viernes, 27 de mayo de 2011

Trabajo asalariado y capital.


Trabajo asalariado y capital.

K. Marx
[153]
T R A B A J O A S A L A R I A D O Y C A P I T A L
De diversas partes se nos ha reprochado el que no hayamos expuesto las relaciones económicas que forman la base material de la lucha de clases y de las luchas nacionales de nuestros días. Sólo hemos examinado intencionadamente estas relaciones allí donde se imponían directamente en las colisiones políticas.
Tratábase, principalmente, de seguir la lucha de clases en la historia cotidiana, y demostrar empíricamente, con los materiales históricos existentes y con los que iban apareciendo todos los días, que con el sojuzgamiento de la clase obrera, protagonista de febrero y marzo, fueron vencidos, al propio tiempo, sus adversarios: en Francia, los republicanos burgueses, y en todo el continente europeo, las clases burguesas y campesinas en lucha contra el absolutismo feudal; que el triunfo de la «república honesta» en Francia fue, al mismo tiempo, la derrota de las naciones que habían respondido a la revolución de febrero con heroicas guerras de independencia; y, finalmente, que con la derrota de los obreros revolucionarios, Europa ha vuelto a caer bajo su antigua doble esclavitud: la esclavitud anglo-rusa. La batalla de junio en París, la caída de Viena, la tragicomedia del noviembre berlinés de 1848, los esfuerzos desesperados de Polonia, Italia y Hungría, el sometimiento de Irlanda por el hambre: tales fueron los acontecimientos principales en que se resumió la lucha europea de clases entre la burguesía y la clase obrera, y a través de los cuales hemos demostrado que [154] todo levantamiento revolucionario, por muy alejada que parezca estar su meta de la lucha de clases, tiene necesariamente que fracasar mientras no triunfe la clase obrera revolucionaria, que toda reforma social no será más que una utopía mientras la revolución proletaria y la contrarrevolución feudal no midan sus armas en una guerra mundial. En nuestra descripción lo mismo que en la realidad, Bélgica y Suiza eran estampas de género, caricaturescas y tragicómicas en el gran cuadro histórico: una, el Estado modelo de la monarquía burguesa; la otra, el Estado modelo de la república burguesa, y ambas, Estados que se hacen la ilusión de estar tan libres de la, lucha de clases como de la revolución europea.
Ahora que nuestros lectores han visto ya desarrollarse la lucha de clases, durante el año 1848, en formas políticas gigantescas, ha llegado el momento de analizar más de cerca las relaciones económicas en que descansan por igual la existencia de la burguesía y su dominación de clase, así como la esclavitud de los obreros.
Expondremos en tres grandes apartados:
1) La relación entre el trabajo asalariado y el capital, la esclavitud del obrero, la dominación del capitalista.
2) La inevitable ruina, bajo el sistema actual, de las clases medias burguesas y del llamado estamento campesino.
3) El sojuzgamiento y la explotación comercial de las clases burguesas de las distintas naciones europeas por Inglaterra, el déspota del mercado mundial.
Nos esforzaremos por conseguir que nuestra exposición sea lo más sencilla y popular posible, sin dar por supuestas ni las nociones más elementales de la Economía Política. Queremos que los obreros nos entiendan. Además, en Alemania reinan una ignorancia y una confusión de conceptos verdaderamente asombrosas acerca de las relaciones económicas más simples, que van desde los defensores patentados del orden de cosas existente hasta los taumaturgos socialistas y los genios políticos incomprendidos, que en la desmembrada Alemania abundan todavía más que los «padres de la Patria».
Pasemos, pues, al primer problema:
¿Qué es el salario? ¿Cómo se determina?
Si preguntamos a los obreros qué salario perciben, uno nos contestará: «Mi burgués me paga un marco por la jornada de trabajo»; el otro: «Yo recibo dos marcos», etc. Según las distintas ramas del trabajo a que pertenezcan, nos indicarán las distintas cantidades de dinero que los burgueses respectivos les pagan por la ejecución de una tarea determinada, v.gr., por tejer una vara de lienzo o por componer un pliego de imprenta. Pero, pese a la diferencia de datos, todos coinciden en un punto: el salario es la cantidad [155] de dinero que el capitalista paga por un determinado tiempo de trabajo o por la ejecución de una tarea determinada.
Por tanto, diríase que el capitalista les compra con dinero el trabajo de los obreros. Estos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. Lo que en realidad venden los obreros al capitalista por dinero es su fuerza de trabajo. El capitalista compra esta fuerza de trabajo por un día, una semana, un mes, etc. Y, una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen durante el tiempo estipulado. Con el mismo dinero con que les compra su fuerza de trabajo, por ejemplo, con los dos marcos, el capitalista podría comprar dos libras de azúcar o una determinada cantidad de otra mercancía cualquiera. Los dos marcos con los que compra dos libras de azúcar son el precio de las dos libras de azúcar. Los dos marcos con los que compra doce horas de uso de la fuerza de trabajo son el precio de un trabajo de doce horas. La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni menos que el azúcar. Aquélla se mide con el reloj, ésta, con la balanza.
Los obreros cambian su mercancía, la fuerza de trabajo, por la mercancía del capitalista, por el dinero y este cambio se realiza guardándose una determinada proporción: tanto dinero por tantas horas de uso de la fuerza de trabajo. Por tejer durante doce horas, dos marcos. Y estos dos marcos, ¿no representan todas las demás mercancías que pueden adquirirse por la misma cantidad de dinero? En realidad, el obrero ha cambiado su mercancía, la fuerza de trabajo, por otras mercancías de todo género, y siempre en una determinada proporción. Al entregar dos marcos, el capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad correspondiente de carne, de ropa, de leña, de luz, etc. Por tanto, los dos marcos expresan la proporción en que la fuerza de trabajo se cambia por otras mercancías, o sea el valor de cambio de la fuerza de trabajo. Ahora bien, el valor de cambio de una mercancía, expresado en dinero, es precisamente su precio. Por consiguiente, el salario no es más que un nombre especial con que se designa el precio de la fuerza de trabajo, o lo que suele llamarse precio del trabajo, el nombre especial de esa peculiar mercancía que sólo toma cuerpo en la carne y la sangre del hombre.
Tomemos un obrero cualquiera, un tejedor, por ejemplo. El capitalista le suministra el telar y el hilo. El tejedor se pone a trabajar y el hilo se convierte en lienzo. El capitalista se adueña del lienzo y lo vende en veinte marcos, por ejemplo. ¿Acaso el salario del tejedor representa una parte del lienzo, de los veinte marcos, del producto de su trabajo? Nada de eso. El tejedor recibe su salario mucho antes de venderse el lienzo, tal vez mucho antes de que haya acabado el tejido. Por tanto, el capitalista no paga este [156] salario con el dinero que ha de obtener del lienzo, sino de un fondo de dinero que tiene en reserva. Las mercancías entregadas al tejedor a cambio de la suya, de la fuerza de trabajo, no son productos de su trabajo, del mismo modo que no lo son el telar y el hilo que el burgués le ha suministrado. Podría ocurrir que el burgués no encontrase ningún comprador para su lienzo. Podría ocurrir también que no se reembolsase con el producto de su venta ni el salario pagado. Y puede ocurrir también que lo venda muy ventajosamente, en comparación con el salario del tejedor. Al tejedor todo esto le tiene sin cuidado. El capitalista, con una parte de la fortuna de que dispone, de su capital, compra la fuerza de trabajo del tejedor, exactamente lo mismo que con otra parte de la fortuna ha comprado las materias primas —el hilo— y el instrumento de trabajo —el telar—. Una vez hechas estas compras, entre las que figura la de la fuerza de trabajo necesaria para elaborar el lienzo, el capitalista produce ya con materias primas e instrumentos de trabajo de su exclusiva pertenencia. Entre los instrumentos de trabajo va incluido también, naturalmente, nuestro buen tejedor, que participa en el producto o en el precio del producto en la misma medida que el telar; es decir, absolutamente en nada.
Por tanto, el salario no es la parte del obrero en la mercancía por él producida. El salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva.
La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía que su propietario, el obrero asalariado, vende al capital. ¿Para qué la vende? Para vivir.
Ahora bien, la fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, su actividad vital no es para él más que un medio para poder existir. Trabaja para vivir. El obrero ni siquiera considera el trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía que ha adjudicado a un tercero. Por eso el producto de su actividad no es tampoco el fin de esta actividad. Lo que el obrero produce para sí no es la seda que teje ni el oro que extrae de la mina, ni el palacio que edifica. Lo que produce para sí mismo es el salario; y la seda, el oro y el palacio se reducen para él a una determinada cantidad de medios de vida, si acaso a una chaqueta de algodón, unas monedas de cobre y un cuarto en un sótano. Y para el obrero que teje, hila, taladra, tornea, construye, cava, machaca piedras, carga, etc., por espacio de doce horas al día, ¿son estas doce horas de tejer, hilar, taladrar, tornear, construir, cavar y machacar piedras la manifestación de su vida, su vida misma? Al contrario. Para [157] él, la vida comienza allí donde terminan estas actividades, en la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en la cama. Las doce horas de trabajo no tienen para él sentido alguno en cuanto a tejer, hilar, taladrar, etc., sino solamente como medio para ganar el dinero que le permite sentarse a la mesa o en el banco de la taberna y meterse en la cama. Si el gusano de seda hilase para ganarse el sustento como oruga, sería un auténtico obrero asalariado. La fuerza de trabajo no ha sido siempre una mercancía. El trabajo no ha sido siempre trabajo asalariado, es decir, trabajo libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al esclavista, del mismo modo que el buey no vende su trabajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de trabajo, a su dueño. Es una mercancía que puede pasar de manos de un dueño a manos de otro. El es una mercancía, pero su fuerza de trabajo no es una mercancía suya. El siervo de la gleba sólo vende una parte de su fuerza de trabajo. No es él quien obtiene un salario del propietario del suelo; por el contrario, es éste, el propietario del suelo, quien percibe de él un tributo.
El siervo de la gleba es un atributo del suelo y rinde frutos al dueño de éste. En cambio, el obrero libre se vende él mismo y además, se vende en partes. Subasta 8, 10, 12, 15 horas de su vida, día tras día, entregándolas al mejor postor, al propietario de las materias primas, instrumentos de trabajo y medios de vida; es decir, al capitalista. El obrero no pertenece a ningún propietario ni está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15 horas de su vida cotidiana pertenecen a quien se las compra. El obrero, en cuanto quiera, puede dejar al capitalista a quien se ha alquilado, y el capitalista le despide cuando se le antoja, cuando ya no le saca provecho alguno o no le saca el provecho que había calculado. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es la venta de su fuerza de trabajo, no puede desprenderse de toda la clase de los compradores, es decir, de la clase de los capitalistas, sin renunciar a su existencia. No pertenece a tal o cual capitalista, sino a la clase capitalista en conjunto, y es incumbencia suya encontrar un patrono, es decir, encontrar dentro de esta clase capitalista un comprador.
Antes de pasar a examinar más de cerca la relación entre el capital y el trabajo asalariado, expondremos brevemente los factores más generales que intervienen en la determinación del salario.
El salario es, como hemos visto, el precio de una determinada mercancía, de la fuerza de trabajo. Por tanto, el salario se halla determinado por las mismas leyes que determinan el precio de cualquier otra mercancía.
Ahora bien, nos preguntamos: ¿Cómo se determina el precio de una mercancía?
[158]

¿Qué es lo que determina el precio de una mercancía?
Es la competencia entre compradores y vendedores, la relación entre la demanda y la oferta, entre la apetencia y la oferta. La competencia que determina el precio de una mercancía tiene tres aspectos.
La misma mercancía es ofrecida por diversos vendedores. Quien venda mercancías de igual calidad a precio más barato, puede estar seguro de que eliminará del campo de batalla a los demás vendedores y se asegurará mayor venta. Por tanto, los vendedores se disputan mutuamente la venta, el mercado. Todos quieren vender, vender lo más que puedan, y, si es posible, vender ellos solos, eliminando a los demás. Por eso unos venden más barato que otros. Tenemos, pues, una competencia entre vendedores, que abarata el precio de las mercancías puestas a la venta.
Pero hay también una competencia entre compradores, que a su vez, hace subir el precio de las mercancías puestas a la venta.
Y, finalmente, hay la competencia entre compradores y vendedores; unos quieren comprar lo más barato posible, otros vender lo más caro que puedan. El resultado de esta competencia entre compradores y vendedores dependerá de la relación existente entre los dos aspectos de la competencia mencionada más arriba; es decir, de que predomine la competencia entre las huestes de los compradores o entre las huestes de los vendedores. La industria lanza al campo de batalla a dos ejércitos contendientes, en las filas de cada uno de los cuales se libra además una batalla intestina. El ejército cuyas tropas se pegan menos entre sí es el que triunfa sobre el otro.
Supongamos que en el mercado hay 100 balas de algodón y que existen compradores para 1.000 balas. En este caso, la demanda es, como vemos, diez veces mayor que la oferta. La competencia entre los compradores será, por tanto, muy grande; todos querrán conseguir una bala, y si es posible las cien. Este ejemplo no es ninguna suposición arbitraria. En la historia del comercio hemos asistido a períodos de mala cosecha algodonera, en que unos cuantos capitalistas coligados pugnaban por comprar, no ya cien balas, sino todas las reservas de algodón de la tierra. En el caso que citamos, cada comprador procurará, por tanto, desalojar al otro, ofreciendo un precio relativamente mayor por cada bala de algodón. Los vendedores, que ven a las fuerzas del ejército enemigo empeñadas en una rabiosa lucha intestina y que tienen segura la venta de todas sus cien balas, se guardarán muy mucho de irse a las manos para hacer bajar los precios del algodón, en un momento en que sus enemigos se desviven por hacerlos subir. Se hace, pues, a escape, la paz entre las huestes de los vendedores. Estos se enfrentan como un solo hombre con los compradores, se cruzan olímpicamente de [159] brazos. Y sus exigencias no tendrían límite si no lo tuvieran, y muy concreto, hasta las ofertas de los compradores más insistentes.
Por tanto, cuando la oferta de una mercancía es inferior a su demanda, la competencia entre los vendedores queda anulada o muy debilitada. Y en la medida en que se atenúa esta competencia, crece la competencia entablada entre los compradores. Resultado: alza más o menos considerable de los precios de las mercancías.
Con mayor frecuencia se da, como es sabido, el caso inverso, y con inversos resultados: exceso considerable de la oferta sobre la demanda; competencia desesperada entre los vendedores; falta de compradores; lanzamiento de las mercancías al malbarato.
Pero, ¿qué significa eso del alza y la baja de los precios? ¿Qué quiere decir precios altos y precios bajos? Un grano de arena es alto si se le mira al microscopio, y, comparada con una montaña. una torre resulta baja. Si el precio está determinado por la relación entre la oferta y la demanda, ¿qué es lo que determina esta relación entre la oferta y la demanda?
Preguntemos al primer burgués que nos salga al paso. No separará a meditar ni un instante, sino que, cual nuevo Alejandro Magno, cortará este nudo metafísico [10] con la tabla de multiplicar. Nos dirá: si el fabricar la mercancía que vendo me ha costado cien marcos y la vendo por 110 —pasado un año, se entiende—, esta ganancia es una ganancia moderada, honesta y decente. Si obtengo, a cambio de esta mercancía, 120, 130 marcos, será ya una ganancia alta; y si consigo hasta 200 marcos, la ganancia será extraordinaria, enorme. ¿Qué es lo que le sirve a nuestro burgués de criterio para medir la ganancia? El coste de producción de su mercancía. Si a cambio de esta mercancía obtiene una cantidad de otras mercancías cuya producción ha costado menos, pierde. Si a cambio de su mercancía obtiene una cantidad de otras mercancías cuya producción ha costado más, gana. Y calcula la baja o el alza de su ganancia por los grados que el valor de cambio de su mercancía acusa por debajo o por encima de cero, por debajo o por encima del coste de producción.
Hemos visto que la relación variable entre la oferta y la demanda lleva aparejada tan pronto el alza como la baja de los precios determina tan pronto precios altos como precios bajos. Si el precio de una mercancía sube considerablemente, porque la oferta baje o porque crezca desproporcionadamente la demanda, con ello necesariamente bajará en proporción el precio de cualquier otra mercancía, pues el precio de una mercancía no hace más que expresar en dinero la proporción en que otras mercancías se entregan a cambio de ella. Si, por ejemplo, el precio de una vara de seda sube de cinco marcos a seis, bajará el precio de la plata en relación [160] con la seda, y asimismo disminuirá, en proporción con ella, el precio de todas las demás mercancías que sigan costando igual que antes. Para obtener la misma cantidad de seda ahora habrá que dar a cambio una cantidad mayor de aquellas otras mercancías. ¿Qué ocurrirá al subir el precio de una mercancía? Una masa de capitales afluirá a la rama industrial floreciente, y esta afluencia de capitales al campo de la industria favorecida durará hasta que arroje las ganancias normales; o más exactamente, hasta que el precio de sus productos descienda, empujado por la superproducción, por debajo del coste de producción.
Y viceversa. Si el precio de una mercancía desciende por debajo de su coste de producción, los capitales se retraerán de la producción de esta mercancía. Exceptuando el caso en que una rama industrial no corresponda ya a la época, y, por tanto, tenga que desaparecer, esta huida de los capitales irá reduciendo la producción de aquella mercancía, es decir, su oferta, hasta que corresponda a la demanda, y, por tanto, hasta que su precio vuelva a levantarse al nivel de su coste de producción, o, mejor dicho, hasta que la oferta sea inferior a la demanda; es decir, hasta que su precio rebase nuevamente su coste de producción, pues el precio corriente de una mercancía es siempre inferior o superior a su coste de producción.
Vemos que los capitales huyen o afluyen constantemente del campo de una industria al de otra. Los precios altos determinan una afluencia excesiva, y los precios bajos, una huida exagerada.
Podríamos demostrar también, desde otro punto de vista, cómo el coste de producción determina, no sólo la oferta, sino también la demanda. Pero esto nos desviaría demasiado de nuestro objetivo.
Acabamos de ver cómo las oscilaciones de la oferta y la demanda vuelven a reducir siempre el precio de una mercancía a su coste de producción. Es cierto que el precio real de una mercancía es siempre superior o inferior al coste de producción, pero el alza y la baja se compensan mutuamente, de tal modo que, dentro de un determinado período de tiempo, englobando en el cálculo el flujo y el reflujo de la industria, puede afirmarse que las mercancías se cambian unas por otras con arreglo a su coste de producción, y su precio se determina, consiguientemente, por aquél.
Esta determinación del precio por el coste de producción no debe entenderse en el sentido en que la entienden los economistas. Los economistas dicen que el precio medio de las mercancías equivale al coste de producción; que esto es la ley. Ellos consideran como obra del azar el movimiento anárquico en que el alza se nivela con la baja y ésta con el alza. Con el mismo derecho podría considerarse, como lo hacen en efecto otros economistas, que estas oscilaciones son la ley, y la determinación del precio por el coste [161] de producción, fruto del azar. En realidad, si se las examina de cerca. se ve que estas oscilaciones acarrean las más espantosas desolaciones y son como terremotos que hacen estremecerse los fundamentos de la sociedad burguesa. son las únicas que en su curso determinan el precio por el coste de producción. El movimiento conjunto de este desorden es su orden. En el transcurso de esta anarquía industrial, en este movimiento cíclico, la concurrencia se encarga de compensar, como si dijésemos, una extravagancia con otra.
Vemos, pues, que el precio de una mercancía se determina por su coste de producción, de modo que las épocas en que el precio de esta mercancía rebasa el coste de producción se compensan con aquellas en que queda por debajo de este coste de producción, y viceversa. Claro está que esta norma no rige para un producto industrial concreto, sino solamente para la rama industrial entera. No rige tampoco, por tanto, para un solo industrial, sino únicamente para la clase entera de los industriales.
La determinación del precio por el coste de producción equivale a la determinación del precio por el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, pues el coste de producción está formado:
1) por las materias primas y el desgaste de los instrumentos, es decir, por productos industriales cuya fabricación ha costado una determinada cantidad de jornadas de trabajo y que representan, por tanto, una determinada cantidad de tiempo de trabajo. y
2) por el trabajo directo; cuya medida es también el tiempo.
Las mismas leyes generales que regulan el precio de las mercancías en general regulan también, naturalmente, el salario, el precio del trabajo.
La remuneración del trabajo subirá o bajará según la relación entre la demanda y la oferta, según el cariz que presente la competencia entre los compradores de la fuerza de trabajo, los capitalistas, y los vendedores de la fuerza de trabajo, los obreros. A las oscilaciones de los precios de las mercancías en general les corresponden las oscilaciones del salario. Pero, dentro de estas oscilaciones, el precio del trabajo se hallará determinado por el coste de producción, por el tiempo de trabajo necesario para producir esta mercancía, que es la fuerza de trabajo.
Ahora bien, ¿cuál es el coste de producción de la fuerza de trabajo?
Es lo que cuesta sostener al obrero como tal obrero y educarlo para este oficio.
Por tanto, cuanto menos tiempo de aprendizaje exija un trabajo, menor será el coste de producción del obrero, más bajo el precio de su trabajo, su salario. En las ramas industriales que no exigen apenas tiempo de aprendizaje, bastando con la mera existencia [162] corpórea del obrero, el coste de producción de éste se reduce casi exclusivamente a las mercancías necesarias para que aquél pueda vivir en condiciones de trabajar. Por tanto, aquí el precio de su trabajo estará determinado por el precio de los medios de vida indispensables.
Pero hay que tener presente, además, otra circunstancia.
El fabricante, al calcular su coste de producción, y con arreglo a él el precio de los productos, incluye en el cálculo el desgaste de los instrumentos de trabajo. Si una máquina le cuesta, por ejemplo, mil marcos y se desgasta totalmente en diez años, agregará cien marcos cada año al precio de las mercancías fabricadas, para, al cabo de los diez años, poder sustituir la máquina ya agotada, por otra nueva. Del mismo modo hay que incluir en el coste de producción de la fuerza de trabajo simple el coste de procreación que permite a la clase obrera estar en condiciones de multiplicarse y de reponer los obreros agotados por otros nuevos. El desgaste del obrero entra, por tanto, en los cálculos, ni más ni menos que el desgaste de las máquinas.
Por tanto, el coste de producción de la fuerza de trabajo simple se cifra siempre en los gastos de existencia y reproducción del obrero. El precio de este coste de existencia y reproducción es el que forma el salario. El salario así determinado es lo que se llama el salario mínimo. Al igual que la determinación del precio de las mercancías en general por el coste de producción, este salario mínimo no rige para el individuo, sino para la especie. Hay obreros, millones de obreros, que no ganan lo necesario para poder vivir y procrear; pero el salario de la clase obrera en conjunto se nivela, dentro de sus oscilaciones, sobre la base de este mínimo.
Ahora, después de haber puesto en claro las leyes generales que regulan el salario, al igual que el precio de cualquier otra mercancía, ya podemos entrar de un modo más concreto en nuestro tema.
El capital está formado por materias primas, instrumentos de trabajo y medios de vida de todo género que se emplean para producir nuevas materias primas, nuevos instrumentos de trabajo y nuevos medios de vida. Todas estas partes integrantes del capital son hijas del trabajo, productos del trabajo, trabajo acumulado. El trabajo acumulado que sirve de medio de nueva producción es el capital.
Así dicen los economistas.
¿Qué es un esclavo negro? Un hombre de la raza negra. Una explicación vale tanto como la otra.
Un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina [163] para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no tiene nada de capital, del mismo modo que el oro no es de por sí dinero, ni el azúcar el precio del azúcar.
En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir los hombres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es cómo se relacionan con la naturaleza y cómo se efectúa la producción.
Estas relaciones sociales que contraen los productores entre sí, las condiciones en que intercambian sus actividades y toman parte en el proceso conjunto de la producción variarán, naturalmente según el carácter de los medios de producción. Con la invención de un nuevo instrumento de guerra, el arma de fuego, hubo de cambiar forzosamente toda la organización interna de los ejércitos. cambiaron las relaciones dentro de las cuales formaban los individuos un ejército y podían actuar como tal, y cambió también la relación entre los distintos ejércitos.
Las relaciones sociales en las que los individuos producen, las relaciones sociales de producción, cambian, por tanto, se transforman, al cambiar y desarrollarse los medios materiales de producción, las fuerzas productivas. Las relaciones de producción forman en conjunto lo que se llaman las relaciones sociales, la sociedad, y concretamente, una sociedad con un determinado grado de desarrollo histórico, una sociedad de carácter peculiar y distintivo. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa, son otros tantos conjuntos de relaciones de producción, cada uno de los cuales representa, a la vez, un grado especial de desarrollo en la historia de la humanidad.
También el capital es una relación social de producción. Es una relación burguesa de producción, una relación de producción de la sociedad burguesa. Los medios de vida, los instrumentos de trabajo, las materias primas que componen el capital, ¿no han sido producidos y acumulados bajo condiciones sociales dadas, en determinadas relaciones sociales? ¿No se emplean para un nuevo proceso de producción bajo condiciones sociales dadas, en determinadas relaciones sociales? ¿Y no es precisamente este carácter social determinado el que convierte en capital los productos destinados a la nueva producción?
El capital no se compone solamente de medios de vida, instrumentos de trabajo y materias primas, no se compone solamente de productos materiales; se compone igualmente de valores de cambio. [164] Todos los productos que lo integran son mercancías. El capital no es, pues, solamente una suma de productos materiales; es una suma de mercancías, de valores de cambio, de magnitudes sociales.
El capital sigue siendo el mismo, aunque sustituyamos la lana por algodón, el trigo por arroz, los ferrocarriles por vapores, a condición de que el algodón, el arroz y los vapores —el cuerpo del capital— tengan el mismo valor de cambio, el mismo precio que la lana, el trigo y los ferrocarriles en que antes se encarnaba. El cuerpo del capital es susceptible de cambiar constantemente, sin que por eso sufra el capital la menor alteración.
Pero, si todo capital es una suma de mercancías, es decir, de valores de cambio, no toda suma de mercancías, de valores de cambio, es capital.
Toda suma de valores de cambio es un valor de cambio. Todo valor de cambio concreto es una suma de valores de cambio. Por ejemplo, una casa que vale mil marcos es un valor de cambio de mil marcos. Una hoja de papel que valga un pfennig, es una suma de valores de cambio de100—- de pfennig.100
Los productos susceptibles de ser cambiados por otros productos son mercancías. La proporción concreta en que pueden cambiarse constituye su valor de cambio, o, si se expresa en dinero, su precio. La cantidad de estos productos no altera para nada su destino de mercancías, de ser un valor de cambio o de tener un determinado precio. Sea grande o pequeño, un árbol es siempre un árbol. Por el hecho de cambiar hierro por otros productos en medias onzas o en quintales, ¿cambia su carácter de mercancía, de valor de cambio? Lo único que hace el volumen es dar a una mercancía mayor o menor valor, un precio más alto o más bajo.
Ahora bien, ¿cómo se convierte en capital una suma de mercancías, de valores de cambio?
Por el hecho de que, en cuanto fuerza social independiente, es decir, en cuanto fuerza en poder de una parte de la sociedad, se conserva y aumenta por medio del intercambio con la fuerza de trabajo inmediata, viva. La existencia de una clase que no posee nada más que su capacidad de trabajo es una premisa necesaria para que exista el capital.
Sólo el dominio del trabajo acumulado, pretérito, materializado sobre el trabajo inmediato, vivo, convierte el trabajo acumulado en capital.
El capital no consiste en que el trabajo acumulado sirva al trabajo vivo como medio para nueva producción. Consiste en que el trabajo vivo sirva al trabajo acumulado como medio para conservar y aumentar su valor de cambio.
[165]
¿Qué acontece en el intercambio entre el capitalista y el obrero asalariado?
El obrero obtiene a cambio de su fuerza de trabajo medios de vida, pero, a cambio de estos medios de vida de su propiedad, el capitalista adquiere trabajo, la actividad productiva del obrero, la fuerza creadora con la cual el obrero no sólo repone lo que consume, sino que da al trabajo acumulado un mayor valor del que antes poseía. El obrero recibe del capitalista una parte de los medios de vida existentes. ¿Para qué le sirven estos medios de vida? Para su consumo inmediato. Pero, al consumir los medios de vida de que dispongo, los pierdo irreparablemente, a no ser que emplee el tiempo durante el cual me mantienen estos medios de vida en producir otros, en crear con mi trabajo, mientras los consumo, en vez de los valores destruidos al consumirlos, otros nuevos. Pero esta noble fuerza reproductiva del trabajo es precisamente la que el obrero cede al capital, a cambio de los medios de vida que éste le entrega. Al cederla, se queda, pues, sin ella.
Pongamos un ejemplo. Un granjero abona a su jornalero cinco silbergroschen por día. Por los cinco silbergroschen el jornalero trabaja la tierra del granjero durante un día entero, asegurándole con su trabajo un ingreso de diez silbergroschen. El granjero no sólo recobra los valores que cede al jornalero, sino que los duplica. Por tanto, invierte, consume de un modo fecundo, productivo. los cinco silbergroschen que paga al jornalero. Por estos cinco silbergroschen compra precisamente el trabajo y la fuerza del jornalero, que crean productos del campo por el doble de valor y convierten los cinco silbergroschen en diez. En cambio, el jornalero obtiene en vez de su fuerza productiva, cuyos frutos ha cedido al granjero, cinco silbergroschen, que cambia por medios de vida, los cuales se han consumido de dos modos: reproductivamente para el capital, puesto que éste los cambia por una fuerza de trabajo [*] que produce diez silbergroschen; improductivamente para el obrero, pues los cambia por medios de vida que desaparecen para siempre y cuyo valor sólo puede recobrar repitiendo el cambio anterior con el granjero. Por consiguiente, el capital presupone el trabajo asalariado, y éste, el capital. Ambos se condicionan y se engendran recíprocamente.
Un obrero de una fábrica algodonera ¿produce solamente tejidos de algodón? No, produce capital. Produce valores que sirven de nuevo para mandar sobre su trabajo y crear, por medio de éste, nuevos valores.
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El capital sólo puede aumentar cambiándose por fuerza de trabajo, engendrando el trabajo asalariado. Y la fuerza de trabajo del obrero asalariado sólo puede cambiarse por capital acrecentándolo, fortaleciendo la potencia de que es esclava. El aumento del capital es, por tanto, aumento del proletariado, es decir, de la clase obrera.
El interés del capitalista y del obrero es, por consiguiente, el mismo, afirman los burgueses y sus economistas. En efecto, el obrero perece si el capital no le da empleo. El capital perece si no explota la fuerza de trabajo, y, para explotarla, tiene que comprarla. Cuanto más velozmente crece el capital destinado a la producción, el capital productivo, y, por consiguiente, cuanto más próspera es la industria, cuanto más se enriquece la burguesía, cuanto mejor marchan los negocios, más obreros necesita el capitalista y más caro se vende el obrero.
Por consiguiente, la condición imprescindible para que la situación del obrero sea tolerable es que crezca con la mayor rapidez posible el capital productivo.
Pero, ¿qué significa el crecimiento del capital productivo? Significa el crecimiento del poder del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo. El aumento de la dominación de la burguesía sobre la clase obrera. Cuando el trabajo asalariado produce la riqueza extraña que le domina, la potencia enemiga suya, el capital, refluyen a él, emanados de éste, medios de trabajo, es decir, medios de vida, a condición de que se convierta de nuevo en parte integrante del capital, en palanca que le haga crecer de nuevo con ritmo acelerado
Decir que los intereses del capital y los intereses de los obreros son los mismos, equivale simplemente a decir que el capital y el trabajo asalariado son dos aspectos de una misma relación. El uno se halla condicionado por el otro, como el usurero por el derrochador, y viceversa.
Mientras el obrero asalariado es obrero asalariado, su suerte depende del capital. He ahí la tan cacareada comunidad de intereses entre el obrero y el capitalista.
Al crecer el capital, crece la masa del trabajo asalariado, crece el número de obreros asalariados; en una palabra, la dominación del capital se extiende a una masa mayor de individuos. Y, suponiendo el caso más favorable: al crecer el capital productivo, crece la demanda de trabajo y crece también, por tanto, el precio del trabajo, el salario.
Sea grande o pequeña una casa, mientras las que la rodean son también pequeñas cumple todas las exigencias sociales de una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en [167] una choza. La casa pequeña indica ahora que su morador no tiene exigencias, o las tiene muy reducidas; y, por mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes.
Un aumento sensible del salario presupone un crecimiento veloz del capital productivo. A su vez, este veloz crecimiento del capital productivo provoca un desarrollo no menos veloz de riquezas, de lujo, de necesidades y goces sociales. Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aumentado, la satisfacción social que producen es ahora menor, comparada con los goces mayores del capitalista, inasequibles para el obrero, y con el nivel de desarrollo de la sociedad en general. Nuestras necesidades y nuestros goces tienen su fuente en la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella, y no por los objetos con que los satisfacemos. Y como tienen carácter social, son siempre relativos.
El salario no se determina solamente, en general, por la cantidad de mercancías que pueden obtenerse a cambio de él. Encierra diferentes relaciones.
Lo que el obrero percibe, en primer término, por su fuerza de trabajo, es una determinada cantidad de dinero. ¿Acaso el salario se halla determinado exclusivamente por este precio en dinero?
En el siglo XVI, a consecuencia del descubrimiento en América de minas más ricas y más fáciles de explotar, aumentó el volumen de oro y plata que circulaba en Europa. El valor del oro y la plata bajó, por tanto, en relación con las demás mercancías. Los obreros seguían cobrando por su fuerza de trabajo la misma cantidad de plata acuñada. El precio en dinero de su trabajo seguía siendo el mismo, y, sin embargo, su salario había disminuido, pues a cambio de esta cantidad de plata, obtenían ahora una cantidad menor de otras mercancías. Fue ésta una de las circunstancias que fomentaron el incremento del capital y, el auge de la burguesía en el siglo XVI.
Tomemos otro caso. En el invierno de 1847, a consecuencia de una mala cosecha, subieron considerablemente los precios de los artículos de primera necesidad: el trigo, la carne, la mantequilla, el queso, etc. Suponiendo que los obreros hubiesen seguido cobrando por su fuerza de trabajo la misma cantidad de dinero que antes, ¿no habrían disminuido sus salarios? Indudablemente. A cambio de la misma cantidad de dinero obtenían menos pan, menos carne, etc. Sus salarios bajaron, no porque hubiese disminuido [168] el valor de la plata, sino porque aumentó el valor de los víveres.
Finalmente, supongamos que la expresión monetaria del precio del trabajo siga siendo el mismo, mientras que todas las mercancías agrícolas y manufacturadas bajan de precio, merced a la aplicación de nueva maquinaria, a la estación más favorable, etc. Ahora, por el mismo dinero los obreros podrán comprar más mercancías de todas clases. Su salario, por tanto, habrá aumentado, precisamente por no haberse alterado su valor en dinero.
Como vemos, la expresión monetaria del precio del trabajo, el salario nominal, no coincide con el salario real, es decir, con la cantidad de mercancías que se obtienen realmente a cambio del salario. Por consiguiente, cuando hablamos del alza o de la baja del salario. no debemos fijarnos solamente en la expresión monetaria del precio del trabajo, en el salario nominal.
Pero, ni el salario nominal, es decir, la suma de dinero por la que el obrero se vende al capitalista, ni el salario real, o sea, la cantidad de mercancías que puede comprar con este dinero, agotan las relaciones que encierra el salario.
El salario se halla determinado, además y sobre todo, por su relación con la ganancia, con el beneficio obtenido por el capitalista: es un salario relativo, proporcional.
El salario real expresa el precio del trabajo en relación con el precio de las demás mercancías; el salario relativo acusa, por el contrario, la parte del nuevo valor creado por el trabajo, que percibe el trabajo directo, en proporción a la parte del valor que se incorpora al trabajo acumulado, es decir, al capital.
Decíamos más arriba, en la pág. 14: «El salario no es la parte del obrero en la mercancía por él producida. El salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva. Pero el capitalista tiene que reponer nuevamente este salario, incluyéndolo en el precio por el que vende el producto creado por el obrero; y tiene que reponerlo de tal modo, que, después de cubrir el coste de producción desembolsado, le quede además, por regla general, un remanente, una ganancia. El precio de venta de la mercancía producida por el obrero se divide para el capitalista en tres partes: la primera, para reponer el precio desembolsado en comprar materias primas, así como para reponer el desgaste de las herramientas, máquinas y otros instrumentos de trabajo adelantados por él; la segunda, para reponer los salarios por él adelantados, y la tercera, el remanente que queda después de saldar las dos partes anteriores, la ganancia del capitalista. Mientras que la [169] primera parte se limita a reponer valores que ya existían, es evidente que tanto la suma destinada a reembolsar los salarios abonados como el remanente que forma la ganancia del capitalista salen en su totalidad del nuevo valor creado por el trabajo del obrero y añadido a las materias primas. En este sentido, podemos considerar tanto el salario como la ganancia, para compararlos entre sí, como partes del producto del obrero.
Puede ocurrir que el salario real continúe siendo el mismo e incluso que aumente, y, no obstante, disminuya el salario relativo. Supongamos, por ejemplo, que el precio de todos los medios de vida baja en dos terceras partes, mientras que el salario diario sólo disminuye en un tercio, de tres marcos a dos, v. gr. Aunque el obrero, con estos dos marcos, podrá comprar una cantidad mayor de mercancías que antes con tres, su salario habrá disminuido, en relación con la ganancia obtenida por el capitalista. La ganancia del capitalista (por ejemplo, del fabricante) ha aumentado en un marco; es decir, que ahora el obrero, por una cantidad menor de valores de cambio, que el capitalista le entrega, tiene que producir una cantidad mayor de estos mismos valores. La parte obtenida por el capital aumenta en comparación con la del trabajo. La distribución de la riqueza social entre el capital y el trabajo es ahora todavía más desigual que antes. El capitalista manda con el mismo capital sobre una cantidad mayor de trabajo. El poder de la clase de los capitalistas sobre la clase obrera ha crecido, la situación social del obrero ha empeorado, ha descendido un grado más en comparación con la del capitalista .
¿Cuál es la ley general que rige el alza y la baja del salario y la ganancia, en sus relaciones mutuas?
Se hallan en razón inversa. La parte de que se apropia el capital, la ganancia, aumenta en la misma proporción en que disminuye la parte que le toca al trabajo, el salario, y viceversa. La ganancia aumenta en la medida en que disminuye el salario y disminuye en la medida en que éste aumenta.
Se objetará acaso que el capital puede obtener ganancia cambiando ventajosamente sus productos con otros capitalistas, cuando aumenta la demanda de su mercancía, sea mediante la apertura de nuevos mercados, sea al aumentar momentáneamente las necesidades en los mercados antiguos. etc.; que, por tanto. las ganancias de un capitalista pueden aumentar a costa de otros capitalistas, independientemente del alza o baja del salario, del valor de cambio de la fuerza de trabajo; que las ganancias del capitalista pueden aumentar también mediante el perfeccionamiento de los instrumentos de trabajo, la nueva aplicación de las fuerzas naturales, etc.
[170]
En primer lugar, se reconocerá que el resultado sigue siendo el mismo, aunque se alcance por un camino inverso. Es cierto que la ganancia no habrá aumentado porque haya disminuido el salario. pero el salario habrá disminuido por haber aumentado la ganancia. Con la misma cantidad de trabajo ajeno, el capitalista compra ahora una suma mayor de valores de cambio, sin que por ello pague el trabajo más caro; es decir, que el trabajo resulta peor remunerado, en relación con los ingresos netos que arroja para el capitalista.
Además, recordamos que, pese a las oscilaciones de los precios de las mercancías, el precio medio de cada mercancía, la proporción en que se cambia por otras mercancías, se determina por su coste de producción. Por tanto, los lucros conseguidos por unos capitalistas a costa de otros dentro de la clase capitalista se nivelan necesariamente entre sí. El perfeccionamiento de la maquinaria, la nueva aplicación de las fuerzas naturales al servicio de la producción, permiten crear en un tiempo de trabajo dado y con la misma cantidad de trabajo y capital una masa mayor de productos, pero no, ni mucho menos, una masa mayor de valores de cambio. Si la aplicación de la máquina de hilar me permite fabricar en una hora el doble de hilado que antes de su invención, por ejemplo, cien libras en vez de cincuenta, a cambio de estas cien libras de hilado no obtendré a la larga más mercancías que antes a cambio de las cincuenta, porque el coste de producción se ha reducido a la mitad o porque, ahora, con el mismo coste puedo fabricar el doble del producto.
Finalmente, cualquiera que sea la proporción en que la clase capitalista, la burguesía, bien la de un solo país o la del mercado mundial entero, se reparta los ingresos netos de la producción, la suma global de estos ingresos netos no será nunca otra cosa que la suma en que el trabajo vivo incrementa en bloque el trabajo acumulado. Por tanto, esta suma global crece en la proporción en que el trabajo incrementa el capital; es decir, en la proporción en que crece la ganancia, en comparación con el salario.
Vemos, pues, que, aunque nos circunscribimos a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, los intereses del trabajo asalariado y los del capital son diametralmente opuestos.
Un aumento rápido del capital equivale a un rápido aumento de la ganancia. La ganancia sólo puede crecer rápidamente si el precio del trabajo, el salario relativo, disminuye con la misma rapidez. El salario relativo puede disminuir aunque aumente el salario real simultáneamente con el salario nominal, con la expresión monetaria del valor del trabajo, siempre que éstos no suban en la misma proporción que la ganancia. Si, por ejemplo, en una época de buenos negocios, el salario aumenta en un cinco por ciento [171] y la ganancia en un treinta por ciento, el salario relativo, proporcional, no habrá aumentado, sino disminuido.
Por tanto, si, con el rápido incremento del capital, aumentan los ingresos del obrero, al mismo tiempo se ahonda el abismo social que separa al obrero del capitalista, y crece, a la par, el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia de éste con respecto al capital.
Decir que el obrero está interesado en el rápido incremento del capital, sólo significa que cuanto más aprisa incrementa el obrero la riqueza ajena, más sabrosas migajas le caen para él, más obreros pueden encontrar empleo y ser echados al mundo, más puede crecer la masa de los esclavos sujetos al capital.
Hemos visto, pues:
Que, incluso la situación más favorable para la clase obrera, el incremento más rápido posible del capital, por mucho que mejore la vida material del obrero, no suprime el antagonismo entre sus intereses y los intereses del burgués, los intereses del capitalista. Ganancia y salario seguirán hallándose, exactamente lo mismo que antes, en razón inversa.
Que si el capital crece rápidamente, pueden aumentar también los salarios, pero que aumentarán con rapidez incomparablemente mayor las ganancias del capitalista. La situación material del obrero habrá mejorado, pero a costa de su situación social. El abismo social que le separa del capitalista se habrá ahondado.
Y, finalmente:
Que el decir que la condición más favorable para el trabajo asalariado es el incremento más rápido posible del capital productivo, sólo significa que cuanto más rápidamente la clase obrera aumenta y acrecienta el poder enemigo, la riqueza ajena que la domina, tanto mejores serán las condiciones en que podrá seguir laborando por el incremento de la riqueza burguesa, por el acrecentamiento del poder del capital, contenta con forjar ella misma las cadenas de oro con las que le arrastra a remolque la burguesía.
El incremento del capital productivo y el aumento del salario, ¿son realmente dos cosas tan inseparablemente enlazadas como afirman los economistas burgueses? No debemos creerles simplemente de palabra. No debemos siquiera creerles que cuanto más engorde el capital, mejor cebado estará el esclavo. La burguesía es demasiado instruida. demasiado calculadora, para compartir los prejuicios del señor feudal, que alardeaba con el brillo de sus servidores. Las condiciones de existencia de la burguesía la obligan a ser calculadora.
Deberemos, pues, investigar más de cerca lo siguiente: ¿Cómo influye el crecimiento del capital productivo sobre el salario?
[172]
Si crece el capital productivo de la sociedad burguesa en bloque, se produce una acumulación más multilateral de trabajo. Crece el número y el volumen de capitales. El aumento del número de capitales hace aumentar la concurrencia entre los capitalistas. El mayor volumen de los capitales permite lanzar al campo de batalla industrial ejércitos obreros más potentes, con armas de guerra más gigantescas.
Sólo vendiendo más barato pueden unos capitalistas desalojar a otros y conquistar sus capitales. Para poder vender más barato sin arruinarse, tienen que producir mas barato; es decir, aumentar todo lo posible la fuerza productiva del trabajo. Y lo que sobre todo aumenta esta fuerza productiva es una mayor división del trabajo, la aplicación en mayor escala y el constante perfeccionamiento de la maquinaria. Cuanto mayor es el ejército de obreros entre los que se divide el trabajo, cuanto más gigantesca es la escala en que se aplica la maquinaria, más disminuye relativamente el coste de producción, más fecundo se hace el trabajo. De aquí que entre los capitalistas se desarrolle una rivalidad en todos los aspectos para incrementar la división del trabajo y la maquinaria y explotarlos en la mayor escala posible.
Si un capitalista, mediante una mayor división del trabajo, empleando y perfeccionando nuevas máquinas, explotando de un modo más provechoso y más extenso las fuerzas naturales. encuentra los medios para fabricar, con la misma cantidad de trabajo o de trabajo acumulado, una suma mayor de productos, de mercancías, que sus competidores; si, por ejemplo, en el mismo tiempo de trabajo en que sus competidores tejen media vara de lienzo. él produce una vara entera, ¿cómo procederá este capitalista?
Podría seguir vendiendo la media vara de lienzo al mismo precio a que venía cotizándose anteriormente en el mercado, pero esto no sería el medio más adecuado para desalojar a sus adversarios de la liza y extender sus propias ventas. Sin embargo, en la misma medida en que se dilata su producción, se dilata para él la necesidad de mercado. Los medios de producción, más potentes y más costosos que ha puesto en pie, le permiten vender su mercancía mas barata, pero al mismo tiempo le obligan a vender más mercancías, a conquistar para éstas un mercado incomparablemente mayor; por tanto, nuestro capitalista venderá la media vara de lienzo más barata que sus competidores.
Pero, el capitalista no venderá una vara entera de lienzo por el mismo precio a que sus competidores venden la media vara, aunque a él la producción de una vara no le cueste más que a los otros la media. Si lo hiciese así, no obtendría ninguna ganancia extraordinaria; sólo recobraría por el trueque el coste de producción. [173] Por tanto, aunque obtuviese ingresos mayores, éstos provendrían de haber puesto en movimiento un capital mayor, pero no de haber logrado que su capital aumentase más que los otros. Además, el fin que persigue, lo alcanza fijando el precio de su mercancía tan sólo unos puntos más bajo que sus competidores. Bajando el precio, los desaloja y les arrebata por lo menos una parte del mercado. Y, finalmente, recordamos que el precio corriente es siempre superior o inferior al coste de producción, según que la venta de una mercancía coincida con la temporada favorable o desfavorable de una rama industrial. Los puntos que el capitalista, que aplica nuevos y más fecundos medios de producción, puede añadir a su coste real de producción, al fijar el precio de su mercancía, dependerán de que el precio de una vara de lienzo en el mercado sea superior o inferior a su anterior coste habitual de producción.
Pero el privilegio de nuestro capitalista no es de larga duración; otros capitalistas, en competencia con él, pasan a emplear las mismas máquinas, la misma división del trabajo y en una escala igual o mayor, hasta que esta innovación acaba por generalizarse tanto, que el precio del lienzo queda por debajo, no ya del antiguo, sino incluso de su nuevo coste de producción.
Los capitalistas vuelven a encontrarse, pues, unos frente a otros, en la misma situación en que se encontraban antes de emplear los nuevos medios de producción; y si, con estos medios, podían suministrar por el mismo precio el doble de producto que antes, ahora se ven obligados a entregar el doble de producto por menos del precio antiguo. Y comienza la misma historia, sobre la base de este nuevo coste de producción. Más división del trabajo, más maquinaria en una escala mayor. Y la competencia vuelve a reaccionar, exactamente igual que antes, contra este resultado.
Vemos, pues, cómo se subvierten, se revolucionan incesantemente el modo de producción y los medios de producción, cómo la división del trabajo acarrea necesariamente otra división mayor del trabajo, la aplicación de la maquinaria, otra aplicación mayor de la maquinaria, la producción en gran escala, una producción en otra escala mayor.
Tal es la ley que saca constantemente de su viejo cauce a la producción burguesa y obliga al capital a tener constantemente en tensión las fuerzas productivas del trabajo, por haberlas puesto antes en tensión; la ley que no le deja punto de sosiego y le susurra incesantemente al oído: ¡Adelante! ¡Adelante!
Esta ley no es sino la que, dentro de las oscilaciones de los períodos comerciales, nivela necesariamente el precio de una mercancía con su coste de producción.
[174]
Por potentes que sean los medios de producción que un capitalista arroja a la liza, la concurrencia se encargará de generalizar el empleo de estos medios de producción, y, a partir del momento en que se hayan generalizado, el único fruto de la mayor fecundidad de su capital es que ahora tendrá que dar por el mismo precio diez, veinte, cien veces más producto que antes. Pero como, para compensar con la cantidad mayor del producto vendido el precio más bajo de venta, tendrá que vender acaso mil veces más, porque ahora necesita una venta en masa, no sólo para ganar más, sino para reponer el coste de producción, ya que los propios instrumentos de producción van siendo, como hemos visto, cada vez más caros, y como esta venta en masa no es una cuestión vital solamente para él, sino también para sus rivales, la vieja contienda se desencadena con tanta mayor violencia cuanto más fecundos son los medios de producción ya inventados. Por tanto, la división del trabajo y la aplicación de maquinaria seguirán desarrollándose de nuevo, en una escala incomparablemente mayor.
Cualquiera que sea la potencia de los medios de producción empleados, la competencia procura arrebatar al capital los frutos de oro de esta potencia, reduciendo el precio de las mercancías al coste de producción, y, por tanto, convirtiendo en una ley imperativa el que en la medida en que pueda producirse más barato, es decir, en que pueda producirse más con la misma cantidad de trabajo, haya que abaratar la producción, que suministrar cantidades cada vez mayores de productos por el mismo precio. Por donde el capitalista, como fruto de sus propios desvelos, sólo saldría ganando la obligación de rendir más en el mismo tiempo de trabajo; en una palabra, condiciones más difíciles para el aumento del valor de su capital. Por tanto, mientras que la concurrencia le persigue constantemente con su ley del coste de producción, y todas las armas que forja contra sus rivales se vuelven contra él mismo, el capitalista se esfuerza por burlar constantemente la competencia empleando sin descanso, en lugar de las antiguas, nuevas máquinas, que, aunque más costosas, producen más barato e implantando nuevas divisiones del trabajo en sustitución de las antiguas, sin esperar a que la competencia haga envejecer los nuevos medios.
Representémonos esta agitación febril proyectada al mismo tiempo sobre todo el mercado mundial, y nos formaremos una idea de cómo el incremento, la acumulación y concentración del capital trae consigo una división del trabajo, una aplicación de maquinaria nueva y un perfeccionamiento de la antigua en una carrera atropellada e ininterrumpida, en escala cada vez más gigantesca.
Ahora bien, ¿cómo influyen estos factores, inseparables del incremento del capital productivo, en la determinación del salario?
[175]
Una mayor división del trabajo permite a un obrero realizar el trabajo de cinco, diez o veinte; aumenta, por tanto, la competencia entre los obreros en cinco, diez o veinte veces. Los obreros no sólo compiten entre sí vendiéndose unos más barato que otros, sino que compiten también cuando uno solo realiza el trabajo de cinco, diez o veinte; y la división del trabajo, implantada y constantemente reforzada por el capital, obliga a los obreros a hacerse esta clase de competencia.
Además, en la medida en que aumenta la división del trabajo, éste se simplifica. La pericia especial del obrero no sirve ya de nada. Se le convierte en una fuerza productiva simple y monótona, que no necesita poner en juego ningún recurso físico ni espiritual. Su trabajo es ya un trabajo asequible a cualquiera. Esto hace que afluyan de todas partes competidores; y, además, recordamos que cuanto más sencillo y más fácil de aprender es un trabajo, cuanto menor coste de producción supone el asimilárselo, más disminuye el salario, ya que éste se halla determinado, como el precio de toda mercancía, por el coste de producción.
Por tanto, a medida que el trabajo va haciéndose más desagradable, más repelente, aumenta la competencia y disminuye el salario. El obrero se esfuerza por sacar a flote el volumen de su salario trabajando más; ya sea trabajando más horas al día o produciendo más en cada hora. Es decir, que, acuciado por la necesidad, acentúa todavía más los fatales efectos de la división del trabajo. El resultado es que, cuanto más trabaja, menos jornal gana; por la sencilla razón de que en la misma medida hace la competencia a sus compañeros, y convierte a éstos, por consiguiente, en otros tantos competidores suyos, que se ofrecen al patrono en condiciones tan malas como él; es decir, porque, en última instancia, se hace la competencia a sí mismo, en cuanto miembro de la clase obrera.
La maquinaria produce los mismos efectos en una escala mucho mayor, al sustituir los obreros diestros por obreros inexpertos, los hombres por mujeres, los adultos por niños, y porque, además, la maquinaria, dondequiera que se implante por primera vez, lanza al arroyo a masas enteras de obreros manuales, y, donde se la perfecciona, se la mejora o se la sustituye por máquinas más productivas, va desalojando a ;los obreros en pequeños pelotones. Más arriba, hemos descrito a grandes rasgos la guerra industrial de unos capitalistas con otros. Esta guerra presenta la particularidad de que en ella las batallas no se ganan tanto enrolando a ejércitos obreros, como licenciándolos. Los generales, los capitalistas rivalizan a ver quién licencia más soldados industriales.
Los economistas nos dicen, ciertamente, que los obreros a quienes la maquinaria hace innecesarios encuentran nuevas ramas en que trabajar.
[176]
No se atreven a afirmar directamente que los mismos obreros desalojados encuentran empleo en nuevas ramas de trabajo, pues los hechos hablan demasiado alto en contra de esta mentira. Sólo afirman, en realidad, que se abren nuevas posibilidades de trabajo para otros sectores de la clase obrera; por ejemplo, para aquella parte de la generación obrera juvenil que estaba ya preparada para ingresar en la rama industrial desaparecida. Es, naturalmente, un gran consuelo para los obreros eliminados. A los señores capitalistas no les faltarán carne y sangre fresca explotables y dejarán que los muertos entierren a sus muertos. Pero esto servirá de consuelo más a los propios burgueses que a los obreros. Si la maquinaria destruyese íntegra la clase de los obreros asalariados, ¡que espantoso sería esto para el capital, que sin trabajo asalariado dejaría de ser capital!
Pero, supongamos que los obreros directamente desalojados del trabajo por la maquinaria y toda la parte de la nueva generación que aguarda la posibilidad de colocarse en la misma rama encuentren nuevo empleo. ¿Se cree que por este nuevo trabajo se les habría de pagar tanto como por el que perdieron? Esto estaría en contradicción con todas las leyes de la economía. Ya hemos visto cómo la industria moderna lleva siempre consigo la sustitución del trabajo complejo y superior por otro más simple y de orden inferior.
¿Cómo, pues, una masa de obreros expulsados por la maquinaria de una rama industrial va a encontrar refugio en otra, a no ser con salarios más bajos, peores?
Se ha querido aducir como una excepción a los obreros que trabajan directamente en la fabricación de maquinaria. Visto que la industria exige y consume más maquinaria, se nos dice, las máquinas tienen, necesariamente, que aumentar, y con ellas su fabricación, y, por tanto, los obreros empleados en la fabricación de la maquinaria; además, los obreros que trabajan en esta rama industrial son obreros expertos, incluso instruidos.
Desde el año 1840, esta afirmación, que ya antes sólo era exacta a medias, ha perdido toda apariencia de verdad, pues en la fabricación de maquinaria se emplean cada vez en mayor escala máquinas, ni más ni menos que para la fabricación de hilo de algodón, y los obreros que trabajan en las fábricas de maquinaria sólo pueden desempeñar el papel de máquinas extremadamente imperfectas, al lado de las complicadísimas que se utilizan.
Pero, ¡en vez del hombre adulto desalojado por la máquina, la fábrica da empleo tal vez a tres niños y a una mujer! ¿Y acaso el salario del hombre no tenía que bastar para sostener a los tres niños y a la mujer? ¿No tenía que bastar el salario mínimo para conservar y multiplicar el género? ¿Qué prueba, entonces, este [177] favorito tópico burgués? Prueba únicamente que hoy, para pagar el sustento de una familia obrera, la industria consume cuatro vidas obreras por una que consumía antes.
Resumiendo: cuanto más crece el capital productivo, mas se extiende la división del trabajo y la aplicación de maquinaria. Y cuanto más se extiende la división del trabajo y la aplicación de la maquinaria, más se acentúa la competencia entre los obreros y más se reduce su salario.
Además, la clase obrera se recluta también entre capas más altas de la sociedad. Hacia ella va descendiendo una masa de pequeños industriales y pequeños rentistas, para quienes lo más urgente es ofrecer sus brazos junto a los brazos de los obreros. Y así, el bosque de brazos que se extienden y piden trabajo es cada vez más espeso, al paso que los brazos mismos que lo forman son cada vez más flacos.
De suyo se entiende que el pequeño industrial no puede hacer frente a esta lucha, una de cuyas primeras condiciones es producir en una escala cada vez mayor, es decir, ser precisamente un gran y no un pequeño industrial.
Que el interés del capital disminuye en la misma medida que aumentan la masa y el número de capitales. en la que crece el capital, y que, por tanto, el pequeño rentista no puede seguir viviendo de su renta y tiene que lanzarse a la industria, ayudando de este modo a engrosar las filas de los pequeños industriales. y, con ello las de los candidatos a proletarios, es cosa que tampoco requiere más explicación.
Finalmente, a medida que los capitalistas se ven forzados, por el proceso que exponíamos más arriba, a explotar en una escala cada vez mayor los gigantescos medios de producción ya existentes, viéndose obligados para ello a poner en juego todos los resortes del crédito, aumenta la frecuencia de los terremotos industriales, en los que el mundo comercial sólo logra mantenerse a flote sacrificando a los dioses del averno una parte de la riqueza, de los productos y hasta de las fuerzas productivas; aumentan, en una palabra, las crisis. Estas se hacen más frecuentes y más violentas, ya por el solo hecho de que. a medida que crece la masa de producción y, por tanto, la necesidad de mercados más extensos, el mercado mundial va reduciéndose más y más, y quedan cada vez menos mercados nuevos que explotar, pues cada crisis anterior somete al comercio mundial un mercado no conquistado todavía o que el comercio sólo explotaba superficialmente. Pero el capital no vive sólo del trabajo. Este amo, a la par distinguido y bárbaro, arrastra consigo a la tumba los cadáveres de sus esclavos, hecatombes enteras de obreros que sucumben en las crisis. Vemos, pues, que, si el capital crece rápidamente, crece con rapidez incomparablemente [178] mayor todavía la competencia entre los obreros, es decir, disminuyen tanto más, relativamente, los medios de empleo y los medios de vida de la clase obrera; y, no obstante esto, el rápido incremento del capital es la condición más favorable para el trabajo asalariado.
Escrito por C. Marx; sobre la base de las conferencias pronunciadas en la segunda quincena de diciembre de 1847

NOTAS[10] 79. Alusión a la leyenda del complicado nudo con que Gordio, rey de Frigia, unió el yugo al timón de su carro; según la predicción de un oráculo, quien lo desanudase sería el soberano de Asia; Alejandro de Macedonia, después de varias tentativas infructuosas, lo cortó con su espada.- 159

[*] En este lugar el término «fuerza de trabajo» no fue introducido por Engels, sino que figura ya en el texto publicado por Marx en la «Neue Rheinische Zeitung» (N. de la Edit.)

jueves, 26 de mayo de 2011

El materialismo dialéctico hoy



El materialismo dialéctico hoy
Alan Woods
Redactor de la revista marxixta britanica Socalist Appeal

Estamos viviendo en una época de profundo cambio histórico. Después de un período de 40 años de crecimiento económico sin precedentes, el sistema capitalista está llegando a sus límites. En lugar de crecimiento nos enfrentamos al estancamiento económico, la recesión y una crisis de las fuerzas productivas. Incluso dejando de lado los países de África, Asia y América Latina, hay entre treinta y cuarenta millones de parados en los países capitalistas avanzados.
En la víspera del siglo XXI la humanidad se encuentra en una encrucijada. La crisis del capitalismo se manifiesta en todos los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, el consumo de drogas, la violencia, el egoísmo y la indiferencia hacia los sufrimientos de los demás, el colapso de la familia burguesa, la crisis de la moralidad, la cultura y la filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas de un sistema social en crisis es que la clase dominante se da cuenta cada vez más de que es un freno al desarrollo de la sociedad.
La iglesia católica
En su período de ascenso histórico, la burguesía luchó contra el viejo oscurantismo de la iglesia católica —la más alta expresión de la ideología del feudalismo. Aún antes de la revolución burguesa en Holanda y en Inglaterra, esta lucha fue anticipada por la titánica batalla lanzada por la ciencia contra la Inquisición. Copérnico, Giordano Bruno, Galileo y Kepler representaban la nueva manera de ver el mundo enfrentada a la camisa de fuerza del pasado.
La Revolución Francesa fue anunciada por las ideas de los filósofos materialistas de la época de las luces. En su fase progresista, la burguesía francesa era atea y materialista. Combatió bajo la bandera de la Razón. Sólo cuando el levantamiento del proletariado significó una amenaza a su dominio, especialmente después de la Comuna de París, descubrió de golpe los encantos de la Madre Iglesia.
Pero en la época actual —la época de la decadencia senil del capitalismo— todos estos procesos se han convertido en su contrario. En palabras de Hegel "La Razón se convierte en la Sinrazón". Es cierto que la religión "oficial" está en bancarrota. Las iglesias están vacías y en creciente crisis. En su lugar, vemos la proliferación de todo tipo de sectas y una epidemia de fundamentalismo religioso —cristiano, musulmán, judío e hindú—; un signo del callejón sin salida de la sociedad que vuelve locos a sectores de la pequeña burguesía. A medida que se acerca el nuevo siglo vemos los más terroríficos retrocesos hacia el oscurantismo medieval. Este fenómeno no se limita a Irán, la India y Argelia. En los Estados Unidos —el país capitalista más desarrollado y tecnológicamente más avanzado (junto con Japón)— hemos visto recientemente la "matanza de Waco". En otros países occidentales vemos el desarrollo incontrolado de sectas religiosas, supersticiones, astrología y toda clase de tendencias irracionales.
Todos estos fenómenos guardan un asombroso parecido con lo que ocurrió en el período de declive del Imperio Romano. Que nadie objete que este tipo de cosas se limitan a sectores marginales de la sociedad. Hace tan sólo diez años, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, hizo un famoso discurso sobre el "Imperio del Mal" (Rusia) para justificar un programa de producción de los medios más terroríficos de destrucción —que podrían destruir todo el mundo varias veces. En ese discurso dijo lo siguiente: "En el mundo existen el Pecado y el Mal, y las Sagradas Escrituras y Nuestro Señor Jesucristo nos dirigen a enfrentarnos a ellos con todas nuestras fuerzas"
El lenguaje y el pensamiento del ex presidente del país capitalista más desarrollado viene directamente de la Edad Media. Es una contradicción dialéctica de primer orden. Y no está aislada. Cuando al primer astronauta de los EEUU se le pidió que diese un mensaje a la humanidad escogió.... la primera frase del Génesis: "Al principio Dios creó el Cielo y la Tierra". No es un accidente que en algunos Estados de los EEUU, las escuelas están obligadas a enseñar la teoría de la "creación" en oposición a la de la evolución. Ni tampoco que los telepredicadores consigan fortunas a través de las ondas con una audiencia de millones.
Irracionalidad
¿De dónde surge toda está irracionalidad? No es ajena a un sentimiento de impotencia en un mundo donde el destino de la humanidad está controlado por fuerzas aterradoras y aparentemente invisibles. Sólo hay que mirar al pánico en la bolsa, con hombres y mujeres "respetables" correteando arriba y abajo como las hormigas cuando se les destroza el nido. Estos espasmos periódicos, provocando el pánico del rebaño, son un ejemplo gráfico de la anarquía capitalista.
Marx explicó que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. En sus primeros días, la burguesía no sólo jugó un papel progresista, llevando más lejos las fronteras de la civilización, sino que era consciente de ello. Ahora los estrategas del capital están vencidos por el pesimismo. Son los representantes de un sistema sentenciado por la historia, pero no pueden reconciliarse con este hecho
Esta contradicción central es el factor decisivo que deja su huella en la manera de pensar de la burguesía hoy en día. Lenin dijo que un hombre al borde de un abismo no razona. Es un hecho increíble que los consejos de dirección de las gigantes compañías multinacionales consulten astrólogos antes de tomar sus decisiones de inversión. ¡La única justificación para esto es que los resultados que les dan los brujos económicos profesionales no son mucho mejores!. Cuanto más tiempo se le permita continuar a este sistema decrépito basado en el caos, la codicia y el parasitismo, mayor será la amenaza para los logros sociales, económicos y culturales acumulados de la humanidad.
Ciencia y sociedad
Hasta hace muy poco, parecía que el mundo de la ciencia estaba por encima de la decadencia general del capitalismo. Las maravillas de la ciencia y la tecnología modernas dieron un prestigio colosal a los científicos, que parecían tener cualidades casi mágicas. El respeto ganado por la comunidad científica crecía en la misma proporción en que sus teorías se hacían cada vez más incomprensibles para la mayoría de la sociedad, incluida la gente más instruida.
Pero los científicos son seres normales que viven en el mismo mundo que todos nosotros. Y por lo tanto también pueden estar influenciados por las ideas, filosofías, políticas y prejuicios dominantes, por no hablar de intereses materiales en algunos casos muy sustanciosos. La mayoría de los científicos creen sinceramente que tienen la mente completamente abierta, que no tienen "ninguna filosofía", simplemente se dedican a la consideración objetiva de "los hechos". Por desgracia los hechos no se seleccionan por si solos. Heráclito, ese pensador de la Antigüedad maravillosamente profundo, dijo una vez: "Los ojos y las orejas son malos testigos para hombres que tienen almas bárbaras"
La palabra griega "bárbaro" significaba "alguien que no comprende el lenguaje". La ciencia moderna nos da abundante material que confirma la afirmación de Engels de que "en ultima instancia la naturaleza funciona dialécticamente". Y a pesar de eso, a cada paso, los científicos sacan conclusiones filosóficas completamente erróneas de su trabajo. Ahora mismo, el trabajo de muchos físicos de partículas fundamentales está basado en la búsqueda de una "teoría del todo" —una "gran teoría universal" (GUT).
Hace cien años, los científicos creían que las leyes de Maxwell sobre electromagnetismo servían para explicar las leyes fundamentales del Universo. Quedaban sólo algunas pocas cosas por clarificar, y se conocería todo lo que había que conocer acerca del funcionamiento del Universo. Por supuesto, había algunas discrepancias problemáticas, pero parecían ser pequeños detalles que podían ser ignorados.
Pero en pocas décadas estas discrepancias "menores" fueron suficientes para echar abajo todo el edificio y provocar una verdadera revolución científica. Durante la mayor parte de este siglo, la física ha estado dominada por la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica que desplazaron la vieja mecánica clásica. A pesar de eso, en un principio los argumentos de Max Plank y Albert Einstein no tuvieron mucho eco en la comunidad científica, que se agarraba tenazmente a sus viejos puntos de vista. Hay una lección importante en esto. Cualquier intento de imponer una "solución final" a nuestra visión del universo está condenado a fracasar. Como dijo Hegel: "La verdad es infinita, su finitud es su negación".
Anti-Dhüring
El materialismo dialéctico parte de la concepción de un universo material eterno, infinito, en evolución, en desarrollo y en constante cambio. Por lo tanto nadie va a conseguir nunca la "teoría del todo". No es posible poner un límite al conocimiento y al desarrollo humano. Todo límite de este tipo está condenado a ser superado. Esto se ha demostrado a lo largo de toda la historia de la ciencia.
Como explicó Engels en su obra maestra Anti-Dhüring: "Un sistema de conocimiento natural e histórico que lo abarca todo y es finito en el tiempo está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico, el cual, de todas maneras, lejos de excluir, incluye la idea de que el conocimiento sistemático del universo externo puede dar avances gigantescos de generación en generación".
Las teorías de la mecánica cuántica y de la relatividad han tenido un efecto importante en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. No obstante, no son la última palabra, de la misma manera que no lo eran las teorías de Maxwell. Una teoría provisional desplaza a otra teoría provisional, hasta que esta es superada de nuevo.
El desarrollo de la ciencia y del pensamiento humano en general consiste en una serie infinita de aproximaciones sucesivas, que penetran cada vez más profundamente en los secretos del universo. Esto es lo único "Absoluto" —el proceso infinito del conocimiento humano a la búsqueda de la comprensión de un universo infinito y en constante cambio.
Desde el punto de vista del materialismo dialéctico materia y energía son lo mismo. Engels describió la energía ("moción") como "el modo de existencia, el atributo inherente de la materia" (La Dialéctica de la Naturaleza).
Einstein demostró que la luz, que durante mucho tiempo se había pensado que era una onda, se comportaba como una partícula, y estaba sujeta a la ley de la gravedad. Esto fue brillantemente confirmado en 1919 durante un eclipse de sol. Más tarde De Broglie demostró que la materia, que siempre se había creído que se componía de partículas, debía estar compuesta por ondas y participar de su naturaleza.
Durante muchos años la física discutió, si los electrones eran partículas u ondas. Finalmente la mecánica cuántica demostró que estos pueden, y de hecho lo hacen, comportarse como partículas y como ondas.
Esta afirmación, en su día, causó una dura polémica. Iba en contra de las leyes de la lógica formal, o para decirlo de otro modo, del "sentido común".
"Pero el bien fundamentado sentido común," como señaló Engels, "que es un respetable compañero entre las cuatro paredes de casa, corre las más extraordinarias aventuras cuando sale al ancho mundo de la investigación científica.. Aquí, la manera metafísica de ver las cosas, justificable e incluso necesaria como es dentro de sus dominios cuya extensión varía según la naturaleza del objeto a investigar, llega siempre un momento más pronto o más tarde en que alcanza un límite más allá del cual pasa a ser unilateral, limitado y abstracto y se pierde en contradicciones insolubles" (Anti-Dhüring).
La lógica formal
¿Cómo puede el sentido común aceptar que un electrón pueda estar en dos sitios al mismo tiempo?. ¿O incluso moverse, a increíbles velocidades, al mismo tiempo en un número infinito de direcciones diferentes?
Para la lógica formal, basada en las llamadas Ley de la Identidad y Ley de la Contradicción, tal proposición sería algo monstruoso. Para andar por casa estas leyes se las arreglan bastante bien. Pero para cálculos más complicados, que impliquen, por ejemplo, grandes distancias, o velocidades extremadamente altas, o partículas infinitamente pequeñas, son incapaces de explicar las cosas. Simplemente son inaplicables. Para explicar este tipo de fenómenos se necesita un punto de vista dialéctico.
Citemos de nuevo a Engels: "Pero la situación es diferente tan pronto como consideramos las cosas en su movimiento, su cambio, su vida, sus influencias recíprocas unas en otras. Entonces inmediatamente aparecen las contradicciones. La moción en sí mismo es una contradicción: incluso el simple cambio mecánico de lugar sólo puede llegar a producirse con un cuerpo que esté en un momento dado y en ese mismo momento en un sitio y en otro, que esté en el mismo sitio y que no esté en él. Y el continuo planteamiento y solución simultánea de esta contradicción es precisamente lo que es el movimiento". (Anti-Dhüring).
La idea de que un electrón puede ser una onda y una partícula que puede estar simultáneamente en un sitio y en otro distinto es una brillante confirmación de la dialéctica tal y como fue elaborada no sólo por Marx y Engels, sino por Hegel, e incluso por Heráclito.
En 1927, Wemer Heisenberg enunció su famoso "principio de indeterminación", según el cual es imposible determinar, con la precisión deseada, la posición y la velocidad de una partícula simultáneamente. Cuanto menos incierta sea la posición de una partícula, más incierto es su momento, y viceversa. (Esto también se aplica a otros pares específicos de propiedades). La dificultad de establecer con precisión la posición y velocidad de una partícula que se está moviendo a 5.000 millas por segundo en diferentes direcciones es evidente. Pero deducir de esto que la causalidad en general no existe es una proposición completamente falsa.
El rechazo al viejo determinismo mecánico de Laplace y otros fue correcto y necesario. Pero llevarlo hasta el punto de negar también la causalidad es una receta acabada para abandonar la ciencia y el pensamiento racional.
En su libro "La extraña historia del quantum", Banesh Hoffman no duda en afirmar que "la estricta causalidad es fundamental e intrínsecamente indemostrable. Por lo tanto la estricta causalidad ya no es un concepto científico legítimo y debe ser expulsada del dominio oficial de la ciencia de nuestros días"
No es extraño que el mismo autor exclame en la misma página: "Es difícil decidir dónde acaba la ciencia y empieza el misticismo". ¡Desde luego!. Una vez que negamos la causalidad, el universo se convierte en una cuestión totalmente arbitraria y azarosa. Todas las bases del pensamiento racional desaparecen y se abre la ventana a la irracionalidad y al misticismo más monstruoso .
Muchos científicos importantes estuvieron radicalmente en contra de la interpretación de Heisenberg sobre el fenómeno en consideración. Entre ellos estaban, no sólo Einstein, sino los principales pioneros en el campo de la mecánica cuántica, Max Plank y Louis De Broglie, y también Erwin Schroedinger cuya famosa ecuación fue crucial para su desarrollo.
Como un intento de justificar el rechazo a la causalidad, se suele alegar que "el observador crea el resultado de su observación por el acto de observación" (B. Hoffmann, op cit). Heisenberg y Niels Bohr defendían que un electrón se materializa en un punto dado sólo cuando es medido. El mecanismo preciso por el cual se supone que esto ocurre sigue siendo un misterio. Parece que debemos aceptar el planteamiento de que la observación en sí misma tiene un efecto decisivo sobre los procesos objetivos como un dogma de fe. El materialismo dialéctico parte de la objetividad del universo material, que nos es dada a través de la percepción sensorial. "Interpreto el mundo a través de mis sentidos". Esto es evidente. Pero el mundo existe independientemente de mis sentidos. Esto se sobreentiende, podemos pensar, ¡pero no para la moderna filosofía burguesa!
Una de las principales corrientes de la filosofía del siglo veinte es el positivismo lógico, que precisamente niega la objetividad del mundo material. Más exactamente, considera que la misma cuestión de si el mundo existe o no es irrelevante y "metafísica". Estos argumentos fueron contestados brillantemente por Lenin en 1908-9 en su libro Materialismo y Empirocriticismo: "Si el color es una sensación que sólo depende de la retina (como la ciencia natural nos lleva a admitir), entonces los rayos de luz, cayendo sobre la retina producen la sensación de color. Esto significa que fuera de nosotros, independientemente de nosotros y de nuestros pensamientos, existe un movimiento de materia, déjennos decir de ondas etéreas con una longitud determinada y una velocidad definida, las cuáles, actuando sobre la retina, producen la sensación de color. Así es precisamente como lo explica la ciencia natural. Explica las sensaciones de varios colores por las diferentes longitudes de ondas luminosas que existen fuera de la retina humana e independientemente de ella. Esto es el materialismo: materia actuando sobre nuestros órganos sensoriales produciendo sensaciones. La sensación depende del cerebro, los nervios, la retina, etc., es decir de materia organizada de manera definida. La existencia de la materia no depende de la sensación. La materia es primaria. La sensación, el pensamiento, la conciencia son el producto supremo de la materia organizada de manera particular. Estos son los puntos de vista del materialismo en general y de Marx y Engels en particular"
Idealismo consciente
¿Y Heisenberg? Cuando era un estudiante, en 1919, Heisenberg era un idealista consciente, que admitió haber sido profundamente impresionado por el Timaeus de Platón (donde el idealismo de Platón se explica de manera más consistente). Entonces luchaba en las filas de los Freikorps reaccionarios contra los obreros alemanes. Por lo tanto defendía que estaba "mucho más interesado en las ideas filosóficas profundas que en lo demás", y que era necesario " apartarse de la idea del proceso objetivo en el tiempo y el espacio".
En otras palabras, la interpretación filosófica de la mecánica cuántica de Heisenberg estaba muy lejos de ser el resultado objetivo de un experimento científico. Estaba claramente vinculada a la filosofía idealista que él aplicaba conscientemente a la física y que determinaba su punto de vista.
Las consecuencias reaccionarias de este idealismo subjetivo que intenta poner un límite al conocimiento humano, negando la objetividad de los fenómenos físicos como el movimiento de los fotones y los electrones, y que trata de negar la existencia de la causalidad en general, se demostró con la propia evolución de Heisenberg. Justificó su actividad de colaboración activa con los nazis porque "no hay guías generales a las que podamos adherirnos. Tenemos que decidir por nosotros mismos, y no podemos decir por adelantado si lo estamos haciendo bien o mal".
Schroedinger ridiculizó la afirmación de Heisenberg y Bohr de que, cuando un electrón no está siendo observado "no tiene posición" y sólo se materializa en un punto dado como resultado de la observación. Si coges un gato y lo pones en una caja con un frasco de cianuro, decía Schroedinger, cuando el contador Geiger detecta la decadencia de un átomo, el frasco se ha roto. Según Heisenberg, el átomo no "sabe" que ha decaído hasta que alguien lo observa. En este caso por lo tanto, hasta que alguien no abra la caja y mire dentro, ¡el gato no estará vivo ni muerto!.
Con esta anécdota, Schroedinger trataba de dejar claras las contradicciones absurdas debidas a la aceptación de interpretación idealista subjetiva que hacía Heisenberg de la física cuántica. Los procesos de la naturaleza tienen lugar objetivamente, independientemente de que haya seres humanos alrededor para observarlos. Negar la existencia de causalidad, la idea de que todas las acciones son casuales y no tienen causa es, por lo tanto, completamente falsa. Aceptarla sería negar toda la ciencia y, la posibilidad de hacer cualquier predicción.
Probabilidades y mecánica cuántica
Los científicos continuamente hacen predicciones que son verificadas por la observación y la experimentación. Esto incluye el campo de la mecánica cuántica, a pesar de la "indeterminación". Aunque no es posible predecir con precisión el comportamiento de fotones o electrones individuales, es posible predecir con gran precisión el comportamiento de grandes cantidades de partículas.
No hay nada nuevo en esto. Lo que se conoce como "acontecimientos casuales masivos" se puede aplicar a un gran campo de fenómenos físicos, químicos, biológicos y sociales, desde el sexo de los recién nacidos hasta la frecuencia de defectos en una cadena de producción.
Las leyes de la probabilidad tienen una larga historia. Por ejemplo la "ley de los grandes números" establece el principio general de que el efecto combinado de gran cantidad de factores accidentales produce, para una gran cantidad de dichos factores, resultados que son casi independientes de la casualidad. Esta idea fue expresada tan pronto como en 1713 por Bernoulli, cuya teoría fue generalizada por Poisson en 1837 y le dio una forma acabada Chebyshev en 1867.
La afirmación de que no podemos conocer las causas precisas, o predecir la posición y velocidad precisas de un electrón individual es, en realidad, un lugar común filosófico, sin ningún contenido. Intentar buscar una relación precisa de todas las coordinaciones e impulsos de cada partícula individual sería volver a la cruda determinación mecánica de Laplace. Este es, en realidad, un concepto fatalista que reduce la necesidad al nivel de la mera casualidad— es decir si todo está gobernado por una especie de decreto eterno, entonces todo es igualmente arbitrario, lo llamemos necesario o no. Como Engels planteó: "No se puede tratar de trazar la cadena causal en ninguno de estos casos: por lo tanto somos tan sabios en una como en la otra, la llamada necesidad sigue siendo una frase vacía, y con ello —la casualidad sigue siendo lo que era". (La Dialéctica de la Naturaleza).
Si fuese posible establecer todas las causas del movimiento de las partículas subatómicas, la investigación de éstas, en el caso de un solo electrón sería suficiente para mantener a todos los científicos del mundo ocupados por muchas vidas, y todavía no llegarían al final. Afortunadamente esto no es necesario. Aunque somos incapaces de precisar la posición "fija" y la velocidad de una partícula dada, que por lo tanto se puede decir que tiene un carácter casual, la situación cambia radicalmente cuando se trata de grandes cantidades de partículas. Y aquí, estamos tratando con cantidades realmente grandes. Cuando tiramos una moneda al aire, la posibilidad de que sea "cara o cruz" se puede poner en un 50%. Esto es un fenómeno totalmente casual, que no se puede predecir. Pero los propietarios de los casinos, que supuestamente se basan en un juego de "azar" saben que, a largo plazo, el cero o doble cero saldrán con la misma frecuencia que cualquier otro número, y por lo tanto pueden sacar ganancias respetables y predecibles.
Lo mismo se aplica para las compañías de seguros que ganan grandes cantidades de dinero precisamente en base a las probabilidades, que en último término pasan a ser certezas prácticas, aunque no se puede predecir el destino preciso de los clientes individuales.
"La mecánica cuántica ha descubierto las leyes precisas y fantásticas que gobiernan las probabilidades, es precisamente tratando de cantidades como éstas que la ciencia supera sus problemas. Con semejantes medios la ciencia puede hacer las predicciones más audaces. A pesar de confesar humildemente su incapacidad para predecir el comportamiento exacto de electrones o fotones individuales u otras entidades fundamentales, puede decirte con enorme confianza cómo deben comportarse precisamente grandes multitudes de ellos" (B. Hoffmann, op. cit.)
Por cierto, estos ejemplos, sacados de los más diferentes campos, son excelentes ilustraciones de la ley dialéctica de la transformación de cantidad en calidad.
El desarrollo de la física cuántica representa una auténtica revolución en la ciencia, rompiendo decisivamente con el viejo determinismo mecánico autosuficiente de la física "clásica". (El método "metafísico" como lo habría llamado Engels). En lugar de eso tenemos una visión de la naturaleza mucho más flexible, dinámica —en una palabra, dialéctica. Empezando por el descubrimiento de Plank de la existencia infinitesimal del quantum, que al principio pareció ser un pequeño detalle, toda la física se transformó. Así surgió una nueva ciencia que podía explicar los fenómenos de la transformación radioactiva y analizar con gran detalle los complejos datos del espectroscopio. Llevaba directamente al establecimiento de una nueva ciencia —la química teórica, capaz de resolver cuestiones previamente insolubles. En general toda una serie de dificultades teóricas eran eliminadas, cuando se aceptaba el nuevo punto de vista.
La fusión nuclear
La nueva física reveló las poderosas fuerzas que encerraba el núcleo atómico. Esto llevó directamente a la explotación de la energía nuclear —el camino para la potencial destrucción de la vida en la tierra— o una visión de abundancia inimaginable, sin límites y progreso social humano a través del uso pacífico de la fusión nuclear. He aquí un poderoso avance para la ciencia. Pero la mente humana —contrariamente a lo que piensan los idealistas— es conservadora por naturaleza. Esta revolución de la ciencia se produjo a pesar de que la mayoría de los científicos aceptaban las conclusiones filosóficas más primitivas y reaccionarias.
"Los científicos naturales" escribió Engels, "creen que están libres de la filosofía ignorándola o atacándola. Sin embargo, no pueden dar ni un paso sin pensar, y para pensar necesitan determinaciones mentales. Pero ellos toman estas categorías como un reflejo de la conciencia común de las llamadas personas instruidas, que en general está dominada por las reliquias de filosofías largamente obsoletas, o de la pequeña cantidad de filosofía obligatoria que han aprendido en la Universidad (que no sólo es fragmentaria, sino una mezcla de los puntos de vista de personas pertenecientes a las más variadas y con frecuencia peores escuelas), o de lecturas acríticas y no sistemáticas de escritos filosóficos de todo tipo. Por lo tanto no sólo no están menos influidos por la filosofía sino que en la mayoría de los casos lo están por la peor" (Dialéctica de la Naturaleza).
Así, en su conclusión a un trabajo sobre la revolución cuántica, Banesh Hoffmann es capaz de escribir: "Por lo tanto debemos maravillarnos mucho más de los poderes milagrosos de Dios que creó el cielo y la tierra de una esencia primitiva de tan exquisita sutileza que con ella pudo modelar cerebros y mentes dotados con el don de la clarividencia para penetrar sus misterios. Si la mente de un simple Bohr o Einstein nos deja atónitos por su poder, ¿cómo podemos siquiera empezar a admirar la gloria de Dios que los creó?" (B. Hoffmann, op. cit.)
Desgraciadamente éste no es un caso aislado. Toda la literatura científica moderna está impregnada de arriba a abajo de este tipo de tufillo místico, religioso o casi—religioso. Esto es un resultado directo de la filosofía idealista que en gran parte muchos científicos han adoptado consciente o inconscientemente.

Geometría
Las leyes de la mecánica cuántica parecen incomprensibles a los ojos del "sentido común" (es decir la lógica formal), pero están en plena consonancia con el materialismo dialéctico. Tomemos por ejemplo la concepción del punto. Toda la geometría tradicional se deriva de un punto, que se convierte en una raya, un plano, un cubo, etc. Pero una observación más precisa nos revela que tal punto no existe. El punto se concibe como la expresión más pequeña del espacio, algo que no tiene dimensión. En realidad tal punto se compone de átomos, electrones, núcleo, fotones, e incluso partículas más pequeñas. En última instancia desaparece en una incesante curva de ondas cuánticas en remolino. Y no hay un final para este proceso. No hay ningún punto "fijo". Esta es la respuesta final a los idealistas que quieren encontrar las formas "perfectas" que supuestamente se esconden "más allá" de la realidad observable.
La única "última realidad" es el universo material infinito, eterno y en constante cambio, que es mucho más maravilloso en su inacabable variedad de formas y procesos que la más fabulosa aventura de ciencia ficción. En vez de una localización fija —un "punto"— tenemos un proceso, un flujo, que nunca se acaba. Cualquier intento de poner un límite a esto, en forma de principio o de final, inevitablemente fracasará.
Estado de cambio
Hace cien años los científicos creyeron haber encontrado finalmente la última y más pequeña partícula. Pensaban que no había nada más pequeño que el átomo.
El descubrimiento de las partículas subatómicas llevó a los físicos a profundizar más en la estructura de la materia. En 1928 los científicos se imaginaban que habían descubierto las partículas más pequeñas —protones, electrones y fotones. Se suponía que todo el mundo material se componía de estas tres partículas.
Posteriormente esto fue hecho pedazos por el descubrimiento del neutrón, y después toda una multitud de otras partículas incluso más pequeñas, con una existencia cada vez más efímera —neutrinos, pi-mesones, mu-mesones, k-mesones, y muchas más.
El ciclo vital de algunas de estas partículas es tan evanescente —quizás una cien mil millonésima de segundo— que han tenido que ser descritas como partículas "virtuales" —algo totalmente impensable en la era precuántica.
Desde el punto de vista de la dialéctica estos descubrimientos son extremadamente importantes. ¿Cuál es el significado de estas "extrañas partículas" con una "existencia virtual" —de las que no se puede decir exactamente si son o no son? El neutrino es descrito por B. Hoffmann como "una incertidumbre fluctuante entre la existencia y la no-existencia"), esto es, para decirlo en el lenguaje de la dialéctica, que son y no son.
Todos estos logros de la investigación científica constituyen una brillante confirmación de la concepción dialéctica de la naturaleza como un proceso sin fin, en un estado de cambio continuo que tiene lugar mediante contradicciones, en el cual las cosas se convierten en su contrario.
"Cuando observamos la naturaleza, o la historia de la humanidad, o nuestra propia actividad intelectual," escribió Engels, "la primera imagen que se nos presenta es la de un laberinto infinito de relaciones e interacciones, en el cual nada permanece igual a lo que era, dónde estaba y tal como era, sino que todo se mueve, cambia, pasa a ser y deja de existir. Esta concepción primitiva, ingenua, pero intrínsecamente correcta del mundo era la de la antigua filosofía griega, y fue formulada claramente por primera vez por Heráclito : todo es y a la vez no es, porque todo fluye, está cambiando constantemente, constantemente pasando a existir y desapareciendo" (Anti-Dhüring).
Comparémoslo con esta otra cita: "En el mundo del quantum, las partículas están constantemente apareciendo y desapareciendo. Lo que podemos pensar que es un espacio vacío es una nada fluctuante, con fotones apareciendo de la nada y desvaneciéndose tan pronto como nacen, con electrones apareciendo por breves momentos del océano monstruoso para crear pares evanescentes electrón-protón y súbitamente otras partículas añadiéndose a la confusión" (B. Hoffmann, La Extraña Historia del Quantum).
Más de cien años después, la visión dialéctica del mundo de Engels se ve brillantemente corroborada, no sólo a nivel macrocósmico sino también a nivel microcósmico. ¡Qué lejos está todo esto del universo idealista estático de Platón! Aunque parezca mentira es la filosofía de Platón y de otros idealistas la que probablemente domina el pensamiento de la mayoría de los científicos en contradicción con los resultados de sus propias investigaciones. Tratan a Hegel como un "perro muerto" (por no hablar de Marx y Engels), sólo para echar mano del idealismo en sus formas más abstractas y oscurantistas.
Que las partículas individuales (incluyendo las "partículas virtuales") existen no está en cuestión. "Son" y sus propiedades (por lo menos algunas de ellas) son conocidas. Pero tratemos de determinarlas con más precisión, de fijarlas en un tiempo y un espacio, y resultarán extremadamente evasivas. "Son y no son, porque fluyen." Un electrón es una partícula y una onda al mismo tiempo, está "aquí" y "allí" a la vez.
Esta concepción de la materia en estado de cambio constante, ligada a una red universal de interconexión e interpenetración, es precisamente la esencia del punto de vista dialéctico. Ya no es la ingenua aunque brillante intuición de Heráclito, sino algo firmemente establecido por la experimentación.
Esto por supuesto no impide a los idealistas atacar el materialismo distorsionando sistemáticamente las conclusiones de la ciencia moderna para sus propios fines. Así, argumentaban que la producción de fotones implicaba que la materia había "desaparecido", ignorando que desde el punto de vista del materialismo dialéctico, la materia y la energía son lo mismo. Esto fue demostrado científicamente por la famosa ley de Einstein de la equivalencia de la masa y la energía. De hecho, la masa está permanentemente convirtiéndose en energía (incluyendo luz-fotones) y la energía en masa. Por ejemplo los fotones (luz) cambian constantemente a pares de electrones y positrones, —el proceso opuesto. Este fenómeno se ha estado dando ininterrumpidamente por toda la eternidad. Es una demostración concreta de la indestructibilidad de la materia —justamente lo contrario de lo que se quería demostrar.
El Big Bang
La búsqueda de "la partícula final" ha demostrado ser inútil. Pero a nivel del universo en su conjunto, ha habido un intento similar de poner un "límite" a la materia, en forma de un universo finito. De hecho, la llamada teoría del "Big Bang" es un retroceso a la vieja idea medieval de un "universo cerrado", que, en última instancia, implica la existencia de un Creador.
Hace algunas décadas, Ted Grant, utilizando el método del materialismo dialéctico, puso al descubierto la poca base tanto de la teoría del "Big Bang" del origen del universo como de la teoría alternativa del "Estado Estacionario" planteada por Fred Hoyle y H. Bondi. Posteriormente se demostró que la teoría del estado estacionario, que se basaba en la "creación continua de materia" (de la nada), era falsa. La teoría del Big Bang por lo tanto ganó por "falta de alternativas", y sigue siendo defendida por la mayoría de la comunidad científica.
La teoría del Big Bang sostiene que el universo fue creado en una gigantesca explosión que ocurrió entre diez mil y veinte mil millones de años. Antes de eso, sus defensores nos quieren hacer creer que toda la materia del universo estaba concentrada en un solo punto, cuyas dimensiones han sido descritas de varias formas. De hecho ha habido por lo menos cinco versiones diferentes de esta teoría. La primera fue planteada en los 30 por un cura católico que más tarde ocupó el puesto de director de la Academia Pontificia de Ciencia, Georges-Henri Lemaitre. Esta fue rápidamente refutada en diferentes campos —conclusiones incorrectas de la relatividad general y de la termodinámica, una falsa teoría de los rayos cósmicos y la evolución estelar...
Después de la Segunda Guerra Mundial, la desacreditada teoría fue recuperada por George Gamow y otros en una nueva forma. De cualquier manera, la teoría del Big Bang representa una visión mística de un universo finito en el tiempo y el espacio, y creado en un momento definido por un proceso misterioso, que ya no se puede observar en ninguna parte en la naturaleza. Toda la idea en sí, está plagada de dificultades, tanto de carácter científico como filosóficas.
Los científicos hablan del "nacimiento del tiempo", en el momento del Big Bang. Pero tiempo y espacio junto con el movimiento son el modo de existencia de la materia.
Es un contrasentido hablar del principio del tiempo o de su final, a no ser que consideremos, junto con San Agustín, que Dios creó el universo de la nada, algo que no sólo está al margen de toda experiencia, sino que contradice una de las leyes fundamentales de la física: la ley de la conservación de la energía. La energía, y por tanto la materia, no puede ser creada ni destruida.
Si aceptamos el Big Bang, surgen todo tipo de preguntas. Por ejemplo, ¿qué lo causó? ¿Cuáles eran las leyes del movimiento que condicionaban este minúsculo punto, suspendido en el espacio por toda la eternidad, en el cual toda la materia del universo, ni más, ni menos, se supone que estaba concentrada? La teoría abre la ventana de par en par a la intervención de un Ser Supremo y todo tipo de misticismos, de ahí su atracción sobre el católico Lemaitre y los idealistas en general.
Gamow y otros avanzaron toda una serie de cálculos para explicar los diferentes fenómenos que se desprenden del Big Bang —densidad de la materia, temperatura, niveles de radiación... Se encontraron gran cantidad de discrepancias que invalidaban, no sólo el modelo de Gamow, sino también el modelo del "universo oscilante", planteado por Robert Dicke y otros, en un intento de solucionar el problema de qué es lo que había antes del Big Bang, haciendo oscilar el universo en un ciclo perpetuo.
Sin pruebas
No hay prácticamente ninguna evidencia empírica que sustente la teoría del Big Bang. La mayor parte del trabajo que se ha hecho para apoyarla es de carácter meramente teórico, basado fundamentalmente en fórmulas matemáticas rebuscadas y esotéricas. Las numerosas contradicciones entre el esquema preconcebido del Big Bang y la evidencia observable han obligado a sus defensores a cambiar las reglas del juego para preservar a toda costa una teoría sobre la cual se ha construido tanta reputación académica.
Según los cosmólogos del Big Bang, para que se formaran galaxias a partir del Big Bang debería de haber habido suficiente materia en el universo para que se llegase finalmente a un punto muerto en su expansión debido a la ley de la gravedad. Esto significaría una densidad de aproximadamente diez átomos por metro cúbico. En realidad la cantidad de materia presente en el universo observable es de un átomo por diez metros cúbicos —cien veces menos que la cantidad predicha por la teoría.
En lugar de ver esta contradicción como un fallo decisivo en la teoría, los partidarios del Big Bang buscaron ayuda en las partículas físicas fundamentales, lo que les obligó a inventarse la idea de "la materia oscura", una sustancia invisible, para la existencia de la cual no existe un sólo pedazo de prueba empírica, pero que se supone que suma ¡no menos del 99% de toda la materia del Universo!
La última versión del Big Bang —la llamada "teoría inflacionaria"— no nos lleva ni un paso más adelante. De hecho es todavía más contradictoria y mística que sus desacreditadas predecesoras. De acuerdo con el último gran genio, Alan Guth, el Big Bang tuvo que haber sido acelerado de tal manera que el universo "inflacionario" duplicó su tamaño cada 1035 segundos, llenando de esta manera "espontáneamente" todo el espacio. La cuestión de dónde saldría una cantidad tan enorme de energía sigue sin respuesta. Por lo visto, simplemente apareció DE LA NADA, un truco que difícilmente es concebible sin la intervención de algún mago cósmico. Y todo esto se supone que debe ser aceptado, como artículo de fe, para apoyar una teoría que no se sostiene en pie. Una proposición empíricamente verificable que se deduce de la nueva teoría es que, según ella, los protones se descomponen. En la medida en que la gran mayoría del universo observable está compuesto de protones, esto tiene consecuencias dramáticas. Significaría que el propio universo está condenado a desintegrarse. Sin embargo la experimentación ha demostrado lo contrario: los protones no se descomponen. Su vida se prolonga por varios billones de años más allá de los límites puestos por los experimentos.
En el siglo XVIII , el obispo Usher calculó la fecha exacta de la creación del mundo —el 23 de octubre del 4004 a. C.. Hoy en día los seguidores del Big Bang también han puesto una fecha para el nacimiento del universo (y del tiempo por supuesto) hace entre diez mil y veinte mil millones de años. Esta fecha no se puede situar antes en el tiempo sin contradecir las actuales mediciones de la distancia de las galaxias respecto a la nuestra y la velocidad con que parece que se están alejando.
De esto se deduce que, según esta teoría, no puede haber nada en el Universo más viejo que 20 mil millones de años. Pero hay pruebas que parecen contradecir esta afirmación. En 1986, Brent Tully de la Universidad de Hawai dijo que había descubierto enormes aglomeraciones de galaxias ("super-racimos") de mil millones de años luz de largo, trescientos millones de años luz de ancho y cien millones de años luz de grosor. Para que se pudieran formar objetos de ese tamaño se necesitarían entre ochenta mil y cien mil millones de años, es decir, cinco veces más de lo que nos permitiría la teoría del Big Bang.
Desde entonces ha habido otros resultados que parecen confirmar estas investigaciones. The New Scientist (5 de febrero de 1994) publicaba un reportaje sobre el descubrimiento de un racimo de galaxias por parte de Charles Steidel del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Pasadena con grandes implicaciones para la teoría del Big Bang:
"El descubrimiento de un racimo de ese tipo plantea nuevas dificultades para las teorías de la materia oscura fría, que plantea que una gran parte de la materia del universo está en objetos fríos y oscuros como planetas o agujeros negros. Estas teorías predicen que el material del universo primitivo se agrupó desde "arriba", con lo que primero se formaron las galaxias, y sólo después se agruparon para formar racimos"
Como siempre la primera reacción de los astrónomos ha sido recurrir a "cambiar las reglas del juego" ajustando la teoría a los obstinados hechos. Así, Mauro Giavalisco del Telescopio Espacial del Instituto Científico de Baltimore cree que sería posible explicar el nacimiento del primer racimo de galaxias con un desplazamiento hacia el rojo de 3.4 ajustando la teoría de la materia oscura fría. Pero añade una advertencia: "Si encuentras diez racimos con un desplazamiento al rojo de 3.4, sería la muerte de las teorías de la materia oscura fría"
Podemos estar seguros de que existen, no sólo diez, sino un número mucho mayor de estos racimos enormes y que serán descubiertos. Y eso a su vez, será solamente una proporción de un minuto de toda la materia que se encuentra mucho más allá del universo observable y que se extiende hasta el infinito. Todo intento de poner un límite al universo material está condenado al fracaso. La materia no tiene límites, ni a nivel subatómico, ni por lo que se refiere al tiempo y al espacio.
La teoría del caos
Los grandes científicos del Renacimiento tenían una vasta cultura y un dominio completo de variadas disciplinas. Leonardo Da Vinci era un gran ingeniero, matemático y mecánico, a la vez que artista y genio. Lo mismo Durero, Maquiavelo, Lutero, y muchos otros sobre los que Engels escribió:
"Los héroes de ese tiempo todavía no estaban mutilados por la división del trabajo, cuyos efectos restrictivos, con su producción unilateral, vemos frecuentemente en sus sucesores" (La Dialéctica de la Naturaleza).
La división del trabajo, por supuesto, juega un papel necesario en el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, bajo el capitalismo, ha sido llevada a tales extremos que empieza a convertirse en su contrario. La exagerada división, por una parte, entre el trabajo manual e intelectual significa que millones de hombres y mujeres están reducidos a la vida de la rutina de la cadena de producción en la que no se piensa, negándoseles cualquier posibilidad de desarrollar la creatividad y la inventiva que está latente en cada ser humano.
En el otro extremo vemos el desarrollo de una especie de casta sacerdotal intelectual que se ha arrogado a sí misma el derecho al título de "únicos guardianes de la ciencia y la cultura". En la medida en que esta gente se aleja cada vez más de la vida real de la sociedad, esto tiene un efecto negativo en sus conciencias. Se desarrollan en un sentido estrecho y unilateral.
No sólo hay un abismo que separa a las ciencias de las letras, sino que la propia comunidad científica sufre una creciente división entre especialidades cada vez más específicas. En un momento en que las "líneas de demarcación" entre la física, la química y la biología están desapareciendo. Por ejemplo, la distancia que separa diferentes ramas de la física es prácticamente insalvable.
James Gleick, el autor de un conocido libro sobre el "Caos" describe así la situación: "Pocos laicos se dan cuenta de hasta qué punto está firmemente compartimentalizada la comunidad científica, una fortaleza naval con protecciones contra cualquier escape. Los biólogos ya tienen bastante que leer para prestar atención a la literatura matemática —por ejemplo, los biólogos moleculares tienen ya bastante sin preocuparse por la biología poblacional—, y los físicos tienen mejores formas de utilizar su tiempo que no leer revistas de meteorología." (Caos, Construyendo una nueva ciencia).
En los últimos años, el surgimiento de la teoría del caos es una indicación de que algo se está moviendo en la comunidad científica. Cada vez más, científicos de diferentes campos sienten que de una u otra forma han llegado a un callejón sin salida: Es necesario abrirse camino en una nueva dirección.
¿Cuáles son los aspectos principales de la teoría del caos? Gleick los describe así: "Para algunos físicos, el caos es una ciencia de procesos más que de estado, del convertirse más que del ser (...) Tienen la sensación de que se está produciendo una regresión hacia el reduccionismo, es decir, de reducir todo a sus partes constituyentes mientras que ellos quieren ver las cosas en su conjunto".
El método del materialismo dialéctico es precisamente fijarse más en el "proceso que en el estado, en el convertirse más que en el ser". Comparémoslo con lo que Engels dice acerca de la manera de pensar "metafísica":
"Pero este método de investigación también nos ha dejado un legado, el hábito de observar los objetos naturales y los procesos naturales aislados, separados de la completa y vasta interconexión de las cosas, y por lo tanto no en su movimiento sino en su reposo; no como esencialmente cambiantes, sino como constantes fijas; no en su vida, sino en su muerte" (...) "Pero para la dialéctica, que toma las cosas y sus imágenes, ideas, esencialmente en su interconexión, en su secuencia, su movimiento, su nacimiento y su muerte, procesos como los mencionados son corroboraciones de su propio método de tratamiento. La naturaleza es la prueba de la dialéctica, y debemos decir que las modernas ciencias naturales nos han proporcionado materiales extremadamente ricos y cada vez en mayor cantidad para su prueba, y han demostrado que en último análisis los procesos de la naturaleza son dialécticos y no metafísicos."
"Pero los científicos que han aprendido a pensar dialécticamente son todavía pocos y así el conflicto entre los descubrimientos realizados y el tradicional viejo modo de pensar es la explicación de la ilimitada confusión que reina en las ciencias naturales teóricas y que reduce a la desesperación a maestros y alumnos, escritores y lectores". (Engels, Anti-Dhüring).
Hace más de ciento cincuenta años, Engels describió precisamente el estado actual de la ciencia. A pesar de todos los maravillosos avances de la ciencia y la tecnología, existe un sentimiento profundamente arraigado de confusión. Un número cada vez mayor de científicos se rebela contra la ortodoxia que prevalece y busca nuevas soluciones para los problemas a los que se enfrenta. Más pronto o más tarde esto llevará a una nueva revolución en la ciencia, similar a la que efectuaron Einstein y Planck hace casi un siglo. Significativamente, el propio Einstein, lejos de ser un miembro de la comunidad científica oficial, era un humilde escribiente en una oficina de patentes de Zurich.
Avance científico
Existen indicios de que el grado de avance de la ciencia y la tecnología se ha ralentizado considerablemente en las últimas décadas. Un estudio reciente muestra que, con la excepción de la biología, no ha habido ningún avance importante cualitativo en la tecnología en los últimos treinta años, en oposición al perfeccionamiento cuantitativo de la ya existente.
"La corriente principal durante la mayor parte del siglo veinte," subraya Gleick, "ha sido la física de partículas, explorando los bloques constitutivos de la materia a energías cada vez más altas, a escala cada vez más pequeña, y en tiempos cada vez más cortos. Aparte de la física de partículas se han desarrollado teorías sobre las fuerzas fundamentales de la naturaleza y sobre el origen del universo. Algunos jóvenes físicos se han sentido insatisfechos con la dirección de la más prestigiosa de las ciencias. El progreso ha empezado a parecer lento, el dar nombre a nuevas partículas fútil, y el cuerpo teórico acartonado. Con la llegada del caos, los científicos más jóvenes creyeron que estaban viendo los inicios de un cambio de dirección para toda la física. El terreno había sido dominado durante demasiado tiempo, pensaban, por las rutilantes abstracciones de las partículas de alta energía y por la mecánica cuántica." (J. Gleick, op. cit.)
Es todavía demasiado pronto como para formarse una idea definitiva de la teoría del caos. Lo que está claro es que los científicos se están orientando en la dirección de una visión dialéctica de la naturaleza. Por ejemplo la ley dialéctica de la transformación de la cantidad en calidad (y viceversa) juega un papel importante en la teoría del caos:
"Él (Von Neumann) reconocía que un sistema dinámico complicado podría tener puntos de inestabilidad —puntos críticos en los que un pequeño empujón puede tener grandes consecuencias, como una pelota balanceándose en lo alto de una colina." (ibid.)
Y de nuevo: "En la ciencia, como en la vida, es conocido que una cadena de acontecimientos puede tener un punto de crisis que magnificaría cambios pequeños. Pero caos significaba que este tipo de puntos estuviesen en todas partes." (ibid.)
Estas y muchas otras citas muestran un claro parecido entre ciertos aspectos de la teoría del caos y la dialéctica. Pero lo más increíble es que los pioneros del "caos" parecen no tener ni el más mínimo conocimiento, no ya de los escritos de Marx y Engels, ¡sino incluso de Hegel!. En cierto sentido esto nos da una confirmación incluso más brillante de la corrección del materialismo dialéctico, pero en otro, es frustrante pensar que haya habido ausencia de un marco filosófico y una metodología adecuados para la ciencia sin necesidad alguna y durante tanto tiempo.
Trotsky dijo una vez que la relación entre la lógica formal y la dialéctica era similar a la que existía entre la matemática elemental y la matemática superior.
"La dialéctica no es ni ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas elementales" (...) "El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película al fotograma. La película no niega las fotografías, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el silogismo —las leyes de la lógica formal (AW)— pero nos enseña a combinar silogismos, de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante".
"Hegel, en su Lógica establece una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales". (Trotsky, En Defensa del Marxismo).
Lógica formal
Nosotros podemos añadir que la relación entre la dialéctica y la lógica formal se puede comparar a la relación entre la mecánica cuántica y la mecánica clásica. No se contradicen sino que se complementan la una a la otra. Las leyes de la mecánica clásica siguen siendo válidas para un inmenso número de operaciones. Sin embargo, no se pueden aplicar al mundo de las partículas subatómicas, que implican cantidades infinitesimalmente pequeñas y velocidades tremendas.
La lógica formal (que ha adquirido la fuerza de un prejuicio popular en la forma de "sentido común") igualmente sigue siendo válida para toda una serie de experiencias de la vida diaria. Sin embargo las leyes de la lógica formal, que parten de un punto de vista esencialmente estático de las cosas, inevitablemente no sirven cuando tratan con fenómenos más complejos, cambiantes y contradictorios.
Para utilizar el lenguaje de la teoría del caos, las ecuaciones "lineales" de la lógica formal no pueden abarcar los procesos turbulentos que podemos observar en toda la naturaleza, la sociedad y la historia. Solo el método dialéctico puede cumplir esta tarea.
Es increíble que las leyes básicas de la lógica formal elaboradas por Aristóteles, se hayan mantenido sin cambios fundamentales durante dos mil años. En este período hemos visto continuos procesos de cambio en todas las esferas de la ciencia, la tecnología y el pensamiento humano. Y a pesar de eso los científicos han continuado utilizando esencialmente las mismas herramientas metodológicas que utilizaban los maestros medievales en los días en que la ciencia todavía estaba al nivel de la alquimia.
Es igualmente sorprendente que los pioneros de la teoría del caos, que están intentando romper con la farragosa metodología "lineal" y crear una nueva matemática "no lineal", lo que está más en consonancia con la turbulenta realidad de la naturaleza en cambio permanente, parezcan ser completamente ignorantes respecto a la única auténtica revolución en la lógica de los dos últimos milenios —la lógica dialéctica elaborada por Hegel, y posteriormente perfeccionada sobre bases científicas y materialistas por Marx y Engels.
Cuántos errores, callejones sin salida y crisis en la ciencia se podrían haber evitado si los científicos hubiesen estado equipados con la metodología que refleja genuinamente la realidad dinámica de la naturaleza, en lugar de entrar en conflicto con ella a cada momento.