León
Trotsky Manifiesto
sobre la guerra
Cuarta
Internacional
Mayo de 1940
La
Conferencia de Emergencia de la Cuarta Internacional, el partido mundial de la
revolución socialista, se reúne en el momento inicial de la segunda guerra imperialista.
Atrás quedó ya la etapa de intentos de aperturas, de preparativos, de relativa
inactividad militar. Alemania desató las furias del infierno en una ofensiva
general a la que los aliados responden igualmente con todas las fuerzas
destructivas de que disponen. De ahora en adelante y por mucho tiempo el curso
de la guerra imperialista y sus consecuencias económicas y políticas
determinarán la situación de Europa y la de toda la humanidad.
La
Cuarta Internacional considera que éste es el momento de decir abierta y
claramente cómo ve esta guerra y a sus protagonistas, cómo caracteriza la
política respecto a la guerra de las distintas organizaciones laborales y, lo
más importante, cuál es el camino para lograr la paz, la libertad y la
abundancia.
La
Cuarta Internacional no se dirige a los gobiernos que arrastraron a los pueblos
a la matanza, ni a los políticos burgueses responsables de estos gobiernos, ni
a la burocracia sindical que apoya a la burguesía belicista. La Cuarta
Internacional se dirige a los trabajadores y las trabajadoras, a los soldados y
los marineros, a los campesinos arruinados y a los pueblos coloniales
esclavizados. La Cuarta Internacional no tiene ninguna ligazón con los
opresores, los explotadores, los imperialistas. Es el partido mundial de los
trabajadores, los oprimidos y los explotados. Este manifiesto está dirigido a
ellos.
Las causas generales de la guerra
actual
La
tecnología es hoy infinitamente más poderosa que a fines de la guerra de 1914 a
1918, mientras que la humanidad es mucho más pobre. Descendió el nivel de vida
en un país tras otro. En los umbrales de la guerra actual la situación de la
agricultura era peor que cuando estalló la guerra anterior. Los países
agrícolas están arruinados. En los países industriales las clases medias caen
en la ruina económica y se formó una subclase permanente de desempleados, los
modernos parias. El mercado interno ha estrechado sus límites. Se redujo la
exportación de capitales. El imperialismo realmente destrozó el mercado mundial,
dividiéndolo en sectores dominados individualmente por países poderosos. Pese
al considerable incremento de la población del planeta, el intercambio comercial
de ciento nueve países del mundo decayó casi en una cuarta parte durante la
década anterior a la guerra actual. En algunos países el comercio exterior se
redujo a la mitad, a la tercera o a la cuarta parte.
Los
países coloniales sufren sus propias crisis internas y las de los centros
metropolitanos. Naciones atrasadas que ayer todavía eran semilibres hoy están
esclavizadas (Abisinia, Albania, China…)[1][2] Todos los países imperialistas
necesitan poseer fuentes de materias primas sobre todo pasa la guerra, es
decir, para una nueva lucha por las materias primas. A fin de enriquecerse
posteriormente, los capitalistas están destruyendo y asolando el producto del
trabajo de siglos enteros.
El
mundo capitalista decadente está superpoblado. La admisión de cien refugiados
extras constituye un problema grave para una potencia mundial como Estados Unidos.
En la era de la aviación, el teléfono, el telégrafo, la radio y la televisión,
los pasaportes y las visas paralizar el traslado de uno a otro país. La época
de la decadencia del comercio exterior e interior es al mismo tiempo la de la
intensificación monstruosa del chovinismo, especialmente del antisemitismo. El
capitalismo, cuando surgió, sacó al pueblo judío del guetto y lo utilizó como
instrumento de su expansión comercial. Hoy la sociedad capitalista en
decadencia trata de expulsar por todos sus poros al pueblo judío; ¡entre dos
mil millones de personas que habitan el globo, diecisiete millones, es decir
menos del uno por ciento, ya no pueden encontrar un lugar donde vivir! Entre
las vastas extensiones de tierras y las maravillas de la tecnología, que además
de la tierra conquistó los cielos para el hombre, la burguesía logró convertir
nuestro planeta en una sucia prisión.
Lenin y el imperialismo
El
1° de noviembre de 1914, a comienzos de la última guerra imperialista, Lenin
escribió: "El imperialismo arriesga el destino de la cultura europea.
Después de esta guerra, si no triunfan unas cuantas revoluciones, vendrán otras
guerras; el cuento de hadas de ’una guerra que acabará con todas las guerras’
no es más que eso, un vacío y pernicioso cuento de hadas…" ¡Obreros, recordad
esta predicción! La guerra actual, la segunda guerra imperialista, no es un
accidente; no es la consecuencia de la voluntad de tal o cual dictador. Hace
mucho se la previó. Es el resultado inexorable de las contradicciones de los
intereses capitalistas internacionales. Al contrario de lo que afirman las
fábulas oficiales para engañar al pueblo, la causa principal de la guerra, como
de todos los otros males sociales (el desempleo, el alto costo de la vida, el
fascismo, la opresión colonial) es la propiedad privada de los medios de
producción y el estado burgués que se apoya en este fundamento.
El
nivel actual de la tecnología y de la capacidad de los obreros permite crear
condiciones adecuadas para el desarrollo material y espiritual de toda la
humanidad. Sólo sería necesario organizar correcta, científica y racionalmente
la economía de cada país y de todo el planeta, siguiendo un plan general. Sin
embargo, mientras las principales fuerzas productivas de la sociedad estén en
manos de los trusts, es decir, de camarillas capitalistas aisladas; mientras el
estado nacional siga siendo una herramienta manejada por estas camarillas, la
lucha por los mercados, las fuentes de materias primas, la dominación del mundo
asumirá inevitablemente un carácter cada vez más destructivo. Solamente la
clase obrera revolucionaria puede arrancar de las manos de estas rapaces
camarillas imperialistas el poder del estado y el dominio de la economía. Ese
es el sentido de la advertencia de Lenin de que "si no triunfan unas
cuantas revoluciones" inevitablemente estallará una nueva guerra
imperialista. Los distintos pronósticos y promesas que se hicieron entonces
fueron sometidos a la prueba de los hechos. Se comprobó que era una mentira el
cuento de hadas de "la guerra para acabar con todas las guerras". La
predicción de Lenin se convirtió en una trágica verdad.
Las causas inmediatas de la
guerra
La
causa inmediata de la guerra actual es la rivalidad entre los viejos imperios
coloniales ricos, Gran Bretaña y Francia, y los ladrones imperialistas que
llegaron retrasados, Alemania e Italia.
El
siglo XIX fue la era de la hegemonía indiscutida de la potencia imperialista
más antigua, Gran Bretaña. Entre 1815 y 1914 reinó, aunque no sin explosiones
militares aisladas, la "paz británica". La flota británica, la más
poderosa del mundo, jugó el rol de policía de los mares. Esta era, sin embargo,
es cosa del pasado. Ya a fines del siglo pasado, Alemania, armada con una
moderna tecnología, comenzó a avanzar hacia el primer lugar en Europa.
Allende el océano surgió un país aun más poderoso, una antigua colonia
británica. La contradicción económica más importante que llevó a la guerra de
1914-1918 fue la rivalidad entre Gran Bretaña y Alemania. En cuanto a Estados
Unidos, su participación en la guerra fue preventiva; no se podía permitir que
Alemania sometiera el continente europeo. La derrota arrojó a Alemania a la
impotencia total. Desmembrada, rodeada de enemigos, en bancarrota por las
indemnizaciones, debilitada por las convulsiones de la guerra civil, parecía
haber quedado fuera de circulación por mucho tiempo, sino para siempre. En el
continente europeo el primer violín volvió temporalmente a las manos de
Francia. El balance de la victoriosa Inglaterra después de la guerra resultó,
en última instancia, deficitario: independencia creciente de los dominios,
movimientos coloniales en favor de la liberación, pérdida de la hegemonía
naval, disminución de la importancia de su armada por el gran desarrollo de la
aviación.
Por
inercia, Inglaterra todavía intentó jugar un rol dirigente en la escena mundial
durante los primeros años que siguieron a la victoria. Sus conflictos con
Estados Unidos comenzaron a volverse obviamente amenazantes. Parecía que la
próxima guerra estallaría entre los dos aspirantes anglosajones a la dominación
del mundo. Sin embargo, Inglaterra pronto tuvo que convencerse de que su fuerza
económica era insuficiente para combatir con el coloso de allende el océano. Su
acuerdo con Estados Unidos sobre la igualdad naval significó su renuncia formal
a la hegemonía naval, que en la actualidad ya ha perdido. Su vuelco del libre
comercio a las tarifas aduaneras fue la admisión franca de la derrota de la
industria británica en el mercado mundial. Su renuncia a la política de
"espléndido aislamiento" trajo como consecuencia la introducción del
servicio militar obligatorio. Así se hicieron humo todas las sagradas
tradiciones.
Francia
también se caracteriza, aunque en menor escala, por una inadecuación similar entre
su poderío económico y su posición en el mundo. Su hegemonía en Europa se
apoyaba en una coyuntura circunstancial creada por la aniquilación de Alemania
y las estipulaciones artificiales del Tratado de Versalles. Su cantidad de habitantes
y sus bases económicas eran demasiado reducidas para asentar sobre ellas su
economía. Cuando se disipó el encantamiento de la victoria salió a la luz la
relación de fuerzas real. Francia demostró ser mucho más débil que lo que
creían tanto sus amigos como sus enemigos. Al buscar protección se convirtió,
en esencia, en el último de los dominios conquistados por Gran Bretaña.
La
regeneración de Alemania en base a su tecnología de primer orden y su capacidad
organizativa era inevitable. Ocurrió antes de lo que se pensaba, en gran
medida gracias al apoyo de Inglaterra a Alemania en contra de la URSS, de las
pretensiones excesivas de Francia y, mas indirectamente, de Estados Unidos.
Inglaterra, más de una vez, tuvo éxito en esas maniobras internacionales en el
pasado, mientras era la potencia más fuerte. En su senilidad se demostró
incapaz de dominar los espíritus que ella misma evocó.
Armada
con una tecnología más moderna, más flexible y de mayor capacidad productiva,
Alemania comenzó otra vez a competir con Inglaterra en mercados muy
importantes, especialmente del sudeste de Europa y América Latina. En el siglo
XIX la competencia entre los países capitalistas se desarrollaba en un mercado
mundial en expansión. Hoy, en cambio, el espacio económico de la lucha se
estrecha de tal manera que los imperialistas no tienen otra alternativa que la
de arrancarse unos a otros los pedazos del mercado mundial.
La
iniciativa de efectuar una nueva división del mundo proviene ahora, como en
1914, naturalmente, de Alemania El gobierno inglés, que fue tomado
desprevenido, intentó primero comprar la posibilidad de quedar al margen de la
guerra con concesiones a expensas de los demás (Austria, Checoslovaquia). Pero
esta política podría durar poco. La "amistad" con Gran Bretaña fue
para Hitler solamente una breve fase táctica. Londres ya le había concedido más
de lo que él había calculado conseguir. El acuerdo de Munich, con el cual
Chamberlain esperaba sellar una larga amistad con Alemania sirvió por el contrario
para apresurar la ruptura. Hitler ya no podía conseguir nada más de Londres;
la expansión ulterior de Alemania golpearía vitalmente a Gran Bretaña. Así fue
como "la nueva era de paz" proclamada por Chamberlain en octubre de
1938 condujo en pocos meses a la más terrible de todas las guerras.
Los Estados Unidos
Mientras
Gran Bretaña hacía todos los esfuerzos posibles, desde los primeros meses de
la guerra, para apropiarse de las posiciones que la bloqueada Alemania dejó
libres en el mercado mundial, Estados Unidos, casi automáticamente, desalojaba
a Gran Bretaña. Los dos tercios de todo el oro del mundo se concentran en las
arcas norteamericanas. El tercio restante sigue el mismo camino. El rol de
banquero del mundo que jugó Inglaterra ya es cosa del pasado. Y en otros terrenos
las cosas no andan mucho mejor. Mientras la armada y la marina mercante de Gran
Bretaña están sufriendo grandes pérdidas, los astilleros norteamericanos
construyen a un ritmo colosal los barcos que garantizarán el predominio de la
flota norteamericana sobre la británica y la japonesa. Estados Unidos se
prepara, evidentemente, para alcanzar el nivel
de las dos potencias (una armada más poderosa que las flotas combinadas de
las dos potencias que le siguen). El nuevo programa para la flota aérea se
propone garantizar la superioridad de Estados Unidos sobre el resto del mundo.
Sin
embargo, la fuerza industrial, financiera y militar de Estados Unidos, la
potencia capitalista más avanzada del mundo, no asegura en absoluto el
florecimiento de la economía norteamericana. Por el contrario, vuelve
especialmente maligna y convulsiva la crisis que afecta su sistema social. ¡No
se puede hacer uso de los miles de millones en oro, ni de los millones de
desocupados! En las tesis de la Cuarta Internacional, La guerra y la Cuarta Internacional, publicadas hace seis años, se
pronosticaba:
"El
capitalismo de Estados Unidos se enfrenta con los mismos problemas que en 1914
empujaron a Alemania a la guerra. ¿Está dividido el mundo? Hay que redividirlo.
Para Alemania se trataba de ’organizar Europa’. Los Estados Unidos tienen que
’organizar’ el mundo. La historia está enfrentando a la humanidad con la
erupción volcánica del imperialismo norteamericano."
El
New Deal y la "política del buen
vecino" [2][3] fueron los últimos intentos de
postergar el estallido aliviando la crisis social con concesiones y acuerdos.
Después de la bancarrota de esta política, que se tragó decenas de miles de
millones, al imperialismo norteamericano no le quedaba otra cosa por hacer que
recurrir al método del puño de hierro. Con uno u otro pretexto y con cualquier
consigna Estados Unidos intervendrá en el tremendo choque para conservar su
dominio del mundo. El orden y el momento de la lucha entre el capitalismo
norteamericano y sus enemigos no se conoce todavía; tal vez ni siquiera
Washington lo sabe. La guerra con Japón tendría como objetivo conseguir más
"espacio vital" en el Océano Pacífico. La guerra en el Atlántico,
aunque en lo inmediato se dirija contra Alemania, sería para conseguir la
herencia de Gran Bretaña.
La
posible victoria de Alemania sobre los aliados pende sobre Washington como una
pesadilla. Con el continente europeo y los recursos de sus colonias como base,
con todas las fábricas de municiones y astilleros europeos a su disposición,
Alemania (especialmente si está aliada con Japón en Oriente) constituiría un
peligro mortal para el imperialismo norteamericano. Las titánicas batallas que
se libran actualmente en los campos de Europa son, en este sentido, episodios
preliminares de la lucha entre Alemania y Norteamérica. Francia e Inglaterra
son sólo posiciones fortificadas que posee el imperialismo norteamericano del
otro lado del Atlántico. Si las fronteras de Inglaterra llegan hasta el Rin,
como lo planteó uno de los premiers británicos, los imperialistas
norteamericanos podrían decir muy bien que las fronteras de Estados Unidos
llegan hasta el Támesis. En su febril actividad de preparación de la opinión
pública para la guerra inminente, Washington no deja de demostrar una noble
indignación por la suerte de Finlandia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica…
Con la ocupación de Dinamarca surgió inesperadamente la cuestión de
Groenlandia, que "geológicamente" formaría parte del Hemisferio
Occidental y, por feliz casualidad, contiene depósitos de creolita, indispensable
para la producción de aluminio. Tampoco desprecia Washington a la esclavizada
China, a las indefensas Filipinas, a las huérfanas Indias Holandesas y a las
rutas marinas libres. De este modo las simpatías filantrópicas por las naciones
oprimidas y hasta las consideraciones geológicas están arrastrando a Estados
Unidos a la guerra.
Las
fuerzas armadas norteamericanas, sin embargo, podrán intervenir con éxito
solamente si cuentan con Francia y las Islas Británicas como sólidas bases de
apoyo. Si Francia fuera ocupada y las tropas alemanas llegaran hasta el
Támesis, la relación de fuerzas se volcaría drásticamente en contra de Estados
Unidos. Todas estas consideraciones obligan a Washington a acelerar el ritmo,
pero al mismo tiempo a plantearse el problema de si no se ha dejado pasar el
momento oportuno.
Contra
la posición oficial de la Casa Blanca se levantan las ruidosas protestas del
aislacionismo norteamericano, que constituye sólo una variante distinta del
mismo imperialismo. El sector capitalista cuyos intereses están ligados
fundamentalmente al continente americano, Australia y el Lejano Oriente
considera que, en el caso de una derrota de los aliados, Estados Unidos
automáticamente obtendría para sí el monopolio de Latinoamérica y también de
Canadá, Australia y Nueva Zelandia. En cuanto a China, las Indias Holandesas y
el Oriente en general, toda la clase gobernante de los Estados Unidos está
convencida de que, de todos modos, la guerra con Japón es inevitable en un
futuro próximo. Con el pretexto del aislacionismo y el pacifismo, un sector
influyente de la burguesía prepara un programa para la expansión continental de
Norteamérica y para la lucha contra el Japón. De acuerdo con este plan, la guerra
con Alemania por la dominación del mundo únicamente queda diferida. En cuanto a
los pacifistas pequeñoburgueses del tipo de Norman Thomas y su fraternidad, son
sólo los corifeos de uno de los planes imperialistas.
Nuestra
lucha contra la intervención de Estados Unidos en la guerra no tiene nada en
común con el aislacionismo y el pacifismo. Les decimos abiertamente a los
obreros que el gobierno imperialista no puede dejar de arrastrar este país a la
guerra. Las disputas internas de la clase gobernante son solamente alrededor de
cuándo entrar a la guerra y contra quién abrir fuego primero. Pretender
mantener a Estados Unidos en la neutralidad por medio de artículos
periodísticos y resoluciones pacifistas es como tratar de hacer retroceder la
marea con una escoba. La verdadera lucha contra la guerra implica la lucha de
clase contra el imperialismo y la denuncia implacable del pacifismo
pequeñoburgués. Sólo la revolución podrá evitar que la burguesía
norteamericana intervenga en la segunda guerra imperialista o comience la
tercera. Cualquier otro método es nada más que charlatanería o estupidez, o una
combinación de ambos.
La defensa de la
"patria"
Hace
casi cien años, cuando el estado nacional todavía constituía un factor
relativamente progresivo, el Manifiesto
Comunista proclamó que los proletarios no tienen patria. Su único objetivo
es la creación de la patria de los trabajadores, que abarca el mundo entero.
Hacia fines del siglo XIX el estado burgués, con sus ejércitos y sus tarifas
aduaneras, se transformó en el mayor freno del desarrollo de las
fuerzas productivas, que exigen un campo de acción mucho más extenso. El
socialista que hoy sale en defensa de la "patria" juega el mismo rol
reaccionario que los campesinos de la Vendée, que salieron en defensa del
régimen feudal, es decir, de sus propias cadenas.[3][4]
En
los últimos años, e incluso en los meses más recientes, el mundo vio con
asombro con qué facilidad desaparecen del mapa de Europa los estados: Austria,
Checoslovaquia, Albania, Polonia, Dinamarca, Noruega. Holanda, Bélgica… Nunca
antes se transformó el mapa político con tanta rapidez, salvo en la época de
las guerras napoleónicas. En ese entonces se trataba de estados feudales que
habían sobrevivido y tenían que dejar paso al estado nacional burgués. Hoy se
trata de estados burgueses sobrevivientes que deben dejar paso a la federación
de pueblos socialistas. La cadena, como siempre, se rompe por su eslabón más
débil. La lucha de los bandidos imperialistas deja tan poco espacio a los pequeños
estados independientes como la lucha viciosa de los trusts y los cárteles a los
pequeños manufactureros y comerciantes independientes.
A
causa de su posición estratégica, a Alemania le resulta más provechoso atacar a
sus enemigos fundamentales a través de los países pequeños y neutrales. Gran
Bretaña y Francia, por el contrario, se benefician más cubriéndose con la
neutralidad de los estados pequeños y dejando que Alemania con sus ataques los
arrastre al campo de los aliados "democráticos". El nudo de la
cuestión no cambia por esta diferencia en los métodos estratégicos. Los
pequeños satélites se hacen polvo entre las trituradoras de los grandes países
imperialistas. La "defensa" de las patrias mayores hace necesaria la
liquidación de una docena de países pequeños y medianos.
Pero
lo que le interesa a la burguesía de los grandes estados no es en absoluto la
defensa de la patria sino la de los mercados, las concesiones extranjeras, las
fuentes de materias primas y las esferas de influencia. La burguesía nunca
defiende la patria por la patria misma. Defiende la propiedad privada, los
privilegios, las ganancias. Cuando estos sagrados valores se ven amenazados la
burguesía inmediatamente se vuelca al derrotismo. Fue lo que ocurrió con la
burguesía rusa, cuyos hijos, después de la Revolución de Octubre, lucharon y
están dispuestos a luchar una vez más en todos los ejércitos del mundo contra
su propia antigua patria. Para salvar su capital, la burguesía española pidió
ayuda a Mussolini y Hitler contra su propio pueblo. La burguesía noruega
colaboró en la invasión de Hitler a su país. Así fue y así será siempre.
El
patriotismo oficial es una máscara que encubre los intereses de los
explotadores. Los obreros con conciencia de clase arrojan despreciativamente
esta mascara. No defienden la patria burguesa sino los intereses de los trabajadores
y los oprimidos de su país y del mundo entero. Las tesis de la Cuarta
Internacional afirman:
"Contra
la consigna reaccionaria de la ’defensa nacional’ es necesario plantear la
consigna de la destrucción revolucionaria del estado nacional. Es necesario
oponer a la locura de la Europa capitalista el programa de los Estados Unidos
Socialistas de Europa como etapa previa en el camino a los Estados Unidos
Socialistas del Mundo."
La "lucha por la
democracia"
No
es menor el engaño de la consigna de la guerra por la democracia contra el
fascismo. ¡Como si los obreros hubieran olvidado que el gobierno británico
ayudó a subir al poder a Hitler y su horda de verdugos! Las democracias
imperialistas son en realidad las mayores aristocracias de la historia.
Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica se apoyan en la esclavización de los
pueblos coloniales. La democracia de los Estados Unidos se apoya en la
apropiación de las vastas riquezas de todo un continente. Estas
"democracias" orientan todos sus esfuerzos a preservar su posición
privilegiada. Descargan buena parte del peso de la guerra sobre sus colonias.
Se obliga a los esclavos a entregar su sangre y su oro para garantizar a sus
amos la posibilidad de seguir siéndolo. Las pequeñas democracias capitalistas
sin colonias son satélites de los grandes imperios y se llevan una tajada de
sus ganancias coloniales. Las clases gobernantes de estos estados están
dispuestas a renunciar a la democracia en cualquier momento para conservar sus
privilegios.
En
el caso de la minúscula Noruega, se reveló una vez más ante el mundo la
mecánica interna de la democracia decadente. La burguesía noruega apeló
simultáneamente al gobierno socialdemócrata y a la policía, los jueces y los
oficiales fascistas. Al primer impacto serio fueron barridos los dirigentes
democráticos y la burocracia fascista, que inmediatamente encontró un lenguaje
común con Hitler, se adueñó de la situación. Con distintas variantes según el
país ya se había llevado a cabo el mismo experimento en Italia, Alemania,
Austria, Polonia, Checoslovaquia y una cantidad de países. En los momentos de
peligro la burguesía siempre pudo librar de trabas democráticas a su verdadero
aparato de gobierno, instrumento directo del capital financiero. ¡Sólo un
ciego contumaz puede creerse que los generales y almirantes británicos y
franceses están librando una guerra contra el fascismo!
La
guerra no detuvo el proceso de transformación de las democracias en dictaduras
reaccionarias; por el contrario, lo está llevando a su conclusión ante nuestros
propios ojos.
Dentro
de cada país y en el plano mundial, la guerra fortaleció inmediatamente a los
grupos e instituciones más reaccionarios. Pasan al frente los estados mayores
generales, esos nidos de conspiración bonapartista, las fieras malignas de la
policía, los patriotas a sueldo, las iglesias de todos los credos. Todos,
especialmente el protestante presidente Roosevelt, halagan a la corte del
Papa, el centro del oscurantismo y el odio entre los hombres. La decadencia
material y espiritual siempre trae aparejadas la opresión policial y una
demanda cada vez mayor de opio religioso.
Para
lograr las ventajas que les proporciona el régimen totalitario, las democracias
imperialistas encaran su propia defensa con una ofensiva redoblada contra la
clase obrera y la persecución de las organizaciones revolucionarias. Utilizan
el peligro de la guerra y ahora la guerra misma, primero y antes que nada, para
aplastar a sus enemigos internos. La burguesía sigue invariable y firmemente la
regla de que "el enemigo fundamental está dentro del propio país".
Como
sucede siempre, los más débiles son los que más sufren. En esta matanza de los
pueblos los más débiles son los innumerables refugiados de todos los países,
entre ellos los exiliados revolucionarios. El patriotismo burgués se manifiesta
antes que nada en la manera brutal con que se trata a los extranjeros
indefensos. Antes de que se construyeran campos de concentración para los
prisioneros de guerra ya todas las democracias habían construido campos de
concentración para los revolucionarios exiliados. Los gobiernos de todo el
mundo, y especialmente el de la URSS, escribieron la página más negra de
nuestra época por el tratamiento que infligen a los refugiados, los exiliados,
los sin hogar. Enviamos nuestros más cálidos saludos a los hermanos presos y
perseguidos y les decimos que no se desanimen. ¡De las prisiones y los campos
de concentración capitalistas saldrá la mayor parte de los líderes del mundo
del mañana!
Las consignas de guerra de los
nazis
Las
consignas generales de Hitler no son dignas de consideración. Ya hace mucho que
se demostró que la lucha por la "unificación nacional" es una
mentira, ya que Hitler convierte el estado nacional en un estado de muchas
naciones, pisoteando la libertad y la unidad de los demás pueblos. La lucha por
el espacio vital no es más que un camuflaje de la expansión imperialista, es
decir de la política de anexiones y pillaje. La justificación racial de esta
expansión es una mentira; el nacionalsocialismo cambia sus simpatías y
antipatías raciales según sus consideraciones estratégicas. Un elemento algo
más estable de la propaganda fascista es, tal vez, el antisemitismo, al que Hitler
confirió formas zoológicas, poniendo al desnudo el verdadero lenguaje de la
"raza" y la "sangre": el ladrido del perro y el gruñido del
cerdo. ¡Por algo Engels llamaba al antisemitismo el "socialismo de los
idiotas"! El único rasgo verdadero del fascismo es su voluntad de poder,
sometimiento y saqueo. El fascismo es la destilación químicamente pura de la
cultura imperialista.
Los
gobiernos democráticos, que en su momento saludaron en Hitler a un cruzado
contra el bolchevismo, ahora hacen de él una especie de Satán inesperadamente
escapado de las profundidades del infierno, que viola la santidad de las
fronteras, los tratados, los reglamentos y las leyes. Si no fuera por Hitler el
mundo capitalista florecería como un jardín. ¡Qué mentira miserable!. Este
epiléptico alemán con una máquina de calcular en el cerebro y un poder
ilimitado en las manos no cayó del cielo ni ascendió de los infiernos; no es
más que la personificación de todas las fuerzas destructivas del imperialismo.
Gengis Kan y Tamerlane se les aparecían a los pueblos pastores más débiles como
los destructores azotes de Dios, mientras que en realidad no expresaban otra
cosa que la necesidad de más tierras de pastoreo, que tenían todas las tribus,
para lo cual saqueaban las áreas cultivadas. Del mismo modo Hitler, al conmover
hasta sus fundamentos a las viejas potencias coloniales, no hace más que
ofrecer la expresión más acabada de la voluntad imperialista de poder. Con
Hitler, el capitalismo mundial, arrojado a la desesperación por su propia impasse,
comenzó a hundir en sus entrañas una afilada daga.
Los
carniceros de la segunda guerra imperialista no lograrán transformar a Hitler
en el chivo emisario de sus propios pecados.
Todos
los gobernantes actuales comparecerán ante el tribunal del proletariado. Hitler
no hará más que ocupar el primer puesto entre todos los reos criminales.
La preponderancia de Alemania
Sea
cual fuere el resultado de la guerra, la preponderancia de Alemania ya quedó
claramente demostrada. Indudablemente Hitler no posee ninguna "nueva arma
secreta". Pero la perfección de todas las armas existentes y la
combinación bien coordinada de estas armas (sobre la base de una industria
altamente racionalizada) confieren al militarismo alemán un peso enorme. La
dinámica militar está estrechamente ligada con los rasgos peculiares de todo
régimen totalitario; voluntad unificada, iniciativa concentrada, preparativos
secretos, ejecución súbita. La paz de Versalles, sin embargo, les rindió un
flaco favor a los aliados. Después de quince años de desarme alemán, Hitler se
vio obligado a comenzar a construir de la nada un ejército, y gracias a ello el
ejército está libre de la rutina, la técnica y los pertrechos obsoletos
tradicionales. El entrenamiento táctico de las tropas se inspira en las nuevas
ideas que surgen de la tecnología más moderna. Aparentemente, sólo Estados
Unidos puede superar la maquinaria mortífera de los alemanes.
La
debilidad de Francia y Gran Bretaña no es una sorpresa. Las tesis de la Cuarta
Internacional (1934) declaran. "El colapso de la Liga de las Naciones está
indisolublemente ligado al comienzo del colapso de la hegemonía francesa en el
continente europeo". Este documento programático declara luego que
"la Inglaterra dirigente tiene cada vez menos éxito en la concreción de
sus astutos designios", que la burguesía británica está "aterrorizada
por la desintegración de su imperio, por el movimiento revolucionario de la
India, por la inestabilidad de sus posiciones en China". En esto reside
la fuerza de la Cuarta Internacional, en que su programa es capaz de pasar la
prueba de los grandes acontecimientos.
La
industria de Inglaterra y Francia, debido a la afluencia segura de
superganancias coloniales, quedó retrasada tanto tecnológica como
organizativamente. Además, la llamada "defensa de la democracia" de
los partidos socialistas les creó a las burguesías británica y francesa una
situación política extremadamente privilegiada. Los privilegios siempre traen
aparejados el retraso y el estancamiento. Si hoy Alemania hace gala de un predominio
tan colosal sobre Francia e Inglaterra, la responsabilidad fundamental les
cabe a los defensores social-patriotas, que evitaron que el proletariado
arrancara oportunamente de la atrofia a Inglaterra y Francia realizando la
revolución socialista.
"El programa de paz"
A
cambio de la esclavitud de los pueblos Hitler promete implantar en Europa una
"paz alemana" que durará siglos. ¡Milagro imposible! La "paz
británica" después de la victoria sobre Napoleón pudo durar un siglo -¡no
un milenio!- solamente porque Inglaterra era la pionera de una nueva tecnología
y de un sistema de producción progresivo. A pesar de la potencia de su
industria, la actual Alemania, como sus enemigos, es el adalid de un sistema
social condenado. El triunfo de Hitler en realidad no traería la paz sino el
comienzo de una nueva serie de choques sangrientos a escala mundial. Si derroca
al imperio británico, reduce a Francia al nivel de Bohemia y Moravia, se apoya
en el continente europeo y sus colonias, indudablemente Alemania se
transformará en la primera potencia mundial. Junto con ella, Italia, cuanto
mucho, y no por largo tiempo, controlará la cuenca del Mediterráneo. Pero ser
la primera potencia no implica ser la única. Solamente se entraría a una nueva
etapa de la "lucha por el espacio vital".
El
"nuevo orden" que Japón se prepara a establecer, apoyándose en el
triunfo alemán, tiene como perspectiva la extensión del dominio japonés sobre
la mayor parte del continente asiático. La Unión Soviética se vería aprisionada
entre una Europa germanizada y un Asia japonizado. Las tres Américas, igual
que Australia y Nueva Zelandia, caerían en manos de Estados Unidos. Si además
tomamos en consideración el imperio provincial italiano, el mundo quedaría circunstancialmente
dividido en cinco "espacios vitales". Pero el imperialismo, por
naturaleza, abomina la división de poderes. Para tener las manos libres contra
América, Hitler tendría que ajustar cuentas con sus amigos de ayer, Stalin y
Mussolini. Japón y Estados Unidos no se quedarían observando desinteresadamente
la nueva lucha. La tercera guerra imperialista no se entablaría entre estados
nacionales ni entre imperios a la vieja usanza sino entre continentes enteros.
. El triunfo de Hitler en la guerra actual no significaría, por lo tanto, mil
años de "paz alemana" sino muchas décadas o muchos siglos de caos
sangriento.
Pero
un triunfo aliado no traería consecuencias más brillantes. Una Francia
victoriosa sólo podría restablecer su posición de gran potencia desmembrando
Alemania, restaurando a los Habsburgos, balcanizando Europa. Gran Bretaña sólo
podría jugar nuevamente un rol dirigente en los asuntos europeos restableciendo
su táctica de moverse con las contradicciones que oponen por un lado a Alemania
y Francia y por el otro a Europa y Norteamérica. Esto significaría una nueva
edición, diez veces peor, de la paz de Versalles, con efectos infinitamente más
perjudiciales sobre el debilitado organismo europeo. A esto hay que añadir que
es improbable una victoria aliada sin la asistencia norteamericana, y esta vez
Estados Unidos exigiría por su ayuda un precio mucho mayor que en la última
guerra. La Europa envilecida y exhausta, el objetivo de la filantropía de
Herbert Hoover, se transformaría en el deudor en bancarrota de su salvador
transoceánico.
Finalmente,
si suponemos la variante menos probable, la conclusión de la paz por los
adversarios exhaustos de acuerdo a la fórmula pacifista "ni vencedores ni
vencidos", ello significaría la restauración del caos internacional
anterior a la guerra, pero esta vez basado en sangrientas ruinas, el
agotamiento, la amargura. En un breve lapso saldrían a la luz nuevamente, con
explosiva violencia, los viejos antagonismos y estallarían nuevas convulsiones
internacionales.
La
promesa de los aliados de crear esta vez una federación europea democrática es
la más grosera de todas las mentiras pacifistas. El estado no es una
abstracción sino el instrumento del capitalismo monopolista. En tanto no se
expropie a los trusts y bancos en beneficio del pueblo, la lucha entre los
estados es tan inevitable como la lucha entre los mismos trusts. La renuncia
voluntaria por parte del estado más fuerte a las ventajas que le proporciona su
fuerza es una utopía tan ridícula como la división voluntaria del capital
entre los trusts. En tanto se mantenga la propiedad capitalista, una
"federación" democrática no sería más que una mala repetición de la
Liga de las Naciones, con todos sus vicios y sin ninguna de sus antiguas
ilusiones.
En
vano los señores imperialistas del destino intentan revivir un programa de
salvación que quedó totalmente desacreditado por la experiencia de las últimas
décadas. En vano sus lacayos pequeñoburgueses inventan panaceas pacifistas que
hace mucho quedaron convertidas en su propia caricatura. Los obreros avanzados
no se dejarán engañar. Las fuerzas que ahora libran la guerra no llevarán a la
paz. ¡Los obreros y soldados forjarán su propio programa de paz!
Defensa de la URSS
La
alianza de Stalin con Hitler, que levantó el telón sobre la guerra mundial,
llevó directamente a la esclavitud del pueblo polaco. Fue una consecuencia de
la debilidad de la URSS y del pánico del Kremlin frente a Alemania. El único
responsable de esta debilidad es el mismo Kremlin, por su política interna, que
abrió un abismo entre la casta gobernante y el pueblo; por su política
exterior, que sacrificó los intereses de la revolución mundial a los de la
camarilla stalinista.
La
conquista de Polonia oriental, prenda de la alianza con Hitler y garantía
contra Hitler, estuvo acompañada de la nacionalización de la propiedad
semifeudal y capitalista en Ucrania occidental y en la Rusia Blanca occidental.
Sin esto el Kremlin no podría haber incorporado a la URSS el territorio
ocupado. La Revolución de Octubre, estrangulada y profanada, dio muestras de
estar viva todavía.
En
Finlandia el Kremlin no logró concretar un vuelco social similar. La
movilización por los imperialistas de la opinión pública mundial "en
defensa de Finlandia", la amenaza de intervención directa de Inglaterra y
Francia, la impaciencia de Hitler, que tenía que apropiarse de Dinamarca y
Noruega antes de que las tropas francesas y británicas pisaran tierra
escandinava; todo esto obligó al Kremlin a renunciar a la sovietización de
Finlandia y a limitarse a la conquista de posiciones estratégicas indispensables.
Es
indudable que la invasión a Finlandia suscitó una profunda condena en la
población soviética. Sin embargo, los obreros avanzados comprendieron que, pese
a los crímenes de la oligarquía del Kremlin, sigue en pie la cuestión de la
existencia de la URSS. La derrota en la guerra mundial no sólo significaría el
derrocamiento de la burocracia totalitaria sino la liquidación de las nuevas
formas de propiedad, el colapso del primer experimento de economía planificada,
la transformación de todo el país en una colonia, es decir, la entrega al
imperialismo de recursos naturales colosales que le darían un respiro hasta la
tercera guerra mundial. Ni los pueblos de la URSS ni la clase obrera de todo el
mundo tienen interés en esa salida.
La
resistencia de Finlandia a la URSS fue, pese a todo su heroísmo, nada más que
un acto de defensa de la independencia nacional similar a la resistencia que
posteriormente Noruega opuso a Alemania. El mismo gobierno de Helsinki lo
comprendió cuando eligió capitular ante la URSS antes que transformar a
Finlandia en una base militar de Inglaterra y Francia. Nuestro sincero reconocimiento
del derecho de todas las naciones a su autodeterminación no altera el hecho de
que en la guerra actual este derecho pesa tanto como una pluma. Tenemos que
determinar nuestra línea política fundamental de acuerdo a los factores
básicos, no a los de décimo orden. Las tesis de la Cuarta Internacional
afirman:
"La
concepción de la defensa nacional, especialmente cuando coincide con la defensa
de la democracia, puede fácilmente engañar a los obreros de los países pequeños
y neutrales (Suiza, Bélgica parcialmente, los países escandinavos…) […] ¡Sólo
un burgués desesperadamente tonto de una aldea suiza olvidada de la mano de
Dios (como Robert Grimm) puede creer seriamente que la guerra mundial en la que
está metido se libra en defensa de la independencia de Suiza."
Estas
palabras adquieren hoy un significado especial. De ningún modo son superiores
al social-patriota suizo Robert Grimm esos pequeños burgueses seudo
revolucionarios que creen que se puede determinar la estrategia proletaria
respecto a la defensa de la URSS en base a episodios tácticos como la invasión
a Finlandia por el Ejército Rojo.
Extremadamente
elocuente por su unanimidad y su furia fue la campaña de la burguesía mundial
sobre la guerra soviético-finlandesa. La perfidia y la violencia de que hasta
entonces había dado muestras el Kremlin nunca habían despertado tal
indignación en la burguesía, pues toda la historia de la política mundial se
escribe con perfidia y violencia. Lo que despertó su terror e indignación fue
la perspectiva de que en Finlandia se produjera un cambio social como el que
provocó el Ejército Rojo en Polonia Oriental. Estaba en juego una amenaza real
a la propiedad capitalista. La campaña antisoviética, clasista de la cabeza a
los pies, reveló una vez más que la URSS, en virtud de los fundamentos sociales
impuestos por la Revolución de Octubre, de los cuales depende en última
instancia la existencia de la misma burocracia, sigue siendo un estado obrero
que aterroriza a la burguesía de todo el mundo. Los acuerdos episódicos entre
la burguesía y la URSS no desmienten el hecho de que "tomado a escala
histórica, el antagonismo entre el imperialismo mundial y la Unión Soviética es
infinitamente más profundo que los antagonismos que separan entre sí a los
países capitalistas".
Muchos
radicales pequeñoburgueses hasta ayer estaban de acuerdo en considerar a la
Unión Soviética un posible eje de agrupamiento de las fuerzas
"democráticas" contra el fascismo. Ahora descubrieron súbitamente,
cuando sus países están amenazados por Hitler, que Moscú, que no acudió en su
ayuda, sigue una política imperialista y que no hay diferencia entre la URSS y
los países fascistas.
¡Mentiras!
responderá todo obrero con conciencia de clase; hay una diferencia. La
burguesía comprende esta diferencia social mejor y más profundamente que los
charlatanes radicales. Es cierto que la nacionalización de los medios de
producción en un país, y más si se trata de un país atrasado, no garantiza
todavía la construcción del socialismo. Pero puede avanzar en el requisito
fundamental del socialismo, es decir el desarrollo planificado de las fuerzas
productivas. No tomar en cuenta la nacionalización de los medios de producción
en función de que por sí misma no asegura el bienestar de las masas es lo mismo
que condenar a la destrucción un cimiento de granito en función de que es imposible
vivir sin paredes y techo. El obrero con conciencia de clase sabe que es
imposible lograr éxito en la lucha por la emancipación completa sin la defensa
de las conquistas ya obtenidas, por modestas que éstas sean. Tanto más
obligatoria, por lo tanto, es la defensa de una conquista tan colosal como la
economía planificada contra la restauración de las relaciones capitalistas.
Los que no son capaces de defender las viejas posiciones no podrán conquistar
otras nuevas.
La
Cuarta Internacional sólo puede defender a la URSS con los métodos de la lucha
revolucionaria de clases. Enseñar a los obreros a comprender correctamente el
carácter de clase del estado -imperialista, colonial, obrero- así como sus
contradicciones internas, permitirá que los obreros extraigan las conclusiones
prácticas correctas en cada situación determinada. Mientras libra una lucha
incansable contra la oligarquía de Moscú, la Cuarta Internacional rechaza
decididamente cualquier política que ayude al imperialismo en contra de la URSS.
La
defensa de la URSS coincide, en principio, con la preparación de la revolución
proletaria mundial. Rechazamos llanamente la teoría del socialismo en un solo
país, ese engendro cerebral del stalinismo ignorante y reaccionario. Sólo la
revolución mundial podrá salvar a la URSS para el socialismo. Pero la
revolución mundial implicará inevitablemente la desaparición de la oligarquía
del Kremlin.
Por el derrocamiento
revolucionario de la camarilla bonapartista de Stalin
Después
de adular durante cinco años a las "democracias", el Kremlin reveló
un cínico desprecio por el proletariado mundial al concluir una alianza con
Hitler y ayudarlo a estrangular al pueblo polaco. Se jactó de un vergonzoso
chovinismo en vísperas de la invasión a Finlandia y desplegó una incapacidad
militar no menos vergonzosa en la lucha posterior. Hizo ruidosas promesas de
"emancipar" de los capitalistas al pueblo finlandés y luego capituló
cobardemente ante Hitler. Esta fue la actuación del régimen stalinista en estas
horas críticas de la historia.
Los
juicios de Moscú ya habían demostrado que la oligarquía totalitaria se ha
transformado en un obstáculo absoluto para el desarrollo del país. El creciente
nivel de las necesidades económicas cada vez más complejas ya no puede tolerar
el estrangulamiento burocrático. Sin embargo la banda de parásitos no está
dispuesta a hacer ninguna concesión. Al luchar por mantener su posición
destruye lo mejor del país. No se puede suponer que el pueblo que realizó tres
revoluciones en doce años súbitamente se ha vuelto estúpido. Está aplastado y
desorientado, pero observa y piensa. La burocracia está presente en cada día
de su existencia con su gobierno arbitrario, su opresión, su rapacidad y su
sangrienta sed de venganza. Los obreros semihambrientos y los campesinos de las
granjas colectivas comentan entre sí, murmurando su odio, los costosos
caprichos de los comisarios rabiosos. Para el sexagésimo aniversario de Stalin
se obligó a los obreros de los Urales a trabajar durante un año y medio en un
gigantesco retrato del odiado "padre de los pueblos" hecho de
piedras preciosas, empresa digna de un Jerjes persa o de una Cleopatra egipcia.
Un régimen capaz de caer en tales abominaciones inevitablemente se granjeará el
odio de las masas.
La
política exterior se corresponde con la política interna. Si el gobierno del
Kremlin expresara los verdaderos intereses del estado obrero, si la Comintern
sirviera a la causa de la revolución mundial, las masas populares de la
diminuta Finlandia inevitablemente se hubieran inclinado hacia la URSS y la
invasión del Ejército Rojo, o no hubiera sido en absoluto necesaria o hubiera
sido aceptada inmediatamente por el pueblo finlandés como una emancipación
revolucionaria. En realidad, toda la política previa del Kremlin alejó de la
URSS a los obreros y campesinos finlandeses. Mientras que Hitler, en los países
neutrales que invade, puede contar con la ayuda de la llamada "quinta
columna", Stalin no encontró ningún apoyo en Finlandia, pese a la
tradición de la insurrección de 1918 y a la existencia, desde hace largo
tiempo, del Partido Comunista Finlandés.[4][5] En
estas condiciones la invasión del Ejército Rojo asumió un carácter de violencia
militar directa y abierta. La responsabilidad de esta violencia cae total y únicamente
sobre la oligarquía de Moscú.
La
guerra constituye una amarga prueba para todo régimen. Como consecuencia de la
primera etapa de la guerra, la posición internacional de la URSS, pese a sus
éxitos poco importantes, obviamente empeoró. La política exterior del Kremlin
alejó de la URSS a amplios sectores de la clase obrera mundial y los pueblos
oprimidos. Las bases estratégicas de apoyo que conquistó Moscú representarán
un factor de tercer orden en el conflicto mundial de fuerzas. Mientras tanto
Alemania obtuvo la zona más importante e industrializada de Polonia y una
frontera común con la URSS, es decir una salida al este. A través de
Escandinavia, Alemania domina el Mar Báltico, transformando al Golfo de
Finlandia en una botella fuertemente taponada. La amargada Finlandia queda bajo
el control directo de Hitler. En lugar de débiles estados neutrales, la URSS
ahora tiene tras su frontera de Leningrado a la poderosa Alemania. Quedó en
evidencia ante todo el mundo la debilidad del Ejército Rojo decapitado por
Stalin. Se intensificaron dentro de la URSS las tendencias nacionalistas
centrífugas. Declinó el prestigio de la dirección del Kremlin. Alemania en
Occidente y Japón en Oriente se sienten ahora infinitamente más seguros que
antes de la aventura finlandesa del Kremlin.
Stalin
no encontró en su magro arsenal más que una sola respuesta a la ominosa
advertencia de los acontecimientos: reemplazó a Voroshilov por una nulidad aun
más hueca, Timoshenko.[5][6] Como
siempre en estos casos, el objetivo de la maniobra es alejar la ira del pueblo
y el ejército del principal y criminal responsable de las desgracias y poner a
la cabeza del ejército a un individuo cuya insignificancia garantiza que se
puede confiar en él. El Kremlin se reveló una vez más como el centro del
derrotismo. Sólo destruyendo este centro se pondrá a salvo la seguridad de la
URSS.
La
preparación del derrocamiento revolucionario de la casta dirigente de Moscú
constituye una de las tareas fundamentales de la Cuarta Internacional. No es
una tarea simple ni fácil. Exige heroísmo y sacrificio. Sin embargo, la época
de grandes convulsiones en que entró la humanidad asestará golpe tras golpe a
la oligarquía del Kremlin, destruirá su aparato totalitario, elevará la confianza
en sí mismas de las masas trabajadoras y por lo tanto facilitará la formación
de la sección soviética de la Cuarta Internacional. ¡Los acontecimientos
trabajarán a favor nuestro si somos capaces de ayudarlos!
Los pueblos coloniales en la
guerra
Al
crearles enormes dificultades y peligros a los centros metropolitanos
imperialistas, la guerra abre amplias posibilidades a los pueblos oprimidos. El
tronar del cañón en Europa anuncia que se aproxima la hora de su liberación.
Si
es utópico un programa de transformaciones sociales pacíficas para los países
avanzados, lo es doblemente el programa de liberación pacífica de las colonias.
Por otra parte, fuimos testigos de la esclavización de los últimos países
atrasados semilibres (Etiopía, Albania, China…)
La
guerra actual está volcada sobre las colonias. Algunos persiguen su posesión;
otros las poseen y se rehusan a soltarlas. Nadie tiene la menor intención de
liberarlas voluntariamente. Los centros metropolitanos en decadencia se ven
obligados a extraer todo lo posible de las colonias y devolverles lo menos
posible. Sólo la lucha revolucionaria directa y abierta de los pueblos
esclavizados puede allanarles el camino para su emancipación.
En
los países coloniales y semicoloniales la lucha por un estado nacional
independiente, y en consecuencia la "defensa de la patria", es en
principio diferente de la lucha de los países imperialistas. El proletariado
revolucionario de todo el mundo apoya incondicionalmente la lucha de China o
la India por su independencia, porque esta lucha "al hacer romper a los
pueblos atrasados con el asiatismo, el sectarismo o los lazos con el extranjero
[…] golpea poderosamente a los estados imperialistas".
Al
mismo tiempo la Cuarta Internacional sabe desde ya, y se lo advierte
abiertamente a las naciones atrasadas, que sus estados nacionales tardíos ya no
podrán contar con un desarrollo democrático independiente. Rodeada por el
capitalismo decadente y sumergida en las contradicciones imperialistas, la
independencia de un país atrasado será inevitablemente semificticia. Su
régimen político, bajo la influencia de las contradicciones internas de clase y
la represión externa, inevitablemente caerá en la dictadura contra el pueblo.
Así es el régimen del Partido "del Pueblo" en Turquía; el del
Kuomintang en China; así será mañana el régimen de Ghandi en la india. La lucha
por la independencia nacional de las colonias es, desde el punto de vista del
proletariado, sólo una etapa transicional en el camino que llevará a los países
atrasados a la revolución socialista internacional.
La
Cuarta Internacional no establece compartimientos estancos entre los países
atrasados y los avanzados, entre las revoluciones democráticas y las
socialistas. Las combina y las subordina a la lucha mundial de los oprimidos
contra los opresores. Así como la única fuerza genuinamente revolucionaria de
nuestra época es el proletariado internacional, el único programa con el que
realmente se liquidará toda opresión, social y nacional, es el programa de la
revolución permanente.
La gran lección de china
La
trágica experiencia de China constituye una gran lección para los pueblos
oprimidos. La revolución china de 1925 a 1927 tenía todas las posibilidades de
triunfar. Una China unificada y transformada sería en este momento una
poderosa fortaleza de la libertad en el Lejano Oriente. La suerte de Asia, y en
cierta medida la de todo el mundo, podría haber sido distinta. Pero el Kremlin,
que no tenía confianza en las masas chinas y buscaba la amistad de los
generales, utilizó todo su peso para subordinar el proletariado chino a la
burguesía, ayudando así a Chiang Kai-shek a aplastar la revolución china.
Desilusionada, desunida y debilitada, China quedó abierta a la invasión
japonesa.
Como
todo régimen condenado, la oligarquía stalinista ya es incapaz de aprender de
las lecciones de la historia. A comienzos de la guerra chino-japonesa, el
Kremlin nuevamente ligó el Partido Comunista a Chiang Kai-shek aplastando desde
su nacimiento la iniciativa revolucionaria del proletariado chino. Esta
guerra, que ya lleva cerca de tres años, podría haber terminado hace mucho en
una verdadera catástrofe para Japón si China la hubiera llevado adelante como
una genuina guerra popular apoyada en una revolución agraria, abrazando en su
llama a los soldados japoneses. Pero la burguesía china teme más a sus propias
masas armadas que a los invasores japoneses. Si Chiang Kai-shek, el siniestro
verdugo de la revolución china, se ve obligado por las circunstancias a librar
una guerra, su programa seguirá siendo la opresión de sus propios trabajadores
y el compromiso con los imperialistas.
La
guerra en Asia oriental se entrelazará cada vez más con la guerra imperialista
mundial. El pueblo chino logrará la independencia sólo bajo la dirección de su
joven y abnegado proletariado, que recobrará la indispensable confianza en sí
mismo con el resurgir de la revolución mundial. Él marcará con firmeza la línea
a seguir. El curso de los acontecimientos hace indispensable el desarrollo de
nuestra sección china en un poderoso partido revolucionario.
Tareas de la revolución india
En
las primeras semanas de la guerra las masas indias presionaron con fuerza
creciente a los dirigentes "nacionales" oportunistas, obligándolos a
utilizar un lenguaje desacostumbrado. ¡Pero ay del pueblo indio si deposita su
confianza en las palabras altisonantes! Ocultándose tras la consigna de la
independencia nacional, Gandhi ya se apresuró a proclamar que se niega a
crearle dificultades a Gran Bretaña durante la severa crisis actual. ¡Como si
en algún lugar o en algún momento los oprimidos hubieran podido liberarse de
otro modo que explotando las dificultades de sus opresores!
El
rechazo "moral" de Gandhi a la violencia refleja simplemente el temor
de la burguesía india a sus propias masas. Tiene muy buenos fundamentos su
previsión de que el imperialismo británico los arrastrará también a ellos en su
colapso. Londres, por su parte, previene que al primer amago de desobediencia
aplicará "todas las medidas necesarias", incluyendo, por supuesto, la
fuerza aérea, que en el frente occidental es deficiente. Hay una división del
trabajo claramente delimitada entre la burguesía colonial y el gobierno
británico: Gandhi necesita las amenazas de Chamberlain y Churchill para
paralizar con más éxito el movimiento revolucionario.
El
antagonismo entre las masas indias y la burguesía promete agudizarse en un
futuro próximo, a medida que la guerra imperialista se convierte cada vez más
en una gigantesca empresa comercial para la burguesía india. La apertura de un
mercado excepcionalmente favorable para las materias primas puede promover
rápidamente la industria india. Si la destrucción completa del imperio
británico rompe el cordón umbilical que liga al capital indio con la City de
Londres, la burguesía nacional buscará rápidamente en Wall Street a su nuevo
patrón. Los intereses materiales de la burguesía determinan su política con la
misma fuerza de las leyes de la gravitación.
Mientras
el movimiento de liberación esté controlado por la clase explotadora seguirá
metido en un callejón sin salida. Lo único que puede unificar a la India es la
revolución agraria realizada bajo las banderas de la liberación nacional. La
revolución conducida por el proletariado estará dirigida no sólo contra el
dominio británico sino también contra los príncipes indios, las concesiones
extranjeras, el estrato superior de la burguesía nacional y los dirigentes del
Congreso Nacional y de la Liga Musulmana.[6][7] Es la tarea fundamental de la Cuarta
Internacional crear una sección estable y poderosa en la India.
La
traidora política de colaboración de clases, con la que el Kremlin viene
ayudando desde hace cinco años a los gobiernos capitalistas a preparar la
guerra, fue abruptamente liquidada por la burguesía en cuanto dejó de
necesitar disfrazarse de pacifista. Pero en los países coloniales y
semicoloniales -no sólo en China y la India sino también en Latinoamérica- el
fraude de los "frentes populares" sigue paralizando a las masas
trabajadoras, convirtiéndolas en carne de cañón de la burguesía "progresiva",
creándole de esta manera al imperialismo una base política indígena.
El futuro de América Latina
El
monstruoso crecimiento del armamentismo en Estados Unidos prepara una solución
violenta de las complejas contradicciones que aquejan al Hemisferio
Occidental. Pronto se planteará como problema inmediato el destino de los
países latinoamericanos. El interludio de la política "del buen
vecino" está llegando a su fin. Roosevelt o quien lo suceda se sacarán a
breve lapso el guante de terciopelo y mostrarán el puño de hierro. Las tesis de
la Cuarta Internacional declaran:
"Sud
y Centro América sólo podrán romper con el atraso y la esclavitud uniendo a
todos sus estados en una poderosa federación. Pero no será la retrasada
burguesía sudamericana, agente totalmente venal del imperialismo extranjero,
quien cumplirá este objetivo, sino el joven proletariado sudamericano,
destinado a dirigir a las masas oprimidas. La consigna que presidirá la lucha
contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la
sangrienta explotación de las camarillas compradoras nativas será, por lo
tanto: Por los estados unidos soviéticos
de Sud y Centro América."
Escritas
hace seis años, estas líneas adquieren ahora una candente actualidad.
Sólo
bajo su propia dirección revolucionaria el proletariado de las colonias y las
semicolonias podrá lograr la colaboración firme del proletariado de los centros
metropolitanos y de la clase obrera mundial. Sólo esta colaboración podrá
llevar a los pueblos oprimidos a su emancipación final y completa con el
derrocamiento del imperialismo en todo el mundo. Un triunfo del proletariado
internacional libraría a los países coloniales de un largo y trabajoso período
de desarrollo capitalista, abriéndoles la posibilidad de llegar al socialismo
junto con el proletariado de los países avanzados.
La
perspectiva de la revolución permanente no significa de ninguna manera que los
países atrasados tengan que esperar de los adelantados la señal de partida, ni
que los pueblos coloniales tengan que aguardar pacientemente que el
proletariado de los centros metropolitanos los libere. El que se ayuda consigue
ayuda. Los obreros deben desarrollar la lucha revolucionaria en todos los
países, coloniales o imperialistas, donde haya condiciones favorables, y así
dar el ejemplo a los trabajadores de los demás países. Sólo la iniciativa y la
actividad, la decisión y la valentía podrán materializar realmente la consigna
"¡Obreros del mundo, uníos!"
La responsabilidad que les cabe
por la guerra a los dirigentes traidores
El
triunfo de la revolución española podría haber abierto una era de cambios
revolucionarios en toda Europa y así haber evitado la guerra actual. Pero esa
revolución heroica, que albergaba en su seno todas las posibilidades de triunfo,
se disipó en el abrazo de la Segunda y la Tercera Internacional, con la
colaboración activa de los anarquistas. El proletariado internacional se
empobreció con la pérdida de otra gran esperanza y se enriqueció con las
lecciones de otra traición monstruosa.
La
poderosa movilización que realizó el proletariado francés en junio de 1936
reveló condiciones excepcionalmente favorables para la conquista
revolucionaria del poder.[7][8] Una república soviética francesa
inmediatamente hubiera obtenido la hegemonía revolucionaria en Europa, hubiera
repercutido en todos los países, derrocado a los regímenes totalitarios, y de
esta forma hubiera salvado a la humanidad de la actual matanza imperialista con
sus innumerables víctimas. Pero la política totalmente cobarde y traidora de
León Blum y León Jouhaux, apoyada activamente por la sección francesa de la
Comintern, llevó al desastre a uno de los movimientos más promisorios de la
década pasada.
En
el umbral de la guerra actual se ubican dos hechos trágicos: el estrangulamiento
de la revolución española y el saboteo de la ofensiva proletaria en Francia. La
burguesía se convenció de que con tales "dirigentes de los
trabajadores" a su disposición podía darse el lujo de cualquier cosa,
hasta de una nueva matanza de los pueblos. Los dirigentes de la Segunda
Internacional impidieron que el proletariado derrocara a la burguesía al final
de la primera guerra imperialista. Los dirigentes de la Segunda y la Tercera
Internacional ayudaron a la burguesía a desatar una segunda guerra
imperialista. ¡Que estos hechos se constituyan en su tumba política!
La Segunda Internacional
La
guerra de 1914-1918 dividió inmediatamente a la Segunda Internacional en dos
bandos separados por las trincheras. Cada partido socialdemócrata defendió su
patria. Recién varios años después de la guerra se reconciliaron los
traidores hermanos enemistados y proclamaron la amnistía mutua.
Hoy
la situación de la Segunda Internacional cambió mucho, superficialmente. Todas
sus secciones, sin excepción, apoyan políticamente a uno de los bandos similares,
el de los aliados; algunos porque son partidos de los países democráticos,
otros porque son emigrados de las naciones beligerantes o neutrales. La
socialdemocracia alemana, que siguió una despreciable política chovinista
durante la primera guerra, bajo el estandarte de los Hohenzollern, es hoy un
partido "derrotista" al servicio de Francia e Inglaterra. Sería
imperdonable creer que estos lacayos endurecidos se han vuelto revolucionarios.
Hay una explicación más simple. La Alemania de Guillermo II ofrecía a los
reformistas suficientes oportunidades de obtener sinecuras personales en los
cuerpos parlamentarios, los municipios, los sindicatos y otros lugares. Defender
la Alemania imperial implicaba defender un pozo bien repleto en el que la
burocracia laboral conservadora metía el hocico. "La socialdemocracia
seguirá siendo patriótica mientras el régimen político le garantice sus
ganancias y privilegios", prevenían nuestras tesis hace seis años. Los mencheviques
y narodnikis rusos eran patriotas en
la época del zar, cuando tenían sus fracciones sindicales, sus periódicos, sus
funcionarios sindicales y esperaban avanzar más lejos en esta dirección. Ahora
que perdieron todo esto tienen una posición derrotista respecto a la URSS.
En
consecuencia, lo que explica la actual "unanimidad" de la Segunda
Internacional es que todas sus secciones esperan que los aliados mantengan los
puestos y las rentas de la burocracia laboral de los países democráticos y les
devuelvan los que perdieron a la de los países totalitarios. La
socialdemocracia no se hace ilusiones inútiles sobre la protección de la
burguesía "democrática". Estos inválidos políticos son totalmente
incapaces de luchar aun cuando se ven amenazados sus intereses personales.
Esto
se reveló muy claramente en Escandinavia, que aparecía como el santuario más
seguro de la Segunda Internacional; los tres países estuvieron gobernados durante
años por la soberbia, realista, reformista y pacifista socialdemocracia. Estos
caballeros llamaban socialismo a la democracia monárquica conservadora, más la
iglesia estatal, más las anodinas reformas sociales que durante un tiempo
fueron posibles gracias a los limitados gastos militares. Apoyados por la Liga
de las Naciones y protegidos por el escudo de la "neutralidad", los
gobiernos escandinavos especulaban con generaciones de tranquilo y pacifico
desarrollo. Pero los amos imperialistas no prestaron atención a sus cálculos.
Se vieron obligados a eludir los golpes del destino. Cuando la URSS invadió
Finlandia los tres gobiernos escandinavos se proclamaron neutrales en lo que
respecta a ese país. Cuando Alemania invadió Dinamarca y Noruega, Suecia se
declaró neutral respecto a las dos víctimas de la agresión. Dinamarca trató incluso
de declararse neutral respecto a sí misma. Noruega. bajo la boca de los cañones
de su guardiana Inglaterra, sólo intentó algunos gestos simbólicos de
autodefensa. Estos héroes están muy dispuestos a vivir á expensas de la patria
democrática, pero muy poco dispuestos a morir por ella. La guerra que no
previeron derribó al pasar sus esperanzas de una evolución pacífica presidida
por el Rey y Dios. El paraíso escandinavo, refugio final de las esperanzas de
la Segunda Internacional, se transformó en un minúsculo sector del infierno
imperialista general.
Los
oportunistas socialdemócratas no conocen mas que una política, la adaptación
pasiva. En las condiciones del capitalismo decadente nada les queda más que la
rendición de sus posiciones una tras otra, el olvido de su ya miserable
programa, la rebaja de sus exigencias, la renuncia a toda demanda, la retirada
permanente cada vez más y más atrás hasta que no les quede lugar donde
replegarse, salvo algún nido de ratas. Pero también allí llega la mano implacable
del imperialismo y los arrastra tirándoles de la cola. Esta es la historia
resumida de la Segunda Internacional. La guerra actual la está matando por
segunda vez y, esperemos, ahora será para siempre.
La Tercera Internacional
La
política de la degenerada Tercera Internacional -una mezcla de crudo
oportunismo y aventurerismo desenfrenado- ejerce una influencia sobre la clase
obrera, todavía -si cabe- más desmoralizadora que la de su hermana mayor, la
Segunda Internacional. El partido revolucionario construye toda su política
sobre la conciencia de clase de los trabajadores; a la Comintern nada le
preocupa más que contaminar y envenenar esta conciencia de clase.
Los
propagandistas oficiales de cada uno de los sectores beligerantes denuncian, a
veces bastante correctamente, los crímenes del bando opositor. Hay mucho de
verdad en lo que dice Göebbels sobre la violencia británica en la India. La
prensa francesa y la inglesa reflejan con mucha penetración la política
exterior de Hitler y Stalin. Sin embargo, esta propaganda unilateral constituye
el peor veneno chovinista. Las verdades a medias son las mentiras más,
peligrosas.
Toda
la propaganda actual de la Comintern entra en esta categoría. Después de cinco
años de adulación descarada a las democracias, durante los cuales todo su
"comunismo" se reducía a monótonas acusaciones contra los agresores
fascistas, la Comintern súbitamente descubrió, en el otoño de 1939, al
imperialismo criminal de las democracias occidentales. ¡Giro completo! Desde
entonces, ¡ni una palabra de condena sobre la destrucción de Checoslovaquia y
Polonia, la conquista de Dinamarca y Noruega y la chocante bestialidad de las
bandas de Hitler hacia los pueblos polaco y judío! Hitler pasó a ser un
vegetariano amante de la paz continuamente provocado por los imperialistas
occidentales. La prensa de la Comintern llamaba a la alianza anglo-francesa
"el bloque imperialista contra el pueblo alemán". ¡Ni el mismo
Göebbels podía haber cocinado algo mejor! El Partido Comunista Alemán exiliado
ardía en la llama del amor a la patria. Y como la patria alemana no había
dejado de ser fascista, la posición del Partido Comunista Alemán resultaba…
social-fascista. Por fin llegó la hora en que se concretó la teoría stalinista
del social-fascismo. [8][9]
A
primera vista la actitud de las secciones francesa e inglesa de la
Internacional Comunista parecía diametralmente opuesta. A diferencia de los
alemanes, se veían obligados a atacar a su propio gobierno. Pero este súbito
derrotismo no era internacionalismo sino una variedad distorsionada del
patriotismo; estos caballeros consideran que su patria es el Kremlin, del que
depende su prosperidad. Muchos stalinistas franceses demostraron un coraje
innegable al ser perseguidos. Pero el contenido político de este coraje se vio
ensombrecido por su embellecimiento de la política rapaz del bando enemigo.
¿Qué pensarán de ello los obreros franceses?
La
reacción siempre presentó a los internacionalistas revolucionarios como agentes
de un enemigo extranjero. La situación que les creó la Comintern a sus
secciones francesa e inglesa dio todos los pretextos para esa acusación, y en
consecuencia empujó forzosamente a los obreros al patriotismo o los condenó a
la confusión y la pasividad.
La
política del Kremlin es simple: le vendió a Hitler la Comintern junto con el
petróleo y el manganeso. Pero el servilismo perruno con que esta gente se dejó
vender atestigua irrefutablemente la corrupción interna de la Comintern. A los
agentes del Kremlin no les quedan principios, ni honor, ni conciencia; sólo un
espinazo flexible. Pero los espinazos flexibles hasta ahora nunca dirigieron
una revolución.
La
amistad de Stalin con Hitler no será eterna, ni siquiera durará mucho tiempo.[9][10] Puede ser que antes de que nuestro
manifiesto llegue a las masas la política exterior del Kremlin dé un nuevo
giro. En ese caso también cambiará la propaganda de la Comintern. Si el Kremlin
se acerca a las democracias, la Comintern nuevamente desenterrará de sus
archivos el Libro Marrón de los crímenes nacionalsocialistas. Pero esto no
significa que su propaganda asumirá un carácter revolucionario. Cambiará los
rótulos, pero seguirá tan servil como antes. La política revolucionaria exige,
ante todo, que se diga la verdad a las masas. Pero la Comintern miente
sistemáticamente. Nosotros les decimos a los obreros de todo el mundo: ¡No
crean a los mentirosos!
Los socialdemócratas y los
stalinistas en las colonias
Los
partidos ligados a los explotadores e interesados en obtener privilegios son
orgánicamente incapaces de seguir una política honesta para con las capas más
explotadas de los trabajadores y los pueblos oprimidos. Pero las
características de la Segunda y la Tercera Internacional se revelan con
especial claridad en su actitud hacia las colonias.
La
Segunda Internacional, que actúa como representante de los esclavistas y como
accionista de la empresa de la esclavitud, no tiene secciones propias en las
colonias, si exceptuamos a grupos casuales de funcionarios coloniales,
predominantemente masones franceses, y en general a los oportunistas de
izquierda que aplastan a la población nativa. Como renunció oportunamente a la
poco patriótica concepción de la necesidad de levantar a la población colonial
contra la "patria democrática", la Segunda Internacional se ganó el
privilegio de proporcionar a la burguesía ministros para las colonias, es
decir capataces de esclavos (Sidney Webb, Marius Moutet y otros).[10][11]
La
Tercera Internacional, que comenzó haciendo un valiente llamado revolucionario
a todos los pueblos oprimidos, también se prostituyó completamente en un breve
lapso en lo que respecta a la cuestión colonial. No hace muchos años, cuando
Moscú vio la oportunidad de una alianza con las democracias imperialistas, la
Comintern planteó la consigna de emancipación nacional no sólo para Abisinia y
Albania sino también para Austria. Pero, respecto a las colonias de Gran
Bretaña y Francia, se limitó modestamente a desearles reformas
"razonables". En ese entonces la Comintern no defendió a la India
contra Gran Bretaña sino contra posibles ataques del Japón y a Túnez contra
Mussolini. Ahora la situación cambió abruptamente. ¡Independencia total de la
India, Egipto, Argelia!, Dimitrov no aceptará menos. Los árabes y los negros
encontraron otra vez en Stalin a su mejor amigo, sin contar, por supuesto, a
Mussolini y a Hitler. La sección alemana de la Comintern, con el descaro que
caracteriza a esta banda de parásitos, defiende a Polonia y a Checoslovaquia
contra los complots del imperialismo británico. ¡Esta gente es capaz de todo y
está dispuesta a todo! Si el Kremlin cambia nuevamente de orientación hacia las
democracias occidentales, otra vez solicitarán respetuosamente a Londres y
París que garanticen reformas liberales para sus colonias.
A
diferencia de la Segunda Internacional, la Comintern, gracias a su gran
tradición, ejerce una indudable influencia en las colonias. Pero su base
social cambió de acuerdo con su evolución política. En la actualidad, en los
países coloniales la Comintern se apoya en los sectores que constituyen la base
tradicional de la Segunda Internacional en los centros metropolitanos. Con las
migajas de las superganancias que obtiene de los países coloniales y
semicoloniales el imperialismo creó en éstos algo similar a una aristocracia
laboral nativa. Esta, insignificante en comparación con su modelo de las
metrópolis, se destaca sin embargo sobre el telón de fondo de la pobreza
general y se aferra tenazmente a sus privilegios. La burocracia y la
aristocracia laborales de los países coloniales y semicoloniales, junto con los
funcionarios estatales, proveen de elementos especialmente serviles a los
"amigos" del Kremlin. En Latinoamérica uno de los representantes más
repulsivos de esta especie es el abogado mexicano Lombardo Toledano, cuyos
servicios especiales el Kremlin retribuyó elevándolo al decorativo puesto de
presidente de la Federación Sindical Latinoamericana. [11][12]
Al
poner al rojo vivo los problemas de la lucha de clases, la guerra les crea a
estos prestidigitadores y falsos profetas una situación cada vez más difícil,
que los bolcheviques verdaderos tienen que utilizar para barrer por siempre a
la Comintern de los países coloniales.
Centrismo y anarquismo
Al
poner a prueba todo lo que existe y descartar todo lo que está podrido, la
guerra representa un peligro mortal para las Internacionales que le sobreviven.
Un sector considerable de la burocracia de la Comintern, especialmente en el
caso de que la Unión Soviética sufra algunos reveses, inevitablemente se
volverá hacia sus patrias imperialistas. Los obreros, por el contrario, irán
cada vez más hacia la izquierda. En esa situación son inevitables las
divisiones y las rupturas. Hay una cantidad de síntomas que indican la
posibilidad de que también rompa el ala "izquierda" de la Segunda
Internacional. Surgirán grupos centristas de distintos orígenes, se romperán,
crearán nuevos "frentes", "bandos", etcétera. Nuestra época
descubrirá, sin embargo, que no puede tolerar la existencia del centrismo. El
rol patético y trágico que jugó el POUM, la más seria y honesta de las
organizaciones centristas, en la revolución española quedará siempre en la
memoria del proletariado avanzado como una terrible advertencia. [12][13]
Pero
a la historia le gustan las repeticiones. No está excluida la posibilidad de
que haya nuevos intentos de construir una organización internacional del tipo
de la Internacional Dos y Media o, esta vez, la Internacional Tres y Un Cuarto.
Esos balbuceos sólo merecen atención como reflejos de procesos mucho más profundos
por los que atraviesan las masas trabajadoras. Pero desde ya se puede afirmar
con seguridad que los "frentes", "bandos" e
"Internacionales" centristas; por carecer de fundamentos teóricos,
tradición revolucionaria y un programa acabado sólo serán efímeros. Los
ayudaremos criticando implacablemente su indecisión y ambigüedad.
Este
esquema de la bancarrota de las viejas organizaciones de la clase obrera
quedaría incompleto si no mencionáramos al anarquismo. Su decadencia constituye
el fenómeno más irrefutable de nuestra época. Ya antes de la primera guerra
imperialista los anarco-sindicalistas franceses lograron convertirse en los
peores oportunistas y en los sirvientes directos de la burguesía. La mayor
parte de los dirigentes anarquistas internacionales se hizo patriota en la
última guerra. En el apogeo de la guerra civil en España los anarquistas
ocuparon cargos de ministros de la burguesía. Los predicadores anarquistas
niegan el estado en tanto éste no los necesita. En el momento de peligro, igual
que los socialdemócratas, se transforman en agentes de la clase capitalista.
Los
anarquistas entraron a la guerra actual sin un programa, sin una sola idea y
con una bandera manchada por su traición al proletariado español. Hoy lo único
que son capaces de aportar a los obreros es una desmoralización patriótica
mechada con lamentos humanitarios. Al buscar un acercamiento con los obreros
anarquistas que estén realmente dispuestos a luchar por los intereses de su
clase, les exigiremos al mismo tiempo que rompan completamente con esos
dirigentes que tanto en la guerra como en la revolución sólo sirven de
mandaderos de la burguesía.
Los sindicatos y la guerra
Mientras
los magnates del capitalismo monopolista se ponen por encima de los órganos del
poder estatal, controlándolo desde las alturas, los dirigentes sindicales oportunistas
rondan los umbrales del poder estatal tratando de conseguir que las masas
obreras les den su apoyo. Es imposible cumplir esta sucia tarea si se mantiene
la democracia obrera dentro de los sindicatos. El régimen interno de los
sindicatos, siguiendo el ejemplo del régimen de los estados burgueses, se está
volviendo cada vez más autoritario. En épocas de guerra la burocracia sindical
se transforma definitivamente en la policía militar del estado mayor del
ejército dentro de la clase obrera.
Pero
por más empeño que ponga, no tiene salvación. La guerra significa la muerte y
la destrucción de los actuales sindicatos reformistas. A los sindicalistas en
la flor de la edad se los moviliza para la matanza. Los reemplazan los
muchachos, las mujeres y los viejos, es decir los menos capacitados para
resistir. Todos los países saldrán de la guerra tan arruinados que el nivel de
los trabajadores retrocederá un siglo. Los sindicatos reformistas sólo son
posibles bajo el régimen de la democracia burguesa. Pero lo primero que
desaparecerá con la guerra será la democracia, completamente putrefacta. En su
derrumbe definitivo arrastrará consigo a todas las organizaciones obreras que
le sirvieron de apoyo. No habrá cabida para los sindicatos reformistas. La
reacción capitalista los destruirá cruelmente. Es necesario prevenir de esto a
los obreros, inmediatamente y en voz bien alta, para que todos lo oigan.
Una
época nueva exige métodos nuevos. Los métodos nuevos exigen líderes nuevos. Hay
una sola manera de salvar los sindicatos: transformarlos en organizaciones de
lucha que se planteen corno objetivo el triunfo sobre la anarquía capitalista y
el bandidaje imperialista. Los sindicatos jugarán un rol enorme en la
construcción de la economía socialista, pero la condición previa para lograrla
es el derrocamiento de la clase capitalista y la nacionalización de los medios
de producción. Solamente si toman el camino de la revolución socialista podrán
los sindicatos escapar al destino de quedar enterrados bajo las ruinas de la
guerra.
La Cuarta Internacional
La
vanguardia proletaria es el enemigo irreconciliable de la guerra imperialista.
Pero no teme a esta guerra. Acepta dar la batalla en el terreno elegido por el
enemigo de clase. Entra a este terreno con sus banderas flameando al viento.
La
Cuarta Internacional es la única organización que previó correctamente el curso
general de los acontecimientos mundiales, que predijo la inevitabilidad de una
nueva catástrofe imperialista, que denunció los fraudes pacifistas de los
demócratas burgueses y los aventureros pequeñoburgueses de la escuela
stalinista, que luchó contra la política de colaboración de clases conocida
como "frente popular", que cuestionó el rol traidor de la Comintern y
los anarquistas en España, que criticó irreconciliablemente las ilusiones
centristas del POUM, que continuó fortaleciendo incesantemente a sus cuadros en
el espíritu de la lucha de clases revolucionaria. Nuestra política en la guerra
es sólo la continuación concentrada de nuestra política en la paz.
La
Cuarta Internacional construye su programa sobre los fundamentos teóricos del
marxismo, sólidos como el granito. Rechaza el despreciable eclecticismo que
predomina en las filas de la burocracia laboral oficial de los distintos
bandos, y que muy frecuentemente sirve de indicador de la capitulación ante la
democracia burguesa. Nuestro programa está formulado en una serie de documentos
accesibles a todo el mundo. Su eje se puede resumir en tres palabras: dictadura del proletariado.
Nuestro programa, basado en el
bolchevismo
La
Cuarta Internacional se apoya completa y sinceramente sobre los fundamentos de
la tradición revolucionaria del bolchevismo y sus métodos organizativos. Que
los radicales pequeñoburgueses lloren contra el centralismo. Un obrero que haya
participado aunque sea una vez en una huelga sabe que ninguna lucha es posible
sin disciplina y una dirección firme. Toda nuestra época está imbuida del
espíritu del centralismo. El capitalismo monopolista llevó hasta sus últimos
límites la centralización económica. El centralismo estatal en el marco del
fascismo asumió un carácter totalitario. Las democracias intentan cada vez más
emular este ejemplo. La burocracia sindical defiende con ensañamiento su
maquinaria poderosa. La Segunda y la Tercera Internacional utilizan descaradamente
el aparato estatal en su lucha contra la revolución.
En
estas condiciones la garantía más elemental de éxito reside en la
contraposición del centralismo revolucionario al centralismo de la reacción.
Es indispensable contar con una organización de la vanguardia proletaria
unificada por una disciplina de hierro, un verdadero núcleo selecto de
revolucionarios templados dispuestos al sacrificio e inspirados por una
indomable voluntad de vencer. Sólo un partido que no se falla a sí mismo será
capaz de preparar sistemática y afanosamente la ofensiva para, cuando suene la
hora decisiva, volcar en el campo de batalla toda la fuerza de la clase sin vacilar.
Los
escépticos superficiales se deleitan en señalar la degeneración en burocratismo
del centralismo bolchevique. ¡Como si todo el curso de la historia dependiera
de la estructura de un partido!. De hecho, es el destino del partido el que
depende del curso de la lucha de clases. Pero de todas maneras el Partido
Bolchevique fue el único que demostró en la acción su capacidad de realizar la
revolución proletaria. Es precisamente un partido así lo que necesita ahora el
proletariado internacional. Si el régimen burgués sale impune de la guerra
todos los partidos revolucionarios degenerarán. Si la revolución proletaria
conquista el poder, desaparecerán las condiciones que provocan la
degeneración.
Con
la reacción triunfante, la desilusión y la fatiga de las masas, en una
atmósfera política envenenada por la descomposición maligna de las
organizaciones tradicionales de la clase obrera, en medio de dificultades y
obstáculos que se acumulaban, el desarrollo de la Cuarta Internacional
necesariamente era lento. Los centristas, que desdeñaban nuestros esfuerzos,
hicieron más de una vez intentos aislados y a primera vista mucho más amplios y
prometedores de unificación de la izquierda. Todos ellos, sin embargo, se
hicieron polvo aun antes de que las masas tuvieran la posibilidad de recordar
siquiera sus nombres. Sólo la Cuarta Internacional, con valentía, persistencia
y éxito cada vez mayores se mantiene nadando contra la corriente.
¡Hemos pasado la prueba!
Lo
que caracteriza a una genuina organización revolucionaria es sobre todo la
seriedad con la que trabaja y pone a prueba su línea política con cada nuevo
giro de los acontecimientos. Su centralismo fructifica en democracia. Bajo el
fuego de la guerra nuestras secciones discuten apasionadamente todos los problemas
de la política proletaria, comprobando la validez de nuestros métodos y
barriendo de paso a los elementos inestables que sólo se nos unieron a causa de
su oposición a la Segunda y la Tercera Internacional. La separación de los
compañeros de ruta que no son de total confianza es el precio inevitable que
hay que pagar por la formación de un verdadero partido revolucionario.
La
inmensa mayoría de los camaradas de los diferentes países salieron airosos de
la primera prueba a que los sometió la guerra. Este hecho es de inestimable
significación para el futuro de la Cuarta Internacional. Cada miembro de base
de nuestra organización tiene no sólo el derecho sino también el deber de
considerarse de aquí en más un oficial del ejército revolucionario que se creará
al calor de los acontecimientos. La entrada de las masas en la lucha
revolucionaria pondrá de manifiesto inmediatamente la insignificancia de los
programas de los oportunistas, los pacifistas y los centristas. Un solo revolucionario
verdadero en una fábrica, una mina, un sindicato, un regimiento, un barco de
guerra vale infinitamente más que cien seudo revolucionarios pequeñoburgueses
que se cocinan en su propia salsa.
Los
políticos de la gran burguesía entienden mucho mejor el rol de la Cuarta
Internacional que nuestros pedantes pequeñoburgueses. En víspera de la ruptura
de relaciones diplomáticas, el embajador francés Couloundre y Hitler, que
buscaban en su entrevista final asustarse recíprocamente con las consecuencias
de la guerra, estaban de acuerdo en que "el único vencedor real"
sería la Cuarta Internacional. Cuando la declaración de hostilidades contra
Polonia, la prensa grande de Francia, Dinamarca y otros países publicó cables
que informaban que en los barrios obreros de Berlín aparecieron carteles que
decían "¡Abajo Stalin, viva Trotsky!" Esto significa: "¡Abajo la
Tercera Internacional, viva la Cuarta Internacional!". Cuando los obreros
y estudiantes más resueltos de Praga organizaron una manifestación en el
aniversario de la independencia nacional, el "Protector", Barón
Neurath, sacó una declaración oficial atribuyendo la responsabilidad de esta
manifestación a los "trotskistas" checos. La correspondencia desde
Praga publicada por el periódico que edita Benes, el ex presidente de la
República Checoslovaca, confirma el hecho de que los obreros checos se están
volviendo "trotskistas".[13][14] Sin embargo, éstos son sólo síntomas.
Pero indican inequívocamente las tendencias del proceso. La nueva generación de
obreros a los que la guerra empujará por el camino de la revolución tomará
nuestro estandarte.
La revolución proletaria
La
experiencia histórica estableció las condiciones básicas para el triunfo de la revolución
proletaria, que fueron aclaradas teóricamente: 1) el impasse de la burguesía y
la consecuente confusión de la clase dominante; 2) la aguda insatisfacción y el
anhelo de cambios decisivos en las filas de la pequeña burguesía, sin cuyo
apoyo la gran burguesía no puede mantenerse; 3) la conciencia de lo intolerable
de la situación y la disposición para las acciones revolucionarias en las filas
del proletariado; 4) un programa claro y una dirección firme de la vanguardia
proletaria. Estas son las cuatro condiciones para el triunfo de la revolución
proletaria. La razón principal de la derrote de muchas revoluciones radica en
el hecho de que estas cuatro condiciones raramente alcanzan al mismo tiempo el
necesario grado de madurez. Muchas veces en la historia la guerra fue la madre
de la revolución precisamente porque sacude hasta sus mismas bases los
regímenes ya obsoletos, debilita a la clase gobernante y acelera el crecimiento
de la indignación revolucionaria entre las clases oprimidas.
Ya
son intensas la desorientación de la burguesía, la alarma y la insatisfacción
de las masas populares, no sólo en los países beligerantes sino también en los
neutrales; estos fenómenos se intensificarán con cada mes de guerra que pase.
Es cierto que en los últimos veinte años el proletariado sufrió una derrota
tras otra, cada una más grave que la precedente, se desilusionó de los viejos
partidos y la guerra indudablemente lo encontró deprimido. Sin embargo, no hay
que sobrestimar la estabilidad o duración de esos estados de animo. Los
produjeron los acontecimientos; éstos los disiparán.
La
guerra, igual que la revolución, la hacen ante todo las generaciones más
jóvenes. Millones de jóvenes que no pudieron acceder a la industria comenzaron
sus vidas como desocupados y por lo tanto quedaron al margen de la política.
Hoy están encontrando su ubicación o la encontrarán mañana; el estado los
organiza en regimientos y por esta misma razón les abre la posibilidad de su
unificación revolucionaria. Sin duda la guerra también sacudirá la apatía de
las generaciones más viejas.
El problema de la dirección
Queda
en pie el problema de la dirección. ¿No será traicionada la revolución otra
vez, ya que hay dos Internacionales al servicio del imperialismo mientras que
los elementos genuinamente revolucionarios constituyen una minúscula minoría?
En otras palabras: ¿lograremos preparar a tiempo un partido capaz de dirigir la
revolución proletaria? Para contestar correctamente esta pregunta es necesario
plantearla correctamente. Naturalmente, tal o cual insurrección terminará con
seguridad en una derrota debido a la inmadurez de la dirección revolucionaria.
Pero no se trata de una insurrección aislada. Se trata de toda una época
revolucionaria.
El
mundo capitalista ya no tiene salida, a menos que se considere salida a una
agonía prolongada. Es necesario prepararse para largos años, si no décadas, de
guerra, insurrecciones, breves intervalos de tregua, nuevas guerras y nuevas
insurrecciones. Un partido revolucionario joven tiene que apoyarse en esta
perspectiva. La historia le dará suficientes oportunidades y posibilidades de
probarse, acumular experiencia y madurar. Cuanto más rápidamente se fusione la
vanguardia más breve será la etapa de las convulsiones sangrientas, menor la
destrucción que sufrirá nuestro planeta. Pero el gran problema histórico no se
resolverá de ninguna manera hasta que un partido revolucionario se ponga al
frente del proletariado. El problema de los ritmos y los intervalos es de
enorme importancia pero no altera la perspectiva histórica general ni la orientación
de nuestra política. La conclusión es simple: hay que llevar adelante la tarea
de organizar y educar a la vanguardia proletaria con una energía multiplicada
por diez. Este es precisamente el objetivo de la Cuarta Internacional.
El
mayor error lo cometen aquellos que, buscando justificar sus conclusiones
pesimistas, se refieren simplemente a las tristes consecuencias de la última
guerra. En primer lugar, de la última guerra nació la Revolución de Octubre, cuyas
lecciones están vivas en el movimiento obrero de todo el mundo. En segundo
lugar, las condiciones de la guerra actual difieren profundamente de las de
1914. La situación económica de los estados imperialistas, incluyendo Estados
Unidos, hoy es infinitamente peor, y el poder destructivo de la guerra
infinitamente mayor que hace un cuarto de siglo. Hay por lo tanto razones
suficientes para suponer que esta vez la reacción por parte de los obreros y el
ejército será mucho más rápida y decisiva.
La
experiencia de la primera guerra no pasó sin afectar profundamente a las masas.
La Segunda Internacional extrajo sus fuerzas de las ilusiones democráticas y
pacifistas que estaban casi intactas en las masas. Los obreros creían
seriamente que la guerra de 1914 sería la última. Los soldados se dejaban matar
para evitar que sus hijos tuvieran que sufrir una nueva carnicería. Este
esperanza es lo único que permitió a los hombres soportar la guerra durante más
de cuatro años. Hoy no queda casi nada de las ilusiones democráticas y
pacifistas. Los pueblos sufren la guerra actual sin creer más en ella, sin
esperar de ella otra cosa que nuevas cadenas. Esto también se aplica a los
estados totalitarios. La generación obrera más vieja, que llevó sobre sus
espaldas la carga de la primera guerra imperialista y no olvidó sus lecciones,
está lejos todavía de haber sido eliminada de la escena. Aún suenan en los
oídos de la generación siguiente a aquélla, la que iba a la escuela durante la
guerra, las falsas consignas de patriotismo y pacifismo. La inestimable
experiencia política de estos sectores, ahora aplastados por el peso de la
maquinaria bélica, se revelará en toda su plenitud cuando la guerra impulse a
las masas trabajadoras a ponerse abiertamente contra sus gobiernos.
Socialismo o esclavitud
Nuestras
tesis, La Guerra y la Cuarta
Internacional (1934), afirman que: "el carácter completamente reaccionario,
putrefacto y saqueador del capitalismo moderno, la destrucción de la
democracia, el reformismo y el pacifismo, la necesidad urgente y candente que
tiene el proletariado de encontrar una salida segura del desastre inminente
ponen a la orden del día, con fuerzas renovadas, la revolución
internacional".
Hoy
ya no se trata, como en el siglo XIX, de garantizar simplemente un desarrollo
económico más rápido y sano; hoy se trata de salvar a la humanidad del
suicidio. Es precisamente la agudeza del problema histórico lo que hace temblar
los cimientos de los partidos oportunistas. El partido de la revolución, por el
contrario, encuentra una reserva inagotable de fuerzas en su conciencia de ser
el producto de una necesidad histórica inexorable.
Más
aun; es inadmisible poner a la actual vanguardia revolucionaria al mismo nivel
de aquellos internacionalistas aislados que elevaron sus voces cuando estalló
la guerra anterior. Sólo el partido de los bolcheviques rusos representaba en
ese entonces una fuerza revolucionaria. Pero incluso éste, en su inmensa
mayoría, exceptuando un pequeño grupo de emigrados que rodeaban a Lenin, no logró
superar su estrechez nacional y elevarse a la perspectiva de la revolución
mundial.
La
Cuarta Internacional, por el número de sus militantes y especialmente por su
preparación, cuenta con ventajas infinitas sobre sus predecesores de la guerra
anterior. La Cuarta Internacional es la heredera directa de lo mejor del
bolchevismo. La Cuarta Internacional asimiló la tradición de la Revolución de
Octubre y transformó en teoría la experiencia del periodo histórico más rico
entre las dos guerras imperialistas. Tiene fe en sí misma y en su futuro.
La
guerra, recordémoslo una vez más, acelera enormemente el desarrollo político.
Esos grandes objetivos que ayer no mas nos parecían estar a años, si no a
décadas de distancia pueden planteársenos directamente en los próximos dos o
tres años, o todavía antes. Los programas que se apoyan en las condiciones
habituales de las épocas de paz inevitablemente quedarán colgando en el aire.
Por otra parte, el programa de consignas transicionales de la Cuarta
Internacional, que les parecía tan "irreal" a los políticos que no
ven más allá de sus narices, revelará toda su importancia en el proceso de
movilización de las masas por la conquista del poder.
Cuando
comience la nueva revolución los oportunistas tratarán una vez más, como lo
hicieron hace un cuarto de siglo, de inspirar a los obreros la idea de que es
imposible construir el socialismo sobre las ruinas y la desolación. ¡Como si el
proletariado tuviera libertad de elegir! Hay que construir sobre los
fundamentos que proporciona la historia. La Revolución Rusa demostró que el
gobierno obrero puede sacar de la pobreza más profunda hasta a un país muy
atrasado. Mucho mayores son los milagros que podrá realizar el proletariado de
los países avanzados. La guerra destruye estructuras, ferrocarriles, fábricas,
minas; pero no puede destruir la tecnología, la ciencia, la capacidad. Después
de crear su propio estado, organizar correctamente sus filas, aportar la fuerza
de trabajo calificado heredada del régimen burgués y organizar la producción
de acuerdo a un plan unificado, el proletariado no sólo restaurará en unos años
todo lo destruido por la guerra; también creará las condiciones para un gran
florecimiento de la cultura sobre las bases de la solidaridad.
Qué hacer
La
Conferencia de Emergencia de la Cuarta Internacional vota este manifiesto en
el momento en que, luego de abatir a Holanda y Bélgica y aplastar la
resistencia inicial de las tropas aliadas, el ejército alemán avanza como un
fuego arrollador hacia París y el Canal. En Berlín ya se apresuran a celebrar
la victoria. En el sector aliado cunde una alarma lindante con el pánico. Aquí
no tenemos posibilidades ni necesidad de internamos en especulaciones
estratégicas sobre las próximas etapas de la guerra. De todos modos, la
tremenda preponderancia de Hitler pone en este momento su impronta sobre la
fisonomía política de todo el mundo.
"¿No
está obligada la clase obrera, en las condiciones actuales, a ayudar a las
democracias en su lucha contra el fascismo alemán?" Así plantean la
cuestión amplios sectores pequeñoburgueses para quienes el proletariado es
siempre una herramienta auxiliar de tal o cual sector de la burguesía.
Rechazamos con indignación este política. Naturalmente hay diferencias entre
los distintos regímenes políticos de la sociedad burguesa, así como en un tren
hay vagones más cómodos que otros. Pero cuando todo el tren se está
precipitando en un abismo, la diferencia entre la democracia decadente y el
fascismo asesino desaparece ante el colapso de todo el sistema capitalista.
Los
triunfos y bestialidades de Hitler provocan naturalmente el odio exasperado de
los obreros de todo el mundo. Pero entre este odio legítimo de los obreros y la
ayuda a sus enemigos más débiles pero no menos reaccionarios hay una gran
distancia. El triunfo de los imperialistas de Gran Bretaña y Francia no sería
menos terrible para la suerte de la humanidad que el de Hitler y Mussolini. No
se puede salvar la democracia burguesa. Ayudando a sus burguesías contra el
fascismo extranjero los obreros sólo acelerarán el triunfo del fascismo en su
propio país. La tarea planteada por la historia no es apoyar a una parte del
sistema imperialista en contra de otra sino terminar con el conjunto del
sistema.
Los obreros tienen que aprender la
técnica militar
La
militarización de las masas se intensifica día a día. Rechazamos la grotesca
pretensión de evitar este militarización con huecas protestes pacifistas. En
la próxima etapa todos los grandes problemas se decidirán con las armas en la mano.
Los obreros no deben tener miedo de las armas; por el contrario, tienen que
aprender a usarlas. Los revolucionarios no se alejan del pueblo ni en la guerra
ni en la paz. Un bolchevique trata no sólo de convertirse en el mejor
sindicalista sino también en el mejor soldado.
No
queremos permitirle a la burguesía que lleve a los soldados sin entrenamiento o
semientrenados a morir en el campo de batalla. Exigimos que el estado ofrezca
inmediatamente a los obreros y a los desocupados la posibilidad de aprender a
manejar el rifle, la granada de mano, el fusil, el cañón, el aeroplano, el
submarino y los demás instrumentos de guerra. Hacen falta escuelas militares
especiales estrechamente relacionadas con los sindicatos para que los obreros
puedan transformarse en especialistas calificados en el arte militar, capaces
de ocupar puestos de comandante.
¡Esta no es nuestra guerra!
Al
mismo tiempo, no nos olvidamos ni por un momento de que esta guerra no es
nuestra guerra. A diferencia de la Segunda y la Tercera Internacional, la
Cuarta Internacional no construye su política en función de los avatares
militares de los estados capitalistas sino de la transformación de la guerra
imperialista en una guerra de los obreros contra los capitalistas, del
derrocamiento de la clase dominante en todos los países, de la revolución
socialista mundial. Los cambios que se producen en el frente, la destrucción de
los capitales nacionales, la ocupación de territorios, la caída de algunos
estados, desde este punto de vista sólo constituyen trágicos episodios en el
camino a la reconstrucción de la sociedad moderna.
Independientemente
del curso de la guerra, cumplimos nuestro objetivo básico: explicamos a los
obreros que sus intereses son irreconciliables con los del capitalismo sediento
de sangre; movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo;
propagandizamos la unidad de los obreros de todos los países beligerantes y
neutrales; llamamos a la fraternización entre obreros y soldados dentro de cada
país y entre los soldados que están en lados opuestos de las trincheras en el
campo de batalla; movilizamos a las mujeres y los jóvenes contra la guerra;
preparamos constante, persistente e incansablemente la revolución en las
fábricas, los molinos, las aldeas, los cuarteles, el frente y la flota.
Este
es nuestro programa. ¡Proletarios del mundo, no hay otra salida que la de
unirse bajo el estandarte de la Cuarta Internacional!
[1][2] Abisinia (Etiopía) y Albania
habían sido ocupadas por Italia en 1935 y 1939 respectivamente, y China fue
invadida por Japón, primero en 1931 y nuevamente en 1937.
[2][3]
La política del buen vecino, proclamada
por el presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, planteaba que Estados
Unidos no recurriría más a las intervenciones armadas en Latinoamérica y el
Caribe sino que funcionaría como un "buen vecino".
[3][4]
Vendée es una provincia del sudoeste de Francia que fue bastión del sentimiento
contrarrevolucionario durante la Revolución Francesa.
[4][5] En enero de 1918 los soviets
fineses, bajo la conducción de los comunistas, intentaron tomar el poder, pero
el gobierno finés llamó a tropas alemanas para derrotarlos. El gobierno
soviético no era lo suficientemente fuerte en ese tiempo como para suministrar
a los revolucionarios la ayuda necesaria.
[5][6]
Semion K. Timoshenko (1895): amigo de Stalin desde 1910, dirigió la ocupación
de Polonia Oriental en 1939 y parte de las operaciones contra Finlandia
(1939-1940). Se convirtió en mariscal en 1940 y reemplazó a Voroshilov como
comisario del pueblo de defensa el mismo año.
[6][7]
La Liga Musulmana y el Congreso Nacional eran las principales
organizaciones burguesas que se oponían al dominio inglés en la India. El Congreso
Nacional se convirtió en el partido más importante de la India después de la
independencia, mientras que la Liga Musulmana llegó a ser la fuerza política
principal de Pakistán después de que éste se separó de la India.
[7][8] En junio de 1936 estalló en
Francia una ola masiva de huelga que abarcaron a por lo menos siete millones de
trabajadores a la vez, muchos de ellos participantes de huelgas de brazos
caídos. Otra alza en la ola de huelgas tuvo lugar en julio de 1936.
[8][9]
La teoría del "social-fascismo",
una inspiración de Stalin, sostenía que la socialdemocracia y el fascismo
no eran adversarios sino gemelos. Como los socialdemócratas eran sólo una
variedad de fascistas, y como todos, excepto los stalinistas, eran en cierta
medida fascistas, no se permitía a los stalinistas comprometerse en frentes
únicos contra los fascistas con cualquier otra tendencia. Ninguna teoría fue ni
podría ser mas útil para Hitler en los años en que se encaminaba a la toma del
poder en Alemania. Los stalinistas, finalmente, dejaron de lado la teoría en
1934, y pronto se dedicaron a cortejar no sólo a los socialdemócratas sino
también a políticos capitalistas como Roosevelt y Daladier. Con esta alusión
Trotsky refuerza la ironía sobre el hecho de que los stalinistas, cuya sectaria
negativa a trabajar con otras organizaciones obreras de 1928 a 1934 se basaba
en la insistencia en que todas las organizaciones no stalinistas eran
"social-fascistas", se convirtieron realmente en defensores
incondicionales de la Alemania nazi durante la vigencia del pacto
Stalin-Hitler.
[9][10] La política del Kremlin hacia
Hitler sufrió un decisivo y brusco cambio en junio de 1941 cuando los ejércitos
del Tercer Reich invadieron la Unión Soviética.
[10][11] Sidney Webb (1859-1947): fue
uno de los fundadores de la Sociedad Fabiana de socialistas utópicos y colaboró
en los comienzos de New Statesman. Fue secretario de colonias (1929-1931) y
dominios (1929-1930). Marius Moutet: fue ministro socialista de colonias en el
gobierno frentepopulista francés en 1938 y responsable por el encarcelamiento
de Ta Thu Thau, líder de los trotskistas indochinos.
[11][12]
Vicente Lombardo Toledano (1893-1968): stalinista, fue jefe también de la CTM
(Confederación Mexicana de Trabajadores, la mayor organización obrera de
México). Fue un activo participante en la campaña de calumnias llevada a cabo
por los stalinistas mexicanos contra Trotsky, campaña que éste estaba
convencido se había lanzado para preparar a la opinión pública para el asesinato.
[12][13]
El POUM (Partido Obrero de
Unificación Marxista) fue fundado en España en 1935, cuando los miembros de la
Oposición en España rompieron con Trotsky y se unieron con el Bloque de Obreros
y Campesinos (centrista). Trotsky rompió todas las relaciones con los mismos
cuando se adhirieron al gobierno frente populista español.
[13][14]
Edouard Benes (1884-1948):
se convirtió en presidente de Checoslovaquia en 1935 y renunció en octubre de
1938, cuando los alemanes ocuparon los Sudetes. Fue reelecto presidente en 1946
y lo asesinaron o se suicidó cuando el Partido Comunista se hizo cargo de
Checoslovaquia en 1948.