EL HOMBRE DE OCTUBRE·
1948
Camaradas del Partido
Trabajadores y amigos:
En una noche como ésta, hace
ocho años, los representantes de la
IV Internacional, nos reuníamos acongojados, en un extremo de la ciudad,
para expresar nuestra protesta por el asesinato de nuestro camarada y maestro
León Trotsky.
Stalin, en la persona de Frank
Jackson, a golpes de picota, destrozaba el cerebro y la vida de una existencia
sin tregua, que durante cuarenta años de infatigable labor estuviera al frente
de los oprimidos, para dirigirlos en sus luchas contra el régimen de la
explotación capitalista.
A ocho años de su muerte, como
en cada uno de estos trágicos 20 de agosto, nosotros, sus discípulos, nos
reunimos nuevamente para expandir sus ideas, continuar su tradición de revolucionario
intachable y rendir un cálido homenaje a aquel que simbolizara no sólo las
fuerzas potenciales de una clase, sino que era anticipación del hombre del
porvenir.
Esta concentración es el
desmentido más rotundo a las afirmaciones de que entre Stalin y Trotsky existía
un pleito personal. En el más austral de los países del Nuevo Mundo, un grupo
de hombre que no tuvimos la suerte ni la oportunidad de conocerlo, nos movemos
en su nombre y continuamos la lucha
en nombre de sus ideas.
Sin magnetismo personal, la
magia de su palabra, todo aquello que es directamente transmisible entre un
dirigente y la masa, no ha llegado a nosotros, nada más que por la palabra
impresa. Esto mismo da a nuestra adhesión a su causa la solidez de lo
inconmovible, ya que ella se apoya en la fuerza de las ideas, las más altas y
las más justas. Ideas que encuentran su justeza en la expresión material de los
intereses de las masas y no en vacuas y vacías abstracciones, con las cuales
otras tendencias del movimiento obrero sustituyen la lucha real de los
oprimidos.
En esta hora, en que cientos de
revolucionarios en el mudo entero levantan su palabra de homenaje al gran
desaparecido, nosotros enviamos hasta ellos nuestra palabra fraternal y les
decimos que, como ellos, seguimos firmes, conciente y apasionadamente, la lucha
por la construcción de la Dirección Revolucionaria, premisa necesaria de la
Revolución Proletaria Mundial.
La figura de Trotsky plantea, en esta época de incertidumbre
y pesimismo, con fuerza avasalladora, los problemas del hombre mismo, del
pensamiento y de la acción; del medio histórico y social, de sus leyes internas
y del papel que, dentro de estas determinantes, cabe a la voluntad del hombre.
El fatalismo histórico,
cubierta deleznable de la sumisión al orden dominante, a las ideas de las
clases dominantes, se ha transformado en el único programa de todas las
tendencias del pensamiento moderno. Bajo los más diversos disfraces, ella
campea, como oriflama, de todos los ideólogos impotentes, acobardados frente a
una realidad que los oprime y que se niegan o renuncian a transformar. Viejas
verdades, enterradas por la historia o por el pensamiento, son presentadas
nuevamente a los oprimidos, como panaceas de salvación. Espiritualismo sin
espíritu, programas sin realidad ni perspectivas se han convertido en los
descubrimientos más recientes, para adormecer la conciencia vigilante de las
masas, que luchan y trabajan por su emancipación.
Frente a todas estas malignas
emanaciones, nosotros reivindicamos, apoyados por la experiencia teórica e
histórica, el programa del marxismo revolucionario, el programa de Trotsky que
no es, en último análisis, sino el marxismo de la época de la decadencia del
capitalismo y de la degeneración del primer estado obrero y que, por eso mismo,
se levanta como la única bandera posible del presente histórico.
La vida de Trotsky es la más
profunda y dinámica novela de la historia moderna. El pensamiento y la acción,
la aventura infinita, el combate a cara descubierta, el triunfo, la derrota, la
opresión de las fuerzas materiales sobre el hombre, todo ello, en sus más altas cualidades, se encuentra
en esta vida admirable. Si las fuerzas de la reacción le convirtieron el mundo
en un “planeta sin visado”, él ha reivindicado el mundo entero para su
desarrollo. Y ha triunfado plenamente. Sus discípulos, y con ellos sus ideas,
habitan los cuatro puntos cardinales y caminan lenta y seguramente a
encontrarse en la victoria final.
No es nuestra intención
dejarnos tentar y arrastrarlos a ustedes al conocimiento o relación de las
peripecias sin cuento de esta vida admirable. Al fin de cuentas, ellas sólo son
comprensibles, empalmadas, como tensa voluntad revolucionaria, en el clima
social y político de la era presente, dentro de la contradicción fundamental de
nuestra época, que se resume en la antinomia: proletariado o burguesía,
capitalismo o socialismo.
TROTSKY Y LA REALIDAD RUSA
Todos los grandes creadores y,
entre ellos, los auténticos revolucionarios, han sido siempre los grandes
continuadores de la tradición histórica, aunque muchas veces, para continuarla,
debieran primero destruirla. Todos, sin excepción, han encontrado su fuerza más
profunda en las necesidades reales de la sociedad, en sus fuerzas potenciales,
en sus clases llamadas por el desarrollo de la humanidad a levantarla a un
nuevo estadio.
Así, como ellos, Trotsky es
sólo comprensible como el producto -el más selecto- de esta expresión de la
necesidad histórica. Quede a otro la admiración beata de su vida, desprendida
del vínculo carnal de sus ideas.
La fuerza y la grandeza de Trotsky no radica en que él hubieses creado,
originalmente, una nueva doctrina o una interpretación de la historia o de la
sociedad. No lo pretendió nunca.
Tomo su posición de marxista, de discípulo de Marx y Engels, de Lenin su
compañero más cercano. Entroncado a la realidad rusa a la cual, junto a Lenin,
da una salida grandiosa, los acontecimientos lo lanzan, por su propia dinámica,
a la realidad mundial, al conflicto de la lucha de clases internacional. Aquí
nada es extraño, por cuanto las contradicciones, que dormitaban en el seno de
la sociedad rusa y que explotaron en Octubre de 1917 debelaron bruscamente ser
el dilema de la sociedad moderna entera.
Trotsky no es una figura
solitaria o aislada, nacida sorpresivamente en clima ruso. Su genealogía
empieza en Marx y, en suelo ruso, sigue y continua a Chernichovsky, a Plejanov
y a Lenin para, cuando la muerte del último, continuar solo esta transmisión
del pensamiento, que se entronca a cien años de historia del proletariado y de
lucha por el socialismo.
TRAYECTORIA DE UN
REVOLUCIONARIO
A los dieciocho años de edad se
incorpora al movimiento social-democrático ruso.
Años antes, Plejanov había
formado la Emancipación del Trabajo, partido revolucionario que levantaba en
Rusia las ideas de Marx, su interpretación del mundo y de la sociedad: el
materialismo dialéctico.
Los azares de su acción lo
llevan pronto a Siberia, después de haberse destacado como una de las promesas
del movimiento revolucionario. Se fuga de Siberia y pasa al occidente y a
Londres, donde toma relación, por vez primera, con la redacción de la “Iskra”.
Conoce a Lenin, que ya iniciaba su pugna con los viejos redactores y que
llevaría, no mucho más lejos, a la aparición del bolchevismo como una tendencia
del pensamiento marxista.
La Revolución de 1905 lo
encuentra de nuevo en Rusia y salta a la Presidencia del Soviet de Petrogrado.
El dirige y anima la actividad de la primera Comuna Rusa. Escribe sus
manifiestos, habla en nombre de los obreros insurrectos. El ensayo general de
1905 llevaba inscrita en su frente la huella de la derrota; las fuerzas
progresivas, la potencia del proletariado, no habían aún madurado
suficientemente para estabilizar a los trabajadores en el poder.
A 1905 sigue la más espantosa
represión política y policial. Los verdugos toman su desquite. Los
revolucionarios el camino de la cárcel, de Siberia o la emigración. El coloso
ruso ha triunfado, una vez más, sobre las fuerzas de la revolución pero, de
hecho, se trata sólo de un respiro. Sus grietas profundas, la inestabilidad de
sus instituciones es patente ante todo el mundo, que mira despavorido el
derrumbe del más potente bastión de la reacción europea.
Tal como hoy, después de la
derrota, viene la desbandada, la deserción en masa de los revolucionarios del
día anterior. El pesimismo y la desmoralización cunden. Los ideólogos
atemorizados queman sus ídolos, declaran el fracaso de los métodos y de la
doctrina y buscan nuevos caminos. Los años de la reacción debían, como ocurrió,
aventarlos de la escena de la historia.
En estas condiciones, sólo los
marxistas sacan las consecuencias de la derrota y progresan por el camino de la
historia y de la teoría. A la acción de la calle sigue la acción del gabinete,
del estudio, del balance crítico, de la polémica y de la preparación del
porvenir. A la crítica de las armas siguen las armas de la crítica.
PREPARANDO EL PORVENIR
Las divergencias en el seno de
la social-democracia rusa se agudizan y saltan al plano de la discusión
internacional. A la divergencia sigue la escisión. Capitaneado, orientado por
Lenin, el bolchevismo se estructura definitivamente. Sobre la experiencia de
1905, se alinean los campos en la forma en que los encontraría el renacimiento
que sigue a 1912 y que se expresa en la Revolución de 1917. Claramente
delineado, el bolchevismo se deslinda de todas las corrientes pequeño-burguesas
y se estructura como el Partido de la Revolución Proletaria.
El punto nodal de las
divergencias se centra en el futuro carácter de la Revolución Rusa. En esta
polémica teórica de tan fundamental importancia, Trotsky hace uno de sus
aportes más originales y profundos a la teoría de la revolución proletaria.
Para el pensamiento socialista
no cabía ninguna duda, antes de 1905, que en los países capitalistas avanzados,
cuyas burguesías habían realizado la revolución burguesa, se planteaba, con
toda claridad al proletariado de esos países la tarea de llevar adelante la
revolución socialista e instaurar la dictadura del proletariado. Este era el
destino probable, tanto para la revolución en Francia, Inglaterra, Alemania y
Estados Unidos. Pero al lado de estos grandes países capitalistas, que habían
entrado, por otra parte, a la fase del imperialismo, existían (y existen)
numerosos países -en realidad la mayoría de la población de la tierra-
atrasados, que no habían realizado su revolución burguesa. Que, si bien, habían
entrado por la vía del desarrollo capitalista, la burguesía no había
conquistado el poder y el capitalismo se desenvolvía por las calles del
absolutismo y de las trabas feudales. Este era, típicamente, el caso de Rusia,
donde la revolución demo-burguesa, no se había realizado. La burguesía no había
conquistado el poder. A pesar de este hecho, el proletariado se había
desarrollado y existía un poderoso movimiento socialista, asentado sobre los
postulados del marxismo. Lógico era que, para ello, se planteara con gran
agudeza el problema del futuro carácter de la revolución a realizarse. Sin
duda, esto constituía la mayor interrogante y fijaba la línea de conducta del
Partido. En consideración al hecho que sobre esto no existían antecedentes
dados por la historia misma de Rusia, el problema se planteaba, de una parte,
sobre la base de las experiencias de las revoluciones burguesas, del papel del proletariado
en esas revoluciones y de los objetivos que, a esa fecha, se planteaban los
grandes partidos socialistas europeos.
Por otra parte, había que
considerar los problemas históricos que Rusia tenía planteados. Respecto al
carácter de la revolución, no existían divergencias en el seno de la
social-democracia; todas las tendencias concluían que la futura revolución
sería burguesa y democrática. Sus problemas centrales. Derrocamiento del
zarismo, República, Revolución Agraria, etc. Las más serias divergencias
surgieron cuando, de este enunciado general, se pasaba a las fuerzas motrices
de la revolución, al papel del proletariado, al carácter del futuro poder.
Se diseñaron tres tendencias.
Los mencheviques sostenía: siendo esta una revolución burguesa, el poder debe
corresponderle a la burguesía, quien hará la revolución apoyada por el
proletariado. Producida la conquista del poder, el proletariado debe
replegarse, como posición parlamentaria, hasta cuando la sociedad rusa
evolucione por el camino capitalista y abra así, en el futuro, los objetivos
socialistas, propios del proletariado.
A esta fórmula, Lenin y el
bolchevismo oponían su propia fórmula de Dictadura Democrática Revolucionaria
de los Obreros y Campesinos. Lenin, partiendo de la concepción burguesa de la
revolución afirmaba que, como lo demostraba la experiencia histórica, ésta, la
burguesía, era incapaz de llevar a término su propia revolución y que, en el
mejor de los casos, lo haría de un modo estrecho y mezquino, intentando al
primer día de triunfo, limitar al proletariado y sus conquistas y esforzándose
en mantener en pie todo aquellos del régimen absolutista que hiciera más seguro
su poder, particularmente frente al propio proletariado. Hacía presente que uno
de los problemas más importantes, que enfrentaba la futura revolución rusa, era
el problema agrario el cual, para su solución exigía la alianza entre obreros y
campesinos y que esta alianza debía tomar la forma de Dictadura Democrática
Revolucionaria de los Obreros y Campesinos, como única garantía de llevar la
revolución hasta sus últimas consecuencias, asegurando en ella un papel
preponderante a los obreros y campesinos.
Para comprender cabalmente esta
fórmula, debemos recordar que en Rusia predominaban los campesinos. Por otra
parte, no estaba descartado que ellos jugaran un papel independiente y que
formaran su propio partido de clase el que, sin seguir ni al proletariado ni a
la burguesía, desarrollara una política independiente, lo que podría
eventualmente, darle en su alianza con el proletariado una figuración
preponderante. Por esto al decir de Trotsky, la fórmula de Lenin tomaba un
carácter algebraico. Sin plantear la revolución socialista, exigía esta
alianza, para llevar a su término la revolución. Exigiendo, al mismo tiempo la total
independencia del partido proletario, tanto de la burguesía como de los
campesinos. No se salía de los fines burgueses de la revolución, pero exigía,
sí, su ensanchamiento por parte del proletariado, para acelerar el tránsito a
sus fines propios.
Junto a estos puntos de vista, Trotsky presentaba su criterio de
la Revolución Permanente. Al igual que la social-democracia -él era un
social-demócrata- partía de la premisa
burguesa del carácter de la revolución. Ella no podría ser llevada a su término
por la burguesía y los campesinos no podrían jugar un papel independiente. La
revolución sólo podría triunfar instaurando la dictadura del proletariado, el
cual, en el mismo instante en que tomara el poder, se vería obligado e
impulsado a tomar medidas de carácter socialista, no deteniéndose en la etapa
burguesa exclusivamente. De este modo, la revolución adquiriría un carácter
ininterrumpido, es decir, permanente. La etapa burguesa engendraría,
inevitablemente, la etapa socialista y la única garantía que esta etapa
burguesa se realizara era por medio de la conquista del poder por los
proletarios, apoyados por los campesinos. Demás está decir, que él valoraba
justamente la importancia del problema agrario y de los campesinos. Por tanto,
se oponía a la fórmula de Lenin, con su carácter algebraico.
La Revolución de 1905 sometió a
su prueba de fuego a todas estas fórmulas y les dio su contenido viviente. Como
un resultado de las derrotas sufridas en la guerra ruso-japonesa, de las
penurias de las masas, de la incapacidad del zarismo de solucionar los
angustiosos problemas de las masas, éstas se insurreccionaron. Desde los rimero
momentos, los obreros, en forma espontánea, organizaron Soviets. En ellos, los
obreros jugaron el rol principal y, prácticamente, se estableció la dictadura
del proletariado. La burguesía asustada retrocedió. Derrotada la revolución, la
burguesía se separó aún más del pueblo y buscó la conciliación con el zarismo.
Los años de la reacción
trajeron, para los bolcheviques, el trabajo clandestino; su separación con los
mencheviques se hizo más marcada y se constituyeron definitivamente como
partido independiente de ellos. La Revolución de 1905 permitió el claro
diseñamiento de las tendencias y su constitución definitiva. La fórmula de los
Soviets entró definitivamente al programa de los bolcheviques y, al igual que
aquellos, la teoría de la Revolución Permanente encontraría su potente
confirmación en los acontecimientos de 1917.
DE 1905 A 1917
El aplastamiento de la
Revolución de 1905 lanza a Trotsky, una vez más, a la emigración. Pasa por los
diversos países de Europa en
donde, sucesivamente, es expulsado. Llega a Nueva York, ligándose al
movimiento socialista, escribe en “Nuevo Mundo”. Ahí lo sorprende la Revolución
de Febrero de 1917. Después de conocer las bondades de la democracia inglesa
-en un campo de concentración de Canadá- llega en mayo a Petrogrado, la capital
revolucionaria, para iniciar de inmediato la lucha por la Tercera Revolución y
por el poder de los obreros y campesinos.
Lenin, líder indiscutido del
Partido Bolchevique, su teórico y dirigente máximo, llega a Petrogrado el 3 de
abril de 1917 y, desde su primera palabra, impulsa a los obreros a la conquista
del poder, iniciando una enérgica lucha contra los conciliadores de su propio
partido -a los cuales no era ajeno Stalin- que contenían la revolución en su
etapa puramente burguesa.
Trotsky se une formalmente al
Partido Bolchevique; junto a Lenin da el combate contra los viejos bolcheviques
que se oponen a la revolución. Ungido por segunda vez Presidente del Soviet de
Petrogrado, forma el Comité Militar Revolucionario que sería el centro director
de a Insurrección de Octubre.
El 7 de Noviembre de 1917 (25
de Octubre en el viejo calendario) los bolcheviques conquistan el poder en representación
de todos los explotados de Rusia, abren ante los ojos asombrados de la
burguesía y el regocijo de los miserables de la tierra una perspectiva sin
límites. El 7 de Noviembre de 1917 se inicia la época de la Revolución
Proletaria. Después del ladrido a los cielos de 1870, los obreros y los
campesinos destruyen la máquina burguesa del Estado y construyen en la extensa
estepa rusa el primer Estado Obrero de la historia, el Gobierno de los Obreros
y Campesinos.
La dictadura del proletariado
sale de su cascarón teórico, anunciado ya hace cien años y entra
definitivamente en el mundo material y corpóreo, adquiere su envoltura
histórica y carnal como primera etapa del mundo socialista.
Para el proletariado universal
y para el ruso, en particular, se unen indisolublemente los nombres de Lenin y
Trotsky como los forjadores de este amanecer. Ellos no sólo enseñan al
proletariado como conquistar el poder y conservarlo sino, al decir de Rosa
Luxemburgo, salvan el honor del socialismo internacional. Hoy, cuando la
leyenda burocrática ha falseado los hechos y los nombres, las palabras de esta
gran revolucionaria cobran un particular significado.
La conquista del poder por los
bolcheviques plantea, de inmediato, la resolución de los problemas particulares
de la sociedad rusa. Ellos sólo pueden ser resueltos ligados profundamente con
el curso de la revolución internacional. Hay, sin embargo, uno que no admite
espera: el problema de la guerra. Después de las deliberaciones de
Brest-Litovsk, en que Trotsky representa el primer estado obrero, ellos, los
bolcheviques deben pactar la infame Paz de Brest impuesta por las bayonetas
prusianas.
La revolución alemana no llega
y los bolcheviques aislados deben enfrentar los problemas interiores; en primer
lugar, la contra-revolución y la guerra civil en catorce frentes, alentada por
los imperialistas del mundo entero.
Rusia está empobrecida y
devastada, sin ejércitos, sin alimentos; toda falta menos el heroísmo de los
proletarios, con ellos es necesario forjar el arma que defienda a la naciente
revolución en peligro. Para ello hace falta una voluntad de acero, capaz de
transformar a los harapientos en
destacamentos de combate, sin más coraza que la pasión revolucionaria.
Esta voluntad existe: se llama León Trotsky.
Organiza el Ejército Rojo.
Galvaniza a las tropas y alienta a los combatientes a lo largo de toda Rusia.
Junto a Lenin enseñó a conquistar el poder y ahora enseña, como estratega
militar, a defenderlo. Tres años de guerra civil forjan el ejército proletario
y llevan una vez más a la victoria. Pese a todas las falsificaciones el nombre
de Trotsky no podrá ser desprendido de la glorias del Ejército Rojo.
A la guerra civil sucede la
Nueva Política Económica y los problemas de la economía interior y, con ella,
la revolución inicia una curva que no se detiene aún hoy. Las nuevas clases
desposeídas inician su agrupamiento sobre una nueva base. Los nuevos sectores capitalistas,
oxigenados por la NEP, levantan su cabeza. En el seno del Partido se produce un
desplazamiento que amenaza a la revolución, el burocratismo cunde. Los viejos
tercios revolucionarios se habían liquidado con la guerra civil, el
proletariado se encontraba agotado y la esperada revolución de occidente se
retrasaba. Sobre esta levadura y esta realidad social, los nuevos bolcheviques
inician su avance, los que reconocieron a Octubre después del día 25.
TERMIDOR
El retroceso de la revolución
encuentra su máxima expresión en la figura de Stalin. La muerte de Lenin da a
este proceso un impulso inesperado. Amenazada la revolución, Trotsky nuevamente
toma su lugar en la lucha por su defensa. Forma y programa la Oposición de
Izquierda y, después de una larga y agotadora lucha, ella es aplastada por el
signo del Termidor. Una vez más, Trotsky toma el camino de la cárcel y el
destierro. Durante estos años, enriquecería el pensamiento marxista con el
análisis del primer Estado Obrero y las causas de su degeneración y dotaría al
movimiento proletario internacional de un correcto diagnóstico, que lecha
permitido defender a la Unión Soviética sin cesar en su lucha contra el
stalinismo, que derivaría cada vez más hacia el nacional socialismo, levantado
contra la concepción de la Revolución Mundial su falsa teoría del Socialismo en
un Solo País.
No podemos, en esta oportunidad,
sino presentar toda esta etapa, rica en experiencias, nada más que como una
visión fugitiva. Hay aquí, sí, algunos aspectos que debemos hacer resaltar en
toda su intensidad, ya que ellos informan toda la lucha presente y, al mismo
tiempo, nos presentan a Trotsky en una nueva perspectiva, dando uno de los
aportes más sustantivos en toda su larga tarea de pensador revolucionario.
Desde 1928, fecha del destierro
de la URSS, hasta 1940, fecha de su muerte, el gran revolucionario campea en el
plano internacional de la lucha de clases y se convierte en el orientador
indiscutido del pensamiento revolucionario. La degeneración de la URSS y la
subsecuente degeneración de la Internacional Comunista y la pérdida de las
posiciones materiales del proletariado, elevan a primera plano, como imperiosa
necesidad, salvar los principios, las ideas, el programa de la revolución,
rebajado y escarnecido por la camarilla staliniana que se entroniza en el
movimiento obrero. Años fecundos de pensamiento y acción. Como aguja magnética, el pensamiento de
hombre de Octubre sigue los acontecimientos, su curso, su trayectoria. Prevé y
anticipa, aconseja y prepara el porvenir. Por sus escritos se deslizan todos
los acontecimientos importantes de los últimos años, dejando a los revolucionarios
y a todos los trabajadores enseñanzas decisivas. China, Inglaterra, Francia,
España pasan por sus páginas como documentos vivos que prueban, hasta la
saciedad, la traición del stalinismo a los principios del bolchevismo, a las
ideas de Lenin y Marx y que arrastra al proletariado internacional a las más
crueles derrotas.
Toda una cadena de trágicos
errores llevan al proletariado de derrota en derrota; derrotas que sólo pueden
fortalecer al imperialismo mundial. En esta carrera sin fin, Alemania, la más
avanzada de las potencias capitalistas, entra a una etapa decisiva: el
proletariado y la burguesía corren a enfrentarse en un combate que envuelve no
sólo el destino de los obreros alemanes sino la suerte de todo el proletariado
europeo y que tiene para la existencia de la propia URSS, un alcance
incalculable. En esta hora decisiva, el stalinismo mundial y el Partido Comunista Alemán capitulan
sin combate ante Hitler. La dictadura parda se extiende sobre Europa. Las
organizaciones son barridas, la contra-revolución burguesa se fortalece y se
preparan, inevitablemente, las bases materiales de la Segunda Guerra
imperialista y de la agresión a la Unión Soviética, no sin antes que Stalin,
para salvarse, pactara con el mismo Hitler.
FORMACION DE LA CUARTA INTERNACIONAL
Hasta la subida de Hitler, la
Oposición de Izquierda Internacional se había mantenido, a pesar de las
decisiones de Stalin, como una tendencia que aspiraba a regenerar la
Internacional Comunista y que, aunque de hecho lo estuviera, no se consideraba
excluida de la Internacional. La capitulación alemana cambia substancialmente
este panorama. Ya no es posible engañarse, la Internacional Comunista no puede
regenerarse, ella debe ser destruida. Es necesario crear un nuevo Partido, una
nueva Internacional, que libre al movimiento obrero de la sífilis del
stalinismo.
El viejo Partido Bolchevique ha
muerto asesinado por Stalin, que representa las fuerzas hostiles a la
revolución proletaria; que expresa, no la degeneración interior de la doctrina
revolucionaria, sino su ruptura violenta por la capas parasitarias entronizadas
en el poder en la Rusia Soviética y que expanden su poderío al seno de la
Internacional Comunista y del movimiento internacional todo.
Surge así la Cuarta
Internacional, no fundada por el capricho de un hombre, sino como el resultado
inevitable de la grandes derrotas del proletariado internacional. Derrotas
debidas no a la falta de madurez de las condiciones objetivas, sino por la
quiebra de la dirección, por su traición abierta, por su traslado al campo de
la contra-revolución mundial.
Durante catorce años la
actividad teórica de Trotsky y de la Oposición de Izquierda Internacional
habían preparado el camino. No pudiendo intervenir, por su aislamiento, en la
suerte de los acontecimientos, ella defendía la continuidad de las ideas, la
defensa de los principios. Trotsky debía decir: el Programa hace al Partido. Si
él es justo, si expresa realmente los intereses históricos de los oprimidos,
encontrará el camino de la comprensión, de la simpatía y adhesión de los
trabajadores.
Sobre la experiencia de las más
crueles derrotas, la Oposición había forjado su programa y podía así, al fundar la IV Internacional,
continuar toda la tradición del proletariado, de sus triunfos y derrotas. Recogiendo
el programa del Manifiesto, en cuyo centenario nos reunimos, la IV
Internacional retoma, enriqueciendo la tradición viva del proletariado
internacional. Fundada en 1938, la IV Internacional ha sabido vivir contra la
corriente, crecer y fortalecerse. Mientras todas las tendencia del pensamiento
obrero han naufragado sin excepción y se han convertido en sostenes del mundo
burgués, el trotskysmo se expande internacionalmente. Ante la Segunda Guerra
Imperialista, ella fue la única organización internacional que supo mantener en
alto la bandera del internacionalismo proletario y practicarlo en la carne de
sus mártires, segados por la furia del imperialismo y por la GPU stalinista.
Decía el Manifiesto Comunista
que la Rusia de los zares y los Estados Unidos eran los dos contrafuertes de la
reacción europea. Hoy, cuando nos amenaza una Tercera Guerra imperialista, en
otro plano y en condiciones diferentes, nuevamente Rusia y Estados Unidos se
presentan como los contrafuertes de la reacción. Pero, sobre la oleada revolucionaria,
los trabajadores buscan su camino y ella no podrá menos que llevarlos hasta la
IV Internacional. Trotsky fue asesinado en los umbrales de la Segunda Guerra
imperialista, sus ideas viven, su mensaje no ha caído en tierra estéril. Este
mismo años en tierras de Europa se ha celebrado el II Congreso de la IV
Internacional, que ha reunido delegados de todos los continentes. Este es el
mejor homenaje que podemos rendirle a nuestro gran camarada desaparecido y es
también la fuente de nuestro optimismo de que un día, no lejano, los
trabajadores del mundo entero marcharán tras la bandera sin mácula de la IV
Internacional.
AGOSTO 1948
·
Reproducció del discurso pronunciado en
concentración pública por F. Silva. El 20 de agosto de 1948 en homenaje a León
Trotsky.