lunes, 17 de octubre de 2011

CRISIS: Claves para comprender la crisis capitalista. En defensa de una alternativa marxista

Escrito por Jordi Rosich   
Viernes, 14 de Octubre de 2011 11:33
crisis_economica_dibujoLa actual crisis capitalista no será un fenómeno pasajero, se trata de un punto de inflexión que marca un antes y un después de todo un periódico histórico, con profundas implicaciones sociales, económicas y políticas. En el momento de cerrarse la edición de este número del periódico, acaba de aprobarse la inyección de 90.000 millones de euros en Dexia, un banco privado belga que ya había recibido fondos públicos al inicio de la crisis. La economía mundial vueve a situarse al borde de la depresión y una nueva ronda de quiebras y rescates de bancos planea sobre Europa. Mientras, los gobiernos aceleran y profundizan los recortes contra el gasto social en lo que es una evidente transferencia de riqueza de los más pobres a los más ricos. Comprender las causas de la crisis, esencial para encontrar una alternativa a la misma (coherente en la teoría y consecuente en la acción) pasa ante todo por entender la esencia del modo de funcionar del capitalismo en su fase decadente. Debido a las limitaciones de espacio hemos ido directamente al grano en toda una serie de aspectos que se han ido conformando en los últimos años como temas de dabate o interés respecto a la crisis. El objetivo del texto es, de una forma sintética, esbozar el punto de vista marxista sobre los mismos y animar a los lectores a una profundización posterior.
  • ¿Por qué se producen las crisis?
El objetivo del capitalista es la obtención de beneficios. Los beneficios surgen de la explotación de los trabajadores ya que éstos, en su jornada de trabajo, además de generar el valor de su propio salario, crean un valor extra, la plusvalía, que es lo que se queda el capitalista y de donde éste extrae los beneficios. Para hacer efectivo este beneficio el capitalista tiene que conseguir vender las mercancías que producen los trabajadores de su empresa, y lo hace en condiciones de competencia con otros capitalistas. Esto implica que el capitalista tiene que estar constantemente renovando la maquinaria, lo que le permite abaratar los costes de cada mercancía y tener precios competitivos frente a otros capitalistas. Tarde o temprano todos tienen que hacer lo mismo si quieren continuar en el mercado. El incremento de la productividad lleva otro efecto asociado, además del abaratamiento: aumenta la cantidad de mercancías que es posible producir. El capitalista, para amortizar lo más rápidamente posible la inversión que ha hecho en nueva maquinaria y salarios, se ve obligado a utilizar al máximo posible la capacidad productiva de la empresa.
Las crisis surgen periódicamente porque el ritmo de expansión de la producción no puede ser acompañado por el ritmo de crecimiento del mercado, que es más lento. Se produce así una crisis de sobreproducción. Aunque parezca paradójico, las crisis capitalistas no son por falta medios de producción o por falta de mercancías; no son crisis de escasez, sino de abundancia. A pesar de que, para los capitalistas, “sobra de todo” (coches, pisos, leche, carne, en todas las ramas productivas hay saturación) millones de personas se ven empujados al paro y a la marginación y los que conservan su trabajo son sometidos a una explotación todavía mayor. Sólo después de que hay una destrucción de fuerzas productivas y mercancías en grado “suficiente”, la actividad económica vuelve a retomar una dinámica ascendente.
Los ciclos de recesión y recuperación se han sucedido en toda la historia del capitalismo, pero no todas las crisis son iguales, ni tienen la misma gravedad ni las mismas repercusiones, ya que esto depende de muchos factores, no sólo económicos, sino políticos, sociales y de las relaciones que se establecen entre diferentes potencias. En todo caso el capitalismo no es capaz de “aprender” de sus crisis y autocorregirse. Al revés. En la medida que el sistema capitalista se hace más viejo y decadente dominado por el sector financiero-especulativo y un puñado de monopolios, las crisis son todavía más virulentas, con consecuencias sociales y económicas más devastadoras y repercusiones políticas más profundas.
  • ¿Es una crisis de la economía real o financiera?
La utilización del crédito es una manera de esquivar la crisis de sobreproducción, ampliando el mercado más allá de sus límites naturales. Pero sólo funciona durante un tiempo, y cuando la crisis estalla las consecuencias son todavía más devastadoras, afectando, lógicamente todo el sistema financiero. En las últimas décadas el endeudamiento de las empresas, los estados, las familias y los propios bancos, ha alcanzado cotas nunca vistas en la historia del capitalismo.
Por supuesto los banqueros, a pesar de la crisis financiera, han hecho grandes negocios con la deuda y la ruina de millones de familias, y sus beneficios están guardados en paraísos fiscales y cajas secretas, en muchos casos bien lejos de los bancos que ellos mismos están dirigiendo, llevando a la quiebra y rescatados con dinero público. Es increíble que, recurrentemente, los medios burgueses culpen de la crisis por igual a los banqueros y a las familias hipotecadas, diciendo que “la gente ha vivido por encima de sus posibilidades”. Ahora resulta que, después de haber dedicado durante años un 70% de los salarios a pagar la hipoteca al banco (media en el Estado español) somos culpables de la crisis por ir al paro. Es el colmo de la desfachatez.
La crisis financiera estalló empezando por su punto más débil, con el impago de las hipotecas subprime en EEUU. Pero eso fue sólo el inicio. De forma abrupta y encadenada, todas las expectativas de devolución de las deudas contraídas se han cortado o están sumidas en una profunda incertidumbre. Todo eso se agrava por la interconexión financiera mundial y el desarrollo de todo tipo de mecanismos de “ingeniería financiera” como los derivados. Con la crisis, la preocupación fundamental de los banqueros no es conceder créditos, sino recuperar los préstamos concedidos y utilizar al Estado burgués para robar el dinero público. Evidentemente, esto tiene un efecto en la economía productiva; la crisis financiera y la crisis de la economía real se retroalimentan. En ese sentido es una doble crisis. Pero la crisis financiera no es la causa fundamental de la crisis, la clave está en la economía real. En sí mismas, las deudas no serían un problema especialmente grave si la actividad económica se recuperase sólidamente. Pero en la medida que la economía se estanca o entra en depresión y los ingresos de las empresas, las familias y los estados son menores o disminuyen, el problema de la deuda, aunque nominalmente se mantenga igual, se agrava todavía más. En este contexto, los créditos se estancan no sólo porque los bancos no prestan, sino porque los empresarios no tienen ninguna intención de pedir créditos para invertir en producir nuevas mercancías. Todo eso explica lo superficial que es buscar en la “falta de liquidez” la causa de la crisis. Este falso e interesado diagnóstico ha servido de excusa para inyectar multimillonarias cantidades de dinero público a los bancos.
  • Crisis y especulación
Igual que el sobreendeudamiento, el enorme peso que tiene la actividad especulativa en la economía es un gran agravante de la crisis, por supuesto. Pero, ¿por qué se produce? Los datos son realmente impresionantes: los productos derivados, los mercados de cambios de divisas y las bolsas movilizan cada día unos 5,5 billones de dólares, 35 veces más que el PIB mundial y 100 veces más que el volumen del comercio mundial. Estas cifras valen tanto para el periodo de crecimiento como para la crisis. Marx decía que el ideal del capitalista era obtener beneficios sin pasar por el doloroso proceso de la inversión productiva. De hecho, llegaron bastante lejos por ese camino. Los beneficios capitalistas provienen cada vez en mayor proporción de las operaciones financieras que de las inversiones productivas. Mientras que a principios de los años 80 del siglo pasado aquellas propiciaban el 25% de los beneficios, antes de estallar la actual crisis habían alcanzado ya el 42%. Otro dato significativo de las tendencias de fondo del capitalismo durante las últimas décadas es que la proporción de beneficios destinados a repartir dividendos (superior al 60% en el primer decenio del siglo XXI) es cada vez mayor respecto a la reinversión en capacidad productiva. 
Los señores y señoras que dominan la economía mundial, los grandes capitalistas, están mucho más centrados en incrementar su riqueza personal reduciendo salarios y aumentando la jornada laboral, expoliando la riqueza pública ya acumulada (privatización de empresas públicas), creando monopolios privados de servicios básicos en connivencia con la cúspide del aparato estatal (distribución del agua, energía, telefonía, etc…), saqueando los presupuestos generales del Estado (reducción de impuestos, ayudas directas a sus empresas…), robándose entre ellos (fusiones, absorciones), que en la creación de riqueza mediante la inversión productiva, debido a la sobreproducción. La degeneración de la clase dominante tiene una base objetiva en la decadencia del propio sistema.
No hay una separación absoluta entre capital especulativo y capital productivo. En EEUU, según datos de 1998, el 50% de las empresas, las más importantes, estaba en manos de “inversores institucionales” (grandes fondos privados dedicados a la actividad especulativa). No existe una casta especial de “especuladores” al margen y menos aún contrapuesta a la actividad de la los grandes capitalistas. Son uno y lo mismo. La lucha por acabar con la especulación es, por tanto, la lucha por acabar con el propio sistema capitalista.
  • ¿Por qué fallan las ‘recetas’ contra la crisis?
La crisis sigue una espiral descendente que todavía no ha tocado fondo. La crisis financiera sigue agravándose, la inversión sigue cayendo, igual que el consumo. No hay ninguna medida tomada desde el propio sistema que pueda detener esta tendencia hacia abajo. De todas maneras, más que una “solución a la crisis” las medidas que están tomando los gobiernos van encaminadas a satisfacer las exigencias del sector financiero, que es quien realmente gobierna el mundo, Europa y cada uno de los países. Todas las medidas para controlar los bancos y “regular” el sector financiero son una farsa y es comprensible que sea así ya que el Estado burgués difícilmente se va a rebelar contra su propio sistema.
Los gobiernos han gastado centenares de miles de millones en apoyar a la banca (créditos sin intereses, avales, garantía de depósitos, intervenciones para sanear las entidades y luego revenderlas, etc.). La última medida del BCE ha sido prolongar la barra libre del dinero gratis a la banca europea. Lo mismo pasa en EEUU. Eso ha servido para evitar un colapso bancario, pero también para que los bancos sigan especulando con la deuda pública, que a su vez ha crecido como consecuencia de estas ayudas a la banca. La “ayuda” a Grecia es un ejemplo del tipo de “recetas” que los capitalistas toman para salir de la crisis: el dinero no ha ido a salvar el país heleno sino a los bancos franceses y alemanes en posesión de deuda griega. Como consecuencia de los recortes exigidos a cambio de estas ayudas la economía griega ha colapsado, ahora es como un limón exprimido y seco que se tira al cubo de la basura. El resultado final está siendo una población tremendamente empobrecida y unos cuantos millonarios, incluidos algunos griegos, todavía más enriquecidos. Es verdad que el default de Grecia puede agudizar todavía más la crisis financiera y que los capitalistas que no se han deshecho de los bonos griegos con suficiente rapidez pueden encontrarse con unas ganancias menores de las que esperaban, pero tratarán de compensarlo saqueando de forma más sistemática las arcas públicas de sus propios países (es decir, a su propia clase trabajadora). De hecho, ya lo están haciendo.
Efectivamente, detrás de cada medida que “no funciona” contra la crisis  hay un objetivo (inconfesable para la burguesía) que sí se cumple: se avanza un paso más en la transferencia de riqueza de los más pobres a los más ricos. La burguesía ya ha asumido que el capitalismo ha entrado en una fase recesiva por un largo periodo de tiempo y, por tanto, su objetivo principal es amortiguar la disminución del negocio robando lo máximo que pueda a los trabajadores, actuando cada vez con más descaro y urgencia.
  • ¿Se puede aumentar el consumo de los trabajadores sin afectar los intereses de los capitalistas?
Hay una tendencia bastante extendida entre algunos intelectuales de la izquierda y los dirigentes de los sindicatos y partidos reformistas, que tratan de convencer a los capitalistas de que lo mejor para ellos es aumentar el gasto social y los salarios, porque así “aumentará el consumo y los empresarios también saldrán ganando”. Por supuesto que los marxistas estamos a favor y creemos que es absolutamente necesario aumentar urgentemente el gasto social y los salarios, pero esto sólo se puede conseguir con la lucha sindical y política contra los capitalistas y en último término con la nacionalización de todos los sectores decisivos y la planificación democrática de la economía.. En todo caso la cuestión es, ¿por qué los capitalistas se emperran en no hacerles ni caso a los que plantean la necesidad de aumentar el consumo de las masas si es tan bueno para ellos? Los capitalistas, por lo general, suelen actuar de forma muy consecuente con sus intereses. Cuando se exige más dinero para el consumo como una vía para salir de la crisis, la pregunta es: ¿de dónde sale este dinero? Si los empresarios aumentasen el salario de los trabajadores (obviamente están haciendo todo lo contrario) lo tendrían que restar necesariamente de sus beneficios (lo cual sería absurdo para ellos porque el objetivo de los empresarios es precisamente éste) o de la inversión (lo cual contrarrestaría, mediante más paro, los efectos benéficos de un mayor poder adquisitivo). Si el dinero para fomentar el consumo de las masas tuviese que salir del Estado (para invertir más en obra pública o aumentar el salario de los funcionarios, por ejemplo) sólo hay dos maneras de conseguirlo: endeudándose más (y el Estado ya está muy endeudado por las ayudas a la banca) o con más impuestos; si éstos recaen sobre las rentas de capital los capitalistas se opondrán, ya que afectaría a sus beneficios, y si salen del trabajo se actuaría contradictoriamente con el objetivo de aumentar el consumo.
Por supuesto que la crisis también se expresa en la falta de consumo, y que las medidas que deprimen todavía más el poder adquisitivo de los trabajadores acentúan más la crisis. Sin embargo, el problema del consumo es un síntoma de un problema mucho más general: el modo de producción capitalista, basado en la propiedad privada y en la búsqueda del máximo beneficio individual. Exigir más consumo sin cuestionar lo anterior, además de revelar un error teórico, equivale a tratar de conciliar los intereses de los capitalistas y los trabajadores y alimenta la idea, errónea y negativa (sobre todo si es entendida como una propuesta de “izquierdas”), de que es posible otro tipo de capitalismo capaz de satisfacer las necesidades de la mayoría.
  • ¿Es posible un capitalismo diferente?
Efectivamente, hay quien defiende, también desde un punto de vista supuestamente favorable a los intereses de los trabajadores, que es posible otro tipo de capitalismo más “productivo” frente al actual, que es más “especulativo”. Antes hemos demostrado que no hay una separación entre especuladores y capitalistas, ambos son lo mismo. Pero es que además, también es un hecho demostrable que la inversión productiva y tecnológica bajo el capitalismo, incluso en los países en los que esto ha ocurrido de forma muy intensiva, no ha evitado la crisis y la clase obrera se enfrenta ahora a graves problemas sociales, similares a los del resto de países. El ejemplo más claro es Japón, donde el Ministerio de Trabajo reconoció que uno de cada seis japoneses —20 millones de personas— vivía en la pobreza en 2007. En aquel país donde todo está automatizado, lo que haría posible una reducción drástica de las horas de trabajo y un incremento brutal del nivel de vida, está extendida una enfermedad laboral mortal, el karoshi, que se produce como consecuencia del agotamiento por exceso de trabajo, y que afecta a 10.000 trabajadores cada año. La tecnología tampoco evitó en Japón la especulación inmobiliaria y posterior crisis bancaria, que todavía pesa como una losa en la economía del país. EEUU, el país capitalista más poderoso del planeta, modelo de iniciativa empresarial donde los haya, se ha convertido en una de las principales bolsas de miseria del mundo y los trabajadores, a pesar de todos los recientes avances en informática y robotización de los procesos productivos de las últimas décadas, trabajan más que nunca y ganan menos que nunca.
Lo mejor que pudo ofrecer el capitalismo, a escala mundial, lo hizo en los años 50 y 60 del siglo pasado, cuando se produjo un importantísimo desarrollo de nuevas ramas productivas (derivados del petróleo, industria automovilística, aeronáutica, electrónica, industria militar, etc.), la creación del llamado “estado del bienestar” y prácticamente el pleno empleo. Aún así, este periodo de prosperidad afectó tan sólo a una pequeña parte de la población mundial y se dio por una combinación de factores históricos muy particulares, entre otros la brutal destrucción de fuerzas productivas como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1973 el tipo de crecimiento fue muy diferente, con avances mucho menores y una reinversión de las ganancias en el aparto productivo muy modestas, inaugurando un periodo en el que la actividad especulativa adquirió dimensiones gigantescas, como ya hemos hecho referencia. En el boom de mediados de los 90, que acabó en la crisis actual, a pesar del crecimiento económico y la explosión de beneficios capitalistas, la clase obrera retrocedió en salarios y condiciones de trabajo, incrementándose de forma exponencial la desigualdad social. Es significativo que el único país que todavía puede presentar tasas de crecimiento significativas, China, base su expansión en una explotación de la clase obrera similar a la del siglo XIX. Las expectativas que los trabajadores podemos depositar en alguna suerte de capitalismo “de rostro humano” o en una futura recuperación del sistema para resolver nuestros problemas es exactamente ninguna.
  • ¿Qué alternativa hay al capitalismo?
Marx y Engels señalaron que la contradicción fundamental del capitalismo se da entre el carácter social de la producción y la forma de apropiación individual de los beneficios que comporta la existencia de la propiedad privada de los medios de producción. Esta contradicción ha acompañado al capitalismo desde su nacimiento, tanto en periodos de boom como en las recesiones. Sin embargo, cuanto más se han desarrollado las fuerzas productivas, cuanto más se ha integrado la economía en un todo mundial, más aguda e insoportable se ha hecho esta contradicción. La crisis económica actual la ha exacerbado en grado extremo.
¿Qué significa que la producción sea social? Pues que todo lo que necesitamos para la vida, incluso lo más simple, es producto de un proceso en el que participan muchas personas, desde la extracción de la materia prima hasta el transporte final, pasando por los diferentes estadios de la producción. La gran mayoría de productos que necesitamos no pueden ser creados por una sola persona, ni siquiera por una sola fábrica o un solo país. El capitalismo, a través de un largo proceso, ha socializado la producción al máximo; en eso ha consistido su misión histórica progresista. Sin embargo, estas fuerzas productivas están aprisionadas en el marco de la propiedad privada, en los conflictos de intereses de las distintas burguesías nacionales y en el mezquino afán de beneficios privados, un combustible de muy baja calidad para mover y ampliar (realmente no sirve ni para conservar) la riqueza acumulada por la sociedad. Y no digamos para distribuir. La misión histórica de los capitalistas está totalmente agotada y su existencia es un auténtico obstáculo para el progreso social y la verdadera causa del caos económico y de las crisis.
La única manera de salir de la crisis es liberando las fuerzas productivas, las fuentes de creación de riqueza, de los llamados “mercados”. ¿Quiénes son los misteriosos mercados? Pues personas (por designarles de alguna manera) con nombres y apellidos, que constituyen una infinitésima parte de la sociedad y que, sin embargo, acumulan un gigantesco patrimonio financiero, industrial e inmobiliario, determinantes para el funcionamiento y el desarrollo de la economía y la sociedad en su conjunto. Un estudio reciente revela que, sólo en el Estado español, 1.400 personas, un 0,035% de la población, controlan las entidades fundamentales de la economía y una capitalización equivalente al 80% del PIB. A escala mundial se ha demostrado que tan sólo 737 bancos, compañías de seguros o grandes grupos industriales controlan el 80% del valor de las 43.000 principales empresas multinacionales. Un grupo todavía más selecto de 147 entidades controlan el 40% del valor económico y financiero de todas las multinacionales del mundo; entre los 147, domina un grupo todavía más pequeño de 50, en el que están principalmente bancos norteamericanos y europeos. Todo eso indica que habría que expropiar a poquísimas personas para que la inmensa mayoría de la sociedad pudiese vivir decentemente.
Efectivamente, hay una forma de acabar con los “desequilibrios presupuestarios” y los “déficit excesivos” realmente eficaz y, además, en beneficio de la gran mayoría de la sociedad: nacionalizando todo el sistema financiero y las empresas estratégicas bajo control obrero y poniendo en marcha un plan de inversiones y producción al servicio de la mayoría de la sociedad.
Con los medios de producción en manos de los trabajadores y al servicio de la mayoría de la sociedad, el desarrollo económico, social y cultural daría un salto de gigante. Nada impediría que todo el mundo pudiera trabajar en buenas condiciones y con un trabajo decente; que cada avance técnico redundase en más tiempo libre para desarrollarnos en todo el potencial que nos brinda nuestra condición humana, que es infinito.
La teoría marxista y la lucha por el socialismo están más vigentes que nunca. Además de tener la razón de nuestra parte, la clase trabajadora tenemos la fuerza para poder imponerla, aunque éste es otro tema. Terminemos esta sintética exposición sobre la crisis capitalista con una frase de Engels en su obra Anti-Dühring: “En la sociedad capitalista los medios de producción no pueden ponerse en movimiento más que convirtiéndose previamente en capital, en medio de explotación de la fuerza humana de trabajo. Esta imprescindible condición de capital de los medios de producción y de vida se alza como un espectro entre ellos y la clase trabajadora. Ella sola es la que impide que se engranen la palanca material y la palanca personal de la producción; ella es la que no permite a los medios de producción funcionar y a los obreros trabajar y vivir. De una parte, el régimen capitalista de producción revela, pues, su propia incapacidad para seguir rigiendo estas fuerzas productivas. De otra parte, estas fuerzas productivas acucian con intensidad cada vez mayor a que se liquide la contradicción, a que se les redima de su condición de capital, a que se les reconozca, efectivamente, su condición de fuerzas productivas sociales”.

lunes, 10 de octubre de 2011

Lenin -El Testamento Politico. Trotsky -El Testamento de Lenin.


   El "testamento" de Lenin 

CARTA AL CONGRESO 

Yo aconsejaría mucho que en este Congreso se introdujesen varios cambios en nuestra estructura política.
Desearía exponerles las consideraciones que estimo más importantes.
Lo primero de todo coloco el aumento del número de miembros del CC hasta varias decenas e incluso hasta un centenar. Creo que si no emprendiéramos tal reforma, nuestro Comité Central se vería amenazado de grandes peligros, caso de que el curso de los acontecimientos no fuera del todo favorable para nosotros (y no podemos contar con eso).
También pienso proponer al Congreso que, dentro de ciertas condiciones, se dé carácter legislativo a las decisiones del Gosplán, coincidiendo en este sentido con el camarada Trotsky, hasta cierto punto y en ciertas condiciones.
Por lo que se refiere al primer punto, es decir, al aumento del número de miembros del CC, creo que esto es necesario tanto para elevar el prestigio del CC como para un trabajo serio con objeto de mejorar nuestro aparato y como para evitar que los conflictos de pequeñas partes del CC puedan adquirir una importancia excesiva para todos los destinos del Partido.
Opino que nuestro Partido está en su derecho de pedir a la clase obrera de 50 a 100 miembros del CC, y que puede recibirlos de ella sin hacerla poner demasiado en tensión sus fuerzas.
Esta reforma aumentaría considerablemente la solidez de nuestro Partido y le facilitaría la lucha que sostiene, rodeado de Estados hostiles, lucha que, a mi modo de ver, puede y debe agudizarse mucho en los años próximos. Se me figura que, gracias a esta medida, la estabilidad de nuestro Partido se haría mil veces mayor.
Lenin
23.XII.22
Taquigrafiado por M. V.

II
Continuación de las notas.
24 de diciembre del 22

Por estabilidad del Comité  Central, de que hablaba más arriba, entiendo las medidas contra la escisión en el grado en que tales medidas puedan, en general, adoptarse. Porque, naturalmente, tenía razón el guardia blanco de Rússkaya Mysl (creo que era S. F. Oldenburg) cuando, lo primero, en el juego de esas gentes contra la Rusia Soviética ponía sus esperanzas en la escisión de nuestro Partido y cuando, lo segundo, las esperanzas de que se fuera a producir esta escisión las cifraba en gravísimas discrepancias en el seno del Partido.
Nuestro Partido se apoya en dos clases, y por eso es posible su inestabilidad y sería inevitable su caída si estas dos clases no pudieran llegar a un acuerdo. Sería inútil adoptar unas u otras medidas con vistas a esta eventualidad y, en general, hacer consideraciones acerca de la estabilidad de nuestro CC. Ninguna medida sería capaz, en este caso, de evitar la escisión. Pero yo confío que esto se refiere a un futuro demasiado lejano y es un acontecimiento demasiado improbable para hablar de ello.
Me refiero a la estabilidad como garantía contra la escisión en un próximo futuro, y tengo el propósito de exponer aquí varias consideraciones de índole puramente personal.
Yo creo que lo fundamental en el problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales miembros del CC como Stalin y Trotsky. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar, y a cuyo objeto debe servir entre otras cosas, según mi criterio, la ampliación del CC hasta 50 o hasta 100 miembros.
El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotsky, según demuestra su lucha contra el CC con motivo del problema del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos.
Estas dos cualidades de dos destacados jefes del CC actual pueden llevar sin quererlo a la escisión, y si nuestro Partido no toma medidas para impedirlo, la escisión puede venir sin que nadie lo espere.
No seguiré caracterizando a los demás miembros del CC por sus cualidades personales. Recordaré sólo que el episodio de Zinoviev y Kamenev en Octubre no es, naturalmente, una casualidad, y que de esto se les puede culpar personalmente tan poco como a Trotsky de su no bolchevismo.
En cuanto a los jóvenes miembros del CC, diré algunas palabras acerca de Bujarin y de Piatakov. Son, a mi juicio, los que más se destacan (entre los más jóvenes), y en ellos se debería tener en cuenta lo siguiente: Bujarin no sólo es un valiosísimo y notabilísimo teórico del Partido, sino que, además, se le considera legítimamente el favorito de todo el Partido; pero sus concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pues hay en él algo escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica).
25.XII. Viene después Piatakov, hombre sin duda de gran voluntad y gran capacidad, pero a quien atraen demasiado la administración y el aspecto administrativo de los asuntos para que se pueda confiar en él en un problema político serio.
Naturalmente, una y otra observación son valederas sólo para el presente, en el supuesto de que estos dos destacados y fieles militantes no encuentren ocasión de completar sus conocimientos y de corregir su unilateral formación.

Lenin
25.XII.22
Taquigrafiado por M. V.
Suplemento a la Carta del 24 de Diciembre de 1922
Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una fútil pequeñez. Pero yo creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva.

Lenin
Taquigrafiado por L. F.
4 de enero de 1923

III

Continuación de las notas.
26 de diciembre de 1922

La ampliación del CC hasta 50 o incluso 100 miembros debe perseguir, a mi modo de ver, un fin doble o incluso triple: cuanto mayor sea el número de miembros del CC, más gente aprenderá a realizar el trabajo de éste y tanto menor será el peligro de una escisión debida a cualquier imprudencia. La incorporación de muchos obreros al CC ayudará a los obreros a mejorar nuestro aparato, que es pésimo. En el fondo lo hemos heredado del viejo régimen, puesto que ha sido absolutamente imposible rehacerlo en un plazo tan corto, sobre todo con la guerra, con el hambre, etc. Por eso podemos contestar tranquilamente a los "críticos" que con sonrisa burlona o con malicia nos señalan los defectos de nuestro aparato, que son gentes que no comprenden nada las condiciones de nuestra revolución. En cinco años es imposible por completo reformar el aparato en medida suficiente, sobre todo atendidas las condiciones en que se ha producido nuestra revolución. Bastante es si en cinco años hemos creado un nuevo tipo de Estado en el que los obreros van delante de los campesinos contra la burguesía, lo que, considerando las condiciones de la hostil situación internacional, es una obra gigantesca. Pero la conciencia de que esto es así no debe en modo alguno cerrarnos los ojos ante el hecho de que, en esencia, hemos tomado el viejo aparato del zar y de la burguesía y que ahora, al advenir la paz y cubrir en grado mínimo las necesidades relacionadas con el hambre, todo el trabajo debe orientarse al mejoramiento del aparato.
Según me imagino yo las cosas, una decenas de obreros incluidos en el CC pueden, mejor que cualquiera otro, entregarse a la labor de revisar, mejorar y rehacer nuestro aparato. La Inspección Obrera y Campesina, a la que en un principio pertenecía esta función, ha sido incapaz de cumplirla y únicamente puede ser empleada como "apéndice" o como auxiliar, en determinadas condiciones, de estos miembros del CC. Los obreros que pasen a formar parte del CC deben ser preferentemente, según mi criterio, no de los que han actuado largo tiempo en las organizaciones soviéticas (en esta parte de la carta, lo que digo de los obreros se refiere también por completo a los campesinos), porque en ellos han arraigado ya ciertas tradiciones y ciertos prejuicios con los que es deseable precisamente luchar.
Los obreros que se incorporen al CC deben ser, de preferencia, personas que se encuentren por debajo de la capa de los que en los cinco años han pasado a ser funcionarios soviéticos, y deben hallarse más cerca de los simples obreros y campesinos, que, sin embargo, no entren, directa o indirectamente, en la categoría de los explotadores. Creo que esos obreros, que asistirán a todas las reuniones del CC y del Buró Político, y que leerán todos los documentos del CC, pueden ser cuadros de fieles partidarios del régimen soviético, capaces, lo primero, de dar estabilidad al propio CC y, lo segundo, de trabajar realmente en la renovación y mejoramiento del aparato.

Lenin
Taquigrafiado por L. F.
26.11.22.


IV

Continuación de las notas.
27 de diciembre de 1922

Sobre la concesión de funciones
legislativas al Gosplán
Esta idea la sugirió  el camarada Trotsky, me parece, hace ya tiempo. Yo me manifesté  en contra, porque estimaba que, en tal caso, se produciría una falta de concordancia fundamental en el sistema de nuestras instituciones legislativas. Pero un examen atento del problema me lleva a la conclusión de que, en el fondo, aquí hay una idea sana: el Gosplán se halla algo al margen de nuestras instituciones legislativas, a pesar de que, como conjunto de personas competentes, de expertos, de hombres de la ciencia y de la técnica, se encuentra, en el fondo, en las mejores condiciones para emitir juicios acertados.
Sin embargo, hasta ahora partíamos del punto de vista de que el Gosplán debe presentar al Gobierno un material críticamente analizado, y que las instituciones gubernamentales deben ser las encargadas de resolver los asuntos públicos. Yo creo que en la situación actual, cuando los asuntos públicos se han complicado extraordinariamente, cuando a cada paso hay que resolver así como vienen los problemas en que se necesita el dictamen de los miembros del Gosplán sin separarlos de los problemas en los que no se necesita, e incluso más aún, resolver asuntos en los que unos puntos requieren el dictamen del Gosplán mientras que otros puntos no lo requieren, se debe dar un paso en el sentido de aumentar la competencia del Gosplán. Este paso lo concibo de tal manera que las decisiones del Gosplán no puedan ser rechazadas según el procedimiento corriente en los organismos soviéticos, sino que para modificarlas se requiera un procedimiento especial; por ejemplo, llevarlas a la reunión del CEC de toda Rusia, preparar el asunto cuya decisión deba ser modificada según instrucciones especiales, redactándose, según reglas especiales, informes por escrito con objeto de sopesar si dicha decisión del Gosplán debe ser anulada; marcar, en fin, plazos especiales para modificar las decisiones del Gosplán, etc.
En este sentido creo que se puede y se debe coincidir con el camarada Trotsky, pero no en lo de que la presidencia del Gosplán debe ocuparla una personalidad destacada, uno de nuestros jefes políticos, o el Presidente del Consejo Supremo de la Economía Nacional, etc. Me parece que en este asunto el factor personal se entrelaza hoy día demasiado íntimamente con el problema de principio. Creo que los ataques que ahora se escuchan contra el Presidente del Gosplán, camarada Krzhizhanovski, y el Vicepresidente, camarada Piatakov, y que se lanzan contra los dos, de tal manera que, de una parte, escuchamos acusaciones de extremada blandura, de falta de independencia y de carácter, mientras que, de otra parte, escuchamos acusaciones de grosería, de trato cuartelero, de falta de una sólida preparación científica, etc., creo que estos ataques son expresión de los dos aspectos del problema, desorbitándolos hasta el extremo, y que lo que nosotros necesitamos realmente en el Gosplán es una acertada combinación de los dos tipos de carácter, modelo de uno de los cuales puede ser Piatakov y del otro Krzhizhanovski.
Creo que a la cabeza del Gosplán debe haber una persona con preparación científica en el sentido técnico o agronómico, que posea una experiencia larga, de muchas decenas de años, de trabajo práctico, bien en la técnica, bien en la agronomía. Creo que esa persona debe poseer no tanto aptitudes administrativas como amplia experiencia y capacidad para atraerse a la gente.

Lenin
27.XII.22
Taquigrafiado por M. V.
V
Continuación de la carta acerca del carácter
legislativo de las decisiones del Gosplán.
28.XII.22

He advertido que ciertos camaradas nuestros, capaces de influir decisivamente en la orientación de los asuntos públicos, exageran el aspecto administrativo, el cual, naturalmente, es necesario en su lugar y en su tiempo, pero que no hay que confundir con el aspecto científico, con la amplia comprensión de la realidad, con la capacidad de atraerse a la gente, etc.
En toda institución pública, particularmente en el Gosplán, se necesita la unión de estas dos cualidades, y cuando el camarada Krzhizhanovski me dijo que había incorporado al Gosplán a Piatakov y se había puesto de acuerdo con él acerca del trabajo, yo di mi consentimiento, reservándome, por una parte, ciertas dudas, y confiando a veces, por otra parte, que lograríamos en este caso la combinación de ambos tipos de hombre de Estado. ¿Se ha cumplido esta esperanza? Ahora hay que aguardar y ver algún tiempo más lo que resulta en la práctica, pero en principio yo creo que no puede ponerse en duda que esta unión de caracteres y tipos (de personas, de cualidades) es indudablemente necesaria para el buen funcionamiento de las instituciones públicas. Me parece que en este punto la exageración del "celo administrativo" es tan nociva como toda exageración en general. El dirigente de una institución pública debe poseer en el más alto grado la capacidad de atraerse a la gente y unos conocimientos científicos y técnicos lo bastante sólidos como para controlar su trabajo. Esto es lo fundamental. Sin ello el trabajo no puede ir por buen camino. Por otro lado, es muy importante que sepa administrar y que tenga un digno auxiliar o auxiliares en este terreno. Es dudoso que estas dos cualidades puedan encontrarse unidas en una sola persona, y es dudoso que ello sea necesario.

Lenin
Taquigrafiado por L. F.
28.XII.22

VI
Continuación de las notas sobre el Gosplán.
29 de diciembre de 1922

Por lo visto, el Gosplán va convirtiéndose en todos los sentidos en una comisión de expertos. A la cabeza de tal institución no puede por menos de figurar una persona de gran experiencia y de amplios conocimientos científicos en el terreno de la técnica. La capacidad administrativa debe ser en el fondo una cosa secundaria. El Gosplán debe gozar de cierta independencia y autonomía desde el punto de vista del prestigio de esta institución científica, y el motivo de que así sea es uno: la honestidad de su personal y su sincero deseo de hacer que se cumpla nuestro plan de construcción económica y social.
Esta última cualidad, naturalmente, ahora sólo se puede encontrar como excepción, porque la inmensa mayoría de los hombres de ciencia, de los que como es lógico se compone el Gosplán, se hallan inevitablemente contagiados de opiniones y prejuicios burgueses. Controlar su labor en este aspecto debe ser tarea de una cuantas personas, que pueden formar la dirección del Gosplán, que deben ser comunistas y seguir de día en día, en toda la marcha del trabajo, el grado de fidelidad de los hombres de ciencia burgueses y cómo abandonan los prejuicios burgueses, así como su paso gradual al punto de vista del socialismo. Este doble trabajo, de control científico y de gestión puramente administrativa, debería ser el ideal de los dirigentes del Gosplán en nuestra República.

Lenin
Taquigrafiado por M. V.
29 de diciembre del 22
¿Es racional el dividir en tareas sueltas el trabajo que lleva a cabo el Gosplán? o al contrario, ¿no debe tenderse a formar un círculo de especialistas permanentes a quienes controle sistemáticamente la dirección del Gosplán y que puedan resolver todo el conjunto de problemas que son de incumbencia suya? Yo creo que es más racional lo último, y que se debe procurar la disminución del número de tareas sueltas temporales y urgentes.

Lenin
29 de dic. del 22
Taquigrafiado por M. V.
Continuación de las notas.
29 de dic. de 1922

(Para el apartado relativo al aumento del
número de miembros del CC)
Al mismo tiempo que se aumenta el número de los miembros del CC, deberemos, a mi modo de ver, dedicarnos también, y yo diría que principalmente, a la tarea de revisar y mejorar nuestro aparato, que no sirve para nada. Para este objeto debemos valernos de los servicios de especialistas muy calificados, y la tarea de proporcionar estos especialistas debe recaer sobre la IOC (Inspección Obrera y Campesina).
La tarea de combinar a estos especialistas de la revisión con conocimientos suficientes y a estos nuevos miembros del CC, debe ser resuelta en la práctica.
Me parece que la IOC (como resultado de su desarrollo y de nuestras perplejidades acerca de su desarrollo) ha dado en resumen lo que ahora observamos: un estado de transición de un Comisariado del Pueblo especial a una función especial de los miembros del CC; de una institución que lo revisa todo por completo a un conjunto de revisores, escasos en número, pero excelentes, que deben estar bien pagados (esto es particularmente necesario en nuestro tiempo, en que las cosas se pagan, y atendiendo a que los revisores se colocan donde mejor les pagan).
Si el número de miembros del CC es debidamente aumentado y un año tras otro se capacitan en la dirección de los asuntos públicos con la ayuda de estos especialistas altamente calificados y de los miembros de la Inspección Obrera y Campesina, prestigiosos en todos los terrenos, yo creo que daremos acertada solución a este problema que durante tanto tiempo no podíamos resolver.
En resumen: hasta 100 miembros del CC y todo lo más de 400 a 500 auxiliares suyos, miembros de la IOC, que revisen según las indicaciones de los primeros.
Lenin
29 de dic. del 22
Taquigrafiado por M. V.
Continuación de las notas.
30 de diciembre de 1922

Acerca del problema de las Nacionalidades
o sobre la "Autonomización"
Me parece que he incurrido en una grave culpa ante los obreros de Rusia por no haber intervenido con la suficiente energía y dureza en el decantado problema de la autonomización, que oficialmente se denomina, creo, problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas.
Este verano, cuando el problema surgió, yo me encontraba enfermo, y luego, en el otoño, confié  demasiado en mi restablecimiento y en que los plenos de octubre y diciembre me brindarían la oportunidad de intervenir en el problema. Pero no pude asistir ni al Pleno de octubre (dedicado a este problema) ni al de diciembre, por lo que no he llegado a tocarlo casi en absoluto.
He podido sólo conversar con el camarada Dzerzhinski, que ha vuelto del Cáucaso y me ha contado cómo se halla este problema en Georgia. También he podido cambiar un par de palabras con el camarada Zinoviev y expresarle mis temores sobre el particular. Lo que me ha dicho el camarada Dzerzhinski, que presidía la comisión enviada por el Comité Central para "investigar" lo relativo al incidente de Georgia, no ha podido dejarme más que con los temores más grandes. Si las cosas se pusieron de tal modo que Ordzhonikidze pudo llegar al empleo de la violencia física, según me ha manifestado el camarada Dzerzhinski, podemos imaginarnos en qué charca hemos caído. Al parecer, toda esta empresa de la "autonomización" era falsa e intempestiva en absoluto.
Se dice que era necesaria la unidad del aparato. ¿De dónde han partido estas afirmaciones? ¿No será de ese mismo aparato ruso que, como indicaba ya en uno de los anteriores números de mi diario, hemos tomado del zarismo, habiéndonos limitado a ungirlo ligeramente con el óleo soviético?
Es indudable que se debería demorar la aplicación de esta medida hasta que pudiéramos decir que respondemos de nuestro aparato como de algo propio. Pero ahora, en conciencia, debemos decir lo contrario, que nosotros llamamos nuestro a un aparato que en realidad nos es aún ajeno por completo y constituye una mezcla burguesa y zarista que no ha habido posibilidad alguna de superar en cinco años, sin ayuda de otros países y en unos momentos en que predominaban las "ocupaciones" militares y la lucha contra el hambre.
En estas condiciones es muy natural que la "libertad de separarse de la unión", con la que nosotros nos justificamos, sea un papel mojado incapaz de defender a los no rusos de la invasión del ruso genuino, chovinista, en el fondo un hombre miserable y dado a la violencia como es el típico burócrata ruso. No cabe duda que el insignificante porcentaje de obreros soviéticos y sovietizados se hundiría en este mar de inmundicia chovinista rusa como la mosca en la leche.
En defensa de esta medida se dice que han sido segregados los Comisariados del Pueblo que se relacionan directamente con la psicología de las nacionalidades, con la instrucción en las nacionalidades. Pero a este respecto nos surge una pregunta, la de si es posible segregar estos Comisariados por completo, y una segunda pregunta, la de si hemos tomado medidas con la suficiente solicitud para proteger de veras a los no rusos del esbirro genuinamente ruso. Yo creo que no las hemos tomado, aunque pudimos y debimos hacerlo.
Yo creo que en este asunto han ejercido una influencia fatal las prisas y los afanes administrativos de Stalin, así como su saña contra el decantado "social-nacionalismo". De ordinario, la saña siempre ejerce en política el peor papel.
Temo igualmente que el camarada Dzerzhinski, que ha ido al Cáucaso a investigar el asunto de los "delitos" de esos "social- nacionales", se haya distinguido en este caso también sólo por sus tendencias puramente rusas (se sabe que los no rusos rusificados siempre exageran en cuanto a sus tendencias puramente rusas), y que la imparcialidad de toda su comisión la caracterice suficientemente el "guantazo" de Ordzhonikidze.  Creo que ninguna provocación, incluso ninguna ofensa puede justificar este guantazo ruso, y que el camarada Dzerzhinski es irremediablemente culpable de haber reaccionado ante ello con ligereza.
Ordzhonikidze era una autoridad para todos los demás ciudadanos del Cáucaso. Ordzhonikidze no tenía derecho a dejarse llevar por la irritación a la que él y Dzerzhinski se remiten. Al contrario, Ordzhonikidze estaba obligado a comportarse con un comedimiento que no se puede pedir a ningún ciudadano ordinario, tanto más si éste es acusado de un delito "político". Y la realidad es que los social-nacionales eran ciudadanos acusados de un delito político, y todo el ambiente en que se produjo esta acusación sólo así podía calificarlo.
A este respecto se plantea ya un importante problema de principio: cómo comprender el internacionalismo.
Lenin
30.XII.22
Taquigrafiado por M. V.
Continuación de las notas.
31 de diciembre de 1922

Acerca del problema de las Nacionalidades
o sobre la "Autonomización"


(Continuación)
En mis obras acerca del problema nacional he escrito ya que el planteamiento abstracto del problema del nacionalismo en general no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida, entre el nacionalismo de la nación grande y el nacionalismo de la nación pequeña.
Con relación al segundo nacionalismo, nosotros, los integrantes de una nación grande, casi siempre somos culpables en el terreno práctico histórico de infinitos actos de violencia; e incluso más todavía: sin darnos cuenta, cometemos infinito número de actos de violencia y ofensas. No tengo más que evocar mis recuerdos de cómo en las regiones del Volga tratan despectivamente a los no rusos, de cómo la única manera de llamar a los polacos es "poliáchishka", de que para burlarse de los tártaros siempre los llaman "príncipes", al ucraniano lo llaman "jojol", y al georgiano y a los demás naturales del Cáucaso los llaman "hombres del Cápcaso".
Por eso, el internacionalismo por parte de la nación opresora, o de la llamada nación "grande" (aunque sólo sea grande por sus violencias, sólo sea grande como lo es un esbirro) no debe reducirse a observar la igualdad formal de las naciones, sino también a observar una desigualdad que de parte de la nación opresora, de la nación grande, compense la desigualdad que prácticamente se produce en la vida. Quien no haya comprendido esto, no ha comprendido la posición verdaderamente proletaria frente al problema nacional; en el fondo sigue manteniendo el punto de vista pequeñoburgués, y por ello no puede por menos de deslizarse a cada instante al punto de vista burgués.
¿Qué es importante para el proletario? Para el proletario es no sólo importante, sino una necesidad esencial, gozar, en la lucha proletaria de clase, del máximo de confianza por parte de los componentes de otras nacionalidades. ¿Qué hace falta para eso? Para eso hace falta algo más que la igualdad formal. Para eso hace falta compensar de una manera o de otra, con su trato o con sus concesiones a las otras nacionalidades, la desconfianza, el recelo, las ofensas que en el pasado histórico les produjo el gobierno de la nación dominante.
Creo que no hacen falta más explicaciones ni entrar en más detalles tratándose de bolcheviques, de comunistas. Y creo que en este caso, con relación a la nación georgiana, tenemos un ejemplo típico de cómo la actitud verdaderamente proletaria exige de nuestra parte extremada cautela, delicadeza y transigencia. El georgiano que desdeña este aspecto del problema, que lanza desdeñosamente acusaciones de "social-nacionalismo" (cuando él mismo es no sólo un "social-nacional" auténtico y verdadero, sino un basto esbirro ruso), ese georgiano lastima, en esencia, los intereses de la solidaridad proletaria de clase, porque nada retarda tanto el desarrollo y la consolidación de esta solidaridad como la injusticia en el terreno nacional, y para nada son tan sensibles los "ofendidos" componentes de una nacionalidad como para el sentimiento de la igualdad y el menoscabo de esa igualdad por sus camaradas proletarios, aunque lo hagan por negligencia, aunque la cosa parezca una broma. Por eso, en este caso, es preferible exagerar en cuanto a las concesiones y a la suavidad para con las minorías nacionales, que pecar por defecto. Por eso, en este caso, el interés vital de la solidaridad proletaria, y por consiguiente de la lucha proletaria de clase, requiere que jamás miremos formalmente el problema nacional, sino que siempre tomemos en consideración la diferencia obligatoria en la actitud del proletario de la nación oprimida (o pequeña) hacia la nación opresora (o grande).
Lenin
Taquigrafiado por M. V.
31.XII.22
Continuación de las notas.
31 de diciembre de 1922

¿Qué medidas prácticas se deben tomar en esta situación?
Primera, hay que mantener y fortalecer la unión de las repúblicas socialistas; sobre esto no puede haber duda. Lo necesitamos nosotros lo mismo que lo necesita el proletariado comunista mundial para luchar contra la burguesía mundial y para defenderse de sus intrigas.
Segunda, hay que mantener la unión de las repúblicas socialistas en cuanto al aparato diplomático, que, dicho sea de paso, es una excepción en el conjunto de nuestro aparato estatal. No hemos dejado entrar en él ni a una sola persona de cierta influencia procedente del viejo aparato zarista. Todo él, considerando los cargos de alguna importancia, se compone de comunistas. Por eso, este aparato se ha ganado ya (podemos decirlo rotundamente) el título de aparato comunista probado, limpio, en grado incomparablemente mayor, de los elementos del viejo aparato zarista, burgués y pequeñoburgués, a que nos vemos obligados a recurrir en los otros Comisariados del Pueblo.
Tercera, hay que castigar ejemplarmente al camarada Ordzhonikidze (digo esto con gran sentimiento, porque somos amigos y trabajé con él en el extranjero, en la emigración), y también terminar de revisar o revisar nuevamente todos los materiales de la comisión de Dzerzhinski, con objeto de corregir el cúmulo de errores y de juicios parciales que indudablemente hay allí. La responsabilidad política de toda esta campaña de verdadero nacionalismo ruso debe hacerse recaer, claro, sobre Stalin y Dzerzhinski.
Cuarta, hay que implantar las normas más severas acerca del empleo del idioma nacional en las repúblicas de otras nacionalidades que forman parte de nuestra Unión, y comprobar su cumplimiento con particular celo. No hay duda que, con el pretexto de unidad del servicio ferroviario, con el pretexto de la unidad fiscal, etc., tal como ahora es nuestro aparato, se deslizará un sinnúmero de abusos de carácter ruso puro. Para combatir esos abusos se necesita un especial espíritu de inventiva, sin hablar ya de la particular sinceridad de quienes se encarguen de hacerlo. Hará falta un código detallado, que sólo tendrá alguna perfección en caso de que lo redacten personas de la nacionalidad en cuestión y que vivan en su república. A este respecto, de ninguna manera debemos afirmarnos de antemano en la idea de que, como resultado de todo este trabajo, no haya que volver atrás en el siguiente Congreso de los Soviets, es decir, de que no haya que mantener la unión de las repúblicas socialistas soviéticas sólo en sentido militar y diplomático, y en todos los demás aspectos restablecer la autonomía completa de los distintos Comisariados del Pueblo.
Debe tenerse presente que el fraccionamiento de los Comisariados del Pueblo y la falta de concordancia de su labor con respecto a Moscú y los otros centros, pueden ser paralizados suficientemente por la autoridad del Partido, si ésta se emplea con la necesaria discreción e imparcialidad; el daño que pueda sufrir nuestro Estado por la falta de aparatos nacionales unificados con el aparato ruso es incalculablemente, infinitamente menor que el daño que representaría no sólo para nosotros, sino para todo el movimiento internacional, para los cientos de millones de seres de Asia, que debe avanzar al primer plano de la historia en un próximo futuro, después de nosotros. Sería un oportunismo imperdonable si en vísperas de esta acción del Oriente, y al principio de su despertar, quebrantásemos nuestro prestigio en él aunque sólo fuese con la más pequeña aspereza e injusticia con respecto a nuestras propias nacionalidades no rusas. Una cosa es la necesidad de agruparse contra los imperialistas de Occidente, que defienden el mundo capitalista. En este caso no puede haber dudas, y huelga decir que apruebo incondicionalmente estas medidas. Otra cosa es cuando nosotros mismos caemos, aunque sea en pequeñeces, en actitudes imperialistas hacia nacionalidades oprimidas, quebrantando con ello por completo toda nuestra sinceridad de principios, toda la defensa que, con arreglo a los principios, hacemos de la lucha contra el imperialismo. Y el mañana de la historia universal será el día en que se despierten definitivamente los pueblos oprimidos por el imperialismo, que ya han abierto los ojos, y en que empiece la larga y dura batalla final por su emancipación.
Lenin
31.XII.22
Taquigrafiado por M. V
El Testamento de Lenin
Análisis y crítica por León Trotsky
Contenido
  • Prólogo del editor a la primera edición en castellano
  • El testamento -Carta de Lenin al Comité Central del PCUS-
  • El testamento de Lenin -Comentado por León Trotsky-
  • "Seis palabras"
  • Las mutuas relaciones entre Stalin y Trotsky
  • La actitud de Lenin para con Stalin
  • Sverdlov y Stalin como tipos de organizadores
  • Los desacuerdos entre Lenin y Stalin
  • Medio año de aguda lucha
  • Bolchevismo y stalinismo
  • Reacción contra el marxismo y el comunismo
  • "Vuelta al marxismo"
  • ¿Es el bolchevismo responsable del stalinismo?
  • El pronóstico fundamental del bolchevismo
  • Stalinismo y "socialismo de Estado"
  • Problemas teóricos
  • Problemas morales

Las tradiciones del bolchevismo y la IV Internacional
Prólogo del editor a la primera edición en castellano
(Ediciones Progreso, Buenos Aires, 1940)


El reciente fallecimiento de Trotsky en la dramática forma de todos conocida, otorga verdadera trascendencia a uno de sus más discutidos, pero meditados trabajos críticos: EL TESTAMENTO DE LENIN, que integra básicamente este volumen.
La proyección política e intelectual del recio batallador ruso, nos ha inducido a delinear -haciendo abstracción de partidismo o definición ideológica alguna- la vigorosa personalidad del líder. Esta somera síntesis encara, pues, objetivamente, su obra y su participación social; lo que haya significado para el movimiento proletario contemporáneo y en el proceso de la lucha de clases, son temas que involucran una finalidad que marginamos. Es su relieve excepcional, su influencia lo que, de este modo, hemos de destacar.
1
Su nombre era León Davidovich Bronstein. Su hogar, judío, de una clase media campesina. Nacido en 1879, su adolescencia transcurrió entre el ambiente social del liberalismo entonces imperante en Rusia. Bien pronto había de definir el inquieto adolescente su vocación y su profesión: la del luchador revolucionario.
Apasionado y grande lector, estudioso constante y de una notable reserva mental, va delineando su posición en el intrincado panorama de la realidad social. Se hace rápida y precozmente marxista. Llega a cumplir estudios, pero no ingresa a la universidad. En este breve trámite de aprendizaje oficial se detiene. El mismo concreta su experiencia de entonces: "Mis universidades -dice- fueron como las de tantos otros en aquella época: la cárcel, el destierro y la emigración".
Sus primeras experiencias son terribles. A los 20 años lo envían a Siberia, acusado de revolucionario peligroso. Sus andanzas y su actividad posteriores son extraordinarias. Su primer contacto con Lenin tiene lugar en Londres. Ingresa en el Partido Socialdemócrata Ruso, cuyos otros dos dirigentes, a parte de Lenin, son Plejanov y Martov. De allí ha de iniciarse su trayectoria que comprende tantos hechos notables y capitales: el entendimiento y la desavenencia con Lenin; el domingo rojo del cura Gapón, su adhesión al partido bolchevique; presidente del soviet; luchador y vencedor de las jornadas de Octubre; negociador de Brest-Litovsk; organizador del ejército rojo. En pugna con Lenin a veces, una pugna con frecuencia teórica, puesto que solían coincidir en la acción, Trotsky es el consolidador de la obra de éste. Ortodoxo del marxismo se enfrenta con Stalin. En 1929 es expatriado definitivamente… Pero esta somera cronología incluye una realización histórica que se define con la enunciación de cuatro letras, que aundan en su esquema una enorme realidad geográfica y social: U.R.S.S.
2
La obra de Trotsky excede el enjuiciamiento actual. A despecho de partidismos o pugnas de carácter ideológico o político, su proyección no encuadra en límites de hoy, por otra parte, inevitable y forzosamente preestablecidos. Pero importa dejar constancia de su influjo en la marcha del mundo de nuestra época. Raro ejemplo de luchador y de hombre de pensamiento, Trotsky actuó en todos los medios: pudo intervenir en congresos secretos, fraguar complots antizaristas, activar en todas partes.
A partir de 1917 crea con Lenin la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero antes, alrededor de 1905, es colaborador del periódico "Iskra". En 1907 asiste a la conferencia internacional socialista de Stuttgart y en 1910 a la de Copenhaghe. Fue uno de los organizadores del levantamiento bolchevique del 16 y 17 de julio, y a principios de agosto es detenido, acusado de "organizar y tomar parte activa en la rebelión armada". Por orden del presidente Kerensky es puesto en libertad; y el 8 de octubre se le elige presidente del Soviet en San Petersburgo. Hecha la revolución se encarga de la cartera de Negocios Extranjeros y posteriormente de la de Guerra, en el Consejo de Comisarios del Pueblo.
Hemos delineado a grandes rasgos, la actuación y la odisea de León Trotsky hasta la toma del poder por los bolcheviques, pero importa destacar que existen grandes alternativas en ese derrotero que conduce a una finalidad. Hemos dicho alternativas; pero debemos agregar que no desfallecimientos. Así, hallándose Trotsky en Nueva York, durante 1917 y caída la tiranía de los Romanoff, se traslada a Rusia, lo mismo que Lenin -y por cierto después que él, puesto que tarda varios meses en atravesar Europa- con el propósito de derribar el régimen recién instaurado por la conmoción de febrero de ese año. Es hecho prisionero por los ingleses en ese viaje, pero llega a Rusia para encabezar con Lenin el levantamiento de los bolcheviques que, en los diez días del "Octubre rojo" habría de derrocar al gobierno de Kerensky aquel mismo año.
A partir de entonces comienza su intensa y conocida actuación como organizador del Ejército del Soviet, al que dota de eficiencia, de espíritu combativo y de potencialidad.
3
Es conocida ya su posición frente a Stalin; de qué modo, en el apogeo de su obra, cae enfermo. Muy poco después, la muerte de Lenin, a quien sucede casi automáticamente Stalin en la secretaría general del partido. Sus divergencias frente a la dirección política, su destierro…
Pero esbozada tan objetiva y someramente su trayectoria ideológica, su irreductible interpretación y posición marxista, resta un aspecto de su personalidad que destacar: el de su labor de escritor, desde luego que en modo alguno divorciada de su actuación, sino ligada y determinada en su prédica.
Esta labor la realiza Trotsky en el exilio, en sus deportaciones, a través del éxodo por países diversos, regidos por gobiernos de clima reaccionario, bajo dictaduras de aspecto no precisamente proletario, pero sin duda -en reversión- tan inclemente…
4
Centenares de artículos y folletos ha desparramado Trotsky por el mundo; y varios libros, densos de crítica -agresivos, expositivos, hasta justificativos- que le han granjeado un lugar en la historia social-política.
Rige sus obrar la misma intensidad que su actuación. "Mi vida", "La revolución permanente", "El gran organizador de derrotas", "La historia de la revolución rusa", son capitales. Excepción hecha del actor que inevitablemente opina en ella, y juzgados desde una alejada posición objetiva, debe aceptarse que el escritor es notable. En este sentido, "Mi vida", su autobiografía, expone con claridad aspectos de su intensa actividad: recuerdos de infancia, aspectos personales, semblanzas que son definiciones, el épico relato de una fuga de Siberia… Su gran pasatiempo: el libro, las ideas; su gran aspiración: ser escritor. Él mismo nos lo dice: "La naturaleza y los hombres no ocuparon nunca en mi espíritu un espacio tan grande como los libros y las ideas". "Para mí, los mejores y más caros productos de una civilización han sido siempre y lo siguen siendo, un libro bien escrito, en cuyas páginas haya algún pensamiento nuevo, y una pluma bien tajada con cual poder comunicar a los demás los míos propios".
Con esta pequeña transcripción que define uno de los aspectos de su múltiple personalidad, que en nada han marginado su evidente influjo y trayectoria social, Trotsky deja impreso lo que ha constituido su más perdurable aporte: el de escritor social
El Editor
El testamento de Lenin
Carta de Lenin al Comité Central del PCUS
25 de diciembre de 1922
Al recomendar la estabilidad del Comité Central, quiero decir que se adopten medidas para impedir una escisión, hasta el punto en que estas medidas puedan adoptarse. Pues el Guardia Blanco de Russkaya Mysl tenía razón cuando en su juego contra la Rusia Soviética contaba en primer término con la esperanza de una escisión en nuestro partido y esperaba que esta escisión, en segundo lugar, se produjera por graves discrepancias internas.
Nuestro partido se apoya en dos clases, lo cual hace posible su inestabilidad, y si no existe armonía entre ambas clases su derrumbamiento es inevitable. En tal caso sería inútil adoptar ninguna medida ni discutir, en general, la estabilidad de nuestro Comité Central. En tal caso, ninguna medida serviría para impedir una escisión. Pero confío en que este acontecimiento es demasiado improbable y demasiado remoto para ponerse a hablar de ello.
Considero la estabilidad como una garantía contra la escisión en un futuro próximo, y voy a hacer aquí una serie de consideraciones de carácter puramente personal.
Creo que el factor fundamental en la cuestión de la estabilidad -desde este punto de vista- lo constituyen losa miembros del Comité Central Stalin y Trotsky. Las relaciones existentes entre ambos constituyen, a mi juicio, más de la mitad del peligro de esa escisión, que puede evitarse, y cuya evitación podría conseguirse, a mi parecer, elevando a cincuenta o cien el número de miembros del Comité Central.
Al pasar a ser Secretario General, el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder enorme, y no estoy seguro de que sepa usarlo siempre con suficiente cautela. Por otra parte, el camarada Trotsky, como lo ha demostrado su lucha contra el Comité Central, a propósito de la cuestión del Comisariado de Vías de Comunicación, se distingue, no sólo por sus excepcionales facultades personales (es, a buen seguro, el hombre más capacitado del actual Comité Central), sino también por su excesiva confianza en sí mismo y su propensión a dejarse atraer demasiado por el aspecto puramente administrativo de las cuestiones.
Estas distintas cualidades de los jefes más capacitados del actual Comité Central podrían conducir impensadamente a una escisión. Si nuestro Partido no adopta medidas para evitarlo, esta escisión puede producirse de modo inesperado.
No caracterizaré a los demás miembros del Comité Central por lo que respecta a sus cualidades personales. Unicamente he de recordar que el episodio de octubre de Zinoviev y Kamenev no fue en modo alguno casual; pero, al igual que el no bolchevismo de Trotsky, no debe utilizarse como un arma personal.
Respecto a los miembros más jóvenes del Comité Central, diré unas palabras sobre Bujarin y Piatakov. Ambos son, a mi juicio, las fuerzas más capacitadas entre los jóvenes, y por lo que a ellos respecta, es necesario tener en cuenta lo siguiente: Bujarin es, no sólo el teórico más valioso y más grande del partido, sino que puede considerarse también legítimamente como el favorito de toda la organización; pero sus opiniones teóricas no pueden considerarse sino con grandísimas reservas como plenamente marxistas, pues tiene algo de escolástico (nunca se ha asimilado la dialéctica ni creo que la haya comprendido nunca del todo).
Piatokov es un hombre que se distingue indudablemente por su voluntad y su competencia; pero se entrega demasiado a la administración y al lado administrativo de las cosas para poder fiarse de él en una cuestión política seria.
Claro está que estas observaciones sólo tienen validez en el momento actual o en el caso de que estos dos componentes y leales obreros no encuentren ocasión de perfeccionar sus conocimientos y rectificar su espíritu unilateral.

Posdata: Stalin es demasiado rudo, y este defecto, completamente tolerable en las relaciones entre comunistas, resulta intolerable en el puesto de Secretario General. Por lo tanto, propongo a los camaradas que vean el modo de retirar a Stalin de ese puesto y nombren a otro hombre que le supere en todos los aspectos, es decir, que sea más paciente, más afable y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Estos detalles pueden parecer una bagatela insignificante; pero creo que si se piensa en evitar una escisión y se tienen en cuenta las relaciones existentes entre Stalin y Trotsky, que ha examinado anteriormente, ya no son una bagatela o son al menos una bagatela que puede llegar a adquirir una importancia decisiva.
LENIN
 
El testamento de Lenin
Comentado por León Trotsky
La época de posguerra trajo consigo una gran difusión de la biografía psicológica. A menudo los maestros de este arte arrancan de cuajo las raíces que unen a su personaje al ambiente social. La fuerza motriz fundamental de la historia es atribuida a una abstracción: la personalidad. La conducta del "animal político" -como brillantemente definió Aristóteles al hombre- es desintegrada en pasiones e instintos personales.
La afirmación de que la personalidad es algo abstracto puede parecer absurda. ¿Lo realmente abstracto no son las fuerzas super-personales de la historia? ¿Y puede haber más concreto que un hombre viviente? No obstante, insistimos en nuestra afirmación. Si se despoja a una personalidad, aun a la más ricamente dotada, del contenido que en ella introduce el medio, la nación, la época, el grupo, la familia, quedará un autómata vacío, un "robot" psico-físico, un objeto digno de la ciencia natural, pero no de la ciencia social o "humana".
Las causas de este abandono de la historia y de la sociedad deben buscarse, como siempre, en la historia y en la sociedad. Dos décadas de guerras, revoluciones y crisis han dado una mala sacudida a esta soberana personalidad humana. Para pesar en la escala de la historia contemporánea una cosa debe ser mensurada en millones. Por eso esta ofendida personalidad busca el modo de vengarse. Incapaz de contender en la turbulencia de la sociedad, vuelve a ésta sus espaldas. Incapaz de explicarse a sí misma mediante el proceso histórico, intenta explicarse la historia partiendo de la personalidad. De este modo los filósofos hindúes constituyeron los sistemas universales contemplándose el ombligo.

La escuela de la psicología pura
La influencia de Freud sobre la nueva escuela biográfica es innegable, pero superficial. En esencia, estos psicólogos de salón tienen una tendencia hacia la irresponsabilidad literaria. Más que el método, emplean la terminología de Freud y no tanto para el análisis cuanto como ornamento literario.
El representante más popular de este género, Emil Ludwig, ha dado en una de sus más recientes obras un nuevo paso en el camino elegido: ha reemplazado el estudio de la vida y la actividad del héroe por el diálogo. Tras las respuestas del hombre de Estado a las preguntas que se le formularan, tras de su entonación y sus gestos, el escritor descubre los motivos reales de aquél. La conversación conviértese casi en una confesión. En su técnica, el acercamiento de Ludwig al héroe sugiere la interpretación de Freud respecto a su paciente: es cuestión de sacar a la luz la personalidad con la propia colaboración de ésta.
¡Pero con toda esta semejanza externa, cuán diferente es en su esencia! La eficacia de la tarea de Freud se logra al precio de una heroica ruptura con toda clase de convenciones. El gran psicoanalista es despiadado. En el trabajo es como un médico, casi como un carnicero arremangado. Podrá decirse lo que se quiera, pero en su técnica no hay el menor rasgo de diplomacia. Lo que menos le preocupa es el prestigio de su paciente, consideraciones de buena forma o cualquier otra clase de notas o galas fingidas. Por esta razón sólo puede realizar su diálogo frente a frente, sin secretario ni estenógrafa, tras de paredes acechadas.
Ludwig no obra del mismo modo. Inicia una conversación con Mussolini o Stalin, con el propósito de ofrecer al mundo un auténtico retrato de sus almas. Y aún así toda la conversación se desarrolla con arreglo a un plan previamente trazado. Cada palabra es tomada por una estenógrafa. El eminente paciente sabe muy bien lo que puede ser útil o perjudicial en este proceso. El escritor es suficientemente experimentado para distinguir las argucias retóricas y lo bastante cortés para no adevertírselo al entrevistado. El diálogo que se desarrolla en semejantes condiciones, si en verdad no se asemeja a una confesión, parece una película parlante.
Emil Ludwig tiene razón al declarar: "No comprendo nada de política". Con esto pretende significar: " Yo estoy sobre la política". En realidad, es una mera fórmula de neutralidad personal o, para decirlo con Freud, es esa íntima censura, que hace más fácil al psicólogo su función política. De idéntica manera los diplomáticos no intervienen en la vida interna del país ante cuyo gobierno están acreditados, lo cual no les impide, en ciertas ocasiones, apoyar conspiraciones y financiar actos de terrorismo.
La misma persona, en diferentes condiciones, desarrolla distintos aspectos de su política. Cuántos Aristóteles son un hato de cerdos y cuántos criadores de cerdos lucen una corona en sus cabezas. Pero Ludwig puede resolver fácilmente inclusive la contradicción entre boclchevismo y facismo en una simple cuestión de psicología individual. Ni aun el más penetrante psicólogo podría adoptar impunemente tan tendenciosa "neutralidad". Dejando de lado las condiciones sociales de la conciencia humana, Ludwig se interna en el reino del mero capricho subjetivo. El "alma" no tiene tres dimensiones y por eso es incapaz de la resistencia propia de todos los otros materiales. El escritor pierde su afición por el estudio de hechos y documentos. ¿Para que usar estas evidencias incoloras cuando pueden ser reemplazadas por ingeniosas conjeturas?
En su libro sobre Mussolini, Ludwig permanece "ajeno a la política". Pero esto no impide que, por lo menos, su obra se convierta en un arma política. ¿Un arma política de quién? En un caso, de Mussolini, en el otro de Stalin y su grupo. La naturaleza tiene horror al vacío. Si Ludwig no se ocupa de política, ello no quiere decir que la política no se ocupe de Ludwig.
Al publicarse mi autobiografía, hace unos años, el historiador oficial soviético Poskrovsky, ahora fallecido, escribió: "Debemos responder inmediatamente a este libro, encomendando a nuestros jóvenes investigadores la tarea de refutar cuanto pueda refutarse, etc". Es sorprendente que nadie, absolutamente nadie respondiera. Nada fue analizado, nada fue refutado. No había nada que refutar y nadie podía ser capaz de escribir un libro que los lectores censuraran.
Como el ataque de frente era imposible, hízose necesario apelar a un movimiento lateral. Por supuesto, Ludwig no es un historiador de la escuela de Stalin. ¡Pero un escritor ajeno a toda política puede ser el medio más conveniente para poner en circulación ideas que no pueden encontrar apoyo sino amparadas por un nombre popular!
"Seis palabras"
Citando el testimonio de Karl Radek, Emil Ludwig relata, según aquél, el siguiente episodio: "Después de la muerte de Lenin nos hallábamos reunidos nueve miembros del Comité Central, aguardando tensamente enterarnos de lo que desde la tumba decía nuestro perdido líder. La viuda de Lenin nos entregó una carta. Stalin la leyó. Nadie se movió durante la lectura. Al hacer referencia a Trotsky surgieron estas palabras: "Su pasado no bolchevique no es accidental". A esa altura Trotsky interrumpió la lectura y preguntó: "¿Qué dice allí?" La frase fue repetida. Estas fueron las únicas palabras pronunciadas en este solemne momento".
Y entonces, en su condición de analista y no de narrador, Ludwig hace por su propia cuenta el siguiente comentario: "Un terrible momento en el que el corazón de Trotsky debe haber dejado de latir; esta frase de seis palabras determinó esencialmente el curso de su vida". ¡Cuán simple parece hallar una clave para todas las encrucijadas de la historia! Estas suntuosas líneas sin duda me habrían revelado el secreto de mi destino si... esta historia de Radek-Ludwig no fuera falsa desde el comienzo hasta el fin, falsa en las pequeñas y grandes cosas, en lo importante y en lo intrascendental.
Por empezar, el testamento no fue escrito por Lenin dos años antes de su muerte, como afirma el autor, sino con un año de anticipación. Fue fechado el 4 de enero de 1923; Lenin falleció el 21 de enero de 1924. Su vida política habíase roto completamente en marzo de 1923. Ludwig habla como si el testamento nunca hubiera sido publicado completamente. Sin embargo, ha sido impreso innumerables veces, en todos los idiomas, en la prensa mundial. La primera lectura oficial del testamento tuvo lugar en el Kremlin no en una sesión del comité central, como Ludwig escribe, sino en una reunión de notables del decimotercer Congreso del partido, el 22 de mayo de 1924. No fue Stalin quien leyó el testamento, sino Kamenev, en su entonces permanente posición de presidente de las instituciones centrales del partido. Y finalmente -lo cual es muy importante- yo no interrumpí la lectura con una exclamación sentimental, debido a la ausencia de motivo alguno para un acto semejante. Las palabras que Ludwig ha escrito al dictado de Radek no se hallan en el texto del testamento. Son una pura invención. Por difícil que resulte creerlo, estos son los hechos.
Si Ludwig no fuera tan negligente en cuanto a los fundamentos reales de sus pinturas psicológicas, podría sin dificultad haber obtenido un ejemplar del texto exacto del testamento, estableciendo los hechos y fechas necesarias, evitando de este modo los lamentables errores de que desgraciadamente está lleno hasta los bordes su trabajo acerca del Kremlin y los bolcheviques.
El llamado testamento fue escrito en dos periodos, separados por un intervalo de diez días: el 25 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923. Al principio sólo dos personas tuvieron conocimiento del mismo: la estenógrafa, M. Volodicheva, que lo escribió al dictado, y la esposa de Lenin, N. Krupskaia. En tanto hubo una mínima esperanza en cuanto al mejoramiento de la salud de Lenin, Krupskaia mantuvo el documento bajo llave. Después de la muerte de Lenin, no mucho antes del decimotercer Congreso, aquélla entregó el testamento al Secretariado del Comité Central para que, por intermedio del Congreso, fuera dado a conocer al partido, al cual estaba destinado.
Ya entonces el aparato del partido hallábase semi-oficialmente en manos del trío Zinoviev- Kamenev-Stalin, de hecho, en manos de Stalin. La "troika" se manifestó decididamente contra la lectura del testamento durante el congreso, por motivos no muy difíciles de comprender. La Krupskaia insistió en su propósito. La discusión se realizaba entre bastidores. La cuestión fue diferida para una reunión de "notables" del Congreso, esto es, los dirigentes de las delegaciones provinciales. Entonces fue que los miembros opositores del Comité Central por primera vez se informaron del testamento, yo entre ellos. Después de haber adoptado la resolución de que nadie tomara notas, Kamenev comenzó a leer el texto en voz alta. El estado de ánimo de los oyentes era en verdad de suma tensión. Pero en la medida en que puedo reestablecer la escena de memoria, digo que quienes ya conocían el documento eran incomparablemente los más ansiosos. La "troika" introdujo, mediante uno de sus secuaces, una resolución previamente acordada con los dirigentes provinciales: el documento sería leído separadamente a cada delegación en la sesión ejecutiva; en la sesión plenaria no debía hacerse referencia al mismo. Con la suave insistencia característica en ella, la Krupskaia arguyó que ello era una violación directa a la voluntad de Lenin, a quien nadie negaría el derecho de exponer sus últimas preocupaciones al partido. Pero los miembros del "consejo de notables", obligados por la disciplina fraccional, permanecieron obstinados; la resolución de la "troika" fue adoptada por una abrumadora mayoría.
Para comprender la significación de estas míticas y místicas "seis palabras" que se supone han decidido mi destino, es preciso recordar ciertos antecedentes y circunstancias concomitantes.
Ya en el período de agudas disputas acerca de la Revolución de octubre, ciertos "viejos bolcheviques" del ala derecha, más de una vez hicieron notar con disgusto que Trotsky, después de todo, no había sido antes bolchevique. Lenin se levantó siempre contra estas voces. Trotsky comprendió hace mucho que la unión con los mencheviques era imposible -dijo, por ejemplo, el 14 de noviembre de 1917- "y desde entonces no ha habido mejor bolchevique que él". En labios de Lenin estas palabras tienen algún significado.
Dos años más tarde, explicando en una carta a los comunistas extranjeros las condiciones bajo las cuales habíase desarrollado el bolchevismo, los desacuerdos y escisiones, Lenin destaca que "en el momento decisivo de la conquista del poder y la creación de la República Soviética el bolchevismo supo atraerse a los mejores elementos entre los que figuraban en las tendencias socialistas más afines a él". No había ninguna corriente más afín al bolchevismo ni en Rusia ni en Occidente que la que yo representaba hasta 1917. Mi unión con Lenin había sido predeterminada por la lógica de las ideas y de los acontecimientos. En el momento decisivo, el bolchevismo reunió en sus filas "a los mejores elementos de las tendencias más afines a él". Tal fue la apreciación del problema hecha por Lenin. No tengo ninguna razón para disentir con él.
En el transcurso de los dos meses de discusión sobre la cuestión de los sindicatos (invierno de 1920-21) intentaron ponerse nuevamente en circulación alusiones al pasado no bolchevique de Trotsky. En respuesta, los dirigentes del campo opuesto que menos pudieron reprimirse, recordaron a Zinoviev su conducta durante la insurrección de Octubre. En su lecho de muerte, pensando en todos los aspectos de las relaciones que sin él cristalizarían en el partido, Lenin no podía dejar de sospechar que Stalin y Ziniviev procurarían utilizar mi pasado no bolchevique para movilizar a los viejos bolcheviques en mi contra. El testamento, incidentalmente, también trata de prever ese peligro. He aquí lo que dice inmediatamente después de su apreciación sobre Stalin y Trotsky: "No caracterizaré a los demás miembros del Comité Central por lo que respecta a sus cualidades personales. Unicamente recordaré que el episodio de Octubre con Zinoviev y Kamenev no fue, en modo alguno, accidental; pero al igual que el no bolchevismo de Trotsky, no debe utilizarse como un arma personal". Esta advertencia de que el episodio de Octubre "no fue accidental" persigue un propósito perfectamente definido: advertir al partido que en circunstancias críticas Zinoviev y Kamenev podían demostrar de nuevo carencia de firmeza. Esta advertencia no se relaciona, sin embargo, con la observación acerca de Trotsky. En cuanto a mí, sencillamente recomienda no usar mi pasado no bolchevique como un argumento "ad hominen". Por ello es que yo no tenía motivos para formular la pregunta que Radek me atribuye. La hipótesis de Ludwig según la cual mi corazón "detuvo sus latidos" también se desploma por falta de base. Lo que menos se proponía el testamento era dificultar mi trabajo dirigente en el partido. Como veremos en seguida, perseguía un propósito exactamente opuesto.
Las mutuas relaciones entre Stalin y Trotsky
El tema central del testamento, que ocupa dos páginas escritas a máquina, está dedicado a la caracterización de las relaciones mutuas entre Stalin y Trotsky, "los dos dirigentes más destacados del presente Comité Central". Habiendo subrayado las "excepcionales facultades" de Trotsky, Lenin señala inmediatamente sus rasgos adversos: "excesiva confianza en sí mismo" y "propenso a dejarse atraer demasiado por el aspecto puramente administrativo de las cosas".
Por serias que en sí mismas puedan ser las faltas señaladas -subrayo al pasar- no implican relación alguna con la "subestimación de los campesinos" o "la carencia de fe en las fuerzas internas de la revolución", u otra cualquiera de las invenciones de los epígonos en los últimos años.
Por otra parte, Lenin escribe: "Al convertirse en secretario general el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder enorme y no estoy seguro de que sepa emplearlo siempre con suficiente cautela".
No se trata aquí de la influencia política de Stalin, que en ese periodo era insignificante, sino del poder administrativo que éste había concentrado en sus manos "al convertirse en secretario general". Es esta una fórmula muy exacta y cuidadosamente medida: volveremos a referirnos a ella.
El testamento insiste sobre un aumento a cincuenta del número de miembros del Comité Central, o todavía a cien, para que esta firme presión pudiera restringir las tendencias centrífugas en el Buró Político. Esta proposición organizativa aún tiene la apariencia de una garantía neutral contra los conflictos personales. Pero apenas diez días más tarde pareciole a Lenin inadecuado y agregó una propuesta suplementaria que dio también a todo el documento su definitiva fisonomía: "...propongo a los camaradas que vean el medio de separar a Stalin de ese cargo y nombren a otro hombre que lo supere en todos los sentidos, es decir, que sea más paciente, más leal, más afable y más atento con los compañeros, menos caprichoso, etc."
Durante los días en que el testamento fue dictado, Lenin aún trataba de dar a su apreciación crítica de Stalin una expresión tan mesurada como fuera posible. En las semanas siguientes su tono hízose más y más agudo, hasta la última hora en que su voz cesó para siempre. Pero aún así en el testamento dice lo bastante como para motivar la exigencia de un reemplazo del secretario general: además de rudeza y terquedad, Stalin es acusado de carencia de lealtad. A esta altura la caracterización conviértese en una grave acusación.
Como se verá más tarde, el testamento no fue una sorpresa para Stalin. Pero esto no amortiguó el golpe. En su primer conocimiento del documento, en el Secretariado, ante el círculo de sus más estrechos asociados, Stalin dejó caer una frase que dio una expresión totalmente irreprimida a sus reales sentimientos respecto del autor del testamento. Las condiciones en que esa frase se difundió a los círculos más amplios y, sobre todo, la inimitable calidad de la reacción misma, son a mis ojos una absoluta garantía de la autenticidad del episodio. Desgraciadamente, esta alada frase no puede ser registreada en letras de molde.
La concluyente sentencia del testamento demuestra inequívocamente de qué lado residía el peligro con arreglo a la opinión de Lenin. Reemplazar a Stalin -señaladamente a él y solamente a él- significaba amputarle del aparato, impedirle la posibilidad de presionar sobre el largo brazo de palanca, privarle de todo el poder que había concentrado en sus manos desde su cargo. ¿Quién sería designado entonces secretario general? Alguien que, teniendo las condiciones positivas de Stalin, fuera más paciente, más leal, menos caprichoso. Esta fue la frase que hirió más íntima y agudamente a Stalin. Lenin evidentemente no le consideraba irreemplazable desde que proponía que buscáramos una persona más adecuada para su cargo. Presentando su renuncia formal, el secretario general caprichosamente seguía repitiendo: "Bien, realmente soy rudo... Ilich sugirió que buscaran ustedes otro que difiera de mí sólo en su mayor amabilidad. Bien, traten de encontrarlo". "No importa -respondió la voz de uno de los entonces amigos de Stalin- no tememos la rudeza. Todo nuestro partido es rudo, proletario". Se atribuía indirectamente a Lenin una concepción de salón la delicadeza. En cuanto a la acusación de deslealtad, ni Stalin ni sus amigos tenían una palabra que decir. No carece de interés saber que la voz de apoyo partió de A. P. Smirnov, entonces Comisario del Pueblo de Agricultura, ahora excomulgado por oposicionista de derecha. La política no sabe de gratitud.
Radek, que era todavía miembro del Comité Central, estaba sentado a mi lado durante la lectura del testamento. Dócil a la influencia del momento y falto de disciplina interior, se enardeció inmediatamente y se inclinó hacia mí con estas palabras : "No se aventurarán ahora a emprenderla contra usted". Le respondí: "Por el contrario, irán hasta los extremos y además tan rápidamente como les sea posible". Los días inmediatamente posteriores al decimotercer Congreso demostraron que mi juicio era el más sensato. La "troika" se veía obligada a prever las posibles consecuencias del testamento colocando al partido cuanto antes frente a un hecho consumado. La misma lectura del documento a las delegaciones locales, sin la admisión de "extraños" fue convertida en una declarada lucha contra mí. Los dirigentes de las delegaciones retuvieron de la lectura algunas palabras, subrayaron otras, e hicieron algunos comentarios tendientes a dar la sensación de que la carta había sido escrita por un hombre seriamente enfermo y bajo la influencia de maniobras e intrigas. El aparato estaba ya completamente controlado. El simple hecho de que la "troika" fuera capaz de transgredir la voluntad de Lenin, negándose a leer su carta al Congreso, caracteriza suficientemente la composición de este último y su atmósfera. El testamento no debilita ni detiene la lucha interior sino que, por el contrario, le imprime un ritmo acelerado.
 
La actitud de Lenin para con Stalin
La política es perseverante. Puede presionar hasta poner a su servicio aun a aquellos que ostensiblemente le vuelven la espalda. Ludwig escribe: "Stalin siguió fervientemente a Lenin hasta su muerte". Si esta frase no hiciera más que reflejar la poderosa influencia de Lenin sobre sus discípulos, inclusive Stalin, no habría nada que argüir. Pero Ludwig quiere significar algo más. Desea sugerir una excepcional compenetración con su maestro por parte, precisamente, de este discípulo. Como un testimonio particularmente precioso, Ludwig cita al respecto las palabras del propio Stalin: "Sólo soy un discípulo de Lenin y mi propósito es serlo dignamente". Es excesivamente malo que un psicólogo profesional opere superficialmente con una frase banal, cuya modestia convencional no contiene un átomo de íntima convicción. Ludwig se convierte aquí en un mero trasmisor de la leyenda oficial creada durante los últimos años. Dudo que tenga la más remota idea de las contradicciones a que su menosprecio por los hechos le ha conducido. Si Stalin siguió a Lenin hasta su muerte, ¿cómo explicar entonces que el último documento dictado por éste, en vísperas de su segundo ataque, fuera una breve carta dirigida al primero, en total unas pocas líneas, rompiendo toda relación personal de camaradería? Un solo hecho de esta índole en la vida de Lenin, la brusca ruptura con uno de sus colaboradores, debe haber tenido muy serias causas psicológicas y sería, por lo menos, incomprensible en las relaciones con un discípulo que siguió "fervientemente" a su maestro hasta el fin. Y no obstante, Ludwig no dice una palabra acerca de esto.
Cuando la carta de Lenin rompiendo con Stalin difundióse ampliamente entre los dirigentes del partido, la "troika", Stalin y sus más íntimos amigos, habiendo embarullado las piezas, no hallaron otro remedio que reeditar la vieja historia de la condición de incapacidad de Lenin. De hecho, el testamento, así como la carta rompiendo relaciones, fue escrito en los meses (diciembre de 1922 a comienzos a comienzos de marzo de 1923) durante los cuales Lenin, en una serie de artículos programáticos, dio al partido los más maduros frutos de su pensamiento. Esta ruptura con Stalin no cayó como un rayo en un cielo claro. Surgió de una larga serie de conflictos precedentes, referentes a cuestiones prácticas o de principios, lo cual explica con trágica luz toda la actitud de estos conflictos.
Indudablemente, Lenin apreciaba ciertos rasgos de Stalin. Su firmeza de carácter, tenacidad, obstinación, aun su rudeza y astucia, condiciones necesarias en una guerra y por tanto en su Estado mayor. Pero Lenin estaba lejos de pensar que estas características, incluso en una extraordinaria escala, fueran suficientes para la dirección del partido y del Estado. Lenin veía en Stalin a un agitador, pero no un hombre de Estado de gran envergadura. La teoría tenía para aquél una alta importancia en la lucha política. Nadie consideraba a Stalin un teórico y él mismo, hasta 1924, nunca manifestó pretensión alguna por esta vocación. Por el contrario, sus débiles fundamentos teóricos eran bien conocidos en el círculo dirigente. Stalin no tiene información de Occidente; no conoce ningún idioma extranjero. Nunca participó de la discusión de los problemas del movimiento obrero internacional. Y finalmente -esto es menos importante pero no carente de significación- no ha sido escritor ni orador en el buen sentido de la palabra. Sus artículos, a pesar de la cautela del autor, no sólo están cargados de ingenuidades y desatinos teóricos, que también de gruesos pecados contra la lengua rusa. El valor de Stalin a los ojos de Lenin residía enteramente en la esfera de la administración y el manejo del aparato del partido. Pero inclusive en esto Lenin hacía importantes excepciones y éstas aumentaron durante el último periodo.
Lenin despreciaba a los moralizadores idealistas. Pero esto no le impedía ser un rigorista de la moral revolucionaria, vale decir, de las reglas de conducta que consideraba necesarias para el éxito de la revolución y la creación de la nueva sociedad. En el rigorismo de Lenin, que fluía libre y naturalmente de su carácter, no había una gota de pedantería, hipocrecía o intolerancia. Conocía muy bien a la gente y la tomaba tal cual ella es. Cambiaba las faltas de unos con las virtudes de otros, y algunas veces también con sus faltas, sin dejar nunca de vigilar celosamente lo que proviniera de ellos. También sabía que los tiempos cambian, y nosotros con ellos. El partido había surgido de un salto de las sombras de la ilegalidad a las alturas del poder. Esto creaba para todos los viejos revolucionarios un sorprendente y agudo cambio en la situación personal y en las relaciones con los demàs. Lo que Lenin descubrió en Stalin bajo estas nuevas condiciones lo subrayó cuidadosa pero claramente en su testamento: una carencia de lealtad y una inclinación al abuso de poder. Ludwig omite estos datos. Es en ellos, sin embargo, que puede hallarse la clave de las relaciones entre Lenin y Stalin en el último periodo.
Lenin además de un teórico y un técnico de la dictadura revolucionaria fue asimismo un custodio celoso de sus fundamentos morales. Todo dato referente al empleo del poder en beneficio de intereses personales encendía amenazadoramente sus ojos. "¿Cómo es eso de que cualquier cosa resulta mejor que el parlamentarismo burgués?", preguntaba, para expresar más efectivamente su contenida indignación. Y no sin frecuencia agregaba al respecto del parlamentarismo una de sus ricas definiciones. Mientras tanto, Stalin empleaba cada vez amplia y arbitrariamente las posibilidades de la dictadura revolucionaria para reclutar gentes personalmente devotas y obligadas hacia él. En su condición de secretario general convirtiose en el dispensador del favor y la fortuna. Comenzó así un conflicto irresoluble. Lenin perdió gradualmente su confianza moral en Stalin. Si se tiene en cuenta este hecho fundamental, entonces todos los episodios particulares del último periodo se sitúan ajustadamente en su lugar y se tiene una apreciación real y no falsa de la actitud de Lenin para Stalin.
 
Sverdlov y Stalin como tipos de organizadores
Para dar al testamento su lugar apropiado en el desarrollo del partido, es preciso hacer aquí  una digresión. Hasta el verano de 1919 el principal organizador del partido había sido Sverdlov. No gozaba de la denominación del secretario general, nombre que hasta entonces no se había concebido, pero en realidad ejercía esa función. Sverdlov murió a los 34 años de edad en marzo de 1919, de gripe. Con la prolongación de la guerra civil y la epidemia, segando vidas a diestro y siniestro, el partido apenas advirtió la gravedad de esta pérdida. En dos discursos pronunciados con ocasión de su muerte, Lenin hizo una apreciación de Sverdlov que arroja asimismo una luz refleja pero muy clara sobre sus últimas relaciones con Stalin. "En el curso de nuestra revolución, en sus victorias -decía- ha correspondido a Sverdlov expresar más plena e integralmente que cualquier otro la esencia misma de la revolución proletaria". Fue "ante todo y sobre todo un organizador". Modesto obrero, ni teórico ni escritor, elevose en poco tiempo a "organizador de intachable autoridad, un organizador de todo el poder soviético en Rusia y del trabajo del partido, único en su comprensión". Lenin no gustaba de las exageraciones de los jubileos o los panegíricos de los funerales. Su apreciación de Sverdlov fue al mismo tiempo una caracterización de la tarea del organizador: "Sólo gracias a que contáramos con un organizador tal como Sverdlov pudimos trabajar en tiempos de guerra, si bien es cierto que no tuvimos un solo conflicto digno de mención".
Y así fue, en efecto. En conversaciones sostenidad por entonces con Lenin subrayamos más de una vez, y todavía con renovada satisfacción, una de las principales condiciones de nuestro éxito: la unidad y solidaridad del grupo gobernante. No obstante la terrible presión de las dificultades y acontecimientos, lo nuevo de los problemas y los agudos desacuerdos que ocasionalmente surgían sobre asuntos concretos, el trabajo proseguíase sin interrupciones, con extraordinaria llaneza y camaradería. A veces, en breves palabras, recordábamos episodios de las viejas revoluciones. "No; entre nosotros las cosas marchan mejor. Esta es la única garantía de nuestra victoria". La solidaridad del centro dirigente había sido preparada por toda la historia del bolchevismo, la indiscutida autoridad de los jefes y, sobre todo, de Lenin. Pero en el mecanismo interior de esta unanimidad sin ejemplo el jefe técnico había sido Sverdlov. El secreto de su arte era simple: se guiaba por los intereses de la causa y sólo por ellos. Ningun obrero del partido sentía temor alguno de que desde lo alto del aparato del partido se dezlizaran intrigas. La base de esta autoridad de Sverdlov era su lealtad.
Habiendo probado mentalmente a todos los líderes del partido, Lenin dedujo en su discurso esta conclusión práctica: "Un hombre tal nunca podremos remplazarle si por reemplazo entendemos la posibilidad de hallar a un compañero que reúna semejantes condiciones. .. El trabajo que él realizaba únicamente podrá ser realizado ahora por todo un grupo de hombres que, siguiendo sus pasos, continúen su tarea". Estas palabras no eran mera retórica, sino que tenían un objetivo estrictamente concreto. Y la proposición fue llevada a la práctica. En lugar de un solo secretario, designose un secretariado integrado por tres personas. De estas palabras de Lenin resulta evidente, aun para los no familiarizados con la historia del bolchevismo, que durante la vida de Sverdlov, Stalin no desempeño un papel dirigente en la maquinaria del partido ya sea en tiempos de la Revolución de Octubre como en el periodo en que se echaron los fundamentos de Estado soviético. Stalin tampoco fue incluido en el primer secretariado que reemplazó a Sverdlov.
Cuando en el décimo Congreso, dos años después de la muerte de Sverdlov, Zinoviev y otros, no sin un oculto presentimiento de la lucha contra mí, apoyaron la candidatura de Stalin para secretario general -esto es, colocarle "de jure" en la posición que Sverdlov había ocupado "de facto"-, Lenin habló en un pequeño círculo sobre este propósito, expresando su temor de que "este cocinero solo prepare platos picantes". Esta sola frase, tomada en relación con el carácter de Sverdlov, nos revela las diferencias entre estos dos tipos de organizadores: el uno infatigable en limar conflictos, facilitando el trabajo del secretariado, y el otro especialista en platos picantes, que ni siquiera teme sazonarlos con veneno activo. Si Lenin no llevó en marzo de 1922 su oposición en extremo -esto es, no apeló abiertamente al congreso en contra de la candidatura de Stalin-, fue porque el puesto de secretario, inclusive "general", tenía, en las condiciones entonces predominantes, con el poder y la influencia concentrados en el Buró Político, una significación estrictamente subordinada. Quizá también Lenin, como muchos otros, no advirtió a tiempo adecuadamente el peligro como era necesario.
Hacia fines de 1921 la salud de Lenin se quebrantó bruscamente. El 7 de diciembre, al partir, por insistencia de su médico, quejándose ligeramente, escribió a los miembros de Bureau Político: "Partiré hoy. No obstante mi reducida cuota de trabajo y la aumentada cuota de descanso, en estos últimos días el insomnio ha aumentado endiabladamente. Temo que no pueda hablar en el congreso del partido ni en el de los soviets". Durante cinco meses Lenin languideció, a medias separado del trabajo por los médicos y amigos, en continua alarma acerca del curso seguido por los asuntos del gobierno y del partido, en su constante lucha con su prolongada enfermedad. En mayo tuvo su primer ataque. Durante dos meses viose imposibilitado para hablar, escribir o moverse. En julio comenzó lentamente a mejorarse. Permaneciendo en el campo inicia, gradualmente, una activa correspondencia. En octubre vuelve al Kremlin y oficialmente reanuda su tarea. "No hay diablo sin suerte", escribe privadamente en el borrador de un futuro discurso. "He permanecido inmóvil por espacio de un año y medio y observando desde el margen". Lenin quería decir: "anteriormente he permanecido excesivamente amarrado a mi puesto y he dejado de observar muchas cosas; la larga interrupción me ha permitido ahora ver muchos hechos con nuevos ojos". Lo que más le intranquilizaba, indudablemente, era el monstruoso crecimiento del poder burocrático, cuyo foco había llegado a ser el Buró de Organización del Comité Central.
La necesidad de alejar al que se especializaba en la preparación de platos picantes hízose clara para Lenin inmediatamente después de su retorno al trabajo. Pero esta cuestión personal se había complicado notablemente. Lenin no dejaba de ver cuán ampliamente su ausencia había sido utilizada por Stalin para una elección unilateral de hombres, a menudo en directa contradicción con los intereses de la causa. El secretario general era ahora apoyado por una fracción numerosa, que actuaba conjuntamente, si no siempre por razones intelectuales, por lo menos por firmes ataduras. Un cambio en la dirección en el aparato del partido habíase ya hecho imposible sin la preparación de un serio ataque político. Por entonces había tenido lugar la conversación "conspirativa" entre Lenin y yo en la cual hablamos de una lucha combinada contra el burocratismo del partido y los soviets, y su proposición de un "bloque" contra el Buró de Organización, la principal plaza fuerte de Stalin en ese tiempo. El hecho mismo de esta conversación así como su contenido, pronto reflejose en documento y constituye un innegable documento de la historia del partido, no puesto en duda por nadie.
Empero, sólo unas pocas semanas después hubo una nueva declinación en la salud de Lenin. No solamente el continuo trabajo, sino también las conversaciones ejecutivas con los camaradas le fueron otra vez prohibidas por los médicos. Tenía que meditar sobre las futuras medidas de lucha solo, entre cuatro paredes. Para controlar los entretelones de las actividades del secretariado, Lenin preparaba algunas medidas generales de carácter organizativo. De este modo surgió el proyecto de crear un centro del partido de máxima autoridad, en la forma de una comisión de contralor compuesta por afiliados capaces y dignos de confianza, completamente independientes desde el punto de vista jerárquico -vale decir, que no desempeñarán cargos oficiales ni administrativos- y al mismo tiempo facultados para llamar a rendir cuentas por las violaciones de la legalidad, de la democracia en el partido y en los soviets y por la falta de moralidad revolucionaria, a todos los que ocuparan cargos sin excepción, no solamente del partido, incluidos los miembros del Comité Central, sino que también, a través de la Inspección Obrera y Campesina, a los altos funcionarios del Estado.
El 23 de enero, por intermedio de N Krupskaia, Lenin remitió a la Pravda un artículo acerca de la propuesta de reorganización de las instituciones centrales. Temiendo un traicionero y repentino ataque de su enfermedad y una respuesta no menos traidora del Secretariado, aquél reclamó que el artículo fuera publicado inmediatamente: esto implicaba una apelación directa al partido. Stalin se negó a acceder a este requerimiento de la Krupskaia alegando la necesidad de discutir el asunto en el Buró Político. Formalmente, esto significaba nada más que postergar la cuestión por un día. Pero el procedimiento mismo de someterla al Buró Político no pronosticaba nada bueno. Por indicaciones de Lenin la Krupskaia se dirigió a mí en busca de colaboración. Yo reclamé una reunión inmediata del Buró. El temor de Lenin se vio completamente confirmado: todos los miembros titulares y suplentes presentes en la reunión: Stalin, Molotov, Kuibychev, Rykov, Kalinin y Bujarin no solamente pronunciáronse contra la reforma propuesta por Lenin, sino también contra la publicación de su artículo. Para consolar al enfermo, a quien cualquier aguda excitación nerviosa amenazaba con un desastre, Kuibychev, el futuro jefe de la Comisión Central de Contralor, propuso que se imprimiera un número especial de la Pravda con el artículo de Lenin, pero un solo ejemplar. Era de este modo "ferviente" como esa gente seguía a su maestro. Yo rechacé con indignación la proposición de engañar a Lenin, hablando principalmente a favor de la reforma propuesta por este último y exigiendo la inmediata publicación del artículo. Fui apoyado por Kamenev, que llegó una hora más tarde. La actitud de la mayoría fue finalmente modificada argumentando que de todas maneras Lenin haría circular su artículo: sería copiado a máquina y leído con mayor interés y de tal modo resultaría más señaladamente dirigido contra el Comité Central. El artículo apareció en la Pravda de la mañana siguiente, el 25 de enero. Este documento también se reflejó oportunamente en documentos oficiales, sobre la base de los cuales hemos escrito lo que antecede.
En general, considero necesario subrayar que, desde que no pertenezco a la escuela de la psicología pura y puesto que estoy acostumbrado a confiar en los hechos firmemente establecidos antes que en su reflejo emocional en la memoria, toda la presente exposición, con excepción de los hechos especialmente indicados, ha sido realizada basándome en los documentos que tengo archivados y con una cuidadosa verificación de fechas, testimonios y circunstancias reales en general.
Los desacuerdos entre Lenin y Stalin
La política organizativa no fue la única arena de lucha entre Lenin contra Stalin. El pleno de noviembre del Comité Central (1922), sesionando sin la presencia de Lenin y sin la mía, introdujo inesperadamente un cambio radical en el sistema de comercio exterior, minando los fundamentos mismos del monopolio de Estado. En una conversación con Krassin, entonces Comisario del Pueblo del Comercio Exterior, me referí a esa resolución aproximadamente en estos términos: "No solamente han desfondado el barril, sino que lo han taladrado con varios agujeros". Lenin se enteró. El 13 de diciembre me escribió: "Urjo a usted encarecidamente asuma en el próximo pleno la defensa de nuestro común punto de vista respecto de la incondicional necesidad de preservar y reforzar el monopolio... El pleno anterior adoptó en este asuntó una resolución totalmente en contradicción con el monopolio del comercio exterior". Negándose a hacer concesión alguna en esta cuestión, Lenin insistía en que yo apelara al Comité Central contra Stalin, responsable como secretario general de la presentación de los asuntos a tratarse en los plenos de ese organismo. En ese momento, sin embargo, las cosas no llegaron hasta el punto de una lucha decidida. Sintiendo el peligro, Stalin se retiró sin ofrecer batalla y sus amigos, con él. En el pleno de diciembre el acuerdo tomado en noviembre fue rectificado. "Parece que hemos tomado la posición sin disparar un cartucho, con un simple movimiento estratégico", me escribió Lenin en chanza, el 21 de diciembre.
El desacuerdo en la esfera política nacional fue aún más agudo. En el otoño de 1922 preparábamos la transformación del Estado soviético en una unión federada de repúblicas nacionales. Lenin lo consideraba necesario para satisfacer cuan ampliamente fuera posible las demandas y aspiraciones de los nacionalistas que habían vivido durante largos años bajo la opresión y aún estaban lejos de haberse recobrado de las consecuencias de esta última situación. Stalin por otra parte, que en su condición de Comisario del Pueblo de las Nacionalidades dirigía el trabajo preparatorio, conducíase en este sentido con arreglo a una política de centralismo burocrático. Lenin, convaleciente en una aldea cercana a Moscú, mantenía una polémica con este último en cartas dirigidas al Buró Político. En sus primeros comentarios sobre el proyecto de Stalin de una unión federada, Lenin fue extremadamente gentil y circunspecto. Todavía esperaba -a fines de septiembre de 1922- resolver la cuestión mediante el Buró Político y sin necesidad de conflicto. Las respuestas de Stalin, por su parte, revelaban una evidente irritación. Se volvía contra Lenin reprochándole "apresuramiento" y acusándole de "liberalismo" nacional, esto es, de indulgencia hacia el nacionalismo de los extranjeros. Esta correspondencia, aunque en extremo interesante políticamente, aún se le oculta al partido.
La política nacional burocrática ya por entonces había promovido una aguda oposición en Georgia uniendo contra Stalin y su "mano derecha", Orjonikidzé, a la flor del bolchevismo georgiano. Por intermedio de la Krupskaia, Lenin se puso en comunicación privada con los dirigentes de la oposición georgiana (Mdivani, Majaradzé, etc.), contra la fracción de Stalin, Orjonikidzé y Dzerjinsky. La lucha fue muy aguda y Stalin se hallaba demasiado ligado a un grupo bien definido para retirarse en silencio como lo había hecho en la cuestión del monopolio del comercio exterior. En el transcurso de las semanas siguientes Lenin convencióse de que era necesario recurrir al partido. A fin de diciembre dictó una larga carta sobre la cuestión nacional en reemplazo del discurso que debía pronunciar ante el congreso del partido, pues su enfermedad le impedía participar del mismo. Acusó a Stalin de exceso de celo administrativo y despecho contra su pretendido nacionalismo.
"En política -escribía- el despecho generalmente desempeña la peor función posible". Lenin calificaba la lucha contra las justas exigencias -aun cuando al principio éstas fueran exageradas- de las nacionalidades anteriormente oprimidas como una manifestación de burocratismo "gran ruso". Por primera vez llamaba a sus oponentes por su nombre. "Por supuesto, es necesario contener a Stalin y Dzerjinsky, políticamente responsables de toda esta campaña inminentemente de nacionalismo gran ruso". Que este gran ruso Lenin, acuse al georgiano Djugashvili y al polaco Dzerjinsky de nacionalismo gran ruso puede parecer paradójico: pero no se trata aquí de sentimientos y parcialidades nacionales sino de los sistemas políticos cuyas diferencias se revelan en todas las esferas, entre ellas la cuestión nacional. Condenada implacablemente la política de la fracción de Stalin, Rakovsky escribiría algunos años después: "En la cuestión nacional, como en todas las demás, la burocracia juzga desde el punto de vista de la conveniencia de administración y de regimentación". No podría decirse nada mejor.
Las concesiones verbales de Stalin no aquietaron a Lenin en lo más mínimo sino que, por el contrario, aguzaron sus sospechas. "Stalin aceptará un compromiso podrido -me advertía por intermedio de su secretaria- y después nos defraudará". Y este era, precisamente, el propósito de Stalin. Estaba dispuesto a aceptar en el próximo congreso cualquier formulación teórica de la política nacional a condición de que ello no debilitara su apoyo fraccional en el centro y en provincias. Seguramente tenía muchas razones para temer que Lenin advirtiera clara y totalmente sus propósitos. Pero, por otra parte, el estado de salud de este último empeoraba constantemente. Stalin incluía fríamente en sus cálculos este factor no sin importancia. A medida que la práctica política del secretario general se hacía más decisiva, la salud de Lenin enpeoraba. Stalin trataba de aislar al peligroso supervisor de toda información que pudiera proporcionarle una arma contra el secretario y sus aliados. Esta política de bloqueo, naturalmente, fue dirigida contra las personas más cercanas a Lenin. La Krupskaia hacia lo posible por proteger al enfermo del contacto con las maquinaciones hostiles del Secretariado. Pero Lenin sabía cómo deducir toda una situación de síntomas accidentales. Vigilaba atentamente las actividades de Stalin y advertía con claridad sus motivos y cálculos. No es difícil imaginar qué reacciones originaría todo ello en su pensamiento. Recordemos que en ese momento ya se hallaba sobre el escritorio de Lenin, parte del testamento insistiendo sobre la separación de Stalin, también los documentos referentes a la cuestión nacional que las secretarias de Lenin, compañeras Fotieva y Gliasser, reflejando sensiblemente el modo de ser de su jefe describieron como "una bomba contra Stalin".
Medio año de aguda lucha
Lenin concebía la función de la Comisión de Control como protectora de la unidad y de las normas del partido en relación con el problema de la reorganización de la Inspección Obrera y Campesina (Rabkrin), cuyo dirigente durante varios años había sido Stalin. El 4 de marzo la Pravda publicó un artículo famoso en la historia del partido, titulado: "Es preferible menos y mejor". Este trabajo fue redactado en distintas oportunidades. Lenin no gustaba dictar ni hubiera podido hacerlo. Empleó mucho tiempo escribiendo el artículo. Por fin el 2 de marzo lo terminó con satisfacción: "¡Al fin me parece bien!". Este artículo planteaba la forma de las instituciones dirigentes del partido en una amplia perspectiva política nacional e internacional. Sobre este aspecto de la cuestión, sin embargo, no podemos aquí detenernos. Mucho más importante para nuestro propósito es la apreciación formulada por Lenin respecto de la Inspección Obrera y Campesina: "Hablemos francamente. El Comisario del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina no goza en los actuales momentos ni sombra de autoridad. No existe una institución peor organizada que la Inspección Obrera y Campesina y que en las actuales condiciones nada puede requerirse de este Comisariado del Pueblo". Esta áspera alusión hecha por el jefe del gobierno a una de las más importantes instituciones del Estado, fue un golpe directo y sin atenuantes contra Stalin como organizador y jefe de la Inspección. Las razones de ellos eran claras. La Inspección estaba destinada a servir principalmente como un antídoto a las desviaciones burocráticas de la dictadura revolucionaria. Función de tanta responsabilidad podía cumplirse con éxito a condición de una amplia lealtad en su dirección pero precisamente esta lealtad era la que a Stalin le faltaba. Había convertido a la inspección, como al Secretariado del partido, en un apéndice de la máquina de intrigas, de protección para "sus hombres" y de persecusión a sus opositores. En el artículo "Es preferible menos y mejor", Lenin señalaba abiertamente que la proyectada reforma de la Inspección, en la dirección de la cual no hacía mucho tiempo habíase designado a Tziurupa, debía inevitablemente tropezar con la resistencia de "toda nuestra burocracia, la burocracia de los soviets y del partido". "Entre paréntesis debe subrayarse -agregaba significativamente-: tenemos una burocracia no solamente en las instituciones soviéticas sino también en las del partido". Este era un golpe perfectamente deliberado contra Stalin como secretario general. Por lo tanto, no sería exagerado afirmar que Lenin pasó los últimos seis meses de vida política, entre su convalecencia y su segunda enfermedad en una aguda lucha política contra Stalin. Recordemos una vez más las principales fechas. En septiembre inició el fuego contra la política nacional de Stalin. En la primera mitad de diciembre atacó a Stalin en la cuestión del monopolio del comercio exterior. El 25 de diciembre redactó la primera parte de su testamento. En diciembre de 1922 escribió su carta sobre el problema nacional (la "bomba"). El 4 de enero agregó una postdata a su testamento al respecto de la necesidad de separar a Stalin de su cargo de secretario general. El 23 de enero disparó contra Stalin una batería pesada: el proyecto de la Comisión de Contralor. En un artículo del 2 de marzo dirigió un doble ataque contra Stalin como organizador de la Inspección y como secretario general. El 5 de marzo me escribió acerca de su memorándum sobre el problema nacional: "Si está usted de acuerdo conmigo en asumir su defensa, yo descansaré tranquilo". El mismo día por primera vez unió sus fuerzas a las de los irreconciliables enemigos georgianos de Stalin, comunicándoles en una nota especial que se adhería a su actitud "de todo corazón" y estaba preparándoles algunos documentos en contra de Stalin, Orjonikidzé y Dzerjinsky. "De todo corazón" no era una expresión muy frecuente en Lenin.
"Este problema (el nacional) preocupábale en grado sumo -testimonia su secretaria. Fotieva- y estaba dispuesto a hablar de él en el congreso del partido". Pero un mes antes del congreso la enfermedad abatió a Lenin sin que diera instrucciones acerca del artículo. Stalin quitose un gran peso de los hombros. En la "camarilla de notables" del duodécimo congreso ya se atrevió a hablar, en su estilo característico, de la carta de Lenin como del documento de un hombre enfermo, influido por "mujeres" ( esto es, la Krupskaia y las dos secretarias). Bajo el pretexto de descubrir la real voluntad de Lenin decidiose guardar el documento bajo llave. Allí permanece hasta la fecha.
Los dramáticos episodios enumerados más arriba, suficientemente vívidos por sí mismos, no reflejan ni el más mínimo grado la vehemencia con que Lenin vivió los acontecimientos del partido en los últimos meses de su vida. En cartas y artículos se impuso la severísima censura habitual. Lenin comprendió suficientemente bien desde su primera crisis la naturaleza de su enfermedad. Después de la vuelta al trabajo, en octubre de 1922, los vasos capilares de su cerebro no dejaron de recordarle por pequeños golpes, perceptibles apenas, pero cada vez más frecuentes y penosos que evidentemente amenazaba una recaída. Lenin apreciaba exactamente su situación no obstante afirmaciones alentadoras de los médicos. A comienzo de marzo, cuando de nuevo se vio obligado a abandonar el trabajo, por lo menos las reuniones, entrevistas y conversaciones telefónicas, llevó consigo a su cuarto de enfermo algunas observaciones y preocupaciones inquietantes. El aparato burocrático, con la fracción secreta de Stalin en el Secretariado del Comité Central, habíase convertido en un gran factor político independiente. En el terreno nacional, en el cual Lenin reclamaba la conveniencia de un tacto especial, los colmillos del centralismo del tipo imperial mostrábanse y más decididamente para encubrir las exigencias arbitrarias de los funcionarios. Lenin intuía sutilmente la proximidad de una crisis política y temía que el aparato estrangulase al partido. La política de Stalin asumió a los ojos de Lenin en el último periodo de su vida la encarnación de un monstruo burocrático en ascenso. El paciente más de una vez habíase estremecido ante el pensamiento de que no tuviese éxito en llevar a la práctica la reforma del partido de que había hablado conmigo antes de su segunda enfermedad. Un terrible peligro, creía, amenazaba el trabajo de toda su vida.
¿Y Stalin? Habiendo avanzado demasiado para intentar una retirada, acicateado por su propia fracción, temiendo el ataque concentrado cuyos hilos eran todos manejados desde el lecho de enfermo de su terrible y respetable enemigo, Stalin habíase ya precipitado y reclutaba abiertamente partidarios para distribuirlos en las posiciones del partido y de los soviets, aterrorizaba a los que apelaban a Lenin por intermedio de la Krupskaia y siempre con mayor insistencia hacía difundir el rumor de que Lenin no era ya responsable de sus actos. Tal fue el ambiente en el cual surgió la carta de Lenin rompiendo absolutamente con Stalin. No. Esta no se produjo como un rayo en un cielo. No sólo cronológica, sino que incluso moral y políticamente señala el trazo final en la actitud de Lenin hacia Stalin.
¿No es sorprendente que Ludwig, repitiendo cumplidamente el relato oficial acerca del fiel discípulo del maestro "hasta su muerte", no diga una palabra al respecto de esta carta final o, por cierto, de todos los otros hechos que no concuerden con las actuales leyendas del Kremlin? Cuando menos, Ludwig debía conocer la existencia de la carta, aunque más no fuera por mi autobiografía de la cual estaba enterado, pues hizo un favorable comentario sobre la misma. Acaso tuviera dudas sobre la autenticidad de mi testimonio. Pero ni la existencia de la carta ni su contenido han sido negados por nadie. Más aún, están confirmados en las actas estenográficas del Comité Central. En el pleno de julio de 1926, Zinoviev decía: "A comienzos de 1923, Vladimiro Ilitch, en una carta personal dirigida a Stalin, rompió toda relación con él " (Acta estenográfica del Pleno, no. 4, pág. 32). Y otros oradores, entre ellos M. I. Ulianova, la hermana de Lenin, hablaron de la carta como un hecho generalmente conocido en los círculos del Comité Central. Para aquellos días ni aun en la cabeza de Stalin se habría concebido negar esta verdad. En realidad, que yo esté enterado, no se ha atrevido a hacerlo en una forma directa ni aun posteriormente.
Es verdad que los historiadores oficiales en los últimos años han hecho literalmente esfuerzos gigantescos para borrar de la memoria de los hombres todo este capítulo histórico. Y en lo que a la juventud comunista concierne, esos esfuerzos han logrado cierto resultado. Pero existen investigadores precisamente con el propósito, pareciera, de destruir las leyendas y reconstruir los hechos reales en su auténtico significado. ¿Esta verdad no rige para los psicólogos?

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Más arriba hemos indicado los puntos fundamentales de la lucha final entre Lenin y Stalin. En todos estos periodos Lenin buscó mi apoyo y lo obtuvo. De los discursos, artículos y cartas de Lenin podrían sin dificultad tomarse innumerables testimonios del hecho de que después de nuestro desacuerdo temporal en cuanto al asunto de los sindicatos, durante los años 1921 y 1922 y comienzos de 1923, Lenin no perdió ninguna ocasión de subrayar manifiestamente su solidaridad con mi persona, suscribir esta o aquella otra declaración mía, apoyar esta u otra actitud que yo hubiese adoptado. Debe comprenderse que sus motivos no eran personales sino políticos. Lo que pudo en verdad haberle alarmado y afectado en los últimos meses fue que mi apoyo a sus medidas de lucha contra Stalin no fuera suficientemente activo. ¡Sí, tal es la paradoja de la situación! Lenin temiendo una futura división en torno a Stalin y Trotsky reclamaba de mí una lucha más enérgica contra Stalin. Sin embargo, las contradicciones aquí son sólo superficiales. Era en interés de la dirección del partido en el futuro que Lenin deseaba entonces condenar enérgicamente a Stalin y desarmarle. Lo que me detenía era el temor de que cualquier conflicto agudo en el núcleo gobernante en momentos en que Lenin luchaba con la muerte, fuera interpretado por el partido como un arreglo para repartirse el mando de Lenin. No plantearé aquí la cuestión de si mi actitud en este caso fue o no acertada, ni el problema más amplio todavía de si habría sido posible entonces, mediante reformas organizativas y cambios personales detener el peligro que avanzada. ¡Pero cuán lejos de las posiciones reales de los protagonistas está el cuadro que nos ofrece el popular escritor alemán que tan ligeramente abre las cerraduras de todos los enigmas!
Por este último sabemos que el testamento "decidió el destino de Trotsky"; vale decir, sirvió evidentemente como causa de la pérdida del poder del mismo. De acuerdo con otra versión de Ludwig, expuesta inmediatamente después de esa última y sin realizar el mínimo intento para correlacionarla, Lenin aspiraba a un "duunvirato de Trotsky y Stalin". Este último pensamiento, también sin duda sugerido por Radek, suministra una excelente prueba de que aún ahora, incluso en el estrecho círculo de Stalin, no obstante las tendenciosas manipulaciones de un escritor extranjero invitado a una conversación, nadie se atreve a afirmar que Lenin viera en Stalin a su sucesor. Para no llegar a una extrema oposición con el texto del testamento y muchos otros documentos, es preciso poner ex pos facto esta idea del duunvirato.
¿Pero cómo cohonestar esta leyenda con la advertencia de Lenin: separar al secretario general? Esto habría significado despojar a Stalin de todas las armas de su influencia. Nadie trataría en esa forma al candidato a duunvirato. No, y por otra parte, esta segunda hipótesis de Radek-Ludwig, aunque más circunspecta, no encuentra asidero en el texto del documento. El propósito del documento fue definido por su autor: garantizar la estabilidad del Comité Central. Lenin concebía el modo de llegar a este fin no mediante la combinación artificial de un duunvirato, sino fortaleciendo el control colectivo sobre la actividad de los dirigentes. En forma que apreciaba, al hacer esto, la influencia relativa de los respectivos integrantes de la dirección colectiva, el lector puede deducirlo sobre la base de las citas del testamento hechas más arriba. Sólo que este último debe perder de vista que el testamento no fue la última palabra de Lenin y que esta actitud para con Stalin hízose más y más severa a medida que aquél sentía aproximarse el desenlace.
Ludwig no habría cometido un error tan capital en su apreciación del significado y el espíritu del testamento, de haberse interesado un poco por el destino reservado a este documento. Ocultado al partido por Stalin y su grupo, fue reimpreso y publicado sólo por los oposicionistas, por supuesto, clandestinamente. Centenares de amigos y partidarios míos fueron arrestados y exiliados por copiar y distribuir esas dos pequeñas páginas. El 7 de noviembre de 1927 -décimo aniversario de la Revolución de octubre- los oposicionistas de Moscú tomaron parte de la demostración de ese día con un cartelón: "Cumplid el testamento de Lenin". Tropas de stalinistas especialmente elegidas rompieron las líneas de formación, arrebatando y destrozando el criminal cartelón. Dos años más tarde, en el momento de mi deportación al extranjero, inventose la historia de una insurrección preparada por los "trotskistas" para el 7 de noviembre. La exigencia de "Cumplir el testamento de Lenin" fue interpretada por la fracción stalinista como un llamado a la insurrección. Y aún ahora la publicación del testamento está prohibida a toda sección de la Internacional Comunista. Los comunistas internacionalistas, por el contrario, vuelven a publicar el documento en todos los países con motivo de cualquier ocasión propicia. Políticamente, estos hechos agotan la cuestión.

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¿Pero de dónde surgió esta fantástica invención de que yo me incorporara de mi asiento durante la lectura del documento o, antes todavía, de las "seis palabras" que no están en el testamento, formulando la pregunta: "Qué dice allí?" Acerca de esto sólo puedo ofrecer una explicación hipotética. De la corrección de la misma el lector juzgará.
Radek pertenecía a la especie de los ingenios y escribas profesionales. Esto no signfica que no posea otras cualidades personales. Basta recordar que en el séptimo congreso del partido, el 8 de marzo de 1918, Lenin, que en general era tan parco en comentarios personales, consideraba posible decir: "Vuelvo al camarada Radek y quiero subrayar que accidentalmente ha logrado hacer una seria observación..." Y después, otra vez: "Ocurre que esta vez tenemos una seria observación formulada por Radek..." Gentes que hablan seriamente sólo por modo de expresión, tienen una tendencia a embellecer la realidad, pues en su forma material ésta no siempre coincide con su versión. La experiencia personal me ha conducido a adoptar una actitud muy cautelosa respecto de las afirmaciones de Radek. No acostumbra relatar de nuevo los acontecimientos, sino a tomarlos como motivo de un ingenioso relato. Desde que todo arte, incluso el anecdótico, aspira a la síntesis, Radek se inclina a unir diferentes hechos o brillantes aspectos de varios episodios aun cuando hubieran acaecido en distintos tiempos y lugar. Y no pone en ello malicia. Es forma de su vocación.
Y esta vez, aparentemente, ha ocurrido de la misma manera. Radek, de acuerdo con todas las evidencias, ha confundido una reunión del "grupo de notables" del decimotercer congreso con una sesión del Comité Central de 1926, a pesar que entre ambos hay un intervalo de dos años. Esta vez el testamento fue leído, efectivamente, por Stalin y no por Kamenev, que ya entonces se sentaba conmigo en los bancos de la oposición. La lectura se llevó a cabo porque durante aquellos días circulaban ampliamente en el partido copias del testamento, la carta nacional de Lenin y otros documentos guardados bajo llave. La gente perteneciente al aparato del partido poníase nerviosa y deseaba saber lo que Lenin realmente había dicho. "La oposición lo sabe y nosotros no" -afirmaban-. Después de una prolongada resistencia Stalin viose obligado a leer el documento prohibido en una sesión del Comité Central, lo cual hizo que quedara registrado estenográficamente y fuera anotado secretamente en sus libretas de apuntes por los dirigentes del partido.
No hubo ningún incidente en el trancurso de la lectura, pues el testamento hacía largo tiempo era bien conocido por los miembros del Comité Central. Pero yo interrumpí a Stalin durante la lectura de la correspondencia sobre la cuestión nacional. El episodio no es en sí mismo importante aunque quizá pueda ser utilizable por los psicólogos para ciertas deducciones.
Lenin era extremadamente parco en sus expresiones y métodos literarios. Llevaba su correspondencia con los colaboradores más afines en un lenguaje telegráfico. La forma de dirigirse era siempre el último nombre de aquel a quien se refería, con la letra "T" (Tovarisch: camarada) y la firma era: Lenin. Las explicaciones complicadas eran reemplazadas por un doble o un triple subrayado de palabras separadas, signo de exclamación, etcétera. Todos nosotros conocíamos las peculiaridades de Lenin y por eso aun el mínimo apartamiento de su lacónica forma llamaba la atención.
Al mandar su carta sobre la situación nacional, Lenin escribió el 5 de marzo: "Estimado camarada Trotsky: urgo de Usted quiera asumir la cuestión de Georgia en el Comité Central del partido. El asunto se halla actualmente "en marcha" en manos de Stalin y Dzerjinsky y yo no puedo confiar en su imparcialidad. Todo lo contrario. Si está usted de acuedo conmigo en asumir su defensa, devúelvame todos los documentos. Consideraré esto como la señal de su desacuerdo. Con los mejores saludos de camaradería, Lenin. 5 de marzo de 1923."
El contenido y el tono de esta nota, dictada por Lenin durante los últimos días de su vida política, fueron para Stalin no menos penosos que el testamento. ¿Una carencia de "imparcialidad" no implica, en verdad, una identica falta de lealtad? Lo que menos demuestra esta nota es confianza hacia Stalin - "todo lo contrario"- lo que subraya es la confianza que pone en mí. Teníase a mano una confirmación de la unión tácita entre Lenin y yo contra Stalin y su fracción. Stalin difícilmente podía controlarse durante la lectura. Cuando llegó a la firma vaciló: "Con los mejores saludos de camaradería". Esto era demasiado demostrativo en la pluma de Lenin. Stalin leyó: "Con saludos comunistas". lo cual sonaba más seca y más oficialmente. En ese momento yo pregunté: "¿Cómo está escrito?". Stalin se vio obligado, no sin turbación, a leer el auténtico texto de Lenin. Algunos amigos de aquél exclamaron que yo sutilizaba detalles, aunque sólo reclamaba una verificación del texto. Esta pequeña incidencia causó impresión. Se habló de ella entre los dirigentes del partido. Radek, que por entonces era miembro del Comité Central, se enteró de ello por otros en el Pleno y creo que por mi boca. Cinco años más tarde, cuando se hallaba de parte de Stalin, su flexible memoria evidentemente le ayudó a tergiversar este episodio que dio lugar a la referencia tan útil y tan errónea de Ludwig. Aun cuando Lenin -como hemos visto- no hallara razones para declarar en su testamento que mi pasado no bolchevique "no era accidental", yo estoy dispuesto a aceptar esta fórmula por propia decisión. En el mundo espiritual la ley de casualidades es tan inflexible como en el mundo físico. En este sentido general mi órbita política no fue, por supuesto, "accidental" y el hecho de que yo me adhiriera al bolchevismo tampoco. El problema de la seriedad y permanencia de mi adhesión al bolchevismo no puede ser decidido por un mero examen cronológico ni por hipótesis de psicología literaria. Es necesario un análisis teórico y político. Y éste, por descontado, es un tema demasiado amplio y está completamente fuera del marco del presente ensayo. Para nuestro propósito basta decir que Lenin, al describir la conducta política de Zinoviev y Kamenev en 1917 como "no accidental" no hacía una referencia filosófica a las leyes del determinismo, sino una advertencia política para el futuro. Precisamente por esta razón es que Radek juzgó necesario, por medio de Ludwig, transferir esa advertencia de Ziniviev y Kamenev a mí.
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Recordaremos los puntos principales de esta cuestión. Desde 1917 a 1924 no se habló nunca del supuesto contraste entre "trotskismo" y leninismo. En este periodo ocurrieron la Revolución de octubre, la guerra civil, la puesta en marcha del Estado soviético, la creación del ejército rojo, la elaboración del programa del partido, la formación de la Internacional Comunista, de sus núcleos, y la publicación de sus documentos fundamentales. Después del apartamiento de Lenin de su trabajo produjéronse serias divergencias en el núcleo del Comité Central. En 1924 el espectro del "trotskismo" -después de una cuidadosa preparación tras las bambalinas- fue puesto en escena. Toda la lucha interior del partido fue desde entonces llevada dentro del marco de una contradicción entre trotskismo y leninismo. En otros términos, los desacuerdos entre los epígonos y yo creados por nuestras nuevas tareas y nuevas circunstacias, fueron presentados como una continuación de mis desacuerdos del pasado con Lenin. Este tema dio lugar a la producción de una vasta literatura. Sus tiradores más certeros fueron siempre Zinoviev y Kamenev. En su condición de viejos y próximos colaboradores de Lenin ellos colocáronse a la "vieja guardia bolchevique" contra el trotskismo. Pero bajo la presión de profundos procesos sociales este grupo quedó aislado. Zinoviev y Kamenev en persona se vieron obligados a admitir que los llamados "trotskistas" habían tenido razón en todas las cuestiones fundamentales. Millares de viejos bolcheviques se adhirieron al trotskismo.
En el pleno de junio de 1926, Zinoviev anunció que esa lucha contra mí había sido el mayor error de su vida, "más peligroso que el error de 1917". Orjonikidzé no estuvo del todo equivocado al decirle desde su asiento: "¿Por qué confundió usted a todo el partido?" A esta pesada replica Zinoviev no dio una explicación oficial. Pero encontró una explicación no oficial en la conferencia de la Oposición de octubre de 1926. "Deben ustedes comprender -dijo en mi presencia a sus amigos más íntimos, algunos obreros de Leningrado que creían sinceramente en la leyenda del trotskismo- que se trataba de una lucha por el poder. Toda la cuestión consistía en relacionar los viejos desacuerdos con los nuevos problemas. El trotskismo fue inventado con ese fin....".
En el trancurso de dos años de su permanencia en la oposición, Zinoviev y Kamenev expusieron completamente el fondo del mecanismo del precedente periodo cuando con Stalin crearon la leyenda del "trotskismo" por medios conspirativos. Un año más tarde, cuando se vio claramente que la Oposición se vería obligada a nadar durante largo tiempo y firmemente contra la corriente, Zinoviev y Kamenev se entregaron a merced del vencedor. Como primera condición de su rehabilitación al partido se les exigió que reeditarán la leyenda del trotskismo. Ellos aceptaron. Con ese motivo yo decidí refozar sus propias declaraciones anteriores con una serie de testimonios autorizados. Fue Radek, no otro que Carlos Radek, quien proporcionó la siguiente prueba escrita: "Yo estuve presente en una conversación de Kamenev con el propósito de que éste declarara ante el pleno del Comité Central cómo ellos -es decir, Zinoviev y Kamenev- junto con Stalin, decidieron utilizar los viejos desacuerdos entre Lenin y Trotsky para después de la muerte del primero separar al segundo de la dirección del partido. Sin embargo, yo he oído de labios de Zinoviev y Kamenev que ellos "inventaron" el trotskismo en forma de una consigna actual. Carlos Radek. 25 de diciembre de 1927".
Idénticos testimonios escritos fueron dados por Preobrazhensky, Piatakov, Rakovsky y Eltzin. Piatakov, después director del Banco del Estado, ratificó el testimonio de Zinoviev con las siguientes palabras: "El trotskismo fue concebido para reemplazar los actuales desacuerdos por otros supuestos, esto es, con divergencias del pasado carentes ahora de significación pero artificialmente galvanizados con el propósito ya expresado". ¿Es suficientemente claro, verdad? "Nadie -escribía V. Eltzin, representativo de la generación más joven-, ni uno solo de los "zinovievistas" presentes hizo objeción alguna. Todos ellos aceptaron esa declaración como un hecho generalmente conocido".
El testimonio antes citado de Radek fue ofrecido por él el 25 de diciembre de 1927. Unas pocas semanas después ya estaba en el exilio y unos meses más tarde sobre el meridiano de Tomsk, se había convencido de la justeza de la política de Stalin, cosa que no se le había revelado antes en Moscú. Pero también de Radek los dioses exigieron como una condición "sine qua non" una aceptación de la realidad de esta misma leyenda del trotskismo. Después de haber aceptado esto, Radek no tuvo más que hacer sino dejar que se repitiese la vieja fórmula de Zinoviev que este mismo había hecho pública en 1926 para volver a ella en 1928. Radek ha ido más lejos. En una conversación con un crédulo extranjero ha enmendado el testamento de Lenin para tratar de hallar un apoyo a esta leyenda de los epígonos sobre el "trotskismo".
De esta breve reseña histórica, que se apoya exclusivamente en datos documentados, pueden deducirse muchas conclusiones. Una de ellas es que la revolución es un austero proceso y no se cuida de las vértebras humanas.
El posterior desenvolvimiento de los acontecimientos en el Kremlin y en la Unión Soviética no fue determinado por un solo documento, aun cuando fuera el testamento de Lenin, sino por causas históricas de una importancia mucho mayor. Una reacción política, después de los enormes esfuerzos de los años de la insurrección y guerra civil era inevitable. El concepto de reacción debe ser aquí estrictamente diferenciado del concepto de contrarrevolución. La reacción no implica necesariamente un trastocamiento social, vale decir, la transferencia del poder de una a otra clase. Aun el zarismo tuvo sus periodos de reformas progresivas y de reacción. Los métodos y la orientación de la clase gobernante varían con arreglo a las circunstancias. Esto es verdad también para la clase obrera. La presión de la pequeña burguesía sobre el proletariado, fatigado de la agitación, impone una reanimación de las tendencias pequeñoburguesas en el propio proletariado y una profunda rección primero en los círculos dirigentes de los cuales se elevó al poder el aparato burocrático del presente encabezado por Stalin.
Las cualidades que Lenin apreciaba en Stalin -firmeza de carácter y astucia- continuaron siendo, por supuesto, las mismas. Pero hallaron un nuevo campo de acción y un nuevo punto de aplicación. Los rasgos que en el pasado habían significado un minus (valor negativo) en la personalidad de Stalin -estrechez de miras, falta de imaginación creadora, empirismo- tenían ahora una significación importante y efectiva en el más alto grado. Ellas le permitieron a Stalin convertirse en el instrumento semiconciente de la burocracia soviética, e impulsaron a la burocracia a ver en él su inspirador "líder". Estos años de lucha entre los dirigentes del partido bolchevique indudablemente han demostrado que bajo las condiciones de este nuevo estadio de la revolución, Stalin ha llevado a sus límites extremos los mismos rasgos esenciales de su carácter político contra los cuales Lenin en el último periodo de su vida llevó una lucha irreconciliable. Pero esta cuestión que es todavía ahora el problema central de la política soviética, nos llevaría más allá de los límites de nuestro tema histórico.
Muchos años han pasado desde los acontecimientos que hemos relatado. Si hace diez años todavía pusiéronse en acción factores mucho más poderosos que el consejo de Lenin, sería extremadamente ingenuo apelar ahora al testamento como un documento político eficaz. La lucha internacional entre los dos núcleos que han surgido del bolchevismo hace ya mucho tiempo ha superado la cuestión de los destinos individuales. La carta de Lenin conocida bajo el nombre de su testamento tendrá de aquí en adelante un interés principalmente histórico. Pero la historia, podemos aventurarnos a pensar, también tiene sus derechos, los cuales, por otra parte, no siempre chocan con los intereses políticos. La más elemental de las exigencias científicas -establecer correctamente los hechos y verificar los rumores mediante documentos- puede por lo menos ser recomendada por igual a políticos e historiadores. Y esta exigencia bien puede extenderse incluso a los psicólogos.
Prinkipo, 31 de diciembre de 1932. 
Bolchevismo y Stalinismo
Avanzar contra la corriente
Épocas reaccionarias como la actual, no sólo debilitan y desintegran a la clase obrera aislándola de su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento, rechazando hacia atrás el pensamiento político, hasta etapas ya superadas desde hace mucho tiempo. En estas condiciones la tarea de la vanguardia consiste, ante todo, en no dejarse sugestionar por el reflujo general: es necesario avanzar contra la corriente. Si las desfavorables relaciones de fuerza no permiten conservar las antiguas posiciones políticas, por lo menos hay que conservar las posiciones ideológicas, pues la experiencia tan cara del pasado se ha concentrado en ellas. Ante los ojos de los mentecatos, tal política aparece como "sectaria". En realidad no hace más que preparar un salto gigantesco hacia adelante impulsada por la oleada ascendente del nuevo periodo histórico.
Reacción contra el marxismo y el comunismo
Las grandes derrotas políticas, provocan inevitablemente una revisión de valores, la que en general se lleva a cabo en dos direcciones. Por una parte el pensamiento de la verdadera vanguardia, enriquecido por la experiencia de las derrotas, defiende con uñas y dientes la continuidad del pensamiento revolucionario y se esfuerza en educar nuevos cuadros para los futuros combates de masas. Por otra, el pensamiento de los rutinarios, de los centristas y de los diletantes, atemorizado por las derrotas, tiende a derrocar la autoridad de la tradición revolucionaria y vuelve al pasado con el pretexto de buscar una "nueva verdad".
Se podrían aportar infinidad de ejemplos de reacción ideológica que muy a menudo adopta la forma de postración. En el fondo, todo la literatura de la II y III Internacional y la de sus satélites del Buró de Londres , constituyen ejemplos de este género. Ni un renglón de análisis marxista. Ni una tentativa seria para aclarar las causas de las derrotas. Ni una palabra nueva sobre el porvenir. Solamente clisés, rutina, mentiras y ante todo, preocupaciones para salvar su posición burocrática. Bastan diez líneas de cualquier Hilferding o de Otto Bauer para sentir ya el olor a prodredumbre. De los teóricos del "Comintern" es mejor no hablar. El célebre Dimitrov es tan ignorante y trivial como el más simple almacenero. El pensamiento de estas personas es muy perezoso para renegar del marxismo: lo prostituyen. Pero actualmente no son estos señores los que nos interesan. Veamos los "innovadores".
El ex comunista austríaco, Willi Schlamm, ha consagrado un opúsculo a los procesos de Moscú con el expresivo título de "Dictadura de la mentira". Schlamm es un periodista talentoso, cuyo principal interés está dirigido hacia los asuntos de actualidad. Hizo una excelente crítica de las falsificaciones de Moscú y puso al desnudo la mecánica psicológica de las "confesiones voluntarias". Pero como no se da por satisfecho con esto, quiere crear una nueva teoría del socialismo que asegure el porvenir contra las derrotas y las falsificaciones. Como Schlamm no es un teórico y según sus declaraciones está muy poco familiarizado con la historia del desarrollo del socialismo, creyendo hacer un descubrimiento, presenta un socialismo anterior a Marx, que además de ser una variedad atrasada del socialismo alemán, es dulzón e insulso. Schlamm renuncia a la dialéctica y a la lucha de clases, sin hablar de la dictadura del proletariado. Para él, la tarea de la transformación de la sociedad se reduce a la realización de algunas verdades "eternas" de la moral, con las que se prepara para impregnar a la humanidad desde ahora, bajo el régimen capitalista. La revista de Kerenski "Novaia Rossia" (antigua revista provincial rusa que se publica en París) no solamente adopta con alegría, sino que también con nobleza, la tentativa de Willi Schlamm de salvar el marxismo por medio de una inoculación de linfa moral. Según la justa conclusión de la redacción, Schlamm alcanza los principios del verdadero socialismo ruso, que ya había opuesto con anterioridad, a la ruda lucha de clases, los principios sagrados de la fe, esperanza y el amor.
Por cierto que la doctrina original de los "socialistas-revolucionarios" rusos, representa en sus premisas teóricas un retorno al socialismo de la Alemania anterior a marzo de 1848. Sin embargo, sería demasiado injusto exigir de Kerenski, un conocimiento más profundo de la historia de las ideas del socialismo, que de Schlamm. Mucho más importante es el hecho de que Kerenski, que ahora se solidariza con Schlamm, fue como jefe de gobierno, el iniciador de las persecuciones contra los bolcheviques, tratándolos como agentes del Estado Mayor Alemán, es decir, que organizó las mismas falsificaciones, para luchar contra las cuáles, Schlamm moviliza ahora verdades metafísicas sacadas de los mitos.
El mecanismo psicológico de la reacción intelectual de Schlamm y de sus semejantes, es muy simple. Durante algún tiempo estas personas han participado en un movimiento político que juraba por la lucha de clases e invocaba, de palabra, la dialéctica materialista. Tanto en Alemania como en Austria, este movimiento terminó con una catástrofe. Schlamm saca la siguiente conclusión sumaria ¡Ved a dónde conducen la lucha de clases y la dialéctica! Y como el número de descubrimientos está limitado por la experiencia histórica... y por la riqueza de los conocimientos personales, nuestro reformador en su búsqueda de una nueva fe, ha encontrado verdades antiguas, desechadas hace tiempo, que opone denodadamente no solamente al bolchevismo, sino también al marxismo.
A simple vista, la variedad de reacción ideológica presentada por Schlamm, es tan primitiva (de Marx... a Kerenski) que no vale la pena detenerse en ella. Sin embargo, es extremadamente instructiva: precisamente gracias a su carácter primitivo representa el denominador común de todas las otras formas de reacción, y ante todo el renunciamiento total al bolchevismo.
 
"Vuelta al marxismo"
El marxismo ha encontrado su expresión histórica más grandiosa en el bolchevismo. Bajo la bandera del bolchevismo el proletariado obtuvo su primera victoria y fundó el primer Estado obrero. Ninguna fuerza será capaz de borrar esos hechos históricos. Pero, como la Revolución de Octubre ha conducido al estado actual, es decir, al triunfo de la burocracia, con sus sistemas de opresión, de falsificación y de expoliación - a la dictadura de la mentira según la justa expresión de Schlamm-, numerosos espíritus formalistas y superficiales se inclinan ante la sumaria conclusión de que es imposible luchar contra el stalinismo, sin renunciar al bolchevismo. Como ya sabemos, Schlamm va aún más lejos: el stalinismo, que es la degeneración del bolchevismo, es también producto del marxismo; en consecuencia, es imposible luchar contra el stalinismo sin apartarse de las bases del marxismo. Gentes menos consecuentes, pero más numerosas dicen por lo contrario: "hay que volver del bolchevismo al marxismo". Pero... ¿por qué camino? ¿A qué marxismo? Antes de que el marxismo "fuese a la bancarrota" en forma de bolchevismo, ya se había hundido bajo la forma de social democracia. La consigna "volver de nuevo al marxismo" significa dar un salto entre la II y la III Internacional hacia... ¡la I Internacional! Pero también esta fue derrotada. Resumiendo: se trata de volver en definitiva... a las obras completas de Marx y Engels. Para dar este salto heroico, no hay necesidad de salir del gabinete de trabajo, ni siquiera de quitarse las pantuflas. Pero, ¿cómo pasar de golpe de nuestros clásicos (Marx murió en 1883 y Engels en 1895) a las tareas de la nueva época, dejando de lado la lucha teórica y política de muchas decenas de años, lucha que comprende también el bolchevismo y a la Revolución de Octubre? Ninguno de los que se proponen renunciar al bolchevismo como tendencia históricamente en "bancarrota", ha indicado nuevos caminos.
Para ellos todo se reduce al simple consejo de estudiar El Capital. Contra esto, no tenemos nada que objetar. Pero también los bolcheviques han estudiado El Capital, y no del todo mal. Sin embargo, eso no impidió la degeneración del Estado soviético y la "mise en scéne" de los procesos de Moscú. ¿Qué hacer entonces? ¿Es verdad, por lo tanto, que el stalinismo representa el producto legítimo del bolchevismo, como lo cree toda la reacción, como lo afirma el mismo Stalin, como lo piensan los mencheviques, los anarquistas y algunos doctrinarios de izquierda, que se consideran marxistas? "Siempre lo habíamos predicho -dicen-. Habiendo comenzado con la prohibición de los distintos partidos socialistas, con el aplastamiento de los anarquistas, estableciéndose la dictadura de los bolcheviques en los Soviets, la Revolución de Octubre no podía dejar de conducir a la dictadura de la burocracia. El stalinismo a la vez en la continuación y la negación del leninismo".
¿Es el bolchevismo responsable del stalinismo?
El error de este razonamiento comienza con la identificación tácita, del bolchevismo de la Revolución de Octubre, y de la Unión Soviética. El proceso histórico, que consiste en la lucha de fuerzas hostiles es reemplazado por la evolución abstracta del bolchevismo. Sin embargo el bolchevismo es solamente una corriente política. Aunque estrechamente ligado a la clase obrera, no se identifica con ella. En la URSS además de la clase obrera existen más de cien millones de campesinos de diversas nacionalidades; una herencia de opresión, de miseria y de ignorancia. El Estado creado por los bolcheviques refleja, no solamente el pensamiento y la voluntad de los bolcheviques, sino también el nivel cultural del país, la composición social de la población, la influencia del pasado bárbaro y del imperialismo mundial no menos bárbaro. Representar el proceso de la degeneración del Estado soviético como la evolución del bolchevismo puro, es ignorar la realidad social, pues considera uno solo de sus elementos aislándolo de una manera puramente lógica. Basta con llamar este error elemental por su verdadero nombre, para que no quede nada de él.
El mismo bolchevismo jamás se ha identificado con la Revolución de Octubre ni con el Estado soviético que de ella surgió. El bolchevismo se consideraba como uno de los factores históricos, su factor "consciente", factor muy importante pero no decisivo. Nunca hemos pecado de subjetivismo histórico. Veíamos el factor decisivo - sobre la base dada por las fuerzas productivas -, en la lucha de clases, no sólo en escala nacional sino también internacional.
Cuando los bolcheviques hacían concesiones a las tendencias pequeño burguesas de los campesinos; cuando establecían reglas estrictas para el ingreso al partido; cuando depuraban este partido de elementos que le eran extraños; cuando prohibían a los otros partidos; cuando introducían la NEP , cuando cedían las empresas en forma de concesiones; o cuando firmaban acuerdos diplomáticos con los gobiernos imperialistas, extraían de este hecho fundamental, conclusiones que, desde el comienzo les era teóricamente claro: la conquista del poder, por muy importante que sea, no convierte al partido en el dueño todopoderoso del proceso histórico.
Ciertamente, después de haberse apoderado del aparato del Estado, el partido tiene la posibilidad de influenciar con una fuerza sin precedentes, en el desarrollo de la sociedad, pero en cambio es sometido a una acción múltiple por parte de todos los otros elementos de la sociedad. Puede ser arrojado del poder por los golpes directos de las fuerzas hostiles. Con el ritmo más lento de la evolución, puede degenerarse interiormente, aunque se mantenga en el poder. Es precisamente esta dialéctica del proceso histórico, la que no comprenden los razonadores sectarios que tratan de encontrar un argumento definitivo contra el bolchevismo, en la putrefacción de la burocracia estalinista. En el fondo esos señores dicen: "un partido revolucionario es malo cuando no lleva en sí mismo garantías contra su degeneración". Enfocado con un criterio semejante, el bolchevismo está evidentemente condenado: no posee ningún talismán. Pero ese mismo criterio es falso. El pensamiento científico exige un análisis concreto: ¿cómo y por qué el partido se ha descompuesto? Hasta ahora nadie ha hecho este análisis fuera de los bolcheviques. No por eso han tenido necesidad de romper con el bolchevismo. Por el contrario, es en el arsenal del bolchevismo donde han encontrado todo lo necesario para explicar su destino. La conclusión a la cual llegamos es la siguiente: evidentemente el stalinismo ha "surgido" del bolchevismo; pero no surgió de una manera lógica, sino dialéctica; no como una afirmación revolucionaria, sino como su negación termidoriana. Que no es la misma cosa.
 
El pronóstico fundamental del bolchevismo
Sin embargo, los bolcheviques no han tenido necesidad de esperar los proceso de Moscú para explicar a posteriori las causas de la descomposición del partido dirigente de la URSS. Hace mucho tiempo que habían previsto la posibilidad teórica de una variante semejante en su evolución y de antemano se habían expresado sobre ella. Recordemos el pronóstico que habían hecho los bolcheviques no solamente en vísperas de la Revolución de Octubre, sino también un buen número de años antes. La agrupación fundamental de las fuerzas, a escala nacional e internacional, abre por primera vez, para el proletariado de un país tan atrasado como Rusia, la posibilidad de llegar a la conquista del poder. Pero ese mismo agrupamiento de fuerzas permite asegurar de antemano, que sin la victoria más o menos rápida del proletariado de los países adelantados, el Estado obrero no podrá mantenerse en Rusia.
El régimen soviético abandonado a sus propias fuerzas, caerá o degenerará. Más exactamente: primero degenerará y luego caerá rápidamente. He tenido oportunidad de escribir sobre esto, más de una vez, desde 1905. En mi libro "Historia de la Revolución Rusa" (apéndice al último tomo, "Socialismo en un solo país"), hay una reseña de lo que han dicho a este respecto los jefes del bolchevismo desde 1917 hasta 1923. Todo se reduce a una sola cosa: sin revolución en Occidente el bolchevismo será liquidado por la contrarrevolución interna; por la intervención extranjera o por una combinación. En particular, Lenin ha indicado más de una vez que la burocratización del régimen soviético no es una cuestión técnica o de organización, sino que es el comienzo de una posible degeneración social del Estado obrero.
En el XI Congreso del partido, en marzo de 1922, Lenin habló del "apoyo" que estaban decididos a ofrecer a la Rusia soviética durante la época de la Nueva Política Económica (NEP) algunos políticos burgueses y en particular el profesor liberal Oustrialov. "Estoy por el sostenimiento del poder soviético en Rusia -dijo- aunque sea un cadete, un burgués que ha sostenido la intervención... porque ha entrado en el camino del poder burgués ordinario''. Lenin prefiere la voz cínica del enemigo a los "dulces arrullos comunistas", y ha advertido al partido de ese peligro con estas palabras de ruda sobriedad: "Cosas como las que dice Oustrialov son posibles, hay que confesarlo. La historia conoce transformaciones de toda índole; apoyarse en la convicción, la devoción y otras excelentes cualidades morales, es una cosa nada seria en política. Excelentes cualidades morales existen en un número ínfimo de personas, pero son las grandes masas las que deciden los desenlaces históricos, masas que tratan con poca benevolencia a ese escaso número de personas, si éstas le son poco gratas". En una palabra, el partido no es el único factor de la evolución y, en una gran escala histórica, no es un factor decisivo.
"Sucede que una nación conquista a otra -continúa Lenin en el mismo congreso, el último en que participó-, esto es muy simple y comprensible a cualquiera. ¿Pero qué sucede con la civilización de esos países? Esto ya no es tan simple. Si la nación que ha hecho la conquista tiene una civilización superior a la nación vencida, aquélla le impone su civilización; pero si sucede lo contrario, la nación vencida le impone la suya a la nación conquistadora. ¿No ha pasado algo semejante en la capital de la RSFSR, y no sucedió que 4 700 comunistas (casi toda una división de la mejor entre las mejores) se han visto sometidos a una civilización extranjera?" Esto fue dicho al comienzo de 1922, y no por primera vez. La historia no la hacen algunos hombres, aunque sean "los mejores entre los mejores", y más aún, esos "mejores" pueden degenerar en el sentido de una civilización ''extranjera'', es decir, burguesa. No solamente el Estado soviético puede alejarse del camino socialista, sino que también el partido bolchevique puede, en condiciones históricas desfavorables, perder su bolchevismo.
Es con la clara comprensión de este peligro, que nació la Oposición de Izquierda, definitivamente formada en 1923. Registrando diariamente los síntomas de degeneración, se esforzó por oponer al Termidor amenazante la voluntad consciente de la vanguardia proletaria. Sin embargo, ese factor subjetivo resultó insuficiente. Las "masas gigantescas" que, según Lenin, deciden los desenlaces de la lucha, estaban cansadas por las privaciones propias del país y por una espera demasiado prolongada de la revolución mundial. Las masas perdieron la energía. La burocracia adquirió ventajas. Dominó a la vanguardia proletaria, pisoteó el marxismo, prostituyó al partido bolchevique. El stalinismo resultó victorioso. Bajo la forma de Oposición de Izquierda, el bolchevismo rompió con la burocracia soviética y con su Comintern. Tal es la verdadera marcha de la evolución.
Ciertamente, en un sentido formal, el stalinismo surgió del bolchevismo. Aún hoy, la burocracia de Moscú continúa llamándose partido bolchevique. Si utiliza la antigua etiqueta del bolchevismo lo hace simplemente para engañar mejor a las masas. Tanto más lastimosos son los teóricos que toman la cáscara por el carozo, la apariencia por la realidad. Identificando el stalinismo con el bolchevismo prestan el mejor favor a los termidorianos y, por lo mismo, representan un papel manifiestamente reaccionario.
Con la eliminación de todos los otros partidos de la arena política, los intereses y las tendencias contradictorias de las diversas capas de la población deben, en mayor o menor grado, encontrar su expresión dentro del partido dirigente. A medida que el centro de gravedad político se desplazaba de la vanguardia proletaria, hacia la burocracia, el partido se modificaba, tanto en su composición social como en su ideología. Gracias a la marcha impetuosa de la evolución en el curso de los últimos quince años, ha sufrido una degeneración más radical que la socialdemocracia durante medio siglo. La depuración actual traza entre el stalinismo y el bolchevismo no una simple raya sangrienta, sino todo un río de sangre.
La exterminación de toda la vieja generación bolchevique, de una gran parte de la generación intermedia que había participado en la guerra civil, y también de una parte de la juventud que había tomado más en serio las tradiciones bolcheviques, demuestra la incompatibilidad no solamente política sino también directamente física, entre el bolchevismo y el stalinismo. ¿Cómo es posible que no se vea esto?
Stalinismo y "Socialismo de Estado"
Los anarquistas, por su parte, tratan de ver en el stalinismo, además del producto orgánico del bolchevismo y del marxismo, el del ''socialismo de Estado'' en general. Ellos consienten en reemplazar la patriarcal ''federación de comunas libres'' de Bakunin, por una federación más moderna de Soviets libres. Pero, ante todo, se oponen al Estado centralizado. En efecto, una rama del marxismo ''de estado", la social-democracia, una vez llegada al poder se ha convertido en una agencia declarada del capital. Otra, ha engendrado una nueva casta de privilegiados. Y claro, el origen del mal está en el Estado. Considerando esto con amplio criterio histórico, se puede encontrar una pizca de verdad en este razonamiento. El Estado, en tanto que aparato de opresión, es incontestablemente una fuente de infección política y moral. Como la experiencia lo demuestra, esto es aplicable también al Estado obrero. En consecuencia, se puede decir que el stalinismo es el producto de una etapa histórica, en que la sociedad no ha podido arrancarse aún el chaleco de fuerza del Estado. Pero esta situación no nos da ningún elemento que permita apreciar el bolchevismo o el marxismo, sino que sólo caracteriza el nivel general de la civilización humana, y, ante todo, la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Después de ponernos de acuerdo con los anarquistas de que el Estado, aun el Estado obrero, está engendrado por la lucha de clases y de que la verdadera historia de la humanidad comenzará con la abolición del Estado; queda planteado ante nosotros el siguiente problema: ¿Cuáles son los caminos y los métodos capaces de conducirnos "al fin de los fines", a la abolición del Estado? La experiencia reciente testimonia de que en todo caso no son los métodos del anarquismo.
Los jefes de la CNT8 española, la única organización anarquista importante en el mundo, en la hora crítica se han transformado en ministros de la burguesía. Ellos explican su abierta traición a la teoría del anarquismo, por la presión de las "circunstancias excepcionales". ¿ Pero no es éste el mismo argumento que emplearon a su tiempo los jefes de la social-democracia alemana? Por cierto que la guerra civil no es una circunstancia pacífica y ordinaria, sino más bien una "circunstancia excepcional". Pero, es precisamente para esas "circunstancias excepcionales" que se prepara toda organización revolucionaria seria. La experiencia española ha demostrado, una vez más, que se puede ''negar'' el Estado en los folletos editados en "circunstancias normales" y con permiso del Estado burgués: pero también ha demostrado que las condiciones de la revolución no dejan ningún lugar para la negación del Estado y que además exigen su conquista. No tenemos la intención de acusar a las anarquistas españoles de no haber liquidado el Estado de un plumazo. Un partido revolucionario aun habiéndose apoderado del poder (lo que los jefes anarquistas no han sabido hacer a pesar del heroísmo de los obreros anarquistas), no es todavía el dueño todopoderoso de la sociedad. Si acusamos tan ásperamente a la teoría anarquista, lo hacemos porque habiéndose considerada conveniente para un periodo pacifico, se ha tenido que renunciar a ella apresuradamente, desde que aparecieron las "circunstancias excepcionales"... de la revolución. Antiguamente se encontraban generales -y se encuentran sin duda todavía- que pensaban que lo que más echaba a perder un ejército era la guerra. Los revolucionarios que se lamentan de que la revolución da al traste con su doctrina no valen mucho más que aquéllos. Los marxistas y los anarquistas están plenamente de acuerdo, en cuanto al objetivo final, es decir, con la liquidación del Estado. El marxismo permanece "estadual" únicamente en la medida en que la liquidación del Estado no puede esperarse por cl simple hecho de contentarse con ignorar su existencia. La experiencia del stalinismo no modificó en nada la enseñanza del marxismo, sino que lo confirma, por el método inverso. Una doctrina revolucionaria que enseña al proletariado a orientarse correctamente en una situación determinada y a utilizarla activamente, no encierra en sí -hay que entenderlo bien- la garantía automática de la victoria. Pero, por el contrario, la victoria no es posible sino gracias a esa doctrina. Además es imposible representarse esta victoria en forma de un acto único. Es necesario considerar el asunto teniendo en perspectiva una extensa época. El primer Estado obrero -descansando sobre una base económica poco desarrollada, rodeado de un anillo imperialista- se ha transformado en gendarmería del stalinismo. Pero el verdadero bolchevismo ha declarado una guerra sin tregua a esa gendarmería. Para mantenerse, el stalinismo está obligado a llevar ahora abiertamente una "guerra civil" contra el bolchevismo calificado de "trotskysmo", no solamente en la URSS, sino también en España. El viejo partido bolchevique está muerto, pero el bolchevismo por todas partes levanta la cabeza.
Buscar el origen del stalinismo en el bolchevismo o en el marxismo, es exactamente la misma cosa, en un sentido más general, que querer buscar el origen de la contrarrevolución en la revolución. Sobre este esquema se ha modelado siempre el pensamiento de los liberal-conservadores y tras ellos el de los reformistas. A causa de la estructura de la sociedad basada en clases, las revoluciones siempre han engendrado las contrarrevoluciones. ¿Esto no nos demuestra -pregunta el razonador- que el método revolucionario encierra algún vicio interno? Sin embargo, hasta ahora, ni los reformistas ni los liberales han inventado métodos "más económicos". Pero, si no es fácil interpretar todo un proceso histórico viviente, no es por el contrario, nada difícil interpretar de una manera racionalista la sucesión de sus etapas, haciendo proceder lógicamente el stalinismo del "socialismo de Estado"; el fascismo del marxismo; la reacción de la revolución. En una palabra: la antítesis de la tesis. En este dominio como en tantos otros, el pensamiento anarquista queda prisionero del racionalismo liberal. El verdadero pensamiento revolucionario es imposible sin la dialéctica.
Los argumentos de los racionalistas toman a veces, por lo menos exteriormente, un carácter más concreto. Para ellos el stalinismo no procede del bolchevismo en sí, sino de sus pecados políticos. Los bolcheviques, dicen los espartaquistas alemanes Gorter, Panneckoek , etc., han reemplazado la dictadura del partido por la de la burocracia. Los bolcheviques han aniquilado todos los partidos salvo el suyo; Stalin ha estrangulado al partido bolchevique en interés de la camarilla bonapartista. Los bolcheviques llegaron a un acuerdo con la burguesía; Stalin se convirtió en su aliado y sostén. Los bolcheviques han reconocido la necesidad de participar en los viejos sindicatos y en el parlamento burgués; Stalin ha hecho amistad con la burocracia sindical y con la democracia burguesa. De esta manera se puede seguir razonando todo el tiempo que se quiera. A pesar del efecto que estos razonamientos puedan producir exteriormente, son absolutamente vacíos.
El proletariado sólo puede llegar al poder por intermedio de su vanguardia. La misma necesidad de un poder estadual deriva del insuficiente nivel cultural de las masas y de su heterogeneidad. La tendencia de las masas hacia su liberación cristaliza en la vanguardia revolucionaria organizada en partido. Sin la confianza de la clase en su vanguardia, y sin el apoyo de ésta por aquella, ni siquiera puede plantearse la conquista del poder. Es en este sentido que la revolución proletaria y la dictadura constituyen el objetivo de toda la clase, pero solamente bajo la dirección de su vanguardia. Los soviets son la forma organizada de la alianza de la vanguardia con la clase. El contenido revolucionario de esta alianza no puede estar dado más que por el partido. Esto está demostrado por la experiencia positiva de la Revolución de Octubre y por la experiencia negativa de otros países (Alemania, Austria y últimamente España).
Nadie ha demostrado prácticamente, ni siquiera ha tratado de explicar en forma precisa sobre el papel, de cómo el proletariado puede apoderarse del poder sin la dirección política de un partido, que sabe lo que quiere. Si este partido somete a los soviets a su dirección política, este hecho cambia tan poco el sistema soviético, como cambiaría una mayoría conservadora el sistema parlamentario británico.
En cuanto a la supresión de los demás partidos soviéticos, no deriva de ninguna "teoría" bolchevique, sino que fue una medida de defensa de la dictadura en un país atrasado, agotado y rodeado de enemigos. Los mismos bolcheviques comprendieron desde un comienzo, que esta medida, completada con la supresión de las fracciones en el interior del mismo partido dirigente, encerraba un grave peligro. Sin embargo, la fuente del peligro no estaba en la doctrina o en la táctica, sino en la debilidad material de la dictadura, en las dificultades de la situación interior y exterior. Si la revolución hubiera triunfado también en Alemania habría desaparecido la necesidad de prohibir a los otros partidos soviéticos. Es absolutamente indiscutible que la dominación de un solo partido sirvió jurídicamente de punto de partida del régimen totalitario stalinista. Pero la causa de tal evolución no está en el bolchevismo, ni tampoco en la interdicción de los otros partidos, como medida militar temporaria, sino en la serie de derrotas que sufrió el proletariado de Europa y Asia.
Sucedió lo mismo en la lucha contra el anarquismo. En la época heroica de la revolución, los bolcheviques marcharon juntos con los anarquistas verdaderamente revolucionarios. Muchos de ellos fueron absorbidos por el partido. Más de una vez el autor de estas líneas examinó con Lenin la posibilidad de dejar a los anarquistas algunos territorios para que allí aplicaran, con el consentimiento de la población, sus experiencias de supresión inmediata del Estado.
Pero las condiciones de la guerra civil, del bloqueo y del hambre, no permitieron la aplicación de semejantes planes. ¿Y la insurrección de Kronstadt? . Hay que comprender que el gobierno revolucionario no podía "regalarles" a los marinos revolucionarios, una fortaleza que dominaba la capital, por el solo hecho de que a la rebelión reaccionaría de los soldados campesinos se les unieran algunos dudosos anarquistas. El análisis histórico concreto de los acontecimientos, no deja ningún lugar para las leyendas que la ignorancia y el sentimentalismo crearon alrededor de Kronstadt, Majno y otros episodios de la revolución.
Es indudable también que la burocracia surgida de la revolución ha monopolizado en sus manos el sistema de coerción. Cada etapa de la evolución, aun cuando ellas sean tan catastróficas, como la revolución y la contra-revolución se origina en la etapa precedente, tiene en ella sus raíces y conserva algunos de sus rasgos. Los liberales, incluso la pareja Webb , siempre afirmaron que la dictadura bolchevique representa solamente una nueva edición del zarismo. Por eso cierran los ojos ante detalles tales como la abolición de la monarquía y la nobleza, la entrega de la tierra a los campesinos, la expropiación del capital, la introducción de la economía planificada, la educación atea, etc. . . También el pensamiento liberal-anarquista, cierra los ojos ante el hecho de que la revolución bolchevique, con todas las medidas de represión, significaba la subversión de las relaciones sociales en interés de las masas, mientras que el golpe de estado termidoriano de Stalin, lleva en sí el reagrupamiento de la sociedad soviética en beneficio de una minoría privilegiada. Está claro que en la identificación del stalinismo con el bolchevismo no hay ni rastros de criterio socialista.
 
Problemas Teóricos
Uno de los principales rasgos del bolchevismo es su posición inflexible y aun puntillosa, frente a los problemas doctrinarios. Los 27 tomos de Lenin permanecerán siempre como ejemplo de una actitud escrupulosísima hacia la teoría. El bolchevismo jamás habría cumplido su misión histórica si careciese de esta cualidad fundamental. El stalinismo grosero, ignorante y absolutamente empírico, presenta bajo este mismo aspecto el reverso del bolchevismo.
Hace más de 10 años que la oposición lo declaraba en su plataforma: "Después de la muerte de Lenin, se creó toda una serie de nuevas "teorías" con el solo objeto de justificar "teóricamente" la desviación del grupo stalinista del camino de la revolución proletaria internacional. El socialista americano Liston Oak, que ha participado de cerca en la revolución española, ha escrito últimamente: "De hecho los revisionistas más extremos de Marx y de Lenin, son ahora los stalinistas. El mismo Bernstein no osó hacer ni la mitad del camino que hizo Stalin en la revisión de Marx". Es absolutamente cierto. Es necesario agregar solamente que en Bernstein había realmente necesidades teóricas: trataba concienzudamente de establecer una armonía entre la práctica reformista de la social-democracia y su programa. La burocracia stalinista además de no tener nada de común con el marxismo, es también extraña a toda doctrina, programa o sistema. Su "ideología" está impregnada de un subjetivismo absolutamente policial; su práctica, de un empirismo de la más pura violencia. En el fondo los intereses de la casta de los usurpadores, es hostil a la teoría: no puede dar cuenta a sí misma ni a nadie de su papel social. Stalin revisa a Marx y a Lenin, no la pluma de los teóricos, sino con las botas de la G. P. U.
Problemas Morales
Los fanfarrones insignificantes, a quienes el bolchevismo les ha arrancado sus caretas, tienen la costumbre de lamentarse de la "amoralidad del bolchevismo". En el ambiente pequeño-burgués de intelectuales, demócratas, "socialistas", literatos, parlamentarios y otras gentes de la misma laya, existen valores convencionales o un lenguaje convencional para cubrir la ausencia de verdaderos valores. Esta amplia y abigarrada sociedad donde reina una complicidad recíproca -"¡vive y deja vivir a los demás!"- no soporta en su piel sensible, el contacto de la lanzeta marxista. Los teóricos que oscilan entre los dos campos, los escritores y los moralistas, pensaban y piensan que los bolcheviques exageran con mala intención los desacuerdos, son incapaces de una colaboración "leal" y que por sus intrigas rompieron la unidad del movimiento obrero. El centrista sensible y susceptible cree, ante todo, que los bolcheviques "calumnian", porque éstos llevan su pensamiento hasta las últimas consecuencias, lo que ellos son incapaces de hacer. Sin embargo, sólo con esa preciosa cualidad de ser intolerante para todo lo que es híbrido y evasivo, se puede educar a un partido revolucionario para que las "circunstancias excepcionales" no lo sorprendan de improviso.
La moral de todo partido deriva en el fondo, de los intereses históricos que representa. La moral del bolchevismo, que contiene la devoción, el desinterés el valor, el desprecio por todo lo falso y vano -¡las mejores cualidades de la naturaleza humana!- deriva de su intransigencia revolucionaria puesta al
servicio de los oprimidos. En este sentido, también la burocracia stalinista imita las palabras y los gestos del bolchevismo. Mas, cuando la "intransigencia" y la "inflexibilidad" se cumple por intermedio de un aparato policial que está al servicio de una minoría privilegiada, esas cualidades se transforman en una fuente de desmoralización y de gansterismo. Inspiran solamente desprecio, los que identifican el heroísmo revolucionario de los bolcheviques con el cinismo burocrático de los termidorianos.
Aun hoy, a pesar de los dramáticos acontecimientos del último periodo, el mediocre filisteo continúa creyendo que la lucha entre bolchevismo (trotskysmo) y el stalinismo, es un conflicto de ambiciones personales, o en el mejor de los casos, una lucha entre dos "tendencias" del bolchevismo. La expresión más cruda de este punto de vista es la de Norman Thomas, leader del partido socialista americano. "No hay razón para creer -escribe en el Socialist Review de Septiembre de 1937, página 6- que si Trotsky hubiese estado en lugar de Stalin habrían terminado las intrigas, el complot y el terror de Rusia". Y este hombre se cree... marxista.
Con el mismo fundamento se podría decir: "No hay razón para creer que si en lugar de Pío XI se encontrara en el trono de Roma, Norman 1º la Iglesia Católica se transformaría en un reducto socialista". Thomas no comprende que se trata no de un match entre Stalin y Trotsky sino de un antagonismo entre la burocracia y el proletariado. Por cierto que en la U. R. S. S. la capa dirigente está obligada a adaptarse a la herencia revolucionaria que aún no está completamente liquidada, preparando al mismo tiempo un cambio en el régimen social, por medio de una guerra civil declarada ("depuración" sangrienta, exterminación en masa de los descontentos). Pero en España la camarilla stalinista se presenta desde hoy abiertamente como el refugio del orden burgués contra el socialismo. La lucha contra la burocracia bonapartista se transforma, ante nuestros ojos en lucha de clases: dos mundos, dos programas,- dos morales. Si Thomas piensa que la victoria del proletariado socialista sobre la casta abyecta de los opresores, no regenerara política y moralmente el régimen soviético, demuestra con ello que a pesar de todas sus reservas, sus tergiversaciones y sus piadosos suspiros se encuentra mucho más cerca de la burocracia stalinista que de los obreros revolucionarios. Al igual que aquellos que denuncian el "amoralismo" de los bolcheviques, Thomas es simplemente un advenedizo de la moral revolucionaria.
Las Tradiciones del Bolchevismo y la IV Internacional
Para los "izquierdistas" que ignorando el bolchevismo tratan de "volver" al marxismo, todo se reduce simplemente a algunos remedios aislados: boicotear los antiguos sindicatos, boicotear el parlamento, crear "verdaderos" soviets. Todo eso podía parecer extraordinariamente profundo en la fiebre de los primeros días que siguieron a la guerra. Pero hoy, a la luz de la experiencia sufrida, estas "enfermedades infantiles" han perdido todo interés aun en su carácter de curiosidades. Los holandeses Gorter y Panneckoek, los "espartaquistas" alemanes y los bordighistas italianos , han manifestado su independencia con respecto al bolchevismo, oponiendo a sus rasgos, uno de los suyos artificialmente agrandados. De esas tendencias de "izquierda" no queda nada, práctica ni teóricamente: prueba directa, pero importante, de que para nuestra época el bolchevismo es la única forma del marxismo.
El partido bolchevique ha demostrado, en la acción, la combinación de suprema audacia revolucionaria y de realismo político. Por primera vez ha establecido entre la vanguardia y la clase la única relación capaz dc asegurar la victoria. La experiencia ha demostrado que la unión del proletariado con las masas oprimidas de la pequeña burguesía de las ciudades y de los campos, es posible únicamente con la derrota política de los partidos tradicionales de la pequeña burguesía. El partido bolchevique ha enseñado al mundo entero como se realiza la insurrección armada y la toma del poder. Los que oponen una abstracción de soviets, a la dictadura del partido deberían comprender que únicamente gracias a la dirección de los bolcheviques, los soviets se elevaron del pantano reformista al papel de órganos del Estado proletario. En la guerra civil el partido bolchevique ha realizado una justa combinación del arte militar con la política marxista. Aunque la burocracia stalinista consiguiera arruinar las bases económicas de la nueva sociedad, la experiencia de la economía planificada, realizada bajo la dirección del partido bolchevique quedará para siempre en la historia como una escuela superior para toda la humanidad. Únicamente no ven todo esto los sectarios, que ofendidos por los golpes recibidos, han vuelto la espalda al proceso histórico.
Pero esto no es todo. El partido bolchevique ha podido hacer un trabajo "práctico" tan grandioso, únicamente porque todos sus pasos estaban iluminados por la luz de la teoría. El bolchevismo no la ha creado: Ha sido dada por el marxismo. Pero el marxismo es la teoría del movimiento y no del reposo y solamente acciones realizadas en una escala histórica grandiosa, podían enriquecer la teoría. Por el análisis de la época imperialista como época de guerras y de revolución; de la democracia burguesa en el período de decadencia del capitalismo; de la relación entre la huelga general y la insurrección; del papel del partido, de los soviets y de los sindicatos en la época de la revolución proletaria; de la teoría del estado soviético; de la economía de transición; del fascismo y del bonapartismo a la época de descomposición capitalista; en fin, por su análisis de la degeneración del mismo partido bolchevique y del estado soviético, el bolchevismo ha aportado al marxismo una contribución preciosa. Que se nos nombre otra tendencia que haya agregado algo esencial a las conclusiones y a las generalizaciones del bolchevismo. Vandervelde, De Brouckere, Hilferding, Otto Bauer, León Blum, Ziromsky, etc. sin hablar del mayor Attleey y de Norman Thomas viven teórica y políticamente de las reliquias del pasado. La degeneración del Comintern se expresa en la forma más brutal en el hecho de que ha caído teóricamente al nivel de la II Internacional. Los grupos intermediarios de toda índole (Independent Labour Party de Inglaterra, el P. O. U. M. y sus semejantes) vuelven a adaptar semanalmente, para sus necesidades del momento las migajas de Marx y de Lenin. Los obreros no aprenderán nada entre estas gentes.
Solamente los constructores de la IV Internacional , al adoptar las tradiciones de Lenin y de Marx, han tomado una actitud seria con respecto a la teoría. Que los filisteos se burlen porque veinte años después de la Revolución de Octubre, los revolucionarios se han visto reducidos a las tareas de una modesta preparación de propaganda.
En este aspecto como en otros, el gran capital es mucho más perspicaz que los filisteos pequeños-burgueses que se consideran "socialistas" o "comunistas". No es por nada que la cuestión de la IV Internacional no desaparece de las columnas de la prensa mundial. La imperiosa necesidad histórica de una dirección revolucionaria, asegura a la IV Internacional ritmos excepcionalmente rápidos en su desarrollo. El hecho de que no se ha formado fuera del gran camino de la historia, sino que ha surgido orgánicamente del bolchevismo, es la garantía más importante de sus éxitos futuros.
León Trotsky
29 de Agosto de 1937

EL TESTAMENTO DE LENIN

I
Yo aconsejaría mucho que en este Congreso se introdujesen varios cambios en nuestra estructura política. Desearía exponerles las consideraciones que estimo más importantes. Lo primero de todo coloco el aumento del nú mero de miembros del CC hasta varias decenas e incluso hasta un centenar. Creo que si no emprendiéramos tal reforma, nuestro Comité Central se vería amenazado de grandes peligros, caso de que el curso de los acontecimientos no fuera del todo favorable para nosotros (y no podemos contar con eso).También pienso proponer al Congreso que, dentro de ciertas condiciones, se dé carácter legislativo a las decisiones del Gosplán, coincidiendo en este sentido con el camarada Trotsky, hasta cierto punto y en ciertas condiciones.
Por lo que se refiere al primer punto, es decir, al aumento del número de miembros del CC, creo que esto es necesario tanto para elevar el prestigio del CC como para un trabajo serio con objeto de mejorar nuestro aparato y como para evitar que los conflictos de pequeñas partes del CC puedan adquirir una importancia excesiva para todos los destinos del Partido.
Opino que nuestro Partido está en su derecho de pedir a la clase obrera de 50 a 100 miembros del CC, y que puede recibirlos de ella sin hacerla poner demasiado en tensión sus fuerzas. Esta reforma aumentaría considerablemente la solidez de nuestro Partido y le facilitaría la lucha que sostiene, rodeado de Estados hostiles, lucha que, a mi modo de ver, puede y debe agudizarse mucho en los años próximos. Se me figura que, gracias a esta medida, la estabilidad de nuestro Partido se haría mil veces mayor.
II
Por estabilidad del Comité  Central, de que hablaba más arriba, entiendo las medidas contra la escisión en el grado en que tales medidas puedan, en general, adoptarse. Porque, naturalmente, tenía razón el guardia blanco de Rússkaya Mysl (creo que era S. F. Oldenburg) cuando, lo primero, en el juego de esas gentes contra la Rusia Soviética ponía sus esperanzas en la escisión de nuestro Partido y cuando, lo segundo, las esperanzas de que se fuera a producir esta escisión las cifraba en graví simas discrepancias en el seno del Partido. Nuestro Partido se apoya en dos clases, y por eso es posible su inestabilidad y sería inevitable su caída si estas dos clases no pudieran llegar a un acuerdo. Sería inútil adoptar unas u otras medidas con vistas a esta eventualidad y, en general, hacer consideraciones acerca de la estabilidad de nuestro CC. Ninguna medida sería capaz, en este caso, de evitar la escisión. Pero yo confío que esto se refiere a un futuro demasiado lejano y es un acontecimiento demasiado improbable para hablar de ello. Me refiero a la estabilidad como garantía contra la escisión en un próximo futuro, y tengo el propósito de exponer aquí varias consideraciones de índole puramente personal. Yo creo que lo fundamental en el problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales miembros del CC como Stalin y Trotsky. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar, y a cuyo objeto debe servir entre otras cosas, según mi criterio, la ampliación del CC hasta 50 o hasta 100 miembros. El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotsky, según demuestra su lucha contra el CC con motivo del problema del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos. Estas dos cualidades de dos destacados jefes del CC actual pueden llevar sin quererlo a la escisión, y si nuestro Partido no toma medidas para impedirlo, la escisión puede venir sin que nadie lo espere. No seguiré caracterizando a los demás miembros del CC por sus cualidades personales. Recordaré sólo que el episodio de Zinoviev y Kamenev en Octubre no es, naturalmente, una casualidad, y que de esto se les puede culpar personalmente tan poco como a Trotsky de su no bolchevismo. En cuanto a los jóvenes miembros del CC, diré algunas palabras acerca de Bujarin y de Piatakov. Son, a mi juicio, los que más se destacan (entre los más jóvenes), y en ellos se debería tener en cuenta lo siguiente: Bujarin no sólo es un valiosísimo y notabilísimo teórico del Partido, sino que, además, se le considera legítimamente el favorito de todo el Partido; pero sus concepciones teó ricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pues hay en él algo escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica). Viene después Piatakov, hombre sin duda de gran voluntad y gran capacidad, pero a quien atraen demasiado la administración y el aspecto administrativo de los asuntos para que se pueda confiar en él en un problema político serio. Naturalmente, una y otra observación son valederas sólo para el presente, en el supuesto de que estos dos destacados y fieles militantes no encuentren ocasión de completar sus conocimientos y de corregir su unilateral formación.
Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una f útil pequeñez. Pero yo creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva.  
III
La ampliación del CC hasta 50 o incluso 100 miembros debe perseguir, a mi modo de ver, un fin doble o incluso triple: cuanto mayor sea el nú mero de miembros del CC, más gente aprenderá a realizar el trabajo de é  ste y tanto menor será el peligro de una escisión debida a cualquier imprudencia. La incorporación de muchos obreros al CC ayudará a los obreros a mejorar nuestro aparato, que es pésimo. En el fondo lo hemos heredado del viejo régimen, puesto que ha sido absolutamente imposible rehacerlo en un plazo tan corto, sobre todo con la guerra, con el hambre, etc. Por eso podemos contestar tranquilamente a los "críticos" que con sonrisa burlona o con malicia nos señalan los defectos de nuestro aparato, que son gentes que no comprenden nada las condiciones de nuestra revolución. En cinco años es imposible por completo reformar el aparato en medida suficiente, sobre todo atendidas las condiciones en que se ha producido nuestra revolución. Bastante es si en cinco años hemos creado un nuevo tipo de Estado en el que los obreros van delante de los campesinos contra la burguesía, lo que, considerando las condiciones de la hostil situación internacional, es una obra gigantesca. Pero la conciencia de que esto es así no debe en modo alguno cerrarnos los ojos ante el hecho de que, en esencia, hemos tomado el viejo aparato del zar y de la burguesía y que ahora, al advenir la paz y cubrir en grado mínimo las necesidades relacionadas con el hambre, todo el trabajo debe orientarse al mejoramiento del aparato. Según me imagino yo las cosas, una decenas de obreros incluidos en el CC pueden, mejor que cualquiera otro, entregarse a la labor de revisar, mejorar y rehacer nuestro aparato. La Inspección Obrera y Campesina, a la que en un principio pertenecía esta función, ha sido incapaz de cumplirla y ú nicamente puede ser empleada como "apéndice" o como auxiliar, en determinadas condiciones, de estos miembros del CC. Los obreros que pasen a formar parte del CC deben ser preferentemente, según mi criterio, no de los que han actuado largo tiempo en las organizaciones soviéticas (en esta parte de la carta, lo que digo de los obreros se refiere también por completo a los campesinos), porque en ellos han arraigado ya ciertas tradiciones y ciertos prejuicios con los que es deseable precisamente luchar. Los obreros que se incorporen al CC deben ser, de preferencia, personas que se encuentren por debajo de la capa de los que en los cinco años han pasado a ser funcionarios soviéticos, y deben hallarse más cerca de los simples obreros y campesinos, que, sin embargo, no entren, directa o indirectamente, en la categoría de los explotadores. Creo que esos obreros, que asistirán a todas las reuniones del CC y del Buró Político, y que leerán todos los documentos del CC, pueden ser cuadros de fieles partidarios del régimen soviético, capaces, lo primero, de dar estabilidad al propio CC y, lo segundo, de trabajar realmente en la renovación y mejoramiento del aparato.  
IV
Esta idea la sugirió  el camarada Trotsky, me parece, hace ya tiempo. Yo me manifesté en contra, porque estimaba que, en tal caso, se produciría una falta de concordancia fundamental en el sistema de nuestras instituciones legislativas. Pero un examen atento del problema me lleva a la conclusión de que, en el fondo, aquí hay una idea sana: el Gosplán se halla algo al margen de nuestras instituciones legislativas, a pesar de que, como conjunto de personas competentes, de expertos, de hombres de la ciencia y de la técnica, se encuentra, en el fondo, en las mejores condiciones para emitir juicios acertados. Sin embargo, hasta ahora part íamos del punto de vista de que el Gosplán debe presentar al Gobierno un material críticamente analizado, y que las instituciones gubernamentales deben ser las encargadas de resolver los asuntos públicos. Yo creo que en la situación actual, cuando los asuntos públicos se han complicado extraordinariamente, cuando a cada paso hay que resolver así como vienen los problemas en que se necesita el dictamen de los miembros del Gosplán sin separarlos de los problemas en los que no se necesita, e incluso más aún, resolver asuntos en los que unos puntos requieren el dictamen del Gosplán mientras que otros puntos no lo requieren, se debe dar un paso en el sentido de aumentar la competencia del Gosplán.
Este paso lo concibo de tal manera que las decisiones del Gosplán no puedan ser rechazadas según el procedimiento corriente en los organismos soviéticos, sino que para modificarlas se requiera un procedimiento especial; por ejemplo, llevarlas a la reunión del CEC de toda Rusia, preparar el asunto cuya decisión deba ser modificada según instrucciones especiales, redactándose, según reglas especiales, informes por escrito con objeto de sopesar si dicha decisión del Gosplán debe ser anulada; marcar, en fin, plazos especiales para modificar las decisiones del Gosplán, etc.
En este sentido creo que se puede y se debe coincidir con el camarada Trotsky, pero no en lo de que la presidencia del Gosplán debe ocuparla una personalidad destacada, uno de nuestros jefes políticos, o el Presidente del Consejo Supremo de la Economía Nacional, etc. Me parece que en este asunto el factor personal se entrelaza hoy día demasiado í ntimamente con el problema de principio. Creo que los ataques que ahora se escuchan contra el Presidente del Gosplán, camarada Krzhizhanovski, y el Vicepresidente, camarada Piatakov, y que se lanzan contra los dos, de tal manera que, de una parte, escuchamos acusaciones de extremada blandura, de falta de independencia y de carácter, mientras que, de otra parte, escuchamos acusaciones de grosería, de trato cuartelero, de falta de una sólida preparación científica, etc., creo que estos ataques son expresión de los dos aspectos del problema, desorbitándolos hasta el extremo, y que lo que nosotros necesitamos realmente en el Gosplán es una acertada combinación de los dos tipos de carácter, modelo de uno de los cuales puede ser Piatakov y del otro Krzhizhanovski. Creo que a la cabeza del Gosplán debe haber una persona con preparación científica en el sentido técnico o agronómico, que posea una experiencia larga, de muchas decenas de años, de trabajo práctico, bien en la técnica, bien en la agronomía. Creo que esa persona debe poseer no tanto aptitudes administrativas como amplia experiencia y capacidad para atraerse a la gente.
V
He advertido que ciertos camaradas nuestros, capaces de influir decisivamente en la orientación de los asuntos públicos, exageran el aspecto administrativo, el cual, naturalmente, es necesario en su lugar y en su tiempo, pero que no hay que confundir con el aspecto científico, con la amplia comprensión de la realidad, con la capacidad de atraerse a la gente, etc. En toda institución pública, particularmente en el Gosplá n, se necesita la unión de estas dos cualidades, y cuando el camarada Krzhizhanovski me dijo que había incorporado al Gosplán a Piatakov y se había puesto de acuerdo con él acerca del trabajo, yo di mi consentimiento, reservándome, por una parte, ciertas dudas, y confiando a veces, por otra parte, que lograríamos en este caso la combinación de ambos tipos de hombre de Estado. ¿Se ha cumplido esta esperanza? Ahora hay que aguardar y ver algún tiempo más lo que resulta en la práctica, pero en principio yo creo que no puede ponerse en duda que esta unión de caracteres y tipos (de personas, de cualidades) es indudablemente necesaria para el buen funcionamiento de las instituciones públicas. Me parece que en este punto la exageración del "celo administrativo" es tan nociva como toda exageración en general. El dirigente de una institución pública debe poseer en el más alto grado la capacidad de atraerse a la gente y unos conocimientos científicos y técnicos lo bastante sólidos como para controlar su trabajo. Esto es lo fundamental. Sin ello el trabajo no puede ir por buen camino. Por otro lado, es muy importante que sepa administrar y que tenga un digno auxiliar o auxiliares en este terreno. Es dudoso que estas dos cualidades puedan encontrarse unidas en una sola persona, y es dudoso que ello sea necesario.
VI
Por lo visto, el Gosplán va convirtiéndose en todos los sentidos en una comisión de expertos. A la cabeza de tal institución no puede por menos de figurar una persona de gran experiencia y de amplios conocimientos científicos en el terreno de la técnica. La capacidad administrativa debe ser en el fondo una cosa secundaria. El Gosplán debe gozar de cierta independencia y autonomía desde el punto de vista del prestigio de esta institución científica, y el motivo de que así sea es uno: la honestidad de su personal y su sincero deseo de hacer que se cumpla nuestro plan de construcción económica y social. Esta última cualidad, naturalmente, ahora sólo se puede encontrar como excepción, porque la inmensa mayoría de los hombres de ciencia, de los que como es lógico se compone el Gosplán, se hallan inevitablemente contagiados de opiniones y prejuicios burgueses. Controlar su labor en este aspecto debe ser tarea de una cuantas personas, que pueden formar la dirección del Gosplán, que deben ser comunistas y seguir de día en día, en toda la marcha del trabajo, el grado de fidelidad de los hombres de ciencia burgueses y có mo abandonan los prejuicios burgueses, así como su paso gradual al punto de vista del socialismo. Este doble trabajo, de control científico y de gestión puramente administrativa, debería ser el ideal de los dirigentes del Gosplán en nuestra República.
¿Es racional el dividir en tareas sueltas el trabajo que lleva a cabo el Gosplán? o al contrario, ¿no debe tenderse a formar un círculo de especialistas permanentes a quienes controle sistemáticamente la direcci ón del Gosplán y que puedan resolver todo el conjunto de problemas que son de incumbencia suya? Yo creo que es más racional lo último, y que se debe procurar la disminución del número de tareas sueltas temporales y urgentes.
Al mismo tiempo que se aumenta el número de los miembros del CC, deberemos, a mi modo de ver, dedicarnos también, y yo diría que principalmente, a la tarea de revisar y mejorar nuestro aparato, que no sirve para nada. Para este objeto debemos valernos de los servicios de especialistas muy calificados, y la tarea de proporcionar estos especialistas debe recaer sobre la IOC (Inspección Obrera y Campesina). La tarea de combinar a estos especialistas de la revisión con conocimientos suficientes y a estos nuevos miembros del CC, debe ser resuelta en la práctica. Me parece que la IOC (como resultado de su desarrollo y de nuestras perplejidades acerca de su desarrollo) ha dado en resumen lo que ahora observamos: un estado de transición de un Comisariado del Pueblo especial a una función especial de los miembros del CC; de una institución que lo revisa todo por completo a un conjunto de revisores, escasos en número, pero excelentes, que deben estar bien pagados (esto es particularmente necesario en nuestro tiempo, en que las cosas se pagan, y atendiendo a que los revisores se colocan donde mejor les pagan).
Si el número de miembros del CC es debidamente aumentado y un año tras otro se capacitan en la dirección de los asuntos públicos con la ayuda de estos especialistas altamente calificados y de los miembros de la Inspección Obrera y Campesina, prestigiosos en todos los terrenos, yo creo que daremos acertada solución a este problema que durante tanto tiempo no podíamos resolver. En resumen: hasta 100 miembros del CC y todo lo más de 400 a 500 auxiliares suyos, miembros de la IOC, que revisen según las indicaciones de los primeros.
Me parece que he incurrido en una grave culpa ante los obreros de Rusia por no haber intervenido con la suficiente energía y dureza en el decantado problema de la autonomización, que oficialmente se denomina, creo, problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas. Este verano, cuando el problema surgió, yo me encontraba enfermo, y luego, en el otoño, confié demasiado en mi restablecimiento y en que los plenos de octubre y diciembre me brindarían la oportunidad de intervenir en el problema. Pero no pude asistir ni al Pleno de octubre (dedicado a este problema) ni al de diciembre, por lo que no he llegado a tocarlo casi en absoluto. He podido sólo conversar con el camarada Dzerzhinski, que ha vuelto del Cáucaso y me ha contado cómo se halla este problema en Georgia. También he podido cambiar un par de palabras con el camarada Zinoviev y expresarle mis temores sobre el particular. Lo que me ha dicho el camarada Dzerzhinski, que presidía la comisión enviada por el Comité Central para "investigar" lo relativo al incidente de Georgia, no ha podido dejarme más que con los temores más grandes. Si las cosas se pusieron de tal modo que Ordzhonikidze pudo llegar al empleo de la violencia física, según me ha manifestado el camarada Dzerzhinski, podemos imaginarnos en qué charca hemos caído. Al parecer, toda esta empresa de la "autonomización" era falsa e intempestiva en absoluto. Se dice que era necesaria la unidad del aparato. ¿De dónde han partido estas afirmaciones? ¿No será de ese mismo aparato ruso que, como indicaba ya en uno de los anteriores números de mi diario, hemos tomado del zarismo, habiéndonos limitado a ungirlo ligeramente con el óleserá de ese Es indudable que se debería demorar la aplicación de esta medida hasta que pudiéramos decir que respondemos de nuestro aparato como de algo propio. Pero ahora, en conciencia, debemos decir lo contrario, que nosotros llamamos nuestro a un aparato que en realidad nos es aún ajeno por completo y constituye una mezcla burguesa y zarista que no ha habido posibilidad alguna de superar en cinco años, sin ayuda de otros países y en unos momentos en que predominaban las "ocupaciones" militares y la lucha contra el hambre. En estas condiciones es muy natural que la "libertad de separarse de la unión", con la que nosotros nos justificamos, sea un papel mojado incapaz de defender a los no rusos de la invasión del ruso genuino, chovinista, en el fondo un hombre miserable y dado a la violencia como es el típico burócrata ruso. No cabe duda que el insignificante porcentaje de obreros soviéticos y sovietizados se hundiría en este mar de inmundicia chovinista rusa como la mosca en la leche. En defensa de esta medida se dice que han sido segregados los Comisariados del Pueblo que se relacionan directamente con la psicología de las nacionalidades, con la instrucción en las nacionalidades. Pero a este respecto nos surge una pregunta, la de si es posible segregar estos Comisariados por completo, y una segunda pregunta, la de si hemos tomado medidas con la suficiente solicitud para proteger de veras a los no rusos del esbirro genuinamente ruso. Yo creo que no las hemos tomado, aunque pudimos y debimos hacerlo.Yo creo que en este asunto han ejercido una influencia fatal las prisas y los afanes administrativos de Stalin, así como su saña contra el decantado "social-nacionalismo". De ordinario, la saña siempre ejerce en política el peor papel. Temo igualmente que el camarada Dzerzhinski, que ha ido al Cáucaso a investigar el asunto de los "delitos" de esos "social- nacionales", se haya distinguido en este caso también sólo por sus tendencias puramente rusas (se sabe que los no rusos rusificados siempre exageran en cuanto a sus tendencias puramente rusas), y que la imparcialidad de rusificados sión la caracterice suficientemente el "guantazo" de Ordzhonikidze. Creo que ninguna provocación, incluso ninguna ofensa puede justificar este guantazo ruso, y que el camarada Dzerzhinski es irremediablemente
culpable de haber reaccionado ante ello con ligereza. Ordzhonikidze era una autoridad para todos los demás ciudadanos del Cáucaso. Ordzhonikidze no tenía derecho a dejarse llevar por la irritación a la que él y Dzerzhinski se remiten. Al contrario, Ordzhonikidze estaba obligado a comportarse con un comedimiento que no se puede pedir a ningún ciudadano ordinario, tanto más si éste es acusado de un delito "político". Y la realidad es que los social-nacionales eran ciudadanos acusados de un delito político, y todo el ambiente en que se produjo esta acusación só lo así podía calificarlo. A este respecto se plantea ya un importante problema de principio: cómo comprender el internacionalismo.
En mis obras acerca del problema nacional he escrito ya que el planteamiento abstracto del problema del nacionalismo en general no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida, entre el nacionalismo de la nación grande y el nacionalismo de la nación pequeña. Con relación al segundo nacionalismo, nosotros, los integrantes de una nación grande, casi siempre somos culpables en el terreno práctico histó rico de infinitos actos de violencia; e incluso más todavía: sin darnos cuenta, cometemos infinito número de actos de violencia y ofensas. No tengo más que evocar mis recuerdos de cómo en las regiones del Volga tratan despectivamente a los no rusos, de cómo la única manera de llamar a los polacos es "poliáchishka", de que para burlarse de los tártaros siempre los llaman "príncipes", al ucraniano lo llaman "jojol", y al georgiano y a los demás naturales del Cáucaso los llaman "hombres del Cá pcaso". Por eso, el internacionalismo por parte de la nación opresora, o de la llamada nación "grande" (aunque sólo sea grande por sus violencias, sólo sea grande como lo es un esbirro) no debe reducirse a observar la igualdad formal de las naciones, sino también a observar una desigualdad que de parte de la nación opresora, de la nación grande, compense la desigualdad que prácticamente se produce en la vida. Quien no haya comprendido esto, no ha comprendido la posición verdaderamente proletaria frente al problema nacional; en el fondo sigue manteniendo el punto de vista pequeñoburgués, y por ello no puede por menos de deslizarse a cada instante al punto de vista burgués. ¿Qué es importante para el proletario? Para el proletario es no sólo importante, sino una necesidad esencial, gozar, en la lucha proletaria de clase, del máximo de confianza por parte de los componentes de otras nacionalidades. ¿Qué hace falta para eso? Para eso hace falta algo más que la igualdad formal. Para eso hace falta compensar de una manera o de otra, con su trato o con sus concesiones a las otras nacionalidades, la desconfianza, el recelo, las ofensas que en el pasado histórico les produjo el gobierno de la nación dominante.
Creo que no hacen falta más explicaciones ni entrar en más detalles trat ándose de bolcheviques, de comunistas. Y creo que en este caso, con relación a la nación georgiana, tenemos un ejemplo típico de cómo la actitud verdaderamente proletaria exige de nuestra parte extremada cautela, delicadeza y transigencia. El georgiano que desdeña este aspecto del problema, que lanza desdeñosamente acusaciones de "social-nacionalismo" (cuando él mismo es no sólo un "social-nacional" auténtico y verdadero, sino un basto esbirro ruso), ese georgiano lastima, en esencia, los intereses de la solidaridad proletaria de clase, porque nada retarda tanto el desarrollo y la consolidación de esta solidaridad como la injusticia en el terreno nacional, y para nada son tan sensibles los "ofendidos" componentes de una nacionalidad como para el sentimiento de la igualdad y el menoscabo de esa igualdad por sus camaradas proletarios, aunque lo hagan por negligencia, aunque la cosa parezca una broma. Por eso, en este caso, es preferible exagerar en cuanto a las concesiones y a la suavidad para con las minorías nacionales, que pecar por defecto. Por eso, en este caso, el interés vital de la solidaridad proletaria, y por consiguiente de la lucha proletaria de clase, requiere que jamás miremos formalmente el problema nacional, sino que siempre tomemos en consideración la diferencia obligatoria en la actitud del proletario de la nación oprimida (o pequeñ a) hacia la nación opresora (o grande).
¿Qué medidas prácticas se deben tomar en esta situación? Primera, hay que mantener y fortalecer la unión de las repúblicas socialistas; sobre esto no puede haber duda. Lo necesitamos nosotros lo mismo que lo necesita el proletariado comunista mundial para luchar contra la burgues ía mundial y para defenderse de sus intrigas. Segunda, hay que mantener la unión de las repúblicas socialistas en cuanto al aparato diplomático, que, dicho sea de paso, es una excepción en el conjunto de nuestro aparato estatal. No hemos dejado entrar en él ni a una sola persona de cierta influencia procedente del viejo aparato zarista. Todo él, considerando los cargos de alguna importancia, se compone de comunistas. Por eso, este aparato se ha ganado ya (podemos decirlo rotundamente) el título de aparato comunista probado, limpio, en grado incomparablemente mayor, de los elementos del viejo aparato zarista, burgués y pequeñ oburgués, a que nos vemos obligados a recurrir en los otros Comisariados del Pueblo.
Tercera, hay que castigar ejemplarmente al camarada Ordzhonikidze (digo esto con gran sentimiento, porque somos amigos y trabajé con él en el extranjero, en la emigración), y también terminar de revisar o revisar nuevamente todos los materiales de la comisión de Dzerzhinski, con objeto de corregir el cúmulo de errores y de juicios parciales que indudablemente hay allí. La responsabilidad política de toda esta campañ a de verdadero nacionalismo ruso debe hacerse recaer, claro, sobre Stalin y Dzerzhinski. Cuarta, hay que implantar las normas más severas acerca del empleo del idioma nacional en las repúblicas de otras nacionalidades que forman parte de nuestra Unión, y comprobar su cumplimiento con particular celo. No hay duda que, con el pretexto de unidad del servicio ferroviario, con el pretexto de la unidad fiscal, etc., tal como ahora es nuestro aparato, se deslizará un sinnúmero de abusos de carácter ruso puro. Para combatir esos abusos se necesita un especial espíritu de inventiva, sin hablar ya de la particular sinceridad de quienes se encarguen de hacerlo. Hará falta un código detallado, que sólo tendrá alguna perfección en caso de que lo redacten personas de la nacionalidad en cuestión y que vivan en su república. A este respecto, de ninguna manera debemos afirmarnos de antemano en la idea de que, como resultado de todo este trabajo, no haya que volver atr ás en el siguiente Congreso de los Soviets, es decir, de que no haya que mantener la unión de las repúblicas socialistas soviéticas sólo en sentido militar y diplomático, y en todos los demás aspectos restablecer la autonomía completa de los distintos Comisariados del Pueblo.
Debe tenerse presente que el fraccionamiento de los Comisariados del Pueblo y la falta de concordancia de su labor con respecto a Moscú y los otros centros, pueden ser paralizados suficientemente por la autoridad del Partido, si ésta se emplea con la necesaria discreción e imparcialidad; el daño que pueda sufrir nuestro Estado por la falta de aparatos nacionales unificados con el aparato ruso es incalculablemente, infinitamente menor que el daño que representaría no sólo para nosotros, sino para todo el movimiento internacional, para los cientos de millones de seres de Asia, que debe avanzar al primer plano de la historia en un próximo futuro, después de nosotros. Sería un oportunismo imperdonable si en vísperas de esta acción del Oriente, y al principio de su despertar, quebrantásemos nuestro prestigio en él aunque sólo fuese con la más pequeña aspereza e injusticia con respecto a nuestras propias nacionalidades no rusas. Una cosa es la necesidad de agruparse contra los imperialistas de Occidente, que defienden el mundo capitalista. En este caso no puede haber dudas, y huelga decir que apruebo incondicionalmente estas medidas. Otra cosa es cuando nosotros mismos caemos, aunque sea en pequeñeces, en actitudes imperialistas hacia nacionalidades oprimidas, quebrantando con ello por completo toda nuestra sinceridad de principios, toda la defensa que, con arreglo a los principios, hacemos de la lucha contra el imperialismo. Y el mañana de la historia universal será el día en que se despierten definitivamente los pueblos oprimidos por el imperialismo, que ya han abierto los ojos, y en que empiece la larga y dura batalla final por su emancipación.


























Transcripción del Testamento político de Lenin y anexo con “Los últimos días de Lenin” de E. Carr

Publicado el 20 mayo 2009 por Horadelsur
Carta al Congreso. Sobre la concesión de funciones legislativas al Gosplán. Contribución al problema de las naciones o sobre la “autonomización”
I. Carta al Congreso
Yo aconsejaría con insistencia hacer en este congreso varios cambios en nuestra estructura política. Quisiera exponer las consideraciones que estimo más importantes. Lo primero de todo es elevar el número de miembros del CC a varias decenas e incluso a un centenar. Creo que si no hiciéramos esta reforma, nuestro Comité Central se vería amenazado de grandes peligros, en caso de que el curso de los acontecimientos no nos fuera favorable del todo (y no podemos contar con que nos sea). También pienso proponer al congreso que se dé carácter legislativo, con ciertas condiciones, a las decisiones del Gosplán, aceptando en este aspecto hasta cierto punto y previas ciertas condiciones, lo que propone el camarada Trotski. Por lo que se refiere al primer punto, es decir, al aumento del número de miembros del CC, creo que es necesario tanto para elevar el prestigio del CC como para realizar un trabajo serio con miras a mejorar nuestro mecanismo, administrativo y evitar que los conflictos de pequeñas partes del CC puedan adquirir una importancia excesiva para todos los destinos del partido. Opino que nuestro partido está en su derecho, al pedir a la clase obrera un CC de cincuenta a cien miembros, y que ella puede dárselos sin poner en demasiada tensión sus fuerzas. Esta reforma haría mucho más sólido a nuestro partido y le facilitaría la lucha que sostiene, rodeado de Estados hostiles, lucha que, a mi modo de ver, puede y debe enconarse mucho en los años próximos. Creo que, gracias a esta medida, la estabilidad de nuestro partido sería mil veces mayor. Lenin 23.XII.22 Taquigrafiado por M. V.
II. Continuación de las anotaciones taquigráficas.
24 de diciembre del año 22 Por estabilidad del Comité Central, de la que hablaba antes, entiendo las medidas contra la escisión en tanto en cuanto pueden ser adoptadas, en general. Porque, naturalmente, tenía razón el guardia blanco de Rússkaya Mysl (creo que era S. S. Oldenburg) cuando, primero, en el juego de esas gentes contra la Rusia Soviética cifraba sus esperanzas en la escisión de nuestro partido y, segundo, en que ésta se produjera debido a gravísimas discrepancias en el seno del mismo. Nuestro partido se apoya en dos clases, y por eso es posible su inestabilidad y sería inevitable su caída si estas dos clases no pudieran llegar a un acuerdo. Sería inútil adoptar unas u otras medidas con vistas a esta eventualidad y, en general, divagar en torno a la estabilidad de nuestro CC. En tal caso, no habría medida capaz de evitar la escisión. Pero confío que eso es cosa de un futuro demasiado lejano y un acontecimiento demasiado improbable para hablar de ello. Me refiero a la estabilidad como garantía contra la escisión en un próximo futuro, y tengo el propósito de exponer aquí varias consideraciones de índole puramente personal.
Yo creo que lo fundamental en el problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales miembros del CC como Stalin y Trotski. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, entrañan más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar, y a cuyo objeto debe servir, entre otras cosas, según mi criterio, la ampliación del CC hasta cincuenta o cien miembros. El camarada Stalin, llegado a secretario general, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotski, según demuestra su lucha contra el CC con motivo del problema del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, no se distingue únicamente por dotes relevantes. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y se deja llevar demasiado por el aspecto puramente administrativo de los asuntos. Estas dos cualidades de dos destacados dirigentes del CC actual pueden conducir, sin quererlo, a la escisión, y si nuestro partido no toma medidas para impedirlo, la escisión puede producirse de manera imprevista. No seguiré caracterizando a los demás miembros del CC por sus cualidades personales. Recordaré sólo que el episodio de Zinóviev y Kámenev231 en Octubre no fue, naturalmente, una casualidad, pero de eso se les puede culpar personalmente tan poco como a Trotski de no sentir el bolchevismo. En cuanto a los jóvenes miembros del CC, diré unas palabras de Bujarin y Piatakov. Son, a mi juicio, los que más se destacan (entre los más jóvenes), y, al tratarse de ellos, se debería tener en cuenta lo siguiente: Bujarin no sólo es un valiosísimo y notable teórico del partido, sino que, además, se le considera legítimamente el favorito de todo el partido; pero sus concepciones teóricas pueden calificarse de enteramente marxistas con muchas dudas, pues hay en él algo escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica). 25.XII. Viene después Piatakov, hombre sin duda de grandes voluntad y dotes, pero que se deja llevar demasiado por el ejercicio de la administración y el aspecto administrativo de los asuntos para que se pueda confiar en él en un problema político serio. Naturalmente, una y otra observación son valederas sólo para el presente, suponiendo que estos dos destacados y fieles militantes no encuentren ocasión de completar sus conocimientos y de corregir su formación unilateral. Lenin 25.XII.22. Taquigrafiado por M. V.
Adición a la carta del 24 de diciembre de 1922
Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de secretario general. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro nombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una pequeñez insignificante. Pero creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y de lo que he escrito antes de las relaciones entre Stalin y Trotski, no es una pequeñez o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva. Lenin Taquigrafiado por l. F. 4 de enero de 1923
III. Continuación de las anotaciones taquigráficas.
26 de diciembre de 1922 La ampliación del CC hasta cincuenta o incluso cien miembros debe perseguir, a mi modo de ver, un fin doble o incluso triple: cuanto mayor sea el número de miembros del CC, tantos más aprenderán a realizar el trabajo de éste y tanto menor será el peligro de una escisión debida a cualquier imprudencia. La incorporación de muchos obreros al CC ayudará a los obreros a mejorar nuestro cuerpo administrativo, que es pésimo. En el fondo, lo hemos heredado del viejo régimen, puesto que ha sido absolutamente imposible rehacerlo en un plazo tan corto, sobre todo con la guerra, con el hambre, etc. Por eso podemos contestar tranquilamente a los “críticos” que nos señalan con sonrisa burlona o con malicia los defectos de nuestra administración que no comprenden nada las condiciones de nuestra revolución. En cinco años es imposible por completo reformar la administración en medida suficiente, sobre todo atendidas las condiciones en que se ha producido nuestra revolución. Bastante hemos hecho con crear en cinco años un nuevo tipo de Estado en el que los obreros van delante de los campesinos contra la burguesía, lo cual, habida cuenta de la hostil situación internacional, es una obra gigantesca. Pero el saber que eso es así en modo alguno debe impedirnos ver que, en el fondo, hemos tomado la vieja administración del zar y de la burguesía y que ahora, al advenir la paz y cubrir en grado mínimo las necesidades relacionadas con el hambre, todo el trabajo debe orientarse a mejorar la administración. Yo me imagino las cosas de manera que unas decenas de obreros incluidos en el CC pueden, mejor que otros cualesquiera, entregarse a la labor de revisar, mejorar y rehacer nuestra administración. La Inspección Obrera y Campesina, a la que en un principio pertenecía esta función, ha sido incapaz de cumplirla y únicamente puede ser empleada como “apéndice” o auxiliar, en determinadas condiciones, de estos miembros del CC. Los obreros que pasen a formar parte del CC deben ser principalmente, a juicio mío, no de los que han actuado largo tiempo en las organizaciones soviéticas (en esta parte de la carta, cuando digo obreros siempre me refiero también a los campesinos), porque en ellos han arraigado ya ciertas tradiciones y ciertos prejuicios que es deseable precisamente combatir. Los obreros que se incorporen al CC deben ser, principalmente, personas que se encuentren por debajo del sector de los promovidos 769 en estos cinco años a funcionarios soviéticos y deben hallarse más cerca de los simples obreros y campesinos, que, sin embargo, no entran, ni directa ni indirectamente, en la categoría de los explotadores. Creo que esos obreros, que asistirán a todas las reuniones del CC y del Buró Político y leerán todos los documentos del CC, pueden ser un núcleo de fieles partidarios del régimen soviético capaces, primero, de dar estabilidad al propio CC y, segundo, de aplicarse de verdad a renovar y mejorar la administración. Lenin Taquigrafiado por L. F. 26.XII.22
IV. Sobre la concesión de funciones legislativas al GOSPLAN. Continuación de las anotaciones taquigráficas. 27 de diciembre de 1922
Esta idea la sugirió el camarada Trotski, me parece, hace ya tiempo. Yo me manifesté en contra, porque estimaba que, en tal caso, se produciría una falta de concordancia fundamental en el sistema de nuestras instituciones legislativas. Pero un examen atento del problema me lleva a la conclusión de que, en el fondo, aquí hay una idea sana: el Gosplán se halla algo al margen de nuestras instituciones legislativas, a pesar de que, como conjunto de personas competentes, de expertos, de hombres de la ciencia y de la técnica, se encuentra, en el fondo, en las mejores condiciones para emitir juicios acertados. Sin embargo, hasta ahora partíamos del punto de vista de que el Gosplán debe presentar al Gobierno un material críticamente analizado, y que las instituciones gubernamentales deben ser las encargadas de resolver los asuntos públicos. Yo creo que en la situación actual, cuando los asuntos públicos se han complicado extraordinariamente, cuando a cada paso hay que resolver, así como vienen, los problemas en que se necesita el asesoramiento de los miembros del Gosplán sin separarlos de los problemas en los que no se necesita, e incluso más aún, resolver asuntos en los que unos puntos requieren el asesoramiento del Gosplán, mientras que otros puntos no lo requieren, se debe dar un paso en el sentido de aumentar la competencia del Gosplán. Este paso lo concibo de tal manera que las decisiones del Gosplán no puedan ser rechazadas según el procedimiento corriente en los organismos soviéticos, sino que para modificarlas se requiera un procedimiento especial; por ejemplo, llevarlas a la reunión del CEC de toda Rusia, preparar el asunto cuya decisión deba ser modificada según instrucciones especiales, redactándose, según reglas especiales, informes por escrito con objeto de sopesar si dicha decisión del Gosplán debe ser anulada; marcar, en fin, plazos especiales para modificar las decisiones del Gosplán, etc. En este sentido creo que se puede y se debe coincidir con el camarada Trotski, pero no en lo de que la presidencia del Gosplán debe ocuparla una personalidad destacada, uno de nuestros jefes políticos, o el presidente del Consejo Supremo de la Economía Nacional, etc. Me parece que en este asunto el factor personal se entrelaza hoy día demasiado íntimamente con el problema de principio. Creo que los ataques que ahora se escuchan contra el presidente del Gosplán, camarada Krzhizhanovski, y el vicepresidente, camarada Piatakov, y que se lanzan contra los dos, de tal manera que, de una parte, escuchamos acusaciones de extremada blandura, de falta de independencia y de carácter, mientras que, de otra parte, escuchamos acusaciones de tosquedad, de trato cuartelero, de falta de una sólida preparación científica, etc., creo que estos ataques son expresión de los dos aspectos del problema, desorbitándolos hasta el extremo, y que lo que nosotros necesitamos realmente en el Gosplán es una acertada combinación de los dos tipos de carácter, modelo de uno de los cuales puede ser Piatakov y del otro Krzhizhanovski. Creo que a la cabeza del Gosplán debe haber una persona con preparación científica en el sentido técnico o agronómico, que posea una experiencia larga, de muchas decenas de años, de trabajo práctico, bien en la técnica, bien en la agronomía. Creo que esa persona debe poseer no tanto aptitudes administrativas como amplia experiencia y capacidad para atraerse a la gente. Lenin 27.XII.22 Taquigrafiado por M. V.
V. Continuación de la carta acerca del carácter legislativo de las decisiones del Gosplán.
28.XII.22 He advertido que ciertos camaradas nuestros, capaces de influir decisivamente en la orientación de los asuntos públicos, exageran el aspecto administrativo, el cual, naturalmente, es necesario en su lugar y en su tiempo, pero que no hay que confundir con el aspecto científico, con la amplia comprensión de la realidad, con la capacidad de atraerse a la gente, etc. En toda institución pública, particularmente en el Gosplán, se necesita la unión de estas dos cualidades, y cuando el camarada Krzhizhanovski me dijo que había incorporado al Gosplán a Piatakov y se había puesto de acuerdo con él acerca del trabajo, yo di mi consentimiento, reservándome, por una parte, ciertas dudas, y confiando a veces, por otra parte, que lograríamos en este caso la combinación de ambos tipos de hombre de Estado. ¿Se ha cumplido esta esperanza? Ahora hay que aguardar y ver algún tiempo más lo que resulta en la práctica, pero en principio yo creo que no puede ponerse en duda que esta unión de caracteres y tipos (de personas, de cualidades) es indudablemente necesaria para el buen funcionamiento de las instituciones públicas. Me parece que en este punto la exageración del “celo administrativo” es tan nociva como toda exageración en general. El dirigente de una institución pública debe poseer en el más alto grado la capacidad de atraerse a la gente y unos conocimientos científicos y técnicos lo bastante sólidos como para controlar su trabajo. Esto es lo fundamental. Sin ello el trabajo no puede ir por buen camino. Por otro lado, es muy importante que sepa administrar y que tenga un digno auxiliar o auxiliares en este terreno. Es dudoso que estas dos cualidades puedan encontrarse unidas en una sola persona, y es dudoso que ello sea necesario. Lenin Taquigrafiado por L. F. 28.XII.22
VI. Continuación de las anotaciones taquigráficas sobre el Gosplán.
29 de dic. del 22 Por lo visto, el Gosplán va convirtiéndose en todos los sentidos en una comisión de expertos. A la cabeza de tal institución no puede por menos de figurar una persona de gran experiencia y de amplios conocimientos científicos en el terreno de la técnica. La capacidad administrativa debe ser en el fondo una cosa secundaria. El Gosplán debe gozar de cierta independencia y autonomía desde el punto de vista del prestigio de esta institución científica, y el motivo de que así sea es uno: la honestidad de su personal y su sincero deseo de hacer que se cumpla nuestro plan de construcción económica y social. Esta última cualidad, naturalmente, ahora sólo se puede encontrar como excepción, porque la inmensa mayoría de los hombres de ciencia, de los que, como es lógico, se compone el Gosplán, se hallan inevitablemente contagiados de opiniones y prejuicios burgueses. 773 Controlar su labor en este aspecto debe ser tarea de unas cuantas ciencia burgueses y cómo abandonan los prejuicios burgueses, así como su paso gradual al punto de vista del socialismo. Este doble- trabajo, de control científico y de gestión puramente administrativa, debería ser el ideal de los dirigentes del Gosplán en nuestra República. Lenin Taquigrafiado por M. V. 29 de diciembre del 22
¿Es racional el dividir en tareas sueltas el trabajo que lleva a cabo el Gosplán?, o, al contrario, ¿no debe tenderse a formar un círculo de especialistas permanentes a quienes controle sistemáticamente la dirección del Gosplán y que puedan resolver todo el conjunto de problemas que son de incumbencia suya? Yo creo que es más racional lo último, y que se debe procurar la disminución del número de tareas sueltas temporales y urgentes. Lenin 29 de die. del 22 Taquigrafiado por M. V.
VII. Para el apartado relativo al aumento del número de miembros del CC. Continuación de- las anotaciones taquigráficas. 29 de dic.de 1922
Al mismo tiempo que se aumenta el número de los miembros del CC, deberemos, a mi modo de ver, dedicarnos también, y yo diría que principalmente, a la tarea de revisar y mejorar nuestro aparato, que no sirve para nada. Para este objeto debemos valemos de los servicios de especialistas muy calificados, y la tarea de proporcionar estos especialistas debe recaer sobre la Inspección Obrera y Campesina. La tarea de combinar a estos especialistas de la revisión, con conocimientos suficientes, y a estos nuevos miembros del CC debe ser resuelta en la práctica. Me parece que la IOC (como resultado de su desarrollo y de nuestras perplejidades acerca de su desarrollo) ha dado en resumen lo que ahora observamos: un estado de transición de un Comisariado del Pueblo especial a una función especial de los miembros del CC; de una institución que lo revisa todo por completo a un conjunto de revisores, escasos en número, pero excelentes, que deben estar bien pagados (esto es particularmente necesario en nuestro tiempo, en que las cosas se pagan, y atendiendo a que los revisores se colocan donde mejor les pagan). Si el número de miembros del CC es debidamente aumentado y un año tras otro se capacitan en la dirección de los asuntos públicos con la ayuda de estos especialistas altamente calificados y de los miembros de la Inspección Obrera y Campesina, prestigiosos en todos los terrenos, yo creo que daremos acertada solución a este problema que durante tanto tiempo no podíamos resolver. En resumen: hasta 100 miembros del CC y todo lo más de 400 a 500 auxiliares suyos, miembros de la IOC, que revisen según las indicaciones de los primeros. Lenin 29 de dic. del 22 Taquigrafiado por M. V.
Contribución al problema de las naciones o sobre la “autonomización”. Continuación de las anotaciones taquigráficas. 30 de diciembre de 1922
Me parece que he incurrido en una grave culpa ante los obreros de Rusia por no haber hablado con las suficientes energía y dureza del decantado problema de la autonomización, denominado oficialmente, creo, problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas. Este verano, cuando se planteó el problema, yo estaba enfermo, y luego, en el otoño, confié demasiado en mi restablecimiento y en que los plenos de octubre y diciembre233 me brindarían la oportunidad de hablar de este problema. Pero no pude asistir ni al Pleno de octubre (dedicado a este problema) ni al de diciembre, por lo que no he llegado a tratarlo casi en absoluto. Me ha dado tiempo sólo de conversar con el camarada Dzerzhinski, que ha vuelto del Cáucaso y me ha contado cómo se plantea este problema en Georgia. También me ha dado tiempo de intercambiar unas palabras con el camarada Zinóviev y expresarle mis temores sobre el particular. Por lo que me ha contado el camarada Dzerzhinski, que ha presidido la comisión enviada por el Comité Central para “investigar” lo relativo al incidente de Georgia, yo no podía tener más que los mayores temores. Si las cosas tomaron tal cariz que Ordzhonikidze pudo perder los estribos y llegar a emplear la violencia física, como me ha hecho saber el camarada Dzerzhinski, podemos imaginarnos en qué charca hemos caído. Al parecer, todo este jaleo de la “autonomización” era erróneo e intempestivo por completo. Se dice que era necesario unir la administración. ¿De dónde han partido estos asertos? ¿No será de esa misma administración rusa que, como indicaba ya en uno de los anteriores números de mi diario, hemos tomado del zarismo, habiéndonos limitado a ungirlo ligeramente con el óleo soviético? Es indudable que se debería demorar la aplicación de esta medida hasta que pudiéramos decir que respondemos de nuestra 776 administración como de algo propio. Pero ahora, poniéndonos la mano en el pecho, debemos decir lo contrario, que denominamos nuestra una administración que, en realidad, aún no tiene nada de común con nosotros y constituye un batiburrillo burgués y zarista que no ha habido posibilidad alguna de transformar en cinco años sin la ayuda de otros países y en unos momentos en que predominaban las “ocupaciones” militares y la lucha contra el hambre. En estas circunstancias es muy natural que la “libertad de abandonar la unión”, con la que nosotros nos justificamos, sea un papel mojado inservible para defender a los no rusos de la. invasión del ruso genuino, del patriotero, miserable en el fondo y dado a la violencia, como es el típico burócrata ruso. No cabe duda de que el insignificante porcentaje de obreros soviéticos y sovietizados se hundiría en este mar de inmundicia chovinista rusa como las moscas. En defensa de esta medida se dice que han sido segregados los comisariados del pueblo que tienen una relación directa con la sicología de las naciones, con la instrucción pública en las naciones. Pero, a este respecto, se nos ocurre hacer la pregunta de si es posible independizar a estos comisariados y la de si hemos tomado medidas con la suficiente solicitud para proteger de veras a los no rusos contra el esbirro genuinamente ruso. Creo que no las hemos tomado, aunque pudimos y debimos hacerlo. Me parece que en esto han tenido un efecto fatal la precipitación y las aficiones administrativas de Stalin, así como su enconamiento contra el decantado “socionacionalismo”. Por lo común, el enconamiento desempeña siempre en política el peor papel. Temo igualmente que el camarada Dzerzhinski, que ha ido al Cáucaso a investigar el caso de los “delitos” de esos ” socionacionales”, también se haya distinguido aquí sólo por sus ánimos genuinamente rusos (se sabe que los pueblos alógenos rusificados se pasan siempre de la raya en cuanto a sus ánimos genuinamente rusos), y que la imparcialidad de toda su comisión esté suficientemente caracterizada por el “guantazo” de Ordzhonikidze. Creo que ninguna provocación, ni siquiera ofensa alguna, puede justificar este guantazo ruso, y que el camarada Dzerzhinski tiene sin remedio la culpa de haber reaccionado con ligereza ante el bofetón. Ordzhonikidze era una autoridad para todos los demás ciudadanos del Cáucaso. Ordzhonikidze no tenía derecho a dejarse llevar por la irritación a la que él y Dzerzhinski apelan. Al contrario, Ordzhonikidze estaba obligado a comportarse con un comedimiento que no se puede pedir a ningún ciudadano corriente, con tanto mayor motivo si éste es acusado de un delito “político”. Y la realidad 777 es que los socionacionales eran ciudadanos acusados de un delito político, y todo el ambiente en que se hizo esta acusación sólo así podía calificarlo. A este respecto cabe hacer ya una importante pregunta de principio: ¿cómo comprender el internacionalismo?* Lenin 30.XI1 22 Taquigrafiado por M. V.
Contribución al problema de las naciones o sobre la “autonomización” (Continuación)
En mis trabajos sobre el problema nacional he escrito ya que el planteamiento abstracto del problema del nacionalismo en general no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el nacionalismo de una nación opresora y el nacionalismo de una nación oprimida, entre el nacionalismo de una nación grande y el nacionalismo de una nación pequeña. Respecto al segundo nacionalismo, los integrantes de una nación grande tenemos casi siempre la culpa de cometer en el terreno práctico de la historia infinitos actos de violencia; e incluso más aún: cometemos sin darnos cuenta infinitos actos de violencia y ofensas. Me basta con evocar el despectivo trato que se da en las regiones del Volga a los pueblos alógenos, la sola manera burlona de llamar “polaquetes” a los polacos, la sorna con que se llama siempre “príncipes” a los tártaros, “jojol” al ucranio y “varón kapkásico” al georgiano y a los otros oriundos caucasianos. Por eso, el internacionalismo de la nación opresora, o de la llamada nación “grande” (aunque sólo sea grande por sus violencias, grande como un esbirro), debe consistir no sólo en observar la igualdad formal de las naciones, sino también esa desigualdad que, por parte de la nación opresora, de la nación grande, compense la desigualdad real que se da en la vida. Quien no haya comprendido esto, no ha comprendido la actitud verdaderamente proletaria ante el problema nacional; sigue sosteniendo, en el fondo, el punto de vista pequeñoburgués, y por ello no puede menos de pasar a cada instante al punto de vista burgués. ¿Qué tiene importancia para el proletario? Para el proletario tiene no sólo importancia, sino que es de una necesidad esencial gozar, en la lucha proletaria de clase, de la máxima confianza entre los pueblos alógenos. ¿Qué hace falta para eso? Para eso hace falta algo más que la igualdad formal. Para eso hace falta compensar de una manera u otra, con su trato o con sus concesiones a las otras naciones, la desconfianza, el recelo y los agravios inferidos en el pasado histórico por el gobierno de la nación dominante. Creo que, para los bolcheviques, para los comunistas, huelga meterse en explicaciones y entrar en detalles. Y creo que en este caso, respecto a la nación georgiana, presenciamos un ejemplo típico de cómo la actitud verdaderamente proletaria exige cautela, delicadeza y transigencia extremas por nuestra parte. El georgiano que desdeña este aspecto del problema, que hace despectivas acusaciones de “socionacionalismo” (cuando él mismo es no sólo un “socionacional” auténtico y verdadero, sino un burdo esbirro ruso), ese georgiano lastima, en el fondo, los intereses de la solidaridad proletaria de clase, porque nada frena tanto el desarrollo y la consolidación de esta solidaridad como la injusticia en la esfera nacional y nada hace reaccionar con tanta sensibilidad a los nacionales “ofendidos” como el sentimiento de igualdad y la vulneración de esa igualdad por parte de sus camaradas proletarios, aunque sea por negligencia, aunque sea por gastar una broma. Por eso, en este caso, es preferible pecar por exceso que por defecto en el sentido de hacer concesiones y ser blandos con las minorías nacionales. Por eso, en este caso, el interés vital de la solidaridad proletaria y, por consiguiente, de la lucha proletaria de clase, requiere que jamás enfoquemos de manera formalista el problema nacional, sino que tomemos siempre en consideración la diferencia obligatoria en la actitud del proletario de la nación oprimida (o pequeña) ante la nación opresora (o grande). Lenin Taquigrafiado por M. V. 31.XII.22 Continuación de las anotaciones taquigráficas. 31 de diciembre de 1922 ¿Qué medidas prácticas se deben tomar en la situación creada? Primero, hay que mantener y fortalecer la unión de las repúblicas socialistas; sobre esto no puede caber ninguna duda. Lo necesitamos nosotros, lo mismo que lo necesita el proletariado comunista internacional, para luchar contra la burguesía mundial y defenderse de sus intrigas. Segundo, hay que mantener la unión de las repúblicas socialistas en cuanto al personal diplomático que, dicho sea de paso, es una excepción en el conjunto de nuestra administración pública. No hemos dejado entrar en él ni a una sola persona de alguna influencia procedente de la vieja administración zarista. Todo él, teniendo presentes los cargos de alguna importancia, se compone de comunistas. Por eso, este personal se ha ganado ya (podemos decirlo sin temor) el título de personal comunista probado, depurado en grado incomparable e inconmensurablemente mayor de elementos de la vieja administración zarista, burguesa y pequeñoburguesa que esa otra a la que nos vemos obligados a recurrir en los restantes comisariados del pueblo.
Tercero, hay que imponer un castigo ejemplar al camarada Ordzhonikidze (digo esto con gran pesar, porque somos amigos y trabajé con él en el extranjero, en la emigración), y también terminar de examinar o examinar de nuevo todos los documentos de la comisión de Dzerzhinski para corregir la inmensidad de errores y de juicios apasionados que hay sin duda en ellos. La responsabilidad política por toda esta campaña de verdadero nacionalismo ruso debe hacerse recaer, como es natural, en Stalin y Dzerzhinski. Cuarto, hay que implantar las normas más severas sobre el uso del idioma nacional en las repúblicas de población alógena que forman parte de nuestra Unión y comprobar su cumplimiento con particular celo. No cabe duda de que, so pretexto de unidad del servicio ferroviario, so pretexto de unidad fiscal, etc., con la administración pública que tenemos ahora, se cometerá una infinidad de abusos de carácter ruso puro. Para combatir esos abusos se necesita una inventiva especial, sin hablar ya de la sinceridad singular de quienes se encarguen de hacerlo. Hará falta un código detallado que sólo podrá estar algo bien en caso de que lo redacten individuos de la nación de que se trate y residentes en su república. A este respecto, en modo alguno debemos rechazar de antemano la posibilidad deque, como resultado de todo este trabajo, no retrocedamos en el siguiente congreso de los Soviets, es decir, de que mantengamos la unión de repúblicas socialistas soviéticas sólo en los aspectos militar y 780 diplomático, restableciendo en todos los demás aspectos la completa autonomía de los distintos comisariados del pueblo. Debe tenerse presente que el fraccionamiento de los comisariados del pueblo y la falta de concordancia de su labor con respecto a Moscú y los otros centros pueden contrarrestarse lo suficiente por el prestigio del partido, si éste se emplea con la discreción e imparcialidad precisas; el daño que pueda sufrir nuestro Estado por la falta de administraciones públicas nacionales unificadas con la rusa es incalculable e infinitamente menor que el daño que se nos inferirá no sólo a nosotros, sino a toda la Internacional, a los cientos de millones de habitantes de Asia, la cual debe salir al proscenio de la historia en un próximo futuro, siguiéndonos los pasos. Sería un oportunismo imperdonable que, en vísperas de esta acción del Oriente, en los comienzos de su despertar, menoscabásemos el prestigio que tenemos en él aunque sólo fuese con la menor aspereza e injusticia hecha a nuestras propias naciones alógenas. Una cosa es la necesidad de cohesión contra los imperialistas de Occidente, que defienden el mundo capitalista. En este caso no puede haber dudas, y huelga decir que apruebo sin reservas estas medidas. Y otra cosa es cuando nosotros mismos adoptamos, aunque sea en pequeñeces, actitudes imperialistas frente a naciones oprimidas, poniendo así en tela de juicio toda nuestra sinceridad en la adhesión a los principios, toda la defensa que hacemos de la lucha contra el imperialismo. Y el mañana de la historia universal será el día en que despierten definitivamente los pueblos oprimidos por el imperialismo, los cuales han abierto ya los ojos, y en que empiece la larga y dura batalla decisiva por su emancipación. Lenin 31. XII. 22 Taquigrafiado por M. V.
ANEXO. Los últimos días de Lenin
* El proceso de recuperación económica inaugurado por la NEP se vio ensombrecido en 1922 por el comienzo de la prolongada y fatal enfermedad de Lenin. En mayo de 1922 sufrió un ataque que le incapacitó durante varias semanas. En el otoño volvió a trabajar y pronunció varios discursos. Pero su resistencia física estaba evidentemente disminuida. . El 12 de diciembre se retiró a su apartamento del Kremlin, por consejo médico, y allí sufrió cuatro días más tarde un segundo y más grave ataque que paralizó definitivamente su lado derecho. Durante los tres meses siguientes la incapacidad física no afectó a sus facultades mentales; y aunque aparentemente no se permitió que le viera ninguno de los demás dirigentes, siguió dictando notas y artículos sobre las cuestiones del partido. Entre estos se incluye el famoso “testamento” del 25 de diciembre, con su posdata del 4 de enero de 1923. Pero el 9 de marzo de 1923 un tercer ataque le privó del habla, y aunque vivió diez meses más, nunca volvió a trabajar. Después del tercer ataque se desvanecieron gradualmente las esperanzas de un posible restablecimiento de Lenin. La cuestión de la sucesión pasó a primer plano, relegando a cualquier otra. El endurecimiento de la disciplina del partido en su X Congreso de marzo de 1921 había venido seguido de una purga en el partido, y fue llevado aun más allá por el XI Congreso , un año después, que condenó a 22 disidentes, la mayo parte de ellos miembros de a antigua Oposición Obrera, y expulsó del parido a dos de sus cinco dirigentes; Lenin había pedido la expulsión de los cinco. Esta nueva crisis provocó el fortalecimiento de la maquinaria del partido. Los tres secretarios del comité central del partido nombrados en pie de igualdad en 1919 se había revelado inefectivos y fueron relevados del cargo. El 4 de abril de 1922, pocos días después del XI Congreso, se anunció que Stalin había sido nombrado secretario general, con Molotov y Kuibishev como secretarios. Nadie encontró el anuncio particularmente significativo. Stalin era conocido como un funcionario del partido trabajador, eficiente y leal. Cuando Lenin volvió a trabajar tras su primer ataque, se sintió evidentemente alarmado por la forma en que Stalin había levantado no sólo el poder y la autoridad de su cargo, sino también su propia posición personal; se había convertido por vez primera en una figura dirigente dentro del partido. A Lenin no le gustó ninguna de las dos cosas. En este momento se encontraba muy preocupado por el crecimiento de la burocracia en el Estado y en el partido; y adquirió una profunda desconfianza hacia la personalidad de Stalin. El testamento fue dictado pocos días después del segundo ataque que puso en duda sus posibilidades de recuperación, en una disposición de angustioso presentimiento. Lenin comenzaba con el peligro de una escisión entre las dos clases – proletariado y campesinado – sobre cuya alianza se apoyaba el partido, y la descartaba como remota. La escisión que él veía como una amenaza para el “futuro inmediato” era la división de los miembros del comité central; y la relación entre Stalin y Trotski constituía “la parte principal de ese peligro de escisión”. Stalin había concentrado “un enorme poder en sus manos”, y no siempre sabía utilizarlo con la suficiente prudencia”. Trotski, pese a ser “el hombre más capaz del actual comité central”, mostraba excesiva “autoconfianza y una disposición a dejarse llevar en exceso por el aspecto puramente administrativo de la cuestiones”. Otros dirigentes del comité no escapaban a la crítica. Se recordaba la vacilación de Zinoviev y Kamenev en el momento crítico de octubre de 1917; ésta “no fue, por cierto, un hecho accidental”, pero no podía “serles imputada como un delito personal, como tampoco a Trotski su no bolchevismo”. Bujarin, pese a ser “el teórico más valioso y destacado del partido”, no había comprendido nunca la dialéctica, y sus punto s de vista sólo podían “ser considerados plenamente marxistas con la mayor reserva”. Este era un veredicto inesperado sobre un hombre cuyo ABC del comunismo, escrito en colaboración con Preobrazhenski, y cuya Teoría del materialismo histórico seguían teniendo una amplia difusión como manuales del partido. Pero, por más perspicaz que fuese el diagnóstico de Lenin sobre las limitaciones de sus colegas, la única cura prescrita en su testamento era la ampliación del número de miembros del comité central de 50 a 100; y era improbable que esto afectase a la raíz del problema. En otoño de 1922 había atraído la atención de Lenin lo que sucedía en Georgia, donde los trámites para la incorporación de la república georgiana a la URSS encontraban dura resistencia en el comité del partido georgiano. En septiembre visitó Georgia una comisión encabezada por Dzerzhinski, y regresó a Moscú con los dirigentes disidentes. En este punto intervino Lenin, desplazando a Stalin, que estaba al cargo de la cuestión, y creyó haber asegurado un compromiso. Pero no siguió hasta el fin el problema, y las relaciones con los georgianos volvieron a hacerse difíciles. Entonces marchó a Tiflis Ordzhonikidze y, tras una dura lucha, destituyó a los dirigentes rebeldes y obligó al comité a aceptar las propuestas de Stalin. Pocos días después de dictar su testamento, Lenin, bajo un impulso incierto, volvió sobre la cuestión georgiana. Dictó un memorando en l que se confesaba “gravemente culpable ante los trabajadores de Rusia” por no haber intervenido de forma eficaz con anterioridad. Denunciaba los recientes procedimientos como un ejemplo de “chovinismo granruso”, mencionaba “la precipitación y la irreflexión administrativa” de Stalin y censuraba por sus nombres a él, a Dzerzhinski y a Ordzhonikidze. Después el 4 de enero de 1923, la desconfianza de Lenin hacia Stalin brotó de nuevo y añadió una posdata al testamento. Stalin, decía en ella, era “demasiado grosero” y debía ser emplazado como secretario general por alguien “más tolerante, más leal, más corté y más atento con los camaradas, de un humor menos caprichoso, etc.”; y como motivo de esta recomendación citaba de nuevo el peligro de una escisión y la relación entre Stalin y Trotski”. Finalmente , a comienzos de marzo, tras una ocasión en que se dijo que Stalin había insultado a Kruspkaia (que presumiblemente le había impedido ver a Lenin), Lenin escribió a Stalin una carta rompiendo sus “relaciones entre camaradas”. Tres días después se produciría el tercer ataque que pondría fin a la vida activa de Lenin… La muerte de Lenin tuvo lugar el 21 de enero de 1924. E. Carr. La revolución rusa: de Lenin a Stalin, 1917-1929, cap. 7. Alianza. Madrid 1981, PP.85-86.