Escrito por León Trotsky
|
Discurso
pronunciado el 17 de septiembre de 1925, ante el Congreso de Mendeleyev, por
Trotsky como presidente del Consejo técnico y científico de la Industria.
Vuestro Congreso se reúne durante
los actos de celebración del segundo centenario de la fundación de la
Academia de Ciencias. Las relaciones entre este Congreso y la Academia se
refuerzan todavía más debido al hecho de que la ciencia química rusa no es de
las que menos fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a
estas alturas la siguiente pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las
celebraciones académicas? Poseen un significado que va mucho más allá de las
simples visitas a museos y teatros o la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos
percibir este significado? No sólo en el hecho de que sabios extranjeros —que
han tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitación— hayan podido
comprobar que la revolución en vez de destruir las instituciones científicas
las ha desarrollado. Esta evidencia comprobada por los científicos extranjeros
tiene un sentido propio. Pero el significado de las fiestas académicas es
mayor y más profundo. Lo diré de la siguiente forma: el nuevo Estado, una
sociedad nueva basada en las leyes de la Revolución de Octubre, toma posesión
triunfalmente a los ojos del mundo entero de la herencia cultural del pasado.
Puesto que de pasada me he
referido a la herencia, debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo
para evitar cualquier equívoco. Seríamos culpables de desacato al futuro, más
querido para todos nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato
hacia el pasado, que en muchos aspectos lo merece y profundo, si hablásemos
tontamente de la herencia. No todo en el pasado es valor para el futuro. Por
otro lado, el desarrollo de la cultura humana no viene determinado por la
simple acumulación. Ha habido períodos de desarrollo orgánico, y también
períodos de riguroso criticismo, de filtración y de selección. Sería difícil
decir cuál de esos períodos ha terminado siendo más fructífero para el
desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una época de
filtración y selección.
La jurisprudencia romana
estableció ya en la época de Justiniano la ley de la herencia inventariada.
Respecto a la legislación prejustiniana, según la cual el heredero tenía
derecho a aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las
obligaciones y deudas, la herencia inventariada otorgó al heredero cierta
posibilidad de elección. El Estado revolucionario, en nombre de una nueva
clase, es de alguna forma el heredero inventarial respecto a la cantidad de
cultura acumulada. Permitidme que diga con franqueza que no todos los quince
mil volúmenes publicados por la Academia durante sus dos siglos de existencia
figurarán en el inventario del socialismo. Hay dos aspectos, de mérito igual,
a todas luces, en las contribuciones científicas del pasado que, ahora, son
nuestras y nos hacen sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado
dirigida hacia la adquisición del conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda
de las leyes de la evolución y hacia el descubrimiento de las propiedades y
cualidades de la materia a fin de dominarla. Pero el conocimiento no se
desarrolla entre las cuatro paredes de un laboratorio o una sala de
conferencias. De ningún modo. Ha sido una función de la sociedad humana que
reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la naturaleza para
satisfacer sus necesidades, al mismo tiempo que exige una afirmación de su
derecho a ser lo que es, una justificación de sus instituciones particulares;
antes que nada, de las instituciones de dominación de clase, del mismo modo
que en el pasado pedía la justificación de la servidumbre, de los privilegios
de clase, de las prerrogativas monárquicas, de la exceptuación nacional, etc.
La sociedad socialista acepta agradecida la herencia de las ciencias
positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selección inventarial,
todo cuanto es inútil para el conocimiento de la naturaleza; y no sólo eso,
sino también todo cuanto justifique la desigualdad de clases y todo tipo de
falsedades históricas.
Todo nuevo orden social no se
apropia de la herencia cultural del pasado en su totalidad, sino según su
propia estructura. Así, la sociedad medieval, encorsetada por el
cristianismo, recogió muchos elementos de la filosofía clásica, pero
subordinándolos a las necesidades del régimen feudal y convirtiéndolos en
escolástica, esa "criada de la teología". De manera similar, la
sociedad burguesa tomó el cristianismo como parte de la herencia de la Edad
Media, pero lo sometió a la Reforma o a la Contrarreforma. Durante la época
burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la
investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el
desarrollo de las fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su
relación con la herencia científica y cultural, mantiene en general, en un
grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o de aceptación pasiva.
Podemos decir a este respecto: mientras mayor es la confianza que deposita el
socialismo en las ciencias dedicadas al estudio directo de la naturaleza,
mayor es su desconfianza crítica cuando se aproxima a aquellas ciencias y
pseudociencias que están íntimamente ligadas a la estructura de la sociedad
humana, a sus instituciones económicas, a su Estado, leyes, ética, etc. Estas
dos esferas no están separadas, por cierto, por una muralla impenetrable.
Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la herencia en aquellas
ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se ocupan de la
"materia" —las ciencias naturales en el sentido amplio de la
palabra y la química por supuesto—, es de un peso incomparablemente mayor.
La necesidad de conocer la
naturaleza viene impuesta a los hombres por la necesidad de subordinar la
naturaleza a sí mismos. Cualquier desviación en este terreno de las
relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma,
las corrige la experimentación práctica. Sólo esto libra seriamente a las
ciencias naturales, a la investigación química en particular, de las
distorsiones intencionadas, no intencionadas y semideliberadas, y contra las
falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la investigación
social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la justificación de la
sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de
las "teorías destructoras". De aquí emana el papel apologético de
las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y ésta es la razón
por la que sus resultados son de escaso valor.
Mientras la ciencia en su conjunto
se mantuvo como una "criada de la teología", sólo subrepticiamente
podía producir resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como
quedó señalado, fue durante el régimen burgués cuando las ciencias naturales
disfrutaron de la posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social
se mantuvo como criada del capitalismo. También es verdad, en gran
proporción, por lo que atañe a la psicología, que une las ciencias sociales
con las ciencias naturales; y a la filosofía, que sistematiza las
conclusiones generalizadas de todas las ciencias.
He dicho que la ciencia oficial ha
producido poco de valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la
ciencia burguesa para predecir el mañana. Hemos visto esta situación en la
primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias. Lo hemos observado
también en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa
impotencia de la ciencia social oficial para medir en su justo valor la
situación europea, sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y
con la Unión Soviética; en su incapacidad para sacar conclusiones respecto al
porvenir. Sin embargo, el valor de la ciencia reside precisamente en esto:
conocer a fin de prever.
La ciencia natural, y la química
ocupa uno de los lugares más importantes en este terreno, constituye,
indiscutiblemente, la más valiosa porción de nuestra herencia. Su Congreso se
realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el orgullo de
la ciencia rusa.
Hay una diferencia en el grado de
previsión y de precisión alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la
previsión —pasiva, en algunos casos, como en la astronomía, activa como en la
química y en la ingeniería química—, la ciencia es capaz de cortejarse a sí
misma y justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar
preocupado en absoluto por la aplicación práctica de su investigación.
Mientras mayor sea su alcance, mientras más audaz sea su vuelo, mientras
mayor sea su libertad en sus operaciones mentales de las necesidades
prácticas diarias, tanto mejor. Pero la ciencia no es una función de los
hombres de ciencia individuales; es una función social. La valorización
social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su
capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de
prever los acontecimientos y dominar la naturaleza. La ciencia es un
conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la base de las
"excentricidades" de la órbita de Urano, dedujo que debía existir
un cuerpo celeste desconocido que "perturbaba" el movimiento de
Urano; cuando, sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al
astrónomo alemán Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por
los cielos en tal o cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa
dirección y descubrió al planeta llamado Neptuno, en ese momento la mecánica
celeste de Newton celebró una gran victoria.
Esto ocurría en el otoño de 1846.
En el año 1848 la revolución se esparció como un viento huracanado a través
de Europa, demostrando su influencia "perturbadora" en los
movimientos de los pueblos y de los Estados. En el período intermedio, entre
el descubrimiento de Neptuno y la revolución de 1848, dos jóvenes eruditos, Marx
y Engels, escribían El Manifiesto Comunista, en el cual no sólo predecían la
inevitabilidad de acontecimientos revolucionarios en un futuro próximo, sino
que analizaban por adelantado sus fuerzas componentes, la lógica de sus
movimientos, hasta la victoria inevitable del proletariado y el
establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en
absoluto yuxtaponer este pronóstico con las profecías de la ciencia oficial
de los Hohenzollern, los Románov, Luis Felipe y otros en 1848.
En 1869, Mendeleyev, sobre la base
de sus investigaciones y reflexiones acerca del peso atómico, estableció su
ley periódica de los elementos. Al peso atómico, como criterio más estable,
Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y características, situó los
elementos en un orden definido y, entonces, a través de este orden, reveló la
existencia de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos elementos.
Estos elementos desconocidos o unidades químicas, como las denominó en cierta
ocasión Mendeleyev, de acuerdo con la lógica de esta "ley" deberían
ocupar lugares específicos vacíos en ese orden. A esta altura, con el gesto
autoritario de un investigador que confía en sí mismo, golpeó a una de las
puertas de la naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondió:
"¡Presente!". En realidad, tres voces respondieron simultáneamente,
pues en los lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos
elementos denominados posteriormente galio, escandio y germanio.
¡Triunfo maravilloso del
pensamiento, analítico y sintético! En Principios de Química, Mendeleyev
caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico creador, comparándolo con
el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es necesario
descender al barranco y fijar soportes en el fondo; sólo se requiere levantar
una base en un lado y en seguida proyectar un arco exactamente trazado, que
encontrará apoyo en el lado opuesto. Algo análogo ocurre con el pensamiento
científico. Sólo puede reposar sobre la base granítica de la experimentación;
pero sus generalizaciones, como el arco de un puente, pueden levantarse sobre
el fondo de los hechos a fin de que luego, en otro punto calculado
previamente, pueda encontrar a este último. En esta etapa del pensamiento
científico, cuando una generalización se convierte en predicción y, cuando la
predicción es verificada triunfalmente por la experiencia, en ese momento, el
pensamiento humano disfruta invariablemente su más orgullosa y justificada
satisfacción. Así ocurrió en química con el descubrimiento de nuevos
elementos sobre la base de la ley periódica.
La predicción de Mendeleyev, que
produjo más tarde una profunda impresión sobre Federico Engels, fue hecha en
el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia de la Comuna de París en
Francia. La actitud de nuestro gran químico hacia este acontecimiento puede
caracterizarse por su hospitalidad general hacia la "latinidad",
con sus violencias y revoluciones. Como todos los pensadores oficiales de las
clases dominantes, no sólo de Rusia y de Europa, sino de todo el mundo,
Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál es la fuerza directora que hay
tras de la Comuna de París? No vio que la nueva clase que crecía en las
entrañas de la vieja sociedad se manifestaba allí, ejerciendo en su
movimiento una influencia tan "perturbadora" sobre la órbita de la
vieja sociedad como la que ejercía el planeta desconocido sobre la órbita de
Urano. Pero un desterrado alemán, Carlos Marx, analizó en ese entonces las
causas y la mecánica interna de la Comuna de París, y los rayos de su
antorcha científica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio
Octubre y los iluminaron.
Desde hace ya mucho tiempo hemos
considerado innecesario recurrir a una sustancia misteriosa, llamada
flogisto, para explicar las reacciones químicas. En realidad, el flogisto no
servía sino como generalización para ocultar la ignorancia de los
alquimistas. En el terreno de la fisiología se ha superado ya la etapa en que
se sentía la necesidad de recurrir a una sustancia mística especial, llamada
fuerza vital y que era el flogisto de la materia viva. En principio tenemos
bastantes conocimientos de química y de física para explicar los fenómenos
fisiológicos. En la esfera de los fenómenos de la conciencia no necesitamos
ya por más tiempo una sustancia denominada alma, que en la filosofía
reaccionaria desempeña el papel del flogisto de los fenómenos psicofísicos.
Para nosotros la psicología, en última instancia, se puede reducir a la
fisiología, y, esta última, a la química, mecánica y física. En la esfera de la
ciencia social el alma es mucho más viable que la teoría del flogisto. Este
"flogisto" aparece con diversas vestiduras, ora disfrazado de
"misión histórica", ora de "carácter nacional", ora como
la idea incorpórea de "progreso"; ora en forma de sedicente
"pensamiento crítico", y así sucesivamente, ad infinitum. En todos
estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique
los fenómenos sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales
no son sino ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El
marxismo rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha
renunciado a la fuerza vital o la química al flogisto.
La esencia del marxismo consiste
en eso, en que enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de
investigación objetiva, en que analiza la historia humana como se haría en un
gigantesco registro de laboratorio. El marxismo considera la ideología como
un elemento integral subordinado a la estructura material de la sociedad. El
marxismo examina la estructura de clase de la sociedad como una forma
históricamente condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas. El
marxismo deduce de las fuerzas productivas de la sociedad las relaciones
mutuas entre la sociedad humana y la naturaleza circundante, y éstas, a su
vez, quedan determinadas en cada etapa histórica por la tecnología
desarrollada por el hombre, por sus instrumentos y armas, por sus capacidades
y métodos de lucha respecto a la naturaleza. Precisamente esta aproximación
objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión histórica.
Considérese la historia del
marxismo aunque sólo sea a escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de
vista de nuestras propias simpatías o antipatías políticas, sino desde el
punto de vista de la definición de la ciencia de Mendeleyev: "Conocer
para poder prever y actuar". El período inicial de la historia del
marxismo en suelo ruso es la historia de una lucha por establecer un
pronóstico sociohistórico correcto contra los puntos de vista oficiales,
gubernamental y de oposición. En los primeros años, la ideología oficial
existía como una trinidad representada por el absolutismo, la ortodoxia y el
nacionalismo; el liberalismo soñaba de día en una asamblea de zemstvos, es
decir, en una monarquía semiconstitucional, mientras que los narodniki
—populistas— combinaban débiles ilusiones socializantes con ideas económicas
reaccionarias. En esa época el pensamiento marxista predijo no solamente la
obra inevitable y progresiva del capitalismo, sino también la aparición del
proletariado, que desempeñaría un papel histórico independiente, tomando la
hegemonía en la lucha de las masas populares; y que la dictadura del
proletariado arrastraría tras de sí al campesinado.
La diferencia que hay entre el método
marxista de análisis social y las teorías contra las cuales luchó, no es
menor que la diferencia que hay entre la ley periódica de Mendeleyev con
todas sus modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de
los alquimistas por otro.
"La causa de la reacción
química reside en las propiedades físicas y mecánicas de los
componentes". Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente
materialista. En lugar de recurrir a alguna fuerza supramecánica o
suprafísica para explicar sus fenómenos, la química reduce los procesos
químicos a las propiedades mecánicas y físicas de sus componentes.
La biología y la fisiología se
hallan en una relación análoga respecto de la química. La fisiología
científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza vital
supraquímica especial —propuesta por vitalistas y neovitalistas— para
explicar los fenómenos que se desarrollan en su campo. Los procesos
fisiológicos son reducibles en último análisis a procesos químicos, así como
estos últimos a procesos mecánicos y físicos.
La psicología se relaciona en
forma análoga con la fisiología. No por nada la fisiología ha sido llamada la
química aplicada de los organismos vivos. Así como no existe ninguna fuerza
fisiológica especial, también es igualmente verdadero que la psicología
científica, es decir, la psicología materialista, no tiene necesidad de una
fuerza mística, el alma, para explicar los fenómenos de su incumbencia, sino
que halla que son reducibles en último análisis a fenómenos fisiológicos.
Esta es la escuela del académico Pavlov. Éste considera lo que se denomina
alma como un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas raíces residen
totalmente en los reflejos fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a
través del potente stratum de la química, en el subsuelo de la mecánica y de
la física.
Lo mismo puede decirse de la
sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es necesario recurrir a
alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo. La sociedad
es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza
terrestre o la ameba. De esta manera, el pensamiento científico con sus
métodos corta, como un diamante, a través de los fenómenos complejos de la
ideología social, en el lecho de roca de la materia, sus elementos
componentes, sus átomos, con sus propiedades físicas y mecánicas.
Naturalmente esto no quiere decir
que cada fenómeno de la química puede ser reducido directamente a la mecánica
y, menos aún, que cada fenómeno social sea directamente reducible a la
fisiología y luego a las leyes de la química y de la mecánica. Puede decirse
que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el método de aproximación
continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La química tiene
su manera especial de enfocar a la materia, sus propios métodos de
investigación, sus propias leyes. Lo mismo que sin el conocimiento de que las
reacciones químicas son reducibles, en última instancia, a las propiedades
mecánicas de las partículas elementales de la materia, no hay ni puede haber
una filosofía acabada que una todos los fenómenos en un solo sistema. Por
otra parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos se hallan
radicados en la mecánica y en la física, no proporciona en sí la clave de
ninguna reacción química. La química tiene sus propias claves. Se puede
elegir entre ellas sólo por la generalización y la experimentación, a través
del laboratorio químico, de hipótesis y teorías químicas.
Esto es aplicable a todas las
ciencias. La química es un poderoso pilar de la fisiología, con la cual está
directamente relacionada a través de los canales de la química orgánica y
fisiológica. Pero la química no es un sustituto de la fisiología: Cada
ciencia descansa sobre las leyes de otras ciencias sólo en última instancia.
Pero al mismo tiempo, la separación de las ciencias unas de otras está
determinada, precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo
particular de fenómenos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fenómenos
elementales tales que se requiere un enfoque especial, una técnica de
investigación especial, hipótesis y métodos especiales.
Esta idea parece tan incontestable
por lo que se refiere a las ciencias matemáticas y a la historia natural, que
insistir en ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia
social ocurre algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados
que en el terreno, por ejemplo, de la fisiología, no avanzarían un paso sin
tomar en cuenta experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones,
generalizaciones hipotéticas, últimas verificaciones y otras medidas más, se
aproximan a los fenómenos sociales mucho más audazmente, con la audacia de la
ignorancia, como si reconocieran tácitamente que en esta esfera extremadamente
compleja de los fenómenos basta sólo con tener vagas tendencias,
observaciones diarias, tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios
sociales comunes.
La sociedad humana no se ha
desarrollado de acuerdo a un plan o sistema dispuesto previamente, sino
empíricamente, a través de un largo, complicado y contradictorio batallar de
la especie humana por la existencia, y, luego, por conseguir un dominio cada
vez mayor de la naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como
un reflejo de esto y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo,
fraccionario, en forma, por decirlo así, de reflejos sociales condicionados
que, en última instancia, son reducibles a las necesidades de la lucha del
hombre contra la naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el
desarrollo de la sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos o
sobre la base de lo que se llama opinión pública, etc., equivale casi a
formarse un juicio sobre la estructura anatómica y fisiológica de un lagarto
en función de sus sensaciones cuando se halla calentándose al sol o cuando
sale arrastrándose de una grieta húmeda. Es bastante cierto que hay un lazo
muy directo entre las sensaciones de un lagarto y su estructura orgánica.
Pero este lazo es objeto de investigación por medio de métodos objetivos. Hay
una tendencia, sin embargo, a llegar a ser de lo más subjetivo en los juicios
sobre la estructura y las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad
humana en términos de lo que se da en llamar conciencia de la sociedad, esto
es, su ideología contradictoria, desarticulada, conservadora y no verificada.
Desde luego que estas comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de
que la ideología social se halla, después de todo, en un plano más alto que
la sensación de un lagarto. Todo ello depende de la manera en que se aborde
la cuestión. En mi opinión, no hay nada paradójico en afirmar que de las
sensaciones de un lagarto se podría, si fuera posible enfocarlas debidamente,
sacar conclusiones mucho más directas por lo que concierne a la estructura y
la función de sus órganos que en lo que concierne a la estructura de la
sociedad y su dinámica a partir de tales reflexiones ideológicas como, por
ejemplo, los credos religiosos, que ocuparon y aún continúan ocupando un
lugar tan destacado en la vida de la sociedad humana; o a partir de los
códigos contradictorios e hipócritas de la moralidad oficial; o finalmente,
por las concepciones filosóficas idealistas que a fin de explicar los
procesos orgánicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la
responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las
cualidades de impenetrabilidad y eternidad.
La reacción de Mendeleyev a los
problemas de la reorganización social fue hostil y aun despreciativa.
Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado de esta
tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que
surgiría por medio de las ciencias positivas y sobre todo de la química, que
revelaría todos los secretos de la naturaleza. Es interesante yuxtaponer este
punto de vista al de nuestro notable fisiólogo Pavlov, que opina que las
guerras y las revoluciones son algo accidental, resultado de la ignorancia
del pueblo y que piensa que sólo un profundo conocimiento de la
"naturaleza humana" eliminará tanto las guerras como las
revoluciones.
Puede colocarse a Darwin en la
misma categoría. Este biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación
de pequeñas variaciones cuantitativas produce una "cualidad" biológica
enteramente nueva y, con esta prueba, explicó el origen de las especies. Sin
tener conciencia de ello, aplicó de este modo el método del materialismo
dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Aunque Darwin no conocía esta
filosofía, aplicó brillantemente la ley hegeliana de la transformación de
cantidad en calidad. Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo
Darwin, para no mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente
ingenuas y anticientíficas para aplicar las conclusiones de la biología a la
sociedad. Interpretar los antagonismos sociales como una "variedad"
de la lucha biológica por la existencia, es como buscar sólo mecánica en la
fisiología de la cópula.
En cada uno de estos casos
observamos un único e idéntico error fundamental: los métodos y logros de la
química o de la fisiología, violando todos los métodos científicos, son
transplantados al estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría
aplicar sin modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos
al de las moléculas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen
una posición completamente diferente hacia la sociología. Muy a menudo
desdeñan la estructura históricamente condicionada de la sociedad en
beneficio de la estructura anatómica de las cosas, la estructura fisiológica
de los reflejos, la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la vida
de la sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada
por todos lados de procesos químicos, representa, en sí misma y en última
instancia, una combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad
está constituida por seres humanos cuyo mecanismo fisiológico se puede
reducir a un sistema de reflejos. Pero la vida social no es un proceso
químico ni fisiológico, sino un proceso social conformado por leyes propias,
sujetas a su vez a un análisis sociológico objetivo cuyo análisis debería
ser: conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la
sociedad.
En sus comentarios a los
Principios de Química, Mendeleyev dice: "Hay dos fines básicos o
positivos en el estudio científico de los objetos: el de la predicción y el
de la utilidad... El triunfo de las previsiones científicas tendría poco
significado si no condujeran, en última instancia, a una utilidad directa y
general: la previsión científica basada en el conocimiento dota al poderío
humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las
cosas por el canal deseado". Y más adelante añade con cautela: "Las
ideas religiosas y filosóficas han prosperado y desarrollado durante millares
de años; pero, las ideas que rigen las ciencias exactas capaces de predecir,
se han producido sólo durante unos pocos siglos recientes, abarcando por ello
esferas limitadas. No han transcurrido todavía dos siglos desde que la
química forma parte de esas ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por
deducir de ellas por lo que concierne a predicción y utilidad."
Estas palabras llenas de cautelas,
"sugestivas", son notables en labios de Mendeleyev. Su sentido velado
se dirige claramente contra la religión y la filosofía especulativa, a las
que compara con la ciencia. Según dice, las ideas religiosas han prevalecido
durante miles de años y son escasos los beneficios que de ello ha sacado la
humanidad; con vuestros ojos, en cambio, podéis ver la contribución de la
ciencia en un breve período de tiempo y juzgar sus beneficios. Tal es el
indiscutible contenido del pasaje anterior incluido por Mendeleyev en uno de
sus comentarios e impreso en caracteres más pequeños en la página 405 de
Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era un hombre cauteloso y rehuía
cualquier querella con la opinión pública!
La química es una escuela de
pensamiento revolucionario, y no precisamente por la existencia de una
química de explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre
todo, porque la química es la ciencia de la transmutación de los elementos,
es enemiga de todo pensamiento conservador o absoluto que esté encerrado en
categorías inmóviles.
Resulta instructivo que Mendeleyev,
al sentirse naturalmente bajo la presión de la opinión pública conservadora,
defienda el principio de estabilidad e inmutabilidad en los grandes procesos
de la transformación química. Este gran hombre de ciencia insistió, incluso
con terquedad, en el tema de la inmutabilidad de los elementos químicos y en
la imposibilidad de su transmutación en otros. Necesitaba encontrar bases
sólidas de apoyo. Decía: "Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iván
Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su propia individualidad, lo mismo
ocurre con los elementos".
Mendeleyev atacó más de una vez la
dialéctica, menospreciándola. Pero no entendía por dialéctica la de Hegel o
Marx, sino el arte superficial de jugar con las ideas, que es mitad sofisma
mitad escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales
de pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es la
transformación de cantidad en calidad. La química hunde sus raíces más
profundas y esenciales en esta ley. Toda la ley periódica de Mendeleyev se
basa en ella, al deducir diferencias cualitativas en los elementos de las
diferencias cuantitativas de sus pesos atómicos. Engels vio la importancia
del descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de
vista precisamente. En el ensayo El carácter general de la dialéctica corno
ciencia, escribía:
"Mendeleyev demostró que en
una serie de elementos relacionados, ordenados por sus pesos atómicos, hay
algunas lagunas que indican la existencia de elementos no descubiertos hasta
ahora. Describió con anterioridad las propiedades químicas generales de cada
uno de estos elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus
pesos, relativo y atómico, y su lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma
inconsciente la ley hegeliana de la conversión de la cantidad en calidad,
descubrió un hecho científico que por su audacia puede ponerse junto al
descubrimiento del planeta desconocido Neptuno por Leverrier calculando su
órbita".
Aunque posteriormente modificada,
la lógica de la ley periódica demostró ser más poderosa que los límites
conservadores en que quiso encerrarla su creador. El parentesco de los
elementos y su metamorfosis mutua pueden considerarse empíricamente
comprobados desde el momento en que fue posible dividir el átomo en sus
componentes con la ayuda de los elementos radiactivos. ¡En la ley periódica
de Mendeleyev, en la química de los elementos radiactivos, la dialéctica
celebra su propia victoria deslumbrante!
Mendeleyev no poseía un sistema
filosófico acabado. Quizá ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habría
enfrentado, inevitablemente, con sus propias costumbres y simpatías
conservadoras.
En Mendeleyev podemos ver un
dualismo en aspectos básicos del conocimiento. Podría parecer que se
orientaba hacia el "agnosticismo", cuando declaraba que la
"esencia" de la materia permanecería siempre más allá del alcance
de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro espíritu y conocimiento.
Pero, casi al mismo tiempo, nos da una fórmula notable para descubrir que de
un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la nota citada, Mendeleyev dice:
"Acumulando de forma gradual su conocimiento sobre la materia, el hombre
adquiere poder sobre ella, y puede aventurar, también en función del grado en
que lo hace, predicciones más o menos precisas, comprobables por los hechos,
y no se divisa un límite al conocimiento del hombre y su dominio de la
materia." Resulta evidente que si en sí mismo no hay límites para el
conocimiento, ni en el poder del hombre sobre la materia, tampoco hay una
"esencia" imposible de conocer. El conocimiento que nos dota de la
capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder
necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de
la materia. La llamada "esencia" incognoscible de la materia no es
entonces sino una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto de
la materia. Es un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la
materia desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca
definición que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal
precioso. Evidentemente, si llegamos a conocer el metal precioso de los
fenómenos y conseguimos darle forma, podemos permanecer indiferentes respecto
al "agujero" de la sustancia; y hacemos de ello un divertido
presente a los filósofos y teólogos arcaicos.
Pese a sus concesiones verbales al
agnosticismo —"esencia incognoscible"—, Mendeleyev es, aunque
inconsciente, un dialéctico materialista en sus métodos y en sus realizaciones
en el terreno de la ciencia natural, especialmente en la química. Pero su
materialismo aparece ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que
protegía su pensamiento científico de conflictos demasiado agudos con la
ideología oficial. Lo cual no significa que Mendeleyev creara artificialmente
un caparazón conservador para sus métodos, él mismo estaba atado a la
ideología oficial y, por eso, sentía una aprensión íntima a tocar el filo de
navaja del materialismo dialéctico. No ocurre lo mismo en la esfera de las
relaciones sociológicas. La urdimbre de la filosofía social de Mendeleyev era
de índole conservadora, pero, de cuando en cuando, entre sus hilos, teje
notables conjeturas materialistas por su esencia y revolucionarias por su
tendencia. Pero, al lado de estas conjeturas, hay errores de bulto, y ¡qué
errores!
Sólo señalaré dos. Mendeleyev,
rechazando todos los planes o pretensiones de reorganización social por
utópicos y "latinistas", imaginaba un futuro mejor sólo a través
del desarrollo de la tecnología científica. Tenía una utopía propia. Según
él, habría días mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del
mundo pusieran en práctica la necesidad de ser fuertes y llegaran entre sí al
acuerdo de eliminar las guerras, las revoluciones y los principios utópicos
de anarquistas, comunistas y otros puños belicosos, incapaces de comprender
la evolución progresiva que se realiza en toda la humanidad. En las
Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos, podía percibirse la aurora
de esta concordia universal. Esos ejemplos son los errores más graves de este
gran hombre. La historia sometió la utopía social de Mendeleyev a una prueba
rigurosa. De las Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra
ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes, la gran matanza imperialista de las
naciones y una aguda decadencia de la economía europea; y, de la Conferencia
de Marruecos, brotó la repugnante carnicería de Marruecos, que recientemente
ha sido completada bajo la bandera de la defensa de la civilización europea.
Mendeleyev no vio la lógica interna de los sucesos sociales, o mejor dicho,
la dialéctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de
prever las secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la
previsión reside sobre todo el interés. Si releéis lo que escribieron los
marxistas sobre la Conferencia de La Haya en aquellos días, os convenceréis
fácilmente de que los marxistas previeron correctamente sus consecuencias.
Por eso, en el momento más crítico de la historia demostraron tener puños
belicosos. Y, de hecho, no hay por qué lamentar que la clase que se levanta
en la historia, armada de una teoría correcta del conocimiento y de la
previsión social, demuestre finalmente que estaba armada de un puño
suficientemente belicoso para inaugurar una nueva época de desarrollo humano.
Permitidme que cite ahora otro
error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribió: "Temo sobre todo
por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética general bajo el
‘socialismo de Estado’". ¿Eran fundados sus temores? Hoy día, los
estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las
vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento científico y
técnico-científico ofrece el hecho de que este pensamiento esté, por decirlo
de alguna forma, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la
propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los
poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de
las naciones como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos
que ahora establece el Estado es sólo un síntoma material, a escala reducida,
de las posibilidades ilimitadas que se derivan de ello.
No cito estos errores para
estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La historia ha dictaminado
su fallo sobre los principales puntos de la controversia y no hay motivo para
reiniciarla. Pero permítaseme añadir que los mayores errores de este gran
hombre contienen una importante lección para los estudiosos. Desde el campo
de la química solamente no hay salidas directas ni inmediatas para las
perspectivas sociales. Es preciso el método objetivo de la ciencia social.
Este es el método del marxismo.
Si un marxista intentase convertir
la teoría de Marx en una llave maestra universal e ignorar las demás esferas
del conocimiento, Vladímir Ilich le habría insultado con el expresivo vocablo
de komchvantsvo —comunista fanfarrón—. Lo cual, en este caso específico,
significaría: el comunismo no es un sustitutivo de la química. Pero el
teorema inverso también es verdadero. El intento de descartar el marxismo, en
base a que la química, o las ciencias naturales en general, pueden resolver
todos los problemas, no es más que una "fanfarronería química"
específica, que, por lo que a la teoría se refiere, no es menos errónea y,
por lo que a los hechos afecta, no es menos pretencioso que la fanfarronada
comunista.
Mendeleyev no aplicó el método
científico al estudio de la sociedad y su desarrollo. Como escrupuloso
investigador que era, se verificaba una vez y otra a sí mismo antes de
permitir que su imaginación creadora diera un salto al plano de las
generalizaciones. Mendeleyev siguió siendo un empirista en los problemas
político-sociales, combinando las conjeturas con una visión heredada del
pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue realmente de Mendeleyev cuando
se relacionó directamente con los intereses científicos industriales del gran
hombre de ciencia.
El espíritu de la filosofía de
Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo técnico-científico. Mendeleyev
orientó ese optimismo, que coincidía con la línea de desarrollo del
capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales, contra los
seguidores de Tolstói y, en general, contra todo retroceso económico.
Mendeleyev confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la
naturaleza. De ahí su aversión al maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev.
En todos sus escritos, bien los de ciencia pura, bien los de divulgación
sociológica, bien los de química aplicada, lo resalta. Mendeleyev saludó con
efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa, 1,5%, fuese
mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la población
mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos años
no lo preocuparon, escribiendo: "No sólo 10.000 millones, sino una
población muchas veces mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante
la aplicación del trabajo, sino también por el persistente incentivo que rige
el conocimiento. El temor a que falte alimento es, en mi opinión, un puro
disparate, siempre que se garantice la comunión activa y pacífica de las
masas populares".
Nuestro gran químico y optimista
industrial habría escuchado con poca simpatía las recientes declaraciones del
profesor inglés Keynes, que, durante los festejos académicos, nos dijo que
deberíamos preocuparnos por limitar el aumento de la población. Dimitri
Ivanovich la habría contestado con su vieja observación: "¿quieren los
nuevos Malthus detener este crecimiento? En mi opinión, cuantos más haya
tanto mejor."
La agudeza sentenciosa de
Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de fórmulas
deliberadamente simplificadas.
Desde ese mismo punto de vista del
optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran fetiche del idealismo conservador,
el denominado carácter nacional. Escribió: "En cualquier parte donde la
agricultura predomine en sus formas primitivas, una nación es incapaz de un
trabajo continuado y permanentemente regular: sólo podrá trabajar de manera
arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las
costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma,
de frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez
acompañada por extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de
la agricultura se ha desarrollado la industria fabril a gran escala, puede
verse que, además de la agricultura esporádica, hay una labor continua,
ininterrumpida, de las fábricas: ahí se consigue entonces una apreciación
justa del trabajo, y así sucesivamente". En estas líneas es importante
la consideración del carácter nacional no como elemento primordial fijo,
creado de una vez por todas, sino como producto de condiciones históricas y,
dicho con mayor precisión, de las formas sociales de producción. Este, aunque
sea parcial sólo, es un acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Mendeleyev considera el desarrollo
de la industria como el instrumento de la reeducación nacional, la
elaboración de un carácter nacional nuevo, más equilibrado, más disciplinado
y más autorregulado. Si comparamos el carácter de los movimientos campesinos
revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del
proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicción de Mendeleyev queda
iluminada con suficiente nitidez.
Nuestro industrioso optimista
empleaba igual lucidez al hablar de la eliminación de las contradicciones
entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscribiría sus opiniones
al respecto. Mendeleyev escribió: "El pueblo ruso ha comenzado a emigrar
a las ciudades en masa... En mi opinión es un disparate total luchar contra
este desarrollo; el proceso se terminará sólo cuando la ciudad por una parte
se extienda de tal modo que incluya más partes, jardines, etc.; es decir,
cuando la finalidad de las ciudades no sea sólo hacer la vida lo más
saludable que se pueda, sino cuando provea también de espacios abiertos
suficientes no sólo para los juegos de los niños y el deporte, sino para toda
clase de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas,
etc., la población no urbana se extienda de tal forma que exija la
construcción de casas de varios pisos, lo cual creará la necesidad de
servicios de aguas, de alumbrado público y otras comodidades de la ciudad. En
el transcurso del tiempo, todo esto conducirá a que toda área agrícola
(poblada con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con
las casas separadas por las huertas y los campos necesarios para la
producción de alimentos y con plantas industriales para la manufactura y la
modificación de estos productos".
Mendeleyev ofrece aquí un
testimonio convincente en favor de las viejas tesis socialistas: la
eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no
plantea en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma social de la
economía. Cree que el capitalismo conducirá automáticamente a la nivelación
de las condiciones urbanas y rurales mediante la introducción de formas de
habitación más elevadas, más higiénicas y culturales. Ahí radica el error de
Mendeleyev. El caso de Inglaterra, a la que Mendeleyev se refería con esa
esperanza, lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase
las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se
había metido en un callejón sin salida. El paro corroe su economía. Los
dirigentes de la industria inglesa proponen la emigración, la eliminación de
la superpoblación para salvar la sociedad. Incluso el economista más
"progresista", el señor Keynes, nos decía el otro día que la
salvación de la economía inglesa está en el maltusianismo... También para
Inglaterra el camino para resolver las contradicciones entre la ciudad y el
campo es el socialismo.
Hay otra conjetura o intuición
formulada por nuestro industrioso optimista. En su último libro, Mendeleyev
escribía: "Tras la época industrial vendrá probablemente una época más
compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará especialmente
por una extremada simplificación de los métodos para la obtención de
alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta
extremada simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las
recientes décadas".
Palabras notables. Aunque Dimitri
Ivanovich hace algunas reservas contra la realización de los socialistas y
comunistas, Dios no lo quiera, estas palabras esbozan las perspectivas
técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas productivas
que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos de la obtención
de alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría claramente la
oportunidad de reducir al mínimo los elementos de coerción en la estructura
social. Con la eliminación de la voracidad completamente inútil en las
relaciones sociales, las formas de trabajo y de distribución tendrán un
carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo no será
precisa una revolución, puesto que la transición depende por completo del
progreso técnico de la sociedad.
El optimismo industrial de
Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los temas y problemas
prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura encontramos su
pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas
económicos. En una de sus disertaciones, dedicada al problema de la
disolución del alcohol con agua, de gran importancia económica hoy todavía,
inventó una pólvora sin humo para las necesidades de la defensa nacional.
Personalmente se ocupó de realizar un cuidadoso estudio del petróleo, y en
dos direcciones, una puramente teórica, el origen del petróleo, y otra
práctica, sobre los usos técnico-industriales. Hay que tener presente a esta
altura que Mendeleyev protestó siempre contra el uso del petróleo sólo como
simple combustible: "La calefacción se puede hacer con billetes de
banco", exclamaba nuestro gran químico. Proteccionista convencido,
participó de forma destacada en la elaboración de políticas o sistemas de
aranceles y escribió su Política sensible del arancel, de la cual no pocas
sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista
del proteccionismo socialista.
Los problemas de las vías
marítimas del norte despertaron su interés poco antes de su muerte. Recomendó
a los jóvenes investigadores y marinos que resolvieran el problema de acceso
al Polo Norte, afirmando que de ello se derivarían importantes rutas
comerciales. "Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros minerales,
nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo, porque allí uno al
menos no se pudre". Estas palabras tienen un tono muy contemporáneo.
Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba sobre ella
desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente con morir
en una atmósfera de eterno frío.
Nunca se cansaba de repetir que la
meta del conocimiento era la "utilidad". En otras palabras,
abordaba la ciencia desde la óptica del utilitarismo. Al tiempo, como
sabemos, insistía en el papel creador de la búsqueda desinteresada del
conocimiento. ¿Por qué se iba a interesar alguien en particular en abrir
rutas comerciales por vías indirectas para llegar al Polo? Porque alcanzar el
Polo es un problema de investigación desinteresada capaz de excitar pasiones
deportivas de investigación científica. ¿No hay aquí una contradicción entre
esto y la afirmación de que el objetivo de la ciencia es la
"utilidad"? En modo alguno. La ciencia cumple una función social,
no individual. Desde el punto de vista histórico social es utilitaria. Lo
cual no significa que cada científico aborde los problemas de investigación
desde una óptica utilitaria. ¡No! La mayoría de las veces los estudiosos
están impulsados por su pasión de conocer, y cuanto más significativo sea el
descubrimiento de un hombre, menos puede prever con antelación, por regla
general, sus aplicaciones prácticas posibles. La pasión desinteresada de un
científico no está en contradicción con el significado utilitario de cada
ciencia más de lo que pueda estar en contradicción el sacrificio personal de
un luchador revolucionario con la finalidad utilitaria de aquellas
necesidades de clase a las que sirve.
Mendeleyev podía combinar
perfectamente su pasión por el conoci-miento con la preocupación constante
por elevar el poder técnico de la humanidad. De ahí que las dos alas de este
Congreso, los representantes de las ramas teórica y aplicada de la química,
están con igual derecho bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a
la nueva generación de hombres de ciencia en el espíritu de esta coordinación
armónica de la investigación científica pura con las tareas industriales. La
fe de Mendeleyev en las ilimitadas posibilidades del conocimiento, la
predicción y el dominio de la materia, debe convertirse en el credo
científico de los químicos de la patria socialista. El fisiólogo alemán Du
Bois Reymond consideraba el pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en
la escena de la lucha de clases y lo definía con el lema ¡Ignoramus et
ignorabimus!
Es decir, ¡nunca conocemos ni
conoceremos! El pensamiento científico, uniendo su suerte a la de la clase en
ascenso, repite: ¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento
consciente. ¡Alcanzaremos todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos todo!
|
viernes, 3 de agosto de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario