EL AJEDREZ GLOBAL DE LA
CRISIS
Claudio Katz[1]
Una nueva fase recesiva de la crisis
iniciada en el 2007 se vislumbra en las economías desarrolladas. El rebote
logrado con desembolsos estatales se está agotando y la próxima recaída
incluirá un alto piso de desempleo. Sólo para retomar el nivel de ocupación
vigente al comienzo del temblor se necesitarían crear en el mundo 17 millones
de puestos de trabajo y las tesorerías están exhaustas por el socorro brindado
a los bancos.
En el debut de la convulsión hubo dos
interpretaciones económicas predominantes. Los neoliberales subrayaron la
culpabilidad de los deudores, que tomaron préstamos sin capacidad de repago y
la irresponsabilidad de los estados, que asumieron pasivos inmanejables. Los
keynesianos remarcaron, en cambio, la falta de regulación financiera y los
excesos de especulación. También subrayaron el deterioro de la demanda solvente
por el estancamiento de los salarios y la polarización social. Ambas corrientes
enfatizaron distintos desaciertos de la política económica que condujo al
colapso actual.
Pero esta atención inicial en el origen de la crisis se ha
desplazado posteriormente hacia otro problema: el impacto regional diferenciado
de la convulsión y los consiguientes cambios en el tablero geopolítico. Esta
mirada realza el viraje hacia la multipolaridad, la pérdida
de hegemonía estadounidense, al ascenso de China y la gravitación de las
economías emergentes.
¿Cómo
se desenvuelve la crisis económica en cada región? ¿Cuáles son las estrategias
en juego de las clases dominantes? ¿Qué tipo escenarios están despuntando a
nivel global?
FRACTURA DE LA ECONOMIA ESTADOUNIDENSE
El desplome inmobiliario desató la
crisis en Estados Unidos, cuando los deudores insolventes (subprime) no
pudieron afrontar el pago de sus cuotas. Los bancos afrontaron un gran bache de
cobranza frente a 11 millones de viviendas valuadas por debajo de sus hipotecas
y un quinto de los propietarios asfixiados por créditos impagables.
Posteriormente salió a flote el
mismo endeudamiento en otros terrenos. Las familias soportan pasivos
equivalentes al 112% de sus ingresos y obligaciones financieras 37% superiores
a la década pasada. Toda la cadena de financiación está afectada por una
morosidad que induce a los bancos a retacear los préstamos y a crear un círculo
vicioso de recesión y mayor fragilidad financiera.
Los economistas ortodoxos acusan a
los deudores y sus adversarios a los bancos. Pero ambos olvidan que la bola de
nieve de consumos financiados sin respaldo se arrastra desde hace varias
décadas, como consecuencia de la reorganización capitalista que impuso la
mundialización neoliberal. Esta transformación introdujo un deterioro en las
condiciones laborales (precarización, estancamiento de los salarios,
segmentación de las calificaciones), que retrajo los ingresos populares e
impulsó a mantener el consumo con el auxilio crediticio.
Con grandes préstamos a las familias
se sostuvo la demanda frente a un desempleo que ya bordea los dos dígitos, una
pobreza que afecta al 15% de la población, sueldos retraídos al nivel vigente
hace 15 años y una concentración escandalosa de la riqueza[2].
La reestructuración neoliberal
también incluyó una significativa deslocalización de las firmas, que lucran en
el exterior con menores costos salariales acentuando la pérdida de puestos de
trabajo. Las empresas estadounidenses crean fuera del país, los empleos que
destruyen internamente y por esta razón, la recesión local coexiste con el
aumento de las utilidades foráneas que obtienen las principales 500 firmas[3]
En las últimas décadas el enorme
consumo norteamericano persistió sobre endebles cimientos de endeudamiento, en
un contexto de regresión industrial interna, aumento de la explotación, déficit
comercial y emigración de firmas. Este crítico escenario fue un resultado de la
presión competitiva que impuso el neoliberalismo.
Los desequilibrios generados por
esta remodelación salieron a flote con el estallido de la deuda hipotecaria.
Pero la magnitud de los desajustes se tornó visible a partir de la bancarrota
de Lehman Brothers (2008) y la erosión de todo el sistema financiero (2009).
El socorro posterior ha creado
finalmente la actual pesadilla de insolvencia fiscal y bancaria, que hace
temblar a los mercados. Las entidades permanecen en terapia intensiva y la
deuda estatal se elevó del 62 % (2007) al 100% del PBI (2011)[4]
El gobierno gestiona el agujero
fiscal sin ninguna coherencia. Un día acepta la presión de los republicanos
para recortar el gasto y a la jornada siguiente lanza un programa de inversión
con grandes recortes fiscales. Obama está paralizado entre la presión de la
derecha que copó el Congreso y un electorado que sigue esperando el
cumplimiento de sus promesas.
REACCION
EXTERNA NORTEAMERICANA
Estados Unidos ha intentado ordenar
la gestión global de la crisis, mediante la organización del G 20 y la
intervención conjunta de los Bancos Centrales. Pero desenvuelve, además, varias
estrategias utilizando sus principales instrumentos económicos.
El primer recurso es el dólar que
concentra el 85% de las transacciones en divisas, el 65% del comercio global y
un porcentaje semejante de las reservas mundiales. Este signo nomina la mitad
de la deuda internacional y el grueso de las operaciones con petróleo o
materias primas.
El dólar ha perdido el reinado
indiscutible que tenía en la posguerra, pero mantiene su primacía ante la
ausencia de reemplazo. El euro no logró la influencia requerida para actuar
como moneda global, el yen ha perdido influencia y el yuan no se ha
internacionalizado como signo convertible.
Esta carencia de sustituto le
permite al dólar mantener una intervención predominante, que podría anticipar la
futura convivencia de tres monedas (dólar, euro, yuan), el retorno a los tipos
de cambio fijo o la negociación de una nueva canasta de varios signos[5].
En cualquiera de estas alternativas el dólar podría mantener
la incidencia que ha conservado desde su in-convertibilidad, en sucesivas
etapas de revalorización y desvalorización de su cotización. El margen para
administrar tipos de cambios altos (que atraigan capitales) y bajos (que
fomenten las exportaciones) se ha estrechado, pero no ha desaparecido.
La influencia norteamericana es
también significativa en la reforma del sistema financiero mundial (Basilea
III). Este cambio se tramita para incrementar el patrimonio de los bancos,
mediante negociaciones sobre el monto que deberían aportar las entidades.
También se discute como regular los nuevos mecanismos de especulación
(derivados, CDS, Hedge Funds) y las operaciones financieras que las empresas
desenvuelven en forma directa.
La
internacionalización de las finanzas y la interconexión de las Bolsas tornan
imperioso este ajuste normativo, que se procesa a través de una reorganización
previa de las entidades norteamericanas. Un reconocido jefe del clan bancario (Paul
Volcker) está comandando esa remodelación.
Wall Street actúa en este terreno en
estrecha sociedad con la City Londinense. Ambas comparten el manejo de las
cúspides financieras y pretenden restringir todas las regulaciones al mínimo compatible
con sus negocios.
Los próceres del neoliberalismo
(Greenspan y Bernanke) se encuentran a la defensiva para comandar esta
reorganización. Ya no ponderan en público la eficiencia suprema de los mercados
para auto-contener las burbujas. Pero sus oponentes keynesianos (como William
Dudley), tampoco logran apoyo para implementar un mayor control previo de las
oleadas especulativas. En ambas variantes la dirección de los cambios se define
en Estados Unidos[6].
La influencia norteamericana es
también decisiva dentro del FMI. A pesar de las crecientes atribuciones
obtenidas por los nuevos participantes del Fondo, Washington marca la pauta del
organismo. En los últimos cónclaves del G 20 logró duplicar los fondos de la
entidad, otorgarle mayores facultades como auditora y asignarle crecientes
potestades de intervención nacional.
El FMI define actualmente en Europa
las sanciones contra cualquier obstrucción del apriete. Suspendió créditos a
Ucrania cuando se dispusieron aumentos del salario mínimo, impuso la reducción
de los sueldos en Letonia, exigió privatizaciones en Grecia y objetó el
referéndum de Islandia contra los acreedores. Ya no actúa sólo en las economías
menores, sino que supervisa el rescate de Italia[7].
Partiendo de
estas acciones el establishment norteamericano evalúa estrategias de salida de
la crisis, tanteando las opciones inflacionistas. Desde el 2008 la Reserva
Federal (FED) inyectó 2 billones de dólares, mediante políticas
ultra-expansivas (conocidas como “relajamiento cuantitativo”). Instrumentó
emisiones monetarias que inundan de dólares el planeta y facilitan la
exportación de los desequilibrios estadounidenses. Esta política apunta a
licuar la deuda pública con inflación, repitiendo un mecanismo ya utilizado por
Estados Unidos para achicar sus pasivos estatales, empapelando al resto del
mundo.
Pero esta reiteración presenta
mayores dificultades, no sólo por la resistencia que oponen los economistas
ortodoxos. La reducción inflacionaria de la deuda se consumó en el pasado en
contextos de alto crecimiento, que permitían achicar la proporción total de esa
carga en comparación al PBI. Nadie avizora esos escenarios de prosperidad en
los próximos años[8].
EL DESCALABRO
EUROPEO
Muchos analistas europeos
caracterizaron inicialmente la crisis del Viejo Continente como un simple eco
del temblor norteamericano. Pero esa visión quedó desmentida por la
impresionante dimensión del tsunami europeo[9].
La magnitud de ese desplome se
explica por los desequilibrios específicos que generó la formación de la Unión
Europea (27 países) y la Eurozona (17 naciones). Ambas iniciativas buscaron
amoldar la región a las reglas neoliberales de la competitividad global,
sustituyendo la antigua diversidad de economías por un bloque liderado por la
locomotora alemana y la diplomacia francesa.
El comando económico germano se consolidó con la anexión del
territorio oriental (ex RDA). Las clases dominantes utilizaron el poderío
tecnológico y la alta productividad de la industria, para reforzar la
disciplina salarial y transformar al país en la gran potencia exportadora de la
zona euro.
Pero la crisis actual ha demostrado
el carácter inacabado de ese bloque. La moneda común fue introducida para
asegurar la colocación de los excedentes germanos, mientras se posponía la
organización del presupuesto y la fiscalidad compartida. Esa carencia ha sido
letal. La ausencia de instituciones estatales comunes para respaldar el signo
monetario socavó la cohesión del proyecto y potenció la heterogeneidad de la
comunidad. En lugar de consolidar la estructura en gestación acrecentó la
distancia que separa a las economías pujantes de los países rezagados.
Inicialmente se esperaba acortar
esas brechas mediante el desarrollo de un mercado compartido y la
instrumentación de transferencias hacia las zonas relegadas. Pero terminó
prevaleciendo un proceso inverso, de sistemática pérdida de posiciones de los
países con mayores tasas inflación y menores índices de productividad. Esta
fractura condujo a desequilibrios comerciales que fueron compensados con
endeudamiento. Al final, sobrevino el pase de facturas de las economías
excedentarias (Alemania, Holanda, Austria) a los países deficitarios (Grecia,
Portugal, Irlanda)[10]
El endeudamiento público y el
quebranto de los bancos acentuaron esta brecha entre el centro y la periferia
de la Eurozona. Primero colapsaron las pequeñas economías agobiadas por el
desbalance comercial (Grecia), la inversión extranjera sesgada (Irlanda) y la
financiación foránea especulativa (Islandia, Chipre). Luego el desplome fiscal
se expandió a Italia (tercer país la zona) y ahora amenaza a España (que
afronta una enorme morosidad hipotecaria).
Todos los bancos tienen repletas sus
carteras de títulos públicos insolventes. Las frágiles entidades de Grecia,
Irlanda o Islandia ya colapsaron y hay pavor por la situación de grandes
instituciones de Francia, Alemania, Austria o Italia. Las transacciones
inter-bancarias se han encogido, crece el temor por la toxicidad de los
balances y hay salidas de fondos hacia lugares más seguros[11].
LA ESTRATEGIA
GERMANA
Alemania no puede intentar las
respuestas globales que tantea Estados Unidos. Carece de los recursos
imperiales que conserva la primera potencia y ha optado por una estrategia
deflacionaria defensiva, que ese ubica en las antípodas de la opción
inflacionaria norteamericana. Mientras que la FED ha impulsado reducciones
sistemáticas de las tasas de interés, el Banco Central Europeo (BCE) ha
encarecido el costo del dinero.
Frecuentemente se explica esta
diferencia por un cruce de tradiciones. La memoria de Weimar es contrastada con
el recuerdo del New Deal. Este contrapunto entre temores europeos a la
hiperinflación y recuerdos norteamericanos de la Gran Depresión ilustra la
brecha de influencia que existe entre ambos países, en la gestión internacional
de la crisis[12].
Alemania actúa
a nivel europeo con una política de atropello para descargar sobre los
trabajadores el costo de la crisis. Esta embestida no implica un ajuste más.
Supone demoler el estado de bienestar construido desde la posguerra y barrer
con conquistas sociales nunca alcanzadas por los asalariados de otros
continentes. Las tasas de desempleo europeo ya promedian el 20 % y bajo el
impacto de la precarización laboral, la pobreza se ha extendido a un cuarto de
la población[13].
El otro
cimiento de la política germana es el apriete fiscal para sostener el euro. En
los últimos meses la continuidad de este signo quedó en la cornisa y se ha especulado
con su reorganización, fractura o desaparición. Pero esa moneda ha sido la
llave de un dominio exportador alemán basado en la unificación de los mercados
y la eliminación de las barreras proteccionistas.
Para preservar el euro se impuso la
suscripción del reciente pacto fiscal. Se fija un plazo para restaurar reglas
de déficit y deuda pública, con sanciones automáticas para los países que
violen esos límites. Tendrán que incorporar ese principio presupuestario como
una norma constitucional y someterse al control de cortes supra-nacionales.
Estos poderes supervisarán el gasto, imponiendo recortes en cualquier momento
del año y colocando a los pueblos entre la espada y la pared. Quienes incumplan
el cronograma serán automáticamente excluidos de la Eurozona.
Este endurecimiento es congruente
con la estrategia alemana de reforzar su patrón exportador sin emitir dinero.
Busca afianzar el rol de la periferia europea como proveedora de insumos a
costos decrecientes. La poda de los salarios griegos, la pulverización de la
seguridad social irlandesa y el generalizado aumento de la edad de jubilación
anticipan las consecuencias de esta reorganización[14].
Alemania impone esta estrategia
deflacionaria, vetando todas las iniciativas financieras que amenazan su
competitividad. Bloqueó la creación de los Eurobonos y la mutualización de las
deudas. Obstruyó la ampliación del fondo de rescate bancario (FEEF- MEE),
impidió la compra de bonos en los mercados secundarios y reforzó las
prohibiciones de financiamiento directo del BCE a los estados.
Este rigor no implica abandonar a
los bancos en quiebra. Alemania aprueba el auxilio, pero buscando preservar su
potencial industrial. No renuncia a la financiación futura de la Eurozona con
los mecanismos federales que rigen en Estados Unidos, pero quiere garantizar su
control fiscal previo. Aceleró esta supervisión ante la vulnerabilidad de los
bancos y la imposibilidad de de repetir la paulatina absorción de acreencias,
que implementó por ejemplo Estados Unidos hace dos décadas, frente a las
acreencias latinoamericanas[15].
Pero el nuevo cuadro fiscal abre
otra gama de conflictos en las cúpulas de la Unión Europea (UE). Gran Bretaña
rechazó el pacto franco-alemán y decidió mantenerse al margen para proteger la
autonomía de la City. Objetó someter sus bancos a la supervisión de Bruselas y
no consiguió el poder de veto para resguardar sus negocios. A los capitalistas
ingleses les interesa participar en el mercado continental, pero preservando la
internacionalización de sus finanzas.
La alianza Merkel-Sarkozy emergió
como ganadora del reciente round, pero sólo el tiempo permitirá evaluar la
consistencia de esa victoria. La crisis devora los liderazgos políticos y cada
elección consagra algún castigo al gobernante de turno. Esta sanción afecta por
igual a los socialdemócratas (Irlanda, Portugal, España) y a los conservadores
(Francia, Italia, Alemania)[16].
INTERROGANTES
SOBRE CHINA
El continuado crecimiento de China a
tasas del 9-10% anual constituye una importante novedad de la crisis en curso.
En la última década las exportaciones del gigante oriental se multiplicaron a
un ritmo desenfrenado. China captura recursos naturales en África, afianza los
intercambios comerciales con América Latina y ya destronó a Japón como segunda
economía del mundo.
Este avance
confirma la profundidad de los cambios registrados durante la etapa neoliberal.
China se integró a la mundialización utilizando la baratura de su fuerza de
trabajo, sin repetir la vieja trayectoria de debut proteccionista, gestación de
una burguesía nacional y despliegue de rivalidades internacionales. Se insertó
directamente en la acumulación global del capitalismo.
Al comienzo de
la crisis muchos economistas suponían que el crecimiento chino contrarrestaría
la retracción de las economías avanzadas. En los hechos se registró tan sólo un
contrapeso parcial. El gigante asiático ha sostenido financieramente a Estados
Unidos y a Europa en los picos de la crisis, para asegurar la continuidad de
sus ventas externas, preservando la demanda interna y motorizando la
adquisición internacional de materias primas. Con estas acciones frenó la
depresión general y acotó el alcance geográfico de la recesión, aunque sin
reemplazar a las locomotoras del mundo desarrollado. ¿Mantendrá este rol?
Quiénes
apuestan a esa continuidad esperan un fuerte auxilio del yuan al Viejo
Continente, mediante enormes adquisiciones de títulos públicos nominados en
euros. Pero China ya compró grandes sumas de la deuda italiana, española o
portuguesa y tiene un cuarto de sus reservas en esa moneda. El incremento de
esas adquisiciones suscita divergencias en la dirigencia oriental.
El sector más
asociado con negocios globales (“elite de la costa”) acepta participar en el
nuevo rescate, a cambio de fuertes contrapartidas. Busca aminorar las sanciones
por dumping, obtener el status de “economía de mercado” e ingresar en la
inversión de la infraestructura europea.
Esta fracción también intenta
posicionar a China en el futuro diseño de una moneda mundial. Por eso reclama
que una porción de cualquier auxilio quede nominado en yuanes. Pero esa
inserción monetaria también valorizaría el tipo de cambio y deterioraría el
modelo exportador. China ha resistido numerosas presiones para revaluar el yuan
y no aceptó las exigencias, que en la década pasada Estados Unidos le impuso a
Japón. Sin embargo, la propia internacionalización del yuan podría generar ese
debilitamiento de la autonomía que mantiene la principal economía asiática[17].
Los fondos de inversión chinos han
participado activamente en el sostén del dólar y los bonos del tesoro.
Compraron acciones de General Motors y porciones del banco Morgan Stanley. Pero
otra escala de estas adquisiciones (especialmente en Europa) introduciría al
país en una riesgosa política imperial. Para defender lo obtenido en el
extranjero se necesita una presencia geopolítica que la dirigencia china
rehúye.
Por esta razón muchos
sectores de la conducción (“elite del interior”). Cuestionan el desmedido
aumento de las inversiones foráneas y destacan la necesidad de incrementar
primero la bajísima proporción del consumo interno en el producto total. La
oleada de internautas que objetó el reciente financiamiento del Viejo
Continente refleja esta preocupación. Conviene recordar que el ingreso per
capita de los chinos es aún 10 veces inferior al promedio de los europeos.
El dilema de
sostener el modelo exportador o procesar un giro hacia el consumo interno
persiste sin resolución. Existe una fuerte presión para apuntalar el segundo
curso, pero sin resultados significativos. Este giro no se consuma, ante la
magnitud de los desequilibrios que podría desatar.
Para aumentar
sustancialmente el poder adquisitivo interno habría que subir el salario e
introducir prestaciones sociales generalizadas. Estas medidas chocarían con el
costo laboral reducido que permitió el ascenso capitalista del país. Un
anticipo de este problema se observa en las corrientes de inversión, que fluyen
hacia las economías asiáticas con sueldos inferiores a China.
El curso
económico a seguir está sujeto a múltiples tensiones. La burbuja inmobiliaria
es el desequilibrio más inmediato. En las 30 principales ciudades los precios
de las viviendas subieron 50% en los últimos dos años, repitiendo el ciclo de
endeudamiento dudoso que afectó a Estados Unidos y España. Como el 25% de la
economía está vinculada a la construcción, una brusca reversión de esa
valorización podría afectar al PBI.
También existen graves problemas
financieros. Aunque el estado mantiene el control del crédito se ha gestado un
enorme mercado de préstanos clandestinos, que solventa el consumo de la clase
media y la oscura administración de los gobiernos locales. Estos desajustes
explican la inflación, que durante la década pasada osciló en torno al 2% anual
y actualmente ha trepado al 6,2%.
La inestabilidad de los negocios
también obedece a la magnitud de los beneficios acumulados por los segmentos
privilegiados. Los ingresos del 10% más rico de la población son 23 veces más
elevados que el 10% más pobre y la crema de los ejecutivos percibe salarios 128
veces superiores al promedio general[18].
Esta fractura social coexiste con
problemas estructurales de sobre-inversión, que ya alcanzó una tasa anual del
45% del PBI. Este ritmo de actividad exige abrir nuevos mercados en un
escenario internacional recesivo, mientras se acrecientan los peligros de un
descontrol ecológico.
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