lunes, 20 de agosto de 2012


EL HOMBRE DE OCTUBRE·
1948


Camaradas del Partido
Trabajadores y amigos:
En una noche como ésta, hace ocho años, los representantes de la  IV Internacional, nos reuníamos acongojados, en un extremo de la ciudad, para expresar nuestra protesta por el asesinato de nuestro camarada y maestro León Trotsky.
Stalin, en la persona de Frank Jackson, a golpes de picota, destrozaba el cerebro y la vida de una existencia sin tregua, que durante cuarenta años de infatigable labor estuviera al frente de los oprimidos, para dirigirlos en sus luchas contra el régimen de la explotación capitalista.
A ocho años de su muerte, como en cada uno de estos trágicos 20 de agosto, nosotros, sus discípulos, nos reunimos nuevamente para expandir sus ideas, continuar su tradición de revolucionario intachable y rendir un cálido homenaje a aquel que simbolizara no sólo las fuerzas potenciales de una clase, sino que era anticipación del hombre del porvenir.
Esta concentración es el desmentido más rotundo a las afirmaciones de que entre Stalin y Trotsky existía un pleito personal. En el más austral de los países del Nuevo Mundo, un grupo de hombre que no tuvimos la suerte ni la oportunidad de conocerlo, nos movemos en su nombre y continuamos la lucha  en nombre de sus ideas.
Sin magnetismo personal, la magia de su palabra, todo aquello que es directamente transmisible entre un dirigente y la masa, no ha llegado a nosotros, nada más que por la palabra impresa. Esto mismo da a nuestra adhesión a su causa la solidez de lo inconmovible, ya que ella se apoya en la fuerza de las ideas, las más altas y las más justas. Ideas que encuentran su justeza en la expresión material de los intereses de las masas y no en vacuas y vacías abstracciones, con las cuales otras tendencias del movimiento obrero sustituyen la lucha real de los oprimidos.
En esta hora, en que cientos de revolucionarios en el mudo entero levantan su palabra de homenaje al gran desaparecido, nosotros enviamos hasta ellos nuestra palabra fraternal y les decimos que, como ellos, seguimos firmes, conciente y apasionadamente, la lucha por la construcción de la Dirección Revolucionaria, premisa necesaria de la Revolución Proletaria Mundial.
 La figura de Trotsky plantea, en esta época de incertidumbre y pesimismo, con fuerza avasalladora, los problemas del hombre mismo, del pensamiento y de la acción; del medio histórico y social, de sus leyes internas y del papel que, dentro de estas determinantes, cabe a la voluntad del hombre.
El fatalismo histórico, cubierta deleznable de la sumisión al orden dominante, a las ideas de las clases dominantes, se ha transformado en el único programa de todas las tendencias del pensamiento moderno. Bajo los más diversos disfraces, ella campea, como oriflama, de todos los ideólogos impotentes, acobardados frente a una realidad que los oprime y que se niegan o renuncian a transformar. Viejas verdades, enterradas por la historia o por el pensamiento, son presentadas nuevamente a los oprimidos, como panaceas de salvación. Espiritualismo sin espíritu, programas sin realidad ni perspectivas se han convertido en los descubrimientos más recientes, para adormecer la conciencia vigilante de las masas, que luchan y trabajan por su emancipación.
Frente a todas estas malignas emanaciones, nosotros reivindicamos, apoyados por la experiencia teórica e histórica, el programa del marxismo revolucionario, el programa de Trotsky que no es, en último análisis, sino el marxismo de la época de la decadencia del capitalismo y de la degeneración del primer estado obrero y que, por eso mismo, se levanta como la única bandera posible del presente histórico.
La vida de Trotsky es la más profunda y dinámica novela de la historia moderna. El pensamiento y la acción, la aventura infinita, el combate a cara descubierta, el triunfo, la derrota, la opresión de las fuerzas materiales sobre el  hombre, todo ello, en sus más altas cualidades, se encuentra en esta vida admirable. Si las fuerzas de la reacción le convirtieron el mundo en un “planeta sin visado”, él ha reivindicado el mundo entero para su desarrollo. Y ha triunfado plenamente. Sus discípulos, y con ellos sus ideas, habitan los cuatro puntos cardinales y caminan lenta y seguramente a encontrarse en la victoria final.
No es nuestra intención dejarnos tentar y arrastrarlos a ustedes al conocimiento o relación de las peripecias sin cuento de esta vida admirable. Al fin de cuentas, ellas sólo son comprensibles, empalmadas, como tensa voluntad revolucionaria, en el clima social y político de la era presente, dentro de la contradicción fundamental de nuestra época, que se resume en la antinomia: proletariado o burguesía, capitalismo o socialismo.

TROTSKY Y LA REALIDAD RUSA

Todos los grandes creadores y, entre ellos, los auténticos revolucionarios, han sido siempre los grandes continuadores de la tradición histórica, aunque muchas veces, para continuarla, debieran primero destruirla. Todos, sin excepción, han encontrado su fuerza más profunda en las necesidades reales de la sociedad, en sus fuerzas potenciales, en sus clases llamadas por el desarrollo de la humanidad a levantarla a un nuevo estadio.
Así, como ellos, Trotsky es sólo comprensible como el producto -el más selecto- de esta expresión de la necesidad histórica. Quede a otro la admiración beata de su vida, desprendida del vínculo  carnal de sus ideas. La fuerza y la grandeza de Trotsky no radica en que él hubieses creado, originalmente, una nueva doctrina o una interpretación de la historia o de la sociedad.  No lo pretendió nunca. Tomo su posición de marxista, de discípulo de Marx y Engels, de Lenin su compañero más cercano. Entroncado a la realidad rusa a la cual, junto a Lenin, da una salida grandiosa, los acontecimientos lo lanzan, por su propia dinámica, a la realidad mundial, al conflicto de la lucha de clases internacional. Aquí nada es extraño, por cuanto las contradicciones, que dormitaban en el seno de la sociedad rusa y que explotaron en Octubre de 1917 debelaron bruscamente ser el dilema de la sociedad moderna entera.
Trotsky no es una figura solitaria o aislada, nacida sorpresivamente en clima ruso. Su genealogía empieza en Marx y, en suelo ruso, sigue y continua a Chernichovsky, a Plejanov y a Lenin para, cuando la muerte del último, continuar solo esta transmisión del pensamiento, que se entronca a cien años de historia del proletariado y de lucha por el socialismo.

TRAYECTORIA DE UN REVOLUCIONARIO

A los dieciocho años de edad se incorpora al movimiento social-democrático ruso.
Años antes, Plejanov había formado la Emancipación del Trabajo, partido revolucionario que levantaba en Rusia las ideas de Marx, su interpretación del mundo y de la sociedad: el materialismo dialéctico.
Los azares de su acción lo llevan pronto a Siberia, después de haberse destacado como una de las promesas del movimiento revolucionario. Se fuga de Siberia y pasa al occidente y a Londres, donde toma relación, por vez primera, con la redacción de la “Iskra”. Conoce a Lenin, que ya iniciaba su pugna con los viejos redactores y que llevaría, no mucho más lejos, a la aparición del bolchevismo como una tendencia del pensamiento marxista.
La Revolución de 1905 lo encuentra de nuevo en Rusia y salta a la Presidencia del Soviet de Petrogrado. El dirige y anima la actividad de la primera Comuna Rusa. Escribe sus manifiestos, habla en nombre de los obreros insurrectos. El ensayo general de 1905 llevaba inscrita en su frente la huella de la derrota; las fuerzas progresivas, la potencia del proletariado, no habían aún madurado suficientemente para estabilizar a los trabajadores en el poder.
A 1905 sigue la más espantosa represión política y policial. Los verdugos toman su desquite. Los revolucionarios el camino de la cárcel, de Siberia o la emigración. El coloso ruso ha triunfado, una vez más, sobre las fuerzas de la revolución pero, de hecho, se trata sólo de un respiro. Sus grietas profundas, la inestabilidad de sus instituciones es patente ante todo el mundo, que mira despavorido el derrumbe del más potente bastión de la reacción europea.
Tal como hoy, después de la derrota, viene la desbandada, la deserción en masa de los revolucionarios del día anterior. El pesimismo y la desmoralización cunden. Los ideólogos atemorizados queman sus ídolos, declaran el fracaso de los métodos y de la doctrina y buscan nuevos caminos. Los años de la reacción debían, como ocurrió, aventarlos de la escena de la historia.
En estas condiciones, sólo los marxistas sacan las consecuencias de la derrota y progresan por el camino de la historia y de la teoría. A la acción de la calle sigue la acción del gabinete, del estudio, del balance crítico, de la polémica y de la preparación del porvenir. A la crítica de las armas siguen las armas de la crítica.

PREPARANDO EL PORVENIR

Las divergencias en el seno de la social-democracia rusa se agudizan y saltan al plano de la discusión internacional. A la divergencia sigue la escisión. Capitaneado, orientado por Lenin, el bolchevismo se estructura definitivamente. Sobre la experiencia de 1905, se alinean los campos en la forma en que los encontraría el renacimiento que sigue a 1912 y que se expresa en la Revolución de 1917. Claramente delineado, el bolchevismo se deslinda de todas las corrientes pequeño-burguesas y se estructura como el Partido de la Revolución Proletaria.
El punto nodal de las divergencias se centra en el futuro carácter de la Revolución Rusa. En esta polémica teórica de tan fundamental importancia, Trotsky hace uno de sus aportes más originales y profundos a la teoría de la revolución proletaria.
Para el pensamiento socialista no cabía ninguna duda, antes de 1905, que en los países capitalistas avanzados, cuyas burguesías habían realizado la revolución burguesa, se planteaba, con toda claridad al proletariado de esos países la tarea de llevar adelante la revolución socialista e instaurar la dictadura del proletariado. Este era el destino probable, tanto para la revolución en Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Pero al lado de estos grandes países capitalistas, que habían entrado, por otra parte, a la fase del imperialismo, existían (y existen) numerosos países -en realidad la mayoría de la población de la tierra- atrasados, que no habían realizado su revolución burguesa. Que, si bien, habían entrado por la vía del desarrollo capitalista, la burguesía no había conquistado el poder y el capitalismo se desenvolvía por las calles del absolutismo y de las trabas feudales. Este era, típicamente, el caso de Rusia, donde la revolución demo-burguesa, no se había realizado. La burguesía no había conquistado el poder. A pesar de este hecho, el proletariado se había desarrollado y existía un poderoso movimiento socialista, asentado sobre los postulados del marxismo. Lógico era que, para ello, se planteara con gran agudeza el problema del futuro carácter de la revolución a realizarse. Sin duda, esto constituía la mayor interrogante y fijaba la línea de conducta del Partido. En consideración al hecho que sobre esto no existían antecedentes dados por la historia misma de Rusia, el problema se planteaba, de una parte, sobre la base de las experiencias de las revoluciones burguesas, del papel del proletariado en esas revoluciones y de los objetivos que, a esa fecha, se planteaban los grandes partidos socialistas europeos.
Por otra parte, había que considerar los problemas históricos que Rusia tenía planteados. Respecto al carácter de la revolución, no existían divergencias en el seno de la social-democracia; todas las tendencias concluían que la futura revolución sería burguesa y democrática. Sus problemas centrales. Derrocamiento del zarismo, República, Revolución Agraria, etc. Las más serias divergencias surgieron cuando, de este enunciado general, se pasaba a las fuerzas motrices de la revolución, al papel del proletariado, al carácter del futuro poder.
Se diseñaron tres tendencias. Los mencheviques sostenía: siendo esta una revolución burguesa, el poder debe corresponderle a la burguesía, quien hará la revolución apoyada por el proletariado. Producida la conquista del poder, el proletariado debe replegarse, como posición parlamentaria, hasta cuando la sociedad rusa evolucione por el camino capitalista y abra así, en el futuro, los objetivos socialistas, propios del proletariado.
A esta fórmula, Lenin y el bolchevismo oponían su propia fórmula de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos. Lenin, partiendo de la concepción burguesa de la revolución afirmaba que, como lo demostraba la experiencia histórica, ésta, la burguesía, era incapaz de llevar a término su propia revolución y que, en el mejor de los casos, lo haría de un modo estrecho y mezquino, intentando al primer día de triunfo, limitar al proletariado y sus conquistas y esforzándose en mantener en pie todo aquellos del régimen absolutista que hiciera más seguro su poder, particularmente frente al propio proletariado. Hacía presente que uno de los problemas más importantes, que enfrentaba la futura revolución rusa, era el problema agrario el cual, para su solución exigía la alianza entre obreros y campesinos y que esta alianza debía tomar la forma de Dictadura Democrática Revolucionaria de los Obreros y Campesinos, como única garantía de llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias, asegurando en ella un papel preponderante a los obreros y campesinos.
Para comprender cabalmente esta fórmula, debemos recordar que en Rusia predominaban los campesinos. Por otra parte, no estaba descartado que ellos jugaran un papel independiente y que formaran su propio partido de clase el que, sin seguir ni al proletariado ni a la burguesía, desarrollara una política independiente, lo que podría eventualmente, darle en su alianza con el proletariado una figuración preponderante. Por esto al decir de Trotsky, la fórmula de Lenin tomaba un carácter algebraico. Sin plantear la revolución socialista, exigía esta alianza, para llevar a su término la revolución. Exigiendo, al mismo tiempo la total independencia del partido proletario, tanto de la burguesía como de los campesinos. No se salía de los fines burgueses de la revolución, pero exigía, sí, su ensanchamiento por parte del proletariado, para acelerar el tránsito a sus fines propios.
Junto  a estos puntos de vista, Trotsky presentaba su criterio de la Revolución Permanente. Al igual que la social-democracia -él era un social-demócrata-  partía de la premisa burguesa del carácter de la revolución. Ella no podría ser llevada a su término por la burguesía y los campesinos no podrían jugar un papel independiente. La revolución sólo podría triunfar instaurando la dictadura del proletariado, el cual, en el mismo instante en que tomara el poder, se vería obligado e impulsado a tomar medidas de carácter socialista, no deteniéndose en la etapa burguesa exclusivamente. De este modo, la revolución adquiriría un carácter ininterrumpido, es decir, permanente. La etapa burguesa engendraría, inevitablemente, la etapa socialista y la única garantía que esta etapa burguesa se realizara era por medio de la conquista del poder por los proletarios, apoyados por los campesinos. Demás está decir, que él valoraba justamente la importancia del problema agrario y de los campesinos. Por tanto, se oponía a la fórmula de Lenin, con su carácter algebraico.
La Revolución de 1905 sometió a su prueba de fuego a todas estas fórmulas y les dio su contenido viviente. Como un resultado de las derrotas sufridas en la guerra ruso-japonesa, de las penurias de las masas, de la incapacidad del zarismo de solucionar los angustiosos problemas de las masas, éstas se insurreccionaron. Desde los rimero momentos, los obreros, en forma espontánea, organizaron Soviets. En ellos, los obreros jugaron el rol principal y, prácticamente, se estableció la dictadura del proletariado. La burguesía asustada retrocedió. Derrotada la revolución, la burguesía se separó aún más del pueblo y buscó la conciliación con el zarismo.
Los años de la reacción trajeron, para los bolcheviques, el trabajo clandestino; su separación con los mencheviques se hizo más marcada y se constituyeron definitivamente como partido independiente de ellos. La Revolución de 1905 permitió el claro diseñamiento de las tendencias y su constitución definitiva. La fórmula de los Soviets entró definitivamente al programa de los bolcheviques y, al igual que aquellos, la teoría de la Revolución Permanente encontraría su potente confirmación en los acontecimientos de 1917.


DE 1905 A 1917

El aplastamiento de la Revolución de 1905 lanza a Trotsky, una vez más, a la emigración. Pasa por los diversos países de Europa en  donde, sucesivamente, es expulsado. Llega a Nueva York, ligándose al movimiento socialista, escribe en “Nuevo Mundo”. Ahí lo sorprende la Revolución de Febrero de 1917. Después de conocer las bondades de la democracia inglesa -en un campo de concentración de Canadá- llega en mayo a Petrogrado, la capital revolucionaria, para iniciar de inmediato la lucha por la Tercera Revolución y por el poder de los obreros y campesinos.
Lenin, líder indiscutido del Partido Bolchevique, su teórico y dirigente máximo, llega a Petrogrado el 3 de abril de 1917 y, desde su primera palabra, impulsa a los obreros a la conquista del poder, iniciando una enérgica lucha contra los conciliadores de su propio partido -a los cuales no era ajeno Stalin- que contenían la revolución en su etapa puramente burguesa.
Trotsky se une formalmente al Partido Bolchevique; junto a Lenin da el combate contra los viejos bolcheviques que se oponen a la revolución. Ungido por segunda vez Presidente del Soviet de Petrogrado, forma el Comité Militar Revolucionario que sería el centro director de a Insurrección de Octubre.
El 7 de Noviembre de 1917 (25 de Octubre en el viejo calendario) los bolcheviques conquistan el poder en representación de todos los explotados de Rusia, abren ante los ojos asombrados de la burguesía y el regocijo de los miserables de la tierra una perspectiva sin límites. El 7 de Noviembre de 1917 se inicia la época de la Revolución Proletaria. Después del ladrido a los cielos de 1870, los obreros y los campesinos destruyen la máquina burguesa del Estado y construyen en la extensa estepa rusa el primer Estado Obrero de la historia, el Gobierno de los Obreros y Campesinos.
La dictadura del proletariado sale de su cascarón teórico, anunciado ya hace cien años y entra definitivamente en el mundo material y corpóreo, adquiere su envoltura histórica y carnal como primera etapa del mundo socialista.
Para el proletariado universal y para el ruso, en particular, se unen indisolublemente los nombres de Lenin y Trotsky como los forjadores de este amanecer. Ellos no sólo enseñan al proletariado como conquistar el poder y conservarlo sino, al decir de Rosa Luxemburgo, salvan el honor del socialismo internacional. Hoy, cuando la leyenda burocrática ha falseado los hechos y los nombres, las palabras de esta gran revolucionaria cobran un particular significado.
La conquista del poder por los bolcheviques plantea, de inmediato, la resolución de los problemas particulares de la sociedad rusa. Ellos sólo pueden ser resueltos ligados profundamente con el curso de la revolución internacional. Hay, sin embargo, uno que no admite espera: el problema de la guerra. Después de las deliberaciones de Brest-Litovsk, en que Trotsky representa el primer estado obrero, ellos, los bolcheviques deben pactar la infame Paz de Brest impuesta por las bayonetas prusianas.
La revolución alemana no llega y los bolcheviques aislados deben enfrentar los problemas interiores; en primer lugar, la contra-revolución y la guerra civil en catorce frentes, alentada por los imperialistas del mundo entero.
Rusia está empobrecida y devastada, sin ejércitos, sin alimentos; toda falta menos el heroísmo de los proletarios, con ellos es necesario forjar el arma que defienda a la naciente revolución en peligro. Para ello hace falta una voluntad de acero, capaz de transformar a los harapientos en  destacamentos de combate, sin más coraza que la pasión revolucionaria. Esta voluntad existe: se llama León Trotsky.
Organiza el Ejército Rojo. Galvaniza a las tropas y alienta a los combatientes a lo largo de toda Rusia. Junto a Lenin enseñó a conquistar el poder y ahora enseña, como estratega militar, a defenderlo. Tres años de guerra civil forjan el ejército proletario y llevan una vez más a la victoria. Pese a todas las falsificaciones el nombre de Trotsky no podrá ser desprendido de la glorias del Ejército Rojo.
A la guerra civil sucede la Nueva Política Económica y los problemas de la economía interior y, con ella, la revolución inicia una curva que no se detiene aún hoy. Las nuevas clases desposeídas inician su agrupamiento sobre una nueva base. Los  nuevos sectores capitalistas, oxigenados por la NEP, levantan su cabeza. En el seno del Partido se produce un desplazamiento que amenaza a la revolución, el burocratismo cunde. Los viejos tercios revolucionarios se habían liquidado con la guerra civil, el proletariado se encontraba agotado y la esperada revolución de occidente se retrasaba. Sobre esta levadura y esta realidad social, los nuevos bolcheviques inician su avance, los que reconocieron a Octubre después del día 25.

TERMIDOR

El retroceso de la revolución encuentra su máxima expresión en la figura de Stalin. La muerte de Lenin da a este proceso un impulso inesperado. Amenazada la revolución, Trotsky nuevamente toma su lugar en la lucha por su defensa. Forma y programa la Oposición de Izquierda y, después de una larga y agotadora lucha, ella es aplastada por el signo del Termidor. Una vez más, Trotsky toma el camino de la cárcel y el destierro. Durante estos años, enriquecería el pensamiento marxista con el análisis del primer Estado Obrero y las causas de su degeneración y dotaría al movimiento proletario internacional de un correcto diagnóstico, que lecha permitido defender a la Unión Soviética sin cesar en su lucha contra el stalinismo, que derivaría cada vez más hacia el nacional socialismo, levantado contra la concepción de la Revolución Mundial su falsa teoría del Socialismo en un Solo País.
No podemos, en esta oportunidad, sino presentar toda esta etapa, rica en experiencias, nada más que como una visión fugitiva. Hay aquí, sí, algunos aspectos que debemos hacer resaltar en toda su intensidad, ya que ellos informan toda la lucha presente y, al mismo tiempo, nos presentan a Trotsky en una nueva perspectiva, dando uno de los aportes más sustantivos en toda su larga tarea de pensador revolucionario.
Desde 1928, fecha del destierro de la URSS, hasta 1940, fecha de su muerte, el gran revolucionario campea en el plano internacional de la lucha de clases y se convierte en el orientador indiscutido del pensamiento revolucionario. La degeneración de la URSS y la subsecuente degeneración de la Internacional Comunista y la pérdida de las posiciones materiales del proletariado, elevan a primera plano, como imperiosa necesidad, salvar los principios, las ideas, el programa de la revolución, rebajado y escarnecido por la camarilla staliniana que se entroniza en el movimiento obrero. Años fecundos de pensamiento y acción.  Como aguja magnética, el pensamiento de hombre de Octubre sigue los acontecimientos, su curso, su trayectoria. Prevé y anticipa, aconseja y prepara el porvenir. Por sus escritos se deslizan todos los acontecimientos importantes de los últimos años, dejando a los revolucionarios y a todos los trabajadores enseñanzas decisivas. China, Inglaterra, Francia, España pasan por sus páginas como documentos vivos que prueban, hasta la saciedad, la traición del stalinismo a los principios del bolchevismo, a las ideas de Lenin y Marx y que arrastra al proletariado internacional a las más crueles derrotas.
Toda una cadena de trágicos errores llevan al proletariado de derrota en derrota; derrotas que sólo pueden fortalecer al imperialismo mundial. En esta carrera sin fin, Alemania, la más avanzada de las potencias capitalistas, entra a una etapa decisiva: el proletariado y la burguesía corren a enfrentarse en un combate que envuelve no sólo el destino de los obreros alemanes sino la suerte de todo el proletariado europeo y que tiene para la existencia de la propia URSS, un alcance incalculable. En esta hora decisiva, el stalinismo mundial  y el Partido Comunista Alemán capitulan sin combate ante Hitler. La dictadura parda se extiende sobre Europa. Las organizaciones son barridas, la contra-revolución burguesa se fortalece y se preparan, inevitablemente, las bases materiales de la Segunda Guerra imperialista y de la agresión a la Unión Soviética, no sin antes que Stalin, para salvarse, pactara con el mismo Hitler.

FORMACION DE LA CUARTA INTERNACIONAL

Hasta la subida de Hitler, la Oposición de Izquierda Internacional se había mantenido, a pesar de las decisiones de Stalin, como una tendencia que aspiraba a regenerar la Internacional Comunista y que, aunque de hecho lo estuviera, no se consideraba excluida de la Internacional. La capitulación alemana cambia substancialmente este panorama. Ya no es posible engañarse, la Internacional Comunista no puede regenerarse, ella debe ser destruida. Es necesario crear un nuevo Partido, una nueva Internacional, que libre al movimiento obrero de la sífilis del stalinismo.
El viejo Partido Bolchevique ha muerto asesinado por Stalin, que representa las fuerzas hostiles a la revolución proletaria; que expresa, no la degeneración interior de la doctrina revolucionaria, sino su ruptura violenta por la capas parasitarias entronizadas en el poder en la Rusia Soviética y que expanden su poderío al seno de la Internacional Comunista y del movimiento internacional todo.
Surge así la Cuarta Internacional, no fundada por el capricho de un hombre, sino como el resultado inevitable de la grandes derrotas del proletariado internacional. Derrotas debidas no a la falta de madurez de las condiciones objetivas, sino por la quiebra de la dirección, por su traición abierta, por su traslado al campo de la contra-revolución mundial.
Durante catorce años la actividad teórica de Trotsky y de la Oposición de Izquierda Internacional habían preparado el camino. No pudiendo intervenir, por su aislamiento, en la suerte de los acontecimientos, ella defendía la continuidad de las ideas, la defensa de los principios. Trotsky debía decir: el Programa hace al Partido. Si él es justo, si expresa realmente los intereses históricos de los oprimidos, encontrará el camino de la comprensión, de la simpatía y adhesión de los trabajadores.
Sobre la experiencia de las más crueles derrotas, la Oposición había forjado  su programa y podía así, al fundar la IV Internacional, continuar toda la tradición del proletariado, de sus triunfos y derrotas. Recogiendo el programa del Manifiesto, en cuyo centenario nos reunimos, la IV Internacional retoma, enriqueciendo la tradición viva del proletariado internacional. Fundada en 1938, la IV Internacional ha sabido vivir contra la corriente, crecer y fortalecerse. Mientras todas las tendencia del pensamiento obrero han naufragado sin excepción y se han convertido en sostenes del mundo burgués, el trotskysmo se expande internacionalmente. Ante la Segunda Guerra Imperialista, ella fue la única organización internacional que supo mantener en alto la bandera del internacionalismo proletario y practicarlo en la carne de sus mártires, segados por la furia del imperialismo y por la GPU stalinista.
Decía el Manifiesto Comunista que la Rusia de los zares y los Estados Unidos eran los dos contrafuertes de la reacción europea. Hoy, cuando nos amenaza una Tercera Guerra imperialista, en otro plano y en condiciones diferentes, nuevamente Rusia y Estados Unidos se presentan como los contrafuertes de la reacción. Pero, sobre la oleada revolucionaria, los trabajadores buscan su camino y ella no podrá menos que llevarlos hasta la IV Internacional. Trotsky fue asesinado en los umbrales de la Segunda Guerra imperialista, sus ideas viven, su mensaje no ha caído en tierra estéril. Este mismo años en tierras de Europa se ha celebrado el II Congreso de la IV Internacional, que ha reunido delegados de todos los continentes. Este es el mejor homenaje que podemos rendirle a nuestro gran camarada desaparecido y es también la fuente de nuestro optimismo de que un día, no lejano, los trabajadores del mundo entero marcharán tras la bandera sin mácula de la IV Internacional.



AGOSTO 1948


· Reproducció del discurso pronunciado en concentración pública por F. Silva. El 20 de agosto de 1948 en homenaje a León Trotsky.

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