ESTRATEGIA Y PARTIDO
Daniel Bensaïd
Reproducimos el registro del curso de formación
impartido por Daniel Bensaïd en el Campo de Jóvenes de la IVº Internacional en
julio de 2007 en Barbaste (France). Los subtítulos son de la redacción de
Inprecor.
La palabra y la
cuestión de la estrategia vuelven de nuevo en nuestros días.
Ello puede parecer
banal, pero éste no era el caso en los años ochenta y en los principios de los
años noventa: entonces se hablaba, sobre todo, de resistencia y los debates
sobre la cuestión estratégica prácticamente habían desaparecido. Se trataba de
aguantar, sin necesariamente saber cómo se iba a salir de esa situación
defensiva.
Si se reinicia hoy un
debate sobre los problemas estratégicos -ya se dirá de qué tratan éstos- es que
la propia situación evolucionó. Para decirlo de manera simple: a partir de los
Foros Sociales, la consigna de “otro mundo es posible” se convirtió en un
slogan de masas o, en todo caso, una consigna extensamente difundida.
Las cuestiones que se
plantean ahora son: ¿qué otro mundo es posible?, o: ¿qué otro mundo queremos? Y
sobre todo: ¿cómo llegar a ese otro mundo posible y necesario?
La cuestión de la
estrategia es ésta: no se trata solamente de la necesidad de cambiar el mundo
sino de encontrar la respuesta a la cuestión de cómo cambiarlo: ¿cómo llegar a
cambiarlo?
Observaciones
preliminares
Una primera
observación: el
vocabulario que trata de ‘estrategia’, ‘táctica’ e incluso, en la tradición de
los camaradas italianos familiarizados con la obra de Gramsci, los conceptos de
‘guerra de desgaste’, de ‘guerra de movimiento’, etc., todo este vocabulario
que se volvió parte del movimiento obrero a principios del siglo XX, se tomó
prestado del lenguaje de los militares y, en particular, de los manuales de historia
militar.
Dicho esto, no debemos
equivocarnos: desde el punto de vista de los revolucionarios, hablar de
estrategia no es solamente hablar de confrontaciones violentas o
confrontaciones militares con el aparato de Estado, etc., sino referir una serie
de consignas, de formas de organización política, de una política que trata de
transformar el mundo.
Una segunda
observación: la
cuestión estratégica tiene dos dimensiones complementarias en la historia del
movimiento obrero.
Trata, de entrada, de
la cuestión de cómo tomar el poder en un país.
La idea de que la
revolución comienza por la conquista del poder en un país, o en varios, pero en
cualquier caso en naciones en las cuales se organizaron las relaciones de
clases, las relaciones de fuerzas, a partir de una historia dada, a partir de
conquistas sociales, a partir de relaciones jurídicas. Esa cuestión -la
conquista del poder en un país, Bolivia, Venezuela, esperemos que el día de
mañana sea un país europeo- sigue siendo una cuestión a la orden del día y una
cuestión fundamental.
Contrariamente a lo que
pretenden algunas corrientes, como las inspiradas por Tony Negri en América
Latina o en Italia, que piensan que la cuestión de la conquista del poder en un
país es una cuestión pasada e incluso eventualmente reaccionaria, ya que
mantiene las luchas en los cuadros nacionales, pensamos que la cuestión de la
lucha por el poder comienza sobre el terreno de las relaciones de fuerzas
nacionales, aunque cada vez más estrechamente combinada con la segunda dimensión
de la cuestión estratégica: la de una estrategia a escala internacional,
continental y hoy mundial.
Éste ya era el caso a
principios del siglo XX -y era el sentido de la idea de la revolución
permanente: comenzar a solucionar la cuestión de la revolución en uno o en
varios países, aunque la cuestión del socialismo se planteaba inmediatamente
por la extensión de la revolución a un continente y al mundo entero. Esa idea
era fundamental para los revolucionarios de la generación de Lenin, Trotsky,
Rosa Luxemburgo y lo es más aún para nosotros. Y es posible comprobar su
vigencia: en Venezuela se puede nacionalizar el petróleo, tener una determinada
independencia con relación al imperialismo, pero esta posibilidad tiene límites
si no se extiende el proceso revolucionario a Bolivia, a Ecuador, y con un
proyecto para toda América Latina de lo que es la revolución bolivariana.
Tenemos pues este doble
problema: tomar el poder en algunos países con el fin de que sirvan como
trampolín para una extensión internacional de la revolución social.
Una última
observación introductoria: el problema de la estrategia revolucionaria responde a un verdadero
reto, que no se soluciona en Marx.
Si se considera que los
trabajadores en general, la clase obrera, son mutilados física y también moral
e intelectualmente por las condiciones de la explotación -y Marx describe esto
en páginas y páginas de El Capital, que
tratan de la degradación por el trabajo, de la ausencia de tiempos de ocio, de
la imposibilidad de tener tiempo para vivir, leer, cultivarse…-, entonces se
plantea la cuestión de cómo una clase que sufre una opresión total podría, al
mismo tiempo, ser capaz de concebir y construir una nueva sociedad.
Había en Marx la idea
de que el problema se solucionaría de manera casi natural, que la
industrialización de finales del siglo XIX crearía una clase obrera cada vez
más concentrada, por lo tanto cada vez más organizada, cada vez más consciente,
y que esta contradicción entre las condiciones de vida, donde es explotada, y la
necesidad de construir un nuevo mundo sería regulada por una suerte de dinámica
casi espontánea de la historia.
Ahora bien, toda la
experiencia del último siglo es que el Capital reproduce permanentemente las
divisiones entre los explotados, que la ideología -dominante- domina también a
los dominados, que no es solamente porque hay manipulación de la opinión por
los medios de comunicación -que desempeñan un papel cada vez más importante, es
verdad- sino que las condiciones de dominación y compromiso ideológico de los
explotados encuentran sus raíces en las relaciones del propio trabajo, por el
hecho de no ser propietarios de sus herramientas de trabajo, por no ser quienes
deciden los objetivos de la producción, por ser -como lo decía Marx-
instrumentos de las máquinas, más que sus amos. Todo eso hace que muchos
fenómenos del mundo moderno se nos presenten, a los seres humanos que somos,
como potencias extrañas y misteriosas. Se nos dice: no es necesario hacer eso
porque los mercados van a enfadarse, como si los mercados fueran personajes
omnipotentes, como si el propio dinero fuera un personaje omnipotente, etc. No
puedo desarrollar esta idea más, pero es importante decir que las relaciones
sociales capitalistas crean un mundo de ilusiones, un mundo fantástico, que
sufren también los dominados y del que deben liberarse.
Esta es la razón por la
cual las luchas espontáneas contra la explotación, contra la opresión, contra
las discriminaciones, son necesarias. Ellas son, si se quiere, el combustible
de la revolución. Pero las luchas espontáneas no bastan para romper el círculo
vicioso de las relaciones entre el Capital y el trabajo. Es necesaria que
intervenga una parte de conciencia, una parte de voluntad, un elemento
consciente -la parte de la acción política, de la decisión política que es
llevada por un partido. Pero un partido no es extranjero a la sociedad en la
cual está inserto. Incluso en la organización más revolucionaria se padecen los
efectos de la división del trabajo, se sufren los efectos de la enajenación -de
la enajenación deportiva, por ejemplo, porque está a la orden del día este
verano- pero al menos una organización revolucionaria se da los medios para
resistir colectivamente y para romper el hechizo, el encanto, de la ideología
burguesa.
¿“Tomar” el poder?
A partir de lo
anterior, es necesario decir algunas cosas simples. Se nos pregunta: ¿Qué
quiere decir ser revolucionario en el siglo XXI? ¿Están a favor de la
violencia?
En primer lugar, como
decía el Presidente Mao, la revolución no es una cena de gala. El adversario es
feroz, es poderoso, por lo tanto, la lucha de clases es una lucha y una lucha
en muchos aspectos despiadada y no somos nosotros quienes así lo decidieron.
Por ello existe una legítima violencia revolucionaria, a la que no es necesario
rendir culto, porque no es lo que caracteriza para nosotros principalmente la
revolución.
Hasta se desearía ser
pacífico y que se amaran los unos a los otros. Pero para ello es necesario, en
primer lugar, crear las condiciones que lo permitan.
Por eso, lo que define
para nosotros una revolución es transformar el mundo, que, justamente, cada vez
más, resulta más injusto y más violento. Y para cambiar el mundo es preciso
pasar por la conquista del poder.
¿Pero qué quiere decir
“tomar el poder”? No es apoderarse de una herramienta, no es alcanzar puestos,
no es ocupar los aparatos del Estado.
Tomar
el poder es: transformar las relaciones de poder y las relaciones de propiedad.
Es hacer que el poder sea cada vez menos el de los unos sobre los otros para
que sea, cada vez más, una acción colectiva y compartida. Y por eso es
necesario cambiar las relaciones de propiedad -la propiedad privada de los
medios de producción, de los medios de intercambio y, hoy cada vez más, la
propiedad de los saberes (porque por medio de las patentes o la propiedad
intelectual hay una privatización de los conocimientos que son un producto
colectivo de la humanidad… llegando pronto a patentar genes, mañana las
fórmulas matemáticas o las lenguas), privatización del espacio (hay cada vez
menos espacio público: los camaradas mexicanos les contarán que en la ciudad de
México las calles son privatizadas, y esto comienza a desarrollarse también en
Europa), privatización de los medios de información, etc.
Entonces, para nosotros,
tomar el poder es cambiar el poder y para cambiar el poder es necesario cambiar
radicalmente las relaciones de propiedad e invertir la tendencia actual a la
privatización del mundo.
¿Cómo superar este
dominio del Capital, que se reproduce casi naturalmente a través de la
organización del trabajo, a través de la división del trabajo, a través de la
mercantilización de los ocios, etc.? ¿Cómo salir de este círculo vicioso que
hace finalmente adherirse a los oprimidos al sistema que los oprime? Durante la
última campaña electoral oí a un obrero decir en la televisión en Francia:
¿“Cómo puede ser que los burgueses saben votar en función de sus intereses y
que a menudo los trabajadores, o incluso una mayoría de ellos, votan por
intereses que les son contrarios?” Es que, precisamente, están bajo la
dominación de la ideología dominante. Entonces, ¿cómo salir de ese dominio?
La respuesta de los
reformistas fue apostar por la erosión de ese poder: con un poco más de
organización sindical, un poco más de votos electorales, etc. Obviamente, todo
eso es importante. El nivel de la organización sindical e incluso los
resultados electorales son índices de las relaciones de fuerzas. En los países
capitalistas desarrollados, que tienen ahora cerca de un siglo o más de un siglo
de vida parlamentaria, no se pasará de un grupo de algunos centenares o
millares de militantes al asalto del poder si no se construyen relaciones de
fuerzas en el terreno sindical, social y también, incluso si está muy
deformado, en el terreno electoral.
Entonces, hay cambios.
Pero la ilusión reformista es que, para retomar una fórmula que ya ha sido
utilizada, la mayoría electoral terminará por incorporarse a la mayoría social
y, en consecuencia, el cambio de la sociedad puede ser el resultado de un simple
proceso electoral.
Todas las
experiencias del siglo XIX y del siglo XX muestran lo contrario. Sólo hay
posibilidades revolucionarias en ciertas condiciones relativamente
excepcionales. Hay condiciones de crisis revolucionaria, de situación revolucionaria,
donde se produce una verdadera metamorfosis, no simplemente un pequeño progreso
sino una transformación súbita en la conciencia de centenares de millares y
millones de gentes. Los últimos ejemplos en Europa fueron Mayo de 68 en
Francia, el Mayo rampante italiano, 1974-1975 en Portugal… Se puede discutir si
la situación era verdaderamente revolucionaria o en qué medida, etc. Se trata,
en todo caso, de experiencias donde se ve que la gente, como se dice, aprende
más en algunos días que en años y años de discusiones, de escuelas de
formación, etc. Hay una aceleración en la toma de conciencia.
Ritmos,
auto-organización, conquista de la mayoría, internacionalismo
En primer lugar: toda concepción de estrategia
revolucionaria debe partir de la idea de que hay ritmos en la lucha de clases,
hay aceleraciones, hay reflujos, pero, sobre todo, existen períodos de crisis
en los cuales las relaciones de fuerzas pueden transformarse radicalmente y
poner realmente en la orden del día la posibilidad de cambiar el mundo, o, en
todo caso, de cambiar la sociedad.
En segundo lugar: examinamos ideas muy generales,
como la de que en todas las experiencias revolucionarias, victoriosas o
vencidas, que se puede examinar del siglo XIX o del siglo XX, desde la Comuna
de París hasta la Revolución de los claveles (de Portugal), o a la experiencia
de la Unidad Popular en Chile, en todas las situaciones de crisis más o menos
revolucionaria, surgen formas de doble poder, es decir, órganos de poder
exteriores a las instituciones existentes. Tales son los consejos de fábrica en
Italia en 1920-1921, los soviets en Rusia, los consejos obreros en Alemania en
1923, los cordones industriales y los comandos comunales -es decir, las
asociaciones de vecinos- en Chile en 1971-1973, las comisiones de moradores que
ocupan las fábricas hasta la asamblea de Setubal en Portugal en 1975.
Por lo tanto, en toda
situación intensa de lucha de clase hacen su aparición órganos que llamamos de
auto-organización, de organización democrática propia de la población y de los
trabajadores, que opone su legitimidad a las instituciones existentes.
Eso no quiere decir que
es una oposición absoluta. Los bolcheviques combinaron durante todo el año de
1917 la reivindicación de una Asamblea Constituyente por sufragio universal con
el desarrollo de los soviets. Hay una transferencia de legitimidad de un órgano
a otro que no tiene nada de automático, es necesario hacer la demostración
práctica de que los órganos de poder popular son más eficaces en una crisis,
son más democráticos, son más legítimas que las instituciones burguesas.
Pero no hay situación
revolucionaria real sin que aparezcan al menos elementos de lo que llamamos la
dualidad del poder o un doble poder.
En tercer lugar: resulta central la idea de la
conquista de la mayoría como condición de la revolución. Lo que distingue a la
revolución de un putsch o golpe
de Estado es que la primera es un movimiento mayoritario de la población.
Es necesario tomar al
pie de la letra la idea de que la emancipación de los trabajadores es la obra
de los propios trabajadores y que pese a lo determinados y valiente que sean
los militantes revolucionarios, éstos no hacen la revolución en lugar de la
mayoría de la población.
En esto radica todo el
debate de los primeros congresos de la Internacional Comunista, en particular
del tercero y del cuarto, después del desastre de lo que se llamó la “acción de
marzo” de 1921 en Alemania, una acción efectivamente golpista, minoritaria (a
escala de la Alemania de la época, es decir, a pesar de que participaron
cientos de millares de personas). Esto abrió un debate en la Internacional
Comunista respecto a los que creían poder copiar de manera simplista a la
Revolución rusa; se afirmó entonces que era necesario conquistar a la mayoría,
no en el sentido electoral -no se trataba de ser legalistas diciendo que
mientras no se tenga la mayoría en el Parlamento, no se puede hacer nada- pero
sí como una legitimidad mayoritaria en las masas, lo que es una concepción
diferente.
Aquellos entre ustedes
que puedan leer -siempre es útil leerla- la Historia de la Revolución rusa de Trotsky, verán cómo está atento incluso al menor
movimiento en los municipios, en las elecciones locales, etc., en tanto que
índices de lo que madura como posibilidad en las masas. La conquista de la
mayoría se convirtió en el problema en la Internacional Comunista a partir del
tercer congreso de 1921 e hizo aparecer los conceptos de frente único, demandas
transitorias y más tarde, con Gramsci en particular, de hegemonía. Es decir, se
trata de conquistar la hegemonía: la revolución no es simplemente la
confrontación capital-trabajo en la empresa, es también la capacidad del
proletariado de demostrar que otra sociedad es posible y que es éste la fuerza
principal para construirla. Esta demostración se hace, en parte, antes de la
toma del poder, porque si no es así es un mero salto en el vacío, es un salto
de pértiga sin impulso o un golpe de mano, un putsch. Es por eso que las ideas de demandas transitorias y
de frente único son herramientas para la conquista de la mayoría.
Las demandas
transitorias pueden parecer elementales. En Francia estamos muy contentos de la
campaña de Olivar Besancenot, pero, francamente, “SMIC a 1500 euros y una mejor
distribución de las riquezas”, no son consignas muy revolucionarias; hace
algunos años incluso habrían parecido muy reformistas. Parecen radicales hoy
porque los reformistas ni siquiera hacen ya ese trabajo. Las consignas no
tienen un poder mágico, no valen en sí mismas sino en una situación dada, como
inicio de una toma de conciencia. Cuando se dice hoy que no se puede vivir
decentemente en un país como Francia con menos de 1500 euros al mes, se ve a
responder que eso no es realista: si se elevan los salarios, los capitales se
van a ir. Eso plantea un nuevo problema: ¿cómo impedir que los capitales se
vayan?
Es necesario entonces
atacar la especulación financiera, es necesario atacar la propiedad… El derecho
al alojamiento plantea el problema de la propiedad de la tierra e inmobiliaria…
Pues se trata de consignas que, en un momento dado, cristalizan los problemas
que pueden ser comprendidos y que pueden ser una palanca de movilizaciones para
millares o cientos de millares de personas, a partir de las cuales se pueden
hacer demostraciones pedagógicas, progresivas, en la acción y no solamente en
el discurso, de lo que es la lógica del sistema capitalista y por qué incluso
demandas tan elementales y tan legítimas chocan de frente con la lógica del
sistema.
Esta discusión puede
parecer elemental hoy. Pero en los debates de la Internacional Comunista
aquellos que querían copiar a la Revolución rusa avanzaban la consigna de armar
al proletariado… Sí, por supuesto, si se quiere resistir al enemigo, es
necesario llegar a eso. Pero antes de llegar allí, es necesario, en primer
lugar, que esté operando toda una toma de conciencia que parta de demandas más
elementales, como la escala móvil de salarios, de la división del tiempo de
trabajo, etc., etc.
Estas cosas que son
banales para nosotros distaban mucho de ser compartidas, y fueron objeto de
debates muy violentos y muy duraderos en la Internacional Comunista. Y en torno
a estas demandas, que se sienten como necesarias y vitales por la mayoría de
las personas, se propone la unidad más amplia a todos los que están dispuestos
a luchar seriamente por ellas. Es esta la razón por lo que las demandas
transitorias están vinculadas al problema del frente único. Se sabe muy bien
que los reformistas no irán hasta el final. Se sabe muy bien que cederán al
chantaje y que si el Capital lanza un ultimátum, capitularán. Sin embargo, el
camino que se habrá hecho tendrá un valor de demostración pedagógica a los ojos
de los que quieren realmente luchar hasta el final por las necesidades vitales,
las necesidades culturales, los derechos a la vida, a la salud, a la educación,
al alojamiento, etc., y a partir de allí se puede avanzar.
En cuarto lugar, porque no pensamos que la
revolución pueda conseguir una sociedad más igualitaria en un solo país,
cercado por el mercado mundial, desde el principio tenemos la preocupación de
construir relaciones de fuerzas internacionales favorables. El hecho de
construir un movimiento internacional -una Internacional de ser posible, y
también redes, una izquierda anti-capitalista europea, los encuentros de la
izquierda revolucionaria en América Latina, etc.- es parte del programa, no es
un mero instrumento técnico, es la traducción práctica de una visión política
sobre la dimensión internacional de la revolución.
Dos hipótesis
estratégicas y no un modelo
En lo que resta
abordaré los últimos puntos.
En primer lugar, se nos
pregunta si acaso tenemos un modelo de sociedad. No tenemos un modelo de
sociedad. No se puede decir al mismo tiempo que la emancipación de los
trabajadores será la obra de los propios trabajadores y pretender tener en
nuestro equipaje los planes con las dimensiones de la ciudad futura, etc.
Tenemos, en cambio, la
memoria de una serie de experiencias de luchas, revoluciones, victorias y
derrotas, que podemos llevar, transmitir y no dejar que se borren. Lo que
tenemos no es un modelo de sociedad pero sí las hipótesis de una estrategia
revolucionaria.
Para los países
capitalistas desarrollados, en donde los asalariados constituyen la gran
mayoría de la población activa, se trabaja con la idea estratégica de una
huelga general insurreccional.
Para algunos eso puede
parecer una idea del siglo XX, incluso del siglo XIX, pero eso no quiere decir
que la revolución tomará forzamiento la forma de una huelga general perfecta,
de una huelga general con piquetes armados y que será insurreccional. Eso
quiere decir, más bien, que nuestro trabajo se organiza en esa perspectiva, que
a través de luchas y huelgas locales, huelgas regionales y huelgas de ramas, se
intenta familiarizar a los trabajadores con la idea de la huelga general. Esto
es muy importante, porque en una situación de crisis es eso lo que puede
permitir que espontáneamente haya una reacción de masa en ese sentido.
En Chile, en el momento
del golpe de Estado de Pinochet en septiembre de 1973, el Presidente Allende,
que disponía aún de la radio, no llamó a la huelga general. Si hubiera existido
un trabajo metódico, sistemático, en esta dirección, habría estallado una
huelga general espontánea con ocupación de las fábricas, que quizá no habría
impedido el golpe de Estado pero en cualquier caso lo hubiera vuelto mucho más
difícil. Y una lucha que se pierde en la batalla, se recupera siempre más
rápidamente que una lucha que se pierde sin dar batalla. Es una norma casi
general de todas las experiencias del siglo XX. Trabajar con la idea de una
huelga general no es proclamarla permanentemente sino hacer madurar la idea,
para que se convierta casi en un reflejo de respuesta del mundo asalariado ante
una agresión patronal, ante un golpe de Estado, ante una represión
antidemocrática.
El levantamiento de
julio de 1936 en Cataluña y en España contra el golpe de Estado, habría sido
difícilmente concebible sin el trabajo previo, sin la experiencia de Asturias
en 1934, sin el trabajo del POUM y los anarquistas, etc. Trabajar con una
perspectiva de huelga general no quiere decir que se le proclama estúpida y
abstractamente en todo momento, sino que se le intenta unir con todas las
experiencias de lucha que ya son habituales, se familiariza con la idea, se
cultiva como reflejo en el movimiento obrero. Una insurrección no es
forzosamente la insurrección de Octubre vista de manera lírica por la película
de Eisenstein -no lo es, incluso si es magnífica; la insurrección puede
consistir en cosas muy simples: formar un piquete de autodefensa en una huelga,
el trabajo en el ejército, formar Comités de soldados cuando había
reclutamiento en Francia o Portugal, etc., es decir: todo lo que desorganiza
las fuerzas de represión de la burguesía.
Tales son, pues, los
hilos conductores que nos permiten vincular las luchas diarias, incluso más
modestas, y el objetivo que perseguimos.
Actualmente muchos
camaradas en Italia, en Francia y yo creo un poco por todas partes, insisten en
la necesidad de organizaciones independientes de los partidos sociales
liberales, socialdemócratas, etc. Pero, ¿por qué se quieren organizaciones
independientes? Porque perseguimos otro objetivo, porque tenemos una idea de
hacia dónde queremos ir.
Sabemos que con
participar en un gobierno burgués junto con los socialdemócratas se podría
quizá ganar una pequeña reforma pero nos alejaríamos de nuestro objetivo en vez
de acercarnos a él, y con eso aumentaría la confusión y la falta de claridad.
Evidentemente, si no
tenemos el criterio para determinar qué objetivo queremos avanzar y si no se
tiene al menos, si no la respuesta definitiva, sí una idea sobre la manera de
avanzar, entonces vamos a ser sacudidos por el menor cambio en la situación
táctica, por la menor decepción electoral, por cualquier derrota, etc. Para
construir de manera duradera es necesario tener una idea precisa de los
objetivos, de las estrategias y las tácticas.
Probablemente la
revolución nos sorprenderá. Las revoluciones futuras nunca serán la simple
repetición de las últimas revoluciones, simplemente porque las sociedades no
son ya las mismas.
Repito a menudo que
estamos un poco en la situación de los militares: ellos aprenden en las
escuelas de guerra a partir de las batallas del pasado, pero las nuevas
batallas nunca serán las mismas; es por eso que se dice que los militares están
siempre retrasados en la guerra. Pero nosotros corremos siempre el riesgo de
estar retrasados con respecto a la revolución. Incluso los más revolucionarios
son sorprendidos por ella. Los bolcheviques, a pesar de su reputación, se
dividieron en el momento de pasar a la insurrección en Octubre.
Ninguna organización
revolucionaria es un partido de acero, monolítico… La prueba última será cuando
la ocasión se presente.
La cuestión del
partido
El último punto que
quiero abordar es el de la cuestión del partido. Esta no es una mera cuestión
técnica: si se tiene una estrategia, se va a construir una herramienta para
llevarla a cabo.
La cuestión del partido
forma parte de la cuestión estratégica. Intentar imaginar una estrategia sin
partido, es como un militar que tiene en sus manos las cartas del estado mayor
y los planes de guerra, pero sin tener tropas ni ejército. Sólo hay estrategia
realmente si hay, al mismo tiempo, la fuerza que la lleva a cabo, que la
encarna, que la traduce día a día en la práctica, etc. Aquí radica toda la
diferencia entre la idea del partido en los grandes partidos socialdemócratas
antes de 1914 y la de Lenin (hoy día Lenin no es muy popular, incluso en la
izquierda y en la propia izquierda radical, pues aparece como autoritario,
etc., y creo que hay allí una gran injusticia, pero no es el tema hoy).
¿En qué cambió Lenin,
de manera revolucionaria, la idea del partido?
Para los grandes
partidos socialdemócratas su tarea era esencialmente pedagógica, una tarea de
educador, fundada sobre la concepción de una suerte de lógica espontánea del
movimiento de masa en la que el partido aportaba ideas, con escuelas muy
interesantes, etc. Para retomar la fórmula de un famoso dirigente
socialdemócrata de antes de 1914, el partido no tenía que preparar una
revolución.
La idea de Lenin es lo
contrario: el partido no debe limitarse a acompañar y esclarecer la experiencia
de las masas, sino que debe tomar iniciativas, proponer objetivos de luchas,
lanzar consignas que correspondan a una determinada situación y, en un momento
dado, ser capaces de orientar la acción.
Para resumirlo en una
fórmula: la idea que dominaba en la Segunda Internacional, en su gran época,
era la de un partido pedagogo o educador; a partir de Lenin y la Tercera
Internacional, la idea es la de un partido estratega, un partido que organiza
las luchas proponiendo sus objetivos y que puede, por otra parte, organizar y
limitar las derrotas, preparando la retirada cuando fuera necesario.
Hay un episodio famoso:
una derrota, porque era una derrota la sufrida por los trabajadores de
Petrogrado y Moscú en julio de 1917, habría podido ser definitiva si no hubiera
habido el partido para organizar la retirada y reanudar luego las iniciativas.
Por ello, el partido no es una herramienta cualquiera. Es indisociable del
programa y del objetivo que nos fijamos.
En fin, y quizá sea la
última palabra en lo que concierne al partido, tenemos otra cosa que decir al
respecto.
No se trata simplemente,
para nosotros, de un partido de lucha, combate, acción, etc., se trata de un
partido democrático, pluralista. A veces entre nosotros es un defecto, hay
excesos, manías de formar tendencias, etc. A veces es útil, a veces lo es
menos… Sin embargo, y a pesar de los inconvenientes, ganamos mucho porque el
pluralismo en la organización significa que no tenemos una verdad definitiva y
que hay un intercambio permanente entre el partido que queremos construir y las
experiencias del movimiento de masas. Y como estas experiencias son diversas,
esta diversidad puede traducirse en tal o cual momento también en forma de
corrientes en nuestras propias filas.
Pero existe otra razón
a su favor: si se está por una sociedad pluralista, si se considera que existe la
posibilidad de una pluralidad de partidos, incluida una pluralidad de partidos
que se reclaman del socialismo, si ésta es una de las consecuencias sacada de
la experiencia del estalinismo, entonces es necesario que de una determinada
manera desarrollemos la democracia en nuestras propias organizaciones, en
nuestras organizaciones de juventud, en nuestras secciones de la Internacional
y también en la práctica que intentamos aplicar en los sindicatos y en las
organizaciones.
La democracia es
necesaria desde ya, porque es eficaz para las luchas, porque la unidad no va
sin la democracia, porque si queremos construir frentes amplios contra Sarkozy
o contra cualquier otro, es necesaria también para que las distintas visiones
del mundo puedan reconocerse. Pues la democracia es una condición y no un
obstáculo para la unidad. Y es también una cultura democrática que servirá para
el futuro, porque la burocracia y la burocratización no es solamente el
estalinismo.
Algunos se imaginan que
el asunto de la burocracia ha terminado con el fin del estalinismo.
¡No!
Lo que produce la
burocracia no es el partido o, como algunos dicen hoy, “la forma partido”, sino
la división social del trabajo, la desigualdad. Las organizaciones sindicales,
las organizaciones asociativas no son menos burocráticas que los partidos, a
menudo lo son aún más, porque hay intereses materiales. Las organizaciones no
gubernamentales en el Tercer mundo, que viven de subvenciones de la Fundación
Ford o de la Friedrich Ebertschiftung, en gran parte también se burocratizan y
a veces se corrompen. No es la forma de organización la que crea la burocracia.
Las raíces de la burocracia están en la división del trabajo entre trabajo
intelectual y manual, en la desigualdad ante el tiempo libre, etc., etc.
Por tanto, la
democracia tanto en la sociedad como en nuestras organizaciones es la única
arma que tenemos contra ella.
Hoy esto es muy
importante, y quiero terminar estas reflexiones con ello. La gente tiene una
visión de que un partido es un alistamiento, es militar, es la disciplina, es
la autoridad, es la pérdida de su individualidad, etc. Yo pienso exactamente lo
contrario. Hoy no se es libre solo, no se es brillante de manera asilada, no se
despliega la individualidad sino en una organización de lucha colectiva. Y si
se toman las recientes experiencias políticas, los partidos, con todos sus
inconvenientes, con sus riesgos de burocratización -incluidos nuestros pequeños
partidos- son, a pesar de todo, la mejor forma para resistir a formas todavía
peores de burocratización, de corrupción por el dinero. Porque se está en una
sociedad donde el dinero está por todas partes y corrompe todo.
¿Cómo resistir en una
sociedad así? No por la mera moral, sino por una resistencia colectiva a la
potencia del dinero.
Además, se tiene
también frente a nosotros, y a veces es el mismo poder, el poder de los medios
de comunicación. Los medios de comunicación tienden a quitar a las
organizaciones sociales y a las organizaciones revolucionarias de sus propias
palabras y de sus propios portavoces. Hay un mecanismo de cooptación del
personal político por los medios de comunicación. Son las cadenas de televisión
las que deciden: aquél tiene una buena cabeza, éste refleja bien la luz,
aquélla es más bien simpática, etc. Los fabrican.
Nosotros queremos
conservar el control de nuestra palabra y de nuestros portavoces. No creemos en
el salvador supremo ni en los individuos milagrosos. Sabemos que lo que hacemos
es el resultado de una experiencia y de un pensamiento colectivo. Ésta es una
lección de responsabilidad y de humildad. El peso de los medios de comunicación
en nuestras sociedades sólo des-responsabiliza a la gente. Cuánto gente
defiende en la televisión una idea completamente excéntrica y una semana más
tarde pasan a otra cosa, sin nunca tener que explicarse, o tener que rendir
cuentas sobre lo que dijeron.
Lo que dicen nuestros
portavoces, como Francisco Louça en Portugal, Olivier Besancenot en Francia o
Franco Turigliatto en Italia, lo hacen siendo responsables frente a centenares
y millares de militantes. No son individuos que hablan según sus caprichos o lo
que sienten en el momento; ellos hablan en nombre de una colectividad y tienen
responsabilidades frente a los militantes que los eligieron. Eso es para
nosotros una prueba de democracia.
Contrariamente a lo que
se dice, los partidos políticos tal como los concebimos -sin tomar en cuenta a
los grandes aparatos electorales- constituimos la mejor resistencia justamente
democrática en un mundo que los es muy poco y es uno de los eslabones, una de
las partes de lo que entendemos por estrategia revolucionaria. ■
Traducción: Andrés Lund
Medina
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