10
de junio de 1934
La
catastrófica crisis comercial, industrial, agraria y financiera, la ruptura de
los lazos económicos internacionales, la decadencia de las fuerzas productivas
de la humanidad, la insostenible agudización de las contradicciones entre las
clases y entre las naciones señalan el ocaso del capitalismo y confirman la
caracterización leninista de que la nuestra es una era de guerras y revoluciones.
La
guerra de 1914 a 1918 fue el comienzo oficial de una nueva época. Hasta ahora
sus acontecimientos políticos más importantes fueron la conquista del poder por
el proletariado ruso en 1917 y el aplastamiento del proletariado alemán en
1933. Las terribles calamidades que sufrieron los pueblos en todas partes del
mundo, e incluso los peligros más terribles todavía que nos acechan, son una
consecuencia de que la revolución de 1917 no se haya expandido con éxito en la
escena europea y mundial.
Dentro
de cada uno de los países, el callejón sin salida del capitalismo se expresa en
el desempleo crónico, en la disminución del nivel de vida de los trabajadores,
en la ruina del campesinado y la pequeña burguesía urbana, en la descomposición
y decadencia del estado parlamentario, en la monstruosa demagogia "social"
y "nacional" que emponzoña al pueblo frente a la liquidación de las
reformas sociales, en el marginamiento y sustitución de hecho de los viejos
partidos gobernantes por un simple aparato militar-policial (el bonapartismo de la decadencia
capitalista), en el avance del fascismo, que conquista el poder y aplasta a
todas y cada una de las organizaciones proletarias.
En
el terreno mundial, este mismo proceso liquida los últimos restos de
estabilidad en las relaciones internacionales y lleva hasta sus límites
máximos todo conflicto entre los estados, dejando al descubierto la futilidad
de los intentos pacifistas, dando lugar al incremento de los armamentos en una
escala nunca alcanzada hasta ahora; todo esto conduce a una nueva guerra
imperialista. El fascismo es su artífice y organizador más consecuente.
Por
otra parte, la evidencia del carácter totalmente reaccionario, putrefacto y
bandidesco del capitalismo moderno, la destrucción de la democracia, del reformismo
y del pacifismo, la perentoria y candente necesidad que tiene el proletariado
de encontrar una salida al desastre inminente, ponen con renovada fuerza a la
orden del día la revolución internacional. Sólo el derrocamiento de la
burguesía por el proletariado insurrecto puede salvar a la humanidad de una
nueva y devastadora matanza de los pueblos.
Los
preparativos para una nueva guerra
1.
Las razones que provocaron la última guerra imperialista, inherentes al
capitalismo moderno, alcanzaron ahora una tensión infinitamente mayor que a mediados
de 1914. El único factor que frena al imperialismo es el temor a las
consecuencias de una nueva guerra. Pero la eficacia de este freno es limitada.
El peso de las contradicciones internas empuja a un país tras otro por la vía
del fascismo, el que a su vez no podrá mantenerse en el poder sin preparar
explosiones internacionales. Todos los gobiernos temen la guerra, pero ninguno
tiene libertad para elegir. Sin una revolución proletaria es inevitable una
nueva guerra mundial.
2.
Europa, escenario reciente de la mayor de las guerras, marcha hacia su
decadencia, con avances y retrocesos. La Liga de las Naciones, que según su programa
oficial iba a ser "el organizador de la paz" pero que en realidad
pretendía perpetuar el sistema de Versalles para neutralizar la hegemonía de
Estados Unidos y constituirse en un baluarte contra el Oriente Rojo, no pudo
soportar el impacto de las contradicciones imperialistas. Sólo los
social-patriotas más cínicos (Henderson, Vandervelde, Jouhaux y otros)
intentan todavía relacionar con la Liga las perspectivas del desarme y del
pacifismo. En realidad, la Liga de las Naciones pasó a ser una ficha secundaria
en el tablero de ajedrez de las combinaciones imperialistas. La tarea principal
de la diplomacia, que ahora se realiza con el respaldo de Ginebra, consiste en
buscar aliados militares, es decir, en preparar febrilmente la nueva
carnicería. A la vez crece constantemente la fabricación de armamentos, a la
que la Alemania fascista le dio un nuevo y gigantesco impulso.
3.
El desastre de la Liga de las Naciones está indisolublemente ligado con el
comienzo del colapso de la hegemonía francesa en el continente europeo. Como
era de esperar, la potencia demográfica y económica de Francia demostró ser una base demasiado estrecha para el sistema de
Versalles. El imperialismo francés, armado hasta los dientes, pese a su
carácter aparentemente "defensivo", dado que se ve obligado a defender
con acuerdos legales los frutos de sus saqueos y expoliaciones, sigue siendo
esencialmente uno de los factores más importantes de una nueva guerra.
Impulsado
por sus insostenibles contradicciones y por las consecuencias de la derrota, el
capitalismo alemán se vio obligado a
sacarse el chaleco de fuerza del pacifismo democrático y ahora sale a la
palestra como la principal amenaza al sistema de Versalles. Los acuerdos entre
los estados del continente europeo todavía se orientan, en lo fundamental,
según el criterio de vencedores y vencidos. Italia juega el papel de un intermediario traidor, dispuesto, en el
momento decisivo, a vender su amistad al más fuerte, como lo hizo durante la
última guerra. Inglaterra intenta
mantener su "independencia" -una mera sombra de su antiguo
"espléndido aislamiento"- con la esperanza de aprovechar los
antagonismos europeos, las contradicciones entre Europa y Norteamérica, los
conflictos inminentes en el Lejano Oriente. Pero la Inglaterra dominante no
logra concretar sus proyectos. Aterrorizada por la desintegración de su
imperio, por el movimiento revolucionario de la India, por la inestabilidad de
sus posiciones en China, la burguesía británica oculta tras la repugnante
hipocresía de MacDonald y Henderson su ávida y cobarde política de esperar y
maniobrar, que a su vez constituye una de las razones principales de la inestabilidad
general de hoy y de las catástrofes de mañana.
4.
El período de la guerra y la posguerra provocó grandes cambios en la situación
interna e internacional de Estados
Unidos. La gigantesca superioridad económica de Estados Unidos sobre
Europa y por lo tanto sobre el mundo entero permitió a la burguesía norteamericana
aparecer en la primera etapa de la posguerra como un desinteresado
"conciliador", defensor de la "libertad de los mares" y de
las "puertas abiertas". Pero la crisis industrial y comercial reveló
con fuerza terrible la ruptura del viejo equilibrio económico, al que le
bastaba apoyarse en el mercado interno. Esta vía esta totalmente agotada.
Por
supuesto, la superioridad económica de Estados Unidos no desapareció; por el
contrario, aumentó potencialmente debido a la ulterior desintegración de
Europa. Pero las formas en que se manifestaba antiguamente esta superioridad
(técnica industrial, balanza comercial, estabilidad del dólar, deudas europeas)
perdieron actualidad; la técnica industrial ya no se utiliza, la balanza
comercial es desfavorable, el dólar está en decadencia, las deudas no se pagan.
La superioridad de Estados Unidos tiene que expresarse en formas nuevas, a las
que sólo una guerra les puede allanar el camino.
En
China unas cuantas divisiones japonesas demostraron la inoperancia de la
consigna de "puertas abiertas". Washington aplica en el lejano
Oriente la política de provocar en el momento más propicio un choque entre la
URSS y Japón para que ambos se debiliten y poder así trazar sus planes
estratégicos en base al estallido de la guerra. Mientras continúan por inercia
la discusión sobre la liberación de las Filipinas, los imperialistas
norteamericanos se disponen en realidad a establecer una base territorial en China y a plantear en la próxima etapa,
en el caso de un conflicto con Gran Bretaña, la cuestión de la
"liberación" de la India. El
capitalismo norteamericano se enfrenta con los mismos problemas que en 1914
empujaron a Alemania por el camino de la guerra. ¿Ya esta repartido el mundo?
Hay que volver a repartirlo. Para Alemania se trataba de "organizar
Europa". Estados Unidos tiene que "organizar" el mundo. La
historia está enfrentando a la humanidad con la erupción volcánica del imperialismo
norteamericano.
5.
Al tardío capitalismo japonés, que se
alimenta del atraso, la pobreza y la barbarie, sus insoportables úlceras y
abscesos internos lo arrastran a un incesante saqueo piratesco. La falta de una
base industrial propia y la extrema precariedad de todo su sistema social hacen
del capitalismo japonés el más agresivo y desenfrenado de todos. Sin embargo,
el futuro demostrará que esta ávida agresividad esconde una fuerza real muy
limitada. Japón puede ser el primero en dar la señal de partida para la guerra,
pero en ese país semifeudal, acosado por todas las contradicciones que
desgarraron a la Rusia zarista, puede sonar antes que en cualquier otro lado el
clarín que llame a la revolución.
6.
Sin embargo, sería muy aventurado predecir con toda precisión dónde y cuándo se
disparará el primer tiro. Por influencia del acuerdo soviético-norteamericano,
así como de sus dificultades internas, Japón puede replegarse provisoriamente.
Pero las mismas circunstancias pueden obligar también a la camarilla militar
japonesa a asestar el golpe mientras todavía está a tiempo. ¿Se decidirá el
gobierno francés a lanzar una guerra "preventiva", y ésta no se
convertirá, con la ayuda de Italia, en una guerra generalizada? O, por el
contrario, mientras espera y maniobra, y bajo la presión de Inglaterra, ¿no se
decidirá Francia por el acuerdo con Hitler, allanándole así el camino para
atacar en el Este?
¿No
será una vez más la Península Balcánica el instigador de la guerra? ¿O serán
los países danubianos los que tomen esta vez la iniciativa? La multiplicidad de
los factores y el entrelazamiento de las fuerzas en conflicto excluyen la
posibilidad de un pronóstico concreto. Pero la tendencia general del proceso
es absolutamente clara: el período de posguerra se transformó simplemente en
un intervalo entre dos guerras, intervalo que ya llega a su fin. El
capitalismo planificado, corporativo o de estado, que va de la mano con el
estado autoritario, bonapartista o fascista, sigue siendo una utopía y una
mentira, ya que oficialmente se plantea el objetivo de lograr una economía
nacional armoniosa sobre la base de la propiedad privada. Pero constituye una
realidad amenazante en la medida en que concentra todas las fuerzas económicas
de la nación en la preparación de una nueva guerra. Esta tarea se realiza ahora
a todo vapor. Otra gran guerra golpea a nuestras puertas. Será más cruel y
destructiva que la anterior. Este solo
hecho determina que la actitud hacia la próxima guerra sea el problema básico
de la política proletaria.
La
URSS y la guerra imperialista
7.
Tomado a escala histórica, el antagonismo entre el imperialismo mundial y la
Unión Soviética es infinitamente más profundo que los que oponen entre sí a
los distintos países capitalistas. Pero la intensidad de la contradicción de
clase entre el estado obrero y los estados capitalistas varía de acuerdo a la
evolución del estado obrero y a los cambios en la situación mundial. El
monstruoso desarrollo del burocratismo soviético y las difíciles condiciones de
vida de las masas trabajadoras redujeron drásticamente la fuerza de atracción
del estado obrero sobre el proletariado de todo el mundo. A su vez, las graves
derrotas de la Comintern y la política exterior nacional-pacifista del gobierno
soviético no podían menos que aminorar las aprensiones de la burguesía
mundial. Finalmente, la nueva agudización de las contradicciones internas del
mundo capitalista obliga a los gobiernos de Europa y Norteamérica a aproximarse
a la URSS en esta etapa. No lo hacen desde la perspectiva del problema fundamental,
capitalismo o socialismo, sino teniendo en cuenta el rol coyuntural que puede
jugar el estado soviético en la lucha entre las potencias imperialistas. Los
pactos de no agresión, el reconocimiento de la URSS por el gobierno de
Washington, etcétera, son manifestaciones de esta situación internacional. Los
persistentes esfuerzos de Hitler por legalizar el rearme alemán señalando el
"peligro oriental" todavía no encuentran respuesta, en especial de
parte de Francia y sus satélites, precisamente porque, pese a la terrible
crisis, se debilitó el peligro del comunismo. Por lo tanto, al menos en gran
medida, hay que atribuir los éxitos
diplomáticos de la Unión Soviética al debilitamiento de la revolución
mundial.
8.
Sin embargo, sería un error fatal considerar totalmente excluida la posibilidad
de una intervención armada contra la Unión Soviética. Si bien perdieron
aspereza las relaciones coyunturales, las contradicciones entre los sistemas
sociales conservan toda su fuerza. La constante decadencia del capitalismo
llevará a los gobiernos burgueses a tomar decisiones radicales. Cualquier gran
guerra, más allá de cuáles sean sus motivos iniciales, planteará abiertamente
el problema de la intervención militar contra la URSS como medio de inyectar
sangre fresca en las escleróticas venas del capitalismo.
La
indudable degeneración burocrática del estado soviético, que se sigue
profundizando, así como el carácter nacional-conservador de su política
exterior, no cambian el carácter social de la Unión Soviética, que sigue siendo
el primer estado obrero. Todo tipo de teoría democrática, idealista,
ultraizquierdista y anarquista que ignore que las relaciones de propiedad
soviéticas son socialistas por su tendencia, y disimule la contradicción de
clase entre el estado burgués y la URSS o la niegue, llevará inevitablemente,
sobre todo si se declara la guerra, a conclusiones políticas
contrarrevolucionarias.
Defender a la
Unión Soviética de los ataques de los
enemigos capitalistas, más allá de las circunstancias y causas inmediatas del
conflicto, es obligación elemental de toda organización obrera honesta.
"La
defensa nacional"
9.
El estado nacional creado por el
capitalismo en su lucha contra el localismo de la Edad Media pasó a ser el
clásico terreno de lucha del capitalismo. Pero ni bien se conformó se
transformó en un freno del desarrollo económico y cultural. La contradicción
entre las fuerzas productivas y los límites del estado nacional, junto con la
contradicción principal -entre las fuerzas productivas y la propiedad privada
de los medios de producción- dieron carácter mundial a la crisis del
capitalismo como sistema social.
10.
Si se pudieran borrar de un golpe las fronteras nacionales, las fuerzas
productivas, incluso bajo el capitalismo, podrían seguir desarrollándose
durante un tiempo -aunque es cierto que al precio de grandes sacrificios-. Como
lo demuestra la experiencia de la URSS, aboliendo la propiedad privada de los
medios de producción las fuerzas productivas pueden llegar a un nivel de
desarrollo todavía mayor, incluso dentro de los límites de un solo estado. Pero
sólo la abolición de la propiedad privada y de las barreras estatales entre las
naciones puede crear las condiciones para un nuevo sistema económico: la sociedad socialista.
11.
La defensa del estado nacional, sobre todo en la que fue su cuna -la
balcanizada Europa-, es desde todo punto de vista un objetivo reaccionario. El estado nacional, con sus fronteras,
pasaportes, sistema monetario, mercancías y ejército para proteger sus
mercancías, se transformó en un tremendo impedimento para el desarrollo
cultural y económico de la humanidad. El objetivo del proletariado no es la
defensa del estado nacional sino su liquidación total y absoluta.
12.
Si el estado nacional actual fuera un factor progresivo habría que defenderlo
sin tener en cuenta su forma política ni, por supuesto, quién
"empezó" la guerra. Es absurdo confundir el problema de la función
histórica del estado nacional con el de "la culpa" de determinado
gobierno. ¿Es posible rehusarse a salvar una casa que se puede utilizar como
vivienda porque el incendio comenzó por descuido o mala intención de su propietario?
Pero en este caso la casa no sirve para
vivir sino para morir en ella. Para que los pueblos puedan vivir hay que
eliminar de raíz la estructura del estado nacional.
13.
El "socialista" que predica la defensa del estado nacional es un
reaccionario pequeñoburgués al servicio del capitalismo decadente. Sólo el
partido que ya en época de paz luchó irreconciliablemente contra el estado
nacional puede no atarse a éste durante la guerra, puede seguir el mapa de la
lucha de clases y no el de las batallas bélicas. La vanguardia proletaria
únicamente se volverá invulnerable a toda suerte de patriotismo nacional si
comprende plenamente el rol objetivamente reaccionario del estado imperialista.
Esto significa que sólo se puede romper con la ideología y la política de la "defensa
nacional" desde la perspectiva de la revolución
proletaria internacional.
La
cuestión nacional y la guerra imperialista
14.
A la clase obrera no le es indiferente su nación.
Por el contrario; justamente porque la historia coloca el destino de la nación
en sus manos, la clase obrera se niega a confiarle la conquista de la libertad
y la independencia nacional al imperialismo, que "salva" a la nación
para someterla mañana a nuevos peligros mortales en función de los intereses de
una insignificante minoría de explotadores.
15.
Aunque utilizó a la nación para desarrollarse, en ningún lado, en ningún rincón
del mundo, el capitalismo resolvió plenamente el problema nacional. Las
fronteras de la Europa de Versalles se grabaron sobre el organismo vivo de las
naciones. La idea de volver a dividir la Europa capitalista para que las
fronteras estatales se correspondan con las nacionales es la mayor de las
utopías. Ningún gobierno cederá pacíficamente una sola pulgada de terreno. Una
nueva guerra redividiría a Europa según el mapa establecido por la guerra, no
según las fronteras nacionales. El objetivo de la total autodeterminación
nacional y la colaboración pacífica entre todos los pueblos de Europa sólo se
puede lograr en base a la unificación económica del continente, una vez
eliminado el dominio burgués. La consigna de los estados unidos de Europa no hace solamente a la salvación de los
pueblos balcánicos y danubianos sino también a la de los pueblos de Alemania y
Francia.
16.
Un problema especial y muy importante es el de los países coloniales y semicoloniales de Oriente, que ya están
luchando por su estado nacional independiente. Su lucha es doblemente
progresiva: al hacer romper a los pueblos atrasados con el asiatismo, el
localismo y la dominación extranjera asestan poderosos golpes a los estados
imperialistas. Pero desde ya hay que plantearse claramente que las tardías
revoluciones de Asia y África son incapaces de abrir una nueva era de
renacimiento del estado nacional. La liberación de las colonias no será mas que
un gigantesco episodio de la revolución socialista mundial, así como el tardío
golpe democrático de Rusia no fue más que la introducción a la revolución
socialista.
17.
En Sud América, donde el capitalismo
retrasado y ya en decadencia se apoya en condiciones de vida semifeudales, es
decir semiserviles, los antagonismos mundiales provocan una dura lucha entre
las camarillas compradoras, continuos choques y prolongados conflictos armados
entre los estados. La burguesía americana, que durante su ascenso histórico
pudo unificar en una sola federación la mitad norte del continente, ahora
utiliza toda la fuerza que logró gracias a esa unificación para desunir,
debilitar y esclavizar a la mitad sur. Sud y Centroamérica sólo podrán liquidar
el atraso y la esclavitud uniendo sus estados en una única y poderosa
federación. Pero no será la atrasada burguesía sudamericana, agencia totalmente
venal del imperialismo extranjero, quien cumplirá esta tarea, sino el joven
proletariado sudamericano, llamado a dirigir a las masas oprimidas. Por lo
tanto, la consigna que debe guiar la lucha contra la violencia y las intrigas
del imperialismo mundial y contra la sangrienta dominación de las camarillas
compradoras nativas es Por los estados
unidos soviéticos de Sud y Centroamérica.
En
todos lados el problema nacional se mezcla con el social. Sólo la conquista del
poder por el proletariado mundial garantizará la paz real y duradera para todas las naciones del planeta.
La
defensa de la democracia
18.
La impostura de la defensa nacional siempre trata de ocultarse tras la
impostura de la defensa de la democracia.
Si incluso ahora, en la época del imperialismo, los marxistas no identifican
democracia con fascismo y están dispuestos en todo momento a rechazar los
ataques del fascismo a la democracia, ¿no debería el proletariado, si se
declara la guerra, apoyar a los gobiernos democráticos contra los fascistas?
¡Flagrante
sofisma! Defendemos a la democracia contra el fascismo por medio de las
organizaciones y métodos del proletariado. A diferencia de la socialdemocracia,
no le confiamos esta defensa al estado burgués (¡Staat, greif zu! [¡Estado, interviene!]). Y si nos oponemos de
manera irreconciliable a la mayor parte de los gobiernos
"democráticos" en épocas de paz, ¿cómo podemos asumir la más mínima
responsabilidad por ellos durante la guerra, cuando todas las infamias y
crímenes del capitalismo se llevan a cabo de la manera más brutal y sangrienta?
19.
Una guerra moderna entre las grandes potencias no será una lucha entre la
democracia y el fascismo sino un conflicto entre dos sectores imperialistas por
un nuevo reparto del mundo. Además, inevitablemente asumirá un carácter
internacional y en ambos bandos habrá estados fascistas (semifascistas, bonapartistas,
etcétera) y "democráticos". La expresión republicana del imperialismo
francés no dejó de apoyarse en épocas de paz en las dictaduras
militar-burguesas de Polonia, Yugoslavia y Rumania, como no vacilará, en caso
de necesidad, en restaurar la monarquía austro-húngara como barrera contra la
unificación de Austria con Alemania. Finalmente, en la propia Francia, la
democracia parlamentaria, ya muy debilitada, será indudablemente una de las
primeras víctimas de la guerra, si es que no se la derriba antes de que ésta
estalle.
20.
La burguesía de una buena cantidad de países civilizados ya demostró y continúa
demostrando cómo, cuando la amenaza un peligro interno, cambia sin muchas
dificultades su forma parlamentaria de gobierno por una forma autoritaria,
dictatorial, bonapartista o fascista. Mucho más rápida y resueltamente
cambiará durante la guerra, cuando los peligros internos y externos amenazarán
con fuerza diez veces mayor sus intereses de clase fundamentales. En estas
condiciones, el apoyo de un partido obrero a "su" imperialismo
nacional en función de una frágil cobertura democrática significa la renuncia a aplicar una política independiente y la
desmoralización chovinista de los trabajadores, es decir, la destrucción
del único factor que puede salvar a la humanidad del desastre.
21.
"La lucha por la democracia" durante la guerra significará sobre todo
la lucha por preservar a la prensa y las organizaciones obreras contra la
desenfrenada censura y la autoridad de los militares. En base a estos objetivos
la vanguardia revolucionaria hará frente único con otras organizaciones obreras
-contra su propio gobierno democrático-
pero en ningún caso con su gobierno contra el país enemigo.
22.
La guerra imperialista deja atrás el problema de la forma estatal del dominio
capitalista. Le plantea a cada burguesía nacional el problema del destino del
capitalismo nacional y a la burguesía de todos los países el del destino del
capitalismo en general. El proletariado también debe plantearse así la
cuestión, capitalismo o socialismo, triunfo
de uno de los bandos imperialistas o revolución proletaria.
Defensa
de los estados pequeños y neutrales
23.
La concepción de la defensa nacional, especialmente cuando coincide con la
idea de la defensa de la democracia, puede confundir más fácilmente a los
trabajadores de los países pequeños y neutrales (Suiza, en parte Bélgica, los
países escandinavos...), los que, al no poder plantearse una política
independiente de conquista, presentan la defensa de sus fronteras nacionales
como un dogma irrefutable y absoluto. Pero precisamente el ejemplo de Bélgica
nos demuestra cómo la neutralidad formal es naturalmente remplazada por un
sistema de pactos imperialistas y hasta qué punto la guerra por la
"defensa nacional" lleva inevitablemente a una paz anexionista. El
carácter de la guerra no está determinado por el episodio inicial tomado
aisladamente ("violación de la neutralidad", "invasión
enemiga", etcétera) sino por las fuerzas fundamentales que actúan en ella,
por todo su desarrollo y por las consecuencias a las que conduce finalmente.
24.
Desde ya podemos dar por sentado que la burguesía suiza no tomará la iniciativa
de la guerra. En este sentido, le asiste mucho más derecho formal que a
cualquier otra burguesía para hablar de su posición
defensiva. Pero desde el momento en que el desarrollo de los
acontecimientos arrastre a Suiza a la guerra, ésta perseguirá objetivos tan
imperialistas como los de las demás potencias beligerantes. Si se viola la
neutralidad la burguesía suiza se unirá al más fuerte de los dos bandos
atacantes, sin interesarle a cuál le cabe mayor responsabilidad por esa
violación y en cuál de ellos hay mayor "democracia". Así, durante la
última guerra, Bélgica, aliada del zarismo, de ningún modo abandonó el bando
aliado cuando éste violó la neutralidad de Grecia.
Sólo
un burgués irremediablemente tonto de una aldea suiza olvidada de la mano de
Dios (como Robert Grimm) puede creerse realmente que la guerra a la que se ve
arrastrado se libra en defensa de la independencia suiza. Así como la guerra
anterior barrió con la neutralidad de Bélgica, la próxima no dejará ni rastros
de la independencia suiza. Que después de la guerra, Suiza conserve su carácter
de estado, aunque sin su independencia, o que sea dividida entre Alemania,
Francia e Italia depende de una cantidad de factores europeos y mundiales,
entre los cuales la "defensa nacional" de Suiza ocupa un lugar
insignificante.
En
consecuencia, vemos que las leyes del imperialismo no hacen ninguna excepción
siquiera con la neutral y democrática Suiza, un estado que no posee colonias y
donde la idea de la defensa nacional se nos presenta en su forma más pura. A la
exigencia de la burguesía de "unirse a la política de defensa nacional",
el proletariado suizo debe responder con una política de defensa de clase, para pasar luego a la ofensiva revolucionaria.
La
Segunda Internacional y la guerra
25.
La línea de la defensa nacional es
una consecuencia del dogma de que la solidaridad entre las clases de una misma
nación está por encima de la lucha de clases. En realidad, ninguna clase
poseedora reconoció nunca la defensa de la patria como tal, es decir, bajo
cualquier condición; siempre ocultó con esta fórmula la protección a su
posición privilegiada dentro de la patria. Las clases dominantes derrocadas
siempre se vuelven "derrotistas" y están muy dispuestas a
reconquistar sus privilegios con la colaboración de las armas extranjeras.
Las
clases oprimidas, no conscientes de sus propios intereses y acostumbradas a los
sacrificios, toman literalmente la consigna de la "defensa nacional",
como una obligación absoluta que está por encima de las clases. El crimen
histórico fundamental de los partidos de la Segunda Internacional consiste en
que apoyan y fortalecen los hábitos y
tradiciones serviles de los oprimidos, neutralizan su indignación
revolucionaria y falsean su conciencia revolucionaria con la ayuda de las ideas
patrióticas.
El
proletariado europeo no derrocó a la burguesía después de la guerra; la
humanidad se debate ahora en la agonía de la crisis; una nueva guerra amenaza
con transformar en montones de ruinas las ciudades y los campos. Sobre la
Segunda Internacional recae la principal responsabilidad por todos estos
crímenes y calamidades.
26.
La política del social-patriotismo dejó a las masas inermes frente al fascismo. Si durante la guerra hay que dejar de
lado la lucha de clases en beneficio de los intereses nacionales, entonces
también hay que dejar de lado el "marxismo" durante una gran crisis
económica, que pone a "la nación" tan en peligro como una guerra. Ya
en abril de 1915 Rosa Luxemburgo liquidó esta cuestión con las siguientes
palabras: "O la lucha de clases constituye la ley imperativa de la
existencia proletaria también durante la guerra […] o la lucha de clases constituye un crimen contra los intereses nacionales
y la seguridad de la patria también en
época de paz". El fascismo transformó las ideas de "los intereses
nacionales" y la "seguridad de la patria" en cadenas y grillos
para el proletariado.
27.
La socialdemocracia alemana apoyó la
política exterior de Hitler hasta el mismo momento en que la expulsó. El
reemplazo final de la democracia por el fascismo demostró que la
socialdemocracia es patriota mientras el régimen político le garantiza sus
beneficios y privilegios. Al encontrarse en el exilio, los ex patriotas de los
Hohenzollern cambian de cara y están muy dispuestos a aceptar una guerra
preventiva de la burguesía francesa contra Hitler. Sin ninguna dificultad la
Segunda Internacional amnistió a Wels y Cía., quienes mañana volverán a
convertirse en ardientes patriotas si la burguesía alemana les tiende un solo
dedito de apoyo.
28.
Los franceses, los belgas y otros
socialistas respondieron a los acontecimientos alemanes con la alianza
abierta con su propia burguesía alrededor del problema de la "defensa
nacional". Mientras la Francia oficial libraba una guerra
"pequeña", "insignificante", pero excepcionalmente atroz
contra Marruecos,[2][2] la socialdemocracia y los sindicatos
reformistas de ese país discutían en sus congresos la inhumanidad de la guerra
en general, ya que tenían en mente
solamente la guerra de revancha por parte de Alemania. Cuando la república
burguesa se vea amenazada en una gran guerra estos partidos, que apoyan las
brutalidades de los ladrones coloniales que solamente persiguen aumentar sus
ganancias, apoyarán también con los ojos cerrados a cualquier gobierno
nacional.
29.
La incompatibilidad entre la política socialdemócrata y los intereses
históricos del proletariado es ahora incomparablemente más profunda y severa
que en vísperas de la guerra imperialista. La lucha contra los prejuicios
patrióticos de las masas significa antes que nada la lucha irreconciliable contra la Segunda Internacional como
organización, como partido, como programa, como bandera.
El
centrismo y la guerra
30.
La primera guerra imperialista liquidó totalmente a la Segunda Internacional
como partido revolucionario, creando
así la necesidad de formar la Tercera Internacional y la posibilidad de
hacerlo. Pero la "revolución" republicana en Alemania y en
Austria-Hungría, la democratización del sufragio en una cantidad de países, las
concesiones que durante los primeros anos de posguerra hizo la atemorizada
burguesía europea en el plano de la legislación social, todo esto aunado con la
desastrosa política de los epígonos del leninismo, dieron a la Segunda
Internacional un respiro considerable. Pero ya no como partido revolucionario
sino como partido obrero conservador-liberal partidario de las reformas
pacíficas. Sin embargo, muy pronto -con el advenimiento de la última crisis
mundial- se demostraron agotadas todas las posibilidades de reforma. La
burguesía pasó a contraatacar. La socialdemocracia traidoramente entregó una
conquista tras otra. Estos últimos años todos los tipos de reformismo
-parlamentario, sindical, municipal, "socialismo" cooperativo-
sufrieron bancarrotas y derrotas irreparables. Como resultado de esto, la
preparación de la nueva guerra encuentra a la Segunda Internacional con la
espina dorsal rota. Los partidos socialdemócratas sufren un intenso proceso de
decoloración. El reformismo consecuente cambia de color; se calla la boca o se
divide. Su lugar lo ocupan los distintos
matices del centrismo, ya sea a través de numerosas fracciones internas de
los viejos partidos o de organizaciones independientes.
31.
Sobre el problema de la defensa de la patria, los reformistas y centristas de derecha enmascarados (León Blum,
Hendrik de Man, Robert Grimm, Martin Tranmael, Otto Bauer y otros) recurren
cada vez más a formulaciones diplomáticas, confusas y condicionales, calculadas
para pacificar a la burguesía y a la vez engañar a los trabajadores. Plantean
"planes" económicos o reivindicaciones sociales y prometen defender
a la patria del "fascismo" exterior si la burguesía nacional apoya su
programa. El objetivo de plantear así las cosas es obviar la cuestión del
carácter de clase del estado, eludir el problema de la conquista del poder y,
bajo la cobertura de un plan "socialista", reivindicar la defensa de
la patria capitalista.
32.
Los centristas de izquierda, que a su vez se distinguen
por una gran variedad de matices (SAP en Alemania, OSP en Holanda, ILP en
Inglaterra, los grupos de Ziromski y Marceau Pivert en Francia[3][3] y otros) renuncian de palabra a la
defensa de la patria. Pero de esta mera renuncia no extraen las necesarias
conclusiones prácticas. La mayor parte de su internacionalismo, si no sus
nueve décimas partes, es de carácter platónico. Temen romper con los
centristas de derecha; en nombre de la lucha contra el "sectarismo"
combaten al marxismo, se niegan a trabajar por una internacional revolucionaria
y siguen en la Segunda Internacional, cuyo jefe es el lacayo del rey, Vandervelde.
Aunque en determinados momentos reflejan el vuelco hacia la izquierda de las
masas, en ultima instancia los centristas frenan el reagrupamiento revolucionario
del proletariado y la lucha contra la guerra.
33.
Por su misma esencia el centrismo representa debilidad y vacilación. Pero la
cuestión de la guerra es la menos favorable a una política vacilante. Para las masas el centrismo es siempre nada más
que una breve etapa de transición. El creciente peligro de guerra provocará
cada vez más diferenciaciones mayores dentro de los grupos centristas que ahora
dominan en el movimiento obrero. La vanguardia proletaria estará tanto mejor
armada para luchar contra la guerra cuanto más rápida y completamente se libre
de las garras del centrismo. La condición necesaria para lograrlo es plantear
clara e intransigentemente todos los problemas relacionados con la guerra.
La
diplomacia soviética y la revolución internacional
34.
Después de la conquista del poder el propio proletariado asume la posición de
la "defensa de la patria". Pero en este caso la fórmula adquiere un
contenido histórico totalmente distinto. El estado obrero aislado no es una
entidad autosuficiente sino sólo terreno
fértil para la revolución mundial. Al defender a la URSS el proletariado no
defiende las fronteras nacionales sino una dictadura socialista provisoriamente
encerrada dentro de límites nacionales. Sólo se puede crear una base segura
para la política proletaria revolucionaria en épocas de guerra penetrándose
hasta la médula de la firme convicción de que la revolución proletaria no se
puede completar dentro de los marcos nacionales, de que todos los éxitos de la
construcción socialista en la URSS están condenados al fracaso sin el triunfo
del proletariado en los países dirigentes, que sin la revolución internacional
no hay salvación para ningún país del mundo, de que sólo se puede construir la
sociedad socialista en base a la cooperación internacional.
35.
La política exterior de los soviets, que es la aplicación de la teoría del
socialismo en un solo país, es decir de la ignorancia real de los problemas de
la revolución internacional, se apoya en dos ideas: el desarme general y el compromiso mutuo de no agresión. Que para
obtener garantías diplomáticas el gobierno soviético tenga que recurrir a una
presentación puramente formalista de los problemas de la guerra y la paz es
una consecuencia del sitio capitalista. Pero estos métodos de adaptación al
enemigo impuestos por la debilidad de la revolución internacional y en gran
medida por los errores previos del propio gobierno soviético, de ninguna manera
pueden convertirse en sistema universal. A los actos y discursos de la
diplomacia soviética, que hace mucho transgredieron los límites de los
compromisos prácticos inevitables y admisibles, se los impuso como base sagrada
e inviolable de la política internacional de la Comintern y se constituyeron en
la fuente de las más flagrantes ilusiones pacifistas y errores
social-patriotas.
36.
El desarme no es un instrumento
contra la guerra, ya que, como lo demuestra la experiencia de la propia
Alemania el desarme episódico no es más que una etapa en el camino
al nuevo rearme. La posibilidad de rearmarse rápidamente es inherente a la
moderna técnica industrial. El desarme "general", aun si se pudiera
concretar, sólo significaría el fortalecimiento de la superioridad militar de
los países industriales más poderosos. "El cincuenta por ciento de
desarme" no lleva al desarme total sino al cien por ciento de rearme.
Presentar el desarme como "el único medio real de evitar la guerra"
es engañar a los obreros en beneficio del frente común con los pacifistas pequeñoburgueses.
37.
Ni por un momento podemos poner en duda el derecho del gobierno soviético a
definir con la mayor precisión el término agresión
en cualquier acuerdo con los imperialistas. Pero pretender transformar esta
legalista fórmula condicional en el supremo regulador de las relaciones
internacionales significa sustituir el criterio revolucionario por el
conservador, reduciendo así la política internacional del proletariado a la
defensa de las anexiones y fronteras existentes en este momento, que fueron
implantadas por la fuerza.
38.
No somos pacifistas. Consideramos que la guerra revolucionaria es una
aplicación tan legítima de la política proletaria como la insurrección. Nuestra
actitud hacia la guerra no está determinada por la fórmula legalista de la
"agresión" sino por el problema de qué clase lleva a cabo la guerra y
con qué objetivos. En el conflicto entre los estados, igual que en la lucha de
clases, la "defensa" y la "agresión" son solamente
problemas prácticos, no normas jurídicas o éticas. El simple criterio de la
agresión le crea una base de apoyo a la política social-patriota de los señores
León Blum, Vandervelde y otros, quienes, gracias a Versalles, cuentan con la
posibilidad de defender el botín imperialista con el pretexto de que están
defendiendo la paz.
39.
La famosa fórmula de Stalin, "No queremos una pulgada de terreno
extranjero pero tampoco cederemos una sola pulgada del nuestro", es un
programa conservador para preservar el status
quo que está en contradicción radical con el carácter agresivo de la revolución
proletaria. La ideología del socialismo
en un solo país conduce inevitablemente a desdibujar la importancia del
rol reaccionario del estado nacional, a conciliar con él, a idealizarlo, a
subestimar la importancia del internacionalismo revolucionario.
40.
Los dirigentes de la Tercera Internacional justifican la política de la
diplomacia soviética apoyándose en que el estado obrero tiene que utilizar las contradicciones que se dan en
el campo imperialista. Si bien esta afirmación es indiscutible en sí misma,
hay que concretarla.
La
política exterior de cada clase es la continuación y desarrollo de su política
interna. Así como el proletariado en el poder tiene que saber discernir y
utilizar las contradicciones de sus enemigos externos, el proletariado que
todavía está luchando por conquistar el poder tiene que saber discernir y
utilizar las contradicciones de sus enemigos internos. El hecho de que la
Tercera Internacional haya sido absolutamente incapaz de comprender y utilizar
las contradicciones existentes entre la democracia reformista y el fascismo
llevó directamente a la mayor derrota del proletariado y lo puso frente a
frente con el peligro de otra guerra.
Por
otra parte, sólo hay que utilizar las contradicciones entre los gobiernos
imperialistas desde la perspectiva de la revolución internacional. La vanguardia
proletaria internacional podrá defender a la URSS si es independiente de la
política de la diplomacia soviética, si goza de total libertad para denunciar
sus métodos nacionalistas y conservadores, que atentan contra los intereses de
la revolución internacional y por lo tanto también contra los de la Unión
Soviética.
La
URSS y las combinaciones imperialistas
41.
Ahora el gobierno soviético esta por cambiar su orientación respecto a la Liga de las Naciones. Como de costumbre,
la Tercera Internacional repite servilmente las palabras y gestos de la
diplomacia soviética. Todas las especies de "ultraizquierdistas"
aprovechan este giro para ubicar una vez más a la Unión Soviética entre los
estados burgueses. La socialdemocracia, según cuáles sean sus intereses
nacionales específicos, interpreta la "reconciliación" de la URSS
con la Liga de las Naciones como una prueba del carácter nacionalista burgués
de la política de Moscú o, por el contrario, como la rehabilitación de la Liga
de las Naciones y en general de toda la ideología pacifista. Tampoco en este
punto la posición marxista tiene nada en común con cualquiera de estas
caracterizaciones pequeñoburguesas.
Nuestra
actitud principista hacia la Liga de las Naciones no difiere de la que
adoptamos frente a cada uno de los estados imperialistas, estén o no dentro de
esa organización. Las maniobras del estado soviético entre los grupos
antagónicos del imperialismo presupone también una política de maniobras
respecto a la Liga de las Naciones. Mientras Japón y Alemania estaban en la
Liga, ésta amenazaba convertirse en el escenario de un acuerdo entre los
bandidos imperialistas más importantes a expensas de la URSS. Después que
Japón y Alemania, los enemigos principales y más inmediatos de la Unión
Soviética, abandonaron la Liga, ésta pasó a ser en parte un bloque de los
aliados y vasallos del imperialismo francés y en parte un campo de batalla
entre Francia, Inglaterra e Italia. El estado soviético, que tiene que
orientarse entre bandos imperialistas que en esencia le son igualmente
hostiles, puede verse obligado a efectuar tal o cual combinación con la Liga de
las Naciones.
42.
A la vez que hace un análisis completamente realista de la situación actual, la
vanguardia proletaria tiene que plantearse las siguientes consideraciones:
a)
Que después de más de dieciséis años de la insurrección de Octubre la URSS
tenga que buscar un acercamiento con la Liga y ocultarlo detrás de abstractas
formulaciones pacifistas es una consecuencia de la extrema debilidad de la revolución
proletaria internacional y por
lo tanto de la situación internacional de la propia URSS.
b)
Las abstractas formulaciones pacifistas de
la Unión Soviética y los cumplidos que le dirige a la Liga de las Naciones no
tienen nada en común con la política del partido proletario internacional, que
se niega a asumir ninguna responsabilidad por ellas y que, por el contrario,
denuncia su superficialidad e hipocresía para mejor movilizar al proletariado
en base a la clara comprensión de las fuerzas y antagonismos reales.
43.
En la situación actual no se puede excluir la posibilidad, en el caso de que se
declare la guerra, de una alianza de la
URSS con un estado imperialista, o con una combinación de estados
imperialistas, en contra de otro. Bajo la presión de las circunstancias una
alianza temporaria de este tipo puede llegar a ser una necesidad ineludible,
sin dejar por eso de constituir el mayor de los peligros tanto para la URSS
como para la revolución mundial.
El
proletariado internacional no dejará de defender a la URSS aun si ésta se ve
obligada a forjar una alianza militar con unos imperialistas en contra de
otros. Pero entonces, más que nunca, el proletariado internacional tendrá que
salvaguardar su total independencia política de la diplomacia soviética y, por
lo tanto, también de la burocracia de la Tercera Internacional.
44.
El proletariado internacional, que en todo momento defenderá resuelta y
abnegadamente al estado obrero en lucha contra el imperialismo, no se
convertirá sin embargo en aliado de los aliados imperialistas de la URSS. El
proletariado de un país imperialista aliado a la URSS debe mantener total y
absolutamente su intransigente hostilidad
hacia el gobierno imperialista de su propio país. En este sentido su
política no será diferente de la del proletariado del país que pelea contra la
URSS. Pero en lo que hace a la actividad concreta, pueden surgir diferencias
considerables según la situación de la guerra. Por ejemplo, sería absurdo y
criminal, en el caso de que se declarase una guerra entre la URSS y Japón, que
el proletariado norteamericano saboteara el envío de municiones a la URSS. Pero
el proletariado de un país que pelee contra la URSS se vería absolutamente
obligado a recurrir a acciones de este tipo -huelgas, sabotaje, etcétera-.
45.
La intransigente oposición proletaria al aliado imperialista de la URSS debe
basarse en la política clasista internacional y en los objetivos imperialistas
de ese gobierno, en el carácter traicionero de la "alianza", en su
especulación con un retorno de la URSS al capitalismo, etcétera. Por lo tanto,
la política de un partido proletario tanto en un país imperialista "aliado"
como en uno enemigo debe orientarse hacia el derrocamiento revolucionario de la
burguesía y la conquista del poder. Sólo de esta manera se creará una verdadera alianza con la URSS y se
salvará del desastre al primer estado obrero.
46.
Dentro de la URSS la guerra contra la intervención imperialista indudablemente
provocará un verdadero estallido de entusiasmo combatiente. Parecerá que se
superan todas las contradicciones y antagonismos, o por lo menos que quedan
relegados a un segundo plano. Las
jóvenes generaciones de obreros y campesinos que surgieron de la revolución
revelarán una colosal fuerza dinámica en el campo de batalla. La industria
centralizada, pese a todas
sus carencias y dificultades, demostrará su superioridad para subvenir
las necesidades de la guerra. Indudablemente el gobierno de la URSS acumuló una
gran reserva de alimentos que bastará para la primera etapa del conflicto. Por
supuesto, los estados mayores imperialistas comprenden claramente que el Ejército Rojo será un poderoso
adversario, y que la lucha contra él exigirá mucho tiempo y un tremendo
desgaste de fuerzas.
47.
Pero precisamente el carácter prolongado de la guerra revelará inevitablemente
las contradicciones entre la economía transicional de la URSS y su planificación
burocrática. En muchos casos las gigantescas empresas nuevas pueden demostrar
no ser mas que un capital muerto. Por influencia de la gran necesidad de
provisiones que tendrá el gobierno se fortalecerán considerablemente las
tendencias individualistas de la economía campesina y las fuerzas centrífugas
dentro de los koljoces crecerán mes a
mes. El gobierno de la burocracia incontrolada se convertirá en una dictadura
de guerra. La falta de un partido activo que haga de control y regulador
político llevará a una extrema agudización y acumulación de las
contradicciones. Se puede prever que la caldeada atmósfera de la guerra
provocará profundos vuelcos hacia los principios individualistas en la
agricultura y en la industria artesanal, el capital extranjero y
"aliado" ejercerá su atracción, se producirán brechas en el monopolio
del comercio exterior, se debilitará el control gubernamental sobre los
trusts, se acrecentarán la competencia entre los trusts y sus conflictos con
los obreros, etcétera. En el plano político estos procesos pueden aparejar la
culminación del bonapartismo, con los correspondientes cambios en las
relaciones de propiedad. En otras palabras, si la guerra es prolongada y va
acompañada de la pasividad del
proletariado mundial, podría y tendría que conducir a una contrarrevolución burguesa bonapartista.
48.Las
conclusiones políticas que de aquí se desprenden son obvias:
a)
En el caso de una guerra prolongada, sólo la revolución proletaria en Occidente
puede salvar a la URSS como estado obrero.
b)
Tanto en los países "amigos" y "aliados" como en los
enemigos sólo se podrá preparar la revolución proletaria si la vanguardia
proletaria mundial es totalmente independiente de la burocracia soviética.
c)
El apoyo incondicional a la URSS contra los ejércitos imperialistas tiene que
ir acompañado por la crítica marxista revolucionaria a la guerra y a la
política diplomática del gobierno soviético y por la formación dentro de la
URSS de un verdadero partido revolucionario de bolcheviques leninistas.
La
Tercera Internacional y la guerra
49.
Luego de abandonar la línea principista sobre la cuestión de la guerra, la
Tercera Internacional vacila entre el
derrotismo y el social-patriotismo. En Alemania la lucha contra el
fascismo devino en una competencia de mercado sobre bases nacionalistas. La
consigna de "liberación nacional", planteada junto con la de
"liberación social", distorsiona en gran medida las perspectivas
revolucionarias y no deja cabida al derrotismo. En la cuestión del Saar el
Partido Comunista comenzó con un rastrero sometimiento a la ideología del
nacionalsocialismo que sólo abandonó debido a las divisiones internas.
¿Qué
consigna planteará la Tercera Internacional durante la guerra, "la derrota
de Hitler es el mal menor"? Pero si la consigna de liberación nacional
era correcta bajo los gobiernos "fascistas" de Mueller y Bruening,
¿cómo puede haber perdido su eficacia bajo el gobierno de Hitler? ¿O acaso las
consignas nacionalistas sirven solamente en épocas de paz? Realmente, los
epígonos del leninismo hicieron todo lo
posible por confundirse y confundir hasta el final a la clase obrera.
50.
El impotente revolucionarismo de la
Tercera Internacional es una consecuencia directa de su fatal política.
Después de la catástrofe alemana, quedó al descubierto la insignificancia
política de los llamados partidos comunistas en todos los países en los que
fueron sometidos a alguna prueba. La sección francesa, que se mostró
absolutamente incapaz de levantar aunque sea a unas decenas de miles de
trabajadores contra el pillaje colonial de Africa, indudablemente hará más
evidente su bancarrota en el momento del supuesto peligro nacional.
51.
La lucha contra la guerra, inconcebible sin la movilización revolucionaria de
las amplias masas trabajadoras de la ciudad y el campo, exige al mismo tiempo
una influencia directa sobre el ejército
y la armada por un lado y sobre el
transporte por el otro. Pero es imposible influir sobre los soldados sin
influir sobre la juventud obrera y campesina. En cuanto a la influencia sobre
el transporte, requiere estar muy afirmados en los sindicatos. Pero la Tercera
Internacional, con ayuda de la Comintern, perdió todas sus posiciones en el movimiento
sindical y se cortó todas las vías de acceso a la juventud trabajadora. En
estas condiciones, hablar de la lucha contra la guerra es lo mismo que soplar pompas de jabón. No cabe
hacerse ninguna ilusión; si el imperialismo ataca a la URSS la Tercera
Internacional no servirá para nada.
El
pacifismo "revolucionario" y la guerra
52.
Como corriente independiente, el pacifismo
pequeñoburgués de "izquierda" parte de la premisa de que es
posible garantizar la paz por algún medio particular y especial al margen de
la lucha de clases del proletariado y de la revolución socialista. En sus
artículos y discursos los pacifistas inculcan el "odio a la guerra",
apoyan a los que hacen objeciones de conciencia, predican el boicot y la huelga
general (o mejor dicho el mito de la huelga general) contra la guerra. Los
pacifistas más "revolucionarios" no vacilan incluso en hablar a
veces de insurrección contra la guerra. Pero en lo esencial no tienen idea del
indisoluble lazo que une a la insurrección con la lucha de clases y con la
política de un partido revolucionario. Para ellos la insurrección no es más que
una amenaza dirigida a las clases dominantes, no el objeto de prolongados y
persistentes esfuerzos.
Al
explotar la tendencia natural de las masas hacia la paz y apartarlas de sus
canales adecuados, los pacifistas pequeñoburgueses terminan siendo un apoyo
inconsciente del imperialismo. Si se declara la guerra, la inmensa mayoría de
los "aliados" pacifistas estarán en el campo de la burguesía y
utilizarán la autoridad con que los invistió la Tercera Internacional en su
propaganda en favor de la confusión patriótica de la vanguardia proletaria.
53.
El Congreso de Amsterdam contra la
guerra, así como el Congreso de París contra
el fascismo, organizados por la Tercera Internacional, son ejemplos clásicos
de la sustitución de la lucha de clases revolucionaria por la política
pequeñoburguesa de desfiles ostentosos, de manifestaciones llamativas, de
aldeas a lo Potemkin.[4][4] Al día siguiente de las vocingleras
protestas contra la guerra en general, los
heterogéneos elementos reunidos artificialmente por medio de maniobras e
intrigas se dispersarán en todas direcciones y no levantarán ni el dedo meñique
contra esa guerra en particular.
54.
El reemplazo del frente único proletario, es decir del acuerdo de lucha entre
las organizaciones obreras, por el bloque de la burocracia comunista con los
pacifistas pequeñoburgueses -entre los cuales por cada confusionista honesto
hay docenas de arribistas- lleva a un total eclecticismo
en las cuestiones tácticas. Los congresos de Barbusse-Muenzenberg
consideran un mérito especial combinar todo tipo de "lucha" contra la
guerra: las protestas humanitarias, la negativa individual a servir en el
ejército, la educación de la "opinión pública", la huelga general e
incluso la insurrección. Se presenta como elementos de un todo armonioso a
métodos que en la realidad están en irreconciliable contradicción y conflicto.
Los socialrevolucionarios rusos, que predicaban una táctica
"sintética" en la lucha contra el zarismo -alianza con los liberales,
terror individual y lucha de masas-, eran gente muy seria comparados con los
inspiradores del bloque de Amsterdam. ¡Pero los obreros deben recordar que el
bolchevismo salió a la palestra para luchar contra el eclecticismo populista!
La
pequeña burguesía y la guerra
55.
Los campesinos y los estratos más bajos de la población urbana, para quienes la
guerra no es menos desastrosa que para el proletariado, pueden ligarse
estrechamente a éste en la lucha contra la guerra. Hablando en general, sólo de
esta manera se podrá evitar la guerra por medio de la insurrección. Pero los
campesinos se dejarán arrastrar todavía menos que los obreros al camino
revolucionario por las abstracciones, las frases hechas y las órdenes dictadas
desde arriba. Los epígonos del leninismo, que hicieron dar un giro a la
Comintern entre 1923 y 1924 con la consigna "de cara al campesinado",
revelaron una incapacidad total para atraer al comunismo a los campesinos e
incluso a los obreros rurales. La Krestintern
(Internacional Campesina) expiró tranquilamente sin siquiera una oración
fúnebre. La "conquista" del campesinado de los diferentes países, tan
abiertamente proclamada, se mostró en todos los casos efímera cuando no simplemente
inexistente. Precisamente en el terreno de la política campesina la bancarrota
de la Tercera Internacional adquirió un carácter muy gráfico, aunque en
realidad fue una consecuencia inevitable de la ruptura de la Comintern con el
proletariado.
El
campesinado participará en la lucha revolucionaria contra la guerra sólo si se
convence en la práctica de la capacidad de los obreros para dirigir esta lucha.
Por lo tanto, la clave del triunfo está en los talleres y en las fábricas. El
proletariado revolucionario aparecerá ante el campesinado como una fuerza real
y la pequeña burguesía urbana estrechará filas con él.
56.
La pequeña burguesía de la ciudad y del campo no es homogénea. El proletariado
puede atraer a su lado a los sectores
más bajos: los campesinos pobres, los semiproletarios, los empleados
públicos de menor jerarquía, los vendedores ambulantes, el pueblo oprimido y
disperso privado por todas sus condiciones de existencia de la posibilidad de
llevar adelante una lucha independiente. Por encima de este amplio sector de
la pequeña burguesía se elevan los líderes, que gravitan hacia la mediana y
gran burguesía y se convierten en profesionales de la política democrática y
pacifista o fascista. Mientras están en la oposición estos señores apelan a la
más desenfrenada demagogia como medio más seguro de luego cotizarse mejor ante
la gran burguesía.
El
crimen de la Tercera Internacional consiste en remplazar la lucha por lograr
una influencia revolucionaria sobre la verdadera pequeña burguesía, sobre sus masas plebeyas, por bloques
carnavalescos con sus falsos líderes pacifistas. En lugar de desprestigiar a
éstos, los fortalece con el prestigio de la Revolución de Octubre y convierte a
los sectores inferiores de la pequeña burguesía en víctimas políticas de los
líderes traidores.
57.
La vía revolucionaria para llegar al
campesinado pasa por la clase obrera. Para ganarse la confianza de la aldea
es necesario que los propios obreros revolucionarios vuelvan a confiar en las
banderas de la revolución proletaria. Esto sólo se puede lograr con una
correcta política en general y con una correcta política contra la guerra en
particular.
"Derrotismo"
y guerra imperialista
58.
Cuando se trata de un conflicto entre países capitalistas, el proletariado de
cualquiera de ellos se niega categóricamente a sacrificar sus intereses
históricos, que en última instancia coinciden con los intereses de la nación y
de la humanidad, en beneficio del triunfo militar de la burguesía. La fórmula
de Lenin "La derrota es el mal
menor" no significa que lo sea la derrota del propio país respecto a
la del país enemigo, sino que la derrota militar resultante del avance del
movimiento revolucionario es infinitamente más beneficiosa para el
proletariado y todo el pueblo que el triunfo militar garantizado por "la
paz civil". Karl Liebknecht planteó un lema hasta ahora no superado para
la política proletaria en épocas de guerra: "El principal enemigo del
pueblo está en su propio país." La revolución proletaria triunfante
superará los males provocados por la derrota y creará la garantía final contra
futuras guerras y derrotas. Esta actitud dialéctica hacia la guerra constituye
el elemento más importante de la educación revolucionaria y por lo tanto
también de la lucha contra la guerra.
59.
La transformación de la guerra
imperialista en guerra civil es el objetivo estratégico general al que se
debe subordinar toda la política de un partido proletario. Las consecuencias
de la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871, así como las de la matanza
imperialista de 1914-1918 (la Comuna de París, las revoluciones de Febrero y
Octubre en Rusia, las revoluciones en Alemania y Austria-Hungría, las
insurrecciones en una cantidad de países beligerantes) atestiguan irrefutablemente
que la guerra moderna entre naciones capitalistas trae aparejada la guerra de
clases dentro de cada una de las naciones. La tarea del partido revolucionario
consiste en preparar el triunfo del proletariado en esta última guerra.
60.
La experiencia de los años 1914-1918 demuestra, al mismo tiempo, que la consigna de paz de ninguna manera se
contradice con la fórmula estratégica del "derrotismo"; por el
contrario, desarrolla una tremenda fuerza revolucionaria, especialmente en el
caso de una guerra prolongada. La consigna de paz adquiere un carácter
pacifista, es decir estupidizante, debilitante, sólo cuando juegan con ella los
políticos democráticos y otros por el estilo; cuando los sacerdotes ofrecen
plegarias por la rápida terminación de la matanza; cuando los "amantes de
la humanidad", entre ellos los social-patriotas, urgen plañideramente a
los gobiernos a hacer rápido la paz "sobre una base justa". Pero la
consigna de paz no tiene nada en común con el pacifismo cuando surge en los
cuarteles y trincheras de la clase obrera, cuando se entrelaza con la consigna
de fraternidad entre los soldados de los ejércitos enemigos y unifica a los
oprimidos contra los opresores. La lucha revolucionaria por la paz, que asumirá
formas cada vez más amplias y audaces, es el medio más seguro de
"transformar la guerra imperialista en guerra civil".
La
guerra, el fascismo y el armamento del proletariado
61.
La guerra exige "la paz civil". En las condiciones actuales, la
burguesía sólo puede lograrla por medio del fascismo.
De ese modo, el fascismo se convirtió en el principal factor político de la
guerra. La lucha contra la guerra supone la lucha contra el fascismo. Todos
los programas revolucionarios de lucha contra la guerra
("derrotismo", "transformación de la guerra imperialista en
guerra civil", etcétera) no serán más que palabras huecas si la vanguardia
proletaria se demuestra incapaz de rechazar victoriosamente al fascismo.
Exigir
al estado burgués el desarme de las
bandas fascistas, como lo hacen los stalinistas, significa seguir el camino
de la socialdemocracia alemana y del austro-marxismo. Precisamente Wels y Otto
Bauer "exigían" al estado que desarmara a los nazis y garantizara la
paz interna. Es cierto que el gobierno "democrático" puede, cuando le
conviene, desarmar a grupos fascistas aislados, pero sólo para desarmar con
mayor ferocidad aun a los trabajadores e impedirles que se armen por su
cuenta. Al día siguiente de haber "desarmado" a los fascistas, el
estado burgués les dará la posibilidad de rearmarse doblemente y apuntar con
fuerza renovada sobre el proletariado inerme. Volverse hacia el estado, es
decir hacia el capital, con la exigencia de que desarme a los fascistas implica
sembrar las peores ilusiones democráticas, adormecer la vigilancia del proletariado,
desmoralizar su voluntad.
62.
Partiendo del hecho de que las bandas fascistas están armadas, la política
revolucionaria correcta consiste en crear destacamentos
obreros armados con el propósito de la autodefensa y en instar
incansablemente a los trabajadores a que se armen. Este es el centro de
gravedad de toda la situación política actual. Los socialdemócratas, hasta los
más izquierdistas, es decir los que están dispuestos a repetir frases generales
sobre la revolución y la dictadura del proletariado, eluden cuidadosamente el
problema del armamento del proletariado o declaran abiertamente que es un
objetivo "quimérico", "aventurero", "romántico",
etcétera. Proponen que en lugar (!) de armar a los trabajadores se haga
propaganda entre los soldados, cosa que en realidad ellos no llevan a cabo y
que son incapaces de realizar. Los oportunistas necesitan hablar del trabajo
en el ejército para echar tierra sobre el problema del armamento de los
obreros.
63.
La lucha por ganar al ejército es
indiscutiblemente lo fundamental en la lucha por el poder. El trabajo persistente
y abnegado entre los soldados es un deber revolucionario de todo partido
realmente proletario. Este trabajo se puede realizar con éxito seguro con la
condición de que sea correcta la política general del partido, en especial la
que está dirigida hacia la juventud. El programa agrario del partido y todo el
sistema de consignas transicionales, que afectan los intereses básicos de las
masas pequeñoburguesas y les abren una perspectiva de salvación, es de tremenda
importancia para el trabajo en el ejército en los países de población campesina
numerosa.
64.
Sin embargo, sería pueril creer que solamente con la propaganda se puede volcar
a todo el ejército del lado del proletariado haciendo así innecesaria la revolución.
El ejército es heterogéneo, y sus elementos heterogéneos están atados por las
cadenas de hierro de la disciplina. Con la propaganda se pueden crear células
revolucionarias en el ejército y preparar una actitud de simpatía entre los
soldados más progresivos. La propaganda y la agitación no pueden lograr más que
esto. Suponer que el ejército, por iniciativa propia, puede defender del
fascismo a las organizaciones obreras e incluso garantizar que el poder pase a
manos del proletariado significa sustituir con almibaradas ilusiones las duras
lecciones de la historia. Los sectores más importantes del ejército se pasarán
al lado del proletariado en el momento de la revolución sólo si éste les
demuestra en la acción que esta dispuesto
a luchar por el poder hasta la última gota de su sangre. Ello supone
necesariamente el armamento del proletariado.
65.
La burguesía se plantea el objetivo de impedir que el proletariado gane terreno
dentro del ejército. El fascismo lo resuelve no sin éxito a través de los destacamentos
armados. La tarea inmediata, urgente,
actual del proletariado no es tomar el poder sino defender sus
organizaciones de las bandas fascistas, detrás de las cuales, aunque guardando
cierta distancia, se encuentra el estado capitalista. Quien afirme que los
obreros no tienen posibilidad de armarse está proclamando que no tienen
defensa frente al fascismo. Entonces no hay necesidad de hablar de socialismo,
de revolución proletaria, de lucha contra la guerra. Entonces hay que eliminar
el programa comunista y el marxismo.
66.
Quien deje de lado la tarea de armar a los obreros no será un revolucionario
sino un impotente pacifista que mañana capitulará ante el fascismo y la
guerra. En sí misma esta tarea es totalmente viable, como lo atestigua la
historia. Si los obreros llegan a entender realmente que es un problema de vida
o muerte, conseguirán las armas. Explicarles la situación política sin esconder
ni minimizar nada y sin recurrir a ninguna mentira consoladora constituye la
primera obligación de un partido revolucionario. Sin embargo, ¿cómo defenderse
contra el enemigo mortal si no se tiene dos cuchillos por cada cuchillo
fascista y dos revólveres por cada uno de ellos? No hay ni puede haber otra respuesta.
67.
¿Dónde conseguir las armas? En primer lugar, de los fascistas. El desarme de los fascistas es una
consigna vergonzosa cuando va dirigida a la policía burguesa. El desarme de los fascistas es una
consigna excelente cuando va dirigida a los obreros revolucionarios. Pero los
arsenales fascistas no son la única fuente de aprovisionamiento. El
proletariado cuenta con cientos y miles de canales para su autodefensa. No debemos
olvidar que son los obreros, y sólo ellos, quienes fabrican con sus propias
manos las armas de toda clase. Es indispensable que la vanguardia proletaria
comprenda con claridad que no podemos rehuir la tarea de la autodefensa. El
partido revolucionario tiene que asumir la iniciativa del armamento de los
destacamentos obreros de combate. Y para ello debe librarse primero de todo
escepticismo, de toda indecisión y razonamiento pacifista respecto a este
problema.
68.
La consigna de las milicias obreras, o
de los destacamentos de autodefensa, es revolucionaria cuando se trata de
milicias armadas; de otro modo se la reduce a un despliegue teatral, a una farsa
y, en consecuencia, a un autoengaño. Por supuesto, al principio el armamento
será primitivo. Los primeros destacamentos obreros no tendrán obuses ni tanques
ni aeroplanos. Pero el 6 de febrero en París, en el centro de un poderoso país
militarista, bandas armadas con revólveres y con palos incrustados con hojas de
afeitar estuvieron cerca de tomar el palacio de Borbón y provocaron la caída
del gobierno. El día de mañana, bandas como esas pueden saquear las oficinas de
los periódicos obreros o los locales sindicales. La fuerza del proletariado
reside en su número. Hasta el arma más primitiva puede realizar milagros en
manos de las masas. En condiciones favorables pueden allanar el camino a un
armamento más perfeccionado.
69.
La consigna del frente único degenera
en una frase centrista si en la situación actual no se la complementa con la
propaganda y la aplicación práctica de los métodos concretos de lucha contra el
fascismo. El frente único es necesario, antes que nada, para la creación de
comités de defensa locales. Estos son necesarios para la creación y
unificación de los destacamentos obreros. Estos destacamentos, desde el primer
momento, deben buscar y encontrar armas. Los destacamentos de autodefensa no
son más que una etapa del armamento del proletariado. En general la revolución
no conoce otros caminos.
La
política revolucionaria contra la guerra
70.
El primer requisito para el éxito es la
educación de los cuadros partidistas en la correcta comprensión de las
condiciones de la guerra imperialista y de los procesos políticos que la
acompañan. ¡Ay del partido que en este candente problema se queda en las frases
generales y en las consignas abstractas! Los sangrientos acontecimientos
caerán sobre su cabeza y lo aplastarán.
Hay
que formar círculos especiales de estudio de las experiencias de la guerra de
1914-1918 (preparación ideológica de la guerra por los imperialistas, engaño de
la opinión pública por los cuarteles militares a través de la prensa
patriótica, rol de la antítesis defensa-ataque, agrupamientos en el campo
proletario, aislamiento de los elementos marxistas, etcétera).
71.
Para un partido revolucionario es especialmente crítico el momento en que se declara la guerra. La prensa burguesa y
social-patriota, en alianza con la radio y el cine, derramarán sobre las masas
trabajadoras torrentes de veneno chovinista. Ni el partido más revolucionario
y templado puede resistirlo totalmente. La historia del Partido Bolchevique,
totalmente falsificada en la actualidad, no sirve para preparar a los trabajadores
avanzados para esta prueba sino para adormecerlos en la impotencia pasiva con
formas ideales inventadas.
Pese
a que por mucho que se esforzara la imaginación no se podía considerar a la
Rusia zarista una democracia o un país culto, ni tampoco suponer que estaba a
la defensiva, la fracción bolchevique de la Duma, junto con la fracción
menchevique, sacó al principio una declaración social-patriota diluida con un
rosado internacionalismo pacifista. La fracción bolchevique asumió pronto una
posición más revolucionaria, pero cuando se juzgó a la fracción todos los
diputados acusados y su guía teórico Kamenev, con la excepción de Muranov, se
diferenciaron categóricamente de la teoría derrotista de Lenin. El trabajo
ilegal del partido murió casi al comenzar. Sólo gradualmente comenzaron a
aparecer los volantes revolucionarios que reivindicaban ante los obreros las
banderas del internacionalismo, pero sin plantear, sin embargo, consignas
derrotistas.
Los
primeros dos años de guerra minaron en gran medida el patriotismo de las masas
y empujaron al partido hacia la izquierda. Pero la Revolución de Febrero, que
transformó a Rusia en una "democracia", dio lugar al surgimiento de
una nueva y poderosa ola de patriotismo "revolucionario". Todavía entonces
la inmensa mayoría de los dirigentes del Partido Bolchevique no le hicieron
frente. En marzo de 1917 Stalin y Kamenev imprimieron al periódico central del
partido una orientación social-patriótica. Sobre esta base se produjo un
acercamiento, y en la mayor parte de las ciudades una fusión directa, de las
organizaciones bolchevique y menchevique. Protestaron los revolucionarios más
firmes, sobre todo en los distritos avanzados de Petrogrado; tuvo que llegar
Lenin a Rusia y entablar su lucha irreconciliable contra el social-patriotismo
para que se enderezara el frente internacionalista del partido. Eso ocurrió en
el mejor partido, el más revolucionario y templado.
72.
El estudio de la experiencia histórica del bolchevismo es de un gran valor
educativo para los obreros avanzados; les señala la fuerza terrible de la
opinión pública burguesa que tendrán que soportar y al mismo tiempo les enseña
a no desesperar, a no dejar las armas, a no perder el coraje pese al total
aislamiento en que se encontrarán a comienzos de la guerra.
Hay
que estudiar cuidadosamente los agrupamientos políticos del proletariado de
otros países, tanto de los que participaron en la guerra como de los que permanecieron
neutrales. Es muy importante la experiencia de Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht en Alemania, donde los acontecimientos siguieron un curso diferente
al de Rusia pero en última instancia llevaron a la misma conclusión, la de que hay que saber nadar contra la corriente.
73.
Debemos seguir muy de cerca el reclutamiento
de carne de cañón que se está preparando, el cerco diplomático cuyo
objetivo es descargar la responsabilidad sobre el bando opuesto, las
traicioneras formulaciones de los social-patriotas declarados que se disponen
a pasar del pacifismo al militarismo, las vacías consignas de los dirigentes
"comunistas" -que el primer día de la guerra estarán tan sorprendidos
como los "dirigentes" alemanes la noche del incendio del Reichstag-.
74.
Hay que analizar los artículos y discursos del gobierno y de la oposición que
publican los diarios, comparándolos con los de la guerra anterior, prever las
formas que adoptará el engaño al pueblo, cotejar luego esas previsiones con los
acontecimientos, enseñarle a la vanguardia proletaria a orientarse independientemente en los acontecimientos para que no
se la tome desprevenida.
75.
La agitación redoblada contra el imperialismo y el militarismo no debe partir
de fórmulas abstractas sino de los hechos concretos que impactan a las masas.
Tenemos que denunciar implacablemente no sólo el presupuesto militar sino todas las formas disimuladas de militarismo,
sin dejar de señalar las maniobras, suministros y órdenes militares.
Por
medio de trabajadores bien preparados hay que plantear en todas las
organizaciones obreras sin excepción y en la prensa proletaria el problema del
peligro de guerra y la necesidad de luchar contra ésta, exigiendo a los
dirigentes respuestas claras y definidas ala pregunta de qué hacer.
76.
Para ganarse la confianza de la juventud,
no sólo hay que declarar la lucha para terminar con la socialdemocracia
moralmente corruptora y el burocratismo de la Tercera Internacional sino
también para crear una organización que se apoye en el pensamiento crítico y la
iniciativa revolucionaria de la joven generación.
Tenemos
que poner a la juventud trabajadora contra toda forma de militarización
impulsada por el estado burgués. Simultáneamente, hay que movilizarla y militarizarla
en interés de la revolución (comités de defensa contra el fascismo,
destacamentos rojos de combate, milicias obreras, lucha por el armamento del
proletariado).
77.
Para ganar posiciones revolucionarias en los sindicatos y en otras organizaciones obreras de masas es necesario
romper implacablemente con el ultimatismo burocrático, aceptar a los obreros
donde están y cómo son y hacerlos avanzar de los objetivos parciales a los
generales, de la defensa al ataque, de los prejuicios patrióticos al
derrocamiento del estado burgués.
Dado
que en la mayoría de los países las direcciones de la burocracia sindical
representan esencialmente un sector no oficial de la policía capitalista, un
revolucionario tiene qué saber combatirla irreconciliablemente, combinando la
actividad legal con la ilegal, el coraje combatiente con la prudencia
conspirativa.
Sólo
con estos métodos combinados podremos nuclear a la clase obrera, y en primer
lugar a la juventud, alrededor de las banderas revolucionarias, abrirnos
camino hacia los cuarteles capitalistas y levantar a todos los oprimidos.
78.
La lucha contra la guerra solamente adquirirá un carácter realmente amplio, de
masas, si participan en ella las trabajadoras
y campesinas. La degeneración burguesa de la socialdemocracia y el
deterioro burocrático de la Tercera Internacional golpearon más cruelmente a
los sectores más oprimidos y privados de derechos, en primer lugar a las
mujeres. Despertarlas, ganarse su confianza, mostrarles el camino verdadero,
significa movilizar contra el imperialismo la pasión revolucionaria del sector
más aplastado de la humanidad.
El
trabajo antimilitarista entre las mujeres tendrá que tomar en cuenta el
reemplazo de los hombres movilizados por las obreras revolucionarias, que
inevitablemente, en el caso de que se declare la guerra, tendrán que hacerse
cargo de gran parte de la tarea revolucionaria y sindical.
79.
Si las fuerzas del proletariado no alcanzan para evitar la guerra por medio de
la revolución -que es la única manera de evitarla-, los obreros, junto con todo
el pueblo, se verán forzados a participar en
el ejército y la guerra. Las consignas individualistas y anarquistas de
rechazo al servicio militar, resistencia pasiva, deserción, sabotaje, están en
contradicción básica con los métodos de la revolución proletaria. Pero así como
en la fábrica el obrero avanzado se siente un esclavo del capital que se
prepara para su liberación, en el ejército capitalista se siente un esclavo
del imperialismo. Obligado a entregar sus músculos y también su vida, no somete
su conciencia revolucionaria. Sigue siendo un luchador aprende a usar las armas,
explica hasta en las trincheras el significado de clase de la guerra, nuclea a
los disconformes, los organiza en células, transmite las ideas y consignas del
partido, observa cuidadosamente los cambios en el estado de ánimo de las masas,
el reflujo de la marea patriótica, el incremento de la indignación, y en el
momento crítico llama a los soldados a colaborar con los obreros.
La
Cuarta Internacional y la guerra
80.
La lucha contra la guerra exige un instrumento revolucionario de combate, es
decir un partido. En la actualidad no
existe a escala nacional ni internacional. Hay que construir el partido
revolucionario teniendo en cuenta toda la experiencia del pasado, incluidas las
de la Segunda y de la Tercera Internacional. Renunciar a la lucha abierta y
directa por la nueva internacional significa apoyar consciente o
inconscientemente a las dos internacionales existentes, de las cuales una
apoyará activamente la guerra y la otra sólo será capaz de desorganizar y
debilitar a la vanguardia proletaria.
81.
Es cierto que no pocos revolucionarios honestos siguen adhiriendo a los
llamados partidos comunistas. En muchos casos, la persistencia con que se
aferran a la Tercera Internacional se explica por una abnegación revolucionaria
mal orientada. No se los atraerá a la nueva internacional haciéndoles
concesiones ni adaptándose a los prejuicios que se les han inculcado sino, por
el contrario, desenmascarando sistemáticamente el fatal rol internacional del stalinismo (centrismo burocrático). De
allí que haya que plantear los problemas de la guerra con especial claridad e
intransigencia.
82.
Al mismo tiempo, hay que seguir atentamente la lucha interna en el campo
reformista y atraer oportunamente a la lucha contra la guerra a los grupos socialistas de izquierda que tienden hacia la
revolución. El mejor criterio para juzgar las tendencias de una organización
determinada es su actitud en la práctica, en la acción, hacia la defensa
nacional y hacia las colonias, especialmente en los casos en que la burguesía
de ese país posea esclavos coloniales. Sólo la ruptura total y absoluta con la
opinión pública oficial sobre la cuestión candente de "la defensa de la
patria" significa un giro, o por lo menos el comienzo de un giro, de las
posiciones burguesas a las proletarias. El acercamiento a las organizaciones
de izquierda de este tipo tiene que ir acompañado por la crítica fraternal a
toda indefinición política y por la elaboración conjunta de los problemas
teóricos y prácticos de la guerra.
83.
No son pocos los políticos que en el movimiento obrero reconocen, por lo menos
de palabra, el fracaso de la Segunda y de la Tercera Internacional, pero al
mismo tiempo consideran que "éste no es el momento" para comenzar a
construir una nueva internacional. Esa posición no es propia de un marxista
revolucionario sino de un stalinista o de un reformista desilusionado. La lucha
revolucionaria no se interrumpe. Puede ser que hoy las condiciones no le sean
favorables, pero un revolucionario que no es capaz de nadar contra la corriente
no es un revolucionario. Considerar "inoportuna" la construcción de
la nueva internacional es lo mismo que declarar inoportuna la lucha de clases
y, en particular, la lucha contra la guerra. En la época actual la política
proletaria no puede menos que plantearse las tareas internacionales. Y éstas
no pueden menos que exigir la unión de los cuadros internacionales. No se puede
postergar ni un día esta tarea sin capitular ante el imperialismo.
84.
Por supuesto, nadie puede predecir cuándo estallará la guerra y en qué etapa se
encontrará en ese momento la construcción de nuevos partidos y de la Cuarta
Internacional. Tenemos que hacer todo lo posible para que la preparación de la
revolución proletaria sea más rápida que la preparación de la nueva guerra. Sin
embargo, es muy posible que también esta vez el imperialismo le gane de mano a
la revolución. Pero incluso esta perspectiva, preñada de grandes sacrificios y
calamidades, no nos releva de la obligación de construir inmediatamente la nueva internacional. La transformación
de la guerra imperialista en revolución proletaria será tanto más rápida cuanto
más avanzado esté nuestro trabajo previo, cuanto más firmes sean los cuadros
revolucionarios desde el comienzo mismo de la guerra, cuanto más sistemáticamente
realicen su tarea en todos los países beligerantes y cuanto más firmemente
apoyen esta tarea en principios estratégicos, tácticos y organizativos
correctos.
85.
Con su primer golpe la guerra imperialista aplastará el decrépito esqueleto de
la Segunda Internacional y hará pedazos sus secciones nacionales. Dejará
totalmente al desnudo la vacuidad e impotencia de la Tercera Internacional.
Pero tampoco perdonará a esos indecisos grupos centristas que eluden el problema
de la internacional, buscan caminos puramente nacionales, no llevan ningún
problema hasta su conclusión, no tienen perspectivas y se alimentan coyunturalmente
de la agitación y la confusión de la clase obrera.
Incluso
si al comienzo de una nueva guerra los verdaderos revolucionarios pasan a ser
otra vez una pequeña minoría, no nos cabe ninguna duda de que esta vez el
vuelco de las masas hacia la revolución será mucho más rápido, más decidido e
incansable que en la primera guerra imperialista. En todo el mundo capitalista
puede y debe triunfar una nueva ola insurreccional.
Es
indiscutible que en nuestra época sólo la organización que se apoye en
principios internacionales y forme parte del partido mundial del proletariado
podrá echar raíces en terreno nacional. ¡Ahora
la lucha contra la guerra significa la lucha por la Cuarta Internacional!
[1][1] La guerra y la Cuarta
Internacional. Un folleto de Pioneer Publishers de julio de 1934. Firmado
"Secretariado Internacional, Liga Comunista Internacional". Traducido
por Sara Weber. En una introducción del Secretariado Internacional, que había
aprobado las tesis, se dice que en enero de 1934 se había publicado un primer
proyecto en francés destinado a la discusión
[2][2] En 1933 y 1934 los imperialistas franceses frecuentemente
informaron de la utilización de aeroplanos, tanques, caballería e infantería
para someter a los rebeldes del norte de Africa, particularmente a los
bereberes en Marruecos. En marzo de 1934 anunciaron la victoria sobre los
rebeldes y dijeron que alrededor de ciento cincuenta mil moros habían entregado
las armas.
[3][3] Jean Ziromski (n.
1890): fundador de la tendencia Batalla Socialista en el Partido Socialista
francés, era un funcionario del partido con tendencias pro stalinistas.
Partidario a mediados de la década del 30 de la "unidad orgánica"
(fusión del PC y el PS), se unió al PC después de la Segunda Guerra Mundial. Marceau Pivert (1895-1958): pertenecía
al grupo Batalla Socialista del Partido Socialista francés; en 1935, cuando
Batalla Socialista se disolvió, formó la tendencia Gauche Revolutionnaire (Izquierda Revolucionaria). Colaboró es 1936
con León Blum cuando éste fue nombrado primer ministro por el Frente Popular.
En 1937 se le ordenó disolver s grupo; se fue entonces del Partido Socialista y
en 1938 fundó el Partido Socialista Obrero y Campesino (PSOP). Después de la
Segunda Guerra Mundial volvió al Partido Socialista.
[4][4] Gregori Potemkin (1724-1791):
autorizado por la emperatriz rusa Catalina la Grande para fundar la
"Nueva Rusia". Modernizó los viejos puertos y construyó nuevas
aldeas, pero sus críticos decían que esas aldeas no eran mas que frentes de
cartón pintado para engañar a la emperatriz cuando visitaba la región.