valor del trabajo mejor que el propio Marx1.
Algunas de las argumentaciones de Marx, especialmente en el capítulo primero, el más difícil de todos, pueden parecer al lector no iniciado demasiado disgresivas, quisquillosas o "metafísicas". En realidad, esta impresión es una consecuencia de la necesidad o de la costumbre de acercarse ante todo de una manera científica a los fenómenos habituales. La mercancía se ha convertido en una parte tan corriente, tan acostumbrada y tan familiar de nuestra vida diaria que ni siquiera se nos ocurre considerar por qué los hombres ceden objetos importantes, necesarios para el sostenimiento de la vida, a cambio de pequeños discos de oro o de plata que no se utilizan en parte alguna de la tierra. El asunto no se limita a la mercancía. Todas y cada una de las categorías de la economía del mercado parecen ser aceptadas sin análisis, como evidentes por sí mismas, y como si fueran las bases naturales de las relaciones humanas. Sin embargo, mientras las realidades del proceso económico son el trabajo humano, las materias primas, las herramientas, las máquinas, la división del trabajo, la necesidad de distribuir los productos terminados entre los participantes en el proceso del trabajo, etc., las categorías como "mercancía", "dinero", "jornales", "capital", "beneficio", "impuesto", etc., son únicamente reflejos semimísticos en las cabezas de los hombres de los diversos aspectos de un proceso económico que no comprenden y que no pueden dominar. Para descifrarlos es indispensable un análisis científico completo.
En los Estados Unidos, donde un hombre que posee un millón de dólares se considera que "vale" un millón de dólares, los conceptos con respecto al mercado han caído mucho más bajo que en cualquier otra parte. Hasta una época muy reciente los norteamericanos se preocuparon muy poco por la naturaleza de las relaciones económicas. En la tierra del sistema económico más poderoso, la teoría económica siguió siendo excesivamente estéril. Únicamente la crisis, cada vez más profunda, de la economía norteamericana ha hecho que la opinión pública de este país se haya enfrentado bruscamente con los problemas fundamentales de la sociedad capitalista. En cualquier caso, quienquiera que no haya dominado la costumbre de aceptar sin un examen riguroso las reflexiones ideológicas hechas a la ligera sobre el progreso económico, quienquiera que no haya razonado, siguiendo los pasos de Marx, la naturaleza esencial de la mercancía como célula básica del organismo capitalista, estará incapacitado para comprender científicamente las manifestaciones más importantes de nuestra época.
El método de Marx
Habiendo definido la ciencia como el conocimiento de los recursos objetivos de la naturaleza, el hombre ha tratado terca y persistentemente de excluirse a sí mismo de la ciencia, reservándose privilegios especiales en la forma de un pretendido intercambio con fuerzas supersensoriales (religión) o con preceptos morales independientes del tiempo (idealismo). Marx privó al hombre definitivamente y para siempre de esos odiosos privilegios, considerándole como un eslabón natural en el proceso evolutivo de la naturaleza material; a la sociedad como la organización para la producción y la distribución; al capitalismo como una etapa en el desarrollo de la sociedad humana.
La finalidad de Marx no era descubrir las "leyes eternas" de la economía. Negó la existencia de semejantes leyes. La historia del desarrollo de la sociedad humana es la historia de la sucesión de diversos sistemas económicos, cada uno de los cuales actúa de acuerdo con sus propias leyes. La transición de un sistema a otro ha sido determinada siempre por el aumento de las fuerzas de producción, por ejemplo, de la técnica y de la organización del trabajo. Hasta cierto punto, los cambios sociales son de carácter cuantitativo y no alteran las bases de la sociedad, entre ellas, las formas prevalecientes de la propiedad. Pero se alcanza un nuevo punto cuando las fuerzas productoras maduras ya no pueden contenerse más tiempo dentro de las viejas formas de la propiedad; entonces se produce un cambio radical en el orden social, acompañado de conmociones. La comuna primitiva fue reemplazada o complementada por la esclavitud; la esclavitud fue sucedida por la servidumbre con su superestructura feudal; el desarrollo comercial de las ciudades llevó a Europa, en el siglo XVI, al orden capitalista, el que pasó inmediatamente a través de diversas etapas. Marx no estudia en El Capital la economía en general, sino la economía capitalista, que tiene sus leyes específicas propias. Sólo de pasada se refiere a otros sistemas económicos con el objeto de poner en claro las características del capitalismo.
La economía de la familia de agricultores primitiva, que se bastaba a sí misma, no tenía necesidad de la "economía política", pues estaba dominada, por un lado, por las fuerzas de la naturaleza y, por el otro, por las fuerzas de la tradición. La economía natural de los griegos y romanos, completa en sí misma, fundada en el trabajo de los esclavos, dependía de la voluntad del propietario de los esclavos, cuyo "plan" estaba determinado directamente por las leyes de la naturaleza y de la rutina. Lo mismo puede decirse también del Estado medieval con sus siervos campesinos. En todos estos casos las relaciones económicas eran claras y transparentes en su crudeza primitiva. Pero el caso de la sociedad contemporánea es completamente diferente. Ha destruido esas viejas conexiones completas en sí mismas y esos modos de trabajo heredados. Las nuevas relaciones económicas han relacionado entre sí a las ciudades y las villas, a las provincias y las naciones. La división del trabajo ha abarcado a todo el planeta. Habiendo destrozado la tradición y la rutina, esos lazos no se han compuesto de acuerdo con algún plan definido, sino más bien al margen de la conciencia y de la previsión humanas. La interdependencia de los hombres, los grupos, las clases, las naciones, consecuencia de la división del trabajo, no está dirigida por nadie. Los hombres trabajan los unos para los otros sin conocerse entre sí, sin conocer las necesidades de los demás, con la esperanza, e inclusive con la seguridad, de que sus relaciones se regularizarán de algún modo por sí mismas. Y lo hacen así o, más bien, quisieran hacerlo.
Es completamente imposible buscar las causas de los fenómenos de la sociedad capitalista en la conciencia subjetiva —en las intenciones o planes— de sus miembros. Los fenómenos objetivos del capitalismo fueron formulados antes de que la ciencia comenzara a pensar seriamente sobre ellos. Hasta hoy día la mayoría preponderante de los hombres nada saben acerca de las leyes que rigen a la economía capitalista. Toda la fuerza del método de Marx reside en su acercamiento a los fenómenos económicos, no desde el punto de vista subjetivo de ciertas personas, sino desde el punto de vista objetivo del desarrollo de la sociedad en su conjunto, del mismo modo que un hombre de ciencia que estudia la naturaleza se acerca a una colmena o a un hormiguero.
Para la ciencia económica lo que tiene un significado decisivo es lo que hacen los hombres y cómo lo hacen, no lo que ellos piensan con respecto a sus actos. En la base de la sociedad no se hallan la religión y la moral, sino la naturaleza y el trabajo. El método de Marx es materialista, pues va de la existencia a la conciencia y no en el orden inverso. El método de Marx es dialéctico, pues observa cómo evolucionan la naturaleza y la sociedad y cómo la misma evolución es la lucha constante de las fuerzas en conflicto.
El marxismo y la ciencia oficial
Marx tuvo predecesores. La economía política clásica —Adam Smith, David Ricardo— floreció antes de que el capitalismo se hubiera desarrollado, antes de que comenzara a temer el futuro. Marx rindió a los grandes clásicos el perfecto tributo de su profunda gratitud. Sin embargo, el error básico de los economistas clásicos era que consideraban al capitalismo como la existencia normal de la humanidad en todas las épocas, en vez de considerarlo simplemente como una etapa histórica en el desarrollo de la sociedad. Marx inició la crítica de esa economía política, expuso sus errores así como las contradicciones del mismo capitalismo, y demostró que era inevitable su colapso.
La ciencia no alcanza su meta en el estudio herméticamente sellado del erudito, sino en la sociedad de carne y hueso. Todos los intereses y pasiones que despedazan a la sociedad ejercen su influencia en el desarrollo de la riqueza y de la pobreza. La lucha de los trabajadores contra los capitalistas obligó a los teóricos de la burguesía a volver la espalda al análisis científico del sistema de explotación y a ocuparse en una descripción vacía de los hechos económicos, el estudio del pasado económico y, lo que es inmensamente peor, una falsificación absoluta de las cosas tales como son, con el propósito de justificar el régimen capitalista. La doctrina económica que se ha enseñado hasta el día de hoy en las instituciones oficiales de enseñanza y se ha predicado en la prensa burguesa no está desprovista de materiales importantes relacionados con el trabajo, pero no obstante es completamente incapaz de abarcar el proceso económico en su conjunto y descubrir sus leyes y perspectivas, ni tiene deseo alguno de hacerlo. La economía política oficial ha muerto.
La ley de la valorización del trabajo
En la sociedad contemporánea el vínculo cardinal entre los hombres es el cambio. Todo producto del trabajo que entra en el proceso del cambio se convierte en mercancía. Marx inició su investigación con la mercancía y dedujo de esa célula fundamental de la sociedad capitalista las relaciones sociales que se han constituido objetivamente como la base del cambio, independientemente de la voluntad del hombre. Únicamente si se sigue este camino es posible resolver el enigma fundamental: cómo en la sociedad capitalista, en la cual cada hombre piensa sólo en sí mismo y nadie piensa en los demás, se han creado las proporciones relativas de las diversas ramas de la economía indispensables para la vida.
El obrero vende su fuerza de trabajo, el agricultor lleva su producto al mercado, el prestamista de dinero o el banquero conceden préstamos, el comerciante ofrece un surtido de mercancías, el industrial construye una fábrica, el especulador compra y vende acciones y bonos, y cada uno de ellos tiene en consideración sus propias conveniencias, sus planes privados, su propia opinión sobre los jornales y los beneficios. Sin embargo, de este caos de esfuerzos y de acciones individuales, surge cierto conjunto económico que aunque ciertamente no es armonioso, sino contradictorio, da sin embargo a la sociedad la posibilidad no sólo de existir, sino también de desarrollarse. Esto quiere decir que, después de todo, el caos no es en modo alguno caos, que de algún modo está regulado automáticamente, si no conscientemente. Comprender el mecanismo por el cual los diversos aspectos de la economía llegan a un estado de equilibrio relativo es descubrir las leyes objetivas del capitalismo.
Evidentemente, las leyes que rigen las diversas esferas de la economía capitalista —jornales, precios, arrendamiento, beneficio, interés, crédito, bolsa— son numerosas y complejas. Pero en último término todas proceden de una única ley descubierta por Marx y examinada por él hasta el final: es la ley del valor del trabajo, que es ciertamente la que regula básicamente la economía capitalista. La esencia de esa ley es simple. La sociedad tiene a su disposición cierta reserva de fuerza de trabajo viva. Aplicada a la naturaleza, esa fuerza engendra productos necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. Como consecuencia de la división del trabajo entre los productores individuales, los productos toman la forma de mercancías. Las mercancías se cambian entre sí en una proporción determinada: al principio directamente y más tarde por medio del oro o de la moneda. La propiedad esencial de las mercancías, que en cierta relación las iguala entre sí, es el trabajo humano invertido en ellas —trabajo abstracto, trabajo en general—, la base y la medida del valor. La división del trabajo entre millones de productores diseminados no lleva a la desintegración de la sociedad, porque las mercancías son intercambiadas de acuerdo con el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en ellas. Mediante la aceptación y el rechazo de las mercancías, el mercado, en su calidad de terreno del cambio, decide si contienen o no contienen en sí mismos el trabajo socialmente necesario, con lo cual determina las proporciones de las diversas clases de mercancías necesarias para la sociedad, y en consecuencia también la distribución de la fuerza de trabajo de acuerdo con las diversas clases de comercio.
Los procesos reales del mercado son inmensamente más complejos que lo que hemos expuesto aquí en pocas líneas. Así, al girar alrededor del valor del trabajo, los precios fluctúan por encima y por debajo de sus valores. Las causas de estas desviaciones están completamente explicadas en el tercer volumen de El capital de Marx, en el que se describe "el proceso de la producción capitalista considerado en su conjunto". Sin embargo, por grandes que puedan ser las diferencias entre los precios y los valores de las mercancías, en los casos individuales, la suma de todos los precios es igual a la suma de todos los valores, pues en último término únicamente los valores que han sido creados por el trabajo humano se hallan a disposición de la sociedad, y los precios no pueden pasar de estos límites, inclusive si se tiene en cuenta el monopolio de los precios o trust; donde el trabajo no ha creado un valor nuevo, nada puede hacer ni el mismísimo Rockefeller.
Desigualdad y explotación
Pero si las mercancías se intercambian de acuerdo con la cantidad de trabajo invertido en ellas, ¿cómo se deriva la desigualdad de la igualdad? Marx resolvió este enigma exponiendo la naturaleza peculiar de una de las mercancias, que es la base de todas las demás mercancías: la fuerza del trabajo. El propietario de los medios de producción, el capitalista, compra la fuerza de trabajo. Como todas las otras mercancías, la fuerza de trabajo es valorizada de acuerdo con la cantidad de trabajo invertida en ella, esto es de los medios de subsistencia necesarios para la vida y la reproducción del trabajador. Pero el consumo de esta mercancía —fuerza de trabajo— se produce mediante el trabajo, que crea nuevos valores. La cantidad de esos valores es mayor que los que recibe el propio trabajador y gasta en su conservación. El capitalista compra fuerza de trabajo para explotarla. Esa explotación es la fuente de la desigualdad.
A la parte del producto que contribuye a la subsistencia del trabajador la llama Marx producto necesario; a la parte excedente que produce el trabajador le llama sobreproducto o plusvalía. El esclavo tenía que producir plusvalía, pues de otro modo el dueño de esclavos no los hubiera tenido. El siervo tenía que producir plusvalía, pues de otro modo la servidumbre no hubiera tenido utilidad alguna para la clase media hacendada. El obrero asalariado produce también plusvalía, sólo que en una escala mucho mayor, pues de otro modo el capitalista no tendría necesidad de comprar la fuerza de trabajo. La lucha de clases no es otra cosa que la lucha por la plusvalía. Quien posee la plusvalía es el dueño de la situación, posee la riqueza, posee el poder del Estado, tiene la llave de la Iglesia, de los tribunales, de las ciencias y de las artes.
Competencia y monopolio
Las relaciones entre los capitalistas que explotan a los trabajadores están determinadas por la competencia, que actúa como el resorte principal del progreso capitalista. Las empresas grandes gozan de mayores ventajas técnicas, financieras, de organización, económicas y políticas que las empresas pequeñas. El capital mayor capaz de explotar al mayor número de obreros es inevitablemente el que consigue la victoria en una competencia. Tal es la base inalterable del proceso de concentración y centralización del capital.
Al estimular el desarrollo progresivo de la técnica, la competencia no sólo consume gradualmente a las capas intermediarias, sino que se consume también a sí misma. Sobre los cadáveres y semicadáveres de los capitalistas pequeños y medianos surge un número cada vez menor de magnates capitalistas cada vez más poderosos. De este modo, la competencia honesta, democrática y progresiva engendra irrevocablemente el monopolio dañino, parásito y reaccionario. Su predominio comenzó a afirmarse hacia el año 80 del siglo pasado y asumió su forma definida a comienzos del presente siglo. Ahora bien, la victoria del monopolio es reconocida abiertamente por los representantes oficiales de la sociedad burguesa2. Sin embargo, cuando en el curso de su pronóstico Marx fue el primero en deducir que el monopolio es una consecuencia de las tendencias inherentes al capitalismo, el mundo burgués siguió considerando a la competencia como una ley eterna de la naturaleza.
La eliminación de la competencia por el monopolio señala el comienzo de la desintegración de la sociedad capitalista. La competencia era el principal resorte creador del capitalismo y la justificación histórica del capitalista. Por lo mismo, la eliminación de la competencia señala la transformación de los accionistas en parásitos sociales. La competencia necesita de ciertas libertades, una atmósfera liberal, un régimen democrático, un cosmopolitismo comercial. El monopolio necesita en cambio un gobierno todo lo más autoritario que sea posible, murallas aduaneras, sus "propias" fuentes de materias primas y mercados (colonias). La última palabra en la desintegración del capital monopolista es el fascismo.
Concentración de la riqueza y aumento de las contradicciones de clase
Los capitalistas y sus defensores tratan por todos los medios de ocultar el alcance real de la concentración de la riqueza a los ojos del pueblo, así como a los ojos del cobrador de impuestos. Desafiando a la evidencia, la prensa burguesa intenta todavía mantener la ilusión de una distribución "democrática" de la inversión del capital. The New York Times, para refutar a los marxistas, señala que haya de tres a cinco millones de patronos individuales. Es cierto que las compañías por acciones representan una concentración de capital mayor que tres a cinco millones de patronos individuales, aunque Estados Unidos cuenta con "medio millón de corporaciones". Este modo de jugar con las cifras tiene por objeto, no aclarar, sino ocultar la realidad de las cosas.
Desde el comienzo de la guerra hasta 1923 el número de fábricas y factorías existentes en los Estados Unidos descendió del 100 al 98,7%, mientras que la masa de producción industrial ascendió del 100 al 156,3%. Durante los años de una prosperidad sensacional (1923–1929), cuando parecía que todo el mundo se hacía rico, el número de establecimientos descendió de 100 a 93,8 mientras la producción ascendió de 100 a 113. Sin embargo, la concentración de establecimientos comerciales, limitada por su voluminoso cuerpo material, está lejos de la concentración de su alma, la propiedad. En 1929 tenían en realidad más de 300.000 corporaciones, como observa correctamente The New York Times. Lo único que hace falta añadir es que 200 de ellas, es decir el 0,07% del número total, controlaban directamente al 49,2% de los capitales de todas las corporaciones. Cuatro años más tarde el porcentaje había ascendido ya al 56%, en tanto que durante los años de la administración de Roosevelt ha subido indudablemente aún más. Dentro de las principales 200 compañías por acciones el dominio verdadero corresponde a una pequeña minoría3.
El mismo proceso puede observarse en la banca y en los sistemas de seguro. Cinco de las mayores compañías de seguros de los Estados Unidos han absorbido no sólamente a las otras compañías, sino también a muchos bancos. El número total de bancos se ha reducido, principalmente en la forma de las llamadas "combinaciones", esencialmente por medio de la absorción. Este cambio se extiende rápidamente. Por encima de los bancos se eleva la oligarquía de los superbancos. El capital bancario se combina con el capital industrial en el supercapital financiero. Suponiendo que la concentración de la industria y de los bancos se produzca en la misma proporción que durante el último cuarto de siglo —en realidad el tempo de concentración va en aumento— en el curso del próximo cuarto de siglo los monopolistas habrán concentrado en sí mismos toda la economía del país sin dejar nada a los demás.
Hemos aducido a las estadísticas de los Estados Unidos porque son más exactas y más sorprendentes. El proceso de concentración es esencialmente de carácter internacional. A través de las diversas etapas del capitalismo, a través de las fases de los ciclos de conexión, a través de todos los regímenes políticos, a través de los períodos de paz tanto como de los períodos de conflictos armados, el proceso de concentración de todas las grandes fortunas en un número de manos cada vez menor ha seguido adelante y continuará sin término. Durante los años de la Gran Guerra, cuando las naciones estaban heridas de muerte, cuando los mismos cuerpos políticos de la burguesía yacían aplastados bajo el peso de las deudas nacionales, cuando los sistemas fiscales rodaban hacia el abismo, arrastrando tras sí a las clases medias, los monopolistas obtenían provechos sin precedentes con la sangre y el barro. Las compañías más poderosas de los Estados Unidos aumentaron sus beneficios durante los años de la guerra dos, tres y hasta cuatro veces y aumentaron sus dividendos hasta el 300, el 400, el 900% y aún más.
En 1840, ocho años antes de la publicación por Marx y Engels del Manifiesto del Partido Comunista, el famoso escritor francés Alexis de Tocqueville escribió en su libro La Democracia en América: "La gran riqueza tiende a desaparecer y el número de pequeñas fortunas a aumentar". Este pensamiento ha sido reiterado innumerables veces, al principio con referencia a los Estados Unidos, y luego con referencia a las otras jóvenes democracias: Australia y Nueva Zelanda. Por supuesto, la opinión de Tocqueville ya era errónea en su época. Aún más, la verdadera concentración de la riqueza comenzó únicamente después de la guerra civil norteamericana, en la víspera de la muerte de Tocqueville. A comienzos del siglo presente el 2% de la población de los Estados Unidos poseía ya más de la mitad de toda la riqueza del país; en 1929 ese mismo 2% poseía los tres quintos de la riqueza nacional. Al mismo tiempo, 36.000 familias ricas poseían una renta tan grande como once millones de familias de la clase media y pobre. Durante la crisis de 1929-1933 los establecimientos monopolistas no tenían necesidad de apelar a la caridad pública; por el contrario, se hicieron más poderosos que nunca en medio de la declinación general de la economía nacional. Durante la subsiguiente reacción industrial raquítica producida por la levadura del New Deal los monopolistas consiguieron nuevos beneficios. El número de los desocupados desminuyó en el mejor caso de veinte millones a diez millones; al mismo tiempo la capa superior de la sociedad capitalista —no más de 6.000 adultos— reunió dividendos fantásticos; esto es lo que subsecretario de Justicia Robert H. Jackson demostró con cifras durante su declaración ante la correspondiente comisión investigadora de los Estados Unidos4.
¿Se ha hecho anticuada la teoría de Marx?
Las cuestiones de la competencia, de la concentración de la riqueza y del monopolio llevan naturalmente a la cuestión de si en nuestra época la teoría económica de Marx no tiene más que un simple interés histórico —como, por ejemplo, la teoría de Adam Smith— o si sigue teniendo verdadera importancia. El criterio para responder a esta pregunta es simple: si la teoría estima correctamente el curso de la evolución y prevé el futuro mejor que las otras teorías, sigue siendo la teoría más adelantada de nuestra época, aunque tenga ya muchos años de edad.
El famoso economista alemán Werner Sombart, que era virtualmente un marxista al comienzo de su carrera, pero que luego revisó todos los aspectos más revolucionarios de la doctrina de Marx, contradijo El capital de Marx con su Capitalismo, que probablemente es la exposición apologética más conocida de la economía burguesa en los tiempos recientes. Sombart escribió: "Karl Marx profetizó: primero, la miseria creciente de los trabajadores asalariados; segundo, la "concentración" general, con la desaparición de la clase de artesanos y labradores; tercero, el colapso catastrófico del capitalismo. Nada de esto ha ocurrido".
A esos pronósticos equivocados Sombart contrapone sus propios pronósticos "estrictamente científicos". "El capitalismo subsistirá —según él— para transformarse internamente en la misma dirección en que ha comenzado ya a transformarse en la época de su apogeo: según se va haciendo viejo se va haciendo más y más tranquilo, sosegado, razonable". Tratemos de verificar, aunque no sea más que en sus líneas generales, quién de los dos está en lo cierto: Marx, con su propósito de la catástrofe, o Sombart, quien en nombre de toda economía burguesa prometió que las cosas se arreglarían de una manera "tranquila, sosegada y razonable". El lector convendrá en que el asunto es digno de estudio.
A. La teoría de la miseria creciente
"La acumulación de la riqueza en un polo —escribió Marx sesenta años antes que Sombart— es, en consecuencia, al mismo tiempo acumulación de miseria, sufrimiento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalidad, degradación mental en el polo opuesto, es decir en el lado de la clase que produce su producto en la forma de capital". Esa tesis de Marx, bajo el nombre de "Teoría de la miseria creciente", ha sido sometida a ataques constantes por parte de los reformadores democráticos y socialdemócratas, especialmente durante el período de 1896 a 1914, cuando el capitalismo se desarrolló rápidamente e hizo ciertas concesiones a los trabajadores, especialmente a su estrato superior. Después de la Guerra Mundial, cuando la burguesía, asustada por sus propios crímenes y la Revolución de Octubre, tomó el camino de las reformas sociales anunciadas, el valor de las cuales fue anulado simultáneamente por la inflación y la desocupación, la teoría de la transformación progresiva de la sociedad capitalista pareció completamente asegurada a los reformistas y a los profesores burgueses. "La compra de fuerza de trabajo asalariada —nos asegura Sombart en 1928— ha crecido en proporción directa a la expansión de la producción capitalista".
En realidad, la contradicción económica entre el proletariado y la burguesía fue agravada durante los períodos más prósperos del desarrollo capitalista, cuando el ascenso del nivel de vida de cierta capa de trabajadores, el cual a veces era más bien extensivo, ocultó la disminución de la participación del proletariado en la fortuna nacional. De este modo, precisamente antes de caer en la postración, la producción industrial de los Estados Unidos, por ejemplo, aumentó en un 50% entre 1920 y 1930, en tanto que la suma pagada por salarios aumentó únicamente en un 30%, lo que significa una tremenda disminución de la participación del trabajo en las rentas nacionales. En 1930 se inició un terrible aumento de la desocupación, y en 1933 una ayuda más o menos sistemática a los desocupados, quienes recibieron en la forma de alivio apenas más de la mitad de lo que habían perdido en la forma de salarios. La alusión del progreso "ininterrumpido" de todas las clases se ha desvanecido sin dejar rastro. La declinación relativa del nivel de vida de las masas ha sido superada por la declinación absoluta. Los trabajadores comenzaron por economizar en sus modestas diversiones, luego en sus vestidos y finalmente en sus alimentos. Los artículos y productos de calidad media han sido substituidos por los de calidad mediocre y los de calidad mediocre por los de calidad francamente mala. Los sindicatos comenzaron a parecerse al hombre que cuelga desesperadamente del pasamanos mientras desciende vertiginosamente en un ascensor.
Con el 6% de la población mundial, los Estados Unidos poseen el 40% de la riqueza mundial. Además un tercio de la nación, como lo admite el propio Roosevelt, está mal nutrido, vestido inadecuadamente y vive en condiciones inferiores a las humanas. ¿Qué se podría decir, pues, de los países mucho menos privilegiados? La historia del mundo capitalista desde la última guerra confirma de una manera irrefutable la llamada "teoría de la miseria creciente".
El régimen fascista, el cual reduce simplemente al máximo los límites de la decadencia y de la reacción inherentes a todo capitalismo imperialista, se hizo indispensable cuando la degeneración del capitalismo hizo desaparecer toda posibilidad de mantener ilusiones con respecto a la elevación del nivel de vida del proletariado. La dictadura fascista significa el abierto reconocimiento de la tendencia al empobrecimiento, que todavía tratan de ocultar las democracias imperialistas más ricas. Mussolini y Hitler persiguen al marxismo con tanto odio, precisamente, porque su propio régimen es la confirmación más horrible de los pronósticos marxistas. El mundo civilizado se indignó, o pretendió indignarse, cuando Goering, con el tono de verdugo y de bufón que le es peculiar, declaró que los cañones son más importantes que la manteca, o cuando Cagliostro–Casanova–Mussolini advirtió a los trabajadores de Italia que debían apretarse los cinturones de sus camisas negras. ¿Pero acaso no ocurre substancialmente lo mismo en las democracias imperialistas? En todas partes se utiliza la manteca para engrasar los cañones. Los trabajadores de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos aprenden a estrechar sus cinturones sin tener camisas negras.
B. El ejército de reserva y la nueva subclase de los desocupados
El ejército de reserva industrial forma una parte componente indispensable del mecanismo social del capitalismo, tanto como la reserva de máquinas y de materias primas en las fábricas o de productos manufacturados en los almacenes. Ni la expansión general de la producción ni la adaptación del capital a la marea periódica del ciclo industrial serían posibles sin una reserva de fuerza de trabajo. De la tendencia general de la evolución capitalista —el aumento del capital constante (máquinas y materias primas) a expensas del capital variable (fuerza de trabajo)— Marx saca esta conclusión: "Cuanto mayor es la riqueza social... tanto mayor es el ejército industrial de reserva... Cuanto mayor es la masa de sobrepoblación consolidada... tanto mayor es la pobreza oficial. Esta es la ley general absoluta de la acumulación capitalista".
Esta tesis —unida indisolublemente con la "teoría de la miseria creciente" y denunciada durante muchos años como "exagerada", "tendenciosa" y "demagógica"— se ha convertido ahora en la imagen teórica irreprochable de las cosas tales como son. El actual ejército de desocupados ya no puede ser considerado como un "ejército de reserva", pues su masa fundamental no puede tener ya esperanza alguna de volver a ocuparse; por el contrario, está destinada a ser engrosada con una afluencia constante de desocupados adicionales. La desintegración del capital ha traido consigo toda una generación de jóvenes que nunca han tenido un empleo y que no tienen esperanza alguna de conseguirlo. Esta nueva subclase entre el proletariado y el semiproletariado está obligada a vivir a expensas de la sociedad. Se ha calculado que en el curso de nueve años (1930–1938) la desocupación ha privado a la economía de los Estados Unidos de más de 43 millones de años de trabajo humano. Si se considera que en 1929, en el cenit de la prosperidad, había dos millones de desocupados en los Estados Unidos y que durante esos nueve años el número de trabajadores potenciales ha aumentado hasta cinco millones, el número total de años de trabajo humano perdido debe ser incomparablemente mayor. Un régimen social afectado por semejante plaga se halla enfermo de muerte. La diagnosis exacta de esa enfermedad fue hecha hace cerca de ochenta años, cuando la enfermedad misma se hallaba en germen.
C. La decadencia de las clases medias
Las cifras que demuestran la concentración del capital indican al mismo tiempo que la gravitación específica de la clase media en la producción y su participación en la riqueza nacional han ido decayendo constantemente, en tanto que las pequeñas propiedades han sido completamente absorbidas y reducidas de grado y desprovistas de su independencia, convirtiéndose en un mero símbolo de un trabajo insoportable y de una necesidad desesperada. Al mismo tiempo, es cierto, el desarrollo del capitalismo ha estimulado considerablemente un aumento en el ejército de técnicos, directores, empleados, abogados, médicos: en una palabra, la llamada "nueva clase media". Pero este estrato, cuya existencia no tenía ya misterios para Marx, tiene poco que ver con la vieja clase media, que en la propiedad de sus medios de producción tenía una garantía tangible de independencia económica. La "nueva clase media" depende más directamente de los capitalistas que los trabajadores. Es cierto que la clase media es en gran parte la que señala su tarea. Además se ha advertido en ella una considerable sobreproducción, con su consecuencia: la degradación social.
"La información estadística segura —afirma una persona tan alejada del marxismo como el ya citado Mr. Homer S. Commings— demuestra que muchas unidades industriales han desaparecido completamente y que lo que ha ocurrido es una eliminación progresiva de los pequeños hombres de negocios como un factor en la vida norteamericana". Pero según objeta Sombart, "la concentración general, con la desaparición de la clase de artesanos y labradores" no se ha producido todavía. Como todo teórico, Marx comenzó por aislar las tendencias fundamentales en su forma pura; de otro modo hubiera sido completamente imposible comprender el destino de la sociedad capitalista. El propio Marx era, sin embargo, perfectamente capaz de examinar el fenómeno de la vida a la luz del análisis concreto, como un producto de la concatenación de diversos factores históricos. Las leyes de Newton no han sido invalidadas seguramente por el hecho de que la velocidad en la caída de los cuerpos varía bajo condiciones diferentes o de que las órbitas de los planetas están sujetas a perturbaciones.
Para comprender la llamada "tenacidad" de las clases medias es bueno recordar que las dos tendencias, la ruina de las clases medias y la transformación de esas clases arruinadas en proletarios, no se producen al mismo ritmo ni con la misma extensión. De la creciente preponderancia de la máquina sobre la fuerza de trabajo se sigue que cuanto más lejos va el proceso de arruinamiento de las clases medias tanto más atrás deja al proceso de su proletarización; en realidad, en una determinada oportunidad, el último puede cesar enteramente e incluso retroceder.
Así como la actuación de las leyes fisiológicas produce resultados diferentes en un organismo en crecimiento que en uno en declinación, así también las leyes económicas de la economía marxista actúan de manera distinta en un capitalismo en desarrollo que en un capitalismo en desintegración. Esta diferencia queda patente con especial claridad en las relaciones mutuas entre la ciudad y el campo. La población rural de los Estados Unidos, que crece comparativamente a una velocidad menor que el total de la población, siguió creciendo en cifras absolutas hasta 1910, fecha en que llegó a más de 32 millones. Durante los veinte años siguientes, a pesar del rápido aumento de la población total, la del campo bajó a 30,4 millones, es decir, 1,6 millones. Pero en 1935 se elevó otra vez a 32,8 millones, con un aumento en comparación con 1930 de 2,4 millones. Esta vuelta de la rueda, sorprendente a primera vista, no refuta en lo más mínimo la tendencia de la población urbana a crecer a expensas de la población rural, ni la tendencia de las clases medias a ser atomizadas, mientras que al mismo tiempo demuestra, de la manera más categórica, la desintegración del sistema capitalista en su conjunto. El aumento de la población rural durante el período de crisis aguda de 1930-1935 se explica sencillamente por el hecho de que poco menos de dos millones de pobladores urbanos, o, hablando con más exactitud, dos millones de desocupados hambrientos, se trasladaron al campo, a tierras abandonadas por los labradores o a granjas de sus parientes y amigos, con objeto de emplear su fuerza de trabajo, rechazada por la sociedad, en la economía natural productiva y poder vivir una existencia semihambrienta en vez de morirse totalmente de hambre.
De aquí se deduce que no se trata de una cuestión de estabilidad de los labradores, artesanos y comerciantes, sino más bien de la abyecta desesperación de su situación. Lejos de constituir una garantía para el futuro, la clase media es una reliquia infortunada y trágica del pasado. Incapaz de suprimirla por completo, el capitalismo se las ha arreglado para reducirla al mayor grado de degradación y de miseria. Al labrador se le niega no sólamente la renta que se le debe por su lote de terreno y el beneficio del capital que ha invertido en él, sino también una buena porción de su salario. De una manera similar, la pobre gente que reside en la ciudad se inquieta en el reducido espacio que se le concede entre la vida económica y la muerte. La clase media no se proletariza únicamente porque se depaupera. A este respecto es tan difícil encontrar un argumento contra Marx como en favor del capitalismo.
D. La crisis industrial
El final del siglo pasado y el comienzo del presente se han caracterizado por un progreso tan abrumador debido al capitalismo, que las crisis cíclicas parecían no ser más que molestias "acccidentales". Durante los años de optimismo capitalista casi universal los críticos de Marx nos aseguraban que el desarrollo nacional e internacional de los truts, sindicatos y cárteles introducía en el mercado una organización bien planeada y presagiaba el triunfo final sobre la crisis. Según Sombart, las crisis habían sido ya "abolidas" antes de la guerra por el mecanismo del propio capitalismo, de tal modo que "el problema de las crisis nos deja hoy día virtualmente indiferentes". Ahora bien, sólamente diez años más tarde, esas palabras sonaban a burla, en tanto que el pronóstico de Marx se nos aparece hoy en día en toda la medida de su trágica fuerza lógica.
Es notable que la prensa capitalista, que pretende negar a medias la existencia de los monopolios, parta de la afirmación de esos mismos monopolios para negar a medias la anarquía capitalista. Si sesenta familias dirigen la vida económica de los Estados Unidos, The New York Times observa irónicamente: "Esto demostraría que el capitalismo norteamericano, lejos de ser anárquico y sin plan alguno, se halla organizado con gran precisión". Este argumento yerra el blanco. El capitalismo ha sido incapaz de desarrollar una sola de sus tendencias hasta el fin. Así como la concentración de la riqueza no suprime a la clase media, así tampoco suprime el monopolio a la competencia, pues sólo la derriba y la destroza. Ni el "plan" de cada una de las sesenta familias ni las diversas variantes de esos planes se hallan integrados en lo más mínimo en la coordinación de las diferentes ramas de la economía, sino más bien en el aumento de los beneficios de su camarilla monopolista a expensas de otras camarillas y a expensas de toda la nación. En ultimo término, el entrecruzamiento de semejantes planes no hace más que profundizar la anarquía en la economía nacional.
La crisis de 1929 se produjo en los Estados Unidos un año después de haber declarado Sombart la completa indiferencia de "ciencia" con respecto al problema de la crisis. Desde la cumbre de una prosperidad sin precedente la economía de los Estados Unidos fue lanzada al abismo de una postración monstruosa. ¡Nadie podía haber concebido en la época de Marx convulsiones de tal magnitud! La renta nacional de los Estados Unidos se había elevado por primera vez en 1920 a sesenta y nueve mil millones de dólares únicamente para caer el año siguiente a ciencuenta mil millones de dólares, es decir, un descenso del 27%. Como consecuencia de la prosperidad de los pocos años siguientes, la renta nacional se elevó de nuevo, en 1929, a su punto máximo de ochenta y un mil millones de dólares, para descender en 1932 a cuarenta mil millones de dólares, es decir a menos de la mitad. Durante los nueve años de 1930 a 1938 se perdieron, aproximadamente, cuarenta y tres millones de años humanos de trabajo y ciento treinta y tres mil millones de dólares de la renta nacional, teniendo en cuenta las normas de trabajo y las rentas de 1929, época en que sólamente había dos millones de desocupados. Si todo esto no es anarquía, ¿cuál puede ser el significado de esa palabra?
E. La teoría del colapso
Las inteligencias y los corazones de los intelectuales de la clase media y de los burócratas de los sindicatos estuvieron casi completamente dominados por las hazañas logradas por el capitalismo entre la época de la muerte de Marx y el comienzo de la Guerra Mundial. La idea del progreso gradual (evolución) parecía haberse asegurado para siempre, en tanto que la idea de revolución era considerada como una mera reliquia de la barbarie. El pronóstico de Marx era contrastado con el pronóstico cualitativamente contrario sobre la distribución mejor equilibrada de la fortuna nacional con la suavización de las contradicciones de clase, y con la reforma gradual de la sociedad capitalista. Jean Jaurés, el mejor dotado de los socialdemócratas de esa época clásica, esperaba ajustar gradualmente la democracia política a la satisfacción de las necesidades sociales. En eso reside la esencia del reformismo. ¿Qué ha salido de ello?
La vida del capitalismo monopolista de nuestra época es una cadena de crisis. Cada una de las crisis es una catástrofe. La necesidad de salvarse de esas catástrofes parciales por medio de murallas aduaneras, de la inflación, del aumento de los gastos del gobierno y de las deudas, prepara el terreno para otras crisis mas profundas y más extensas. La lucha por conseguir mercados, materias primas y colonias hace inevitables las catástrofes militares. Y todo ello prepara las catástrofes revolucionarias. Ciertamente no es fácil convenir con Sombart en que el capitalismo actuante se hace cada vez más "tranquilo, sosegado y razonable". Sería más acertado decir que está perdiendo sus últimos vestigios de razón. En cualquier caso no hay duda de que la "teoría del colapso" ha triunfado sobre la teoría del desarrollo pacífico.
La decadencia del capitalismo
Por costoso que haya sido el dominio del mercado para la sociedad, hasta cierta etapa, aproximadamente hasta la Guerra Mundial, la humanidad creció, se desarrolló y se enriqueció a través de las crisis parciales y generales. La propiedad privada de los medios de producción siguió siendo en esa época un factor relativamente progresista. Pero ahora el dominio ciego de la ley del valor se niega a prestar más servicios. El progreso humano se ha detenido en un callejón sin salida. A pesar de los últimos triunfos del pensamiento técnico, las fuerzas productoras naturales ya no aumentan. El síntoma más claro de la decadencia es el estancamiento mundial de la industria de la construcción, como consecuencia de la paralización de nuevas inversiones en las ramas básicas de la economía. Los capitalistas ya no son sencillamente capaces de creer en el futuro de su propio sistema. Las construcciones estimuladas por el gobierno significan un aumento en los impuestos y la contracción de la renta nacional "sin trabas", especialmente desde que la parte principal de las nuevas construcciones del gobierno está destinada directamente a objetivos bélicos.
El marasmo ha adquirido un carácter particularmente degradante en la esfera más antigua de la actividad humana, en la más estrechamente relacionada con las necesidades vitales del hombre: la agricultura. No satisfechos ya con los obstáculos que la propiedad privada, en su forma más reaccionaria, la de los pequeños terratenientes, opone al desarrollo de la agricultura, los gobiernos capitalistas se ven obligados con frecuencia a limitar la producción artificialmente con la ayuda de medidas legislativas y administrativas que hubieran asustado a los artesanos de los gremios en la época de su decadencia. Deberá ser recordado por la historia que los gobiernos de los países capitalistas más poderosos concedieron premios a los agricultores para que redujeran sus plantaciones, es decir, para disminuir artificialmente la renta nacional ya en disminución. Los resultados son evidentes por sí mismos: a pesar de las grandiosas posibilidades de producción, aseguradas por la experiencia y la ciencia, la economía agraria no sale de una crisis putrescente, mientras que el número de hambrientos, la mayoría predominante de la humanidad, sigue creciendo con mayor rapidez que la población de nuestro planeta. Los conservadores consideran que se trata de una buena política para defender el orden social que ha descendido a una locura tan destructiva y condenan la lucha del socialismo contra semejante locura como una utopía destructiva.
El fascismo y el New Deal
Hoy día hay dos sistemas que rivalizan en el mundo para salvar al capital históricamente condenado a muerte: son el fascismo y el New Deal (Nuevo Pacto). El fascismo basa su programa en la demolición de las organizaciones obreras, en la destrucción de las reformas sociales y en el aniquilamiento completo de los derechos democráticos, con objeto de impedir la resurrección de la lucha de clases del proletariado. El Estado fascista legaliza oficialmente la degradación de los trabajadores y el empobrecimiento de las clases medias en nombre de la salvación de la "nación" y de la "raza", nombres presuntuosos para designar al capitalismo en decadencia.
La política del New Deal, que trata de salvar a la democracia imperialista por medio de regalos a los trabajadores y a la aristocracia rural, sólo es accesible en su gran amplitud a las naciones verdaderamente ricas, y en tal sentido es una política norteamericana por excelencia. El gobierno norteamericano ha tratado de obtener una parte de los gastos de esa política de los bolsillos de los monopolistas, exhortándoles a aumentar los salarios, a disminuir la jornada de trabajo, a aumentar la potencialidad de compra de la población y a extender la producción. León Blum intentó trasladar ese sermón a Francia, pero en vano. El capitalista francés, como el norteamericano, no produce por producir, sino para obtener beneficios. Se halla siempre dispuesto a limitar la producción, e inclusive a destruir los productos manufacturados, si como consecuencia de ello aumenta su parte en la renta nacional.
El programa del New Deal muestra su mayor inconsistencia en el hecho de que, mientras predica sermones a los magnates del capital sobre las ventajas de la abundancia sobre la escasez, el gobierno concede premios para reducir la producción. ¿Es posible una confusión mayor? El gobierno refuta a sus críticos con este desafío: ¿Podéis hacerlo mejor? Todo esto significa que en la base del capitalismo ya no hay esperanza alguna.
Desde 1933, es decir en el curso de los últimos seis años, el gobierno federal, los diversos estados y las municipalidades de los Estados Unidos han entregado a los desocupados cerca de 15.000 millones de dólares como ayuda, cantidad completamente insuficiente por sí misma y que sólo representa una pequeña parte de la pérdida de salarios, pero al mismo tiempo, teniendo en cuenta la renta nacional en decadencia, una cantidad colosal. Durante 1938, que fue un año de relativa reacción económica, la deuda nacional de los Estados Unidos aumentó en 2.000 millones de dólares, y como ya ascendía a 38.000 millones de dólares, llegó a ser superior en 12.000 millones de dólares a la mayor del final de la guerra. En 1939 pasó muy pronto de los 40.000 millones de dólares. ¿Y entonces, qué? La deuda nacional creciente es, por supuesto, una carga para la posteridad. Pero el mismo New Deal sólo era posible gracias a la tremenda riqueza acumulada por las pasadas generaciones. Únicamente una nación muy rica puede llevar a cabo una política económica tan extravagante. Pero ni siquiera esa nación puede seguir viviendo indefinidamente a expensas de las generaciones anteriores.
La política del New Deal, con sus éxitos ficticios y su aumento real de la deuda nacional, tiene que culminar necesariamente en una feroz reacción capitalista y en una explosión devastadora del capitalismo. En otras palabras, marcha por los mismos canales que la política del fascismo.
¿Anomalía o norma?
El Secretario del Interior de los Estados Unidos, Mr. Harold L. Ickes, considera como "una de las más extrañas anomalías en toda la historia" que los Estados Unidos, democráticos en la forma, sean autocráticos en sustancia: "América, la tierra de la mayoría fue dirigida, por lo menos hasta 1933 (!) por los monopolios, que a su vez son dirigidos por un pequeño número de accionistas". La diagnosis es correcta, con la excepción de la insinuación de que con el advenimiento de Roosevelt ha cesado o se ha debilitado el gobierno del monopolio. Sin embargo, lo que Ickes llama "una de las más extrañas anomalías de la historia" es en realidad la norma incuestionable del capitalismo. La dominación del débil por el fuerte, de los muchos por los pocos, de los trabajadores por los explotadores es una ley básica de la democracia burguesa. Lo que distingue a los Estados Unidos de los otros países es simplemente el mayor alcance y la mayor perversidad de las contradicciones de su capitalismo. La carencia de un pasado feudal, la riqueza de recursos naturales, un pueblo enérgico y emprendedor, todos los prerrequisitos que auguraban un desarrollo ininterrumpido de la democracia, han traído como consecuencia una concentración fantástica de la riqueza.
Con la promesa de emprender la lucha contra los monopolios hasta triunfar sobre ellos, Ickes se vuelve temerariamente hacia Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson como predecesores de Franklin D. Roosevelt. "Prácticamente todas nuestras más grandes figuras históricas —dijo el 30 de diciembre de 1937— son famosas por su lucha persistente y animosa para impedir la superconcentración de la riqueza y el poder en unas pocas manos". Pero de sus mismas palabras se deduce que el fruto de esa "lucha persistente y animosa" es el dominio completo de la democracia por la plutocracia.
Por alguna razón inexplicable Ickes piensa que la victoria está asegurada en la actualidad con tal de que el pueblo comprenda que la lucha no es "entre el New Deal y el término medio de los hombres de negocios cultos, sino entre el New Deal y los "Borbones" de las sesenta familias que han mantenido al resto de los hombres de negocios de los Estados Unidos bajo el terror de su dominio". Este orador autorizado no nos explica cómo se arreglaron los "Borbones" para subyugar a todos los hombres de negocios cultos a pesar de la democracia y de los esfuerzos de las "más grandes figuras históricas". Los Rockefeller, los Morgan, los Mellon, los Vanderbilt, los Guggenheim, los Ford y compañía no invadieron a los Estados Unidos desde afuera, como Córtes invadió México; nacieron orgánicamente del pueblo, o más precisamente de la clase de los "industriales y hombres de negocios cultos", y se convirtieron, de acuerdo con el pronóstico de Marx, en la cumbre natural del capitalismo. Desde el momento en que una democracia joven y fuerte en el apogeo de su vitalidad era incapaz de contener la concentración de la riqueza cuando el proceso se hallaba todavía en su comienzo, es imposible creer ni siquiera por un minuto que una democracia en decadencia sea capaz de debilitar los antagonismos de clase que han llegado a su límite máximo. De cualquier modo, la experiencia del New Deal no da pie para semejante optimismo. Al refutrar los cargos del gran comercio contra el gobierno, Robert H. Jackson, alto personaje de los círculos de la administración, demostró con cifras que durante el gobierno de Roosevelt los beneficios de los magnates del capital alcanzaron alturas con las que ellos mismos habían dejado de soñar durante el último período de la presidencia de Hoover, de lo cual se deduce en todo caso que la lucha de Roosevelt contra los monopolios no ha sido coronada con un éxito mayor que la de todos sus predecesores.
Traer de vuelta el pasado
No se puede menos que estar de acuerdo con el profesor Lewis W. Douglas, el primer Director de Presupuestos en la administración de Roosevelt, cuando condena al gobierno por "atacar el monopolio en un campo mientras fomenta el monopolio en otros muchos". Sin embargo, no puede ser de otra manera dada la naturaleza de las cosas. Según Marx, el gobierno es el comité ejecutivo de la clase gobernante. Hoy día los monopolistas constituyen la sección más poderosa de la clase gobernante. Ningún gobierno se halla en situación de luchar contra el monopolio en general, es decir contra la clase en cuyo nombre gobierna. Mientras ataca a una fase del monopolio se halla obligado a buscar un aliado en otras fases del monopolio. Unido con los bancos y con la industria ligera puede descargar golpes contra los trusts de la industria pesada, los cuales, entre paréntesis, no dejan de cosechar por ese motivo beneficios fantásticos.
Lewis Douglas no contrapone la ciencia al charlatanismo oficial, sino simplemente otra clase de charlatanismo. Ve la fuente del monopolio no en el capitalismo sino en el proteccionismo y, de acuerdo con eso, descubre la salvación de la sociedad no en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, sino en la rebaja de los derechos de aduana. "A menos que se restaure la libertad de los mercados —predice— es dudoso que la libertad de todas las instituciones (empresas, discursos, educación, religión) pueda sobrevivir". En otras palabras, sin el restablecimiento de la libertad del comercio internacional, la democracia, dondequiera y en cualquier extensión que haya sobrevivido, debe ceder a una dictadura revolucionaria o fascista. Pero la libertad del comercio internacional es inconcebible sin la libertad de comercio interno, es decir sin la competencia. Y la libertad de la competencia es inconcebible bajo el dominio del monopolio. Por desgracia, Mr. Douglas, lo mismo que Mr. Ickes, lo mismo que Mr. Jackson, no se ha molestado en darnos su receta contra el capitalismo monopolista y en consecuencia contra una revolución o un régimen totalitario.
La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen al pasado irrevocable. Traer de vuelta el pasado es ahora la única prescripción de los reformadores democráticos del capitalismo: traer de vuelta más "libertad" a los industriales y hombres de negocios pequeños y medianos, cambiar en su favor el sistema de crédito y de moneda, liberar el mercado del dominio de los trusts, eliminar a los especuladores profesionales de la Bolsa, restaurar la libertad del comercio internacional, y así por el estilo, ad infinitum. Los reformadores sueñan incluso con limitar el uso de las máquinas y decretar la proscripción de la técnica, que perturba el equilibrio social y causa muchas preocupaciones.
Los científicos y el marxismo
Hablando en defensa de la ciencia el 7 de diciembre de 1937, el doctor Robert A. Milikan, uno de los principales físicos norteamericanos, observó: "Las estadísticas de los Estados Unidos demuestran que el porcentaje de la población empleada ventajosamente ha aumentado constantemente durante los últimos cincuenta años, en los que la ciencia ha sido aplicada más rápidamente". Esta defensa del capitalismo bajo la apariencia de defender a la ciencia no puede llamarse afortunada. Precisamente durante el último medio siglo es cuando se "ha roto el eslabón de los tiempos" y se ha alterado agudamente la relación entre la economía y la técnica. El período a que se refiere Milikan incluye el comienzo de la declinación capitalista así como la cumbre de la prosperidad capitalista. Ocultar el comienzo de esa declinación, que alcanza al mundo entero, es proceder como un apologista del capitalismo. Rechazando el socialismo de una manera improvisada con la ayuda de argumentos que apenas harían honor inclusive a Henry Ford, el doctor Milikan nos dice que ningún sistema de distribución puede satisfacer las necesidades del hombre sin aumentar la esfera de la producción. ¡Indudablemente! Pero es una lástima que el famoso físico no explique a los millones de norteamericanos desocupados cómo han de participar en el aumento de la fortuna nacional. La predicación abstracta sobre la virtud salvadora de la iniciativa individual y la alta productividad del trabajo, no podrá seguramente proporcionar empleos a los desocupados, no cubrirá el déficit del presupuesto, no sacará a los negocios de la nación del callejón sin salida.
Lo que distingue a Marx es la universalidad de su genio, su capacidad para comprender los fenómenos y los procesos de los diversos campos en su relación inherente. Sin ser un especialista en las ciencias naturales, fue uno de los primeros en apreciar la importancia de los grandes descubrimientos en ese terreno: por ejemplo, la teoría del darwinismo. Marx estaba seguro de esa preeminencia no tanto en virtud de su intelecto sino en virtud de su método. Los científicos de mentalidad burguesa pueden pensar que se hallan por encima del socialismo: sin embargo, el caso de Robert Milikan no es sino uno de los muchos que confirman que en la esfera de la sociología sigue habiendo charlatanes incurables.
Las posibilidades de produccion y la propiedad privada
En su mensaje al Congreso a comienzos de 1937, el presidente Roosevelt expresó su deseo de aumentar las rentas nacionales a 91.000 millones de dólares, sin indicar, sin embargo, cómo. Por sí mismo, ese programa era excesivamente modesto. En 1929, cuando había aproximadamente dos millones de desocupados, la renta nacional alcanzó a 81.000 millones de dólares. Poniendo en movimiento las actuales fuerzas productivas, no debiera bastar con realizar el programa de Roosevelt, sino que habría que superarlo considerablemente. Las máquinas, las materias primas, los trabajadores, todo es aprovechable, por no mencionar la necesidad que tiene la población de los productos. Si a pesar de ello el plan es irrealizable —y es irrealizable— la única razón es el conflicto irreconciliable que se ha desarrollado entre la propiedad capitalista y la necesidad de la sociedad de aumentar su producción. El famoso Examen Nacional de la Capacidad Productiva Potencial, patrocinado por el gobierno, llegó a la conclusión de que el costo de la producción y de los servicios utilizados en 1929 alcanzaba a casi 94.000 millones de dólares, calculados en base a los precios al por menor. No obstante, si fuesen utilizadas todas las verdaderas posibilidades productivas, esa cifra se hubiera elevado a 135.000 millones de dólares, es decir, que hubieran correspondido 4.370 dólares anuales a cada familia, lo suficiente para asegurar una vida decente y cómoda. El Examen Nacional se basa en la actual organización productora de los Estados Unidos tal como ha llegado a ser a consecuencia de la historia anárquica del capitalismo. Si el propio equipo de trabajo fuese reequipado en base a un plan socialista unificado, los cálculos sobre la producción podrían ser superados considerablemente y se podría asegurar a todo el pueblo un nivel de vida alto y cómodo, en base a una jornada de trabajo extremadamente corta.
En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen la agricultura, empobrecer a un tercio de los trabajadores ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad deben asegurar una satisfacción creciente. Las palabras "pobreza", "crisis", "explotación", deben ser arrojadas de la circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.
La inevitabilidad del socialismo
"Al mismo tiempo que disminuye constantemente el número de los magnates del capital —dice Marx— crece la cantidad de miseria, la opresión, la esclavitud, la degradación, la explotación; pero con ello crece también la revuelta de la clase trabajadora, clase que aumenta siempre en número, disciplinada, unida, organizada por el mismo mecanismo del proceso de la producción capitalista... La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan finalmente un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura es rota en pedazos. Suena el toque de difuntos de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados". Esta es la revolución socialista. Para Marx, el problema de reconstituir la sociedad no surge de mandato alguno motivado por sus predilecciones personales; es una consecuencia —como una necesidad histórica rigurosa— de la potente madurez de fomentar esas fuerzas a merced de la ley del valor por otro lado.
Las elucubraciones de ciertos intelectuales sobre el tema de que, prescindiendo de la teoría de Marx, el socialismo no es inevitable sino únicamente posible, están desprovistas de todo contenido. Evidentemente, Marx no quiso decir que el socialismo vendría sin la voluntad y la acción del hombre: semejante idea es sencillamente un absurdo. Marx previó que la socialización de los medios de producción sería la única solución del colapso económico en el que debe culminar, inevitablemente, el desarrollo del capitalismo, colapso que tenemos ante nuestros ojos. Las fuerzas productivas necesitan un nuevo organizador y un nuevo amo, y dado que la exigencia determina la conciencia, Marx no dudó de que la clase trabajadora, a costa de errores y derrotas, llegaría a comprender la verdadera situación y, más pronto o más tarde, extraería las necesarias conclusiones prácticas.
Que la socialización de los medios de producción creados por los capitalistas representa un tremendo beneficio económico se puede demostrar hoy día no sólo teóricamente, sino también con el experimento de la Unión de los Soviets, a pesar de las limitaciones de ese experimento. Es verdad que los reaccionarios capitalistas, no sin artificio, utilizan al régimen de Stalin como un espantajo contra las ideas socialistas. En realidad, Marx nunca dijo que el socialismo podía ser alcanzado en un solo país, y, además, en un país atrasado. Las continuas privaciones de las masas en la Unión Soviética, la omnipotencia de la casta privilegiada que se ha levantado sobre la nación y su miseria y, finalmente, la desenfrenada ley de la cachiporra de los burócratas, no son consecuencias del método económico socialista, sino del aislamiento y del atraso de la Rusia soviética, cercada por los países capitalistas. Lo admirable es que en esas circunstancias excepcionalmente desfavorables, la economía planificada se las haya arreglado para demostrar sus beneficios insuperables.
Todos los valores del capitalismo, tanto de la clase democrática como de la fascista, pretenden limitar, o por lo menos disimular, el poder de los magnates del capital para impedir "la expropiación de los expropiadores". Todos ellos reconocen, y muchos de ellos lo admiten abiertamente, que el fracaso de sus tentativas reformistas deben llevar inevitablemente a la revolución socialista. Todos ellos se las han arreglado para poner en evidencia que sus métodos para salvar el capitalismo no son más que charlatanería reaccionaria e inútil. El pronóstico de Marx sobre la inevitabilidad del socialismo se confirma así plenamente mediante una prueba negativa.
La inevitabilidad de la revolución socialista
El programa de la "Tecnocracia", que floreció en el período de la gran crisis de 1929-1932, se fundó en la premisa correcta de que la economía debe ser racionalizada únicamente por medio de la unión de la técnica en la cima de la ciencia y del gobierno al servicio de la sociedad. Semejante unión es posible siempre que la técnica y el gobierno se liberen de la esclavitud de la propiedad privada. Aquí es donde comienza la gran tarea revolucionaria. Para liberar a la técnica de la intriga de los intereses privados y colocar al gobierno al servicio de la sociedad es necesario "expropiar a los expropiadores". Únicamente una clase poderosa, interesada en su propia liberación y opuesta a los expropiadores monopolistas es capaz de realizar esa tarea. Solamente unida a un gobierno proletario, la clase cualificada de los técnicos podrá construir una economía verdaderamente científica y verdaderamente racional, es decir, una economía socialista.
Por supuesto, sería mejor alcanzar ese objetivo de una manera pacífica, gradual y democrática. Pero el orden social que se ha sobrevivido a sí mismo no cede nunca su puesto a su sucesor sin resistencia. Si en su época la democracia joven y fuerte demostró ser incapaz de impedir que la plutocracia se apoderase de la riqueza y del poder, ¿es posible esperar que una democracia senil y devastada se muestre capaz de transformar un orden social basado en el dominio sin trabas de sesenta familias? La teoría y la historia enseñan que una sucesión de regímenes sociales presupone la forma más alta de la lucha de clases, es decir la revolución. Ni siquiera la esclavitud pudo ser abolida en los Estados Unidos sin una guerra civil. "La fuerza es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva". Nadie ha sido capaz hasta ahora de refutar este dogma básico de Marx en la sociología de la sociedad de clases. Sólamente una revolución socialista puede abrir el camino al socialismo.
El marxismo en los Estados Unidos
La república norteamericana ha ido más allá que otros países en la esfera de la técnica y de la organización de la producción. No sólamente los norteamericanos, sino la humanidad entera ha contribuido a ello. Sin embargo, las diversas fases del proceso social en una y la misma nación tienen ritmos diversos que dependen de condiciones históricas especiales. Mientras los Estados Undios gozan de una tremenda superioridad en la tecnología, su pensamiento económico se halla extremadamente atrasado tanto en las derechas como en las izquierdas. John L. Lewis tiene casi las mismas opiniones que Franklin D. Roosevelt. Si tenemos en cuenta la naturaleza de su misión, la función social de Lewis es incomparablemente más conservadora, por no decir reaccionaria, que la de Roosevelt. En ciertos círculos norteamericanos hay una tendencia a repudiar ésta o aquella teoría radical sin el menor asomo de crítica científica, con la simple declaración de que es "antiamericana". ¿Pero dónde puede encontrarse el criterio diferenciador? El cristianismo fue importado en los Estados Unidos juntamente con los logaritmos, la poesía de Shakespeare, las nociones de los derechos del hombre y del ciudadano y otros productos no sin importancia del pensamiento humano. El marxismo se halla hoy día en la misma categoría.
El Secretario de Agricultura norteamericano, Henry A. Wallace, imputó al autor de estas líneas "...una estrechez dogmática que es agriamente antiamericana" y contrapuso al dogmatismo ruso el espíritu oportunista de Jefferson, que sabía cómo arreglárselas con sus opositores. Al parecer, nunca se le ha ocurrido a Mr. Wallace que una política de compromisos no es una función de algún espíritu nacional inmaterial, sino un producto de las condiciones materiales. Una nación que se ha hecho rica rápidamente, tiene reservas suficientes para conciliar a las clases y a los partidos hostiles. Cuando, por otro lado, se agudizan las contradicciones sociales, desaparece el terreno para los compromisos. América estaba libre de "estrechez dogmática" únicamente porque tenía una plétora de áreas vírgenes, fuentes de riqueza natural inagotables y según se ha podido ver, oportunidades ilimitadas para enriquecerse. La verdad es que a pesar de esas condiciones, el espíritu de compromiso no prevaleció en la Guerra Civil cuando sonó la hora para él. De todos modos, las condiciones materiales que constituyen la base del "americanismo" son hoy día relegadas cada vez más al pasado. De aquí se deriva la crisis profunda de la ideología americana tradicional.
El pensamiento empírico, limitado a la solución de las tareas inmediatas de tiempo en tiempo, parecía bastante adecuado tanto en los círculos obreros como en los burgueses mientras la ley del valor de Marx era el pensamiento de todos. Pero hoy día esa ley produce efectos opuestos. En vez de impulsar a la economía hacia adelante, socava sus fundamentos. El pensamiento ecléctico conciliatorio, que mantiene una actitud desfavorable o desdeñosa con respecto al marxismo como un "dogma" y con su apogeo filosófico, el pragmatismo, se hace completamente inadecuado, cada vez más insustancial, reaccionario y completamente ridículo.
Por el contrario, son las ideas tradicionales del "americanismo" las que han perdido su vitalidad y se han convertido en un "dogma petrificado", sin dar lugar más que a errores y confusiones. Al mismo tiempo, la doctrina económica de Marx ha adquirido una viabilidad peculiar y especialmente en lo que respecta a los Estados Unidos. Aunque El Capital se apoya en un material internacional, preponderantemente inglés, en sus fundamentos teóricos es un análisis del capitalismo puro, del capitalismo en general, del capitalismo como tal. Indudablemente, el capitalismo que se ha desarrollado en las tierras vírgenes ya históricas de América es el que más se acerca a ese tipo ideal de capitalismo.
Salvo la presencia de Wallace, América se ha desarrollado económicamente no de acuerdo con los principios de Jefferson, sino de acuerdo con las leyes de Marx. Al reconocerlo se ofende tan poco el amor propio nacional como al reconocer que América da vueltas alrededor del sol de acuerdo con las leyes de Copérnico. El Capital ofrece una diagnosis exacta de la enfermedad y un pronóstico irreemplazable. En este sentido la teoría de Marx está mucho más impregnada del nuevo "americanismo" que las ideas de Hoover y Roosevelt, de Green y de Lewis.
Es cierto que hay una literatura original muy difundida en los Estados Unidos, consagrada a la crisis de la economía americana. En cuanto esos economistas concienzudos ofrecen una descripción objetiva de las tendencias destructivas del capitalismo norteamericano, sus investigaciones, prescindiendo de sus premisas teóricas, parecen ilustraciones directas de las teorías de Marx. La tradición conservadora se pone en evidencia, sin embargo, cuando esos autores se empeñan tercamente en no sacar conclusiones precisas, limitándose a tristes predicciones o a banalidades tan edificantes como "el país debe comprender", "la opinión pública debe considerar seriamente", etc. Estos libros se asemejan a un cuchillo sin hoja.
Es cierto que en el pasado hubo marxistas en los Estados Unidos, pero eran de un extraño tipo de marxistas, o más bien de tres tipos extraños. En primer lugar se hallaba la casta de emigrados de Europa, que hicieron todo lo que pudieron, pero no hallaron respuesta; en segundo lugar, los grupos norteamericanos aislados, como el de los Leonistas, que en el curso de los acontecimientos y a consecuencia de sus propios errores se convirtieron en sectas; en tercer lugar, los aficionados atraídos por la Revolución de Octubre y que simpatizaban con el marxismo como una teoría exótica que tenía muy poco que ver con los Estados Unidos. Ya pasó su tiempo. Ahora amanece la nueva época de un movimiento de clase independiente a cargo del proletariado y al mismo tiempo de un marxismo verdadero. En esto también, los Estados Unidos alcanzarán en muy poco tiempo a Europa y la dejarán atrás. La técnica progresiva y la estructura social progresiva preparan el camino en la esfera doctrinaria. Los mejores teóricos del marxismo aparecerán en suelo americano. Marx será el mentor de los trabajadores norteamericanos avanzados. Para ellos esta exposición abreviada del primer volumen constituirá sólamente el paso inicial hacia el Marx completo.
El modelo ideal del capitalismo
En la época en que se publicó el primer volumen de El Capital, la denominación mundial de la burguesía británica no tenía todavía rival. Las leyes abstractas de la mercancía y de la economía encontraron, naturalmente, su completa encarnación —es decir, la menor dependencia de las influencias del pasado— en el país en el que el capitalismo había alcanzado su mayor desarrollo. Al basar su análisis principalmente en Inglaterra, Marx tenía en vista no sólamente a Inglaterra, sino a todo el mundo capitalista. Utilizó a la Inglaterra de su época como el mejor modelo contemporáneo del capitalismo.
Ahora sólo queda el recuerdo de la hegemonía británica. Las ventajas de la primogenitura capitalista se han convertido en desventajas. La estructura técnica y económica de Inglaterra se ha desgastado. El país sigue dependiendo en su posición mundial del Imperio colonial, herencia del pasado, más bien que de una potencia económica activa. Esto explica incidentalmente la caridad cristiana de Chamberlain con respecto al gangsterismo internacional de los fascistas, que tanto ha sorprendido al mundo entero. La burguesía inglesa no puede dejar de reconocer que su decadencia económica se ha hecho completamente incompatible con su posición en el mundo y que una nueva guerra amenaza con el derrumbamiento del Imperio Británico. Esencialmente similar es la base económica del "pacifismo" francés.
Alemania, por el contrario, ha utilizado en su rápida ascensión capitalista las ventajas del atraso histórico, armándose a sí misma con la técnica más completa de Europa. Teniendo una base nacional estrecha e insuficiencia de recursos naturales, el capitalismo dinámico de Alemania, surgido de la necesidad, se ha transformado en el factor más explosivo del llamado equilibrio de las potencias mundiales. La ideología epiléptica de Hitler, es sólo una imagen reflejada de la epilepsia del capitalismo alemán.
Además de las numerosas e invalorables ventajas de su carácter histórico, el desarrollo de los Estados Unidos gozó de la preeminencia de un terroritorio inmensamente grande y de una riqueza natural incomparablemente mayor que los de Alemania. Habiendo aventajado considerablemente a Gran Bretaña, la republica norteamericana llegó a ser a comienzos del siglo actual la plaza fuerte de la burguesía mundial. Todas las potencialidades del capitalismo encontraron en ese país su más alta expresión. En parte alguna de nuestro planeta puede la burguesía realizar empresas superiores a las de la "República del Dólar", que se ha convertido en el siglo XX en el modelo más perfecto del capitalismo.
Por las mismas razones que tuvo Marx para basar su exposición en las estadísticas inglesas, en los informes parlamentarios ingleses, en los Libros Azules ingleses, etc., nosotros hemos acudido, en nuestra modesta introducción, a la experiencia económica y política de los Estados Unidos. No es necesario decir que no sería difícil citar hechos y cifras análogos, tomándolos de la vida de cualquier otro país capitalista. Pero no añadiría nada esencial. Las conclusiones seguirían siendo las mismas y solamente los ejemplos serían menos sorprendentes
La política económica del Frente Popular en Francia era, como señaló perspicazmente uno de sus financieros, una adaptación del New Deal "para liliputienses". Es perfectamente evidente que en un análisis teórico es mucho más conveniente tratar con magnitudes ciclópeas que con magnitudes liliputienses. La misma inmensidad del experimento de Roosevelt nos demuestra que sólamente un milagro puede salvar al sistema capitalista mundial. Pero sucede que el desarrollo de la producción capitalista ha terminado con la producción de milagros. Abundan los encantamientos y las plegarias, pero no se producen los milagros. Sin embargo, es evidente que si se pudiera producir el milagro del rejuvenecimiento del capitalismo, ese milagro sólo se podría producir en los Estados Unidos. Pero ese rejuvenecimiento no se ha realizado. Lo que no pueden alcanzar los cíclopes, mucho menos pueden alcanzarlo los liliputienses. Asentar los fundamentos de esta sencilla conclusión es el objeto de nuestra excursión por el campo de la economía norteamericana.
Las metrópolis y las colonias
"El país más desarrollado industrialmente —escribió Marx en el prefacio de la primera edición de El Capital— no hace más que mostrar en sí al de menor desarrollo, la imagen de su propio futuro". Este pensamiento no puede ser tomado literalmente en circunstancia alguna. El crecimiento de las fuerzas productivas y la profundización de las inconsistencias sociales son indudablemente el lote que corresponde a todos los países que han tomado el camino de la evolución burguesa. Sin embargo, la desproporción en los "tiempos" y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no sólamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa dependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente.
Sólamente una minoría de países ha realizado completamente esa evolución sistemática y lógica desde la mano de obra, a través de la manufactura doméstica, hasta la fábrica, que Marx sometió a un análisis detallado. El capital comercial, industrial y financiero invadió desde el exterior a los países atrasados, destruyendo en parte las formas primitivas de la economía nativa y en parte sujetándolos al sistema industrial y banquero del Oeste. Bajo el látigo del imperialismo, las colonias y semicolonias se vieron obligadas a prescindir de las etapas intermedias, apoyándose al mismo tiempo artificialmente en un nivel o en otro. El desarrollo de la India no duplicó el desarrollo de Inglaterra; no fue para ella más que un suplemento. Sin embargo, para poder comprender el tipo combinado de desarrollo de los países atrasados y dependientes como la India, es siempre necesario no olvidar el esquema clásico de Marx derivado del desarrollo de Inglaterra. La teoría obrera del valor guía igualmente los cálculos de los especuladores de la City de Londres y las transacciones monetarias en los rincones más remotos de Haiderabad, excepto que en el último caso adquiere formas más sencillas y menos astutas.
La desproporción en el desarrollo trajo consigo beneficios tremendos para los países avanzados, los cuales, aunque en grados diversos, siguieron desarrollándose a expensa de los atrasados explotándolos, convirtiéndolos en colonias o, por lo menos, haciéndoles imposible figurar entre la aristocracia capitalista. Las fortunas de España, Holanda, Inglaterra, Francia, fueron obtenidas, no sólamente con el sobretrabajo de su proletariado, no sólamente destrozando a su pequeña burguesía, sino también con el pillaje sistemático de sus posesiones de ultramar. La explotación de clases fue complementada y su potencialidad aumentada con la explotación de las naciones.
La burguesía de las metrópolis se halló en situación de asegurar una posición privilegiada para su propio proletariado, especialmente para las capas superiores, mediante el pago de algunos superbeneficios obtenidos con las colonias. Sin eso hubiera sido completamente imposible cualquier clase de régimen democrático estable. En su manifestación más desarrollada la democracia burguesa se hizo, y sigue siendo, una forma de gobierno accesible únicamente a las naciones más aristocráticas y más explotadoras. La antigua democracia se basaba en la esclavitud; la democracia imperialista se basa en la expoliación de las colonias.
Los Estados Unidos, que en la forma casi no tienen colonias, son, sin embargo, la nación más privilegiada de la historia. Los activos inmigrantes llegados de Europa tomaron posesión de un continente excesivamente rico, exterminaron a la población nativa, se quedaron con la mejor parte de Méjico y se embolsaron la parte del león de la riqueza mundial. Los depósitos de grasa que acumularon entonces, les siguen siendo útiles todavía en la época de la decadencia pues les sirven para engrasar los engranajes y las ruedas de la democracia.
La reciente experiencia histórica tanto como el análisis teórico testimonian que la velocidad del desarrollo de una democracia y su estabilidad están en proporción inversa a la tensión de las contradicciones de clase. En los países capitalistas menos privilegiados (Rusia, por un lado, y Alemania, Italia, etc., por otro) incapaces de engendrar una aristocracia del trabajo numerosa y estable, nunca se desarrolló la democracia en toda su extensión y sucumbió a la dictadura con relativa facilidad. No obstante, la continua parálisis progresiva del capitalismo prepara la misma suerte a las democracias privilegiadas y más ricas. La única diferencia está en la fecha. El deterioro incontenible en las condiciones de vida de los trabajadores hace cada vez menos posible para la burguesía conceder a las masas el derecho a participar en la vida polftica, incluso dentro de la limitada armazón del parlamentarismo burgués. Cualquier otra explicación del proceso manifiesto del desalojo de la democracia por el fascismo es una falsificación idealista de las cosas tales como son, ya sea engaño o autoengaño.
Mientras destruye la democracia en las viejas metrópolis del capital, el imperialismo impide al mismo tiempo la ascensión de la democracia en los países atrasados. El hecho de que en la nueva época ni una sola de las colonias o semicolonias haya realizado una revolución democrática —sobre todo en el campo de las relaciones agrarias— se debe por completo al imperialismo, que se ha convertido en el obstáculo principal para el progreso económico y político. Expoliando la riqueza natural de los países atrasados y restringiendo deliberadamente su desarrollo industrial independiente, los magnates monopolistas y sus gobiernos conceden simultáneamente su apoyo financiero, político y militar a los grupos semifeudales más reaccionarios y parásitos de explotadores nativos. La barbarie agraria, artificialmente conservada, es hoy día la plaga más siniestra de la economía mundial contemporánea. La lucha de los pueblos coloniales por su liberación, pasando por encima de las etapas intermedias, se transforma en la necesidad de la lucha contra el imperialismo y de ese modo se pone de acuerdo con la lucha del proletariado en las metrópolis. Los levantamientos y las guerras coloniales hacen oscilar, a su vez, las bases fundamentales del mundo capitalista más que nunca y hacen menos posible que nunca el milagro de su regeneración.
La economía mundial planificada
El capitalismo tiene el doble mérito histórico de haber elevado la técnica a un alto nivel y de haber ligado a todas las partes del mundo con los lazos económicos. De ese modo ha proporcionado los prerrequisitos materiales para la utilización sistemática de todos los recursos de nuestro planeta. Sin embargo, el capitalismo no se halla en situación de cumplir esa tarea urgente. El núcleo de su expansión siguen siendo los Estados nacionalistas limitados con sus aduanas y sus ejércitos. No obstante, las fuerzas productivas han superado hace tiempo los límites del Estado nacional, transformando en consecuencia lo que era antes un factor histórico progresivo en una restricción insoportable. Las guerras imperialistas no son más que explosiones de las fuerzas productoras contra las fronteras nacionales, que han llegado a ser, para ellas, demasiado limitadas . El programa de la llamada autarquía nada tiene que ver con la marcha hacia atrás de una economía autosuficiente y limitada. Sólo significa que la base nacional se prepara para una nueva guerra.
Después de haberse firmado el Tratado de Versalles se creyó generalmente que se había dividido bien el globo terrestre. Pero los acontecimientos más recientes han servido para recordarnos que nuestro planeta sigue conteniendo tierras que todavía no han sido explotadas o, por lo menos, explotadas suficientemente. La lucha por las colonias sigue siendo una parte de la política del capitalismo imperialista. Por mucho que sea dividido el mundo, el proceso nunca termina, sino que coloca una y otra vez a la orden del día la cuestión de la nueva división del mundo de acuerdo con las nuevas relaciones entre las fuerzas imperialistas. Tal es hoy día la verdadera razón de los rearmes, las convulsiones diplomáticas y la guerra.
Todos los intentos de presentar la guerra actual como un choque entre ideas de democracia y de fascismo pertenecen al reino del charlatanismo y de la estupidez. Las formas políticas cambian, pero subsisten los apetitos capitalistas. Si a cada lado del Canal de la Mancha se estableciese mañana un régimen fascista —y apenas podría atreverse nadie a negar esa posibilidad— los dictadores de París y Londres serían tan incapaces de renunciar a sus posesiones coloniales como Mussolini y Hitler de renunciar a sus reivindicaciones al respecto. La lucha furiosa y desesperada por una nueva división del mundo es una consecuencia irresistible de la crisis mortal del sistema capitalista.
Las reformas parciales y los remiendos para nada servirán. La evolución histórica ha llegado a una de sus etapas decisivas en la que únicamente la intervención directa de las masas es capaz de barrer los obstáculos reaccionarios y de asentar las bases de un nuevo régimen. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción es el primer prerrequisito para la economía planificada, es decir para la introducción de la razón en la esfera de las relaciones humanas, primero en una escala nacional y, finalmente, en una escala mundial. Una vez comenzada, la revolución socialista se extenderá de país en país con una fuerza inmensamente mayor que con la que se extiende hoy día el fascismo. Con el ejemplo y la ayuda de las naciones adelantadas, las naciones atrasadas serán también arrastradas por la corriente del socialismo. Caerán las barreras aduaneras completamente carcomidas. Las contradicciones que despedazan a Europa y al mundo entero encontrarán su solución natural y pacífica dentro del marco de los Estados Unidos Socialistas de Europa, así como de otras partes del mundo. La humanidad liberada llegará a su cima más alta.
NOTAS
1.– El resumen del primer volumen de El Capital —la base de todo el sistema económico de Marx— fue realizado por Otto Rühle con una profunda comprensión de su tarea. Lo primero que eliminó fueron los ejemplos anticuados, las anotaciones de escritos que hoy día sólo tienen un interés histórico, las polémicas con escritores ahora olvidados y finalmente numerosos documentos que a pesar de su importancia para la comprensión de una época determinada, no tienen lugar en una exposición concisa que se propone objetivos más bien teóricos que históricos. Al mismo tiempo, el Sr. Rühle hizo todo lo posible para conservar la continuidad en el desarrollo del análisis científico. Las deducciones lógicas y las transiciones dialécticas del pensamiento no han sido infringidas en punto alguno. Por estas razones este extracto merece una lectura cuidadosa.
2.– "La competencia como una influencia coartadora —se lamenta el primer fiscal general de los Estados Unidos, Mr. Homer S. Cummings— es desplazada gradualmente y en muchas partes ya no subsiste más que como un pálido recuerdo de las condiciones que antes existieron".
3.– Una comisión del Senado de los Estados Unidos comprobó en febrero de 1937 que durante los veinte años anteriores las decisiones de una docena de las grandes corporaciones habían contrapesado las directivas de la mayor parte de la industria norteamericana. El número de vocales de las juntas directivas de esas corporaciones es casi el mismo que el número de miembros del Gabinete del Presidente de los Estados Unidos, la rama ejecutiva del gobierno republicano. Pero esos vocales de las juntas directivas son inmensamente más poderosos que los miembros del Gabinete.
4.– El escritor norteamericano Ferdinand Lundberg, quien por su equidad didáctica es más bien un economista conservador, escribió en su libro, que produjo conmoción: "Los Estados Unidos son hoy día propiedad y dominio de sesenta de las familias más ricas, apoyadas por no más de noventa familias de riqueza menor". A esto se podría añadir una tercera fila de quizá otras trescientas cincuenta familias con rentas que superan a cien mil dólares por año. La posición predominante corresponde al primer grupo de sesenta familias, las que dominan no sólamente el mercado sino todas las palancas del gobierno. Son el gobierno verdadero, "el gobierno del dinero en una democracia del dólar".