lunes, 20 de agosto de 2012


EL HOMBRE DE OCTUBRE·
1948


Camaradas del Partido
Trabajadores y amigos:
En una noche como ésta, hace ocho años, los representantes de la  IV Internacional, nos reuníamos acongojados, en un extremo de la ciudad, para expresar nuestra protesta por el asesinato de nuestro camarada y maestro León Trotsky.
Stalin, en la persona de Frank Jackson, a golpes de picota, destrozaba el cerebro y la vida de una existencia sin tregua, que durante cuarenta años de infatigable labor estuviera al frente de los oprimidos, para dirigirlos en sus luchas contra el régimen de la explotación capitalista.
A ocho años de su muerte, como en cada uno de estos trágicos 20 de agosto, nosotros, sus discípulos, nos reunimos nuevamente para expandir sus ideas, continuar su tradición de revolucionario intachable y rendir un cálido homenaje a aquel que simbolizara no sólo las fuerzas potenciales de una clase, sino que era anticipación del hombre del porvenir.
Esta concentración es el desmentido más rotundo a las afirmaciones de que entre Stalin y Trotsky existía un pleito personal. En el más austral de los países del Nuevo Mundo, un grupo de hombre que no tuvimos la suerte ni la oportunidad de conocerlo, nos movemos en su nombre y continuamos la lucha  en nombre de sus ideas.
Sin magnetismo personal, la magia de su palabra, todo aquello que es directamente transmisible entre un dirigente y la masa, no ha llegado a nosotros, nada más que por la palabra impresa. Esto mismo da a nuestra adhesión a su causa la solidez de lo inconmovible, ya que ella se apoya en la fuerza de las ideas, las más altas y las más justas. Ideas que encuentran su justeza en la expresión material de los intereses de las masas y no en vacuas y vacías abstracciones, con las cuales otras tendencias del movimiento obrero sustituyen la lucha real de los oprimidos.
En esta hora, en que cientos de revolucionarios en el mudo entero levantan su palabra de homenaje al gran desaparecido, nosotros enviamos hasta ellos nuestra palabra fraternal y les decimos que, como ellos, seguimos firmes, conciente y apasionadamente, la lucha por la construcción de la Dirección Revolucionaria, premisa necesaria de la Revolución Proletaria Mundial.
 La figura de Trotsky plantea, en esta época de incertidumbre y pesimismo, con fuerza avasalladora, los problemas del hombre mismo, del pensamiento y de la acción; del medio histórico y social, de sus leyes internas y del papel que, dentro de estas determinantes, cabe a la voluntad del hombre.
El fatalismo histórico, cubierta deleznable de la sumisión al orden dominante, a las ideas de las clases dominantes, se ha transformado en el único programa de todas las tendencias del pensamiento moderno. Bajo los más diversos disfraces, ella campea, como oriflama, de todos los ideólogos impotentes, acobardados frente a una realidad que los oprime y que se niegan o renuncian a transformar. Viejas verdades, enterradas por la historia o por el pensamiento, son presentadas nuevamente a los oprimidos, como panaceas de salvación. Espiritualismo sin espíritu, programas sin realidad ni perspectivas se han convertido en los descubrimientos más recientes, para adormecer la conciencia vigilante de las masas, que luchan y trabajan por su emancipación.
Frente a todas estas malignas emanaciones, nosotros reivindicamos, apoyados por la experiencia teórica e histórica, el programa del marxismo revolucionario, el programa de Trotsky que no es, en último análisis, sino el marxismo de la época de la decadencia del capitalismo y de la degeneración del primer estado obrero y que, por eso mismo, se levanta como la única bandera posible del presente histórico.
La vida de Trotsky es la más profunda y dinámica novela de la historia moderna. El pensamiento y la acción, la aventura infinita, el combate a cara descubierta, el triunfo, la derrota, la opresión de las fuerzas materiales sobre el  hombre, todo ello, en sus más altas cualidades, se encuentra en esta vida admirable. Si las fuerzas de la reacción le convirtieron el mundo en un “planeta sin visado”, él ha reivindicado el mundo entero para su desarrollo. Y ha triunfado plenamente. Sus discípulos, y con ellos sus ideas, habitan los cuatro puntos cardinales y caminan lenta y seguramente a encontrarse en la victoria final.
No es nuestra intención dejarnos tentar y arrastrarlos a ustedes al conocimiento o relación de las peripecias sin cuento de esta vida admirable. Al fin de cuentas, ellas sólo son comprensibles, empalmadas, como tensa voluntad revolucionaria, en el clima social y político de la era presente, dentro de la contradicción fundamental de nuestra época, que se resume en la antinomia: proletariado o burguesía, capitalismo o socialismo.

TROTSKY Y LA REALIDAD RUSA

Todos los grandes creadores y, entre ellos, los auténticos revolucionarios, han sido siempre los grandes continuadores de la tradición histórica, aunque muchas veces, para continuarla, debieran primero destruirla. Todos, sin excepción, han encontrado su fuerza más profunda en las necesidades reales de la sociedad, en sus fuerzas potenciales, en sus clases llamadas por el desarrollo de la humanidad a levantarla a un nuevo estadio.
Así, como ellos, Trotsky es sólo comprensible como el producto -el más selecto- de esta expresión de la necesidad histórica. Quede a otro la admiración beata de su vida, desprendida del vínculo  carnal de sus ideas. La fuerza y la grandeza de Trotsky no radica en que él hubieses creado, originalmente, una nueva doctrina o una interpretación de la historia o de la sociedad.  No lo pretendió nunca. Tomo su posición de marxista, de discípulo de Marx y Engels, de Lenin su compañero más cercano. Entroncado a la realidad rusa a la cual, junto a Lenin, da una salida grandiosa, los acontecimientos lo lanzan, por su propia dinámica, a la realidad mundial, al conflicto de la lucha de clases internacional. Aquí nada es extraño, por cuanto las contradicciones, que dormitaban en el seno de la sociedad rusa y que explotaron en Octubre de 1917 debelaron bruscamente ser el dilema de la sociedad moderna entera.
Trotsky no es una figura solitaria o aislada, nacida sorpresivamente en clima ruso. Su genealogía empieza en Marx y, en suelo ruso, sigue y continua a Chernichovsky, a Plejanov y a Lenin para, cuando la muerte del último, continuar solo esta transmisión del pensamiento, que se entronca a cien años de historia del proletariado y de lucha por el socialismo.

TRAYECTORIA DE UN REVOLUCIONARIO

A los dieciocho años de edad se incorpora al movimiento social-democrático ruso.
Años antes, Plejanov había formado la Emancipación del Trabajo, partido revolucionario que levantaba en Rusia las ideas de Marx, su interpretación del mundo y de la sociedad: el materialismo dialéctico.
Los azares de su acción lo llevan pronto a Siberia, después de haberse destacado como una de las promesas del movimiento revolucionario. Se fuga de Siberia y pasa al occidente y a Londres, donde toma relación, por vez primera, con la redacción de la “Iskra”. Conoce a Lenin, que ya iniciaba su pugna con los viejos redactores y que llevaría, no mucho más lejos, a la aparición del bolchevismo como una tendencia del pensamiento marxista.
La Revolución de 1905 lo encuentra de nuevo en Rusia y salta a la Presidencia del Soviet de Petrogrado. El dirige y anima la actividad de la primera Comuna Rusa. Escribe sus manifiestos, habla en nombre de los obreros insurrectos. El ensayo general de 1905 llevaba inscrita en su frente la huella de la derrota; las fuerzas progresivas, la potencia del proletariado, no habían aún madurado suficientemente para estabilizar a los trabajadores en el poder.
A 1905 sigue la más espantosa represión política y policial. Los verdugos toman su desquite. Los revolucionarios el camino de la cárcel, de Siberia o la emigración. El coloso ruso ha triunfado, una vez más, sobre las fuerzas de la revolución pero, de hecho, se trata sólo de un respiro. Sus grietas profundas, la inestabilidad de sus instituciones es patente ante todo el mundo, que mira despavorido el derrumbe del más potente bastión de la reacción europea.
Tal como hoy, después de la derrota, viene la desbandada, la deserción en masa de los revolucionarios del día anterior. El pesimismo y la desmoralización cunden. Los ideólogos atemorizados queman sus ídolos, declaran el fracaso de los métodos y de la doctrina y buscan nuevos caminos. Los años de la reacción debían, como ocurrió, aventarlos de la escena de la historia.
En estas condiciones, sólo los marxistas sacan las consecuencias de la derrota y progresan por el camino de la historia y de la teoría. A la acción de la calle sigue la acción del gabinete, del estudio, del balance crítico, de la polémica y de la preparación del porvenir. A la crítica de las armas siguen las armas de la crítica.

PREPARANDO EL PORVENIR

Las divergencias en el seno de la social-democracia rusa se agudizan y saltan al plano de la discusión internacional. A la divergencia sigue la escisión. Capitaneado, orientado por Lenin, el bolchevismo se estructura definitivamente. Sobre la experiencia de 1905, se alinean los campos en la forma en que los encontraría el renacimiento que sigue a 1912 y que se expresa en la Revolución de 1917. Claramente delineado, el bolchevismo se deslinda de todas las corrientes pequeño-burguesas y se estructura como el Partido de la Revolución Proletaria.
El punto nodal de las divergencias se centra en el futuro carácter de la Revolución Rusa. En esta polémica teórica de tan fundamental importancia, Trotsky hace uno de sus aportes más originales y profundos a la teoría de la revolución proletaria.
Para el pensamiento socialista no cabía ninguna duda, antes de 1905, que en los países capitalistas avanzados, cuyas burguesías habían realizado la revolución burguesa, se planteaba, con toda claridad al proletariado de esos países la tarea de llevar adelante la revolución socialista e instaurar la dictadura del proletariado. Este era el destino probable, tanto para la revolución en Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Pero al lado de estos grandes países capitalistas, que habían entrado, por otra parte, a la fase del imperialismo, existían (y existen) numerosos países -en realidad la mayoría de la población de la tierra- atrasados, que no habían realizado su revolución burguesa. Que, si bien, habían entrado por la vía del desarrollo capitalista, la burguesía no había conquistado el poder y el capitalismo se desenvolvía por las calles del absolutismo y de las trabas feudales. Este era, típicamente, el caso de Rusia, donde la revolución demo-burguesa, no se había realizado. La burguesía no había conquistado el poder. A pesar de este hecho, el proletariado se había desarrollado y existía un poderoso movimiento socialista, asentado sobre los postulados del marxismo. Lógico era que, para ello, se planteara con gran agudeza el problema del futuro carácter de la revolución a realizarse. Sin duda, esto constituía la mayor interrogante y fijaba la línea de conducta del Partido. En consideración al hecho que sobre esto no existían antecedentes dados por la historia misma de Rusia, el problema se planteaba, de una parte, sobre la base de las experiencias de las revoluciones burguesas, del papel del proletariado en esas revoluciones y de los objetivos que, a esa fecha, se planteaban los grandes partidos socialistas europeos.
Por otra parte, había que considerar los problemas históricos que Rusia tenía planteados. Respecto al carácter de la revolución, no existían divergencias en el seno de la social-democracia; todas las tendencias concluían que la futura revolución sería burguesa y democrática. Sus problemas centrales. Derrocamiento del zarismo, República, Revolución Agraria, etc. Las más serias divergencias surgieron cuando, de este enunciado general, se pasaba a las fuerzas motrices de la revolución, al papel del proletariado, al carácter del futuro poder.
Se diseñaron tres tendencias. Los mencheviques sostenía: siendo esta una revolución burguesa, el poder debe corresponderle a la burguesía, quien hará la revolución apoyada por el proletariado. Producida la conquista del poder, el proletariado debe replegarse, como posición parlamentaria, hasta cuando la sociedad rusa evolucione por el camino capitalista y abra así, en el futuro, los objetivos socialistas, propios del proletariado.
A esta fórmula, Lenin y el bolchevismo oponían su propia fórmula de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos. Lenin, partiendo de la concepción burguesa de la revolución afirmaba que, como lo demostraba la experiencia histórica, ésta, la burguesía, era incapaz de llevar a término su propia revolución y que, en el mejor de los casos, lo haría de un modo estrecho y mezquino, intentando al primer día de triunfo, limitar al proletariado y sus conquistas y esforzándose en mantener en pie todo aquellos del régimen absolutista que hiciera más seguro su poder, particularmente frente al propio proletariado. Hacía presente que uno de los problemas más importantes, que enfrentaba la futura revolución rusa, era el problema agrario el cual, para su solución exigía la alianza entre obreros y campesinos y que esta alianza debía tomar la forma de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos, como única garantía de llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias, asegurando en ella un papel preponderante a los obreros y campesinos.
Para comprender cabalmente esta fórmula, debemos recordar que en Rusia predominaban los campesinos. Por otra parte, no estaba descartado que ellos jugaran un papel independiente y que formaran su propio partido de clase el que, sin seguir ni al proletariado ni a la burguesía, desarrollara una política independiente, lo que podría eventualmente, darle en su alianza con el proletariado una figuración preponderante. Por esto al decir de Trotsky, la fórmula de Lenin tomaba un carácter algebraico. Sin plantear la revolución socialista, exigía esta alianza, para llevar a su término la revolución. Exigiendo, al mismo tiempo la total independencia del partido proletario, tanto de la burguesía como de los campesinos. No se salía de los fines burgueses de la revolución, pero exigía, sí, su ensanchamiento por parte del proletariado, para acelerar el tránsito a sus fines propios.
Junto  a estos puntos de vista, Trotsky presentaba su criterio de la Revolución Permanente. Al igual que la social-democracia -él era un social-demócrata-  partía de la premisa burguesa del carácter de la revolución. Ella no podría ser llevada a su término por la burguesía y los campesinos no podrían jugar un papel independiente. La revolución sólo podría triunfar instaurando la dictadura del proletariado, el cual, en el mismo instante en que tomara el poder, se vería obligado e impulsado a tomar medidas de carácter socialista, no deteniéndose en la etapa burguesa exclusivamente. De este modo, la revolución adquiriría un carácter ininterrumpido, es decir, permanente. La etapa burguesa engendraría, inevitablemente, la etapa socialista y la única garantía que esta etapa burguesa se realizara era por medio de la conquista del poder por los proletarios, apoyados por los campesinos. Demás está decir, que él valoraba justamente la importancia del problema agrario y de los campesinos. Por tanto, se oponía a la fórmula de Lenin, con su carácter algebraico.
La Revolución de 1905 sometió a su prueba de fuego a todas estas fórmulas y les dio su contenido viviente. Como un resultado de las derrotas sufridas en la guerra ruso-japonesa, de las penurias de las masas, de la incapacidad del zarismo de solucionar los angustiosos problemas de las masas, éstas se insurreccionaron. Desde los rimero momentos, los obreros, en forma espontánea, organizaron Soviets. En ellos, los obreros jugaron el rol principal y, prácticamente, se estableció la dictadura del proletariado. La burguesía asustada retrocedió. Derrotada la revolución, la burguesía se separó aún más del pueblo y buscó la conciliación con el zarismo.
Los años de la reacción trajeron, para los bolcheviques, el trabajo clandestino; su separación con los mencheviques se hizo más marcada y se constituyeron definitivamente como partido independiente de ellos. La Revolución de 1905 permitió el claro diseñamiento de las tendencias y su constitución definitiva. La fórmula de los Soviets entró definitivamente al programa de los bolcheviques y, al igual que aquellos, la teoría de la Revolución Permanente encontraría su potente confirmación en los acontecimientos de 1917.


DE 1905 A 1917

El aplastamiento de la Revolución de 1905 lanza a Trotsky, una vez más, a la emigración. Pasa por los diversos países de Europa en  donde, sucesivamente, es expulsado. Llega a Nueva York, ligándose al movimiento socialista, escribe en “Nuevo Mundo”. Ahí lo sorprende la Revolución de Febrero de 1917. Después de conocer las bondades de la democracia inglesa -en un campo de concentración de Canadá- llega en mayo a Petrogrado, la capital revolucionaria, para iniciar de inmediato la lucha por la Tercera Revolución y por el poder de los obreros y campesinos.
Lenin, líder indiscutido del Partido Bolchevique, su teórico y dirigente máximo, llega a Petrogrado el 3 de abril de 1917 y, desde su primera palabra, impulsa a los obreros a la conquista del poder, iniciando una enérgica lucha contra los conciliadores de su propio partido -a los cuales no era ajeno Stalin- que contenían la revolución en su etapa puramente burguesa.
Trotsky se une formalmente al Partido Bolchevique; junto a Lenin da el combate contra los viejos bolcheviques que se oponen a la revolución. Ungido por segunda vez Presidente del Soviet de Petrogrado, forma el Comité Militar Revolucionario que sería el centro director de a Insurrección de Octubre.
El 7 de Noviembre de 1917 (25 de Octubre en el viejo calendario) los bolcheviques conquistan el poder en representación de todos los explotados de Rusia, abren ante los ojos asombrados de la burguesía y el regocijo de los miserables de la tierra una perspectiva sin límites. El 7 de Noviembre de 1917 se inicia la época de la Revolución Proletaria. Después del ladrido a los cielos de 1870, los obreros y los campesinos destruyen la máquina burguesa del Estado y construyen en la extensa estepa rusa el primer Estado Obrero de la historia, el Gobierno de los Obreros y Campesinos.
La dictadura del proletariado sale de su cascarón teórico, anunciado ya hace cien años y entra definitivamente en el mundo material y corpóreo, adquiere su envoltura histórica y carnal como primera etapa del mundo socialista.
Para el proletariado universal y para el ruso, en particular, se unen indisolublemente los nombres de Lenin y Trotsky como los forjadores de este amanecer. Ellos no sólo enseñan al proletariado como conquistar el poder y conservarlo sino, al decir de Rosa Luxemburgo, salvan el honor del socialismo internacional. Hoy, cuando la leyenda burocrática ha falseado los hechos y los nombres, las palabras de esta gran revolucionaria cobran un particular significado.
La conquista del poder por los bolcheviques plantea, de inmediato, la resolución de los problemas particulares de la sociedad rusa. Ellos sólo pueden ser resueltos ligados profundamente con el curso de la revolución internacional. Hay, sin embargo, uno que no admite espera: el problema de la guerra. Después de las deliberaciones de Brest-Litovsk, en que Trotsky representa el primer estado obrero, ellos, los bolcheviques deben pactar la infame Paz de Brest impuesta por las bayonetas prusianas.
La revolución alemana no llega y los bolcheviques aislados deben enfrentar los problemas interiores; en primer lugar, la contra-revolución y la guerra civil en catorce frentes, alentada por los imperialistas del mundo entero.
Rusia está empobrecida y devastada, sin ejércitos, sin alimentos; toda falta menos el heroísmo de los proletarios, con ellos es necesario forjar el arma que defienda a la naciente revolución en peligro. Para ello hace falta una voluntad de acero, capaz de transformar a los harapientos en  destacamentos de combate, sin más coraza que la pasión revolucionaria. Esta voluntad existe: se llama León Trotsky.
Organiza el Ejército Rojo. Galvaniza a las tropas y alienta a los combatientes a lo largo de toda Rusia. Junto a Lenin enseñó a conquistar el poder y ahora enseña, como estratega militar, a defenderlo. Tres años de guerra civil forjan el ejército proletario y llevan una vez más a la victoria. Pese a todas las falsificaciones el nombre de Trotsky no podrá ser desprendido de la glorias del Ejército Rojo.
A la guerra civil sucede la Nueva Política Económica y los problemas de la economía interior y, con ella, la revolución inicia una curva que no se detiene aún hoy. Las nuevas clases desposeídas inician su agrupamiento sobre una nueva base. Los  nuevos sectores capitalistas, oxigenados por la NEP, levantan su cabeza. En el seno del Partido se produce un desplazamiento que amenaza a la revolución, el burocratismo cunde. Los viejos tercios revolucionarios se habían liquidado con la guerra civil, el proletariado se encontraba agotado y la esperada revolución de occidente se retrasaba. Sobre esta levadura y esta realidad social, los nuevos bolcheviques inician su avance, los que reconocieron a Octubre después del día 25.

TERMIDOR

El retroceso de la revolución encuentra su máxima expresión en la figura de Stalin. La muerte de Lenin da a este proceso un impulso inesperado. Amenazada la revolución, Trotsky nuevamente toma su lugar en la lucha por su defensa. Forma y programa la Oposición de Izquierda y, después de una larga y agotadora lucha, ella es aplastada por el signo del Termidor. Una vez más, Trotsky toma el camino de la cárcel y el destierro. Durante estos años, enriquecería el pensamiento marxista con el análisis del primer Estado Obrero y las causas de su degeneración y dotaría al movimiento proletario internacional de un correcto diagnóstico, que lecha permitido defender a la Unión Soviética sin cesar en su lucha contra el stalinismo, que derivaría cada vez más hacia el nacional socialismo, levantado contra la concepción de la Revolución Mundial su falsa teoría del Socialismo en un Solo País.
No podemos, en esta oportunidad, sino presentar toda esta etapa, rica en experiencias, nada más que como una visión fugitiva. Hay aquí, sí, algunos aspectos que debemos hacer resaltar en toda su intensidad, ya que ellos informan toda la lucha presente y, al mismo tiempo, nos presentan a Trotsky en una nueva perspectiva, dando uno de los aportes más sustantivos en toda su larga tarea de pensador revolucionario.
Desde 1928, fecha del destierro de la URSS, hasta 1940, fecha de su muerte, el gran revolucionario campea en el plano internacional de la lucha de clases y se convierte en el orientador indiscutido del pensamiento revolucionario. La degeneración de la URSS y la subsecuente degeneración de la Internacional Comunista y la pérdida de las posiciones materiales del proletariado, elevan a primera plano, como imperiosa necesidad, salvar los principios, las ideas, el programa de la revolución, rebajado y escarnecido por la camarilla staliniana que se entroniza en el movimiento obrero. Años fecundos de pensamiento y acción.  Como aguja magnética, el pensamiento de hombre de Octubre sigue los acontecimientos, su curso, su trayectoria. Prevé y anticipa, aconseja y prepara el porvenir. Por sus escritos se deslizan todos los acontecimientos importantes de los últimos años, dejando a los revolucionarios y a todos los trabajadores enseñanzas decisivas. China, Inglaterra, Francia, España pasan por sus páginas como documentos vivos que prueban, hasta la saciedad, la traición del stalinismo a los principios del bolchevismo, a las ideas de Lenin y Marx y que arrastra al proletariado internacional a las más crueles derrotas.
Toda una cadena de trágicos errores llevan al proletariado de derrota en derrota; derrotas que sólo pueden fortalecer al imperialismo mundial. En esta carrera sin fin, Alemania, la más avanzada de las potencias capitalistas, entra a una etapa decisiva: el proletariado y la burguesía corren a enfrentarse en un combate que envuelve no sólo el destino de los obreros alemanes sino la suerte de todo el proletariado europeo y que tiene para la existencia de la propia URSS, un alcance incalculable. En esta hora decisiva, el stalinismo mundial  y el Partido Comunista Alemán capitulan sin combate ante Hitler. La dictadura parda se extiende sobre Europa. Las organizaciones son barridas, la contra-revolución burguesa se fortalece y se preparan, inevitablemente, las bases materiales de la Segunda Guerra imperialista y de la agresión a la Unión Soviética, no sin antes que Stalin, para salvarse, pactara con el mismo Hitler.

FORMACION DE LA CUARTA INTERNACIONAL

Hasta la subida de Hitler, la Oposición de Izquierda Internacional se había mantenido, a pesar de las decisiones de Stalin, como una tendencia que aspiraba a regenerar la Internacional Comunista y que, aunque de hecho lo estuviera, no se consideraba excluida de la Internacional. La capitulación alemana cambia substancialmente este panorama. Ya no es posible engañarse, la Internacional Comunista no puede regenerarse, ella debe ser destruida. Es necesario crear un nuevo Partido, una nueva Internacional, que libre al movimiento obrero de la sífilis del stalinismo.
El viejo Partido Bolchevique ha muerto asesinado por Stalin, que representa las fuerzas hostiles a la revolución proletaria; que expresa, no la degeneración interior de la doctrina revolucionaria, sino su ruptura violenta por la capas parasitarias entronizadas en el poder en la Rusia Soviética y que expanden su poderío al seno de la Internacional Comunista y del movimiento internacional todo.
Surge así la Cuarta Internacional, no fundada por el capricho de un hombre, sino como el resultado inevitable de la grandes derrotas del proletariado internacional. Derrotas debidas no a la falta de madurez de las condiciones objetivas, sino por la quiebra de la dirección, por su traición abierta, por su traslado al campo de la contra-revolución mundial.
Durante catorce años la actividad teórica de Trotsky y de la Oposición de Izquierda Internacional habían preparado el camino. No pudiendo intervenir, por su aislamiento, en la suerte de los acontecimientos, ella defendía la continuidad de las ideas, la defensa de los principios. Trotsky debía decir: el Programa hace al Partido. Si él es justo, si expresa realmente los intereses históricos de los oprimidos, encontrará el camino de la comprensión, de la simpatía y adhesión de los trabajadores.
Sobre la experiencia de las más crueles derrotas, la Oposición había forjado  su programa y podía así, al fundar la IV Internacional, continuar toda la tradición del proletariado, de sus triunfos y derrotas. Recogiendo el programa del Manifiesto, en cuyo centenario nos reunimos, la IV Internacional retoma, enriqueciendo la tradición viva del proletariado internacional. Fundada en 1938, la IV Internacional ha sabido vivir contra la corriente, crecer y fortalecerse. Mientras todas las tendencia del pensamiento obrero han naufragado sin excepción y se han convertido en sostenes del mundo burgués, el trotskysmo se expande internacionalmente. Ante la Segunda Guerra Imperialista, ella fue la única organización internacional que supo mantener en alto la bandera del internacionalismo proletario y practicarlo en la carne de sus mártires, segados por la furia del imperialismo y por la GPU stalinista.
Decía el Manifiesto Comunista que la Rusia de los zares y los Estados Unidos eran los dos contrafuertes de la reacción europea. Hoy, cuando nos amenaza una Tercera Guerra imperialista, en otro plano y en condiciones diferentes, nuevamente Rusia y Estados Unidos se presentan como los contrafuertes de la reacción. Pero, sobre la oleada revolucionaria, los trabajadores buscan su camino y ella no podrá menos que llevarlos hasta la IV Internacional. Trotsky fue asesinado en los umbrales de la Segunda Guerra imperialista, sus ideas viven, su mensaje no ha caído en tierra estéril. Este mismo años en tierras de Europa se ha celebrado el II Congreso de la IV Internacional, que ha reunido delegados de todos los continentes. Este es el mejor homenaje que podemos rendirle a nuestro gran camarada desaparecido y es también la fuente de nuestro optimismo de que un día, no lejano, los trabajadores del mundo entero marcharán tras la bandera sin mácula de la IV Internacional.



AGOSTO 1948


· Reproducció del discurso pronunciado en concentración pública por F. Silva. El 20 de agosto de 1948 en homenaje a León Trotsky.

viernes, 3 de agosto de 2012


PDF
Imprimir
Correo


Escrito por León Trotsky   

Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925, ante el Congreso de Mendeleyev, por Trotsky como presidente del Consejo técnico y científico de la Industria. 

Vuestro Congreso se reúne durante los actos de celebración del segundo centenario de la fundación de la Academia de Ciencias. Las relaciones entre este Congreso y la Academia se refuerzan todavía más debido al hecho de que la ciencia química rusa no es de las que menos fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas alturas la siguiente pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las celebraciones académicas? Poseen un significado que va mucho más allá de las simples visitas a museos y teatros o la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos percibir este significado? No sólo en el hecho de que sabios extranjeros —que han tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitación— hayan podido comprobar que la revolución en vez de destruir las instituciones científicas las ha desarrollado. Esta evidencia comprobada por los científicos extranjeros tiene un sentido propio. Pero el significado de las fiestas académicas es mayor y más profundo. Lo diré de la siguiente forma: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en las leyes de la Revolución de Octubre, toma posesión triunfalmente a los ojos del mundo entero de la herencia cultural del pasado.
Puesto que de pasada me he referido a la herencia, debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo para evitar cualquier equívoco. Seríamos culpables de desacato al futuro, más querido para todos nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato hacia el pasado, que en muchos aspectos lo merece y profundo, si hablásemos tontamente de la herencia. No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el desarrollo de la cultura humana no viene determinado por la simple acumulación. Ha habido períodos de desarrollo orgánico, y también períodos de riguroso criticismo, de filtración y de selección. Sería difícil decir cuál de esos períodos ha terminado siendo más fructífero para el desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una época de filtración y selección.
La jurisprudencia romana estableció ya en la época de Justiniano la ley de la herencia inventariada. Respecto a la legislación prejustiniana, según la cual el heredero tenía derecho a aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las obligaciones y deudas, la herencia inventariada otorgó al heredero cierta posibilidad de elección. El Estado revolucionario, en nombre de una nueva clase, es de alguna forma el heredero inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme que diga con franqueza que no todos los quince mil volúmenes publicados por la Academia durante sus dos siglos de existencia figurarán en el inventario del socialismo. Hay dos aspectos, de mérito igual, a todas luces, en las contribuciones científicas del pasado que, ahora, son nuestras y nos hacen sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la adquisición del conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda de las leyes de la evolución y hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la materia a fin de dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las cuatro paredes de un laboratorio o una sala de conferencias. De ningún modo. Ha sido una función de la sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la naturaleza para satisfacer sus necesidades, al mismo tiempo que exige una afirmación de su derecho a ser lo que es, una justificación de sus instituciones particulares; antes que nada, de las instituciones de dominación de clase, del mismo modo que en el pasado pedía la justificación de la servidumbre, de los privilegios de clase, de las prerrogativas monárquicas, de la exceptuación nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la herencia de las ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selección inventarial, todo cuanto es inútil para el conocimiento de la naturaleza; y no sólo eso, sino también todo cuanto justifique la desigualdad de clases y todo tipo de falsedades históricas.
Todo nuevo orden social no se apropia de la herencia cultural del pasado en su totalidad, sino según su propia estructura. Así, la sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogió muchos elementos de la filosofía clásica, pero subordinándolos a las necesidades del régimen feudal y convirtiéndolos en escolástica, esa "criada de la teología". De manera similar, la sociedad burguesa tomó el cristianismo como parte de la herencia de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma o a la Contrarreforma. Durante la época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el desarrollo de las fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su relación con la herencia científica y cultural, mantiene en general, en un grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o de aceptación pasiva. Podemos decir a este respecto: mientras mayor es la confianza que deposita el socialismo en las ciencias dedicadas al estudio directo de la naturaleza, mayor es su desconfianza crítica cuando se aproxima a aquellas ciencias y pseudociencias que están íntimamente ligadas a la estructura de la sociedad humana, a sus instituciones económicas, a su Estado, leyes, ética, etc. Estas dos esferas no están separadas, por cierto, por una muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la herencia en aquellas ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se ocupan de la "materia" —las ciencias naturales en el sentido amplio de la palabra y la química por supuesto—, es de un peso incomparablemente mayor.
La necesidad de conocer la naturaleza viene impuesta a los hombres por la necesidad de subordinar la naturaleza a sí mismos. Cualquier desviación en este terreno de las relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma, las corrige la experimentación práctica. Sólo esto libra seriamente a las ciencias naturales, a la investigación química en particular, de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y semideliberadas, y contra las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la investigación social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la justificación de la sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las "teorías destructoras". De aquí emana el papel apologético de las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y ésta es la razón por la que sus resultados son de escaso valor.
Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo como una "criada de la teología", sólo subrepticiamente podía producir resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como quedó señalado, fue durante el régimen burgués cuando las ciencias naturales disfrutaron de la posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo como criada del capitalismo. También es verdad, en gran proporción, por lo que atañe a la psicología, que une las ciencias sociales con las ciencias naturales; y a la filosofía, que sistematiza las conclusiones generalizadas de todas las ciencias.
He dicho que la ciencia oficial ha producido poco de valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la ciencia burguesa para predecir el mañana. Hemos visto esta situación en la primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias. Lo hemos observado también en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa impotencia de la ciencia social oficial para medir en su justo valor la situación europea, sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y con la Unión Soviética; en su incapacidad para sacar conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el valor de la ciencia reside precisamente en esto: conocer a fin de prever.
La ciencia natural, y la química ocupa uno de los lugares más importantes en este terreno, constituye, indiscutiblemente, la más valiosa porción de nuestra herencia. Su Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el orgullo de la ciencia rusa.
Hay una diferencia en el grado de previsión y de precisión alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la previsión —pasiva, en algunos casos, como en la astronomía, activa como en la química y en la ingeniería química—, la ciencia es capaz de cortejarse a sí misma y justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado en absoluto por la aplicación práctica de su investigación. Mientras mayor sea su alcance, mientras más audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad en sus operaciones mentales de las necesidades prácticas diarias, tanto mejor. Pero la ciencia no es una función de los hombres de ciencia individuales; es una función social. La valorización social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la naturaleza. La ciencia es un conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la base de las "excentricidades" de la órbita de Urano, dedujo que debía existir un cuerpo celeste desconocido que "perturbaba" el movimiento de Urano; cuando, sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al astrónomo alemán Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos en tal o cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa dirección y descubrió al planeta llamado Neptuno, en ese momento la mecánica celeste de Newton celebró una gran victoria.
Esto ocurría en el otoño de 1846. En el año 1848 la revolución se esparció como un viento huracanado a través de Europa, demostrando su influencia "perturbadora" en los movimientos de los pueblos y de los Estados. En el período intermedio, entre el descubrimiento de Neptuno y la revolución de 1848, dos jóvenes eruditos, Marx y Engels, escribían El Manifiesto Comunista, en el cual no sólo predecían la inevitabilidad de acontecimientos revolucionarios en un futuro próximo, sino que analizaban por adelantado sus fuerzas componentes, la lógica de sus movimientos, hasta la victoria inevitable del proletariado y el establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en absoluto yuxtaponer este pronóstico con las profecías de la ciencia oficial de los Hohenzollern, los Románov, Luis Felipe y otros en 1848.
En 1869, Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del peso atómico, estableció su ley periódica de los elementos. Al peso atómico, como criterio más estable, Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y características, situó los elementos en un orden definido y, entonces, a través de este orden, reveló la existencia de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos elementos. Estos elementos desconocidos o unidades químicas, como las denominó en cierta ocasión Mendeleyev, de acuerdo con la lógica de esta "ley" deberían ocupar lugares específicos vacíos en ese orden. A esta altura, con el gesto autoritario de un investigador que confía en sí mismo, golpeó a una de las puertas de la naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondió: "¡Presente!". En realidad, tres voces respondieron simultáneamente, pues en los lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos elementos denominados posteriormente galio, escandio y germanio.
¡Triunfo maravilloso del pensamiento, analítico y sintético! En Principios de Química, Mendeleyev caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico creador, comparándolo con el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es necesario descender al barranco y fijar soportes en el fondo; sólo se requiere levantar una base en un lado y en seguida proyectar un arco exactamente trazado, que encontrará apoyo en el lado opuesto. Algo análogo ocurre con el pensamiento científico. Sólo puede reposar sobre la base granítica de la experimentación; pero sus generalizaciones, como el arco de un puente, pueden levantarse sobre el fondo de los hechos a fin de que luego, en otro punto calculado previamente, pueda encontrar a este último. En esta etapa del pensamiento científico, cuando una generalización se convierte en predicción y, cuando la predicción es verificada triunfalmente por la experiencia, en ese momento, el pensamiento humano disfruta invariablemente su más orgullosa y justificada satisfacción. Así ocurrió en química con el descubrimiento de nuevos elementos sobre la base de la ley periódica.
La predicción de Mendeleyev, que produjo más tarde una profunda impresión sobre Federico Engels, fue hecha en el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia de la Comuna de París en Francia. La actitud de nuestro gran químico hacia este acontecimiento puede caracterizarse por su hospitalidad general hacia la "latinidad", con sus violencias y revoluciones. Como todos los pensadores oficiales de las clases dominantes, no sólo de Rusia y de Europa, sino de todo el mundo, Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál es la fuerza directora que hay tras de la Comuna de París? No vio que la nueva clase que crecía en las entrañas de la vieja sociedad se manifestaba allí, ejerciendo en su movimiento una influencia tan "perturbadora" sobre la órbita de la vieja sociedad como la que ejercía el planeta desconocido sobre la órbita de Urano. Pero un desterrado alemán, Carlos Marx, analizó en ese entonces las causas y la mecánica interna de la Comuna de París, y los rayos de su antorcha científica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio Octubre y los iluminaron.
Desde hace ya mucho tiempo hemos considerado innecesario recurrir a una sustancia misteriosa, llamada flogisto, para explicar las reacciones químicas. En realidad, el flogisto no servía sino como generalización para ocultar la ignorancia de los alquimistas. En el terreno de la fisiología se ha superado ya la etapa en que se sentía la necesidad de recurrir a una sustancia mística especial, llamada fuerza vital y que era el flogisto de la materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de química y de física para explicar los fenómenos fisiológicos. En la esfera de los fenómenos de la conciencia no necesitamos ya por más tiempo una sustancia denominada alma, que en la filosofía reaccionaria desempeña el papel del flogisto de los fenómenos psicofísicos. Para nosotros la psicología, en última instancia, se puede reducir a la fisiología, y, esta última, a la química, mecánica y física. En la esfera de la ciencia social el alma es mucho más viable que la teoría del flogisto. Este "flogisto" aparece con diversas vestiduras, ora disfrazado de "misión histórica", ora de "carácter nacional", ora como la idea incorpórea de "progreso"; ora en forma de sedicente "pensamiento crítico", y así sucesivamente, ad infinitum. En todos estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fenómenos sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El marxismo rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la fuerza vital o la química al flogisto.
La esencia del marxismo consiste en eso, en que enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de investigación objetiva, en que analiza la historia humana como se haría en un gigantesco registro de laboratorio. El marxismo considera la ideología como un elemento integral subordinado a la estructura material de la sociedad. El marxismo examina la estructura de clase de la sociedad como una forma históricamente condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las fuerzas productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la naturaleza circundante, y éstas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa histórica por la tecnología desarrollada por el hombre, por sus instrumentos y armas, por sus capacidades y métodos de lucha respecto a la naturaleza. Precisamente esta aproximación objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión histórica.
Considérese la historia del marxismo aunque sólo sea a escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de vista de nuestras propias simpatías o antipatías políticas, sino desde el punto de vista de la definición de la ciencia de Mendeleyev: "Conocer para poder prever y actuar". El período inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la historia de una lucha por establecer un pronóstico sociohistórico correcto contra los puntos de vista oficiales, gubernamental y de oposición. En los primeros años, la ideología oficial existía como una trinidad representada por el absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo; el liberalismo soñaba de día en una asamblea de zemstvos, es decir, en una monarquía semiconstitucional, mientras que los narodniki —populistas— combinaban débiles ilusiones socializantes con ideas económicas reaccionarias. En esa época el pensamiento marxista predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del capitalismo, sino también la aparición del proletariado, que desempeñaría un papel histórico independiente, tomando la hegemonía en la lucha de las masas populares; y que la dictadura del proletariado arrastraría tras de sí al campesinado.
La diferencia que hay entre el método marxista de análisis social y las teorías contra las cuales luchó, no es menor que la diferencia que hay entre la ley periódica de Mendeleyev con todas sus modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de los alquimistas por otro.
"La causa de la reacción química reside en las propiedades físicas y mecánicas de los componentes". Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente materialista. En lugar de recurrir a alguna fuerza supramecánica o suprafísica para explicar sus fenómenos, la química reduce los procesos químicos a las propiedades mecánicas y físicas de sus componentes.
La biología y la fisiología se hallan en una relación análoga respecto de la química. La fisiología científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza vital supraquímica especial —propuesta por vitalistas y neovitalistas— para explicar los fenómenos que se desarrollan en su campo. Los procesos fisiológicos son reducibles en último análisis a procesos químicos, así como estos últimos a procesos mecánicos y físicos.
La psicología se relaciona en forma análoga con la fisiología. No por nada la fisiología ha sido llamada la química aplicada de los organismos vivos. Así como no existe ninguna fuerza fisiológica especial, también es igualmente verdadero que la psicología científica, es decir, la psicología materialista, no tiene necesidad de una fuerza mística, el alma, para explicar los fenómenos de su incumbencia, sino que halla que son reducibles en último análisis a fenómenos fisiológicos. Esta es la escuela del académico Pavlov. Éste considera lo que se denomina alma como un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas raíces residen totalmente en los reflejos fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a través del potente stratum de la química, en el subsuelo de la mecánica y de la física.
Lo mismo puede decirse de la sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es necesario recurrir a alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo. La sociedad es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza terrestre o la ameba. De esta manera, el pensamiento científico con sus métodos corta, como un diamante, a través de los fenómenos complejos de la ideología social, en el lecho de roca de la materia, sus elementos componentes, sus átomos, con sus propiedades físicas y mecánicas.
Naturalmente esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser reducido directamente a la mecánica y, menos aún, que cada fenómeno social sea directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de la mecánica. Puede decirse que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el método de aproximación continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La química tiene su manera especial de enfocar a la materia, sus propios métodos de investigación, sus propias leyes. Lo mismo que sin el conocimiento de que las reacciones químicas son reducibles, en última instancia, a las propiedades mecánicas de las partículas elementales de la materia, no hay ni puede haber una filosofía acabada que una todos los fenómenos en un solo sistema. Por otra parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos se hallan radicados en la mecánica y en la física, no proporciona en sí la clave de ninguna reacción química. La química tiene sus propias claves. Se puede elegir entre ellas sólo por la generalización y la experimentación, a través del laboratorio químico, de hipótesis y teorías químicas.
Esto es aplicable a todas las ciencias. La química es un poderoso pilar de la fisiología, con la cual está directamente relacionada a través de los canales de la química orgánica y fisiológica. Pero la química no es un sustituto de la fisiología: Cada ciencia descansa sobre las leyes de otras ciencias sólo en última instancia. Pero al mismo tiempo, la separación de las ciencias unas de otras está determinada, precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo particular de fenómenos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fenómenos elementales tales que se requiere un enfoque especial, una técnica de investigación especial, hipótesis y métodos especiales.
Esta idea parece tan incontestable por lo que se refiere a las ciencias matemáticas y a la historia natural, que insistir en ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia social ocurre algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en el terreno, por ejemplo, de la fisiología, no avanzarían un paso sin tomar en cuenta experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones hipotéticas, últimas verificaciones y otras medidas más, se aproximan a los fenómenos sociales mucho más audazmente, con la audacia de la ignorancia, como si reconocieran tácitamente que en esta esfera extremadamente compleja de los fenómenos basta sólo con tener vagas tendencias, observaciones diarias, tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios sociales comunes.
La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo a un plan o sistema dispuesto previamente, sino empíricamente, a través de un largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana por la existencia, y, luego, por conseguir un dominio cada vez mayor de la naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo de esto y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo, fraccionario, en forma, por decirlo así, de reflejos sociales condicionados que, en última instancia, son reducibles a las necesidades de la lucha del hombre contra la naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos o sobre la base de lo que se llama opinión pública, etc., equivale casi a formarse un juicio sobre la estructura anatómica y fisiológica de un lagarto en función de sus sensaciones cuando se halla calentándose al sol o cuando sale arrastrándose de una grieta húmeda. Es bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de un lagarto y su estructura orgánica. Pero este lazo es objeto de investigación por medio de métodos objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser de lo más subjetivo en los juicios sobre la estructura y las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana en términos de lo que se da en llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideología contradictoria, desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de que la ideología social se halla, después de todo, en un plano más alto que la sensación de un lagarto. Todo ello depende de la manera en que se aborde la cuestión. En mi opinión, no hay nada paradójico en afirmar que de las sensaciones de un lagarto se podría, si fuera posible enfocarlas debidamente, sacar conclusiones mucho más directas por lo que concierne a la estructura y la función de sus órganos que en lo que concierne a la estructura de la sociedad y su dinámica a partir de tales reflexiones ideológicas como, por ejemplo, los credos religiosos, que ocuparon y aún continúan ocupando un lugar tan destacado en la vida de la sociedad humana; o a partir de los códigos contradictorios e hipócritas de la moralidad oficial; o finalmente, por las concepciones filosóficas idealistas que a fin de explicar los procesos orgánicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las cualidades de impenetrabilidad y eternidad.
La reacción de Mendeleyev a los problemas de la reorganización social fue hostil y aun despreciativa. Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado de esta tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que surgiría por medio de las ciencias positivas y sobre todo de la química, que revelaría todos los secretos de la naturaleza. Es interesante yuxtaponer este punto de vista al de nuestro notable fisiólogo Pavlov, que opina que las guerras y las revoluciones son algo accidental, resultado de la ignorancia del pueblo y que piensa que sólo un profundo conocimiento de la "naturaleza humana" eliminará tanto las guerras como las revoluciones.
Puede colocarse a Darwin en la misma categoría. Este biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación de pequeñas variaciones cuantitativas produce una "cualidad" biológica enteramente nueva y, con esta prueba, explicó el origen de las especies. Sin tener conciencia de ello, aplicó de este modo el método del materialismo dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Aunque Darwin no conocía esta filosofía, aplicó brillantemente la ley hegeliana de la transformación de cantidad en calidad. Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo Darwin, para no mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente ingenuas y anticientíficas para aplicar las conclusiones de la biología a la sociedad. Interpretar los antagonismos sociales como una "variedad" de la lucha biológica por la existencia, es como buscar sólo mecánica en la fisiología de la cópula.
En cada uno de estos casos observamos un único e idéntico error fundamental: los métodos y logros de la química o de la fisiología, violando todos los métodos científicos, son transplantados al estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría aplicar sin modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos al de las moléculas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen una posición completamente diferente hacia la sociología. Muy a menudo desdeñan la estructura históricamente condicionada de la sociedad en beneficio de la estructura anatómica de las cosas, la estructura fisiológica de los reflejos, la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la vida de la sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos lados de procesos químicos, representa, en sí misma y en última instancia, una combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad está constituida por seres humanos cuyo mecanismo fisiológico se puede reducir a un sistema de reflejos. Pero la vida social no es un proceso químico ni fisiológico, sino un proceso social conformado por leyes propias, sujetas a su vez a un análisis sociológico objetivo cuyo análisis debería ser: conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la sociedad.
En sus comentarios a los Principios de Química, Mendeleyev dice: "Hay dos fines básicos o positivos en el estudio científico de los objetos: el de la predicción y el de la utilidad... El triunfo de las previsiones científicas tendría poco significado si no condujeran, en última instancia, a una utilidad directa y general: la previsión científica basada en el conocimiento dota al poderío humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las cosas por el canal deseado". Y más adelante añade con cautela: "Las ideas religiosas y filosóficas han prosperado y desarrollado durante millares de años; pero, las ideas que rigen las ciencias exactas capaces de predecir, se han producido sólo durante unos pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han transcurrido todavía dos siglos desde que la química forma parte de esas ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por deducir de ellas por lo que concierne a predicción y utilidad."
Estas palabras llenas de cautelas, "sugestivas", son notables en labios de Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra la religión y la filosofía especulativa, a las que compara con la ciencia. Según dice, las ideas religiosas han prevalecido durante miles de años y son escasos los beneficios que de ello ha sacado la humanidad; con vuestros ojos, en cambio, podéis ver la contribución de la ciencia en un breve período de tiempo y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje anterior incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres más pequeños en la página 405 de Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era un hombre cauteloso y rehuía cualquier querella con la opinión pública!
La química es una escuela de pensamiento revolucionario, y no precisamente por la existencia de una química de explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre todo, porque la química es la ciencia de la transmutación de los elementos, es enemiga de todo pensamiento conservador o absoluto que esté encerrado en categorías inmóviles.
Resulta instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presión de la opinión pública conservadora, defienda el principio de estabilidad e inmutabilidad en los grandes procesos de la transformación química. Este gran hombre de ciencia insistió, incluso con terquedad, en el tema de la inmutabilidad de los elementos químicos y en la imposibilidad de su transmutación en otros. Necesitaba encontrar bases sólidas de apoyo. Decía: "Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iván Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su propia individualidad, lo mismo ocurre con los elementos".
Mendeleyev atacó más de una vez la dialéctica, menospreciándola. Pero no entendía por dialéctica la de Hegel o Marx, sino el arte superficial de jugar con las ideas, que es mitad sofisma mitad escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales de pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es la transformación de cantidad en calidad. La química hunde sus raíces más profundas y esenciales en esta ley. Toda la ley periódica de Mendeleyev se basa en ella, al deducir diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias cuantitativas de sus pesos atómicos. Engels vio la importancia del descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de vista precisamente. En el ensayo El carácter general de la dialéctica corno ciencia, escribía:
"Mendeleyev demostró que en una serie de elementos relacionados, ordenados por sus pesos atómicos, hay algunas lagunas que indican la existencia de elementos no descubiertos hasta ahora. Describió con anterioridad las propiedades químicas generales de cada uno de estos elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus pesos, relativo y atómico, y su lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma inconsciente la ley hegeliana de la conversión de la cantidad en calidad, descubrió un hecho científico que por su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta desconocido Neptuno por Leverrier calculando su órbita".
Aunque posteriormente modificada, la lógica de la ley periódica demostró ser más poderosa que los límites conservadores en que quiso encerrarla su creador. El parentesco de los elementos y su metamorfosis mutua pueden considerarse empíricamente comprobados desde el momento en que fue posible dividir el átomo en sus componentes con la ayuda de los elementos radiactivos. ¡En la ley periódica de Mendeleyev, en la química de los elementos radiactivos, la dialéctica celebra su propia victoria deslumbrante!
Mendeleyev no poseía un sistema filosófico acabado. Quizá ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habría enfrentado, inevitablemente, con sus propias costumbres y simpatías conservadoras.
En Mendeleyev podemos ver un dualismo en aspectos básicos del conocimiento. Podría parecer que se orientaba hacia el "agnosticismo", cuando declaraba que la "esencia" de la materia permanecería siempre más allá del alcance de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro espíritu y conocimiento. Pero, casi al mismo tiempo, nos da una fórmula notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la nota citada, Mendeleyev dice: "Acumulando de forma gradual su conocimiento sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar, también en función del grado en que lo hace, predicciones más o menos precisas, comprobables por los hechos, y no se divisa un límite al conocimiento del hombre y su dominio de la materia." Resulta evidente que si en sí mismo no hay límites para el conocimiento, ni en el poder del hombre sobre la materia, tampoco hay una "esencia" imposible de conocer. El conocimiento que nos dota de la capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de la materia. La llamada "esencia" incognoscible de la materia no es entonces sino una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto de la materia. Es un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la materia desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definición que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso. Evidentemente, si llegamos a conocer el metal precioso de los fenómenos y conseguimos darle forma, podemos permanecer indiferentes respecto al "agujero" de la sustancia; y hacemos de ello un divertido presente a los filósofos y teólogos arcaicos.
Pese a sus concesiones verbales al agnosticismo —"esencia incognoscible"—, Mendeleyev es, aunque inconsciente, un dialéctico materialista en sus métodos y en sus realizaciones en el terreno de la ciencia natural, especialmente en la química. Pero su materialismo aparece ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que protegía su pensamiento científico de conflictos demasiado agudos con la ideología oficial. Lo cual no significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparazón conservador para sus métodos, él mismo estaba atado a la ideología oficial y, por eso, sentía una aprensión íntima a tocar el filo de navaja del materialismo dialéctico. No ocurre lo mismo en la esfera de las relaciones sociológicas. La urdimbre de la filosofía social de Mendeleyev era de índole conservadora, pero, de cuando en cuando, entre sus hilos, teje notables conjeturas materialistas por su esencia y revolucionarias por su tendencia. Pero, al lado de estas conjeturas, hay errores de bulto, y ¡qué errores!
Sólo señalaré dos. Mendeleyev, rechazando todos los planes o pretensiones de reorganización social por utópicos y "latinistas", imaginaba un futuro mejor sólo a través del desarrollo de la tecnología científica. Tenía una utopía propia. Según él, habría días mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del mundo pusieran en práctica la necesidad de ser fuertes y llegaran entre sí al acuerdo de eliminar las guerras, las revoluciones y los principios utópicos de anarquistas, comunistas y otros puños belicosos, incapaces de comprender la evolución progresiva que se realiza en toda la humanidad. En las Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos, podía percibirse la aurora de esta concordia universal. Esos ejemplos son los errores más graves de este gran hombre. La historia sometió la utopía social de Mendeleyev a una prueba rigurosa. De las Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes, la gran matanza imperialista de las naciones y una aguda decadencia de la economía europea; y, de la Conferencia de Marruecos, brotó la repugnante carnicería de Marruecos, que recientemente ha sido completada bajo la bandera de la defensa de la civilización europea. Mendeleyev no vio la lógica interna de los sucesos sociales, o mejor dicho, la dialéctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de prever las secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la previsión reside sobre todo el interés. Si releéis lo que escribieron los marxistas sobre la Conferencia de La Haya en aquellos días, os convenceréis fácilmente de que los marxistas previeron correctamente sus consecuencias. Por eso, en el momento más crítico de la historia demostraron tener puños belicosos. Y, de hecho, no hay por qué lamentar que la clase que se levanta en la historia, armada de una teoría correcta del conocimiento y de la previsión social, demuestre finalmente que estaba armada de un puño suficientemente belicoso para inaugurar una nueva época de desarrollo humano.
Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribió: "Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética general bajo el ‘socialismo de Estado’". ¿Eran fundados sus temores? Hoy día, los estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento científico y técnico-científico ofrece el hecho de que este pensamiento esté, por decirlo de alguna forma, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de las naciones como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos que ahora establece el Estado es sólo un síntoma material, a escala reducida, de las posibilidades ilimitadas que se derivan de ello.
No cito estos errores para estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La historia ha dictaminado su fallo sobre los principales puntos de la controversia y no hay motivo para reiniciarla. Pero permítaseme añadir que los mayores errores de este gran hombre contienen una importante lección para los estudiosos. Desde el campo de la química solamente no hay salidas directas ni inmediatas para las perspectivas sociales. Es preciso el método objetivo de la ciencia social. Este es el método del marxismo.
Si un marxista intentase convertir la teoría de Marx en una llave maestra universal e ignorar las demás esferas del conocimiento, Vladímir Ilich le habría insultado con el expresivo vocablo de komchvantsvo —comunista fanfarrón—. Lo cual, en este caso específico, significaría: el comunismo no es un sustitutivo de la química. Pero el teorema inverso también es verdadero. El intento de descartar el marxismo, en base a que la química, o las ciencias naturales en general, pueden resolver todos los problemas, no es más que una "fanfarronería química" específica, que, por lo que a la teoría se refiere, no es menos errónea y, por lo que a los hechos afecta, no es menos pretencioso que la fanfarronada comunista.
Mendeleyev no aplicó el método científico al estudio de la sociedad y su desarrollo. Como escrupuloso investigador que era, se verificaba una vez y otra a sí mismo antes de permitir que su imaginación creadora diera un salto al plano de las generalizaciones. Mendeleyev siguió siendo un empirista en los problemas político-sociales, combinando las conjeturas con una visión heredada del pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue realmente de Mendeleyev cuando se relacionó directamente con los intereses científicos industriales del gran hombre de ciencia.
El espíritu de la filosofía de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo técnico-científico. Mendeleyev orientó ese optimismo, que coincidía con la línea de desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales, contra los seguidores de Tolstói y, en general, contra todo retroceso económico. Mendeleyev confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza. De ahí su aversión al maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev. En todos sus escritos, bien los de ciencia pura, bien los de divulgación sociológica, bien los de química aplicada, lo resalta. Mendeleyev saludó con efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa, 1,5%, fuese mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la población mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos años no lo preocuparon, escribiendo: "No sólo 10.000 millones, sino una población muchas veces mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante la aplicación del trabajo, sino también por el persistente incentivo que rige el conocimiento. El temor a que falte alimento es, en mi opinión, un puro disparate, siempre que se garantice la comunión activa y pacífica de las masas populares".
Nuestro gran químico y optimista industrial habría escuchado con poca simpatía las recientes declaraciones del profesor inglés Keynes, que, durante los festejos académicos, nos dijo que deberíamos preocuparnos por limitar el aumento de la población. Dimitri Ivanovich la habría contestado con su vieja observación: "¿quieren los nuevos Malthus detener este crecimiento? En mi opinión, cuantos más haya tanto mejor."
La agudeza sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de fórmulas deliberadamente simplificadas.
Desde ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran fetiche del idealismo conservador, el denominado carácter nacional. Escribió: "En cualquier parte donde la agricultura predomine en sus formas primitivas, una nación es incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: sólo podrá trabajar de manera arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma, de frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez acompañada por extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se ha desarrollado la industria fabril a gran escala, puede verse que, además de la agricultura esporádica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las fábricas: ahí se consigue entonces una apreciación justa del trabajo, y así sucesivamente". En estas líneas es importante la consideración del carácter nacional no como elemento primordial fijo, creado de una vez por todas, sino como producto de condiciones históricas y, dicho con mayor precisión, de las formas sociales de producción. Este, aunque sea parcial sólo, es un acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Mendeleyev considera el desarrollo de la industria como el instrumento de la reeducación nacional, la elaboración de un carácter nacional nuevo, más equilibrado, más disciplinado y más autorregulado. Si comparamos el carácter de los movimientos campesinos revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicción de Mendeleyev queda iluminada con suficiente nitidez.
Nuestro industrioso optimista empleaba igual lucidez al hablar de la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscribiría sus opiniones al respecto. Mendeleyev escribió: "El pueblo ruso ha comenzado a emigrar a las ciudades en masa... En mi opinión es un disparate total luchar contra este desarrollo; el proceso se terminará sólo cuando la ciudad por una parte se extienda de tal modo que incluya más partes, jardines, etc.; es decir, cuando la finalidad de las ciudades no sea sólo hacer la vida lo más saludable que se pueda, sino cuando provea también de espacios abiertos suficientes no sólo para los juegos de los niños y el deporte, sino para toda clase de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas, etc., la población no urbana se extienda de tal forma que exija la construcción de casas de varios pisos, lo cual creará la necesidad de servicios de aguas, de alumbrado público y otras comodidades de la ciudad. En el transcurso del tiempo, todo esto conducirá a que toda área agrícola (poblada con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con las casas separadas por las huertas y los campos necesarios para la producción de alimentos y con plantas industriales para la manufactura y la modificación de estos productos".
Mendeleyev ofrece aquí un testimonio convincente en favor de las viejas tesis socialistas: la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no plantea en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma social de la economía. Cree que el capitalismo conducirá automáticamente a la nivelación de las condiciones urbanas y rurales mediante la introducción de formas de habitación más elevadas, más higiénicas y culturales. Ahí radica el error de Mendeleyev. El caso de Inglaterra, a la que Mendeleyev se refería con esa esperanza, lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se había metido en un callejón sin salida. El paro corroe su economía. Los dirigentes de la industria inglesa proponen la emigración, la eliminación de la superpoblación para salvar la sociedad. Incluso el economista más "progresista", el señor Keynes, nos decía el otro día que la salvación de la economía inglesa está en el maltusianismo... También para Inglaterra el camino para resolver las contradicciones entre la ciudad y el campo es el socialismo.
Hay otra conjetura o intuición formulada por nuestro industrioso optimista. En su último libro, Mendeleyev escribía: "Tras la época industrial vendrá probablemente una época más compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará especialmente por una extremada simplificación de los métodos para la obtención de alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta extremada simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes décadas".
Palabras notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas contra la realización de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera, estas palabras esbozan las perspectivas técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas productivas que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos de la obtención de alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría claramente la oportunidad de reducir al mínimo los elementos de coerción en la estructura social. Con la eliminación de la voracidad completamente inútil en las relaciones sociales, las formas de trabajo y de distribución tendrán un carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo no será precisa una revolución, puesto que la transición depende por completo del progreso técnico de la sociedad.
El optimismo industrial de Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los temas y problemas prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura encontramos su pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas económicos. En una de sus disertaciones, dedicada al problema de la disolución del alcohol con agua, de gran importancia económica hoy todavía, inventó una pólvora sin humo para las necesidades de la defensa nacional. Personalmente se ocupó de realizar un cuidadoso estudio del petróleo, y en dos direcciones, una puramente teórica, el origen del petróleo, y otra práctica, sobre los usos técnico-industriales. Hay que tener presente a esta altura que Mendeleyev protestó siempre contra el uso del petróleo sólo como simple combustible: "La calefacción se puede hacer con billetes de banco", exclamaba nuestro gran químico. Proteccionista convencido, participó de forma destacada en la elaboración de políticas o sistemas de aranceles y escribió su Política sensible del arancel, de la cual no pocas sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista del proteccionismo socialista.
Los problemas de las vías marítimas del norte despertaron su interés poco antes de su muerte. Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que resolvieran el problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se derivarían importantes rutas comerciales. "Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros minerales, nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo, porque allí uno al menos no se pudre". Estas palabras tienen un tono muy contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente con morir en una atmósfera de eterno frío.
Nunca se cansaba de repetir que la meta del conocimiento era la "utilidad". En otras palabras, abordaba la ciencia desde la óptica del utilitarismo. Al tiempo, como sabemos, insistía en el papel creador de la búsqueda desinteresada del conocimiento. ¿Por qué se iba a interesar alguien en particular en abrir rutas comerciales por vías indirectas para llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es un problema de investigación desinteresada capaz de excitar pasiones deportivas de investigación científica. ¿No hay aquí una contradicción entre esto y la afirmación de que el objetivo de la ciencia es la "utilidad"? En modo alguno. La ciencia cumple una función social, no individual. Desde el punto de vista histórico social es utilitaria. Lo cual no significa que cada científico aborde los problemas de investigación desde una óptica utilitaria. ¡No! La mayoría de las veces los estudiosos están impulsados por su pasión de conocer, y cuanto más significativo sea el descubrimiento de un hombre, menos puede prever con antelación, por regla general, sus aplicaciones prácticas posibles. La pasión desinteresada de un científico no está en contradicción con el significado utilitario de cada ciencia más de lo que pueda estar en contradicción el sacrificio personal de un luchador revolucionario con la finalidad utilitaria de aquellas necesidades de clase a las que sirve.
Mendeleyev podía combinar perfectamente su pasión por el conoci-miento con la preocupación constante por elevar el poder técnico de la humanidad. De ahí que las dos alas de este Congreso, los representantes de las ramas teórica y aplicada de la química, están con igual derecho bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva generación de hombres de ciencia en el espíritu de esta coordinación armónica de la investigación científica pura con las tareas industriales. La fe de Mendeleyev en las ilimitadas posibilidades del conocimiento, la predicción y el dominio de la materia, debe convertirse en el credo científico de los químicos de la patria socialista. El fisiólogo alemán Du Bois Reymond consideraba el pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en la escena de la lucha de clases y lo definía con el lema ¡Ignoramus et ignorabimus!
Es decir, ¡nunca conocemos ni conoceremos! El pensamiento científico, uniendo su suerte a la de la clase en ascenso, repite: ¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento consciente. ¡Alcanzaremos todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos todo!