sábado, 12 de mayo de 2012


EL AJEDREZ GLOBAL DE LA CRISIS

Claudio Katz[1]

Una nueva fase recesiva de la crisis iniciada en el 2007 se vislumbra en las economías desarrolladas. El rebote logrado con desembolsos estatales se está agotando y la próxima recaída incluirá un alto piso de desempleo. Sólo para retomar el nivel de ocupación vigente al comienzo del temblor se necesitarían crear en el mundo 17 millones de puestos de trabajo y las tesorerías están exhaustas por el socorro brindado a los bancos.
En el debut de la convulsión hubo dos interpretaciones económicas predominantes. Los neoliberales subrayaron la culpabilidad de los deudores, que tomaron préstamos sin capacidad de repago y la irresponsabilidad de los estados, que asumieron pasivos inmanejables. Los keynesianos remarcaron, en cambio, la falta de regulación financiera y los excesos de especulación. También subrayaron el deterioro de la demanda solvente por el estancamiento de los salarios y la polarización social. Ambas corrientes enfatizaron distintos desaciertos de la política económica que condujo al colapso actual.
 Pero esta atención inicial en el origen de la crisis se ha desplazado posteriormente hacia otro problema: el impacto regional diferenciado de la convulsión y los consiguientes cambios en el tablero geopolítico. Esta mirada realza el viraje hacia la multipolaridad, la pérdida de hegemonía estadounidense, al ascenso de China y la gravitación de las economías emergentes.
¿Cómo se desenvuelve la crisis económica en cada región? ¿Cuáles son las estrategias en juego de las clases dominantes? ¿Qué tipo escenarios están despuntando a nivel global?

FRACTURA DE LA ECONOMIA ESTADOUNIDENSE

El desplome inmobiliario desató la crisis en Estados Unidos, cuando los deudores insolventes (subprime) no pudieron afrontar el pago de sus cuotas. Los bancos afrontaron un gran bache de cobranza frente a 11 millones de viviendas valuadas por debajo de sus hipotecas y un quinto de los propietarios asfixiados por créditos impagables.
Posteriormente salió a flote el mismo endeudamiento en otros terrenos. Las familias soportan pasivos equivalentes al 112% de sus ingresos y obligaciones financieras 37% superiores a la década pasada. Toda la cadena de financiación está afectada por una morosidad que induce a los bancos a retacear los préstamos y a crear un círculo vicioso de recesión y mayor fragilidad financiera.
Los economistas ortodoxos acusan a los deudores y sus adversarios a los bancos. Pero ambos olvidan que la bola de nieve de consumos financiados sin respaldo se arrastra desde hace varias décadas, como consecuencia de la reorganización capitalista que impuso la mundialización neoliberal. Esta transformación introdujo un deterioro en las condiciones laborales (precarización, estancamiento de los salarios, segmentación de las calificaciones), que retrajo los ingresos populares e impulsó a mantener el consumo con el auxilio crediticio.
Con grandes préstamos a las familias se sostuvo la demanda frente a un desempleo que ya bordea los dos dígitos, una pobreza que afecta al 15% de la población, sueldos retraídos al nivel vigente hace 15 años y una concentración escandalosa de la riqueza[2].
La reestructuración neoliberal también incluyó una significativa deslocalización de las firmas, que lucran en el exterior con menores costos salariales acentuando la pérdida de puestos de trabajo. Las empresas estadounidenses crean fuera del país, los empleos que destruyen internamente y por esta razón, la recesión local coexiste con el aumento de las utilidades foráneas que obtienen las principales 500 firmas[3]
En las últimas décadas el enorme consumo norteamericano persistió sobre endebles cimientos de endeudamiento, en un contexto de regresión industrial interna, aumento de la explotación, déficit comercial y emigración de firmas. Este crítico escenario fue un resultado de la presión competitiva que impuso el neoliberalismo.
Los desequilibrios generados por esta remodelación salieron a flote con el estallido de la deuda hipotecaria. Pero la magnitud de los desajustes se tornó visible a partir de la bancarrota de Lehman Brothers (2008) y la erosión de todo el sistema financiero (2009).
El socorro posterior ha creado finalmente la actual pesadilla de insolvencia fiscal y bancaria, que hace temblar a los mercados. Las entidades permanecen en terapia intensiva y la deuda estatal se elevó del 62 % (2007) al 100% del PBI (2011)[4] 
El gobierno gestiona el agujero fiscal sin ninguna coherencia. Un día acepta la presión de los republicanos para recortar el gasto y a la jornada siguiente lanza un programa de inversión con grandes recortes fiscales. Obama está paralizado entre la presión de la derecha que copó el Congreso y un electorado que sigue esperando el cumplimiento de sus promesas.

REACCION EXTERNA NORTEAMERICANA

Estados Unidos ha intentado ordenar la gestión global de la crisis, mediante la organización del G 20 y la intervención conjunta de los Bancos Centrales. Pero desenvuelve, además, varias estrategias utilizando sus principales instrumentos económicos.
El primer recurso es el dólar que concentra el 85% de las transacciones en divisas, el 65% del comercio global y un porcentaje semejante de las reservas mundiales. Este signo nomina la mitad de la deuda internacional y el grueso de las operaciones con petróleo o materias primas.
El dólar ha perdido el reinado indiscutible que tenía en la posguerra, pero mantiene su primacía ante la ausencia de reemplazo. El euro no logró la influencia requerida para actuar como moneda global, el yen ha perdido influencia y el yuan no se ha internacionalizado como signo convertible.
Esta carencia de sustituto le permite al dólar mantener una intervención predominante, que podría anticipar la futura convivencia de tres monedas (dólar, euro, yuan), el retorno a los tipos de cambio fijo o la negociación de una nueva canasta de varios signos[5].
 En cualquiera de estas alternativas el dólar podría mantener la incidencia que ha conservado desde su in-convertibilidad, en sucesivas etapas de revalorización y desvalorización de su cotización. El margen para administrar tipos de cambios altos (que atraigan capitales) y bajos (que fomenten las exportaciones) se ha estrechado, pero no ha desaparecido.
La influencia norteamericana es también significativa en la reforma del sistema financiero mundial (Basilea III). Este cambio se tramita para incrementar el patrimonio de los bancos, mediante negociaciones sobre el monto que deberían aportar las entidades. También se discute como regular los nuevos mecanismos de especulación (derivados, CDS, Hedge Funds) y las operaciones financieras que las empresas desenvuelven en forma directa.
La internacionalización de las finanzas y la interconexión de las Bolsas tornan imperioso este ajuste normativo, que se procesa a través de una reorganización previa de las entidades norteamericanas. Un reconocido jefe del clan bancario (Paul Volcker) está comandando esa remodelación.
Wall Street actúa en este terreno en estrecha sociedad con la City Londinense. Ambas comparten el manejo de las cúspides financieras y pretenden restringir todas las regulaciones al mínimo compatible con sus negocios.
Los próceres del neoliberalismo (Greenspan y Bernanke) se encuentran a la defensiva para comandar esta reorganización. Ya no ponderan en público la eficiencia suprema de los mercados para auto-contener las burbujas. Pero sus oponentes keynesianos (como William Dudley), tampoco logran apoyo para implementar un mayor control previo de las oleadas especulativas. En ambas variantes la dirección de los cambios se define en Estados Unidos[6].
La influencia norteamericana es también decisiva dentro del FMI. A pesar de las crecientes atribuciones obtenidas por los nuevos participantes del Fondo, Washington marca la pauta del organismo. En los últimos cónclaves del G 20 logró duplicar los fondos de la entidad, otorgarle mayores facultades como auditora y asignarle crecientes potestades de intervención nacional.
El FMI define actualmente en Europa las sanciones contra cualquier obstrucción del apriete. Suspendió créditos a Ucrania cuando se dispusieron aumentos del salario mínimo, impuso la reducción de los sueldos en Letonia, exigió privatizaciones en Grecia y objetó el referéndum de Islandia contra los acreedores. Ya no actúa sólo en las economías menores, sino que supervisa el rescate de Italia[7].
Partiendo de estas acciones el establishment norteamericano evalúa estrategias de salida de la crisis, tanteando las opciones inflacionistas. Desde el 2008 la Reserva Federal (FED) inyectó 2 billones de dólares, mediante políticas ultra-expansivas (conocidas como “relajamiento cuantitativo”). Instrumentó emisiones monetarias que inundan de dólares el planeta y facilitan la exportación de los desequilibrios estadounidenses. Esta política apunta a licuar la deuda pública con inflación, repitiendo un mecanismo ya utilizado por Estados Unidos para achicar sus pasivos estatales, empapelando al resto del mundo.
Pero esta reiteración presenta mayores dificultades, no sólo por la resistencia que oponen los economistas ortodoxos. La reducción inflacionaria de la deuda se consumó en el pasado en contextos de alto crecimiento, que permitían achicar la proporción total de esa carga en comparación al PBI. Nadie avizora esos escenarios de prosperidad en los próximos años[8].

EL DESCALABRO EUROPEO

Muchos analistas europeos caracterizaron inicialmente la crisis del Viejo Continente como un simple eco del temblor norteamericano. Pero esa visión quedó desmentida por la impresionante dimensión del tsunami europeo[9]. 
La magnitud de ese desplome se explica por los desequilibrios específicos que generó la formación de la Unión Europea (27 países) y la Eurozona (17 naciones). Ambas iniciativas buscaron amoldar la región a las reglas neoliberales de la competitividad global, sustituyendo la antigua diversidad de economías por un bloque liderado por la locomotora alemana y la diplomacia francesa.
 El comando económico germano se consolidó con la anexión del territorio oriental (ex RDA). Las clases dominantes utilizaron el poderío tecnológico y la alta productividad de la industria, para reforzar la disciplina salarial y transformar al país en la gran potencia exportadora de la zona euro.
Pero la crisis actual ha demostrado el carácter inacabado de ese bloque. La moneda común fue introducida para asegurar la colocación de los excedentes germanos, mientras se posponía la organización del presupuesto y la fiscalidad compartida. Esa carencia ha sido letal. La ausencia de instituciones estatales comunes para respaldar el signo monetario socavó la cohesión del proyecto y potenció la heterogeneidad de la comunidad. En lugar de consolidar la estructura en gestación acrecentó la distancia que separa a las economías pujantes de los países rezagados.
Inicialmente se esperaba acortar esas brechas mediante el desarrollo de un mercado compartido y la instrumentación de transferencias hacia las zonas relegadas. Pero terminó prevaleciendo un proceso inverso, de sistemática pérdida de posiciones de los países con mayores tasas inflación y menores índices de productividad. Esta fractura condujo a desequilibrios comerciales que fueron compensados con endeudamiento. Al final, sobrevino el pase de facturas de las economías excedentarias (Alemania, Holanda, Austria) a los países deficitarios (Grecia, Portugal, Irlanda)[10]  
El endeudamiento público y el quebranto de los bancos acentuaron esta brecha entre el centro y la periferia de la Eurozona. Primero colapsaron las pequeñas economías agobiadas por el desbalance comercial (Grecia), la inversión extranjera sesgada (Irlanda) y la financiación foránea especulativa (Islandia, Chipre). Luego el desplome fiscal se expandió a Italia (tercer país la zona) y ahora amenaza a España (que afronta una enorme morosidad hipotecaria).
Todos los bancos tienen repletas sus carteras de títulos públicos insolventes. Las frágiles entidades de Grecia, Irlanda o Islandia ya colapsaron y hay pavor por la situación de grandes instituciones de Francia, Alemania, Austria o Italia. Las transacciones inter-bancarias se han encogido, crece el temor por la toxicidad de los balances y hay salidas de fondos hacia lugares más seguros[11].

LA ESTRATEGIA GERMANA

Alemania no puede intentar las respuestas globales que tantea Estados Unidos. Carece de los recursos imperiales que conserva la primera potencia y ha optado por una estrategia deflacionaria defensiva, que ese ubica en las antípodas de la opción inflacionaria norteamericana. Mientras que la FED ha impulsado reducciones sistemáticas de las tasas de interés, el Banco Central Europeo (BCE) ha encarecido el costo del dinero.
Frecuentemente se explica esta diferencia por un cruce de tradiciones. La memoria de Weimar es contrastada con el recuerdo del New Deal. Este contrapunto entre temores europeos a la hiperinflación y recuerdos norteamericanos de la Gran Depresión ilustra la brecha de influencia que existe entre ambos países, en la gestión internacional de la crisis[12].
Alemania actúa a nivel europeo con una política de atropello para descargar sobre los trabajadores el costo de la crisis. Esta embestida no implica un ajuste más. Supone demoler el estado de bienestar construido desde la posguerra y barrer con conquistas sociales nunca alcanzadas por los asalariados de otros continentes. Las tasas de desempleo europeo ya promedian el 20 % y bajo el impacto de la precarización laboral, la pobreza se ha extendido a un cuarto de la población[13].
El otro cimiento de la política germana es el apriete fiscal para sostener el euro. En los últimos meses la continuidad de este signo quedó en la cornisa y se ha especulado con su reorganización, fractura o desaparición. Pero esa moneda ha sido la llave de un dominio exportador alemán basado en la unificación de los mercados y la eliminación de las barreras proteccionistas.
Para preservar el euro se impuso la suscripción del reciente pacto fiscal. Se fija un plazo para restaurar reglas de déficit y deuda pública, con sanciones automáticas para los países que violen esos límites. Tendrán que incorporar ese principio presupuestario como una norma constitucional y someterse al control de cortes supra-nacionales. Estos poderes supervisarán el gasto, imponiendo recortes en cualquier momento del año y colocando a los pueblos entre la espada y la pared. Quienes incumplan el cronograma serán automáticamente excluidos de la Eurozona.
Este endurecimiento es congruente con la estrategia alemana de reforzar su patrón exportador sin emitir dinero. Busca afianzar el rol de la periferia europea como proveedora de insumos a costos decrecientes. La poda de los salarios griegos, la pulverización de la seguridad social irlandesa y el generalizado aumento de la edad de jubilación anticipan las consecuencias de esta reorganización[14].
Alemania impone esta estrategia deflacionaria, vetando todas las iniciativas financieras que amenazan su competitividad. Bloqueó la creación de los Eurobonos y la mutualización de las deudas. Obstruyó la ampliación del fondo de rescate bancario (FEEF- MEE), impidió la compra de bonos en los mercados secundarios y reforzó las prohibiciones de financiamiento directo del BCE a los estados.
Este rigor no implica abandonar a los bancos en quiebra. Alemania aprueba el auxilio, pero buscando preservar su potencial industrial. No renuncia a la financiación futura de la Eurozona con los mecanismos federales que rigen en Estados Unidos, pero quiere garantizar su control fiscal previo. Aceleró esta supervisión ante la vulnerabilidad de los bancos y la imposibilidad de de repetir la paulatina absorción de acreencias, que implementó por ejemplo Estados Unidos hace dos décadas, frente a las acreencias latinoamericanas[15].
Pero el nuevo cuadro fiscal abre otra gama de conflictos en las cúpulas de la Unión Europea (UE). Gran Bretaña rechazó el pacto franco-alemán y decidió mantenerse al margen para proteger la autonomía de la City. Objetó someter sus bancos a la supervisión de Bruselas y no consiguió el poder de veto para resguardar sus negocios. A los capitalistas ingleses les interesa participar en el mercado continental, pero preservando la internacionalización de sus finanzas.
La alianza Merkel-Sarkozy emergió como ganadora del reciente round, pero sólo el tiempo permitirá evaluar la consistencia de esa victoria. La crisis devora los liderazgos políticos y cada elección consagra algún castigo al gobernante de turno. Esta sanción afecta por igual a los socialdemócratas (Irlanda, Portugal, España) y a los conservadores (Francia, Italia, Alemania)[16].

INTERROGANTES SOBRE CHINA

El continuado crecimiento de China a tasas del 9-10% anual constituye una importante novedad de la crisis en curso. En la última década las exportaciones del gigante oriental se multiplicaron a un ritmo desenfrenado. China captura recursos naturales en África, afianza los intercambios comerciales con América Latina y ya destronó a Japón como segunda economía del mundo.
Este avance confirma la profundidad de los cambios registrados durante la etapa neoliberal. China se integró a la mundialización utilizando la baratura de su fuerza de trabajo, sin repetir la vieja trayectoria de debut proteccionista, gestación de una burguesía nacional y despliegue de rivalidades internacionales. Se insertó directamente en la acumulación global del capitalismo.
Al comienzo de la crisis muchos economistas suponían que el crecimiento chino contrarrestaría la retracción de las economías avanzadas. En los hechos se registró tan sólo un contrapeso parcial. El gigante asiático ha sostenido financieramente a Estados Unidos y a Europa en los picos de la crisis, para asegurar la continuidad de sus ventas externas, preservando la demanda interna y motorizando la adquisición internacional de materias primas. Con estas acciones frenó la depresión general y acotó el alcance geográfico de la recesión, aunque sin reemplazar a las locomotoras del mundo desarrollado. ¿Mantendrá este rol?
Quiénes apuestan a esa continuidad esperan un fuerte auxilio del yuan al Viejo Continente, mediante enormes adquisiciones de títulos públicos nominados en euros. Pero China ya compró grandes sumas de la deuda italiana, española o portuguesa y tiene un cuarto de sus reservas en esa moneda. El incremento de esas adquisiciones suscita divergencias en la dirigencia oriental.
El sector más asociado con negocios globales (“elite de la costa”) acepta participar en el nuevo rescate, a cambio de fuertes contrapartidas. Busca aminorar las sanciones por dumping, obtener el status de “economía de mercado” e ingresar en la inversión de la infraestructura europea.
Esta fracción también intenta posicionar a China en el futuro diseño de una moneda mundial. Por eso reclama que una porción de cualquier auxilio quede nominado en yuanes. Pero esa inserción monetaria también valorizaría el tipo de cambio y deterioraría el modelo exportador. China ha resistido numerosas presiones para revaluar el yuan y no aceptó las exigencias, que en la década pasada Estados Unidos le impuso a Japón. Sin embargo, la propia internacionalización del yuan podría generar ese debilitamiento de la autonomía que mantiene la principal economía asiática[17].
Los fondos de inversión chinos han participado activamente en el sostén del dólar y los bonos del tesoro. Compraron acciones de General Motors y porciones del banco Morgan Stanley. Pero otra escala de estas adquisiciones (especialmente en Europa) introduciría al país en una riesgosa política imperial. Para defender lo obtenido en el extranjero se necesita una presencia geopolítica que la dirigencia china rehúye.
Por esta razón muchos sectores de la conducción (“elite del interior”). Cuestionan el desmedido aumento de las inversiones foráneas y destacan la necesidad de incrementar primero la bajísima proporción del consumo interno en el producto total. La oleada de internautas que objetó el reciente financiamiento del Viejo Continente refleja esta preocupación. Conviene recordar que el ingreso per capita de los chinos es aún 10 veces inferior al promedio de los europeos.
El dilema de sostener el modelo exportador o procesar un giro hacia el consumo interno persiste sin resolución. Existe una fuerte presión para apuntalar el segundo curso, pero sin resultados significativos. Este giro no se consuma, ante la magnitud de los desequilibrios que podría desatar.
Para aumentar sustancialmente el poder adquisitivo interno habría que subir el salario e introducir prestaciones sociales generalizadas. Estas medidas chocarían con el costo laboral reducido que permitió el ascenso capitalista del país. Un anticipo de este problema se observa en las corrientes de inversión, que fluyen hacia las economías asiáticas con sueldos inferiores a China.
El curso económico a seguir está sujeto a múltiples tensiones. La burbuja inmobiliaria es el desequilibrio más inmediato. En las 30 principales ciudades los precios de las viviendas subieron 50% en los últimos dos años, repitiendo el ciclo de endeudamiento dudoso que afectó a Estados Unidos y España. Como el 25% de la economía está vinculada a la construcción, una brusca reversión de esa valorización podría afectar al PBI.
También existen graves problemas financieros. Aunque el estado mantiene el control del crédito se ha gestado un enorme mercado de préstanos clandestinos, que solventa el consumo de la clase media y la oscura administración de los gobiernos locales. Estos desajustes explican la inflación, que durante la década pasada osciló en torno al 2% anual y actualmente ha trepado al 6,2%.  
La inestabilidad de los negocios también obedece a la magnitud de los beneficios acumulados por los segmentos privilegiados. Los ingresos del 10% más rico de la población son 23 veces más elevados que el 10% más pobre y la crema de los ejecutivos percibe salarios 128 veces superiores al promedio general[18].
Esta fractura social coexiste con problemas estructurales de sobre-inversión, que ya alcanzó una tasa anual del 45% del PBI. Este ritmo de actividad exige abrir nuevos mercados en un escenario internacional recesivo, mientras se acrecientan los peligros de un descontrol ecológico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario