Trotsky y la historia
Pablo A. Pozzi
Hace unos años escribí que, para mí, el oficio del
historiador en la década de 1970 ofrecía la promesa de comprender al ser
humano, me explicaba porqué nacionalidades y culturas diferentes habían
producido imágenes a veces dispares y a veces similares, por qué un obrero en
China y otro en Buenos Aires se comportaban esencialmente igual, mientras se
planteaba como una disciplina socialmente útil para la liberación de la clase
obrera. Subyacente a todo existía una inexorable fe en la gente común que decía
que la historia era una mirada al pasado desde el presente hacia el futuro:
podíamos aportar entendiendo lo que había ocurrido para evitar cometer los
mismos errores; los seres humanos podíamos tomar decisiones racionales en pos
del bien común sólo si comprendíamos las causas históricas de los problemas
sociales. En otras palabras, me dediqué a la historia porque me fascinaba y,
además, era útil y estaba comprometida con la liberación social.
En ese proceso personal hubo una cantidad de figuras
que fueron fundamentales: el heroismo de Espartaco, el sacrificio del Che, el
temple del Tio Ho, la confianza en la revolución de Trotsky. Este último tenía
la importancia de que no sólo era un revolucionario, no sólo había hecho la
gran revolución rusa y, luego, perseguido había sabido vivir a la altura de sus
ideales, sino que, además, había sido un gran historiador. En aquel entonces,
cuando era un joven alumno de posgrado leía fascinado la Historia de la
Revolución Rusa de León
Trotsky. El gran revolucionario e historiador me hizo entrar en crisis con una
práctica por la cual la militancia iba por un carril y lo intelectual por otro.
En Trotsky se veía claramente una fusión de teoría y praxis por la cual la
labor del historiador era lo que yo deseaba: útil a la sociedad, a los
explotados, a la clase obrera. Para ser un buen militante había que desarrollar
el intelecto, o sea ser un buen estudiante. Y para ser un buen intelectual
había que cotejar las ideas, cotidianamente, con una práctica social vinculada
con la clase obrera. Era un modelo distinto de intelectual al que pululaba en
las universidades: marxista, militante, creativo, no dogmático, con una
formación cultural envidiable, y profundamente serio y científico en lo que
hacía. En síntesis, era el mejor ejemplo de lo que un marxista debía ser. Es
más, ni siquiera lo podían acusar de no tener “excelencia académica” como
dirían el día de hoy. Así muchos nos forjamos profesionalmente, aunque fuera
tímidamente, con el modelo del intelectual trotskista. No quiero decir que en
lo personal lograra cumplir cabalmente con esta aspiración pero siempre fue un
objetivo y una especie de benchmarking (para usar el la moderna terminología tan cara a los
explotadores actuales de la clase obrera).
La excelencia de Trotsky como historiador lo admitían
aun aquellos que no acordaban con él como revolucionario, desde el Times
Literary Supplement de
Londres hasta el historiador liberal E.H. Carr. Entre los historiadores
marxistas siempre fue un modelo a seguir. Inclusive para Perry Anderson,
Trotsky era “el primer gran historiador marxista”.[1]
Si bien la afirmación de Anderson puede ser puesta en duda –al fin y al cabo
¿qué podríamos decir de Federico Engels y Las guerras campesinas en Alemania?–, es indudable que el método y la filosofía
de la historia de Trotsky impactaron a varias generaciones de historiadores
marxistas. De hecho, Trotsky tomó la historiografía de Engels y la desarrolló
para crear un enfoque historiográfico propio, particular y más influyente de lo
que se quiere admitir. Evidentemente cada uno fue producto de su época. El
protagonista histórico de Engels era la guerra de clases. A partir de su
experiencia, Trotsky tomó esto y, manteniendo a la clase obrera como
protagonista central, lo articuló con el papel del partido marxista y de los
revolucionarios socialistas. Así, si los estudios históricos de Engels
apuntaban a reforzar el concepto de la guerra de clases como motor de la
historia, develando la tendencia histórica de la sociedad clasista, para
Trotsky la historia explicaba el presente y contribuía de definir el accionar
futuro. Este enfoque combinó el estudio del pasado con presentismo, la
objetividad con pasión, la seriedad científica con relevancia y función social,
la profundidad y complejidad con una historia para nada aburrida. La historia
de Trotsky jamás te deja indiferente y siempre te hace pensar. Si bien la Historia
de la Revolución Rusa (HRR)
es su obra histórica más conocida, la realidad es que, al decir de Normas
Geras, Trotsky era “un historiador que producía literatura de revolución”.[2]
De hecho su obra histórica es muy vasta, aunque también de una calidad bastante
variada. De toda esta obra quizás 1905 y los distintos trabajos sobre José Stalin, junto con
la HRR, sean las más representativas del aporte historiográfico de Trotsky.
1905
ha sido una obra, en general, subestimada e ignorada a la luz de HRR. Sin
embargo, este estudio se constituye en una historia económica marxista junto
con una sensibilidad por los hechos particulares y por un rigor teórico que van
a marcar debates históricos posteriores.[3]
Trotsky comienza su explicación de las particularidades del desarrollo ruso
señalando que este tuvo una carácterística de “invernadero”. O sea, el capital
para el desarrollo fue importado y no acumulado dentro de las fronteras
nacionales, como lo había sido en el caso británico. Aunque substancialmente
feudal, Rusia también se caracterizó por la existencia de una industria
altamente capital intensiva aun antes de la abolición de la servidumbre. Si
bien en Gran Bretaña las ciudades surgieron como centros productivos, en Rusia
estas fueron principalmente centros administrativos y comerciales, por lo que
se desarrollaron como vínculos dependientes de un sistema capitalista mundial y
no como una base productiva autosuficiente. Todas las características rusas se
combinaron para producir un cuadro de desarrollo desigual.
En esto Trotsky seguía a Plejanov, que había tomado
prestado diversos conceptos de historiadores rusos que le otorgaban una
importancia especial al papel socio-económico del estado. Sin embargo, en 1905 Trotsky rechazaba la filosofía general de la
historia que había sido popularizada por Plejanov, por la cual había fórmulas
universalmente aplicables a todos los procesos históricos nacionales. Para el
autor de 1905, “donde no
hay carácterísticas particulares” no hay historia, sino solamente “una
geometría seudo-materialista”.[4]
Así si bien la historia es universal, también tiene su carácterísticas
especiales determinadas por los procesos históricos particulares. Por ende la
historia del capitalismo abarca ambos Gran Bretaña y Rusia, con especificidades
en cada proceso nacional.
Asimismo, otro aporte historiográfico asentado en 1905 tiene que ver con la complejidad de los
fenómenos socio-históricos. “Las clases no pueden ser vistas a simple vista –en
general se mantienen detrás de la escena...”[5]
Y también: “Una insurrección de las masas [...] no es hecha: se logra en sí
misma. Es el resultado de relaciones sociales, y no el producto de un plan. No
puede ser creada; puede ser prevista.”[6]
Es indudable que Trotsky logró incorporar un elemento fundamental a la
comprensión de la complejidad del proceso histórico revolucionario: el de la
espontaneidad vinculado con el desarrollo de condiciones objetivas y
subjetivas. Por ende la huelga crea a los huelguistas que, a su vez, crean la
huelga.
El método y los aportes teórico-históricos que Trotsky
realizó en 1905 se
profundizan y aclaran en HRR. Como obra histórica esta última es notable desde
cualquier punto de vista: tiene el poder de comunicar la intensidad y la
urgencia de los eventos mientras los explica en profundidad. Anatoly
Lunacharsky escribió que los artículos y los libros de Trotsky eran “un
discurso congelado, era literario en su oratoria y un orador en literatura”.[7]
Una vez más el esquema se repite, desde las carácterísticas del desarrollo ruso
a los eventos de la toma del poder en octubre de 1917. Aun más que en 1905 Trotsky se revela como poseedor de una sensibilidad
especial para las consecuencias del fenómeno de un desarrollo desigual y
combinado.
Uno de los aspectos más interesantes de HRR es la
visión de la historia como teatro y del teatro como historia. En cierto sentido
es una historia facil de seguir y apasionante, con elementos comunes a los
historiadores de la Segunda Internacional: la historia presentada como una
evolución orgánica que va de lo general/estructural a lo específico/coyuntural
desarrollándose en el escenario cuasi teatral de la vida humana. Así los
personajes históricos son actores que se encuentran enmarcados por el guión que
impone el proceso histórico. Martov es visto como “el Hamlet del socialismo
democrático”, Kerensky y Kornilov son presentados como disputándose el papel de
Napoleón Bonaparte, mientras que las masas entran en escena como sujetos
colectivos.[8] Dirá Trotsky
de Martov y sus seguidores: “¡Todos ustedes están lamentablemente aislados, en
bancarrota, su papel se ha terminado. Vayan a donde les corresponde de ahora en
más– ¡al basurero de la historia!”.[9]
Claramente, en este “teatro” se recupera la noción de progreso histórico tan
cara a Marx: más allá de los individuos y de la justicia la historia se
desarrolla inexorablemente en un proceso de guerra de clases que acumula triunfos
y derrotas.
Esto último va a generarle a Trotsky algunos problemas
años más tarde para poder analizar la lucha contra Stalin. Si la historia
representa un progreso inexorable de la guerra de clases ¿cómo podemos explicar
el triunfo stalinista, o sea el de los mediocres o el de la maldad? Para
explicar esto va a recurrir al concepto del ser humano en la historia. En este
sentido tratará de contraponer la figura de Lenin (exaltándola) a la de Stalin
(presentada en términos casi psico-patológicos). Escribirá Trotsky en 1935: “Si
no hubiera estado presente en 1917 en Petersburgo, la Revolución de Octubre
igualmente hubiera ocurrido –a condición de que Lenin estuviera presente y en
la dirección [...]”[10]
Lo importante aquí es que Trotsky vulnera su propia teoría de la historia por
la cual las masas y el personaje se articulan y producen mútuamente para crear
el fenómeno histórico y así hacer desarrollar (progresar) la historia. De
alguna manera el autor de HRR trata de saldar el problema planteando que “Lenin
no fue un accidente en el desarrollo histórico, sino más bien fue el producto
de la historia rusa”.[11]
De esta manera, Lenin sería el portador del progreso, al igual que Stalin
representa la personificación del “atraso” ruso. Ahora, en este proceso ¿qué pasa
con las masas en la historia? ¿Qué papel cumplen los que son, tanto en 1905 como en la HRR, los protagonistas centrales
de la historia? A pesar del problema, Trotsky era demasiado buen historiador y
marxista como para no reconocer el problema. Y aquí retoma el concepto del
desarrollo desigual y combinado para aplicarlo al stalinismo: si bien Stalin
personificó el atraso, también implicó un progreso histórico, ya que el estado
obrero deformado implicaría el desarrollo histórico de las carácterísticas particulares
rusas.[12]
Y, una vez más, “donde no hay carácterísticas particulares” no hay historia,
sino solamente “una geometría seudo-materialista”. De ahí que Stalin fuera no
sólo un producto de un desarrollo histórico particular sino que, en una
dialéctica histórica, también era creador y el producto de la burocracia
soviética que era, a su vez, producto del desarrollo histórico desigual y
combinado de Rusia. A pesar de todo para Trotsky, la historia no fue una simple
obra de teatro con moraleja por la cual la Justicia, sea cual fuere su
definición, siempre triunfa. Para él, un estudio histórico en profundidad
revela motivaciones y tendencias en el proceso social y, por ende, también
determina la acción política que debe ser desarrollada para transformar la realidad.
La filosofía de la historia de Trotsky es a la vez dialéctica y enigmática,
generando numerosos problemas de reconciliación entre las distintas partes.
Esta visión influyó fuertemente en numerosos otros
historiadores. Hombres como Isaac Deutscher marcaron fuertemente los estudios
históricos. Sus estudios sobre Stalin y sobre el mismo Trotsky son
reconocidamente hitos historiográficos. La revolución y la guerra de España de Pierre Broué y Emile Témime[13]
es, aun hoy, una de las grandes obras de la historia contemporánea. Son estos
dos últimos los que expresaron con gran claridad la importancia del presentismo
histórico, retomando una concepción cara a la filosofía de la historia de
Trotsky. Así “la revolución y la guerra de España distan mucho de haber sido un
asunto puramente español [...] todos los gobiernos que participaron en ella
[...] se explican por intereses inmediatos [...] pero también por intereses generales, de esos que
llamamos ‘históricos’. Tal como ayer los asuntos del Vietnam o de Corea, y hoy
los de Cuba, los del Congo o de otras partes, los asuntos de España no podían
arreglarse en el interior de sus fronteras. Estas luchas civiles conciernen,
finalmente, a todas las potencias y a todos los pueblos, pues no son más que un
aspecto particular [...] de la
crisis que estremece a la humanidad...”[14]
Muchos más adhirieron a esta filosofía. En el contexto
americano, uno de los más interesantes fue el gran historiador caribeño CLR
James.[15]
Su principal obra fue The Black Jacobins (Los jacobinos negros) sobre la independencia de
Haití. Esta obra inmediatamente trae a la memoria la Historia de la
Revolución Rusa de Trotsky.
James consideraba que la obra de Trotsky se contaba entre las mayores obras de
historia desde Tucídides en adelante, y la utilizó como guía de su propia obra.
Si el trasfondo de HRR era el atraso de Rusia, la de James se sustentaba en la
modernidad de Santo Domingo. En cada caso, los grandes desarrollos en la
producción habían colocado una sociedad ostensiblemente periférica en el centro
del mercado mundial. En ambos casos, una insurrección exitosa, con una
población demasiado analfabeta para poder manejar la complejidad de los asuntos
que de repente tenía entre sus manos, había sido enfrentada por múltiples
enemigos externos. En ambos casos, el gobierno revolucionario se vio obligado a
recurrir a los restos de la antigua burocracia a riesgo de enjenar a las masas.
Sin embargo, James había aprendido de Trotsky. Así,
por ejemplo, si bien Trotsky trató a la Comuna de Kronstadt como un mero
incidente sin rescatar los posibles aportes revolucionarios de fuerzas como los
anarquistas, James consideró la condena de Toussaint hacia el nacionalismo
negro de Moisé (para proteger a sus aliados blancos) como una catastrófica
desconexión entre el revolucionario negro y las masas. No que la revolución no
pudiera, o necesitara, llevar adelante estos hechos, sino más bien que
necesitaba explicárselos a las masas en profundidad. James termina su obra con
otra similitud al método de HRR: el desarrollo desigual y combinado significó
que el bárbaro Stalin triunfó en Rusia y el bárbaro Dessalines en Santo
Domingo, y ambos debieron gobernar a través del terror.
He aquí, también, algo importante que Los Jacobinos
Negros comparte con HRR. A
diferencia de buena parte de la posterior historia social primermundista –que
estudió la historia de la clase obrera, las mujeres o los negros, en un
contexto nacional con ausencia de actividad revolucionaria– ambas obras estaban
firmemente enraizadas en la continuidad del proceso histórico desde las
revoluciones francesa e inglesa hasta el mundo contemporáneo. Tanto Trotsky
como James pertenecieron a esa escuela del historicismo marxista cuyo
internacionalismo era la piedra basal del análisis histórico.
Finalmente, la coincidencia entre ambos abarcó no solo el
método, sino la filosofía de la historia. CLR James, al igual que Trotsky,
profundizó la relación entre el ser humano y el movimiento histórico más
claramente que muchos cuando escribió sobre la independencia de Haiti:
“Toussaint no hizo la revolución. Fue la revolución la que hizo a Toussaint. Y
ni siquiera eso es toda la verdad. [...] El poder de Dios o la debilidad del
hombre [...] han sido responsabilizados por la caida de imperios y el
surgimiento de sociedades nuevas. Esas concepciones elementales se prestan a un
tratamiento narrativo [...] por el que los historiadores más famosos tienen más
de artistas que de científicos: escribían tan bien porque veían tan poco. Hoy,
por reacción natural tendemos a personificar a las fuerzas sociales y los
grandes hombres son meros instrumentos en las manos del destino económico. Como
tantas veces, la verdad no queda en alguna parte en medio de estas
proposiciones. Los grandes hombres hacen la historia, pero sólo aquella historia
que es posible hacer. [...] Así el escritor busca no sólo analizar, sino
demostrar en su movimiento las fuerzas económicas de la época; el cómo moldean
a la sociedad y a la política, a seres humanos en masa y a individuos.”[16]
Lo que emerge de lo anterior es una propuesta
historiográfica y de historiador que tiene una singular relevancia el día de
hoy. Parte de esto es que, creo, a Trotsky le hubiera importado muy poco cuán
“trotskistas” somos, y mucho más cuán materialistas históricos y dialécticos.
Esto último entendido como una ciencia abierta, en permanente crecimiento y no
como dogma. Un aspecto central a esta filosofía de la historia es la relevancia
de nuestra tarea: la historia como estudio científico y liberador. Así, la
relación entre Trotsky y la historia –su legado para el historiador actual–
trasciende los rótulos, los partidismos, las sectas para anclarse fuertemente
en la revolución proletaria y en el marxismo, creador, militante y
transformador. La historia de Trotsky es una historia viva, apasionante y
apasionada, lúcida y frontal; es científica y politizada. Sus hipótesis son
desafíos constantes que, además de hacernos pensar, nos permiten aceptarlas o
rechazarlas y, sobre todo, construir otras nuevas. Por debajo yace su profundo
humanismo radical y su concepción de que la historia puede aportar a la
liberación de la conciencia del ser humano. Al decir de Broué y Témime: “Jean
Jaurés, que fue también un historiador, confiesa que, durante la Revolución, se
habría sentado de buen grado al lado de Robespierre. Sigámoslo por el camino de
la franqueza. [...] Todas las precauciones de que se rodean la investigación y
la crítica científicas no suprimen, en definitiva, ni nuestros sentimientos, ni
nuestros reflejos personales. ¿Por qué ocultarlo?”.[17]
[3] Por ejemplo, buena parte del debate sobre la transición del feudalismo
al capitalismo se benefició notablemente del método historiográfico inaugurado
por Trotsky en 1905, esto más allá de que
historiadores ligados al PC inglés como Maurice Dobb, o los norteamericanos
Paul Baran y Paul Sweezy no lo quisieran reconocer.
[4] Leon Trotsky. 1905 (New York: Vintage Books, 1971.
Chap. 27 “On the Special Features of Russia’s Development. A Reply to N. M.
Pokrovsky”. Primera edición 1922.
[8] Leon Trotsky. The History of the
Russian Revolution
(New York: Anchor-Doubleday Books, 1959), Vol. I, pgs.
222, 312, 334, 381. Primera edición 1932.
[12] Quiero dejar en claro que no es relevante a este trabajo discutir si
las distintas teorías y caracterizaciones históricas de Trotsky son acertadas o
no, sino que se trata de rescatar el hecho de que representaron un notable
avance en la teoría de la historia social.
[15] El estudio más importante sobre este autor es: Paul Buhle. CLR James. The Artist as a
Revolutionary. (New
York: Verso Books, 1988).
[16] CLR James. The Black Jacobins.
Toussaint L’Ouverture and the San Domingo Revolution (New York: Vintage Books, 1962),
pg. X y XI. Primera edición 1938.
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